Una gran iniciativa
Vladimir Ilich Lenin
Publicado en un folleto en julio de 1919 - T. 39 Obras Completas, págs. l3-l8,2l-26
tomado de la web de la JC de México en septiembre de 2014
La dictadura del proletariado -como ya he dicho más de una vez, y por cierto, también en mi discurso del 12 de marzo en la reunión del Soviet de diputados de Petrogrado- no es sólo el ejercicio de la violencia sobre los explotadores, ni siquiera es principalmente violencia. La base económica de esta violencia revolucionaria, la garantía de su vitalidad y éxito, está en que el proletariado representa y pone en práctica un tipo más elevado de organización social del trabajo que el capitalismo. Esto es lo esencial. En ello radican la fuerza y la garantía del triunfo inevitable y completo del comunismo.
La organización feudal del trabajo social se fundaba en la disciplina del látigo, en la ignorancia y el embrutecimiento extremos de los trabajadores, expoliados y escarnecidos por un puñado de terratenientes. La organización capitalista del trabajo social se basaba en la disciplina del hambre, y la inmensa masa de los trabajadores, a pesar de todos los progresos de la cultura y la democracia burguesa, han seguido siendo, incluso en las repúblicas más avanzadas, más civilizadas y democráticas, la masa oscura y oprimida de los esclavos asalariados o de los campesinos aplastados, expoliados y vejados por un puñado de capitalistas. La organización comunista de trabajo social, el primer paso hacia la cual es el socialismo, se basa y se basará cada día más en la disciplina libre y consciente de los trabajadores mismos, que se han sacudido el yugo de los terratenientes y los capitalistas.
Esta disciplina nueva no cae del cielo ni se consigue con buenas intenciones, sino que nace exclusivamente de las condiciones materiales de la gran producción capitalista, sin las cuales es imposible. Y el portador o vehículo de estas condiciones materiales es una clase histórica determinada, creada, agrupada, instruída, educada y aguerrida por el gran capitalismo. Esta clase es el proletariado.
La dictadura del proletariado, si traducimos esta expresión latina, científica, histórico-filosófica, a un lenguaje más sencillo, significa lo siguiente:
Sólo una clase determinada, a saber, los obreros urbanos y en general los obreros fabriles, los obreros industriales, están en condiciones de dirigir a toda la masa de trabajadores y explotados en la lucha por derrocar el yugo del capital, en el proceso mismo de su derrocamiento, en la lucha por mantener y consolidar el triunfo, en la creación del nuevo régimen social, del régimen socialista, en toda la lucha por la supresión completa de las clases. (Hagamos notar, entre paréntesis, que la diferencia científica entre el socialismo y el comunismo consiste únicamente en que el primer término designa la primera fase de la sociedad nueva que brota del capitalismo, mientras que el segundo término designa un fase superior y más avanzada de dicha sociedad).
El error de la Internacional amarilla "de Berna" consiste en que sus líderes reconocen sólo de palabra la lucha de clases y el papel dirigente del proletariado, temiendo pensar hasta el fin, temiendo precisamente la inevitable deducción que tan singular horror causa a la burguesía y que esta no puede admitir de ninguna manera. Tienen miedo de reconocer que la dictadura del proletariado es también un período de lucha de clases, la cual es inevitable mientras las clases no hayan sido suprimidas y reviste diversas formás, siendo particularmente lenta y específica durante el primer periodo después de derrocado el capital.
Una vez conquistado el poder político, el proletariado no cesa en su lucha de clase, sino que la continúa hasta que las clases hayan sido suprimidas, pero, naturalmente, en otras condiciones, bajo otra forma y con otros medios.
¿Qué quiere decir "supresión de las clases"?. Todos los que se llaman socialistas reconocen este objetivo final del socialismo, pero no todos, ni mucho menos, reflexionan sobre el alcance de dichas palabras. Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones que las leyes refrendan y formulan en su mayor parte), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo del otro por ocupar puestos diferentes en un régimen de economía social.
Es evidente que, para suprimir por completo las clases, no basta con derrocar a los explotadores, a los terratenientes y a los capitalistas, no basta con suprimir su propiedad, sino que es imprescindible también suprimir toda propiedad privada sobre los medios de producción; es necesario suprimir la diferencia existente entre la ciudad y el campo, así como entre los trabajadores manuales e intelectuales. Esta obra exige mucho tiempo. Para realizarla, hay que dar un gigantesco paso adelante en el desarrollo de las fuerzas productivas, hay que vencer la resistencia (muchas veces pasiva y mucho más tenaz y difícil de vencer) de las numerosas supervivencias de la pequeña producción, hay que vencer la enorme fuerza de la costumbre y la rutina que estas supervivencias llevan consigo.
