El desembarco aliado en Normandía, del mito a la realidad
artículo escrito por Annie Lacroix-Riz (Profesora de historia contemporánea en la universidad Denis-Diderot -París VII-)
A lo largo de 70 años ha venido construyéndose un mito de que los anglosajones liberaron Europa. Sin embargo, como recuerda la profesora Annie Lacroix-Riz, la prioridad de Washington y de Londres no era la lucha contra el nazismo sino contra el comunismo. Así que no fueron las tropas de Estados Unidos las que derrotaron el Reich sino, ante todo, los soldados soviéticos del Ejército Rojo.
publicado en RED VOLTAIRE - julio de 2014
en el foro se publica en 3 mensajes
El triunfo del mito sobre la liberación de Europa por las tropas estadounidenses
En junio de 2004, en ocasión del 60º aniversario del «desembarco aliado» en Normandía, a la pregunta «¿Cuál es, en su opinión, la nación que más contribuyó a la derrota de Alemania?», el instituto francés de sondeos de opinión mostró una respuesta exactamente contraria a la que se había recogido en mayo de 1945: en 2004, el 58% de las personas consultadas estimó que había sido Estados Unidos, contra sólo un 20% en 1945, mientras que un 20% se pronunciaba por la URSS, contra un 57% en 1945 [1].
Desde la primavera hasta el verano de 2004 se había repetido constantemente que entre el 6 de junio de 1944 y el 8 de mayo de 1945, los soldados estadounidenses habían recorrido Europa «occidental» para devolverle la independencia y la libertad que la ocupación alemana le había arrebatado y que se veía en peligro ante el avance del Ejército Rojo hacia el oeste. No se mencionaba el papel de la URSS, víctima de aquella «muy espectacular [inversión de los porcentajes registrada] con el tiempo» [2].
En 2014, la 70ª edición del desembarco de Normandía promete ser mucho peor en cuanto a la presentación de los «Aliados» que protagonizaron la Segunda Guerra Mundial, en plena campaña de infundios contra el anexionismo ruso en Ucrania y en otras partes [3].
La leyenda fue progresando junto con la expansión estadounidense en el continente europeo, planificada en Washington desde 1942 y puesta en práctica con ayuda del Vaticano, tutor de las zonas católicas y administrador –antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial– de la «esfera de influencia “occidental”» [4].
Dirigido junto a la RFA, aunque también compitiendo con ella, y posteriormente con la Alemania reunificada, el avance estadounidense hacia el este alcanzó un ritmo desenfrenado a partir de la «caída del muro de Berlín», en 1989, llegando a pulverizar los «objetivos de guerra» que Moscú había proclamado en julio de 1941 y alcanzado en 1944 (recuperación de los territorios perdidos en 1939-1940) y en 1945 (adquisición de una zona de influencia que debía dominar el antiguo «cordón sanitario» de Europa central y oriental, vieja vía germánica para invadir Rusia [5]. El proyecto estadounidense avanzaba tan rápidamente que Armand Berard, diplomático en Vichy y posteriormente –después de la liberación de Francia– consejero de la embajada en Washington (en diciembre de 1944) y más tarde en Bonn (en agosto de 1949) llegó a predecir en febrero de 1952 que
«los colaboradores del canciller [Adenauer] consideran en general que el día que América [Estados Unidos] sea capaz de alinear una fuerza superior, la URSS se prestará a un arreglo en el que abandonará los territorios de Europa central y oriental que actualmente domina» [6].
Las predicciones al estilo de Casandra de Armand Berard, que en aquellos tiempos parecían descabelladas, se han visto sobrepasadas por la realidad que estamos viviendo en mayo-junio de 2014: la antigua URSS, reducida desde 1991 al territorio que hoy conocemos como Rusia, se ve amenazada desde su puerta ucraniana.
