La Asociación Antón Makarenko de Educación Popular y Gazte Komunisten Batasuna presentan el clásico de Paul Lafargue 'El derecho a la pereza' a un precio de 2 euros en distribución y 3 por correo ordinario.
La presente edición, realizada a partir de una traducción previa de autor desconocido editada años atrás, ha requerido tal trabajo de corrección e incluso de ampliación (para incluir las notas ausentes en aquella), que puede considerarse como una nueva traducción de la misma. Se ha cotejado con el original en fránces y, así mismo, se ha tenido a la vista la traducción realizada por María Celia Cotarelo. El prólogo se puede leear más abajo y trata sobre el propio autor.
Este libro se une a otros trabajos realizados por Antón Makarenko de Educación Popular en colaboración con GKB, como el libro 'Al pasado no regresaremos jamás', de Fidel Castro, y 'Notas de la cárcel', de Erich Honecker. Este último realizado también junto a la editorial Templando el Acero y Distribuciones Potemkin.
Para adquirir un ejemplar, las personas interesadas pueden hacerlo a través de la página web [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Datos de esta edición:
Título "El derecho a la pereza"
Autor Paul Lafargue
ISBN 978-84-6139-353-4
Edita: Asociación Cultural Anton Makarenko de Educación Popular, abril 2010
Páginas: 41 (de texto incluyendo prólogo), total 50 (todo el libro como tal)
Tamaño 15x21
Encuadernación rústica (fresado)
TEXTO DE CONTRAPORTADA
"Los socialistas revolucionarios tienen que recomenzar el combate que han librado los filósofos y los panfletarios de la burguesía; tienen que ir al asalto de la moral y las teorías sociales del capitalismo; tienen que destruir, en las cabezas de la clase llamada a la acción, los prejuicios sembrados por la clase dominante; tienen que proclamar, a la faz de los hipócritas de todas las morales, que la tierra dejará de ser el valle de lágrimas del trabajador..."
INTRODUCCIÓN O PRÓLOGO
Paul Lafargue
Paul Lafargue es un autor bastante desconocido. Y no deja de ser curioso que así sea, puesto que cabe decir que fue el encargado de “introducir el marxismo” en España, donde llegó en 1871. Quizá este mismo hecho sea en parte un reflejo de la actitud del país ante el socialismo científico. En efecto, antes que Lafargue, en 1868, llegó a España Giuseppe Fanelli, “introductor del anarquismo” en su variante bakuninista.
El propio Lafargue había comenzado su “carrera” política como proudhoniano. Proudhon fue, en realidad, el padre del anarquismo moderno, y como tal, pronto entró en contradicción con Marx.
Hay una gran confusión, nos parece, en cuanto a todas estas personas y sus ideas. La mayoría de la gente supone (a falta de un conocimiento exacto de sus vidas), que ni se conocían personalmente entre ellos, y que siempre fueron encarnizados enemigos.
En realidad, Marx conocía personalmente, y desde un periodo bastante temprano, tanto a Proudhon como a Bakunin. Todos ellos colaboraron de distintas maneras, y lo cierto es que la amistad de Marx con Bakunin, y a la inversa, fue duradera.
Lo que llevó al enfrentamiento entre Marx y los otros dos revolucionarios fue, evidentemente, el conflicto insoluble entre las concepciones científicas y políticas de Marx y las “pequeñoburguesas” de Proudhon y las “antiautoritarias” de Bakunin. Este conflicto, sin embargo, va más allá del “autoritarismo” y el “antiautoritarismo”.
Por ejemplo, con respecto a Proudhon, tiene importantísimas implicaciones en el plano económico, fundamental como sabemos. Se califica a Proudhon de “pequeñoburgués”, no para insultarle, sino porque sus concepciones económicas llevan al tipo de soluciones económicas que satisfacen las necesidades de esa clase social, es decir, a una especie de reformismo que conserve las relaciones de producción del capitalismo. Y ello se ve aderezado con el abstencionismo político que caracterizó a los proudhonianos.