Suponer que todos los "trabajadores" están igualmente capacitados para realizar esta obra, sería decir la frase más vacía o hacerse ilusiones de socialista antidiluviano, pre-marxista. Porque esta capacidad no se da por sí misma, sino que se forma históricamente y sólo en las condiciones materiales de la gran producción capitalista. En los comienzos del tránsito del capitalismo al socialismo, únicamente el proletariado posee esta capacidad. Y puede cumplir la gigantesca misión que le incumbe, primero, porque es la clase más fuerte y más avanzada en las sociedades civilizadas; segundo, porque en los países más desarrollados constituye la mayoría de la población; tercero, porque en los países capitalistas atrasados, como Rusia, la mayoría de la población se compone de semiproletarios, es decir, de hombres que durante una parte del año viven como proletarios, que si quieren comer tienen que recurrir, en cierta medida, al trabajo asalariado en empresas capitalistas.
Quienes intentan resolver los problemás del tránsito del capitalismo al socialismo con lugares comunes sobre la libertad, la igualdad, la democracia en general, la igualdad de la democracia del trabajo, etc. (como hacen Kautsky, Martov y demás héroes de la Internacional amarilla de Berna), lo único que hacen es poner al desnudo su naturaleza de pequeños burgueses, de filisteos, de espíritus mezquinos, que se arrastran serviles tras la burguesía en el aspecto ideológico. Este problema sólo puede resolverlo de un modo acertado un estudio concreto de las relaciones existentes entre la clase específica que ha conquistado el poder político, o sea, el proletariado, y toda la masa no proletaria y semiproletaria de los trabajadores; además, estas relaciones no se establecen en una situación fantásticamente armónica, "ideal", sino en una situación real, de encarnizada y múltiple resistencia de la burguesía.
En cualquier país capitalista, incluida Rusia, la inmensa mayoría de la población -y tanto más la inmensa mayoría de la población trabajadora- ha sentido mil veces sobre ella y sus familiares el yugo del capital, su pillaje y toda clase vejaciones. La guerra imperialista - es decir, el asesinato de diez millones de hombres para decidir si debía pertenecer al capital inglés o al capital alemán la primacía en el saqueo del mundo entero- ha avivado, ampliado y profundizado extraordinariamente todas estas pruebas, forzando a la masa a adquirir conciencia de ellas. De aquí se arranca la inevitable simpatía de la inmensa mayoría de la población, sobre todo de la masa de trabajadores, hacia el proletariado, pues este, con heroica audacia, con rigor revolucionario, abate el yugo del capital, derriba a los explotadores, vence su resistencia y, derramando su propia sangre, abre el camino que conduce a la creación de una sociedad nueva, en la cual no habrá ya sitio para los explotadores.
Por grandes e inevitables que sean las vacilaciones pequeñoburguesas de las masas no proletarias y semiproletarias de la población trabajadora, sus oscilaciones hacia el "orden" burgués, bajo el "ala" de la burguesía, estas masas no pueden dejar de reconocer la autoridad moral y política del proletariado, el cual no se limita a derrocar a los explotadores y vencer su resistencia, sino que establece unas relaciones sociales nuevas y más elevadas, una disciplina de los trabajadores conscientes y unidos, que no conocen ningún yugo, que no conocen ningún poder, fuera del de su propia unión, del de su propia vanguardia, más consciente, más audaz, más compacta, más revolucionaria, más firme.
Para triunfar, para cerrar y consolidar el socialismo, el proletariado debe resolver una tarea doble, o más bien, una tarea única con dos aspectos: primero, con su heroísmo a toda prueba en la lucha revolucionaria contra el capital, atraer a toda la masa de trabajadores y explotados, organizarla, dirigir sus esfuerzos para derrocar a la burguesía y aplastar plenamente toda resistencia por parte de esta; segundo, conducir a toda la masa de trabajadores y explotados, así como atados los sectores de la pequeña burguesía, al camino de la nueva construcción económica, al camino de la creación de nuevas relaciones sociales, de una nueva disciplina laboral y de una nueva organización del trabajo que conjugue el aprovechamiento de la ultima palabra de la ciencia y la técnica capitalista con la agrupación en masa de los trabajadores conscientes, entregados a la gran producción socialista.
Esta segunda tarea es más difícil que la primera, porque no puede ser cumplida en modo alguno con un esfuerzo heroico, momentáneo, sino que exige el heroísmo más prolongado, más pertinaz y difícil: el del trabajo cotidiano y masivo. Pero esta tarea es también más esencial que la primera, porque, en fin de cuentas, la fuente más profunda de la fuerza necesaria para vencer a la burguesía y la única garantía de solidez y seguridad de estas victorias residen solamente en un modo nuevo y superior de producción social, en la sustitución de la producción capitalista y pequeñoburguesa por la gran producción socialista.
