La izquierda otanista y colonialista, cómplice intelectual y moral del asesinato de Gadafi y del pueblo libio
texto de Albert Escusa - año 2011
La alternativa en la práctica de la izquierda otanista a Gadafi: 70.000 muertos por la OTAN, negros quemados vivos, la sharia para las mujeres y el petróleo para las multinacionales occidentales.
La colonización de Libia y el brutal asesinato del coronel Muamar Al Gadafi, jefe de la resistencia patriótica anticolonial, ha contado con la complicidad política, moral e intelectual de buena parte de la izquierda occidentalista –principalmente europea– que también apoyó otras aventuras agresoras del imperialismo. Pero esta complicidad con las brutales políticas colonialistas no quedará impune: de hecho, está teniendo su contrapartida en Europa y Estados Unidos, donde asoman en el horizonte políticas cada vez más represivas y de carácter fascista contra los derechos de los trabajadores y los pueblos de occidente.
El eminente intelectual anticolonialista Aimé Césaire, por unos años militante del Partido Comunista de Francia y diputado a la Asamblea Constituyente en 1946, en su célebre discurso sobre el colonialismo reprochaba a la burguesía “democrática” europea que criticara a Hitler sólo porque éste había implantado en Europa los métodos propios de las colonias: campos de concentración, trabajo esclavo, estados policíacos, asesinatos en masa, destrucción de las sociedades locales, guerras de conquista… En definitiva: todo aquello que la mayor parte del mundo venía sufriendo desde hacía siglos en un grado incomparablemente superior a lo puesto en práctica por Hitler en Europa. Aimé Césaire denunciaba que cuando la burguesía “democrática” occidental había promovido el colonialismo y la violencia brutal y salvaje contra los pueblos oprimidos, preparaba el camino para el triunfo de Hitler y el nazismo en Europa:
« ¿A qué idea quiero llegar? A esta idea: que nadie coloniza impunemente; que una nación que coloniza, que una civilización que justifica la colonización, y por lo tanto, la fuerza, ya es una civilización enferma, moralmente herida, que irresistiblemente, de consecuencia en consecuencia, de negación en negación, llama a su Hitler, es decir, a su castigo» (2).
Esta cruda denuncia le viene como anillo al dedo a aquella izquierda y a aquellos intelectuales orgánicos que apoyan, justifican, toleran, desinforman o muestran doble moral con lo sucedido en Libia y anteriormente en tantos otros lugares del mundo, porque si bien es cierto que la historia nunca se repite, en estos momentos estamos asistiendo a un parecido asombroso con lo sucedido décadas atrás: en 1931, los fascistas italianos que colonizaban Libia ahorcaron a Omar Al-Mukhtar, dirigente político-religioso y jefe de la resistencia anticolonial, tras una farsa de juicio. En 2011, los asesinos a sueldo de la OTAN vendidos por la intelectualidad otanista como “revolucionarios” libios alzados contra el tirano, golpearon y asesinaron salvajemente al coronel Gadafi, gravemente herido, negándole la posibilidad de una defensa ante un tribunal, aunque este tribunal estuviera tan corrompido como los tribunales fascistas italianos en Libia. Que Mussolini –uno de los exponentes del fascismo más brutal y expansionista de la historia– se guardara bien de garantizar unas mínimas formas de “derecho” para el asesinato de Omar Al-Mukhtar a diferencia de las potencias fascistas de la OTAN, nos muestra con claridad dos cosas: la primera, que hace ochenta años existía una fuerte conciencia anticolonialista –en gran medida de raíz comunista– con una notable influencia entre la opinión pública occidental; y la segunda, que el imperialismo ha entrado en una fase de militarización, guerras y represión en todos los ámbitos y que las formas democráticas o de derechos cívicos que la burguesía occidental había tolerado hasta el momento en Europa y Estados Unidos, van a ser cada vez más pisoteadas impunemente o acabarán suprimiéndose.
