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    Los transgénicos son un instrumento de dominación del imperialismo - artículo de Juan Manuel Olarieta Alberdi - julio 2014 - en los mensajes, artículo relacionado

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    Chus Ditas
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    Mensaje por Chus Ditas Vie Ago 01, 2014 8:08 pm

    Los transgénicos son un instrumento de dominación del imperialismo

    artículo de Juan Manuel Olarieta Alberdi - julio 2014

    Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, vuelvo a la carga, o sea, a dar la carga. La noticia es la siguiente: Rusia acaba de prohibir totalmente los transgénicos basándose en que su consumo es nocivo para la salud, según han demostrado los científicos de la Academia de Ciencias rusa. No voy a citar fuentes científicas ni no-científicas. Lo que quiero destacar ahora de manera telegráfica son varias aspectos de la noticia que me parecen relevantes en todo este debate, lo mismo que en otros parecidos.

    El primero es que como los científicos que han demostrado la nocividad del consumo de alimentos transgénicos son rusos, sus investigaciones científicas van a pasar desapercibidas porque para la "ciencia" actual las únicas investigaciones que existen son las que se originan en los laboratorios de Estados Unidos y países cómplices suyos. No es la primera vez que esto ha ocurrido y no sólo ha ocurrido con Rusia, sino con científicos de otros países, como Francia el año pasado (sin ir más lejos).

    He escrito lo de "ciencia" entre comillas por lo siguiente: porque no es tal ciencia sino ideología dominante, que en este caso no es la de una clase social sino la de una potencia mundial: por medio de los transgénicos Estados Unidos intenta imponer unas determinadas concepciones políticas e ideológicas (imperialistas) acerca de ellos como si fueran ciencia de verdad.

    El segundo aspecto es que en los transgénicos, lo mismo que en las habitaciones, hay cuatro paredes que forman una única habitación, pero que en los debates aparecen desconectados entre sí:

    a) la primera es una pared ecológica, es decir, los efectos que pueden causar en la naturaleza los seres vivos modificados genéticamente

    b) la segunda es médica: los efectos que pueden causar los alimentos transgénicos sobre aquellos que los consumen, es decir, que la salud de las personas está en manos de monopolios agroalimentarios cuyo objetivo es ganar dinero (a costa de lo que sea y especialmente a costa de la salud de las personas)

    c) el tercer aspecto es criminal: la estafa más vieja del mundo que consiste en dar gato por liebre, es decir, que compras una cosa y te venden otra distinta sin informarte, o sea, que los transgénicos no están etiquetados como tales de manera que el consumidor pueda elegir

    d) el cuarto es el imperialismo, o como se dice ahora, la hegemonía: éste es el aspecto que voy a desarrollar.

    Los monopolios de cualquier tipo intentan dominar un mercado y los monopolios agroalimentarios tratan de dominar la agricultura mundial. Los que no hemos creído nunca en el neoliberalismo añadimos además: a través de los monopolios dominan las potencias imperialistas que los sostienen.

    Algunos quieren quitar hierro al asunto y dicen: eso pasa con todos los sectores económicos, los monopolios agroalimentarios en nada se diferencian de los demás. Es erróneo: podemos prescindir del móvil pero no de un mendrugo de pan. Por lo tanto, para todos los países del mundo la agricultura es un sector estratégico. Ahora a eso le llaman "soberanía alimentaria" en el Tercer Mundo, pero hay algo más; no se trata sólo de los países sino de que la superviviencia física de millones de seres humanos depende de dos cosas:

    a) la primera de que suceda algo imposible: que se mantengan las formas actuales de agricultura, es decir, las formas agrarias anticuadas, autárquicas, lo cual no va a suceder porque en todo el mundo la expansión del capitalismo es inexorable

    b) que se imponga su contrario (dialéctica), la revolución socialista, que es la única alternativa con futuro para el campesinado, o sea, para la inmensa mayoría de la humanidad; esto es lo que sí va a suceder en todo el mundo inexorablemente

    Ya lo explicó Marx en "El Capital", lo volvió a explicar Kautski en "La cuestión agraria", lo repitió Rosa Luxemburgo en "La acumulación de capital" y por enésima vez Lenin volvió sobre el mismo asunto en sus primeros escritos: en todos los países del mundo la agricultura ha sido el último sector económico en ser sometido al capitalismo, lo cual ha permitido sobrevivir a la mayor parte de la humanidad que de otra forma hubiera sido aniquilada por la expansión del capitalismo. El "retraso" de la agricultura ha favorecido formas autárquicas de producción y subsistencia que hoy están amenazadas por las multinacionales agroalimentarias.

