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    Editado el libro 'El derecho a la pereza', de Paul Lafargue

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    Mensaje por GKB Vie Mayo 07, 2010 9:15 am

    La Asociación Antón Makarenko de Educación Popular y Gazte Komunisten Batasuna presentan el clásico de Paul Lafargue 'El derecho a la pereza' a un precio de 2 euros en distribución y 3 por correo ordinario.

    La presente edición, realizada a partir de una traducción previa de autor desconocido editada años atrás, ha requerido tal trabajo de corrección e incluso de ampliación (para incluir las notas ausentes en aquella), que puede considerarse como una nueva traducción de la misma. Se ha cotejado con el original en fránces y, así mismo, se ha tenido a la vista la traducción realizada por María Celia Cotarelo. El prólogo se puede leear más abajo y trata sobre el propio autor.

    Este libro se une a otros trabajos realizados por Antón Makarenko de Educación Popular en colaboración con GKB, como el libro 'Al pasado no regresaremos jamás', de Fidel Castro, y 'Notas de la cárcel', de Erich Honecker. Este último realizado también junto a la editorial Templando el Acero y Distribuciones Potemkin.

    Para adquirir un ejemplar, las personas interesadas pueden hacerlo a través de la página web [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]



    Datos de esta edición:

    Título "El derecho a la pereza"

    Autor Paul Lafargue

    ISBN 978-84-6139-353-4

    Edita: Asociación Cultural Anton Makarenko de Educación Popular, abril 2010

    Páginas: 41 (de texto incluyendo prólogo), total 50 (todo el libro como tal)

    Tamaño 15x21

    Encuadernación rústica (fresado)


    TEXTO DE CONTRAPORTADA

    "Los socialistas revolucionarios tienen que recomenzar el combate que han librado los filósofos y los panfletarios de la burguesía; tienen que ir al asalto de la moral y las teorías sociales del capitalismo; tienen que destruir, en las cabezas de la clase llamada a la acción, los prejuicios sembrados por la clase dominante; tienen que proclamar, a la faz de los hipócritas de todas las morales, que la tierra dejará de ser el valle de lágrimas del trabajador..."

    INTRODUCCIÓN O PRÓLOGO

    Paul Lafargue


    Paul Lafargue es un autor bastante desconocido. Y no deja de ser curioso que así sea, puesto que cabe decir que fue el encargado de “introducir el marxismo” en España, donde llegó en 1871. Quizá este mismo hecho sea en parte un reflejo de la actitud del país ante el socialismo científico. En efecto, antes que Lafargue, en 1868, llegó a España Giuseppe Fanelli, “introductor del anarquismo” en su variante bakuninista.

    El propio Lafargue había comenzado su “carrera” política como proudhoniano. Proudhon fue, en realidad, el padre del anarquismo moderno, y como tal, pronto entró en contradicción con Marx.

    Hay una gran confusión, nos parece, en cuanto a todas estas personas y sus ideas. La mayoría de la gente supone (a falta de un conocimiento exacto de sus vidas), que ni se conocían personalmente entre ellos, y que siempre fueron encarnizados enemigos.

    En realidad, Marx conocía personalmente, y desde un periodo bastante temprano, tanto a Proudhon como a Bakunin. Todos ellos colaboraron de distintas maneras, y lo cierto es que la amistad de Marx con Bakunin, y a la inversa, fue duradera.

    Lo que llevó al enfrentamiento entre Marx y los otros dos revolucionarios fue, evidentemente, el conflicto insoluble entre las concepciones científicas y políticas de Marx y las “pequeñoburguesas” de Proudhon y las “antiautoritarias” de Bakunin. Este conflicto, sin embargo, va más allá del “autoritarismo” y el “antiautoritarismo”.

    Por ejemplo, con respecto a Proudhon, tiene importantísimas implicaciones en el plano económico, fundamental como sabemos. Se califica a Proudhon de “pequeñoburgués”, no para insultarle, sino porque sus concepciones económicas llevan al tipo de soluciones económicas que satisfacen las necesidades de esa clase social, es decir, a una especie de reformismo que conserve las relaciones de producción del capitalismo. Y ello se ve aderezado con el abstencionismo político que caracterizó a los proudhonianos.

    En cambio, con respecto a Bakunin, no se encuentra tanta diferencia en el plano económico. Bakunin siempre reconoció el trabajo de Marx en este campo. Les diferenció más todo un “estilo” revolucionario, que en el caso de Bakunin consistió sobre todo en profundizar el apoliticismo, el abstencionismo, y finalmente el “antiautoritarismo”.

    Todo ello llevó en última instancia a la radical separación entre marxistas (socialistas o comunistas) y bakuninistas (anarquistas o comunistas libertarios), expresada en la escisión de la Internacional.

    Mencionamos todo esto para intentar aclarar el famoso “malentendido” que tuvo Marx con Lafargue cuando se convirtió en la pareja de Laura Marx.

    De hecho, Marx conocía a Lafargue de antes. Y le conoció como proudhoniano que era. Siendo francés y además mulato (con lo que ello suele influir en el carácter), venía a ser a ojos de Marx una especie de proudhoniano al cubo. Sabiendo todo esto, sólo cabía esperar que no le agradase especialmente que este joven cortejase a su hija.