La hegemonía ideológica «occidental» que acompaña esa Drang nach Osten [7] se ha visto favorecida por el tiempo transcurrido desde la época de la Segunda Guerra Mundial. Antes de la Debacle, «la opinión francesa» se había visto «embaucada por las campañas “ideológicas”» que presentaban a la URSS como el lobo y al Reich como el cordero. La gran prensa, propiedad del capital financiero, había convencido a la opinión pública francesa de que abandonar al aliado checoeslovaco bastaría para garantizar una paz duradera. «Esa anexión será y no puede ser más que el preludio de una guerra que se hará inevitable, y al cabo de cuyos horrores Francia se verá en peligro de ser derrotada, desmembrada y sometida al vasallaje de lo que pueda quedar del territorio nacional como Estado aparentemente libre», había advertido –sólo 2 semanas antes de Munich– otra predicción al estilo de Casandra, proveniente del Estado Mayor del ejército [8]. Engañada y traicionada por sus propias élites, «Francia» vivió el destino previsto. Pero sus obreros y empleados, que entre 1940 y 1944 perdieron el 50% de sus salarios y entre 10 y 12 kilogramos de peso corporal [debido a las privaciones], ya no se dejaron tanto «embaucar por las campañas “ideológicas”».
Cierto es que percibieron las realidades militares después que los «medios bien informados». Pero, con el paso de los meses fueron cada vez más numerosos los que seguían en los atlas y los mapas de la prensa colaboracionista lo que sucedía en el «frente oriental». Y comprendieron que la URSS, que desde julio de 1941 reclamaba en vano la apertura en el oeste de un «segundo frente» que aligerase su martirio, estaba cargando sola con el peso de la guerra. El «entusiasmo» que despertó en ellos la noticia del desembarco anglo-estadounidense en el norte de África (el 8 de noviembre de 1942) se había «apagado» para la siguiente primavera: «Hoy todas las esperanzas se vuelven hacia Rusia, cuyos éxitos llenan de alegría a toda la población […] Cualquier propaganda del partido comunista se ha hecho innecesaria […] la comparación demasiado fácil entre la inexplicable inacción de unos y el heroico accionar de los otros augura días difíciles para quienes se inquietan por el peligro bolchevique», subraya un informe de abril de 1943 destinado al BCRA [9] gaullista [10].
Si bien era difícil engañar a las generaciones que aún conservaban el recuerdo de la guerra, hoy en día es muy fácil engañar a las generaciones que no vivieron el conflicto. A la desaparición paulatina de los testigos y actores de la guerra se agrega el derrumbe del movimiento obrero radical.
El Partido Comunista Francés (PCF), que al final de la ocupación alemana era conocido en Francia como «el partido de los fusilados», informó durante mucho tiempo y mucho más allá de sus filas sobre las realidades de aquel conflicto. Pero lo que hoy queda del PCF aborda mucho menos ese tema en su propia prensa, que a su vez está a punto de desaparecer, e incluso prefiere dedicarse más bien a rasgarse las vestiduras sobre el pasado «estalinista» contemporáneo de sus propios combatientes de la Resistencia. La ideología dominante, ya libre de un serio obstáculo, se ha vuelto hegemónica en ese terreno, al igual que en otros.
Los sectores académicos ya no se oponen sino que más bien se asocian a la intoxicación reinante en la prensa escrita y audiovisual, e incluso a través del cine [11]. Y es importante destacar el hecho que largometrajes como el film de ficción Salvar al soldado Ryan y el documental Apocalipsis no abordan los preparativos ni objetivos del desembarco del 6 de junio de 1944.
La Pax Americana, vista por Armand Berard en julio de 1941
Mucho antes del «viraje» de Stalingrado –en enero-febrero de 1943–, las élites franceses ya habían percibido las consecuencias que tendría para Estados Unidos la situación militar que resultaba de la «resistencia […] feroz del soldado ruso». Fiel testimonio de ello es el informe –fechado a mediados de julio de 1941– que el general Paul Doyen, presidente de la delegación francesa ante la Comisión alemana de armisticio de Wiesbaden, hizo redactar a su colaborador diplomático Armand Berard [12]:
- 1. La Blitzkrieg había muerto. «El giro que han tomado las operaciones» contradecía el pronóstico de los
«dirigentes [del] III Reich [que] no habían previsto una resistencia tan feroz del soldado ruso, un fanatismo tan apasionado de parte de la población, una guerrilla tan extenuante en la retaguardia, ni pérdidas tan serias, un vacío tan total ante el invasor, ni tampoco dificultades tan considerables en materia de abastecimiento y de comunicaciones.
