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    La dialéctica está por todas partes - artículo de Juan Manuel Olarieta Alberdi - julio 2014 - en los mensajes, artículo relacionado

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    Chus Ditas
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    Mensaje por Chus Ditas Vie Ago 01, 2014 8:19 pm

    La dialéctica está por todas partes

    artículo de Juan Manuel Olarieta Alberdi - julio 2014

    En un foro comunista uno de los participantes abre un hilo para exponer que a pesar de que los marxistas afirman que las contradicciones están por todas partes, él no es capaz de verlas, sin embargo, en una piedra que hay tirada en un camino. A mi ocurre lo mismo cuando me asomo al balcón de mi casa: veo pasar a la gente por la calle pero no se quiénes son. Para encontrar la dialéctica en una piedra hay que saber qué es la dialéctica. Cuando en un camino te encuentras con alguien a quien conoces le saludas, pero pasas de largo en caso contrario. Lo mismo ocurre con la dialéctica. Pasamos de largo ante ella porque no sabemos lo que es.

    Para reconocer a la dialéctica hay que ver las cosas en movimiento porque donde hay movimiento hay contradicciones y, por lo tanto, dialéctica. Dado que todo está en movimiento, la dialéctica está por todas partes. Si estamos rodeados por ella deberíamos ser capaces de verla. Si no es así es porque no la conocemos: o no sabemos lo que es o no vemos que todo está en movimiento.

    En el caso de la piedra, que nos parece como algo inerte, sin movimiento, se me ocurre que su composición atómica es consecuencia de una larga transformación a lo largo del tiempo, como tantos otros compuestos químicos. Por ejemplo, es muy posible que antiguamente esa piedra estuviera compuesta de elementos radiactivos inestables que con el tiempo han modificado su composición atómica hasta convertirse en estables, bien entendido que esa estabilidad es relativa, es decir, que a pesar de las apariencias sigue siendo inestable, que sigue cambiando como consecuecia del viento o la lluvia u otros fenómenos físicos, químicos, geológicos o de otro tipo.

    La radiactividad es un fenómeno típicamente dialéctico, una contradicción que se produce en el núcleo de los átomos de determinados elementos químicos entre los protones y los neutrones, por la cual dicho elemento se transforma en otro distinto. Lo que ocurre es que la radiactividad no se ve a simpe vista y da la impresión de que la piedra no está cambiando.

    "Mientras contemplamos las cosas como en reposo -escribió Engels en el Anti-Dühring- cada una para sí, junto a las otras y tras la otras, no tropezamos ciertamente con ninguna contradicción en ellas". A su vez, si no somos capaces de analizar las cosas en movimiento es como consecuencia de una larga tradición metafísica, es decir, como consecuencia de una deformación intelectual que es típica de la cultura occidental, a diferencia de la oriental.

    Pero padecemos otra deformidad aún más característica: tenemos la estúpida creencia de suponer que la cultura occidental es toda la cultura, la cultura por antonomasia, mientras que las concepciones orientales las tomamos por exóticas, curiosas e irrelevantes. Donde en China ven contradicciones por todas partes, nosotros no somos capaces de ver nada.

    Además de ignorancia, lo nuestro es pura soberbia intelectual que, con el tiempo, no ha hecho más que crecer y desarrollarse, por lo que vivimos en medio de la estupidez y disfrutamos con ella. Por eso es costumbre burlarse de la dialéctica y considerarla como una reliquia de la que sólo se acuerdan los marxistas. Desprecian la dialéctica aquellos que no saben lo que es.

    El ejemplo más conocido es el de Dühring, que consideraba la contradicción como un contrasentido que tenemos que rechazar porque es ilógico o incoherente. Lo mismo que Dühring han repetido otros autores, como el jurista austriaco Hans Kelsen o el filósofo Karl Popper. En la cultura occidental todo conocimiento que se precia de ser científico empieza por el principio de no-contradicción, es decir, desde el principio tiene la voluntad de no incurrir en contradicciones, de tal manera que si, a pesar de ello las contradicciones aparecen, hay que rechazar la teoría por incoherente.

