Si uno explora mínimamente en las páginas de los partidos rivales que componen el FIT y de otras organizaciones parecidas, encuentra una repetición de los mismos métodos, ataques repetidos de un partido al otro mediante difamaciones. Esto se explica por una lógica aparatista, por los intereses de la mini burocracia de cada grupo, y por el estado de indigencia intelectual de una miltancia concebida como peonada.
Si además uno se toma el trabajo de hablar con militantes de algunas décadas atrás, podrá enterarse de los pormenores pintorescos, cuando la intimidación verbal no surte el efecto deseado, se recurre a las patotas, como experimentaron compañeros del MAS en su disgregación, del PO en sus fracturas, para no hablar de las ejecuciones dentro de las corrientes militarizadas.
Si se busca un poco más en internet, también se encuentra que la violencia se repite en partidos trotskistas de Inglaterra: el problema es internacional, y una vez más, remite al carácter burocrático de estos "partidos", que no pueden asimilar la reflexión teórica, puesto que ésta amenaza la posición de privilegio de sus dirigentes.
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CAMPAÑA DE FIRMAS CONTRA LA DIFAMACIÓN DE LA QUE ES VÍCTIMA EL CAMARADA FERNANDO ARMAS
(1) Fundamento de mi pedido:
Compañeras y compañeros:
Ante un proceso de escisión de algunos compañeros que militaban en el PO de Salta (a saber, el “laboratorio del Partido Obrero, según Jorge Altamira), Alejandro Guerrero escribe el extenso documento que enviamos en el bloque (3) de este correo electrónico.
El mismo se basa para su desarrollo en polemizar con la segunda edición del folleto de mi autoría “Partido Obrero: qué clase de partido, o partido de qué clase”, que puede ser consultado en nuestra página web: www.pormasas.com.ar
El documento de Guerrero, así como el documento que fundamenta la separación de un joven compañero de la UJS de Salta, será paciente y rigurosamente respondido por nuestra organización, como un trabajo colectivo, con el objetivo de elevar el nivel político de los importantes temas en debate.
Pero justamente para lograr dicho objetivo, y para limpiar el campo revolucionario de la cizaña de la intriga, de la desconfianza y de la mentira, me pareció impostergable pedirle a todos los que conocen mi trayectoria un pronunciamiento inequívoco contra una acusación que transpone los límites de clase.
Efectivamente, una cosa es recibir el mote de “cobarde”, “reformista”, “fracasado”, etc. Es parte de la caracterización subjetiva de quien acusa, y el fundamento puede estar dentro de los límites de la polémica política. Pero la acusación de ser un provocador al servicio del Gobernador Romero de Salta, requiere, para ser sustentada, de algo más que de una amalgama especulativa: requiere de pruebas. Es decir, no alcanza con amalgamar: Romero ataca al PO de Salta. Armas ataca al PO de Salta. Ergo, Armas agente de Romero.
¿En qué posición política del CC-POR sustenta Alejandro Guerrero tamaña acusación? Sabiendo él que el proceso fraccional del PO de Salta es previo a mi conocimiento, ¿cuál es el elemento probatorio que permitiría inferir siquiera que los compañeros Marcelo Guerrero y Raúl Belmont puedan ser “agentes de Romero”? ¿O acaso Alejandro Guerrero aplica la misma lógica de Stalin para con Trotsky, a quien acusó de ser “agente del Imperialismo” por sus críticas al proceso de burocratización de la URSS?
Es notable que, integrando uno de los organismos más importantes del Partido Obrero (nada menos que el Comité de Redacción de Prensa Obrera) Alejandro Guerrero se haya largado solo a montar esta difamación. Su documento no está sustentado por ningún organismo del PO. No hacemos especulaciones al respecto. Sí exigimos de la militancia del PO, desde su Comité Central para abajo, que firme el texto que proponemos en el cuerpo (2) de este correo electrónico. Han pasado casi 20 años desde mi expulsión del Partido Obrero. Ni en esa oportunidad ni nunca después ningún militante del PO osó acusarme de ningún cargo que implicara que yo hubiera transpuesto las fronteras de clase. Por algo será.
Finalmente, quiero decir que esta campaña que lanzo en mi defensa me excede. Tenemos que expurgar de la clase obrera, de la intelectualidad revolucionaria, e incluso del movimiento auténticamente democrático, la calumnia y la difamación como recursos políticos. No sólo por la confusión que crean y el halo de desconfianza que desarrollan, sino porque operan como velo, como taparrabos, para intentar esconder la fenomenal desnudez ideológica y política de sus autores. Espero sinceramente la solidaridad en defensa de mi integridad moral revolucionaria, que en verdad, es en defensa propia de todo aquel que entienda que los cambios sociales son impensables sin el debate franco, la crítica dura pero honesta, y las pasiones inevitables que la causa de la humanidad genera.
Fernando Armas
(2) Texto para firmar y hacer firmar
Los abajo firmantes, militantes políticos, sociales, sindicales, culturales, estudiantiles y de derechos humanos, así como también ciudadanos defensores de las libertades democráticas, repudiamos la acusación mentirosa y difamatoria contra Fernando Armas, contenida en el título y en el texto de un documento de Alejandro Guerrero, miembro del Comité de Redacción de Prensa Obrera, órgano del Partido Obrero.
A lo largo de 10 páginas de ese documento, el autor no ofrece ninguna prueba que sostenga tamaña acusación.
Efectivamente, independientemente de nuestras opiniones y posiciones políticas, afirmamos que es completamente falso y por lo tanto calumnioso decir que “Fernando Armas (sea) un provocador al servicio del Gobierno Salteño”.
(3) Documento de Alejandro Guerrero
22/03/2007
FERNANDO ARMAS
Introducción aclaratoria
Mi nombre es Alejandro Guerrero, soy miembro del Comité de Redacción de Prensa Obrera.
Ingresé en la TERS en 1972 y, en el curso de ese mismo año, en Política Obrera. Antes había militado dos años en la Federación Juvenil Comunista, uno de ellos en prisión.