El asesinato de Gadafi ha venido precedido del clásico linchamiento mediático a través de una demonización y una lluvia de mentiras y desinformación de los grandes medios de prensa, que ha encontrado rápido eco en la izquierda occidentalista y otanista, erigiéndose así en cómplice intelectual del asesinato: esta izquierda ha colaborado bien en la aprobación de la agresión militar, bien en la campaña de criminalización de Gadafi –ni OTAN ni dictaduras–, ha apoyado abiertamente las mentiras y la desinformación –o se ha dejado llevar por ellas porque era lo políticamente correcto– y ha asumido que Gadafi y su régimen laico e independiente eran el objetivo a destruir. Una parte de esta izquierda anti-Gadafi se ha manifestado contraria al uso de la fuerza armada y la invasión de la OTAN para alcanzar estos fines, como si las anteriores experiencias de Panamá, Yugoslavia, Irak, Afganistán y tantas otras no fueran suficientes pruebas de que el imperialismo no puede tolerar un proceso de soberanía interna en el que los pueblos decidan libremente su futuro sin injerencias. Otra parte, la corriente extremista, militarista y atlantista de la izquierda occidentalista constituida por los partidos ecos socialistas y socialdemócratas, dirigentes sindicales, etc., desde el primer momento ha apoyado la agresión militar contra Libia. Y una tercera corriente de la izquierda otanista, constituida por partidos trotskistas y organizaciones y asociaciones minoritarias que apoyaban la criminalización y el derrocamiento de Gadafi han adoptado la postura más cobarde, “ni OTAN ni Gadafi”, una coartada que ha servido en la práctica para las agresiones militares de la OTAN contra el pueblo libio y su soberanía nacional.
Entre la izquierda otanista destacan sus intelectuales orgánicos, algunos de los cuales apoyaron la intervención armada y otros –sin hacerlo abiertamente– defendieron durante los bombardeos variadas posturas anti-Gadafi o suscribieron manifiestos en los que se criminalizaba al dirigente libio. Entre ellos encontramos a Ignacio Ramonet, Santiago Alba Rico, Eduardo Galeano, Noam Chomsky, Heinz Dieterich, Atilio Borón y muchos otros amantes de lo políticamente correcto bajo una apariencia de compromiso social, que han tenido una enorme responsabilidad en la justificación de la tragedia libia.
Su papel ha vuelto a ser determinante entre la izquierda: estos intelectuales, en los momentos decisivos, cuando arrancan las campañas mediáticas del imperialismo contra el nuevo demonio y las bombas empiezan a despedazar a la población civil, no utilizan su prestigio o su fama entre los medios de izquierdas para inyectar un poco de claridad ideológica, combatir las mentiras imperialistas y llamar a la solidaridad, sino que apoyan abiertamente el crimen o bien se dedican a realizar acusaciones sin pruebas, a “descubrir” miles de argumentos –la mayoría calcados de la prensa imperialista– que “demuestren” lo malo que era tal o cual dirigente, los errores que cometió, lo irreversible de su derrocamiento por su propia culpa, lo buenos que son los pobres «rebeldes reprimidos por el tirano», etc., etc. Para algunos intelectuales anti-Gadafi, éste merecía caer porque era “poco” revolucionario según sus esquemas ideológicos fosilizados y cometió el pecado de tener relaciones con los países imperialistas, como hacen casi todos los presidentes del resto del mundo, incluyendo los más antiimperialistas como Fidel Castro o Hugo Chávez; para otros, merecía caer porque era un dictador criminal y represivo, según “informaban” las agencias de propaganda de guerra de la OTAN, pasando por alto el hecho de que los dirigentes imperialistas han cometido crímenes infinitamente más graves –eso sí, en países lejanos, no en el apacible y “civilizado” occidente, que es lo que importa– que los que se le atribuyen a Gadafi. El clímax de este comportamiento llega cuando se firman manifiestos grandilocuentes –publicados, como no, en la prensa imperialista– que ni siquiera hablan de las agresiones salvajes y bárbaras de la OTAN ni denuncian a los dirigentes imperialistas (2). Como explica un popular dicho, nos encontramos ante intelectuales expertos en «nadar y guardar la ropa». Ellos también han colaborado intelectual y moralmente en el asesinato de Gadafi: ¿para qué deberían los dirigentes imperialistas molestarse en ofrecer la posibilidad de un juicio –aunque sea una farsa– a un personaje como Gadafi, si éste ya ha sido condenado tanto por la derecha como, sobre todo, por una parte importante de la izquierda y sus intelectuales hegemónicos? Ni siquiera Mussolini lo tuvo tan fácil en 1931.