La productividad del trabajo es, en última instancia, lo más importante, lo decisivo para el triunfo del nuevo régimen social. El capitalismo consiguió una productividad del trabajo desconocida por el feudalismo. Y el capitalismo podrá ser y será definitivamente derrotado porque el socialismo logra una nueva productividad del trabajo muchísimo más alta. Es una labor muy difícil y muy larga, pero lo esencial es que ha comenzado, si en el Moscú hambriento del verano de 1919, obreros hambrientos, tras cuatro penosos años de guerra imperialista y después de año y medio de una guerra civil todavía más penosa, han podido iniciar esta gran obra, ¿qué proporciones no adquirirá cuando triunfemos en la guerra civil y conquistemos la paz?.
El comunismo representa una productividad del trabajo más alta que la del capitalismo, una productividad obtenida voluntariamente por obreros conscientes y unidos que tienen a su servicio la técnica moderna. Los sábados comunistas tienen el valor excepcional como comienzo efectivo del comunismo, y esto es algo extraordinario, pues nos encontramos en una etapa en la que "se dan los primeros pasos en la transición del capitalismo al comunismo" (como dice, con toda razón, el programa de nuestro partido).
El comunismo comienza cuando los obreros sencillos sienten una preocupación -abnegada y más fuerte que el duro trabajo- por aumentar la productividad del trabajo, por salvaguardar cada pud de grano, de carbón, de hierro y demás productos que no sean destinados directamente a los que trabajan ni a sus "allegados", sino a personas "ajenas", es decir, a toda la sociedad en conjunto, a decenas y centenares de millones de hombres, agrupados primero en un Estado socialista y, más tarde, en una Unión de Repúblicas Soviéticas.
Carlos Marx se burla en El Capital de la pomposidad y altisonancia de la carta magna democrático- burguesa de libertades y derechos del hombre, de toda esa fraseología sobre la libertad, la igualdad y la fraternidad en general, que deslumbra a los pequeños burgueses y filisteos de todos los países, sin exceptuar a los viles héroes actuales de la vil Internacional de Berna. Marx opone a estas pomposas declaraciones de derechos de manera sencilla, modesta, práctica y corriente con que el proletariado plantea la cuestión: reducción de la jornada de trabajo por el Estado, he ahí un ejemplo típico de ese planteamiento. Toda la precisión y profundidad de la observación de Marx aparece ante nosotros con mayor claridad y evidencia cuanto más se desarrolla el contenido de la revolución proletaria. Las "fórmulas" del verdadero comunismo se distinguen de la fraseología pomposa, refinada y solemne de los Kautsky, de los mencheviques y eseristas, con sus queridos cofrades de Berna, precisamente en que dichas "fórmulas" reducen todo a las condiciones de trabajo. Menos charlatanería en tomo a "la democracia del trabajo", "la libertad, la igualdad y la fraternidad", "la soberanía del pueblo" y demás cosas por el estilo: el obrero y el campesino concientes de nuestros días ven en estas frases huecas la marrullería del intelectual burgués tan fácilmente como cualquier persona con experiencia de la vida dice en el acto y sin equivocarse al rostro impecablemente "cuidado" y el aspecto de una "persona distinguida": "seguro que es un truhán".
¡Menos frases pomposas y más trabajo sencillo, cotidiano, más preocupación por cada pud de grano y cada pud de carbón! Más preocupación porque este pud de grano y este pud de carbón, indispensables al obrero hambriento y al campesino desarrapado, desnudo, no les lleguen transacciones mercantilísticas, al modo capitalista, sino por el trabajo consciente, como los peones y los ferroviarios de la línea Moscú-Kazán.
Todos debemos reconocer que a cada paso, en todas partes, y también en nuestras filas, pueden verse las huellas del modo charlatanesco, propio de los intelectuales burgueses, de abordar los problemás de la revolución. Nuestra prensa, por ejemplo, lucha poco contra estos restos putrefactos del podrido pasado democrático-burgués y presta débil apoyo a los brotes sencillos, modestos, cotidianos, pero vivos, de verdadero comunismo.
Observad la situación de la mujer. Ningún partido democrático del mundo, en ninguna de las repúblicas burguesas más avanzadas, han hecho, en este aspecto, en decenas de años ni la centésima parte de lo que hemos hecho nosotros el primer año de nuestro poder. No hemos dejado piedra sobre piedra, en el sentido literal de la palabra, de las vergonzosas leyes que establecían la inferioridad jurídica de la mujer, que ponían obstáculos al divorcio y exigían para él requisitos odiosos, que proclamaban la ilegitimidad de los hijos naturales y la investigación de la paternidad, etc. En todos los países civilizados subsisten numerosos vestigios de estas leyes, para vergüenza de la burguesía y del capitalismo. Tenemos mil veces razón para sentimos orgullosos de lo que hemos realizado en este sentido. Sin embargo, cuanto más nos deshacemos del fárrago de las viejas leyes e instituciones burguesas, tanto más claro vemos que sólo se ha descombrado el terreno para la construcción, pero ésta no ha comenzado todavía.