    Otro aspecto bastante ignorado hoy en día es la relación de Marx con sus hijas. Marx y sus hijas se profesaban un profundo cariño y respeto. Se trataban entre sí con toda confianza y sin reservas.

    Algunos malintencionados, hablando de esto y del asunto de Lafargue, han sostenido que Marx era una especie de padre burgués cualquiera, que quería educar a sus hijas como señoritas. Con esto se intenta, al parecer, desprestigiar la figura de Marx como revolucionario íntegro.

    Pero no hay ninguna contradicción en este terreno. En la época de Marx desde luego no había más opciones educativas que los colegios de pago, o el analfabetismo. Por otro lado, las famosas clases de música e idiomas “para señoritas” eran de lo más habitual. Muchos revolucionarios emigrados en Inglaterra trabajaban justamente de profesores en colegios de monjas, daban clases particulares de francés o de música, etc.

    Por otra parte Marx había hecho verdaderos sacrificios personales, que afectaron profundamente a toda su familia, su mujer y sus hijos. Procedentes ambos (Marx y su mujer Jenny) de familias de buena posición, pasaron prácticamente toda su vida en una pobreza espeluznante, fuera de su país. Toda la parte de fortuna familiar que les cupo en suerte, vía herencia o “sablazos”, fue invertida en los trabajos de Marx y desde luego no en sus comodidades. Sólo la ayuda desinteresada de Engels, quien gozaba de una mejor posición en la fábrica de su familia en Manchester, permitió sobrevivir a esta familia. Más tarde Engels ayudó también al propio Lafargue, cuando éste abandonó la idea de ejercer la medicina y montó un estudio fotográfico que no siempre fue bien.

    Es en este contexto donde hay que entender la famosa carta de Marx a Lafargue respecto a su relación con Laura Marx. Era imprescindible para Marx que sus hijas no se vieran abocadas a llevar la vida que él mismo había elegido. Paul Lafargue también era un revolucionario y todas estas personas solían tener grandes dificultades para ganarse la vida y asegurarse algún ingreso. De ahí la necesidad de ciertas “seguridades” económicas. Finalmente, el padre de Paul Lafargue pudo garantizar que dispondrían de ingresos suficientes si era necesario.

    Por lo demás, las hijas de Marx compartían totalmente las ideas del padre, y no eran unas señoritas melindrosas en absoluto, sino que estaban dispuestas a luchar, como demuestran los ejemplos de la propia Laura, Eleanor y Jenny (hija). Todas ellas se casaron con otros revolucionarios y fueron partícipes por derecho propio, del movimiento revolucionario de los trabajadores y los pueblos.

    Volviendo a la vida de Paul Lafargue, diremos que nació el 15 de enero de 1842 en Santiago de Cuba, de padre mulato francés y madre de origen haitiano. Se instaló con su familia en Burdeos en 1851; se convirtió en activista revolucionario influenciado, como hemos dicho, por las ideas de Proudhon, Blanqui y Bakunin siendo estudiante de Medicina en París (1862-65). Cuando las autoridades le expulsaron de la universidad se trasladó a Londres para proseguir sus estudios.

    Allí se afilió a la primera Internacional (la AIT) y conoció a Karl Marx y también a su hija Laura, con quien se casó en 1868.

    De vuelta a Francia, participó en la revolución de la Comuna de París (1871), cuya derrota le obligó a huir a España. De hecho, Laura Marx debió permanecer en Donostia sola cuando finalmente el gobierno español comenzó activamente a reprimir a los “internacionales”.

    En 1880 conoció al principal representante del marxismo en Francia, Jules Guesde, con quien fundó el Partido Obrero Francés; chocó enseguida con la corriente “posibilista”, produciendo la escisión del socialismo francés en 1882.

    Después de la muerte de Marx continuó teniendo un papel de primer orden como organizador, propagandista y teórico del socialismo. Fue iniciativa suya la adopción del Primero de Mayo como jornada de reivindicación obrera a escala mundial (Congreso de 1889 de la Internacional Socialista).

    Tras la reunificación de los socialistas franceses en 1905, el peso de los “guesdistas” se fue reduciendo frente al liderazgo moral e intelectual de Jaurès, con quien Lafargue sostuvo una polémica ideológica.

    Lafargue y su esposa se suicidaron juntos en 1911. Sus cuerpos fueron encontrados el 26 de noviembre en Draveil. Lafargue explicó así su gesto final: “En pleno uso de mis facultades físicas y mentales, me mato antes de que la implacable vejez, que me roba uno a uno los placeres y las alegrías de la existencia y que me despoja de mis fuerzas físicas e intelectuales, paralice mi energía, quiebre mi voluntad y haga de mí una carga para mí mismo y para otros. Hace años me prometí no superar los 70, fijé entonces la época del año en que abandonaría la vida, y he preparado el modo de ejecución de mi resolución, una inyección hipodérmica de ácido cianhídrico. Muero con la alegría suprema de tener la certeza de que, en un porvenir próximo, la causa a la que me he consagrado desde hace 45 años triunfará. Viva el comunismo, viva el socialismo internacional.”