La historia, aquí, vuelve a mostrar similitudes. Como demostró Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo, la política colonial y de conquista en el exterior implica necesariamente una política reaccionaria en el interior de los países conquistadores, contra la clase obrera. Y como también demostró Lenin, para justificar la política colonialista y buscar apoyos entre los trabajadores de los países occidentales, los dirigentes imperialistas de la época se valieron de la mayoría de los partidos socialistas y socialdemócratas –que afirmaban estar contra el capitalismo–, así como de muchos dirigentes sindicales, para arrancar el apoyo o la neutralidad de una buena parte de los trabajadores occidentales ante la política colonial y racial de sus metrópolis. Hoy la vieja socialdemocracia defiende abiertamente el capitalismo, de manera que los actuales dirigentes imperialistas –los Obama, Sarkozy, Cameron, Berlusconi, Zapatero, etc.– necesitan la complicidad de una parte de la izquierda que presente las injerencias y la desestabilización de países independientes por las agencias de espionaje del imperialismo –pasos necesarios para la manipulación informativa y para preparar escenarios del estilo de las “revoluciones de colores”– como la “lucha de los pueblos contra los tiranos”. Así, ya queda justificada entre la izquierda occidental y los trabajadores la política colonialista y de agresión genocida del imperialismo contra los pueblos oprimidos, desactivando una posible solidaridad activa frente a un pueblo brutalmente agredido cuya soberanía nacional es violada impunemente.
El razonamiento que guía a la izquierda occidentalista es el siguiente: la guerra contra Libia no es una agresión colonial clásica para apoderarse descaradamente de un país y sus recursos y para eliminar a un gobierno independiente, sino una operación para implantar las formas políticas de occidente y de sus valores morales –como la democracia occidental, el liberalismo y la «protección de civiles indefensos»–, valores que considera superiores a los que existen en el resto del mundo: para esta izquierda, el sistema imperialista es en esencia democrático y progresista y en su seno se pueden encontrar las vías para el progreso social de los pueblos de Europa mediante reformas progresistas que no trasciendan los límites del sistema político vigente. Para esta izquierda, el progreso material de los pueblos de occidente no tiene nada que ver con lo que Marx denominó la «acumulación primitiva de capital» a partir del saqueo colonial, sino que procede de las conquistas alcanzadas gracias a la actividad reformista de sindicatos y partidos que ante los gobiernos y las patronales. Así pues, la “exportación” de la democracia por las bombas de uranio empobrecido y los asesinatos en masa de la OTAN y sus esbirros “revolucionarios”, serían los daños colaterales necesarios para el triunfo de las libertades occidentales entre los pueblos que son “incapaces” de alcanzarlas por sus propios medios. Por este motivo, la izquierda otanista ha colaborado intelectual y moralmente con el asesinato de Gadafi –líder de la resistencia patriótica anticolonial libia– y con las matanzas contra el pueblo libio.
Es preciso volver a remarcar que, independientemente de los errores que pudiera haber cometido, a pesar de que se pueda tener discrepancias con su trayectoria histórica, Gadafi fue eliminado por el imperialismo precisamente porque encarnaba la figura de la independencia y unidad nacional, del desarrollo social, de la unidad africana y del desafío al colonialismo occidental. La práctica es el criterio de la verdad, decía Marx. ¿Cuál ha sido en la práctica la alternativa de la izquierda otanista y de sus intelectuales al régimen de Gadafi?: 70.000 muertos por los bombardeos de la OTAN, miles de africanos negros perseguidos y brutalmente asesinados, la sharia para las mujeres y el petróleo para las multinacionales occidentales.
Gadafi podía haber tenido un exilio dorado con su familia en algún paraíso lejano, pero prefirió combatir junto a su pueblo. A diferencia de la izquierda otanista y la intelectualidad anti-Gadafi encarnada por los Galeano, Santiago Alba, Ignacio Ramonet, Atilio Borón, etc., Gadafi escogió jugarse la vida por la libertad de su país. Como el Che Guevara, fue herido en combate; como el Che Guevara, fue asesinado sin ningún derecho a juicio ni a defenderse, pero de una manera mucho más brutal; como el Che Guevara, será enterrado en un lugar secreto para tratar de borrar su ejemplo.
Muamar Al Gadafi ha muerto como un héroe pero su ejemplo de valentía, dignidad y entrega a su pueblo seguirá guiando a los libios que desean la libertad para su patria. La izquierda otanista y sus intelectuales, en cambio, serán recordados por los trabajadores y los pueblos oprimidos como el apoyo moral e intelectual de los crímenes contra la humanidad cometidos por el imperialismo.
texto de Albert Escusa - año 2011
La alternativa en la práctica de la izquierda otanista a Gadafi: 70.000 muertos por la OTAN, negros quemados vivos, la sharia para las mujeres y el petróleo para las multinacionales occidentales.