En cambio, con respecto a Bakunin, no se encuentra tanta diferencia en el plano económico. Bakunin siempre reconoció el trabajo de Marx en este campo. Les diferenció más todo un “estilo” revolucionario, que en el caso de Bakunin consistió sobre todo en profundizar el apoliticismo, el abstencionismo, y finalmente el “antiautoritarismo”.
Todo ello llevó en última instancia a la radical separación entre marxistas (socialistas o comunistas) y bakuninistas (anarquistas o comunistas libertarios), expresada en la escisión de la Internacional.
Mencionamos todo esto para intentar aclarar el famoso “malentendido” que tuvo Marx con Lafargue cuando se convirtió en la pareja de Laura Marx.
De hecho, Marx conocía a Lafargue de antes. Y le conoció como proudhoniano que era. Siendo francés y además mulato (con lo que ello suele influir en el carácter), venía a ser a ojos de Marx una especie de proudhoniano al cubo. Sabiendo todo esto, sólo cabía esperar que no le agradase especialmente que este joven cortejase a su hija.
Otro aspecto bastante ignorado hoy en día es la relación de Marx con sus hijas. Marx y sus hijas se profesaban un profundo cariño y respeto. Se trataban entre sí con toda confianza y sin reservas.
Algunos malintencionados, hablando de esto y del asunto de Lafargue, han sostenido que Marx era una especie de padre burgués cualquiera, que quería educar a sus hijas como señoritas. Con esto se intenta, al parecer, desprestigiar la figura de Marx como revolucionario íntegro.
Pero no hay ninguna contradicción en este terreno. En la época de Marx desde luego no había más opciones educativas que los colegios de pago, o el analfabetismo. Por otro lado, las famosas clases de música e idiomas “para señoritas” eran de lo más habitual. Muchos revolucionarios emigrados en Inglaterra trabajaban justamente de profesores en colegios de monjas, daban clases particulares de francés o de música, etc.
Por otra parte Marx había hecho verdaderos sacrificios personales, que afectaron profundamente a toda su familia, su mujer y sus hijos. Procedentes ambos (Marx y su mujer Jenny) de familias de buena posición, pasaron prácticamente toda su vida en una pobreza espeluznante, fuera de su país. Toda la parte de fortuna familiar que les cupo en suerte, vía herencia o “sablazos”, fue invertida en los trabajos de Marx y desde luego no en sus comodidades. Sólo la ayuda desinteresada de Engels, quien gozaba de una mejor posición en la fábrica de su familia en Manchester, permitió sobrevivir a esta familia. Más tarde Engels ayudó también al propio Lafargue, cuando éste abandonó la idea de ejercer la medicina y montó un estudio fotográfico que no siempre fue bien.
Es en este contexto donde hay que entender la famosa carta de Marx a Lafargue respecto a su relación con Laura Marx. Era imprescindible para Marx que sus hijas no se vieran abocadas a llevar la vida que él mismo había elegido. Paul Lafargue también era un revolucionario y todas estas personas solían tener grandes dificultades para ganarse la vida y asegurarse algún ingreso. De ahí la necesidad de ciertas “seguridades” económicas. Finalmente, el padre de Paul Lafargue pudo garantizar que dispondrían de ingresos suficientes si era necesario.
Por lo demás, las hijas de Marx compartían totalmente las ideas del padre, y no eran unas señoritas melindrosas en absoluto, sino que estaban dispuestas a luchar, como demuestran los ejemplos de la propia Laura, Eleanor y Jenny (hija). Todas ellas se casaron con otros revolucionarios y fueron partícipes por derecho propio, del movimiento revolucionario de los trabajadores y los pueblos.