Las gigantescas batallas de tanques y aviones, la necesidad, a falta de vagones adaptados a las vías férreas, de garantizar el transporte a través de cientos de kilómetros de carreteras en el peor estado implican, para el ejército alemán, un desgaste del equipamiento y un gasto de gasolina que amenazan con hacer disminuir peligrosamente sus reservas irremplazables de combustible y de caucho. Sabemos que el estado mayor alemán ha reunido reservas de gasolina para 3 meses. Es necesario que una campaña de 3 meses le permita acabar con la resistencia del comunismo soviético, restablecer el orden en Rusia bajo un nuevo régimen y reanudar nuevamente la explotación de todas las riquezas naturales del país y, en particular, los yacimientos del Cáucaso. Sin embargo, sin importarle si él mismo tendrá algo que comer mañana, el ruso incendia sus propias cosechas con lanzallamas, vuela con explosivos sus propias aldeas, destruye sus propios medios de transporte, sabotea sus propias fuentes de recursos».
- 2. El peligro de una derrota alemana (que Berard explica detalladamente) obligaba a los amos de Francia a unirse a otro protector, que ya no era el imperialismo «continental» por el que habían optado desde la «Reconciliación» de los años 1920. Al hallarse ante un viraje que resultaba imposible, «en los próximos meses», habría que pasar convenientemente de la hegemonía alemana a la estadounidense, que ya se percibía como inevitable. Porque «Estados Unidos, que ya salió de la guerra de 1918 como único vencedor, lo será más aún al final del actual conflicto. Su poderío económico, su alta civilización, su cantidad de población, su influencia creciente en todos los continentes, el debilitamiento de los Estados europeos que podían rivalizar [con Estados Unidos] implican que, pase lo que pase, el mundo tendrá que someterse en las próximas décadas a la voluntad de Estados Unidos» [13]. O sea, desde julio de 1941, Berard ya diferenciaba al futuro vencedor militar soviético –vencedor que el Vaticano identificó claramente poco después [14] y que quedaría exhausto debido a la guerra alemana de desgaste– del «único vencedor», por su «poderío económico», que, al igual que en la guerra anterior, aplicaría en aquel conflicto la «estrategia periférica».
La «estrategia periférica» y la Pax Americana contra la URSS
Desde antes de la era imperialista, y también puede decirse que a partir de ella, Estados Unidos, que desde los tiempos de la sumisión del sur agrícola (esclavista) al norte industrial nunca sufrió una ocupación extranjera ni ningún tipo de destrucción en su propio suelo, había destinado su ejército permanente a la realización de misiones tan implacables como fáciles de llevar a cabo: liquidación de los pueblos autóctonos, imposición de su propia dominación a vecinos débiles («el traspatio» latinoamericano) y asegurar la represión interna. Para garantizar la expansión imperial, la consigna del defensor del imperialismo Alfred Mahan –desarrollar perennemente la marina de guerra– fue enriquecida por sus sucesores con las mismas reglas adaptadas a la aviación [15]. Sin embargo, debido al modesto volumen de sus fuerzas terrestres, Estados Unidos no disponía de la capacidad necesaria para intervenir en un conflicto europeo. Después de garantizar la victoria a través de otro país, que ponía la «carne de cañón» («canon fodder»), Estados Unidos despliega a última hora sus tropas para ocupar el territorio a controlar. A partir de entonces, el control se ejerce desde bases aeronavales en el exterior y las del norte de África se agregan a las británicas a partir de noviembre de 1942 [16].
En 1914, la Triple Entente (Francia, Inglaterra, Rusia) había distribuido entre sus miembros la acción militar que, debido a la retirada rusa, finalmente recayó sobre todo sobre Francia. Pero durante la Segunda Guerra Mundial fue la URSS la que asumió sola aquel papel en una guerra estadounidense que, según el estudio secreto de la Junta de Jefes del Estado Mayor Conjunto [de Estados Unidos] (Joint Chiefs of Staff o JCS) fechado en diciembre de 1942, se fijaba como norma «ignorar las consideraciones de soberanía nacional» de los países extranjeros.
En 1942-1943, la JCS
sacó del conflicto que estaba teniendo lugar (y del anterior) la conclusión de que la próxima guerra tendría «los bombarderos estratégicos americanos [estadounidenses] como espina dorsal» y que, [actuando] como simple «instrumento de la política americana, un ejército internacional» a cargo de las tareas secundarias (las misiones terrestres) «internacionalizaría y legitimaría el poderío americano»
y elaboró la interminable lista de bases de postguerra a través de todo el mundo, incluyendo las colonias de los «aliados» (JCS 570). Nada podría conducirnos a «tolerar restricciones a nuestra capacidad de hacer estacionar y operar la aviación militar en y sobre ciertos territorios bajo soberanía extranjera», decidió el general Henry Arnold, jefe del estado mayor de la US Air Force en noviembre de 1943 [17].
