Es una pequeña historia de su creación, recogido del libro "Menudas historias de la historia".
Batalla de Solferino escribió:La batalla de Solferino, en la Lombardía, al norte de Italia, podría haber
sido una más de las muchas que se libraron a mediados del XIX. Muy cruenta,
pero una más. Se entabló el 24 de junio de 1859 y en ella se pegaron austríacos
contra piamonteses y franceses en la guerra de la independencia de Italia. Tras
varias lloras de batalla, miles de heridos sin asistencia, agonizantes, quedaron
en el campo de batalla. Pero algo bueno salió de aquel desastre humano.
Comenzó a gestarse la Cruz Roja.
El filántropo suizo Jean Henry Dunant, así, a primera vista, no parecía un
tipo muy oportuno, porque se plantó en Solferino para proponerle al
emperador francés Napoleón III no sé qué planes para mejorar la agricultura en
Argelia. Aquel 24 de junio, en plena batalla, ni Napoleón III ni nadie estaba
para discutir sobre las cosechas argelinas, así que Jean Henry Dunant, para
hacer tiempo, se sentó a mirar, y lo que vio fue tal desastre en el campo de
batalla, cuarenta mil víctimas entre muertos y heridos, que aparcó sus proyectos
agrícolas y puso manos a la obra.
Con la ayuda de mujeres de Castiglione, un pueblo cercano a la batalla,
participó en la organización de un servicio de voluntariado para curar heridos,
confortarlos y darles comida y agua.
El suizo se quedó con la copla y no paró de darle vueltas a la cabeza en
los años siguientes. Es que era filántropo, y el amor al género humano era lo
suyo. Llegó a la conclusión de que había que crear organizaciones neutrales,
ajenas a uno u otro bando, que se dedicaran a ayudar a los soldados heridos en
tiempo de guerra, sin importar quién ganara, sin que importaran los credos y
las ideologías. Y así fue como propuso al mundo que se creara la Cruz Roja.
Volcó sus ideas en un libro y un año después consiguió que se organizara en
Ginebra una conferencia internacional para discutir el proyecto. Dicho y hecho:
la Convención de Ginebra de 1864 fundó la Cruz Roja Internacional
permanente.
Jean Henry Dunant fue luego Premio Nobel de la Paz, quizás uno de los
más merecidos que nunca haya entregado la Academia sueca.