La colonización de Libia y el brutal asesinato del coronel Muamar Al Gadafi, jefe de la resistencia patriótica anticolonial, ha contado con la complicidad política, moral e intelectual de buena parte de la izquierda occidentalista –principalmente europea– que también apoyó otras aventuras agresoras del imperialismo. Pero esta complicidad con las brutales políticas colonialistas no quedará impune: de hecho, está teniendo su contrapartida en Europa y Estados Unidos, donde asoman en el horizonte políticas cada vez más represivas y de carácter fascista contra los derechos de los trabajadores y los pueblos de occidente.
El eminente intelectual anticolonialista Aimé Césaire, por unos años militante del Partido Comunista de Francia y diputado a la Asamblea Constituyente en 1946, en su célebre discurso sobre el colonialismo reprochaba a la burguesía “democrática” europea que criticara a Hitler sólo porque éste había implantado en Europa los métodos propios de las colonias: campos de concentración, trabajo esclavo, estados policíacos, asesinatos en masa, destrucción de las sociedades locales, guerras de conquista… En definitiva: todo aquello que la mayor parte del mundo venía sufriendo desde hacía siglos en un grado incomparablemente superior a lo puesto en práctica por Hitler en Europa. Aimé Césaire denunciaba que cuando la burguesía “democrática” occidental había promovido el colonialismo y la violencia brutal y salvaje contra los pueblos oprimidos, preparaba el camino para el triunfo de Hitler y el nazismo en Europa:
« ¿A qué idea quiero llegar? A esta idea: que nadie coloniza impunemente; que una nación que coloniza, que una civilización que justifica la colonización, y por lo tanto, la fuerza, ya es una civilización enferma, moralmente herida, que irresistiblemente, de consecuencia en consecuencia, de negación en negación, llama a su Hitler, es decir, a su castigo» (2).
Esta cruda denuncia le viene como anillo al dedo a aquella izquierda y a aquellos intelectuales orgánicos que apoyan, justifican, toleran, desinforman o muestran doble moral con lo sucedido en Libia y anteriormente en tantos otros lugares del mundo, porque si bien es cierto que la historia nunca se repite, en estos momentos estamos asistiendo a un parecido asombroso con lo sucedido décadas atrás: en 1931, los fascistas italianos que colonizaban Libia ahorcaron a Omar Al-Mukhtar, dirigente político-religioso y jefe de la resistencia anticolonial, tras una farsa de juicio. En 2011, los asesinos a sueldo de la OTAN vendidos por la intelectualidad otanista como “revolucionarios” libios alzados contra el tirano, golpearon y asesinaron salvajemente al coronel Gadafi, gravemente herido, negándole la posibilidad de una defensa ante un tribunal, aunque este tribunal estuviera tan corrompido como los tribunales fascistas italianos en Libia. Que Mussolini –uno de los exponentes del fascismo más brutal y expansionista de la historia– se guardara bien de garantizar unas mínimas formas de “derecho” para el asesinato de Omar Al-Mukhtar a diferencia de las potencias fascistas de la OTAN, nos muestra con claridad dos cosas: la primera, que hace ochenta años existía una fuerte conciencia anticolonialista –en gran medida de raíz comunista– con una notable influencia entre la opinión pública occidental; y la segunda, que el imperialismo ha entrado en una fase de militarización, guerras y represión en todos los ámbitos y que las formas democráticas o de derechos cívicos que la burguesía occidental había tolerado hasta el momento en Europa y Estados Unidos, van a ser cada vez más pisoteadas impunemente o acabarán suprimiéndose.