La «guerra fría», al convertir la URSS en «ogro soviético» [18], daría rienda suelta a las confesiones sobre la táctica destinadas a disponer del uso de la «carne de cañón» de los aliados (momentáneos) en función de los objetivos de los «bombardeos estratégicos americanos». En mayo de 1949, con el Pacto Atlántico ya firmado (el 4 de abril), Clarence Cannon, presidente de la Comisión de Finanzas de la Cámara de Representantes (House Committee on Appropriations), glorificó los costosísimos «bombarderos terrestres de gran ataque capaces de transportar la bomba atómica que “en 3 semanas habrían pulverizado todos los centros militares soviéticos”» y se regocijó por la «contribución» que aportarían nuestros «aliados […] enviando los jóvenes necesarios para ocupar el territorio enemigo después de que nosotros lo hayamos desmoralizado y liquidado con nuestros ataques aéreos. […] Ya seguimos ese plan durante la última guerra» [19].
Así lo mostraron los historiadores estadounidenses Michael Sherry y Martin Sherwin: fue la URSS, instrumento militar de la victoria, la que fue blanco simultáneo de las futuras guerras de conquista, y no el Reich, a pesar de que este último había sido oficialmente designado como «enemigo de las Naciones Unidas». Para comprender por qué podemos recurrir a la lectura de William Appleman William, uno de los fundadores de la «escuela revisionista» (progresista estadounidense. Su tesis [20] sobre «las relaciones americano-rusas de 1781 a 1947» (1952) demostró que el imperialismo estadounidense no toleraba ningún tipo de limitación a su esfera de influencia mundial, que la «guerra fría», que en realidad comenzó en 1917 y no en 1945-1947, no se basaba en consideraciones ideológicas sino económicas y que la rusofobia estadounidense databa de la era imperialista [21].
«El arreglo [ruso-estadounidense], cobarde e informal, […] se había roto debido a los derechos de paso de las redes ferroviarias [rusas] del sur de Manchuria y del este chino entre 1895 y 1912.»
—fin del mensaje nº 1—
artículo escrito por Annie Lacroix-Riz (Profesora de historia contemporánea en la universidad Denis-Diderot -París VII-)
A lo largo de 70 años ha venido construyéndose un mito de que los anglosajones liberaron Europa. Sin embargo, como recuerda la profesora Annie Lacroix-Riz, la prioridad de Washington y de Londres no era la lucha contra el nazismo sino contra el comunismo. Así que no fueron las tropas de Estados Unidos las que derrotaron el Reich sino, ante todo, los soldados soviéticos del Ejército Rojo.
publicado en RED VOLTAIRE - julio de 2014
en el foro se publica en 3 mensajes
El triunfo del mito sobre la liberación de Europa por las tropas estadounidenses
En junio de 2004, en ocasión del 60º aniversario del «desembarco aliado» en Normandía, a la pregunta «¿Cuál es, en su opinión, la nación que más contribuyó a la derrota de Alemania?», el instituto francés de sondeos de opinión mostró una respuesta exactamente contraria a la que se había recogido en mayo de 1945: en 2004, el 58% de las personas consultadas estimó que había sido Estados Unidos, contra sólo un 20% en 1945, mientras que un 20% se pronunciaba por la URSS, contra un 57% en 1945 [1].
Desde la primavera hasta el verano de 2004 se había repetido constantemente que entre el 6 de junio de 1944 y el 8 de mayo de 1945, los soldados estadounidenses habían recorrido Europa «occidental» para devolverle la independencia y la libertad que la ocupación alemana le había arrebatado y que se veía en peligro ante el avance del Ejército Rojo hacia el oeste. No se mencionaba el papel de la URSS, víctima de aquella «muy espectacular [inversión de los porcentajes registrada] con el tiempo» [2].
En 2014, la 70ª edición del desembarco de Normandía promete ser mucho peor en cuanto a la presentación de los «Aliados» que protagonizaron la Segunda Guerra Mundial, en plena campaña de infundios contra el anexionismo ruso en Ucrania y en otras partes [3].
La leyenda fue progresando junto con la expansión estadounidense en el continente europeo, planificada en Washington desde 1942 y puesta en práctica con ayuda del Vaticano, tutor de las zonas católicas y administrador –antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial– de la «esfera de influencia “occidental”» [4].