    Nadia Krupskaya escribe en “Recuerdos sobre Lenin”: “en octubre los Lafargue se suicidaron. Su muerte fue un gran impacto para Ilich. Recordamos la vez que les visitamos. Ilich dijo: ‘si ya no puedes trabajar por el partido, debes ser capaz de afrontar la realidad y morir como los Lafargue’. Y quiso decir sobre su tumba que su trabajo no había sido en vano, que la causa por la que habían luchado, la causa de Marx, con quien tanto Paul como Laura Lafargue habían estado tan íntimamente ligados, estaba creciendo y expandiéndose hasta la lejana Asia. En ese momento la ola del movimiento revolucionario de masas estaba creciendo en China. Vladimir Ilich escribió el discurso e Inesa [Armand] lo tradujo. Recuerdo con qué emoción lo pronunció en el funeral en nombre del Partido Socialdemócrata Obrero de Rusia.”

    Entre sus relativamente poco conocidos escritos teóricos (El socialismo y la conquista de los poderes públicos, 1899; El socialismo y los intelectuales, 1905) y sus muchos otros de carácter polémico y periodístico, destaca por su originalidad el que dedicó a El derecho a la pereza (1880). La Editorial Júcar editó asimismo en su día ¿Por qué cree en Dios la burguesía?

    La presente edición, realizada a partir de una traducción previa de autor desconocido editada años atrás, ha requerido tal trabajo de corrección e incluso ampliación de la misma (para incluir las notas ausentes en aquella versión), que puede considerarse una nueva traducción por sí misma. Se ha cotejado con el original en francés. Asimismo se ha tenido a la vista la traducción de María Celia Cotarelo.

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    Mensaje por GKB Vie Mayo 07, 2010 9:17 am

    la portada la podeis ver aquí. NO acierto a subirla directamente, si algún admin puede hacerlo...

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    Mensaje por operario Vie Mayo 07, 2010 11:01 am

    Este es el enlace de la imagen:

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    Mensaje por guti Sáb Mayo 22, 2010 4:22 pm

    un profesor de la secundaria me lo recomendo
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    Mensaje por marki-punk Vie Mayo 28, 2010 10:03 am

    Yo lo he leido es bastante bueno y no es demasiado largo es facil de leer y enteder lo recomiendo a todos
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    Mensaje por Admin Vie Mayo 28, 2010 5:32 pm

    Yo lo tengo, venia con Público.
    Es bueno
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    Mensaje por GKB Sáb Mayo 29, 2010 1:44 pm

    Admin escribió:Yo lo tengo, venia con Público.
    Es bueno

    jejejje. Pero esta es una edición diferente eh!!
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    Mensaje por pedrocasca Dom Nov 06, 2011 9:36 pm

    El libro se puede leer y copiar desde: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    También se puede descargar desde: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    Paul Lafargue (1842-1911), médico y socialista francés nacido en Cuba, autor de varias obras sobre la historia del marxismo, fundamentalmente. Fue uno de los fundadores del Partido Obrero francés en 1879. En la Asociación Internacional de los Obreros (la I Internacional) sirvió de secretario corresponsal para España (en donde dictó una serie de conferencias para la divulgación del marxismo) entre 1866 y 1868 y fue miembro-fundador de sus secciones francesas, españolas y portuguesas. Se casó con Laura Marx, deviniendo así en yerno de Karl Marx.


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    Última edición por pedrocasca el Mar Ene 08, 2013 8:42 am, editado 2 veces
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    Mensaje por pedrocasca Sáb Mayo 05, 2012 12:34 pm

    En el Foro hay más temas relacionados con Paul Lafargue, en donde se puede acceder a links de descarga de textos suyos, por ejemplo:

    "El método histórico" – libro de Paul Lafargue - se descarga desde internet
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    "La Mujer: en el pasado, en el presente, en el porvenir" - libro de Augusto Bebel con prólogo de Paul Lafargue - se descarga desde internet (link actualizado) - Imprescindible
    [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

    "La teoría de la lucha de clases" - texto de Paul Lafargue - publicado en 1897 tras una serie de conferencias dadas en España
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    Mensaje por Alex-Gore Sáb Mayo 05, 2012 1:21 pm

    Admin escribió:Yo lo tengo, venia con Público.
    Es bueno

    Si,de lo poco bueno que hacia publico,las colecciones de libros de pensamiento critico.Yo tambien lo lei gracias a este periodico,creo que aparte de el texto de ''El derecho a la pereza'' tambien venia incluido un nexo o algo asi,titulado el Metodo cientifico de Karl Marx.

    Buen libro en mi opinion,espero leer esta edicion camaradas!
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    Mensaje por pedrocasca Dom Ago 19, 2012 10:47 pm

    Otro link de descarga de El derecho a la pereza, de Paul Lafargue:

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    Se presenta el libro de esta manera: ¿Es el marxismo la versión laica del fanatismo laboral propiciado por la religión protestante? ¿Por qué las clases dominantes suelen acusar a los sectores populares de “vagancia” mientras los empresarios y banqueros disfrutan plácidamente de la vida? En este libro Paul Lafargue, yerno de Karl Marx y militante de la Comuna de París, cuestiona y polemiza contra muchos prejuicios burgueses.