El asesinato de Gadafi ha venido precedido del clásico linchamiento mediático a través de una demonización y una lluvia de mentiras y desinformación de los grandes medios de prensa, que ha encontrado rápido eco en la izquierda occidentalista y otanista, erigiéndose así en cómplice intelectual del asesinato: esta izquierda ha colaborado bien en la aprobación de la agresión militar, bien en la campaña de criminalización de Gadafi –ni OTAN ni dictaduras–, ha apoyado abiertamente las mentiras y la desinformación –o se ha dejado llevar por ellas porque era lo políticamente correcto– y ha asumido que Gadafi y su régimen laico e independiente eran el objetivo a destruir. Una parte de esta izquierda anti-Gadafi se ha manifestado contraria al uso de la fuerza armada y la invasión de la OTAN para alcanzar estos fines, como si las anteriores experiencias de Panamá, Yugoslavia, Irak, Afganistán y tantas otras no fueran suficientes pruebas de que el imperialismo no puede tolerar un proceso de soberanía interna en el que los pueblos decidan libremente su futuro sin injerencias. Otra parte, la corriente extremista, militarista y atlantista de la izquierda occidentalista constituida por los partidos ecos socialistas y socialdemócratas, dirigentes sindicales, etc., desde el primer momento ha apoyado la agresión militar contra Libia. Y una tercera corriente de la izquierda otanista, constituida por partidos trotskistas y organizaciones y asociaciones minoritarias que apoyaban la criminalización y el derrocamiento de Gadafi han adoptado la postura más cobarde, “ni OTAN ni Gadafi”, una coartada que ha servido en la práctica para las agresiones militares de la OTAN contra el pueblo libio y su soberanía nacional.
Entre la izquierda otanista destacan sus intelectuales orgánicos, algunos de los cuales apoyaron la intervención armada y otros –sin hacerlo abiertamente– defendieron durante los bombardeos variadas posturas anti-Gadafi o suscribieron manifiestos en los que se criminalizaba al dirigente libio. Entre ellos encontramos a Ignacio Ramonet, Santiago Alba Rico, Eduardo Galeano, Noam Chomsky, Heinz Dieterich, Atilio Borón y muchos otros amantes de lo políticamente correcto bajo una apariencia de compromiso social, que han tenido una enorme responsabilidad en la justificación de la tragedia libia.
Su papel ha vuelto a ser determinante entre la izquierda: estos intelectuales, en los momentos decisivos, cuando arrancan las campañas mediáticas del imperialismo contra el nuevo demonio y las bombas empiezan a despedazar a la población civil, no utilizan su prestigio o su fama entre los medios de izquierdas para inyectar un poco de claridad ideológica, combatir las mentiras imperialistas y llamar a la solidaridad, sino que apoyan abiertamente el crimen o bien se dedican a realizar acusaciones sin pruebas, a “descubrir” miles de argumentos –la mayoría calcados de la prensa imperialista– que “demuestren” lo malo que era tal o cual dirigente, los errores que cometió, lo irreversible de su derrocamiento por su propia culpa, lo buenos que son los pobres «rebeldes reprimidos por el tirano», etc., etc. Para algunos intelectuales anti-Gadafi, éste merecía caer porque era “poco” revolucionario según sus esquemas ideológicos fosilizados y cometió el pecado de tener relaciones con los países imperialistas, como hacen casi todos los presidentes del resto del mundo, incluyendo los más antiimperialistas como Fidel Castro o Hugo Chávez; para otros, merecía caer porque era un dictador criminal y represivo, según “informaban” las agencias de propaganda de guerra de la OTAN, pasando por alto el hecho de que los dirigentes imperialistas han cometido crímenes infinitamente más graves –eso sí, en países lejanos, no en el apacible y “civilizado” occidente, que es lo que importa– que los que se le atribuyen a Gadafi. El clímax de este comportamiento llega cuando se firman manifiestos grandilocuentes –publicados, como no, en la prensa imperialista– que ni siquiera hablan de las agresiones salvajes y bárbaras de la OTAN ni denuncian a los dirigentes imperialistas (2). Como explica un popular dicho, nos encontramos ante intelectuales expertos en «nadar y guardar la ropa». Ellos también han colaborado intelectual y moralmente en el asesinato de Gadafi: ¿para qué deberían los dirigentes imperialistas molestarse en ofrecer la posibilidad de un juicio –aunque sea una farsa– a un personaje como Gadafi, si éste ya ha sido condenado tanto por la derecha como, sobre todo, por una parte importante de la izquierda y sus intelectuales hegemónicos? Ni siquiera Mussolini lo tuvo tan fácil en 1931.