Dirigido junto a la RFA, aunque también compitiendo con ella, y posteriormente con la Alemania reunificada, el avance estadounidense hacia el este alcanzó un ritmo desenfrenado a partir de la «caída del muro de Berlín», en 1989, llegando a pulverizar los «objetivos de guerra» que Moscú había proclamado en julio de 1941 y alcanzado en 1944 (recuperación de los territorios perdidos en 1939-1940) y en 1945 (adquisición de una zona de influencia que debía dominar el antiguo «cordón sanitario» de Europa central y oriental, vieja vía germánica para invadir Rusia [5]. El proyecto estadounidense avanzaba tan rápidamente que Armand Berard, diplomático en Vichy y posteriormente –después de la liberación de Francia– consejero de la embajada en Washington (en diciembre de 1944) y más tarde en Bonn (en agosto de 1949) llegó a predecir en febrero de 1952 que
«los colaboradores del canciller [Adenauer] consideran en general que el día que América [Estados Unidos] sea capaz de alinear una fuerza superior, la URSS se prestará a un arreglo en el que abandonará los territorios de Europa central y oriental que actualmente domina» [6].
Las predicciones al estilo de Casandra de Armand Berard, que en aquellos tiempos parecían descabelladas, se han visto sobrepasadas por la realidad que estamos viviendo en mayo-junio de 2014: la antigua URSS, reducida desde 1991 al territorio que hoy conocemos como Rusia, se ve amenazada desde su puerta ucraniana.
La hegemonía ideológica «occidental» que acompaña esa Drang nach Osten [7] se ha visto favorecida por el tiempo transcurrido desde la época de la Segunda Guerra Mundial. Antes de la Debacle, «la opinión francesa» se había visto «embaucada por las campañas “ideológicas”» que presentaban a la URSS como el lobo y al Reich como el cordero. La gran prensa, propiedad del capital financiero, había convencido a la opinión pública francesa de que abandonar al aliado checoeslovaco bastaría para garantizar una paz duradera. «Esa anexión será y no puede ser más que el preludio de una guerra que se hará inevitable, y al cabo de cuyos horrores Francia se verá en peligro de ser derrotada, desmembrada y sometida al vasallaje de lo que pueda quedar del territorio nacional como Estado aparentemente libre», había advertido –sólo 2 semanas antes de Munich– otra predicción al estilo de Casandra, proveniente del Estado Mayor del ejército [8]. Engañada y traicionada por sus propias élites, «Francia» vivió el destino previsto. Pero sus obreros y empleados, que entre 1940 y 1944 perdieron el 50% de sus salarios y entre 10 y 12 kilogramos de peso corporal [debido a las privaciones], ya no se dejaron tanto «embaucar por las campañas “ideológicas”».
Cierto es que percibieron las realidades militares después que los «medios bien informados». Pero, con el paso de los meses fueron cada vez más numerosos los que seguían en los atlas y los mapas de la prensa colaboracionista lo que sucedía en el «frente oriental». Y comprendieron que la URSS, que desde julio de 1941 reclamaba en vano la apertura en el oeste de un «segundo frente» que aligerase su martirio, estaba cargando sola con el peso de la guerra. El «entusiasmo» que despertó en ellos la noticia del desembarco anglo-estadounidense en el norte de África (el 8 de noviembre de 1942) se había «apagado» para la siguiente primavera: «Hoy todas las esperanzas se vuelven hacia Rusia, cuyos éxitos llenan de alegría a toda la población […] Cualquier propaganda del partido comunista se ha hecho innecesaria […] la comparación demasiado fácil entre la inexplicable inacción de unos y el heroico accionar de los otros augura días difíciles para quienes se inquietan por el peligro bolchevique», subraya un informe de abril de 1943 destinado al BCRA [9] gaullista [10].
Si bien era difícil engañar a las generaciones que aún conservaban el recuerdo de la guerra, hoy en día es muy fácil engañar a las generaciones que no vivieron el conflicto. A la desaparición paulatina de los testigos y actores de la guerra se agrega el derrumbe del movimiento obrero radical.