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    Última edición por pedrocasca el Lun Ene 07, 2013 11:13 pm, editado 2 veces
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    Mensaje por pedrocasca Sáb Sep 29, 2012 11:33 pm

    Otro link de descarga del libro de Paul Lafargue titulado El derecho a la pereza (Refutación del derecho al trabajo) año 1848:

    31 páginas de excelente formato pdf

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    Mensaje por pedrocasca Lun Ene 07, 2013 11:17 pm

    COMENTARIOS A "EL DERECHO A LA PEREZA", DE PAUL LAFARGUE

    publicado en 2010 en el blog argentino Miseria de la Sociología

    publicado en dos mensajes en el Foro

    mensaje nº 1

    En el comienzo del primer capítulo del Libro Primero de El Capital (1867), Karl Marx (1818-1883) formula la distinción entre valor de uso y valor de cambio. El primer concepto alude a la capacidad que posee un bien o servicio para satisfacer necesidades de las personas; el uso es, por tanto, la utilización de la cosa por el individuo para realizar su goce. (1). El segundo concepto, en cambio, designa a la capacidad que posee una mercancía (bien o servicio) de ser cambiada en el mercado por otras mercancías; a diferencia del valor de uso, el valor de cambio presupone necesariamente la existencia del mercado. (2). En El capital, si bien reconoce que es el sustrato material del valor de cambio (3), Marx no desarrolla la concepción del valor de uso.

    El proceso de trabajo, en su forma capitalista, está centrado en el valor de cambio (más exactamente, en la producción de plusvalor). Para el capitalista, el objetivo del proceso productivo es la producción de mercancías que puedan venderse en el mercado. En el fondo, no le interesa qué mercancía produce, sólo le importa qué se venda. Toda su "responsabilidad social" concluye allí.

    La hegemonía del valor de cambio engendra la paradoja de que el capitalismo, lejos de tener presente las necesidades de los individuos, impone a las personas sus propias necesidades, en la forma de la creación de la compulsión a la compra de todo tipo de mercancías. No es la satisfacción de las personas la que guía el rumbo del proceso productivo, sino el goce y la satisfacción del capital a través de la producción de cantidades crecientes de plusvalor. En el capitalismo desarrollado se da el caso curioso de que los individuos tienen que estar permanente insatisfechos para que el capital pueda gozar con el plusvalor. En un correlato de la teoría del fetichismo de las mercancías, la esfera del goce se desplaza desde las personas hacia las cosas (el capital).

    Aunque Marx no dedica su atención a la problemática del valor de uso, El capital proporciona una indicación para entender la relación entre la hegemonía del valor de cambio y el papel secundario asumido por el valor de uso. La clave para comprender por qué las cosas son las que gozan en el capitalismo se encuentra en la forma en que está organizado el proceso de trabajo. Es en este punto que El derecho a la pereza cobra una enorme actualidad.

    Paul Lafargue (1842-1911) (4) fue un militante socialista francés, una de las figuras más importantes de la generación de marxistas que se formó en contacto directo con Marx y Friedrich Engels (1820-1895). Estaba casado con Laura Marx (1845-1911) y realizó una tarea infatigable de difusión de las ideas marxistas, a través de numerosos textos, muchos de ellos presentados en el formato folleto. Como buen militante, su interés por las cuestiones teóricas estaba soldado con la preocupación por transformar la realidad, y esto debe ser tenido en cuenta al momento de abordar la lectura de sus obras.

    El derecho a la pereza fue redactado en 1880 y publicado por partes en el periódico socialista francés L'ÉGALITÉ. Posteriormente, y estando preso por "favorecer y propugnar la muerte y el pillaje", Lafargue revisó el folleto y preparó su edición definitiva en 1883. En un tiempo en el que el mayor riesgo que corre un intelectual académico es el de perecer de alguna indigestión, no está mal discutir los argumentos de un texto que fue trabajado por su autor en la cárcel, siendo este autor un militante que tenía claro que la búsqueda de conocimiento no debía ser separada del compromiso político.

    En la lectura que voy a proponer de El derecho a la pereza es fundamental tener presente la categoría de valor de uso. Mediante el empleo de la misma, es posible desarmar el sentido común capitalista acerca del trabajo y comprender bajo qué condiciones pueden emanciparse las personas de la dominación del trabajo alienado y convertirse en dueños de su propio destino.

    ¿En qué consiste el sentido común sobre el trabajo? Básicamente, en la creencia en que el trabajo es bueno en sí mismo, y que constituye el camino que debe elegir el individuo para mejorar en tanto persona. En otras palabras, el trabajo nos hace mejores pues nos permite superarnos, al obligarnos a ser responsables. Frente a los innegables males de nuestra época, el sentido común capitalista suele proponer como solución el retorno a la "cultura del trabajo". El trabajo divide, pues, a las personas en dos grandes grupos: los trabajadores, serios y responsables, a los que les corresponde por mérito ascender en la escala social; los "vagos" los que "no quieren trabajar!, que quedan fuera del mundo del trabajo por su propia indolencia. El trabajo proporciona al sentido común de la burguesía unas herramientas insustituibles para discriminar entre réprobos y elegidos; el éxito, que en nuestra sociedad se mide por la cantidad de dinero acumulado, es presentado como un resultado del esfuerzo en el trabajo. En este simpático cuentito para personas que creen que el sentido de la vida se resume en los catálogos de Frávega o Garbarino, las diferencias sociales son el resultado del esfuerzo diferencial de los individuos. Los que ganan lo hacen porque pusieron lo que hay que poner, esto es, esfuerzo y trabajo. Los que pierden merecen su suerte, porque no se esforzaron lo suficiente.