La historia, aquí, vuelve a mostrar similitudes. Como demostró Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo, la política colonial y de conquista en el exterior implica necesariamente una política reaccionaria en el interior de los países conquistadores, contra la clase obrera. Y como también demostró Lenin, para justificar la política colonialista y buscar apoyos entre los trabajadores de los países occidentales, los dirigentes imperialistas de la época se valieron de la mayoría de los partidos socialistas y socialdemócratas –que afirmaban estar contra el capitalismo–, así como de muchos dirigentes sindicales, para arrancar el apoyo o la neutralidad de una buena parte de los trabajadores occidentales ante la política colonial y racial de sus metrópolis. Hoy la vieja socialdemocracia defiende abiertamente el capitalismo, de manera que los actuales dirigentes imperialistas –los Obama, Sarkozy, Cameron, Berlusconi, Zapatero, etc.– necesitan la complicidad de una parte de la izquierda que presente las injerencias y la desestabilización de países independientes por las agencias de espionaje del imperialismo –pasos necesarios para la manipulación informativa y para preparar escenarios del estilo de las “revoluciones de colores”– como la “lucha de los pueblos contra los tiranos”. Así, ya queda justificada entre la izquierda occidental y los trabajadores la política colonialista y de agresión genocida del imperialismo contra los pueblos oprimidos, desactivando una posible solidaridad activa frente a un pueblo brutalmente agredido cuya soberanía nacional es violada impunemente.
El razonamiento que guía a la izquierda occidentalista es el siguiente: la guerra contra Libia no es una agresión colonial clásica para apoderarse descaradamente de un país y sus recursos y para eliminar a un gobierno independiente, sino una operación para implantar las formas políticas de occidente y de sus valores morales –como la democracia occidental, el liberalismo y la «protección de civiles indefensos»–, valores que considera superiores a los que existen en el resto del mundo: para esta izquierda, el sistema imperialista es en esencia democrático y progresista y en su seno se pueden encontrar las vías para el progreso social de los pueblos de Europa mediante reformas progresistas que no trasciendan los límites del sistema político vigente. Para esta izquierda, el progreso material de los pueblos de occidente no tiene nada que ver con lo que Marx denominó la «acumulación primitiva de capital» a partir del saqueo colonial, sino que procede de las conquistas alcanzadas gracias a la actividad reformista de sindicatos y partidos que ante los gobiernos y las patronales. Así pues, la “exportación” de la democracia por las bombas de uranio empobrecido y los asesinatos en masa de la OTAN y sus esbirros “revolucionarios”, serían los daños colaterales necesarios para el triunfo de las libertades occidentales entre los pueblos que son “incapaces” de alcanzarlas por sus propios medios. Por este motivo, la izquierda otanista ha colaborado intelectual y moralmente con el asesinato de Gadafi –líder de la resistencia patriótica anticolonial libia– y con las matanzas contra el pueblo libio.
Es preciso volver a remarcar que, independientemente de los errores que pudiera haber cometido, a pesar de que se pueda tener discrepancias con su trayectoria histórica, Gadafi fue eliminado por el imperialismo precisamente porque encarnaba la figura de la independencia y unidad nacional, del desarrollo social, de la unidad africana y del desafío al colonialismo occidental. La práctica es el criterio de la verdad, decía Marx. ¿Cuál ha sido en la práctica la alternativa de la izquierda otanista y de sus intelectuales al régimen de Gadafi?: 70.000 muertos por los bombardeos de la OTAN, miles de africanos negros perseguidos y brutalmente asesinados, la sharia para las mujeres y el petróleo para las multinacionales occidentales.
Gadafi podía haber tenido un exilio dorado con su familia en algún paraíso lejano, pero prefirió combatir junto a su pueblo. A diferencia de la izquierda otanista y la intelectualidad anti-Gadafi encarnada por los Galeano, Santiago Alba, Ignacio Ramonet, Atilio Borón, etc., Gadafi escogió jugarse la vida por la libertad de su país. Como el Che Guevara, fue herido en combate; como el Che Guevara, fue asesinado sin ningún derecho a juicio ni a defenderse, pero de una manera mucho más brutal; como el Che Guevara, será enterrado en un lugar secreto para tratar de borrar su ejemplo.
Muamar Al Gadafi ha muerto como un héroe pero su ejemplo de valentía, dignidad y entrega a su pueblo seguirá guiando a los libios que desean la libertad para su patria. La izquierda otanista y sus intelectuales, en cambio, serán recordados por los trabajadores y los pueblos oprimidos como el apoyo moral e intelectual de los crímenes contra la humanidad cometidos por el imperialismo.