La mujer continúa siendo esclava del hogar, pese a todas las leyes liberadoras, porque está agobiada, oprimida, embrutecida, humillada por los pequeños quehaceres domésticos, que le convierten en cocinera y niñera, que malgastan su actividad en trabajo absurdamente improductivo, mezquino, enervante, embrutecedor y fastidioso. La verdadera emancipación de la mujer y el verdadero comunismo no comenzarán en el país sino en el momento en que empiece la lucha en masa, cuando empiece su transformación en masa en una gran economía socialista.
¿Concedemos en la práctica la debida atención a este problema que teóricamente, es indiscutible para todo comunista?. Desde luego, no. ¿Nos preocupamos suficientemente de los brotes de comunismo, que existen ya a este respecto?. No, y mil veces no. Los comedores públicos, las casas-cuna y los jardines de la infancia son otras tanta muestras de estos brotes, son medios sencillos, corrientes, sin pompa, elocuencia ni solemnidad, efectivamente capaces de emancipar a la mujer, efectivamente capaces de aminorar y suprimir su desigualdad respecto al hombre por su papel en la producción y en la vida social.
Estos medios no son nuevos. Fueron creados (como, en general, todas las premisas materiales del socialismo) por el gran capitalismo; pero bajo el régimen capitalista han sido, en primer lugar, casos aislados y, en segundo lugar -lo que tiene particular importancia-, o eran empresas mercantiles, con los peores aspectos de la especulación, del lucro, de la trapacería y del engaño, o bien "ejercicios acrobáticos de beneficencia burguesa", odiada y despreciada, con toda razón por los mejores obreros.
Es indudable que esos establecimientos son ya mucho más numerosos en nuestro país y que empiezan a cambiar de carácter. Es indudable que entre las obreras y campesinas hay muchas más personas dotadas de capacidad de organización que las conocidas por nosotros; personas que saben organizar las cosas más prácticas, con la participación de un gran número de trabajadores y de un número mayor de consumidores, sin la facundia, el alboroto, las disputas y la charlatanería sobre planes, sistemás, etc., que "padecen" los "intelectuales", demásiado presuntuosos siempre, o los "comunistas" precoces. Pero no cuidamos como es debido estos brotes de lo nuevo.
Fijaos en la burguesía. ¡Qué admirablemente sabe dar publicidad a lo que le conviene a ella! ¡Cómo exalta las empresas "modelo" (ajuicio de los capitalistas) en los millones de ejemplares de sus periódicos! ¡Cómo sabe hacer de instituciones burguesas "modelo" un motivo de orgullo nacional! Nuestra prensa no se cuida, o casi no se cuida, de describir los mejores comedores públicos o las mejores casas-cuna; de conseguir, insistiendo día tras día, la transformación de algunos de ellos en establecimientos modelo, de hacerles propaganda, de describir detalladamente la economía de esfuerzo humano, las ventajas para los consumidores, el ahorro de productos, la liberación de la mujer de la esclavitud doméstica y las mejoras de índole sanitaria que se consiguen con un ejemplar trabajo comunista y que se pueden realizar y extender a toda la sociedad, a todos los trabajadores.
Una producción ejemplar, sábados comunistas ejemplares, un cuidado y una honradez ejemplares en la obtención y distribución de cada pud de grano, comedores públicos ejemplares, la limpieza ejemplar de una vivienda obrera, de un barrio determinado, todo esto tiene que ser, diez veces más que ahora, objeto de atención y cuidado tanto por parte de nuestra prensa como parte de cada organización obrera y campesina. Todo esto son brotes de comunismo, y el cuidarlos es una obligación primordial de todos nosotros. Por difícil que sea la situación del abastecimiento de la producción, el avance en lodo el frente en año y medio de poder bolchevique es indudable: los acopios de grano han pasado de 30 millones de puds (del 1° de agosto de l917 al 1° de agosto de 1918) a 100 millones (del 1° de agosto de 1918 al 1° de mayo de 1919), se ha extendido la horticultura; ha disminuido la extensión de los campos que quedan sin sembrar; ha comenzado a mejorar el transporte ferroviario, a pesar de las gigantescas dificultades con que se tropieza para obtener combustible, etc. Sobre este fondo general, y con el apoyo del poder estatal proletario, los brotes de comunismo no se agotaran, sino que crecerán y se convertirán en comunismo pleno.