    La visión del sentido común tiene la ventaja de la sencillez, la cual se ve reforzada por el hecho de que asume el punto de vista individualista. Es el trabajo del propio individuo, su propio esfuerzo, el responsable del lugar que ocupa esa persona en la sociedad. No hay que preocuparse por las estructuras, las clases sociales o la dinámica del capitalismo. Sólo es preciso concentrarse en los motivos de cada individuo para trabajar duro.

    De yapa, la concepción del sentido común goza de la valoración positiva que ese mismo sentido común le otorga al trabajo. Es, si se permite la expresión, una concepción "más respetable". ¿Quién podría oponerse al trabajo? Sólo alguien que quiere vivir a costa de los demás, o alguien que es "vago" por naturaleza.

    Lafargue desarma la concepción del sentido común mediante el despliegue de una serie de operaciones conceptuales. En primer lugar, saca al trabajo del ámbito abstracto e individualista en que lo sitúa el sentido común, y lo ubica en el contexto general de la sociedad capitalista. sí, mientras que el sentido común suele presentar al trabajo como una actividad realizada por el trabajador para su propio beneficio, Lafargue considera al trabajo en su carácter capitalista, como actividad condicionada y formateada en el sentido de las necesidades de reproducción del capital. Esto permite evitar muchos equívocos. Así, por ejemplo, cuando se habla de "cultura del trabajo" debe tenerse en cuenta que se está hablando de "cultura del trabajo capitalista".

    Lafargue escribe: "Una extraña locura se ha apoderado de las clases obreras de las naciones donde domina la civilización capitalista (...) Esta locura es el amor al trabajo, la pasión moribunda por el trabajo, llevado hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y de sus hijos. (...) En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda degeneración intelectual, de toda deformación orgánica." (p. 195). "Nuestra época es, dicen, el siglo del trabajo; es, en efecto el siglo del dolor, de la miseria y de la corrupción." (p. 198).

    Así, frente al sentido común convencional, que sostiene que el trabajo es la fuente de todas las virtudes, Lafargue patea el tablero y afirma que, por el contrario, el trabajo es fuente de degradación. Frente al sentido común que dice que el trabajo es creador de riqueza, Lafargue sostiene que el trabajo es creador de miseria. ¿Cómo es posible que la actividad que genera efectivamente la riqueza de la sociedad capitalista se transmute en su opuesto? La respuesta a este interrogante se encuentra en la organización capitalista del proceso productivo.

    En el capitalismo, el objetivo del proceso de trabajo es la producción de plusvalor, esto es, trabajo no pagado al trabajador y que es apropiado por el capitalista en virtud de su propiedad privada de los medios de producción. El valor de uso (la satisfacción de las necesidades de las personas) ocupa un lugar subordinado frente al valor de cambio. La hegemonía de este último permite explicar que la inmensa productividad del trabajo no desemboque en un aumento del ocio de los trabajadores, sino en una intensificación del ritmo de trabajo. Puesto que el trabajador no controla el proceso, su opinión no es considerada al momento de decidir qué, cómo y cuánto producir. Si la productividad del trabajo aumenta, es necesario producir cada vez más para así generar una masa mayor de plusvalor.

    Lafargue expresa así el imperativo de la producción capitalista: "Trabajen, trabajen, proletarios, para aumentar la riqueza social y sus miserias individuales; trabajen, trabajen, trabajen, para que , volviéndose más pobres, tengan más razones para trabajar y ser miserables. Tal es la ley inexorable de la producción capitalista." (p. 201). Sólo a partir de la hegemonía del valor de cambio puede entenderse la búsqueda desesperada por producir cada vez más mercancías en un mundo que ya está saturado de mercancía de todo tipo de color y de pelaje. En este punto cobra todo su sentido la afirmación de Lafargue de que el trabajo engendra "miseria" y "corrupción". La productividad del trabajo hace que el trabajador sea cada vez más miserable frente a una masa siempre creciente de mercancías que no puede poseer; la corrupción invade todos los resquicios de la sociedad puesto que todo el proceso productivo está regido por el valor de cambio y, por ende, todo tiene su precio.

    De este modo, Lafargue transforma a la "cultura del trabajo" en una pesadilla grotesca, en la que las personas actúan guiadas por un impulso insensato a producir cada vez más. Claro que esta "insensatez" no es otra cosa que la lógica misma de la producción capitalista.

    NOTAS:

    En todas las citas de El Capital utilizo la edición preparada por Pedro Scaron para Siglo XXI Editores (1º edición, 1975). En mi caso dispongo de un ejemplar de la 21º edición, publicada en México D. F. por la citada editorial. La traducción, advertencia y notas corresponden al citado Scaron. Para indicar la página correspondiente de la edición Siglo XXI procedo de la siguiente manera:I corresponde al número de Libro de la obra (recordar que El Capital está constituido por cuatro libros); 1 al número de volumen de la edición Siglo XXI (esta edición publicó los tres primeros libros en 8 volúmenes); 6 hace referencia al número de página de la edición Siglo XXI.

    En este comentario utilizo la traducción de El derecho a la pereza realizada por María Celia Cotarelo y que se encuentra incluida en Sartelli, Eduardo. (2005). Contra la cultura del trabajo: Una crítica marxista del sentido de la vida en la sociedad capitalista. Buenos Aires: Ediciones Razón y Revolución. (pp. 193-221). Este volumen reúne, además, un conjunto de trabajos que tienen por objeto comentar y/o desarrollar aspectos del texto de Lafargue.