En 1984, la crisis que me produjo la transformación de Política Obrera en Partido Obrero, mal resuelta, hizo que saliera de la organización. Hoy, la propia dialéctica política hace que pueda considerar completamente saldadas aquellas diferencias o dudas, originadas, precisamente, por el antiguo debate entre “partido de masas” o “partido de cuadros”. Estoy convencido de que el Partido Obrero es una síntesis revolucionaria de ambos conceptos. Me reincorporé en 2002, al ver en la práctica la actuación del partido en las Asambleas Populares, movimiento del cual fui parte desde su comienzo.
Tras mi salida del PO, milité cinco años en el Partido Obrero Revolucionario de Bolivia, conducido por Guillermo Lora, hasta que fui detenido, torturado y deportado.
De regreso en la Argentina y aún bajo la disciplina del POR boliviano, cometí el que considero, como digo en este trabajo, el peor de los varios errores políticos de mis muchos años de militancia: ingresé en la secta vegetativa que se dio en llamar “comité constructor” de un pretendido partido revolucionario. Allí estuve con el doctor Fernando Armas, dedicado desde hace veinte años a organizar pequeñas y oscuras conspiraciones contra el Partido Obrero, sin construir absolutamente nada.
Ese conocimiento personal y político de Armas me obliga a abordar la desagradable tarea de responder a sus nuevas maniobras contra el partido, que intenta desarrollar ahora en Salta.
No se trata de darle a un intrigante la importancia que no tiene —ninguna en su caso— sino de cumplir mi deber de defender al partido contra todo intento de provocación y de introducir en él cizañas y confusiones, y tengo en cuenta que ésas son las especialidades de Armas. Con ellas intenta reemplazar la capacidad militante de la cual carece.
Veamos, pues, quién es este señor.
CARTA ABIERTA A UN COBARDE
RESPUESTA A FERNANDO ARMAS, PROVOCADOR AL SERVICIO DEL GOBIERNO SALTEÑO
Contra toda una larga costumbre he decidido, doctor Armas, contestarle en primera persona, puesto que, en el mayor de los varios errores políticos cometidos por mí en 38 años de militancia, he trabajado con usted en el llamado “comité constructor” de un pretendido partido revolucionario. Conozco, por tanto, al pequeño e insignificante proyecto de monstruo que es usted por haber pertenecido al comité central y al comité ejecutivo de esa secta que jamás llegó a existir, simplemente porque no merecía la existencia ni se proponía ganarse el derecho a ella.
Abandono el tuteo para dirigirme a usted, doctor Armas, porque ese trato implica un grado de confianza que no deseo en modo alguno tener con una persona de sus características políticas y personales.
Usted es un mentiroso, un charlatán, un incapaz profundamente cobarde. Ni siquiera es un fracasado en el intento de construir una herramienta política revolucionaria porque jamás, por lo menos desde su salida del Partido Obrero, ha intentando usted construirla. No se puede fracasar en lo que no se intenta, ni ser vencido en una lucha que no se libra. En ese sentido, permanece usted imbatido.
Usted es un faccionalista vocacional y así le ha ido, a usted y a su grupo, puesto que el absurdo número de integrantes de vuestro “comité constructor” no ha impedido que, en veinte años de vida vegetativa, se produjeran allí expulsiones, fracturas y fracciones de diversa índole, al punto que en determinado momento llegaron a publicarse tres periódicos con el mismo nombre, todos los cuales reclamaban para sí el título de “comité constructor” oficial.
Pero vamos por partes.
Por supuesto, conozco la vida interna de la regional salteña del partido por lo publicado en boletines internos y en el periódico partidario. Pero sé que el desarrollo político del partido en esa provincia tiene que ser necesariamente complejo, por tratarse de una organización cuyo trabajo de años explotó más o menos rápidamente hasta hacerle conquistar posiciones políticas clave, y ha pasado a formar parte de la vida y la historia de las masas en lucha de Salta. Un partido que se ve obligado a desarrollar una actividad parlamentaria intensa —esto es, en el estómago del enemigo—, a transformar esas bancas en herramientas de organización y combate y, al mismo tiempo y sobre todo, mantener su presencia dirigente en cada combate popular.
En esa complejidad intenta usted, doctor Armas, encontrar resquicios para ayudar al gobernador Romero en el objetivo que se le ha hecho obsesión, igual que a usted: fisurar al Partido Obrero.
En ese intento, al igual que Romero, sí está usted condenado al fracaso, no sólo por su condición de inútil sino porque, como queda dicho, el PO ya es parte del pueblo de Salta. Es usted un infame cuando sostiene que nuestro partido sólo aparece en la provincia cuando hay elecciones: es algo que no podría usted repetir ante ningún luchador salteño, pertenezca o no al partido, sin pasar un mal momento. Esto es: sus diatribas, doctor, no se dirigen a las masas ni podrían dirigirse a ellas. Sólo apuntan sin apuntar —son tiros a la oscuridad— hacia el interior del PO, a ver si algún ingenuo “pica”. Especula usted con la posibilidad de disponer de un auditorio de ignorantes más ignorantes que usted, lo cual no es poco decir.
Usted dedica la “segunda edición” de su folleto (cuya primera edición casi nadie conoció) “a los mártires de Política Obrera asesinados por la Triple A y la dictadura genocida”. Esa parte de su dedicatoria, doctor, produce asco, porque aquellos camaradas vivieron y lucharon hasta la muerte, que no buscaron pero de la que tampoco huyeron —cosa que usted demostró una y mil veces ser incapaz de hacer— por la causa de la revolución, no por las mezquindades que le hacen reptar a usted desde hace veinte años en busca de algún recoveco en el PO para introducir allí su cizaña.
Llama más la atención la segunda parte de su dedicatoria, destinada a todos los que rompieron —salvo uno, el más obtuso— con usted y su grupúsculo. No es casual que usted considere su “maestro” a Adolfo G., quien, tras romper con el partido en 1986 porque se le negó una renta que no le correspondía, se ha dedicado desde entonces —¡hace 21 años!— a discutir en soledad con su propia computadora, a manifestar una ignorancia completa —no puede siquiera explicar qué entiende el marxismo por proletariado— y, en cuanto ingresó en una lucha de camarillas contra usted en defensa de su propio lugar en la secta (una secta no cumple función social alguna y sólo conoce, por eso mismo, pugnas internas por el papel de cada uno dentro de ella), usted no dudó en expulsar a su “maestro” de la manera más burocrática y canallesca que he visto en mi vida (y he visto muchas) ¿Recuerda usted aquella parodia de “congreso” en Rosario, allá por 1992, al cual llegó al extremo de llevar gente armada porque temía que su “maestro” quisiera forzar su ingreso en las sesiones? Es una pena que no permanezcan testigos, porque de los “delegados” a ese “congreso”, designados por usted a dedo, no queda con usted absolutamente nadie.