Volviendo a la vida de Paul Lafargue, diremos que nació el 15 de enero de 1842 en Santiago de Cuba, de padre mulato francés y madre de origen haitiano. Se instaló con su familia en Burdeos en 1851; se convirtió en activista revolucionario influenciado, como hemos dicho, por las ideas de Proudhon, Blanqui y Bakunin siendo estudiante de Medicina en París (1862-65). Cuando las autoridades le expulsaron de la universidad se trasladó a Londres para proseguir sus estudios.
Allí se afilió a la primera Internacional (la AIT) y conoció a Karl Marx y también a su hija Laura, con quien se casó en 1868.
De vuelta a Francia, participó en la revolución de la Comuna de París (1871), cuya derrota le obligó a huir a España. De hecho, Laura Marx debió permanecer en Donostia sola cuando finalmente el gobierno español comenzó activamente a reprimir a los “internacionales”.
En 1880 conoció al principal representante del marxismo en Francia, Jules Guesde, con quien fundó el Partido Obrero Francés; chocó enseguida con la corriente “posibilista”, produciendo la escisión del socialismo francés en 1882.
Después de la muerte de Marx continuó teniendo un papel de primer orden como organizador, propagandista y teórico del socialismo. Fue iniciativa suya la adopción del Primero de Mayo como jornada de reivindicación obrera a escala mundial (Congreso de 1889 de la Internacional Socialista).
Tras la reunificación de los socialistas franceses en 1905, el peso de los “guesdistas” se fue reduciendo frente al liderazgo moral e intelectual de Jaurès, con quien Lafargue sostuvo una polémica ideológica.
Lafargue y su esposa se suicidaron juntos en 1911. Sus cuerpos fueron encontrados el 26 de noviembre en Draveil. Lafargue explicó así su gesto final: “En pleno uso de mis facultades físicas y mentales, me mato antes de que la implacable vejez, que me roba uno a uno los placeres y las alegrías de la existencia y que me despoja de mis fuerzas físicas e intelectuales, paralice mi energía, quiebre mi voluntad y haga de mí una carga para mí mismo y para otros. Hace años me prometí no superar los 70, fijé entonces la época del año en que abandonaría la vida, y he preparado el modo de ejecución de mi resolución, una inyección hipodérmica de ácido cianhídrico. Muero con la alegría suprema de tener la certeza de que, en un porvenir próximo, la causa a la que me he consagrado desde hace 45 años triunfará. Viva el comunismo, viva el socialismo internacional.”
Nadia Krupskaya escribe en “Recuerdos sobre Lenin”: “en octubre los Lafargue se suicidaron. Su muerte fue un gran impacto para Ilich. Recordamos la vez que les visitamos. Ilich dijo: ‘si ya no puedes trabajar por el partido, debes ser capaz de afrontar la realidad y morir como los Lafargue’. Y quiso decir sobre su tumba que su trabajo no había sido en vano, que la causa por la que habían luchado, la causa de Marx, con quien tanto Paul como Laura Lafargue habían estado tan íntimamente ligados, estaba creciendo y expandiéndose hasta la lejana Asia. En ese momento la ola del movimiento revolucionario de masas estaba creciendo en China. Vladimir Ilich escribió el discurso e Inesa [Armand] lo tradujo. Recuerdo con qué emoción lo pronunció en el funeral en nombre del Partido Socialdemócrata Obrero de Rusia.”
Entre sus relativamente poco conocidos escritos teóricos (El socialismo y la conquista de los poderes públicos, 1899; El socialismo y los intelectuales, 1905) y sus muchos otros de carácter polémico y periodístico, destaca por su originalidad el que dedicó a El derecho a la pereza (1880). La Editorial Júcar editó asimismo en su día ¿Por qué cree en Dios la burguesía?
La presente edición, realizada a partir de una traducción previa de autor desconocido editada años atrás, ha requerido tal trabajo de corrección e incluso ampliación de la misma (para incluir las notas ausentes en aquella versión), que puede considerarse una nueva traducción por sí misma. Se ha cotejado con el original en francés. Asimismo se ha tenido a la vista la traducción de María Celia Cotarelo.