    (1) "La utilidad de una cosa hace de ella un valor de uso. (...) El valor de uso se efectiviza únicamente en el uso o en el consumo. Los valores de uso constituyen el contenido material de la riqueza, sea cual fuere la forma social de ésta." (Marx, El capital, I, 1: 44)

    (2) "En primer lugar, el valor de cambio se presenta como relación cuantitativa, proporción en que se intercambian valores de uso de una clase por valores de uso de otra clase (...) salta a la vista que es precisamente la abstracción de sus valores de uso lo que caracteriza a la relación de intercambio entre las mercancías. (...) En cuanto valores de uso, las mercancías son, ante todo, diferentes en cuanta a la cualidad; como valores de cambio, sólo pueden diferir por su cantidad, y no contienen, por consiguiente, ni un solo átomo de valor de uso." (Marx, El capital, I, 1: 45-46).

    (3) "...ninguna cosa puede ser valor si no es un objeto para el uso. Si es inútil, también será inútil el trabajo contenido en ella; no se contaría como trabajo y no constituirá valor alguno." (Marx, El capital, I, 1: 50-51).

    (4) Para los datos biográficos y un comentario de los principales trabajos de Lafargue, así como también una valoración general de su obra y actuación, puede consultarse el trabajo de Sartelli, "Trabajo y subversión: Paul Lafargue y la crítica marxista de la sociedad burguesa", incluido en Sartelli, Eduardo. (2005). Contra la cultura del trabajo: Una crítica marxista del sentido de la vida en la sociedad capitalista. Buenos Aires: Ediciones Razón y Revolución. (pp. 11-96).


    Última edición por pedrocasca el Lun Ene 07, 2013 11:23 pm, editado 2 veces
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    Editado el libro 'El derecho a la pereza', de Paul Lafargue Empty Re: Editado el libro 'El derecho a la pereza', de Paul Lafargue

    Mensaje por pedrocasca Lun Ene 07, 2013 11:22 pm

    COMENTARIOS A "EL DERECHO A LA PEREZA", DE PAUL LAFARGUE

    publicado en 2010 en el blog argentino Miseria de la Sociología

    publicado en dos mensajes en el Foro

    mensaje nº 2 y último

    En segundo lugar, Lafargue se dedica a demostrar que el progreso técnico se transforma en un eslabón más en la cadena que somete al trabajador. Hay que detenerse en este punto pues constituye una de las muestras más evidentes de la mencionada "insensatez" del capitalismo. Ante todo, hay que empezar por recordar lo evidente. El progreso tecnológico implica un ahorro de fuerza de trabajo humana; en otras palabras, las máquinas reemplazan trabajo realizado directamente por las personas. El desarrollo de la técnica crea, entonces, las condiciones para que las personas se liberen progresivamente del trabajo físico. Sin embargo, la paradoja del capitalismo radica en que se trata de una forma de sociedad que incentiva como ninguna el desarrollo tecnológico, pero este progreso no va acompañado de un descenso ni de la intensidad del trabajo para los trabajadores, ni de una reducción de la jornada laboral acorde con la magnitud de la productividad. Lafargue afirma: "la pasión ciega, perversa y homicida del trabajo transforma la máquina liberadora en un instrumento de servidumbre de los hombres libres: su productividad los empobrece." (p. 204). "A medida que la máquinas se perfecciona y quita el trabajo del hombre con una rapidez y una precisión constantemente crecientes, el obrero, en vez de prolongar su descanso en la misma proporción, redobla su actividad como si quisiera rivalizar con la máquina." (p. 204).

    En el marco de un proceso laboral en el que impera la propiedad privada de los medios de producción, la tecnología se transforma cada vez más en un dispositivo de alienación. ¿Cómo podría esperarse que la tecnología represente un alivio para los trabajadores cuando el objetivo de la producción es el valor de cambio y no el valor de uso? Si el trabajo produce mercancías, el goce y el placer de las personas son atendidos sólo en la medida en que puedan venderse y comprase. A ningún empresario en su sano juicio le interesa que la tecnología mejore la condición de los trabajadores; la tecnología sirve como herramienta para someter a los trabajadores y enfrentar a la competencia.

    Lafargue señala que "para potenciar la productividad humana, en necesario reducir las horas de trabajo y multiplicar los días de pago y feriados" (p. 211); "para obligar a los capitalistas a perfeccionar sus máquinas de madera y de hierro, es necesario elevar los salarios y disminuir las horas de trabajo de las máquinas de carne y hueso." (p- 211). La organización del trabajo basada en la propiedad privada impone el antagonismo entre empresarios y trabajadores; de ahí que las máquinas aparezcan como un rival de los trabajadores, y que el desarrollo tecnológico sea promovido en la medida en que el costo de introducir tecnología sea inferior al coste de producir con fuerza de trabajo humana. Lafargue indica que el capitalismo no fomenta el desarrollo tecnológico porque actúe como un "progresista" nato, sino que hacer eso le conviene en su lucha contra los trabajadores. Esto sirve para desmitificar la imagen de sentido común del empresario como un elemento "progresista" y "racional" en la sociedad. Independientemente de que el desarrollo tecnológico también obedece a los vaivenes de la lucha entre capitalistas (competencia), hay que insistir en que la introducción de tecnología responde a las necesidades de la lucha del empresario contra los trabajadores. En el marco del trabajo alienado, la tecnología obedece a la lógica del capital.

