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    División del trabajo: Consolidación de tipologías sexuales opuestas - tomado de Hacia una ciencia de la Liberación de la mujer, de Isabel Larguía y John Dumoulin

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    Chus Ditas
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    Mensaje por Chus Ditas Sáb Jul 12, 2014 12:37 pm

    División del trabajo: Consolidación de tipologías sexuales opuestas

    Fuente: Hacia una ciencia de la Liberación de la mujer, de Isabel Larguía y John Dumoulin

    División del trabajo y propiedad privada son términos idénticos: uno de ellos dice referido a la esclavitud, lo mismo que el otro, referido al producto de, ésta. - Carlos Marx y Federico Engels: La ideología alemana

    Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes... Por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase, la clase dominante, son también las que confieren el papel dominante a sus ideas (Ibídem]

    Así, Aristóteles dijo:
    «Es una ley general que existen elementos naturalmente dominantes y elementos naturalmente dominados... el gobierno del hombre libre sobre el esclavo es un tipo de dominio; el del hombre sobre la mujer es otro...»

    Y Napoleón Bonaparte:
    «La naturaleza quiso que las mujeres fuesen nuestras esclavas... son nuestra propiedad... nos pertenecen, tal como un árbol que pare frutas pertenece al granjero... la mujer no es más que una máquina para producir hijos.»

    Jean Jacques Rousseau:
    «Toda la educación de la mujer debe referirse al hombre. Complacerlo, serle útil, hacerse amar y honrar por él, educarlo cuando joven, cuidarlo cuando adulto, aconsejarlo, consolarlo y hacerle la vida dulce y agradable. Estos son los deberes de las mujeres en todo momento y lo que debe caracterizarlas desde
    su más tierna infancia.»

    P. J. Moebius:
    «Si las capacidades femeninas se desarrollan en el mismo grado que las del varón, sus órganos maternales sufrirían y tendríamos un híbrido repulsivo e inútil.»

    Juan XXIII:
    «Dios y la naturaleza dieron a la mujer diversas labores que perfeccionan y complementan la obra encargada a los hombres.»

    A continuación, la ciencia burguesa produjo numerosas teorías destinadas a probar la inferioridad biológica de la mujer. Del mismo modo en que la esclavitud, el imperialismo y el fascismo dieron lugar a la elucubración de innumerables teorías seudo-científicas tendientes a demostrar la inferioridad de los pueblos oprimidos y a justificar su genocidio, sicoanalistas, biólogos, médicos, sociólogos y antropólogos elaboraron un número impresionante de teorías destinadas a mantener a la mujer «en su lugar».

    Las tipologías sexuales radicalmente opuestas que conocemos hoy son el producto de la división del trabajo. Si bien se asientan en diferencias biológicas obvias, sobre las mismas se ha erigido, en el curso de la historia, una vasta superestructura cultural por la cual se fomenta el desarrollo en la mujer y en el hombre no sólo de tipos físicos sino de rasgos de temperamento, carácter, inclinaciones, gustos y talentos que se suponen biológicamente inherentes a cada sexo. Se consideran como características sexuales secundarias, inamovibles, fatales y ahistóricas.

    Carlos Marx, glosando a Adam Smith, escribió:
    «La diferencia entre un portero y un filósofo son menores que entre un galgo y un perro policía; la brecha entre ellos existe por medio de la división del trabajo.»
    «La diferencia de talentos naturales entre distintos individuos no es tanto la causa como el efecto de la división del trabajo.»

    Si por un momento fuéramos capaces de liberarnos de todos los prejuicios y de la experiencia personal distorsionada que ha configurado nuestra ideología del sexo, advertiríamos que las tipologías contrapuestas que hoy conocemos no se deben tanto a las diferencias biológicas básicas como a la obra milenaria de la división del trabajo.

    A través de la historia de la sociedad de clases, la tarea fundamental de la mujer fue la producción de la fuerza de trabajo. En este largo proceso se desarrollaron e implantaron las estructuras jurídicas y los rasgos culturales que mejor convenían a esta situación. La moral, la legislación y la cultura, consolidan y apuntalan las tipologías opuestas masculinas y femeninas.
    Se hizo a la mujer responsable de la continuidad de la especie, pasando por alto la coparticipación del hombre. Correlativamente, surgió la creencia en la incapacidad de la mujer para realizar tareas «pesadas», «peligrosas» o «de responsabilidad".

    Mientras en la tipología femenina clásica la conducta reproductora es determinante, en la masculina aparece como principal el trabajo para el intercambio y la defensa jurídica y militar de los bienes creados-.

    Los cánones de conducta cristalizados a través de milenios predeterminan de manera absoluta la formación educacional y el destino social del nuevo ser humano según nazca varón o mujer. La formación de la niña, especialmente en las sociedades subdesarrolladas y entre las clases explotadas, la inhibe de realizar juegos y competencias violentos, perjudicando su desarrollo físico y caracterológico. Toda curiosidad por la mecánica, por los instrumentos de trabajo, le es prohibida.