Se debe reconocer, cierto es, que Adolfo G., después de ser expulsado por usted, intentó trabajar en el movimiento de las Asambleas Populares que usted ignoró por completo, como hizo siempre con cada convulsión de masas. Adolfo ingresó en las Asambleas con el único propósito de denigrar al movimiento piquetero en alianza con el PTS —no pudo hacerlo con usted, que sostenía la misma posición, porque el “comité constructor” no tenía un solo activista en ese movimiento histórico— y para tratar de perturbar al PO.
Fracasado en un propósito y en el otro, Adolfo se reincorporó al “comité constructor” de vuestra propiedad —el propietario del “comité constructor” 2 (o 1, no sabemos), es Ramón Basko, con quien usted se ha peleado por razones que poco tienen que ver con la política— y, apenas dos meses después, su “maestro”, doctor, le organizó a usted otra fracción —la enésima del “comité constructor”— y se fue con cinco o seis “militantes”. Se debe admitir que, a pesar de vuestra insignificancia, siempre han tenido ustedes miembros suficientes para romperse por lo menos un par de veces al año.
Personalmente, tomo conocimiento por la “segunda edición” de su folleto, doctor Armas, de sus “fugaces amoríos” con el PTS, la LOI-CI, la LBI brasileña y, ahora, el CRI de Francia (tampoco conocía yo la existencia de los dos últimos) ¿No le parece, doctor, demasiada promiscuidad tantos “amoríos fugaces”?
En cambio, suena más importante el que usted considera “excesivamente prolongado periodo con el POR boliviano”. Además, me coloco el sayo de haber sido responsable directo y único por el establecimiento de ese vínculo.
En ese punto, corresponde subrayar uno de los aspectos más severos de la autocrítica que me corresponde. A mi regreso de Bolivia, donde milité casi 5 años en el POR dirigido por Guillermo Lora, hasta que por una tontería mía en materia de seguridad me detuvieron, torturaron y deportaron; al regresar a la Argentina en tales circunstancias, decía, cometí un error gravísimo que, tal vez, los trotskistas heredamos hasta cierto punto del propio Trotsky: una confianza ciega en la fuerza de las ideas me condujo a dejar en segundo plano el problema de la organización. Digo esto en el siguiente sentido: recuerdo que ingenuamente deseché la advertencia de una compañera, alejada entonces del partido pero aún políticamente sabia. Cuando le conté que ustedes (transcurría 1987) habían aceptado de pe a pa las bases programáticas del POR boliviano, que mecánicamente yo intentaba trasladar aquí como si fueran una receta, ella me contestó: “En este caso el programa no tiene ninguna importancia, porque un programa, cualquiera que sea, lo llevan a la práctica los militantes y esa gente no sirve para nada, ni para ese programa ni para ningún otro. Del PO se fue lo peor que tenía el partido, una pesadísima bolsa de mugre y vos te la querés poner al hombro. Sos un boludo”.
Esa compañera tenía toda la razón.
Ustedes habían roto con el partido por derecha, lo calificaban de “sectario” por sus críticas al reformismo izquierdista y hasta se negaban a calificar de contrarrevolucionario al PC, decían que el estalinismo no formaba ni podía formar parte de la burocracia sindical (yo venía de un país donde la central obrera, burocrática a rabiar, estaba conducida, precisamente, por los estalinistas).
Ustedes, y usted en particular, aceptó a regañadientes la estrategia de la dictadura del proletariado por puro oportunismo, porque aceptarla era requisito para el vínculo con el POR y el partido boliviano fue lo primero que se les cruzó por el camino, e intentaron —intentamos— usar su prestigio para quebrar el aislamiento. Ese oportunismo era el “maná salvador” que usted dice haber bebido de la mano de Lora.
Ahora despotrica usted contra el “lorismo”, pero ha tomado de Lora lo peor. Cuando usted maniobró para expulsar a su “maestro” Adolfo se respaldó en el silencio cómplice de Lora, quien, a su vez, preparaba en su propio partido la expulsión, burocrática y contraria a estatutos, de Juan Pablo Bacherer y su grupo disidente. Lora descargó contra Juan Pablo acusaciones morales infames sin ofrecer una sola prueba. Por tanto, no podía ni quería alzar la voz contra una canallada igual a la que él mismo se aprestaba a cometer.
Por su parte, Lora, también de manera oportunista, aceptó vincularse con el “comité constructor” porque pensó que encontraría en él una buena distribuidora de sus libros en la Argentina, pero rápidamente se desentendió casi por completo de tal “comité” cuando, con toda razón, comprendió que se trataba de un grupo de inservibles. Esa condición de ustedes está probada por el simple transcurso del tiempo: en veinte años el “comité constructor” no podido construir nada, y no porque le faltaran ocasiones sino por su cobardía política y física, características muy notables en usted como ya veremos.
Lora, a cambio de esa distribuidora frustrada, incumplió una resolución del comité central del POR —organismo que yo integraba—, propuesta por él mismo, de pedir una reunión formal con el PO para discutir un balance de la Tendencia Cuarta Internacionalista (TCI), con el propósito de ponerla otra vez en funcionamiento o, en caso de que así se decidiera, publicar aquel balance en un documento escrito y las razones de la disolución de aquel organismo.
Es más, cuando yo fui deportado, ya en Buenos Aires, pedí a La Paz instrucciones al respecto —esto sucedió en 1987, antes de tomar contacto con ustedes— y se me ordenó postergar todo. Luego, en lo que significaba un verdadero descalabro de organización, y como usted recordará, informé en el ejecutivo del “comité” que yo continuaba bajo la disciplina del POR y a las órdenes del POR, cosa que ustedes, insólitamente, aceptaron de buen grado. Se trató de una violación grosera a los principios del centralismo democrático con el que usted tanto vocifera de la boca hacia fuera, porque el centralismo democrático es incompatible con la doble militancia.
