La historia de la columna infame
novela de Alessandro Manzoni
nota sobre la novela de Leonardo Sciascia
Los hechos que analiza la novela se remontan a 1630. Milán, entonces bajo dominio español, sufre una epidemia de peste. Una vieja chismosa lanza una acusación contra el comisario de sanidad: lo había visto «untar» las paredes del vecindario. Los acusados son brutalmente torturados y confiesan. La sentencia condena a los acusados a una muerte atroz.
Pietro Verri, tío de Manzoni, había tratado el mismo caso en sus Observaciones sobre la tortura para atacar una sentencia basada en la tortura de los implicados; Manzoni va más allá; los jueces que primero torturaron y luego ejecutaron la sentencia actuaron como «funcionarios del Mal» (en palabras de Sciascia, que los compara a los burócratas de los campos de concentración) porque, como letrados y hombres instruidos que eran, sabían que aquel delito era imposible y los presuntos autores, por tanto, inocentes. Leonardo Sciascia, en su nota preliminar, nos advierte de la desgraciada actualidad de la tesis de la novela: Decir que el pasado ya no existe —que la tortura institucional ha sido abolida, que el fascismo fue una fiebre pasajera que nos ha vacunado—, es de un historicismo de profunda mala fe, cuando no de profunda estupidez. La tortura sigue existiendo. Y el fascismo sigue vivo.
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Los hechos que analiza la novela se remontan a 1630. Milán, entonces bajo dominio español, sufre una epidemia de peste. Una vieja chismosa lanza una acusación contra el comisario de sanidad: lo había visto «untar» las paredes del vecindario. Los acusados son brutalmente torturados y confiesan. La sentencia condena a los acusados a una muerte atroz.
Pietro Verri, tío de Manzoni, había tratado el mismo caso en sus Observaciones sobre la tortura para atacar una sentencia basada en la tortura de los implicados; Manzoni va más allá; los jueces que primero torturaron y luego ejecutaron la sentencia actuaron como «funcionarios del Mal» (en palabras de Sciascia, que los compara a los burócratas de los campos de concentración) porque, como letrados y hombres instruidos que eran, sabían que aquel delito era imposible y los presuntos autores, por tanto, inocentes. Leonardo Sciascia, en su nota preliminar, nos advierte de la desgraciada actualidad de la tesis de la novela: Decir que el pasado ya no existe —que la tortura institucional ha sido abolida, que el fascismo fue una fiebre pasajera que nos ha vacunado—, es de un historicismo de profunda mala fe, cuando no de profunda estupidez. La tortura sigue existiendo. Y el fascismo sigue vivo.
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