El Partido Comunista Francés (PCF), que al final de la ocupación alemana era conocido en Francia como «el partido de los fusilados», informó durante mucho tiempo y mucho más allá de sus filas sobre las realidades de aquel conflicto. Pero lo que hoy queda del PCF aborda mucho menos ese tema en su propia prensa, que a su vez está a punto de desaparecer, e incluso prefiere dedicarse más bien a rasgarse las vestiduras sobre el pasado «estalinista» contemporáneo de sus propios combatientes de la Resistencia. La ideología dominante, ya libre de un serio obstáculo, se ha vuelto hegemónica en ese terreno, al igual que en otros.
Los sectores académicos ya no se oponen sino que más bien se asocian a la intoxicación reinante en la prensa escrita y audiovisual, e incluso a través del cine [11]. Y es importante destacar el hecho que largometrajes como el film de ficción Salvar al soldado Ryan y el documental Apocalipsis no abordan los preparativos ni objetivos del desembarco del 6 de junio de 1944.
La Pax Americana, vista por Armand Berard en julio de 1941
Mucho antes del «viraje» de Stalingrado –en enero-febrero de 1943–, las élites franceses ya habían percibido las consecuencias que tendría para Estados Unidos la situación militar que resultaba de la «resistencia […] feroz del soldado ruso». Fiel testimonio de ello es el informe –fechado a mediados de julio de 1941– que el general Paul Doyen, presidente de la delegación francesa ante la Comisión alemana de armisticio de Wiesbaden, hizo redactar a su colaborador diplomático Armand Berard [12]:
- 1. La Blitzkrieg había muerto. «El giro que han tomado las operaciones» contradecía el pronóstico de los
«dirigentes [del] III Reich [que] no habían previsto una resistencia tan feroz del soldado ruso, un fanatismo tan apasionado de parte de la población, una guerrilla tan extenuante en la retaguardia, ni pérdidas tan serias, un vacío tan total ante el invasor, ni tampoco dificultades tan considerables en materia de abastecimiento y de comunicaciones.
Las gigantescas batallas de tanques y aviones, la necesidad, a falta de vagones adaptados a las vías férreas, de garantizar el transporte a través de cientos de kilómetros de carreteras en el peor estado implican, para el ejército alemán, un desgaste del equipamiento y un gasto de gasolina que amenazan con hacer disminuir peligrosamente sus reservas irremplazables de combustible y de caucho. Sabemos que el estado mayor alemán ha reunido reservas de gasolina para 3 meses. Es necesario que una campaña de 3 meses le permita acabar con la resistencia del comunismo soviético, restablecer el orden en Rusia bajo un nuevo régimen y reanudar nuevamente la explotación de todas las riquezas naturales del país y, en particular, los yacimientos del Cáucaso. Sin embargo, sin importarle si él mismo tendrá algo que comer mañana, el ruso incendia sus propias cosechas con lanzallamas, vuela con explosivos sus propias aldeas, destruye sus propios medios de transporte, sabotea sus propias fuentes de recursos».
- 2. El peligro de una derrota alemana (que Berard explica detalladamente) obligaba a los amos de Francia a unirse a otro protector, que ya no era el imperialismo «continental» por el que habían optado desde la «Reconciliación» de los años 1920. Al hallarse ante un viraje que resultaba imposible, «en los próximos meses», habría que pasar convenientemente de la hegemonía alemana a la estadounidense, que ya se percibía como inevitable. Porque «Estados Unidos, que ya salió de la guerra de 1918 como único vencedor, lo será más aún al final del actual conflicto. Su poderío económico, su alta civilización, su cantidad de población, su influencia creciente en todos los continentes, el debilitamiento de los Estados europeos que podían rivalizar [con Estados Unidos] implican que, pase lo que pase, el mundo tendrá que someterse en las próximas décadas a la voluntad de Estados Unidos» [13]. O sea, desde julio de 1941, Berard ya diferenciaba al futuro vencedor militar soviético –vencedor que el Vaticano identificó claramente poco después [14] y que quedaría exhausto debido a la guerra alemana de desgaste– del «único vencedor», por su «poderío económico», que, al igual que en la guerra anterior, aplicaría en aquel conflicto la «estrategia periférica».