Casi enseguida comencé a recibir instrucciones del CC porista de acentuar el alejamiento y la ruptura respecto del PO. Esto es: Lora había decidido dar una voltereta, desechar un trabajo internacionalista serio en la Argentina e instalar aquí un quiosco propio. En ese caso, mi disciplina partidaria se transformó en ceguera y estupidez, que me hizo cumplir en la práctica la función de provocador contra el partido revolucionario argentino.
Conste, también doy fe, que hasta pocos días antes de mi apresamiento en La Paz, Lora dedicaba al PO diversas críticas políticas, pero, añadía, este partido era “la única herramienta posible” de la revolución en la Argentina, lo cual significa que aquellas críticas bien podían, y hasta debían, debatirse en un organismo internacionalista común.
Usted, doctor, ha bebido en demasía el “maná salvador” del oportunismo de Lora y sigue embriagado con ese brebaje, pero, como no llega usted ni a la suela de los zapatos del dirigente boliviano, no lo ha podido aplicar salvo en las maniobras internas de su escuálida secta. Ahora cree haber encontrado una hendija en el PO de Salta, pero se dará de narices contra una pared. Recuerde: “La realidad es tozuda”, dice Lora.
Pero ¿por qué rompió usted con Lora y dice de él cualquier cosa? En principio, por la política antielectoral de Lora, su abstencionismo histórico, su renuncia a dar la lucha en el plano electoral aunque no siempre ha sido así (en 1949, por ejemplo, el POR, en alianza con la Federación de Mineros, obtuvo dos senadores y diez diputados, entre ellos el propio Lora). Pero usted no rebatía esa posición con argumentos políticos, usted simplemente estaba desesperado por poner al “comité” a juntar firmas que le permitieran legalizarse electoralmente y ser usted mismo candidato.
Se trataba, por supuesto, de otro de sus tantos absurdos, doctor, porque esa tarea estaba infinitamente más allá de las posibilidades del “comité”. Era usted un pequeño burgués electorero con aires jacobinos, pero sobre todo un liquidacionista respecto incluso del propio “comité”, porque embarcar a una organización en una tarea para la cual no le alcanzan las fuerzas ni remotamente, por necesidad la destruye. En aquella ocasión, recuerde, yo mismo lo traté a usted de estúpido, y creo haberme quedado corto.
Pero además, usted señaló, lo cual es cierto, que durante más de diez años el POR boliviano aseguró que había en ese país una “situación revolucionaria”. En verdad resulta imposible que un estado de cosas revolucionario —momento extremo de la lucha de clases— se prolongue indefinidamente en el tiempo. Pero el único argumento usado por usted contra ese análisis del POR fue el siguiente: que en ocasión de un viaje suyo a La Paz, apenas llegado vio una pintada de los obreros de la Cervecería Boliviana en la que respaldaban a su patrón ¿Cómo podía ser, se preguntó usted, que en una situación revolucionaria los trabajadores de una gran fábrica defendieran a la patronal? Ese solo hecho le alcanzó a usted para decidir que Lora se equivocaba.
“La ignorancia es atrevida”, suelen decir los bolivianos. Quizá por eso nadie más atrevido que usted. De manera pedante y soberbia, el solo ver una pintada en una ciudad de un país por completo desconocido para usted, le resultó suficiente para emitir su propio diktat sobre la situación política en ese lugar. Ignorante. Cervecería Boliviana es propiedad de un conocido narcotraficante que usa la fábrica de fachada para lavar dinero, paga a sus obreros salarios espléndidos, muy por encima del costo de vida, y les ha construido un barrio aledaño a la planta con viviendas cuya calidad supera en mucho el nivel paupérrimo de las casas obreras en La Paz. Ese tipo creó así una suerte de aristocracia obrera que se niega incluso a cualquier forma de organización sindical (ni la burocracia puede pisar esa fábrica). Así fue que, aun en la situación indudablemente revolucionaria de marzo de 1985, cuando los mineros ocuparon La Paz a dinamitazos y los campesinos cortaron todas las rutas del país —yo lo he visto, tomé parte directa en esa lucha—; aun entonces, decía, los obreros de la Cervecería Boliviana se mantuvieron fuera del movimiento y, como siempre, defendieron a su patrón. Sin saber nada de eso ni preocuparse por averiguar nada, de una pintada hecha por esa pequeña aristocracia obrera usted extrajo un “análisis” completo de la situación política de todo un país ¿Y usted llama “impresionista” al PO?
Usted, por cierto, no es un “impresionista”: usted es un cobarde. Si Lora ve de continuo situaciones revolucionarias por todas partes, usted no las ve jamás en ningún lado, porque si alguien dice, equivocadamente o no, que se está frente a una situación revolucionaria, le resulta obligatorio pelear. Y usted huye del combate como el gato escaldado escapa hasta del agua fría.
Ahora, vamos un poco a su folleto.
Dice usted: “En los años 1986, 87 y 88 se procesa sin solución de continuidad una crisis en el Partido Obrero de la Argentina. Al terminar de escribir este texto (mayo de 1990) todos los síntomas indican que el proceso aún no ha culminado, y que por el contrario, será prolongado”
No me consta la crisis de aquellos años, porque entonces yo estaba fuera del PO y del país, y militaba, como quedó dicho, en el POR boliviano. Pero ignora usted un principio teórico elemental: un partido revolucionario vive en crisis permanente, precisamente por tratarse de un organismo vivo que actúa en una realidad también viva, en constante movimiento y transformación. Por eso el PO hace su autocrítica por sus errores pero sobre todo por sus aciertos, porque el acierto de hoy puede ser el desastre de mañana. Es decir: está condenado quien se siente a descansar sobre sus logros y éxitos del día, grandes o pequeños. Usted no sufre esa clase de crisis, porque permanece en vida latente dentro de una secta insertada en ninguna parte. Tomamos el término “crisis” en su concepción más estricta: un estado de cosas que no puede permanecer como hasta la víspera.