Vladimir Ilich Lenin
Publicado en un folleto en julio de 1919 - T. 39 Obras Completas, págs. l3-l8,2l-26
tomado de la web de la JC de México en septiembre de 2014
La dictadura del proletariado -como ya he dicho más de una vez, y por cierto, también en mi discurso del 12 de marzo en la reunión del Soviet de diputados de Petrogrado- no es sólo el ejercicio de la violencia sobre los explotadores, ni siquiera es principalmente violencia. La base económica de esta violencia revolucionaria, la garantía de su vitalidad y éxito, está en que el proletariado representa y pone en práctica un tipo más elevado de organización social del trabajo que el capitalismo. Esto es lo esencial. En ello radican la fuerza y la garantía del triunfo inevitable y completo del comunismo.
La organización feudal del trabajo social se fundaba en la disciplina del látigo, en la ignorancia y el embrutecimiento extremos de los trabajadores, expoliados y escarnecidos por un puñado de terratenientes. La organización capitalista del trabajo social se basaba en la disciplina del hambre, y la inmensa masa de los trabajadores, a pesar de todos los progresos de la cultura y la democracia burguesa, han seguido siendo, incluso en las repúblicas más avanzadas, más civilizadas y democráticas, la masa oscura y oprimida de los esclavos asalariados o de los campesinos aplastados, expoliados y vejados por un puñado de capitalistas. La organización comunista de trabajo social, el primer paso hacia la cual es el socialismo, se basa y se basará cada día más en la disciplina libre y consciente de los trabajadores mismos, que se han sacudido el yugo de los terratenientes y los capitalistas.
Esta disciplina nueva no cae del cielo ni se consigue con buenas intenciones, sino que nace exclusivamente de las condiciones materiales de la gran producción capitalista, sin las cuales es imposible. Y el portador o vehículo de estas condiciones materiales es una clase histórica determinada, creada, agrupada, instruída, educada y aguerrida por el gran capitalismo. Esta clase es el proletariado.
La dictadura del proletariado, si traducimos esta expresión latina, científica, histórico-filosófica, a un lenguaje más sencillo, significa lo siguiente:
Sólo una clase determinada, a saber, los obreros urbanos y en general los obreros fabriles, los obreros industriales, están en condiciones de dirigir a toda la masa de trabajadores y explotados en la lucha por derrocar el yugo del capital, en el proceso mismo de su derrocamiento, en la lucha por mantener y consolidar el triunfo, en la creación del nuevo régimen social, del régimen socialista, en toda la lucha por la supresión completa de las clases. (Hagamos notar, entre paréntesis, que la diferencia científica entre el socialismo y el comunismo consiste únicamente en que el primer término designa la primera fase de la sociedad nueva que brota del capitalismo, mientras que el segundo término designa un fase superior y más avanzada de dicha sociedad).
El error de la Internacional amarilla "de Berna" consiste en que sus líderes reconocen sólo de palabra la lucha de clases y el papel dirigente del proletariado, temiendo pensar hasta el fin, temiendo precisamente la inevitable deducción que tan singular horror causa a la burguesía y que esta no puede admitir de ninguna manera. Tienen miedo de reconocer que la dictadura del proletariado es también un período de lucha de clases, la cual es inevitable mientras las clases no hayan sido suprimidas y reviste diversas formás, siendo particularmente lenta y específica durante el primer periodo después de derrocado el capital.
Una vez conquistado el poder político, el proletariado no cesa en su lucha de clase, sino que la continúa hasta que las clases hayan sido suprimidas, pero, naturalmente, en otras condiciones, bajo otra forma y con otros medios.
¿Qué quiere decir "supresión de las clases"?. Todos los que se llaman socialistas reconocen este objetivo final del socialismo, pero no todos, ni mucho menos, reflexionan sobre el alcance de dichas palabras. Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones que las leyes refrendan y formulan en su mayor parte), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo del otro por ocupar puestos diferentes en un régimen de economía social.
Es evidente que, para suprimir por completo las clases, no basta con derrocar a los explotadores, a los terratenientes y a los capitalistas, no basta con suprimir su propiedad, sino que es imprescindible también suprimir toda propiedad privada sobre los medios de producción; es necesario suprimir la diferencia existente entre la ciudad y el campo, así como entre los trabajadores manuales e intelectuales. Esta obra exige mucho tiempo. Para realizarla, hay que dar un gigantesco paso adelante en el desarrollo de las fuerzas productivas, hay que vencer la resistencia (muchas veces pasiva y mucho más tenaz y difícil de vencer) de las numerosas supervivencias de la pequeña producción, hay que vencer la enorme fuerza de la costumbre y la rutina que estas supervivencias llevan consigo.