    El imperialismo de Estados Unidos está tratando de sostener su hegemonía de varias formas, entre ellas imponiendo un determinado desarrollo de las fuerzas productivas en la agricultura, especialmente las patentes sobre semillas y los transgénicos, de tal manera que el campesinado que hoy es autosuficiente deje de serlo y pase a depender de las empresas comercializadoras, que son monopolios de Estados Unidos (en su inmensa mayoría).

    Hay países, como Francia y Rusia, que se oponen a esa hegemonía y, por lo tanto, son los países en los que la ciencia presenta un aspecto radicalmente opuesto a la "ciencia" que nos llega de Estados Unidos, que es la única que algunos conocen y reconocen como tal. De ahí el cariz canallesco de las lecciones impartidas en España en algunos cursos universitarios de genética, de agrónomos o de medicina. Realmente repugnante.

    El lector se dará cuenta de que la ciencia está muy cerca de la ideología y a causa de ello es posible que padecezca dos tentaciones simétricas (dialécticas) casi irresistibles: unos dirán que la ciencia no existe, que todo es ideología ("nada es verdad ni es mentira, todo es del color del cristal con que mira"); otros incurrirán en el vicio opuesto para sostener que todo es ciencia, que la ciencia no tiene nada que ver con la ideologia, ni con el capitalismo, ni con las clases sociales...

    Ahora mismo en algunos Estados de Estados Unidos, como California, está en marcha una campaña popular a favor de la celebración de un referéndum para que los transgénicos se etiqueten, es decir, sobre el aspecto criminal de este asunto. Dialécticamente las multinacionales en los medios (que son sus medios) han desatado su propia campaña para contrarrestar a la anterior (lucha de contrarios). Dicha campaña consiste en preguntar lo siguiente: ¿acaso un asunto científico se puede someter a referéndum?, ¿tiene el mismo valor el voto de un experto que el de un ignorante que no ha sido capaz de aprobar los exámenes del instituto?

    Como véis un debate apasionante... apasionantemente fascista. Es otro intento de que mantengamos la boca cerrada. Nuestra opinión no vale nada. Nosotros no podemos tener una opinión distinta de la que nos aconsejen los expertos, los que saben de estas cosas. Lo que nos corresponde a la chusma como nosotros es lo siguiente:

    a) convencernos a nosotros mismos de que somos unos ignorantes y que estamos mejor calladitos
    b) aprender a obedecer, a decir que sí sin rechistar: los expertos saben lo que se traen entre manos

    Voy a dejar para más adelante unas declaraciones repugnantes de un "científico" español (del CSIC) que se ha burlado de nosotros diciendo lo siguiente: hace tiempo que las multinacionales agroalimentarias están engañando al mundo entero al vender transgénicos sin etiquetar que todos hemos consumido. Seguimos vivitos y coleando. No pasa nada. Los transgénicos no son nocivos para nuestra salud.

    Es otro ejemplo de lo cercanos que están algunos "científicos" al imperialismo y a la criminalidad. Hacen apología de un delito como la estafa. Comprendo que es difícil separar a esa "ciencia" de una estafa vulgar y corriente, pero hay que seguir intentándolo.
       


    Última edición por Chus Ditas el Vie Ago 01, 2014 8:10 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por Chus Ditas Vie Ago 01, 2014 8:09 pm

    Las ilusiones del sueño biotecnológico

    artículo de Juan Manuel Olarieta Alberdi - julio de 2014

    Un estudiante de biotecnología responde al artículo sobre los transgénicos afirmando, entre otras cosas, que yo he recurrido a la manipulación, aunque no dice en dónde está la misma, quizá porque opina que todo el artículo no es más que una manipulación. Naturalmente que por mi parte sostengo que no he manipulado ni una sola línea, y voy mucho más allá: como vivimos en un mundo de manipulaciones, bajo ninguna circunstancia el lector debe aceptar la más mínima manipulación y, por consiguiente, si alguien advierte una manipulación en cualquier autor o cualquier medio, debe denunciarlo pública y claramente como tal. ¡Hasta ahí podíamos llegar!

    El estudiante ha leído con demasiada precipitación el artículo, pues dice que yo no he demostrado "con seguridad" que los alimentos transgénicos sean nocivos. Naturalmente: no puedo demostrar algo que no he dicho porque no constituía el objeto del artículo. Lo que sucede es que, como buen estudiante de biotecnología, él quiere llevar la polémica a ese terreno. No se preocupe: habrá ocasión para ello, pero no por ahora.