    En tercer lugar, y puesto que el eje del proceso económico radica en el valor de cambio, el sentido común dominante considera que la laboriosidad, la sobriedad y la obediencia son las virtudes cardinales del trabajador. En una sociedad en que la Joda (así, con mayúscula) representa el Bien, el objetivo último de los "ganadores" (los que han sabido hacer dinero), se pide a los trabajadores que sean sobrios, responsables y, en lo posible, que no jodan con pedidos de aumentos de salarios y otras cosas que suelen reclamar; en otras palabras, los trabajadores tienen que ser una encarnación de la "cultura del trabajo" y entender que el trabajo es la esencia misma de la personalidad humana (o, por lo menos, de la personalidad de los trabajadores). Lafargue emplea la ironía y reparte palos tanto a empresarios como a trabajadores con el fin de mostrar todo la hipocresía y el absurdo de esta concepción. Así, la sobriedad que se pide a los trabajadores tiene su contrapartida en la presión constante sobre la burguesía para que compre mercancías producidas en cantidad creciente. "La abstinencia a que la que se condena a la clase productiva obliga a los burgueses a dedicarse al sobreconsumo de los productos que ella produce en forma desordenada. (p. 205). "Para cumplir su doble función social de no productor y de sobreconsumidor, el burgués debió no solamente violentar sus gustos modestos, perder sus hábitos laboriosos de hace dos siglos y entregarse al lujo desenfrenado a las indigestiones trufadas y a los libertinajes sifilíticos, sino también sustraer al trabajo productivo una masa enorme de hombres a fin de procurarse ayudantes." (p. 206).

    Dado que la base del poder de la burguesía reside en la apropiación del plusvalor, y que este plusvalor sólo se realiza al venderse la mercancía, la compra y consumo de mercancías se transforma en el imperativo categórico de la burguesía y de los sectores sociales que participan de su dominación. La clase dominante de la sociedad capitalista se ve dominada, a su vez, por las cosas (las mercancías). Así, mientras que la clase trabajadora está encadenada a la "cultura del trabajo", la burguesia se halla sometida a la "cultura del consumo". La existencia humana pasa a estar regulada en su totalidad por las necesidades de la reproducción se capital.

    Como se desprende del análisis anterior, el capitalismo, que ha llevado el desarrollo de la técnica a niveles nunca vistos en la historia, y que ha conseguido que la humanidad disponga por primera vez en su existencia de más bienes de los que necesita, se ha convertido en la forma de dominación más omnipotente de la historia. Como bien lo demuestra Lafargue, son los propios trabajadores lo que exigen trabajar más (p. 201, 202), aun cuando sea ese mismo trabajo el que debilita constantemente su posición frente a los empresarios. La "cultura del trabajo" es la expresión naturalizada e internalizada del sometimiento y de la esclavitud de los trabajadores, la expresión políticamente correcta de la explotación de los obreros por los empresarios, la forma elegante de manifestar su (de los trabajadores) renuncia a una vida dedicada al goce y a la expansión de sus capacidades.

    En el plano teórico más general, las cuestiones tratadas por Lafargue son manifestaciones del carácter alienado que asume el trabajo en la sociedad capitalista, cuestión que Marx analizó con maestría en los Manuscritos de 1844. En este punto hay que ubicar la categoría de valor de uso y su subordinación al valor de cambio en el capitalismo. Que el objetivo primordial del proceso de trabajo sea el valor de cambio tiene consecuencias fundamentales para la sociedad; así, las personas pasan a ser meros soportes de las operaciones necesarias para la reproducción del capital. Las relaciones sociales, que son relaciones entre personas, pasan a ser vistas como relaciones entre cosas; las personas mismas son cosificadas y se transforman en mercancías.

    El valor de uso, que, como dijimos anteriormente, es la propiedad que poseen las cosas de satisfacer determinadas necesidades humanas, queda relegado a un puesto secundario en la producción capitalista. Es, por supuesto, una condición necesaria para que las mercancías sean vendibles (no puede venderse algo que no satisfaga alguna necesidad), pero su papel no va mucho más allá. Como sucede con la primacía del valor de cambio, esta subordinación al valor de uso también tiene importantes consecuencias sociales. Si la producción tuviera como eje el valor de uso, la satisfacción de necesidades pasaría a ser el centro del proceso productivo. El goce de los individuos, y no la lógica de reproducción del capital, constituiría la norma que guiaría el desarrollo del aparato productivo. No se trata aquí de establecer una distinción abstracta entre necesidades "naturales" (hegemonía del valor de uso) y necesidades "artificiales" (hegemonía del valor de cambio), pues ello implicaría partir de una concepción esencialista de la naturaleza humana (postulando una esencia inmutable de la que se derivarían ciertas necesidades naturales). Fijar la atención en la categoría de valor de usos supone, en cambio, enfatizar el hecho de que en la sociedad capitalista la satisfacción de necesidades está regida por la lógica del valor de cambio y no por las personas. En este contexto, pensar en la posibilidad misma de un capitalismo "sustentable", de un capitalismo "amigable", resulta grotesco.