Ésa, conviene reiterar, es la situación permanente de un partido revolucionario. Por supuesto que “el proceso aún no ha culminado” y por supuesto será “prolongado”, tanto como la vida del partido y sobre todo tras la toma del poder. En otras palabras: así será hasta que la victoria de la dictadura proletaria en el mundo derive un día en la eliminación de las clases, del trabajo asalariado, y al no existir clases pierda sentido la existencia de un partido clasista. En ese momento, dice Marx, empezará la verdadera historia de la humanidad, separada definitivamente del mundo animal. Pero aún falta un tramo para alcanzar ese objetivo, doctor.
En la “conferencia nacional” de 1988 a la que usted hace referencia —una reunión de no más de 30 personas— no hubo delimitación “política y programática” respecto del PO ni de nadie. Yo tomé parte en ese encuentro y observé a viva voz que difícilmente pudiera delimitarse de algo política y programáticamente quien carecía de programa, y cuya política era un simple pliego de demandas sindicales heredadas de los frentes en los cuales habían militado algunos miembros del “comité” procedentes del PO. Es decir, todo estaba por construirse aunque pronto se vería que nadie quería construir nada.
Por eso subsiste, veinte años después, esa “zona gris” que usted señala respecto de la tal “delimitación” del PO. Esa “zona gris” no puede cerrarse porque es la razón de ser de vuestro “comité”. Ustedes viven de forzar críticas al PO, en la mayoría de los casos ridículas y casi siempre, como las suyas, groseramente contradictorias. Si hubiesen podido ustedes elaborar programa propio, siquiera pequeño burgués, reformista, estalinista o lo que fuese, no tendrían necesidad de tal “zona gris” y hace rato habrían dejado de ser “comité” y constituido una organización partidaria. La “zona gris” persiste y persistirá mientras ustedes permanezcan como no tienen otro remedio: encerrados en ustedes mismos. Por la negativa, son ustedes un colgajo corrompido del Partido Obrero, sin cuya existencia perderían ustedes esa capacidad propia de las sectas de sobrevivirse a sí mismas indefinidamente, sobrevivencia sencilla porque no necesitan rendirle cuentas a nadie de sus actos y posiciones. No le eche la culpa a Lora por ser, como usted confiesa, una “secta autoproclamatoria” —usted acusa al PO de ser lo que usted confiesa que son ustedes mismos. Lora es responsable de muchas calamidades sufridas por su propio partido y por la IV Internacional, pero no de ésa. De ésa el responsable es usted y un grupejo de tipos como usted.
Usted habla de la necesidad de “comprender el tiempo histórico, objetivo, en el cual es posible construir una organización revolucionaria a partir de una política acertada de agrupamiento de la vanguardia” ¿Y? ¿Cómo le ha ido? Porque, que sepamos, en dos décadas no ha logrado usted comprender la época, ni aplicar una política real, aunque fuese errónea, y menos agrupar a vanguardia alguna. Jamás pudo usted siquiera organizar un grupo de propaganda, aunque fuese malo. Por el contrario, en las pugnas internas del “comité”, siempre se respaldó en lo más atrasado para hacer frente a quienes queríamos avanzar en algún sentido en vez de vegetar. Siempre se las arregló usted, como diría Trotsky, para que la cola resultara más pesada que la cabeza, cosa que en un grupejo como el suyo resulta muy fácil.
Pero la liebre salta cuando sostiene usted que “una revisión aguda y crítica de nuestro pasado… nos hubiese permitido diagnosticar como equivocadas algunas supuestas verdades absolutas”. Que yo recuerde, el “comité” jamás proclamó “verdad absoluta” alguna, y ése fue uno de los pocos errores que no cometió. Pero ¿por qué no dice usted cuáles eran esas “verdades absolutas”? ¿El principio de organización centralista democrática, que usted siempre despreció y violó dentro del “comité” convertido por usted en una camarilla insignificante pero de su exclusiva propiedad? ¿A la dictadura del proletariado que jamás defendió en la práctica, aunque de manera infame acusa al PO de haberla abandonado, con lo cual confiesa que sigue bajo los efectos del “maná salvador” de Guillermo Lora?
La estafa política que usted pretende contrabandear para tratar de venderla en algún mercado de ingenuos queda más clara en una de sus “notas aclaratorias” (la número 7 de la introducción). Allí se lee:
“Uno de los obstáculos para avanzar en la construcción revolucionaria es la idea de que el grupo al cual se pertenece es el embrión que al desarrollarse (programática y organizativamente) será el partido maduro. Esta concepción evolucionista… lleva a que las relaciones con otros grupos (o con la vanguardia en general) estén dirigidas a ganarlos, en lugar de entender que de lo que se trata es de aproximaciones (que incluyen acuerdos, disidencias, polémicas, dudas), en el camino de la síntesis revolucionaria” (destacados en el original).
Ésa es, en efecto, la síntesis, pero la síntesis de las trampas suyas, doctor, no la revolucionaria. En ese punto repudia usted de cabo a rabo toda idea leninista de construcción partidaria. Ya no se trataría de elaborar el programa de la revolución en el país en el que se actúa (con razón nunca intentó usted hacerlo), ni de ganar a la vanguardia obrera para ese programa, sino de “aproximaciones” entre diversos grupos y partidos hasta lograr la “síntesis revolucionaria”, el “partido de todos”. Eso es una simple adaptación, una mezcolanza ecléctica y espuria de ideas y esbozos de programa, necesariamente reformista, lo opuesto a un partido revolucionario. Ahora se puede suponer cuándo se produjo su “amorío fugaz” con el PTS, que tiempo atrás también propuso un “partido único” entre ellos, el MAS, el MST y el PO, con el solitario argumento de que, entre todos, reuniríamos más de 20 mil militantes y podríamos hacer más ruido. Eso se llama reformismo, oportunismo y abandono completo de cualquier objetivo revolucionario. Detrás de su alharaca sobre supuestos “principios”, usted quiere contrabandear su propio reformismo; esto es, las mismas ideas que tenía cuando abandonó el PO y que debió disimular malamente durante toda una etapa en la primera época de vida larvaria del “comité constructor”. Como dicen los entrerrianos, usted trata de “sinvergüenzear” a la gente.