La «estrategia periférica» y la Pax Americana contra la URSS
Desde antes de la era imperialista, y también puede decirse que a partir de ella, Estados Unidos, que desde los tiempos de la sumisión del sur agrícola (esclavista) al norte industrial nunca sufrió una ocupación extranjera ni ningún tipo de destrucción en su propio suelo, había destinado su ejército permanente a la realización de misiones tan implacables como fáciles de llevar a cabo: liquidación de los pueblos autóctonos, imposición de su propia dominación a vecinos débiles («el traspatio» latinoamericano) y asegurar la represión interna. Para garantizar la expansión imperial, la consigna del defensor del imperialismo Alfred Mahan –desarrollar perennemente la marina de guerra– fue enriquecida por sus sucesores con las mismas reglas adaptadas a la aviación [15]. Sin embargo, debido al modesto volumen de sus fuerzas terrestres, Estados Unidos no disponía de la capacidad necesaria para intervenir en un conflicto europeo. Después de garantizar la victoria a través de otro país, que ponía la «carne de cañón» («canon fodder»), Estados Unidos despliega a última hora sus tropas para ocupar el territorio a controlar. A partir de entonces, el control se ejerce desde bases aeronavales en el exterior y las del norte de África se agregan a las británicas a partir de noviembre de 1942 [16].
En 1914, la Triple Entente (Francia, Inglaterra, Rusia) había distribuido entre sus miembros la acción militar que, debido a la retirada rusa, finalmente recayó sobre todo sobre Francia. Pero durante la Segunda Guerra Mundial fue la URSS la que asumió sola aquel papel en una guerra estadounidense que, según el estudio secreto de la Junta de Jefes del Estado Mayor Conjunto [de Estados Unidos] (Joint Chiefs of Staff o JCS) fechado en diciembre de 1942, se fijaba como norma «ignorar las consideraciones de soberanía nacional» de los países extranjeros.
En 1942-1943, la JCS
sacó del conflicto que estaba teniendo lugar (y del anterior) la conclusión de que la próxima guerra tendría «los bombarderos estratégicos americanos [estadounidenses] como espina dorsal» y que, [actuando] como simple «instrumento de la política americana, un ejército internacional» a cargo de las tareas secundarias (las misiones terrestres) «internacionalizaría y legitimaría el poderío americano»
y elaboró la interminable lista de bases de postguerra a través de todo el mundo, incluyendo las colonias de los «aliados» (JCS 570). Nada podría conducirnos a «tolerar restricciones a nuestra capacidad de hacer estacionar y operar la aviación militar en y sobre ciertos territorios bajo soberanía extranjera», decidió el general Henry Arnold, jefe del estado mayor de la US Air Force en noviembre de 1943 [17].
La «guerra fría», al convertir la URSS en «ogro soviético» [18], daría rienda suelta a las confesiones sobre la táctica destinadas a disponer del uso de la «carne de cañón» de los aliados (momentáneos) en función de los objetivos de los «bombardeos estratégicos americanos». En mayo de 1949, con el Pacto Atlántico ya firmado (el 4 de abril), Clarence Cannon, presidente de la Comisión de Finanzas de la Cámara de Representantes (House Committee on Appropriations), glorificó los costosísimos «bombarderos terrestres de gran ataque capaces de transportar la bomba atómica que “en 3 semanas habrían pulverizado todos los centros militares soviéticos”» y se regocijó por la «contribución» que aportarían nuestros «aliados […] enviando los jóvenes necesarios para ocupar el territorio enemigo después de que nosotros lo hayamos desmoralizado y liquidado con nuestros ataques aéreos. […] Ya seguimos ese plan durante la última guerra» [19].
Así lo mostraron los historiadores estadounidenses Michael Sherry y Martin Sherwin: fue la URSS, instrumento militar de la victoria, la que fue blanco simultáneo de las futuras guerras de conquista, y no el Reich, a pesar de que este último había sido oficialmente designado como «enemigo de las Naciones Unidas». Para comprender por qué podemos recurrir a la lectura de William Appleman William, uno de los fundadores de la «escuela revisionista» (progresista estadounidense. Su tesis [20] sobre «las relaciones americano-rusas de 1781 a 1947» (1952) demostró que el imperialismo estadounidense no toleraba ningún tipo de limitación a su esfera de influencia mundial, que la «guerra fría», que en realidad comenzó en 1917 y no en 1945-1947, no se basaba en consideraciones ideológicas sino económicas y que la rusofobia estadounidense databa de la era imperialista [21].
«El arreglo [ruso-estadounidense], cobarde e informal, […] se había roto debido a los derechos de paso de las redes ferroviarias [rusas] del sur de Manchuria y del este chino entre 1895 y 1912.»
—fin del mensaje nº 1—
Última edición por Chus Ditas el Dom Jul 06, 2014 6:59 pm, editado 1 vez