    En cuarto lugar, Lafargue fustiga duramente a los trabajadores por haber aceptado la "locura" del trabajo. En este punto, nuestro autor rechaza toda "adoración " populista de los trabajadores y critica su adhesión a la insensatez consistente en trabajar cada vez más. No se trata, por cierto, de una recriminación "paternalista" propia de un intelectual "superado; tampoco de una manifestación de desprecio hacia la "estupidez" del proletariado. Lafargue, que es militante y teórico a la vez, busca provocar la reacción de los interpelados. Al revés de nuestros académicos que se sienten cómodos frente a la ausencia de todo debate, Lafargue precisa de la discusión. Su modelo no es el becario del CONICET, sino el militante revolucionario. Sólo si se tiene en cuenta esto pueden entenderse plenamente tanto sus argumentos como forma elegida para exponerlos.

    Para concluir, hay que decir unas palabras sobre el camino que propone Lafargue para superar la "cultura del trabajo". Ante todo, hay que comenzar por notar que Lafargue no atribuye los efectos devastadores de la "cultura del trabajo" a una maldición de la naturaleza o a el capricho divino. Estos efectos son el resultado de una determinada forma de organización del proceso de producción. Cualquier intento de modificar la situación existente debe tener en cuenta, por tanto, dicha forma de organización. Además, hay que tener en cuenta que el desarrollo de la tecnología en el capitalismo crea, POR PRIMERA VEZ EN LA HISTORIA, la posibilidad de reducir la jornada de trabajo a una mínima expresión sin afectar la productividad. Puede decirse que hoy, mucho más que en tiempos de Lafargue, el capitalismo ha proporcionado las herramientas para que TODAS las personas puedan desarrollarse plenamente y gozar de la existencia.

    Frente a un marxismo supuestamente "puritano", Lafargue se erige en defensor de la reorganización del proceso de trabajo para garantizar el derecho al goce de todos los individuos. Así, "para que tome conciencia de su fuerza, el proletariado debe aplastar con sus pies los prejuicios de la moral cristiana, económica y librepensadora; debe retornar a sus instintos naturales, proclamar los Derechos de la Pereza, mil veces más nobles y más sagrados que los tísicos Derechos del Hombre, proclamados por los abogados metafísicos de la revolución burguesa; que se limite a trabajar no más de tres horas por día, a holgazanear y comer el resto del día y de la noche." (p. 203).

    La reivindicación de una jornada laboral de 3 horas resulta interesante, más allá de la cifra en sí, porque alerta contra una tendencia predominante en los movimientos revolucionarios de tipo soviético a privilegiar un enfoque "productivista" por sobre todas las demás consideraciones. No se trata de negar la necesidad de producir, sino de acentuar la cuestión de que, en un régimen socialista viable, la producción tiene que estar al servicio de la satisfacción de las necesidades de las personas. En definitiva, hacer del valor de uso el centro alrededor del cual gire todo el sistema productivo. En palabras de Lafargue, "a fin de encontrar trabajo para todos los improductivos de la sociedad actual, a fin de dejar la maquinaria industrial desarrollarse indefinidamente, la clase obrera deberá, como la burguesía, violentar sus gustos ascéticos, y desarrollar indefinidamente sus capacidades de consumo. En vez de comer por día una o dos onzas de carne dura como el cuero - cuando la come -, comerá sabrosos bifes de una o dos libras, en vez de beber moderadamente un vino malo, más católico que el papa, beberá bordeaux y borgoña, en grandes y profundas copas, sin bautismo industrial, y dejará el agua a los animales." (p. 212).

    ---final del texto---
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    Editado el libro 'El derecho a la pereza', de Paul Lafargue Empty Re: Editado el libro 'El derecho a la pereza', de Paul Lafargue

    Mensaje por pedrocasca Jue Mar 14, 2013 10:10 am

    Otros dos enlaces para descargar el libro El Derecho a la Pereza, de Paul Lafargue:

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    Mensaje por Chus Ditas Miér Jun 04, 2014 10:53 pm

    en formato epub:

    El derecho a la pereza, de Paul Lafargue

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    Esta obra, «una verdadera máquina de guerra contra la sociedad burguesa y capitalista de finales del siglo XIX», denuncia las «espantosas consecuencias» del trabajo asalariado y del trabajo en general, pero sobre todo del «amor» al trabajo que se ha apoderado de la mente de los propios trabajadores. Su autor, Paul Lafargue, yerno de Karl Marx, considera que este «dogma» del trabajo significa una pérdida de las perspectivas revolucionarias de la clase obrera y a la vez el obstáculo principal en la lucha por una sociedad distinta.
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    Mensaje por RioLena Dom Dic 30, 2018 10:52 am

    El derecho a la pereza - Paul Lafargue

    se puede descargar en formatos epub, mobi y pdf desde el link:

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    Esta obra, bastante desconocida, es «una verdadera máquina de guerra contra la sociedad burguesa y capitalista de finales del siglo XIX», denuncia las «espantosas consecuencias» del trabajo asalariado y del trabajo en general, pero sobre todo del «amor» al trabajo que se ha apoderado de la mente de los propios trabajadores. Su autor considera que este «dogma» del trabajo significa una pérdida de las perspectivas revolucionarias de la clase obrera y a la vez es un obstáculo principal en la lucha por una sociedad distinta.

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