Suponer que todos los "trabajadores" están igualmente capacitados para realizar esta obra, sería decir la frase más vacía o hacerse ilusiones de socialista antidiluviano, pre-marxista. Porque esta capacidad no se da por sí misma, sino que se forma históricamente y sólo en las condiciones materiales de la gran producción capitalista. En los comienzos del tránsito del capitalismo al socialismo, únicamente el proletariado posee esta capacidad. Y puede cumplir la gigantesca misión que le incumbe, primero, porque es la clase más fuerte y más avanzada en las sociedades civilizadas; segundo, porque en los países más desarrollados constituye la mayoría de la población; tercero, porque en los países capitalistas atrasados, como Rusia, la mayoría de la población se compone de semiproletarios, es decir, de hombres que durante una parte del año viven como proletarios, que si quieren comer tienen que recurrir, en cierta medida, al trabajo asalariado en empresas capitalistas.
Quienes intentan resolver los problemás del tránsito del capitalismo al socialismo con lugares comunes sobre la libertad, la igualdad, la democracia en general, la igualdad de la democracia del trabajo, etc. (como hacen Kautsky, Martov y demás héroes de la Internacional amarilla de Berna), lo único que hacen es poner al desnudo su naturaleza de pequeños burgueses, de filisteos, de espíritus mezquinos, que se arrastran serviles tras la burguesía en el aspecto ideológico. Este problema sólo puede resolverlo de un modo acertado un estudio concreto de las relaciones existentes entre la clase específica que ha conquistado el poder político, o sea, el proletariado, y toda la masa no proletaria y semiproletaria de los trabajadores; además, estas relaciones no se establecen en una situación fantásticamente armónica, "ideal", sino en una situación real, de encarnizada y múltiple resistencia de la burguesía.
En cualquier país capitalista, incluida Rusia, la inmensa mayoría de la población -y tanto más la inmensa mayoría de la población trabajadora- ha sentido mil veces sobre ella y sus familiares el yugo del capital, su pillaje y toda clase vejaciones. La guerra imperialista - es decir, el asesinato de diez millones de hombres para decidir si debía pertenecer al capital inglés o al capital alemán la primacía en el saqueo del mundo entero- ha avivado, ampliado y profundizado extraordinariamente todas estas pruebas, forzando a la masa a adquirir conciencia de ellas. De aquí se arranca la inevitable simpatía de la inmensa mayoría de la población, sobre todo de la masa de trabajadores, hacia el proletariado, pues este, con heroica audacia, con rigor revolucionario, abate el yugo del capital, derriba a los explotadores, vence su resistencia y, derramando su propia sangre, abre el camino que conduce a la creación de una sociedad nueva, en la cual no habrá ya sitio para los explotadores.
Por grandes e inevitables que sean las vacilaciones pequeñoburguesas de las masas no proletarias y semiproletarias de la población trabajadora, sus oscilaciones hacia el "orden" burgués, bajo el "ala" de la burguesía, estas masas no pueden dejar de reconocer la autoridad moral y política del proletariado, el cual no se limita a derrocar a los explotadores y vencer su resistencia, sino que establece unas relaciones sociales nuevas y más elevadas, una disciplina de los trabajadores conscientes y unidos, que no conocen ningún yugo, que no conocen ningún poder, fuera del de su propia unión, del de su propia vanguardia, más consciente, más audaz, más compacta, más revolucionaria, más firme.
Para triunfar, para cerrar y consolidar el socialismo, el proletariado debe resolver una tarea doble, o más bien, una tarea única con dos aspectos: primero, con su heroísmo a toda prueba en la lucha revolucionaria contra el capital, atraer a toda la masa de trabajadores y explotados, organizarla, dirigir sus esfuerzos para derrocar a la burguesía y aplastar plenamente toda resistencia por parte de esta; segundo, conducir a toda la masa de trabajadores y explotados, así como atados los sectores de la pequeña burguesía, al camino de la nueva construcción económica, al camino de la creación de nuevas relaciones sociales, de una nueva disciplina laboral y de una nueva organización del trabajo que conjugue el aprovechamiento de la ultima palabra de la ciencia y la técnica capitalista con la agrupación en masa de los trabajadores conscientes, entregados a la gran producción socialista.
Esta segunda tarea es más difícil que la primera, porque no puede ser cumplida en modo alguno con un esfuerzo heroico, momentáneo, sino que exige el heroísmo más prolongado, más pertinaz y difícil: el del trabajo cotidiano y masivo. Pero esta tarea es también más esencial que la primera, porque, en fin de cuentas, la fuente más profunda de la fuerza necesaria para vencer a la burguesía y la única garantía de solidez y seguridad de estas victorias residen solamente en un modo nuevo y superior de producción social, en la sustitución de la producción capitalista y pequeñoburguesa por la gran producción socialista.