En uno de sus extremos de infamia, usted añade en esa misma introducción: “PO abandona el marxismo en dos aspectos: rompe con la línea de clase mundial de la dictadura proletaria, y ni siquiera inicia seriamente el estudio de la realidad argentina para elaborar el programa, que permita intervenir de acuerdo a las particularidades nacionales”.
Copia usted burdamente a Lora, quien no tiene problemas en inventar argumentos cuando carece de ellos, aunque sólo sirvan para consumo interno de su organización ¿De dónde saca que se abandonó la estrategia de la dictadura proletaria? Lea un poco, no sea caradura. El Comité por la Refundación de la IV Internacional, que el PO integra junto con varias secciones que tienen en sus países vida real, influencia de masas, partió de cuatro puntos básicos de acuerdo sobre los cuales se avanzó posteriormente hasta culminar en el programa aprobado en el último congreso de nuestra Internacional. El primero de ellos subraya que ésta es la época histórica de la dictadura del proletariado, de la revolución obrera y de ninguna otra. Poco tiempo atrás, durante varios números de Prensa Obrera se debatió con la Liga Comunista Revolucionaria, miembro del llamado “Secretariado Unificado” porque ellos retiraron hasta formalmente de su programa la consigna de la dictadura proletaria. Todo el Comité por la Refundación y todo nuestro partido intervinieron en ese debate públicamente, en nuestra prensa, en defensa de la dictadura del proletariado ¿Hasta dónde cree usted que puede llegar con una mentira de patas tan enanas? Vuelvo a decirle lo que le dije en la cara durante aquella reunión de ejecutivo del “comité”: usted es un estúpido.
¿Así que el PO no ha sabido estudiar las “peculiaridades nacionales” para intervenir en la lucha de masas? ¿Por qué no nos da usted algunas clases, ya que tan bien le va en ese punto? Hace falta ser muy caradura y tomar a los compañeros por muy tontos para hacerles creer que ha resultado gratuito el hecho de tener al partido presente, en primera línea, en todas y cada una de las luchas más importantes del movimiento obrero, campesino y piquetero de los últimos años, para ignorar el formidable trabajo parlamentario en Salta o en la Capital Federal, donde con un solo diputado transformamos esa banca en centro de organización de la lucha obrera. Pregúntele, si no, a los trabajadores de Metrovías que fueron a la huelga y triunfaron en toda la línea en su lucha por la jornada de seis horas, y en todo momento tuvieron en el despacho legislativo del Partido Obrero su punto de referencia político. Tenga cuidado: sólo pregunte, no diga a bocajarro en esos túneles que el PO es “electorero” o “parlamentarista” porque los muchachos que trabajan en el subterráneo porteño, quizá por lo insalubre de su labor, suelen tener poca paciencia y a menudo están de mal humor. Pero no hay cuidado: usted sabe bien —es lo único que sabe bien— dónde vomitar sus infamias y dónde le conviene permanecer callado.
Dice usted en su folleto: “Como enseñara Lenin, las elecciones burguesas, todas ellas, son tan sólo una forma política de la dictadura de clase del capital, aquella en que los explotados tienen libertad para elegir a su verdugo” (del capítulo I: “El electoralismo disuelve el embrión de partido revolucionario”. Considera usted que “denunciar esto es fundamental para los revolucionarios”.
En principio, ese carácter de las elecciones burguesas fue denunciado por Marx mucho antes que por Lenin y forma parte de las bases del programa y de la acción de un partido revolucionario. Pero conviene recordar que, al exigir un salario igual al costo de la canasta familiar, no exigimos la abolición de la explotación asalariada: simplemente se reclama que la clase obrera sea explotada en condiciones más o menos normales, que le permitan producir y reproducir su vida social. De ahí que el trabajo sindical del partido revolucionario siempre está frente al peligro de sufrir desviaciones reformistas, peligro que sólo un sólido programa, un norte estratégico definido —la revolución y dictadura proletarias, como siempre ha sostenido el PO— pueden evitar o por lo menos atemperar.
En cuanto a las elecciones, ya resultaría aburrido recordar la explicación de Lenin en su El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, sobre cómo debe intervenir el partido en la lucha electoral y parlamentaria, al punto que los bolcheviques rusos tomaban parte incluso en las elecciones a la Duma zarista, organismo sin poder propio, sometido al despotismo autocrático del monarca.
Lora, durante casi 40 años, ignoró ese terreno de lucha y de la “inviabilidad de la democracia burguesa”, dedujo que el partido debía proclamar la abstención en cada proceso electoral. Por supuesto, ningún trabajador le hacía caso y, sin otra alternativa, votaban por el MNR o alguna variante de izquierda democratizante. Pero, como usted repite en su folleto, el secretario general del POR sostenía que presentarse a elecciones significaba engañar a las masas, incentivar sus “ilusiones democráticas”. Así resultó que, pese a la influencia de su partido en aquél momento, cosa que me consta, cuando por fin decidió presentarse en los comicios de 1985 —posteriores a la crisis de marzo, en la cual había cumplido un papel relevante— el POR no llegó a obtener el 1 por ciento de los votos ¿Usted piensa que las masas perderán sus “ilusiones democráticas” porque usted y su “comité constructor” no presenten lista y denuncien que las elecciones son un engaño burgués? El abstencionismo, precisamente, es regalarle a esa trampa de la burguesía un terreno político precioso, porque no conduce a nada ni sirve para organizar cosa alguna. Por el contrario, presentarse permite sostener la consigna que Lora, en contradicción con él mismo, proclamó en las elecciones bolivianas de 1985: “En la charca electorera hay una alternativa revolucionaria”, lo cual no significa sostener, como alguna vez dijo Luis Zamora y como jamás dijo el PO, que la revolución podrá consumarse en el cuarto oscuro y no mediante el levantamiento insurreccional de las masas conducidas por la clase obrera.