La presente edición, realizada a partir de una traducción previa de autor desconocido editada años atrás, ha requerido tal trabajo de corrección e incluso de ampliación (para incluir las notas ausentes en aquella), que puede considerarse como una nueva traducción de la misma. Se ha cotejado con el original en fránces y, así mismo, se ha tenido a la vista la traducción realizada por María Celia Cotarelo. El prólogo se puede leear más abajo y trata sobre el propio autor.
Este libro se une a otros trabajos realizados por Antón Makarenko de Educación Popular en colaboración con GKB, como el libro 'Al pasado no regresaremos jamás', de Fidel Castro, y 'Notas de la cárcel', de Erich Honecker. Este último realizado también junto a la editorial Templando el Acero y Distribuciones Potemkin.
Para adquirir un ejemplar, las personas interesadas pueden hacerlo a través de la página web [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Datos de esta edición:
Título "El derecho a la pereza"
Autor Paul Lafargue
ISBN 978-84-6139-353-4
Edita: Asociación Cultural Anton Makarenko de Educación Popular, abril 2010
Páginas: 41 (de texto incluyendo prólogo), total 50 (todo el libro como tal)
Tamaño 15x21
Encuadernación rústica (fresado)
TEXTO DE CONTRAPORTADA
"Los socialistas revolucionarios tienen que recomenzar el combate que han librado los filósofos y los panfletarios de la burguesía; tienen que ir al asalto de la moral y las teorías sociales del capitalismo; tienen que destruir, en las cabezas de la clase llamada a la acción, los prejuicios sembrados por la clase dominante; tienen que proclamar, a la faz de los hipócritas de todas las morales, que la tierra dejará de ser el valle de lágrimas del trabajador..."
INTRODUCCIÓN O PRÓLOGO
Paul Lafargue
Paul Lafargue es un autor bastante desconocido. Y no deja de ser curioso que así sea, puesto que cabe decir que fue el encargado de “introducir el marxismo” en España, donde llegó en 1871. Quizá este mismo hecho sea en parte un reflejo de la actitud del país ante el socialismo científico. En efecto, antes que Lafargue, en 1868, llegó a España Giuseppe Fanelli, “introductor del anarquismo” en su variante bakuninista.
El propio Lafargue había comenzado su “carrera” política como proudhoniano. Proudhon fue, en realidad, el padre del anarquismo moderno, y como tal, pronto entró en contradicción con Marx.
Hay una gran confusión, nos parece, en cuanto a todas estas personas y sus ideas. La mayoría de la gente supone (a falta de un conocimiento exacto de sus vidas), que ni se conocían personalmente entre ellos, y que siempre fueron encarnizados enemigos.
En realidad, Marx conocía personalmente, y desde un periodo bastante temprano, tanto a Proudhon como a Bakunin. Todos ellos colaboraron de distintas maneras, y lo cierto es que la amistad de Marx con Bakunin, y a la inversa, fue duradera.
Lo que llevó al enfrentamiento entre Marx y los otros dos revolucionarios fue, evidentemente, el conflicto insoluble entre las concepciones científicas y políticas de Marx y las “pequeñoburguesas” de Proudhon y las “antiautoritarias” de Bakunin. Este conflicto, sin embargo, va más allá del “autoritarismo” y el “antiautoritarismo”.
Por ejemplo, con respecto a Proudhon, tiene importantísimas implicaciones en el plano económico, fundamental como sabemos. Se califica a Proudhon de “pequeñoburgués”, no para insultarle, sino porque sus concepciones económicas llevan al tipo de soluciones económicas que satisfacen las necesidades de esa clase social, es decir, a una especie de reformismo que conserve las relaciones de producción del capitalismo. Y ello se ve aderezado con el abstencionismo político que caracterizó a los proudhonianos.