    No voy a entrar ahora a criticar un punto de partida (el repudio de las contradicciones) que carece de justificación, es decir, a preguntarle a un científico algo que parece una obviedad: ¿por qué rechaza Usted las contradicciones desde un principio? ¿En qué se fundamenta? Lo que sí quiero poner de manifiesto es algo que me parece mucho más importante: aún en el supuesto de que las contradicciones se intenten rechazar, reaparecen igualmente, lo cual demuestra que ninguna ciencia puede prescindir de ellas.

    El ejemplo más clamoroso fue el intento que desde finales del siglo XIX se llevó cabo para axiomatizar la matemática, fundamentándola en la lógica, es decir, en el principio de no-contradicción. El intento "fracasó" porque las no- contradicciones produjeron contradicciones.

    Pero resulta aún más curioso recordar lo que le ocurrió a Niels Bohr cuando propuso los fundamentos de la Mecánica Cuántica. Entonces muchos físicos le dijeron que los postulados de aquella teoría eran contradictorios, lo cual parecía obvio. Bohr no fue capaz de encontrar ninguna explicación, hasta que durante un viaje a China se topó con una frase de Heráclito que a partir de entonces se convirtió en el lema que defendió toda su vida: Contraria sunt complementaria. Para el físico danés no había otra manera de explicar algo tan moderno como la Mecánica Cuantica que la dialéctica: los contrarios forman una unidad, son complementarios.

    Con la dialéctica siempre nos topamos con una contradicción. Por un lado están aquellos que se burlan de Engels diciendo que los ejemplos que pone para explicarla son simplones, banales y ridículos. A esos tipejos les ocurre lo mismo que a Monsieur Jourdain, que era tan ignorante que no sabía que hablaba en prosa. Como la dialéctica es tan corriente, se pueden ejemplos tan sencillos que los vemos por todas partes, o deberíamos y, desde luego, podemos entenderlos a la perfección. Pero para los listillos las cosas nunca pueden ser simples ni sencillas; hay que complicarlas.

    El otro polo de la contradicción está en aquellos que dicen: ciertamente la dialéctica está por todas partes, pero hay una manera más sencilla de explicar los fenómenos. Es típica del positivismo anglosajón, lo que pasa es que esas personas también les ocurre lo mismo que a Monsieur Jourdain: no saben que están defiendo una ideología (no una posición científica) y que la misma les lleva a otra contradicción: a tratar de explicar un fenómeno dialéctico de una manera no-dialéctica.

    Los que no gustan de las contradicciones viven en medio de una contradicción, y a los demás nos pasa lo mismo.
       


    Última edición por Chus Ditas el Vie Ago 01, 2014 8:22 pm, editado 1 vez
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    Mensaje por Chus Ditas Vie Ago 01, 2014 8:21 pm

    La dialéctica es el álgebra de la revolución

    artículo de Juan Manuel Olarieta Alberdi - julio 2014

    Le agradezco sinceramente a Eduardo Rojas el nuevo comentario que escribe, que me anima a volver a la carga sobre el mismo asunto. Para mi no es ninguna molestina sino un estímulo que, además, me ayuda a aclararme a mí mismo y espero que también contribuya a aportar algo a los lectores.

    No puedo ahora entrar ahora a responder a cada uno de los aspectos que aborda, aunque espero hacerlo en un futuro próximo porque creo que son interesantes. No obstante, me gustaría dejar apuntadas al menos algunas cosas. La primera es que sus comentarios sí son un ataque directo y frontal al materialismo y a Engels. Cuestión distinta es que no sea consciente del alcance de sus afirmaciones, algo bastante frecuente que podríamos calificar como el síndrome Monsieur Jourdain que padecemos todos los seres humanos (unos más que otros) por el hecho de ser humanos, o sea, por el hecho de ser inconscientes (al menos en parte).

    La conciencia, decía Lenin, es un grado, y yo añado de mi cosecha: y la inconsciencia también es un grado. Lo que ocurre es que los marxistas, como la mayor parte de los seres humanos, hablan mucho de la conciencia, muy poco de la inconsciencia, casi nada de la subconsciencia y aún queremos ir mucho más allá para no hablar absolutamente nada de la ciencia.

    Si algún lector cree que esto es juego de palabras se equivoca rotundamente: la ciencia es una parte de la conciencia y quien no quiere hablar de ciencia tampoco quiere hablar de conciencia. Pues bien: una revolución no es posible sin conciencia; luego tampoco es posible sin ciencia. El marxismo no es más que una ciencia de la revolución; su conciencia.