Pero la sorpresa sobreviene un párrafo después, en el añadido que usted ha hecho a la “segunda edición” de su folleto porque, en contradicción con lo sostenido antes, admite que su antigua posición abstencionista era errónea, y atribuye su error a la “influencia del catastrofismo lorista”. Por tanto, admite que tenía razón el PO y a partir de ahí ya resulta muy difícil entender algo. Sólo una observación: el “catastrofismo” que usted atribuye a Lora y que muchos aquí atribuyen al PO es, por lo menos en nuestro caso, una entidad fantástica, porque nadie nunca nos ha podido decir de qué se trata. Por lo demás, vivimos en una época de catástrofe capitalista permanente: crisis, guerras, hambrunas monstruosas, masacres de magnitud bíblica. Desde ese punto de vista, ser “catastrofista” resulta obligatorio.
Pero, como de costumbre, usted vuelve a mentir. Usted jamás fue abstencionista. Usted, apenas constituido el “comité constructor”, propuso que nos pusiéramos a juntar firmas para conseguir la personería e ir a elecciones, desesperado por ser candidato a algo, y costó convencerlo de que eso no podía hacerse porque era una tarea materialmente imposible para un grupo tan pequeño.
De inmediato, sobreviene en su escrito un concepto que desnuda su propio nacionalismo, el que procura atribuir a otros y trata de ocultar en usted mismo. Usted critica el folleto Inviabilidad de la democracia burguesa, de Lora, no por las posiciones abstencionistas y ultraizquierdistas —por tanto, oportunistas— escritas allí por el dirigente porista, sino por lo que desde el título mismo ese folleto tiene de cierto. Usted cree posible la democracia política bajo el capitalismo en los países atrasados, y considera, textualmente, “que la propia crisis capitalista mundial plantea la posibilidad de un desarrollo burgués nacionalista en países semicoloniales como los de América latina” (!) gracias al “alza generalizada de los productos primarios (petróleo, soja, gas, cobre, etc.)”. Usted se ha creído el cuento de Kirchner, Lula o Hugo Chávez, y piensa que las raquíticas y miserables burguesías de estos países pueden desarrollar aquí un capitalismo pujante y autónomo ¿De dónde saca eso? ¿Dónde ha sucedido? No queremos pensar qué hubiera dicho usted en los primeros años del siglo XX, cuando la Argentina fue por un ratito la sexta economía mundial gracias, precisamente, “al alza generalizada de los productos primarios”, que permitió calificar a nuestro país, internacionalmente, de “granero del mundo”. Además, eran tiempos en los cuales la burguesía argentina tenía las mismas ilusiones que usted tiene ahora, tan tardíamente.
Por supuesto que la democracia burguesa es inviable en América latina, como sabría usted si alguna vez hubiera estado cerca de alguna lucha, de haberse aproximado, por citar apenas un caso, a la experiencia de los militantes del PO entre los petroleros de Santa Cruz o los piqueteros del norte de Salta. Pero usted no conoce ni las luchas actuales ni la historia argentina, inventa una realidad mientras se contradice a usted mismo en materia de política electoral. Pero ahí radica su verdadera diferencia con el PO, en sus esperanzas en el desarrollo burgués democrático de la Argentina. Por eso propone un “partido de aproximaciones”, un rejuntado de camarillas necesariamente reformista, lejos, bien lejos, de la concepción leninista de partido revolucionario.
Por supuesto, usted necesita inventar críticas arbitrarias y falaces en su búsqueda de ingenuos que le permitan sostener la ilusión que comparte con el gobernador Romero: resquebrajar al PO.
Por eso, respecto de la actuación electoral de nuestro partido, dice usted que hemos convertido “la táctica en estrategia” ¿Cuándo escuchó decir al partido, o leyó en sus materiales, que se podrá llegar a la revolución proletaria por medio de elecciones y bajo el amparo de la Constitución Nacional? Mientras usted vegetaba y la crisis de 2001 le pasaba por encima —y de haber podido la hubiera usted sofrenado, al negar toda potencialidad revolucionaria a ese formidable levantamiento de masas— el PO organizaba al movimiento piquetero y multiplicaba su trabajo en los frentes sindicales, cosa demostrada por la realidad a simple vista: alcanza con observar a vuelo de pájaro la posición dirigente del partido en todas las luchas de masas más importantes de los últimos años ¿De dónde saca usted, gran canalla, que el PO “abandonó” los frentes de masas? Usted no pudo abandonarlos porque jamás estuvo en ellos, pero no es el caso de nuestro partido.
¿A quién quiere hacer creer que el PO “adaptó” sus campañas políticas al mantenimiento de la personería? En los cortes de ruta o en los saqueos del 18 de diciembre de 2001 violentamos pública y abiertamente la ley burguesa, y si no nos quitaron la personería fue porque no les dio el cuero, porque significaba el despropósito de quitarle “personería” a la lucha popular, no porque el PO, como usted en 1989, haya pretendido hacer de bombero. Por el contrario, arrimamos al fuego tanta leña como pudimos, cuando usted estaba bajo su cama.
Y ya que usted toca el tema, vamos a los saqueos de 1989. Sus posiciones políticas al respecto, doctor, no valen nada. En principio, usted llegó a decir en el “comité constructor”, delante de mis narices y hasta por escrito, que el asalto popular a los supermercados cambiaba la situación política cualitativamente, al punto que no sólo se creaba una situación revolucionaria sino que hasta la burocracia sindical estaba “definitivamente sobrepasada”. Ese “impresionismo” suyo lo resolvió un cabo gordo de la policía santafecina que le pegó a usted una trompada en el estómago. Ese golpe alcanzó para que usted cambiara radicalmente de posición y se fuera al otro extremo. Por eso sostengo que usted es un cobarde, política y físicamente, como alguna vez le he dicho en persona y también por escrito, en documentos internos del “comité constructor” poco antes de irme de esa cueva intrascendente.
Usted miente con el descaro de siempre cuando dice que su detención durante aquellos sucesos “fue el resultado de una intervención al calor de los acontecimientos”. Eso es falso de toda falsedad. Usted fue detenido por bobo, porque se puso a repartir volantes que nadie tenía posibilidad de leer a una cuadra del lugar donde la gente tomaba por asalto un supermercado, a más de 100 metros del “calor de los acontecimientos”.