En cambio, con respecto a Bakunin, no se encuentra tanta diferencia en el plano económico. Bakunin siempre reconoció el trabajo de Marx en este campo. Les diferenció más todo un “estilo” revolucionario, que en el caso de Bakunin consistió sobre todo en profundizar el apoliticismo, el abstencionismo, y finalmente el “antiautoritarismo”.
Todo ello llevó en última instancia a la radical separación entre marxistas (socialistas o comunistas) y bakuninistas (anarquistas o comunistas libertarios), expresada en la escisión de la Internacional.
Mencionamos todo esto para intentar aclarar el famoso “malentendido” que tuvo Marx con Lafargue cuando se convirtió en la pareja de Laura Marx.
De hecho, Marx conocía a Lafargue de antes. Y le conoció como proudhoniano que era. Siendo francés y además mulato (con lo que ello suele influir en el carácter), venía a ser a ojos de Marx una especie de proudhoniano al cubo. Sabiendo todo esto, sólo cabía esperar que no le agradase especialmente que este joven cortejase a su hija.
Otro aspecto bastante ignorado hoy en día es la relación de Marx con sus hijas. Marx y sus hijas se profesaban un profundo cariño y respeto. Se trataban entre sí con toda confianza y sin reservas.
Algunos malintencionados, hablando de esto y del asunto de Lafargue, han sostenido que Marx era una especie de padre burgués cualquiera, que quería educar a sus hijas como señoritas. Con esto se intenta, al parecer, desprestigiar la figura de Marx como revolucionario íntegro.
Pero no hay ninguna contradicción en este terreno. En la época de Marx desde luego no había más opciones educativas que los colegios de pago, o el analfabetismo. Por otro lado, las famosas clases de música e idiomas “para señoritas” eran de lo más habitual. Muchos revolucionarios emigrados en Inglaterra trabajaban justamente de profesores en colegios de monjas, daban clases particulares de francés o de música, etc.
Por otra parte Marx había hecho verdaderos sacrificios personales, que afectaron profundamente a toda su familia, su mujer y sus hijos. Procedentes ambos (Marx y su mujer Jenny) de familias de buena posición, pasaron prácticamente toda su vida en una pobreza espeluznante, fuera de su país. Toda la parte de fortuna familiar que les cupo en suerte, vía herencia o “sablazos”, fue invertida en los trabajos de Marx y desde luego no en sus comodidades. Sólo la ayuda desinteresada de Engels, quien gozaba de una mejor posición en la fábrica de su familia en Manchester, permitió sobrevivir a esta familia. Más tarde Engels ayudó también al propio Lafargue, cuando éste abandonó la idea de ejercer la medicina y montó un estudio fotográfico que no siempre fue bien.
Es en este contexto donde hay que entender la famosa carta de Marx a Lafargue respecto a su relación con Laura Marx. Era imprescindible para Marx que sus hijas no se vieran abocadas a llevar la vida que él mismo había elegido. Paul Lafargue también era un revolucionario y todas estas personas solían tener grandes dificultades para ganarse la vida y asegurarse algún ingreso. De ahí la necesidad de ciertas “seguridades” económicas. Finalmente, el padre de Paul Lafargue pudo garantizar que dispondrían de ingresos suficientes si era necesario.
Por lo demás, las hijas de Marx compartían totalmente las ideas del padre, y no eran unas señoritas melindrosas en absoluto, sino que estaban dispuestas a luchar, como demuestran los ejemplos de la propia Laura, Eleanor y Jenny (hija). Todas ellas se casaron con otros revolucionarios y fueron partícipes por derecho propio, del movimiento revolucionario de los trabajadores y los pueblos.