La productividad del trabajo es, en última instancia, lo más importante, lo decisivo para el triunfo del nuevo régimen social. El capitalismo consiguió una productividad del trabajo desconocida por el feudalismo. Y el capitalismo podrá ser y será definitivamente derrotado porque el socialismo logra una nueva productividad del trabajo muchísimo más alta. Es una labor muy difícil y muy larga, pero lo esencial es que ha comenzado, si en el Moscú hambriento del verano de 1919, obreros hambrientos, tras cuatro penosos años de guerra imperialista y después de año y medio de una guerra civil todavía más penosa, han podido iniciar esta gran obra, ¿qué proporciones no adquirirá cuando triunfemos en la guerra civil y conquistemos la paz?.
El comunismo representa una productividad del trabajo más alta que la del capitalismo, una productividad obtenida voluntariamente por obreros conscientes y unidos que tienen a su servicio la técnica moderna. Los sábados comunistas tienen el valor excepcional como comienzo efectivo del comunismo, y esto es algo extraordinario, pues nos encontramos en una etapa en la que "se dan los primeros pasos en la transición del capitalismo al comunismo" (como dice, con toda razón, el programa de nuestro partido).
El comunismo comienza cuando los obreros sencillos sienten una preocupación -abnegada y más fuerte que el duro trabajo- por aumentar la productividad del trabajo, por salvaguardar cada pud de grano, de carbón, de hierro y demás productos que no sean destinados directamente a los que trabajan ni a sus "allegados", sino a personas "ajenas", es decir, a toda la sociedad en conjunto, a decenas y centenares de millones de hombres, agrupados primero en un Estado socialista y, más tarde, en una Unión de Repúblicas Soviéticas.
Carlos Marx se burla en El Capital de la pomposidad y altisonancia de la carta magna democrático- burguesa de libertades y derechos del hombre, de toda esa fraseología sobre la libertad, la igualdad y la fraternidad en general, que deslumbra a los pequeños burgueses y filisteos de todos los países, sin exceptuar a los viles héroes actuales de la vil Internacional de Berna. Marx opone a estas pomposas declaraciones de derechos de manera sencilla, modesta, práctica y corriente con que el proletariado plantea la cuestión: reducción de la jornada de trabajo por el Estado, he ahí un ejemplo típico de ese planteamiento. Toda la precisión y profundidad de la observación de Marx aparece ante nosotros con mayor claridad y evidencia cuanto más se desarrolla el contenido de la revolución proletaria. Las "fórmulas" del verdadero comunismo se distinguen de la fraseología pomposa, refinada y solemne de los Kautsky, de los mencheviques y eseristas, con sus queridos cofrades de Berna, precisamente en que dichas "fórmulas" reducen todo a las condiciones de trabajo. Menos charlatanería en tomo a "la democracia del trabajo", "la libertad, la igualdad y la fraternidad", "la soberanía del pueblo" y demás cosas por el estilo: el obrero y el campesino concientes de nuestros días ven en estas frases huecas la marrullería del intelectual burgués tan fácilmente como cualquier persona con experiencia de la vida dice en el acto y sin equivocarse al rostro impecablemente "cuidado" y el aspecto de una "persona distinguida": "seguro que es un truhán".
¡Menos frases pomposas y más trabajo sencillo, cotidiano, más preocupación por cada pud de grano y cada pud de carbón! Más preocupación porque este pud de grano y este pud de carbón, indispensables al obrero hambriento y al campesino desarrapado, desnudo, no les lleguen transacciones mercantilísticas, al modo capitalista, sino por el trabajo consciente, como los peones y los ferroviarios de la línea Moscú-Kazán.
Todos debemos reconocer que a cada paso, en todas partes, y también en nuestras filas, pueden verse las huellas del modo charlatanesco, propio de los intelectuales burgueses, de abordar los problemás de la revolución. Nuestra prensa, por ejemplo, lucha poco contra estos restos putrefactos del podrido pasado democrático-burgués y presta débil apoyo a los brotes sencillos, modestos, cotidianos, pero vivos, de verdadero comunismo.
Observad la situación de la mujer. Ningún partido democrático del mundo, en ninguna de las repúblicas burguesas más avanzadas, han hecho, en este aspecto, en decenas de años ni la centésima parte de lo que hemos hecho nosotros el primer año de nuestro poder. No hemos dejado piedra sobre piedra, en el sentido literal de la palabra, de las vergonzosas leyes que establecían la inferioridad jurídica de la mujer, que ponían obstáculos al divorcio y exigían para él requisitos odiosos, que proclamaban la ilegitimidad de los hijos naturales y la investigación de la paternidad, etc. En todos los países civilizados subsisten numerosos vestigios de estas leyes, para vergüenza de la burguesía y del capitalismo. Tenemos mil veces razón para sentimos orgullosos de lo que hemos realizado en este sentido. Sin embargo, cuanto más nos deshacemos del fárrago de las viejas leyes e instituciones burguesas, tanto más claro vemos que sólo se ha descombrado el terreno para la construcción, pero ésta no ha comenzado todavía.