No era momento de repartir volantes, un absurdo en medio de la violencia de masas que se desarrollaba allí. Era momento de acompañar a esas masas, de organizarlas en la tarea, como hizo el PO en los saqueos de diciembre de 2001, para ganarse el derecho a la palabra.
Después de la trompada del cabo gordo — ¡qué habría sido de usted si lo sometían a cosas a las que otros fueron y fuimos sometidos en prisión!— usted dijo que aquellos saqueos de 1989 habían sido “espontáneos”, sin “conciencia ni organización”. Por tanto, despreciables. Pero ante un movimiento de masas de tal magnitud, la conciencia y la organización son tarea del partido. De haber tenido la conciencia y la organización que usted le exigía al pueblo en lucha, usted no tenía función alguna que cumplir: por primera vez en la historia las masas habrían resuelto por sí solas el gran problema de la dirección política revolucionaria. Esto es: en cualquier caso, usted sólo podía hacer lo que finalmente hizo: irse a su casa, no cumplir en el “calor de los acontecimientos” papel alguno, ni se propuso cumplirlo. Eso sucede porque políticamente usted es un pedante y un soberbio primitivo, y personalmente es un simple cagón.
Usted asegura que nuestro “propagandismo electorero” nos ha hecho renunciar a la “penetración del programa revolucionario en los frentes de masas, en el terreno fundamental donde éstas pueden asimilarlo: el de su experiencia cotidiana”. Ese exabrupto queda rebatido por usted mismo, porque su única “experiencia cotidiana” es la marrullería de baja estofa. Además ¿en qué quedamos? ¿el PO tiene un programa revolucionario que debe penetrar en las masas, o es una “secta burocrática y estalinista”, por tanto contrarrevolucionaria, como usted sostiene en otra parte? Póngase de acuerdo con usted mismo, doctor. En cuanto a la “acción directa”, le recordaré que Daniel de Mendoza, a quien usted elogia en su dedicatoria por ver “más y más lejos”, cuando usted dijo, después de aquel contacto suyo con el cabo gordo, que debíamos tratar de “contener” los saqueos a los supermercados, él le contestó: “Primero, si tratás de contenerlos la gente te va a pisar, pero además vamos a quedar como boludos. Nos van a decir: ¿tanto jodés con la acción directa y cuando viene la acción directa te cagás todo?” No hace falta más respuesta en ese punto, doctor.
Más adelante, en su texto de 1990, se lee que si el PO hubiese tratado de “legalizar el programa revolucionario” en 1983 “es posible… (que) hubiera aislado a la organización aún más, pero en contraste le hubiera permitido presentar la lucha por su legalidad como la lucha por la legalidad de las ideas revolucionarias…” En principio, la plataforma de 1983, como usted mismo admitió alguna vez dentro del “comité constructor”, metió el programa revolucionario delante de las narices del estatuto dictatorial de partidos —obstáculo que obligatoriamente se debía sortear— al punto que proponía el reemplazo del ejército permanente por milicias armadas de la población.
Pero aquella crítica de la “primera edición” queda rebatida por usted mismo en su “segunda edición”, en la cual sostiene exactamente lo contrario y, por tanto, da la razón al PO. Usted confiesa: “Se nota en esta crítica (la suya propia, doctor), una vez más, una fuerte influencia del POR boliviano, en cuanto a un matiz ultraizquierdista en cómo está planteada la legalidad de los revolucionarios. Quizá la variante más correcta sea buscar la personería jurídico política en términos amplios, acatando los requisitos de la justicia electoral en cuanto a la plataforma y declaración de principios, de base frentista antiimperialista que permita una afiliación masiva por esos postulados”.
Ahora su ataque al PO se vuelve del revés y le reprocha no haberse bajado los pantalones en 1983, cosa que usted está tratando, infructuosamente, de hacer en este mismo momento como hizo en 2002, cuando, mientras las masas luchaban en la calle y organizaban Asambleas Populares y la Asamblea Nacional de Trabajadores era una potencia, usted insistía en buscar firmas y tenía la fantasía psicótica de ser candidato a presidente de la república. Justamente en un momento en el cual, de haber sido convocadas, las elecciones sí debían sabotearse, activamente, con piquetes revolucionarios que impidieran votar, porque había condiciones políticas para impulsar la lucha en un sentido insurreccional. Más precisamente: existía la posibilidad, luego diluida, pero ante la presencia de tal posibilidad un partido revolucionario se juega entero por ella. Ésa fue la posición pública del PO, contra toda legalidad burguesa, porque el movimiento popular tendía a imponer su propia ley, la que nos importa de verdad. El electorero sin cura es usted, e insiste con su propuesta de “amplitud” en el programa “acatando los requisitos de la justicia electoral” —bajarse los pantalones, como decíamos— y, mientras insulta al PO por no ser, según usted, un “partido de cuadros”, propugna la “afiliación masiva”, cosa que nuestro partido jamás hizo. Usted ahora critica al PO desde la vereda opuesta, por no haber sido electorero como es usted ni organizar un mazacote como el que usted quiere.
Cada punto de su folleto es rebatido, desde la derecha, por usted mismo. Usted tiene un problema en la cabeza.
A partir de ahí, carece de todo sentido referirse a las brutalidades que usted sostiene respecto de la polémica sobre “partido de cuadros o partido de masas”, porque usted no quiere ni lucha por una cosa ni por la otra, usted se conforma con ser jefe de una camarilla insignificante que no intenta cumplir papel alguno en el desarrollo del movimiento obrero argentino. Menos aun corresponde contestarle a usted sus incoherencias sobre “frente revolucionario antiimperialista” o “frente popular” o “sectarismo” porque usted mismo deja claro qué clase de organización quiere: un amontonamiento reformista que conduzca a la nada.
A usted alguien lo está medicando mal si imagina que con semejantes elementos puede perturbar al Partido Obrero. Sólo para cortar de cuajo cualquier posibilidad de que siembre usted confusión en algún incauto, he debido asumir el desagradable trabajo de polemizar otra vez con usted después de tantos años.
Mientras tanto, siga usted vegetando en soledad: ése es el lugar que más le conviene.
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