    Circunscrita a los estrechos límites del hogar, el primer e inevitable regalo que recibe una niña es la
    tradicional y bobalicona muñeca (¿por qué no se le regala una subametralladora o un juego de carpintero?), con su habitual ajuar de cacerolitas, sillitas, escobitas, costureritos, cepillitos y espejitos. Junto con estos tempranos objetos de juego, recibe un largo decálogo de prohibiciones tendiente a crearle temor a la investigación, al mundo exterior, a la familia.

    Se insiste igualmente en transformarla en un elemento decorativo, bonito, «femenino», creando en ella desde temprano la convicción de que ha nacido para agradar por medio del sexo y no para actuar por medio del trabajo. Estos hechos condicionan todas sus fuerzas creativas hacia la reproducción de la especie y la reproducción privada de la fuerza de trabajo. De niños, tanto el hombre como la mujer reciben, en miniatura, los instrumentos que utilizarán de grandes. Su ejercicio permanente los conforma y condiciona en uno u otro sentido, tanto física corno síquicamente. De este modo, la secreta división del trabajo queda asegurada; el cimiento de la sociedad de clases inalterado, por el reclutamiento temprano de fuerza de trabajo invisible.

    La cultura de clases —la poesía, la novela, la música popular, los medios de comunicación masivos, los hábitos y costumbres— proseguirá la obra minuciosa y devastadora del primer ámbito infantil. Prisionera de un patrón antropológico asfixiante, la mujer verá desviar inevitablemente sus mejores energías creadoras hacia una hipertrofiada cultura del amor y la reproducción. Al llegar a la edad adulta, la mujer será objetivamente un ser atrofiado, que se considera a sí misma como un subproducto humano. La escala de valores de la que ha sido provista y a la que se adhiere desesperadamente en un mundo que es hostil a su desarrollo pleno, la convence de que su promoción social sólo puede provenir del empleo de sus características y rasgos sexuales. De la mujer clásica se requiere la mansedumbre, la pasividad, la abnegación y el terror patológico a la independencia. Nuestro mundo occidental y cristiano sabe asfixiar con lazos de seda. No hace falta achicarles los pies a nuestras niñas. Basta con crearles inhibiciones monstruosas, basta con provocar la muerte de la audacia, la energía y la curiosidad que conduce a la investigación.

    Se crean así las cadenas internas que definen a la mujer como conservadora, como insegura, como cobarde para iniciar una lucha franca por su plena liberación. Aun rechazando la mística tradicional femenina y el fardo de la cultura de clases, aún cuando asuma la lucha revolucionaria, tenderá siempre a buscar la aprobación de una autoridad masculina superior. Este cúmulo de «virtudes» que le enajenan a la mujer su condición humana y que se agrupan bajo el seudónimo social de femineidad, son las que mejor convienen a la reposición privada de la fuerza de trabajo.

    Del hombre joven se espera exactamente lo contrario. En el futuro trabajador visible se estimula al máximo el desarrollo de la fuerza física —desarrollo que en la mujer se reprime— de la inteligencia y de la audacia para el combate, características que se agrupan bajo el desgastado slogan de «virilidad». Un lastimoso ejemplo del contraste provocado por la división del trabajo, son las figuras públicas con las cuales en el capitalismo se bombardea a los hombres y a las mujeres para su emulación e identificación respectivas: el señor Presidente y Marilyn Monroe. La existencia de una moral dualista sanciona en las relaciones cotidianas la opresión del hombre sobre la mujer. Esta moral requiere: del hombre, la demostración de una agresividad sexual que en algunas sociedades deviene obsesiva; y de la mujer, la correspondiente provocación masoquista. La ideología nacida de la oposición macho-hembra, encuentra su expresión costumbrista en la falsa galantería y en los piropos callejeros, destinados a inculcarle a la mujer la convicción de que no es más que el objeto de la apropiación masculina.

    Lo que la mujer corriente no alcanza a mentalizar es que esta apropiación no se ejerce sólo sobre su «belleza», sobre su «ser poético e ideal», sino que esta apropiación tiene como fin último la confiscación de su fuerza de trabajo invisible mediante el contrato matrimonial.

    El romanticismo se constituyó en la más formidable cortina de humo que pudo segregar la historia para ocultar la explotación de la fuerza de trabajo esclava. El regordete Cupido que revoloteaba en torno de nuestras abuelas, fue en realidad el más efectivo gendarme al servicio de la propiedad privada.

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    Mensaje por Chus Ditas Vie Ago 15, 2014 10:31 pm

    «Hacia una ciencia de la Liberación de la mujer», libro de Isabel Larguía y John Dumoulin, está publicado en el foro en:

    Hacia una ciencia de la liberación de la mujer - libro de Isabel Larguía y John Dumoulin, basándose en el marxismo - difundido por la Universidad Central de Venezuela - formato pdf

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