La mujer continúa siendo esclava del hogar, pese a todas las leyes liberadoras, porque está agobiada, oprimida, embrutecida, humillada por los pequeños quehaceres domésticos, que le convierten en cocinera y niñera, que malgastan su actividad en trabajo absurdamente improductivo, mezquino, enervante, embrutecedor y fastidioso. La verdadera emancipación de la mujer y el verdadero comunismo no comenzarán en el país sino en el momento en que empiece la lucha en masa, cuando empiece su transformación en masa en una gran economía socialista.
¿Concedemos en la práctica la debida atención a este problema que teóricamente, es indiscutible para todo comunista?. Desde luego, no. ¿Nos preocupamos suficientemente de los brotes de comunismo, que existen ya a este respecto?. No, y mil veces no. Los comedores públicos, las casas-cuna y los jardines de la infancia son otras tanta muestras de estos brotes, son medios sencillos, corrientes, sin pompa, elocuencia ni solemnidad, efectivamente capaces de emancipar a la mujer, efectivamente capaces de aminorar y suprimir su desigualdad respecto al hombre por su papel en la producción y en la vida social.
Estos medios no son nuevos. Fueron creados (como, en general, todas las premisas materiales del socialismo) por el gran capitalismo; pero bajo el régimen capitalista han sido, en primer lugar, casos aislados y, en segundo lugar -lo que tiene particular importancia-, o eran empresas mercantiles, con los peores aspectos de la especulación, del lucro, de la trapacería y del engaño, o bien "ejercicios acrobáticos de beneficencia burguesa", odiada y despreciada, con toda razón por los mejores obreros.
Es indudable que esos establecimientos son ya mucho más numerosos en nuestro país y que empiezan a cambiar de carácter. Es indudable que entre las obreras y campesinas hay muchas más personas dotadas de capacidad de organización que las conocidas por nosotros; personas que saben organizar las cosas más prácticas, con la participación de un gran número de trabajadores y de un número mayor de consumidores, sin la facundia, el alboroto, las disputas y la charlatanería sobre planes, sistemás, etc., que "padecen" los "intelectuales", demásiado presuntuosos siempre, o los "comunistas" precoces. Pero no cuidamos como es debido estos brotes de lo nuevo.
Fijaos en la burguesía. ¡Qué admirablemente sabe dar publicidad a lo que le conviene a ella! ¡Cómo exalta las empresas "modelo" (ajuicio de los capitalistas) en los millones de ejemplares de sus periódicos! ¡Cómo sabe hacer de instituciones burguesas "modelo" un motivo de orgullo nacional! Nuestra prensa no se cuida, o casi no se cuida, de describir los mejores comedores públicos o las mejores casas-cuna; de conseguir, insistiendo día tras día, la transformación de algunos de ellos en establecimientos modelo, de hacerles propaganda, de describir detalladamente la economía de esfuerzo humano, las ventajas para los consumidores, el ahorro de productos, la liberación de la mujer de la esclavitud doméstica y las mejoras de índole sanitaria que se consiguen con un ejemplar trabajo comunista y que se pueden realizar y extender a toda la sociedad, a todos los trabajadores.
Una producción ejemplar, sábados comunistas ejemplares, un cuidado y una honradez ejemplares en la obtención y distribución de cada pud de grano, comedores públicos ejemplares, la limpieza ejemplar de una vivienda obrera, de un barrio determinado, todo esto tiene que ser, diez veces más que ahora, objeto de atención y cuidado tanto por parte de nuestra prensa como parte de cada organización obrera y campesina. Todo esto son brotes de comunismo, y el cuidarlos es una obligación primordial de todos nosotros. Por difícil que sea la situación del abastecimiento de la producción, el avance en lodo el frente en año y medio de poder bolchevique es indudable: los acopios de grano han pasado de 30 millones de puds (del 1° de agosto de l917 al 1° de agosto de 1918) a 100 millones (del 1° de agosto de 1918 al 1° de mayo de 1919), se ha extendido la horticultura; ha disminuido la extensión de los campos que quedan sin sembrar; ha comenzado a mejorar el transporte ferroviario, a pesar de las gigantescas dificultades con que se tropieza para obtener combustible, etc. Sobre este fondo general, y con el apoyo del poder estatal proletario, los brotes de comunismo no se agotaran, sino que crecerán y se convertirán en comunismo pleno.