Volviendo a la vida de Paul Lafargue, diremos que nació el 15 de enero de 1842 en Santiago de Cuba, de padre mulato francés y madre de origen haitiano. Se instaló con su familia en Burdeos en 1851; se convirtió en activista revolucionario influenciado, como hemos dicho, por las ideas de Proudhon, Blanqui y Bakunin siendo estudiante de Medicina en París (1862-65). Cuando las autoridades le expulsaron de la universidad se trasladó a Londres para proseguir sus estudios.
Allí se afilió a la primera Internacional (la AIT) y conoció a Karl Marx y también a su hija Laura, con quien se casó en 1868.
De vuelta a Francia, participó en la revolución de la Comuna de París (1871), cuya derrota le obligó a huir a España. De hecho, Laura Marx debió permanecer en Donostia sola cuando finalmente el gobierno español comenzó activamente a reprimir a los “internacionales”.
En 1880 conoció al principal representante del marxismo en Francia, Jules Guesde, con quien fundó el Partido Obrero Francés; chocó enseguida con la corriente “posibilista”, produciendo la escisión del socialismo francés en 1882.
Después de la muerte de Marx continuó teniendo un papel de primer orden como organizador, propagandista y teórico del socialismo. Fue iniciativa suya la adopción del Primero de Mayo como jornada de reivindicación obrera a escala mundial (Congreso de 1889 de la Internacional Socialista).
Tras la reunificación de los socialistas franceses en 1905, el peso de los “guesdistas” se fue reduciendo frente al liderazgo moral e intelectual de Jaurès, con quien Lafargue sostuvo una polémica ideológica.
Lafargue y su esposa se suicidaron juntos en 1911. Sus cuerpos fueron encontrados el 26 de noviembre en Draveil. Lafargue explicó así su gesto final: “En pleno uso de mis facultades físicas y mentales, me mato antes de que la implacable vejez, que me roba uno a uno los placeres y las alegrías de la existencia y que me despoja de mis fuerzas físicas e intelectuales, paralice mi energía, quiebre mi voluntad y haga de mí una carga para mí mismo y para otros. Hace años me prometí no superar los 70, fijé entonces la época del año en que abandonaría la vida, y he preparado el modo de ejecución de mi resolución, una inyección hipodérmica de ácido cianhídrico. Muero con la alegría suprema de tener la certeza de que, en un porvenir próximo, la causa a la que me he consagrado desde hace 45 años triunfará. Viva el comunismo, viva el socialismo internacional.”
Nadia Krupskaya escribe en “Recuerdos sobre Lenin”: “en octubre los Lafargue se suicidaron. Su muerte fue un gran impacto para Ilich. Recordamos la vez que les visitamos. Ilich dijo: ‘si ya no puedes trabajar por el partido, debes ser capaz de afrontar la realidad y morir como los Lafargue’. Y quiso decir sobre su tumba que su trabajo no había sido en vano, que la causa por la que habían luchado, la causa de Marx, con quien tanto Paul como Laura Lafargue habían estado tan íntimamente ligados, estaba creciendo y expandiéndose hasta la lejana Asia. En ese momento la ola del movimiento revolucionario de masas estaba creciendo en China. Vladimir Ilich escribió el discurso e Inesa [Armand] lo tradujo. Recuerdo con qué emoción lo pronunció en el funeral en nombre del Partido Socialdemócrata Obrero de Rusia.”
Entre sus relativamente poco conocidos escritos teóricos (El socialismo y la conquista de los poderes públicos, 1899; El socialismo y los intelectuales, 1905) y sus muchos otros de carácter polémico y periodístico, destaca por su originalidad el que dedicó a El derecho a la pereza (1880). La Editorial Júcar editó asimismo en su día ¿Por qué cree en Dios la burguesía?
La presente edición, realizada a partir de una traducción previa de autor desconocido editada años atrás, ha requerido tal trabajo de corrección e incluso ampliación de la misma (para incluir las notas ausentes en aquella versión), que puede considerarse una nueva traducción por sí misma. Se ha cotejado con el original en francés. Asimismo se ha tenido a la vista la traducción de María Celia Cotarelo.
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