    Luego dice que le hubiera gustado que yo hubiera incluido más referencias, pero es que no he incluido ninguna y lo he dicho desde el principio: "No voy a citar fuentes científicas ni no-científicas", entre otras razones porque tampoco era ese el objeto del artículo.

    Su réplica acoge varios tópicos erróneos, propios de la (de)formación científica que imponen las universidades, como una supuesta necesidad que surgirá en el futuro de mejorar las técnicas de cultivo en el socialismo para cubrir las necesidades alimenticias de la población. Pues bien, en todo el mundo la deficiente alimentación es consecuencia única y exclusivamente de algo que no enseñan en las facultades de agrónomos, ni en las de biotecnología: el capitalismo. Por consiguiente, el remedio no es técnico (agrario, químico o biotecnológico) sino económico, político y social. En este punto la respuesta realmente científica no la han hallado las universidades sino el movimiento obrero, que desde hace 150 años lleva exigiendo el socialismo frente al hambre y la desnutrición de los explotados (que son los que la padecen, no lo olvidemos).

    En el asunto de los transgénicos, lo mismo que en otras polémicas políticas disfrazadas de ciencia, mi interés primordial no está ni en las consecuencias ecológicas, ni en las sanitarias, sino en otros aspectos que el autor de la respuesta deja apuntadas de pasada porque las da por buenas, y para mi no lo son. Como ambas me parecen muy importantes porque conciernen a la esencia misma del marxismo (y por lo tanto de la ciencia), aprovecharé la oportunidad para exponer otra vez mi punto de vista.

    A diferencia de la ideología burguesa, el marxismo enseña a adoptar siempre dos actitudes sin las cuales no hay manera de avanzar en ningún terreno, ni político, ni económico, ni social, ni cultural. Las dos actitudes son infantiles y absolutamente científicas. Por lo demás, son más viejas que la tos, por más que estén empeñados en que las olvidemos.

    La primera es que, como dijo Engels, la esencia del marxismo consiste en preguntar siempre por qué cansinamente, igual que los niños. En general a todas las ciencias, tal y como se explican hoy en las universidades españolas, en general, hay que reprocharles lo que Marx decía de la teoría economica burguesa: que "parte de aquello que debía explicar"(1). Por su posición de clase en la sociedad a la burguesía sólo le interesa el cómo; a nosotros, además de eso, nos interesan las razones últimas de todo, y si no las conocemos no paramos hasta que las encontramos.

    Hay quien se conforma pasivamente con lo que le dan, por ejemplo, con las explicaciones de un profesor de biotecnología o con lo que dice un manual de la asignatura. Los marxistas procedemos de otra manera: buscamos, indagamos y preguntamos. Eso es exactamente lo que significa la palabra "investigar" que es la esencia de la ciencia y que exige una actitud activa, iniciativa propia. También se le llama "profundizar" en lo que ocurre y luchar contra los argumentos superficiales que, como decía Descartes, no son más verdaderos que "las ilusiones de mis sueños" (2).

    La segunda actitud científica es la negación: lo mismo que los niños, los marxistas decimos que no cuando la mayoría claudica y dice que sí. Pero no sólo los marxistas: la negación es un principio dialéctico que forma parte del método científico desde hace muchos siglos. Basta leer lo que decía Francis Bacon en 1600, que a algunos les recordará sorprendentemente a Engels: "Todo lo que puede nuestra inteligencia, se reduce a proceder primeramente por negaciones y llegar en último término a las afirmaciones, hechas previamente todas las exclusiones necesarias"(3).

    La actitud de negación (crítica o antítesis) es aún más importante que la de preguntar, porque si los marxistras nos hacemos preguntas que otros no se hacen es porque no admitimos (o sospechamos) que las respuestas que nos ofrecen no son solventes. Nosotros (y los científicos de verdad) somos inconformistas: no tenemos por demostradas esas "ilusiones de los sueños" que a otros les bastan y sobran.

    No voy a entrar aquí en una teoría de la demostración científica. Lo que sí voy a apuntar es algo que me está pareciendo cada vez más importante en los debates: que toda demostración exige lo que los juristas llaman "la carga de la prueba". ¿Quién es el que tiene que demostrar? No me refiero a la persona sino a la tesis: ¿qué es lo que hay que demostrar? Cuando pedimos a alguien que nos demuestre algo es porque no estamos de acuerdo con lo que está afirmando. En caso contrario no se lo exigiríamos. Por lo tanto, el que pide una demostración ya tiene tomada una posición al respecto, aunque no se aperciba de ello.