    La segunda observación que quiero exponer es que, en efecto, Lenin no leyó la "Dialéctica de la naturaleza" ni muchas otras cosas de las que hoy disponemos, lo mismo que los comunistas de habla hispana no pudieron leer "El Capital" porque no se tradujo hasta hace apenas 40 años, lo cual no les impidió dirigir importantes batallas contra el capitalismo, como la guerra civil en 1936 o la revolución cubana en 1959. Muchos otros, la mayoría, siguen hoy sin leer "El Capital" y eso no les convierte en menos revolucionarios que a los que sí lo han hecho.

    Si como dice Rojas los militantes revolucionarios no utilizan la dialéctica para avanzar hacia el socialismo, pueden suceder dos cosas: o bien no son tan revolucionarios como ellos creen (y así nos luce el pelo), o en caso contrario, si son auténticos revolucionarios padecen el síndrome Monsieur Jourdain: no saben que hablan dialéctica.

    Como el aire que respiramos, la dialéctica -repito- está en todas partes. Todo el mundo hace uso de ella cotidianamente. Ese no es el problema. El problema es hacer un uso consciente de ella.

    Como Monsieuer Jourdain todos los seres humanos hacemos cosas que no sabemos lo que son y nos quedamos sorprendidos cuando empezamos a saberlo. Como máximo sabemos el funcionamiento de las cosas. Yo he aprendido a golpear las teclas del ordenador, a borrar las errores ortográficos de mis escritos y a leer un correo electrónico. Pero no tengo ni idea de informática, no se lo que es un algoritmo matemático, ni el álgebra de Boole. Eso no me autoriza a afirmar que el álgebra de Boole no es necesaria para que yo escriba esto y los lectores lo puedan leer. Cada vez que arranco el ordenador, estoy utilizando el álgebra de Boole y no me entero, o sea: no soy consciente de ello.

    Lo mismo ocurre con las revoluciones. Como dijo el gran revolucionario ruso Herzen, la dialéctica es el álgebra de la revolución. Por lo tanto, un revolucionario la está utilizando cada minuto del día (si es un revolucionario de verdad). La cuestión es siempre misma: si lo hace consciente o inconscientemente. Para que el lector entienda que no es juego de palabras voy a poner algunos ejemplos banales al más puro estilo Engels.

    Como creo que todos, yo aprendí a nadar sin necesidad de leer ningún manual de instrucciones. Lo mismo me ocurrió con la bicicleta. No tenía ni idea de las razones por las cuales mi cuerpo flota en el agua, ni tampoco por qué es capaz de mantener el equilibrio sobre dos ruedas. No se lo que es el Principio de Arquímedes, ni soy capaz de calcular el centro de gravedad de las masas. No se lo que hago pero lo hago inconscientemente, como la mayor parte de las cosas que todos hacemos en la vida, porque la vida es sobre todo eso: práctica.

    Con los años he practicado la natación, un monitor me enseñaba la manera correcta de nadar más y mejor. También se que hay gente profesionalizada que compite en la natación como en el ciclismo. Se entrenan para ello diariamente. Incluso hay quien lo estudia, hay manuales, centros especializados de educación física, han aparecido las ciencias biomecánicas, la medicina deportiva... En resumen: a pesar de que para nadar y correr en bicicleta no hace falta leer ni saber nada, también hay quien lo hace conscientemente, practica, se entrena y estudia. Son una minoría de atletas.

    Pues bien, traslademos eso a la revolución: las revoluciones las hacen las masas, la inmensa mayoría de ellas ni siquiera han oido hablar nunca de dialéctica, pero están al cabo de la calle. Además de ellas hay una minoría de atletas de la revolución, profesionales que dedican a ella su vida y sus energías, que estudian, que se entrenan, que discuten, es decir, que hacen lo mismo que hacen las masas, pero conscientemente: sabiendo lo que hacen.

    Esto ya lo explicó Spinoza, uno de los verdaderos "padres fundadores" del materialismo moderno. A su manera, Lenin dijo lo mismo cuatro siglos después: además de las masas, la revolución también tiene sus profesionales entrenados para ella. Hacen lo mismo que las masas, pero lo hacen conscientemente, y una conciencia sólo es verdadera cuando se sostiene sobre la ciencia.


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