    Las demostraciones no son simétricas en ninguna ciencia. No es lo mismo demostrar una tesis que una antítesis o tesis contraria, lo cual tiene múltiples aspectos, pero si hablamos de la salud de los explotados pondré como ejemplo lo que los nutricionistas llaman "principio de precaución": con la salud de las personas no se debería jugar. Antes de aprobar un alimento que se va a consumir en masa es necesario tener cuidado. Por lo tanto, lo que hay que demostrar no es si los transgénicos son perjudiciales sino lo contrario. Por lo tanto, quien debe demostrarlo es el fabricante, no el consumidor.

    Las demostraciones no son simétricas porque un monopolio, por pequeño que sea, tiene muchas más posibilidades que yo de demostrar cualquier cosa. Nadie debería admitir (y menos en nombre de la ciencia) que por enésima vez los que tienen la sartén por el mango le den la vuelta a la tortilla para imponer a los demás la prueba de algo que sólo ellos deberían demostrar, como exige el estudiante, "con seguridad". ¿Por qué nadie exige a los monopolios que demuestren que lo que nos venden como exquisita liebre de campo no es, en realidad, más que un gato callejero?

    Como quienes tienen la sartén por el mango plantean el debate al revés (para eso manejan la sartén) y dado que se niegan en rotundo a etiquetar sus transgénicos, es decir, dado que me están engañando, estoy con la mosca detrás de la oreja, empiezo a hacer preguntas y a decir que no. Para que me convenzan de lo contrario los monopolistas deberán empezar por dejar de darme gato por liebre.

    No es sólo un problema de transparencia o etiquetado. La ocultación demuestra que hay gato encerrado no sólo con lo que nos venden en el supermercado sino con los terrenos que se cultivan con semillas transgénicas. No tengo por qué consumir un salmón transgénico como si fuera natural, pero si tengo una huerta tampoco tengo por qué admitir que los cultivos transgénicos del vecino contaminen los míos.

    La desconfianza se puede multiplicar tanto como uno quiera, pero especialmente cuando el objetivo de una empresa capitalista no es mi salud sino su propio lucro, es decir, que gana dinero a mi costa y, además, no me cuenta (toda) la verdad.

    Mi mosqueo no para de crecer en todos y cada uno de los aspectos que observo: ¿por qué las revistas "de referencia" como Nature o Science no publican artículos científicos en contra de los transgénicos?, ¿acaso no existen o los censuran?, ¿no hay polémica?, ¿no valen para nada los experimentos rusos?, ¿saben más los científicos estadounidenses que los rusos? La prohibición de los transgénicos por parte de Rusia, ¿es infundada?, ¿es arbitraria? Así lo ha sostenido una estúpida página web de esas que defienden a la "ciencia" de todos los peligros habidos y por haber, al tiempo que critican las "atrocidades" del castrismo en Cuba (4). Todo lo que no está conforme con ellos no es ciencia. La ciencia son ellos.

    Pero no es sólo Rusia. También Suiza ha impuesto una moratoria sobre los transgénicos (5) y recientemente el ejército nigeriano y el chino los han prohibido en el rancho de sus tropas, e incluso en el aceite de cocina (6). ¿Eso no demuestra nada? La pregunta no debe dirigirse sólo sobre los motivos de esa prohibición sino también sobre lo siguiente: es evidente que a esos Estados les importa un bledo la salud de sus ciudadanos. En cambio sí se preocupan por sus ejércitos, y para evitar que sean diezmados por la comida, o sea, para salvaguardar su poderío militar, prohiben los transgénicos en la alimentación de los soldados. De ahí yo deduzco lo siguiente: si se preocuparan por los civiles lo mismo que por los militares, la prohibición se generalizaría.

    El enésimo engaño es que la mayor parte de las revistas especializadas están aparentando que en la ciencia no hay una polémica sobre los transgénicos (ni sobre nada), lo cual es falso. Por lo tanto, pregunto: ¿quién es realmente el que manipula?, ¿acaso no está poniendo el mundo al revés, quien puede hacerlo, es decir, quien tiene el poder para hacerlo y la desfachatez de acusar de manipulación al bando contrario?

    No desviemos la atención ni nos engañemos con la ciencia: las semillas transgénicas de Monsanto suponen ya el 80 por ciento del maíz y el 93 por ciento de la soja cultivada en Estados Unidos y aspiran a alcanzar esa misma proporción en todo el mundo, o sea, a poner al mundo entero a sus pies. De eso (y no de otra cosa) hablaba mi "manipulador" artículo.

    (1) Marx, Manuscritos: filosofía y economía, Madrid, 1968, pg.104.
    (2) Descartes, Discurso del método, Barcelona, 1980, pg.120.
    (3) Bacon, Novum Organum, Barcelona, 2002, pg.106.
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