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Andrés Rosell
Lunes, 22 de Junio de 2015 10:11
En las últimas elecciones municipales y autonómicas ha habido un claro vencedor. No fue Podemos, no fue el PSOE, tampoco nos referimos a la victoria pírrica del PP: el vencedor de las elecciones ha sido el reformismo.
Aviso a las y los entendidos en historia: no hacemos en este artículo referencia a aquellos viejos reformistas del siglo pasado que decían querer superar el capitalismo a base de conseguir reformas sociales con elecciones y lucha sindical.
carmena
¿Por qué afirmamos entonces que se trata de reformismo?
Porque, aunque el paso del tiempo haya cambiado las consignas que inspiraban a los reformistas, el fondo es el mismo: con una determinada fuerza (electoral, en la calle, o combinando ambas) creen que es posible presionar a los poderes económicos y sus servidores políticos para lograr reformas sociales para aquellos sectores más empobrecidos de la clase trabajadora y la pequeña burguesía (“los de abajo”).
Podemos afirmar que son los descendientes directos de aquel reformismo de la primera mitad del siglo XX porque, como ayer los socialdemócratas, hoy las fuerzas del cambio son la expresión de la inquietud por las cuestiones sociales desde la óptica propia de la parte más progresista del sistema, o dicho en terminología marxista, sus propuestas terminan siempre donde empiezan los intereses de la pequeña burguesía y la parte más acomodada de la clase trabajadora.
No es porque sean malvados, no es porque pretendan engañar a nadie, en muchos casos ni siquiera son pequeños empresarios quienes dirigen estos movimientos de cambio, sino que, fruto de la derrota política sufrida por el movimiento obrero en general y por el movimiento comunista en particular con la decadencia y caída de los países socialistas y la dejación de funciones por parte de muchos partidos comunistas, estas ideas son de lo poco progresista que el pensamiento dominante en nuestra sociedad tolera.
¿Y por qué decimos que el reformismo ha ganado las elecciones?
Porque, con distintas estrategias electorales, distintas agrupaciones políticas, distintos referentes, las fuerzas que se postulan como fuerzas del cambio han sido capaces de constituir gobiernos, ya sea en solitario, o ya sea aprovechando las contradicciones entre el electorado y la dirección del PSOE.
¿Y ahora qué podemos hacer las y los comunistas?
Pues, naturalmente, no podemos dedicarnos a aplaudir esta victoria.
Claro que, como personas de familias trabajadoras que somos nos alegró ver cómo verdaderos monstruos de nuestra infancia y adolescencia (Rita Barberá, Esperanza Aguirre...) eran barridos del mapa político y se quitaba de encima de nuestros bolsillos, al menos de momento, el sobrepeso de la corrupción política.
Pero como comunistas tenemos claro que la patronal solo deja caer algo de dinero para hacer reformas sociales cuando sobra, para tejer redes clientelares (que no es el caso) o cuando se siente presionada y no ve alternativa. Y aun así, solo es temporal; cuando puede, la patronal saca su capital del país, financia opciones alternativas o incluso puede llegar a la desestabilización (en caso de que la presión del reformismo tenga también apoyo en las calles y las fábricas).
Habrá que ver todavía cuánto presionan las fuerzas del cambio a las grandes empresas, pero en cualquier caso sí que es previsible que, combinando la lucha contra la corrupción, la eficiencia en la gestión y un leve incremento de la presión fiscal progresiva, logren ciertas mejoras en servicios públicos, o incluso realicen algunos recortes con la legitimidad que les da ser ahora mismo los representantes más progresistas del pueblo.
También es probable que después de las generales el reformismo logre revertir algunas medidas críticas en cuanto a derechos civiles, como la cuestión del aborto o la ley mordaza.
manifestante
La respuesta de las y los comunistas ante estas cuestiones no puede ir totalmente separada de la situación de conciencia de la clase obrera; como se suele decir: debemos ir un paso por delante del resto de la clase trabajadora, no diez.
Cuando el reformismo esté de moda, mientras consiga mejoras (algunas de las cuales incluso pueden convenirnos políticamente, como las referentes a los derechos civiles), la clase obrera en general va a estar ilusionada o, como mínimo, receptiva hacia los reformistas. Como suele ocurrir además, es muy probable que desde el reformismo, consciente o inconscientemente, se desactive la lucha de buena parte de la población por sus derechos económicos: aquellos movimientos en que convivan distintas capas de la población lo harán por interés de sus miembros menos empobrecidos, y aquellos movimientos como el obrero y el estudiantil de clase, por seguidismo del discurso dominante o expectación ante las posibles mejoras.
Como comunistas no podemos tolerar que el movimiento sindical obrero y el estudiantil de clase trabajadora se vean desactivados. Mientras el reformismo esté consiguiendo mejoras, debemos mantener alerta a los sindicatos, actuando en su entorno con normalidad y continuando con sus reivindicaciones, e incluso aprovechando la situación para exigir negociaciones y mejoras; se puede utilizar la ocasión como escuela de las limitaciones del reformismo y del “arte” de la negociación.
En cuanto a nuestra lucha como comunistas por extender nuestras ideas, debemos ser inteligentes: posicionarnos de entrada como el enemigo frontal de esos malvados reformistas probablemente nos granjee sin más la desafección de la clase obrera, y tampoco tenemos la hegemonía suficiente como para hacer esa oposición frontal y poder recordárselo a las y los trabajadores cuando el reformismo fracase, porque es más fácil que ese “os lo dijimos” lo aprovechen las fuerzas al servicio de la gran empresa.
Debemos estar ahí para señalar las insuficiencias y los incumplimientos del reformismo, para explicar sus causas a los miembros de la clase trabajadora más interesados en la política, pero también, y de manera muy importante, debemos ser los más aguerridos defensores de aquellas reformas que el reformismo plantee, sean beneficiosas para la clase obrera, y que la oligarquía trate de suprimir o de eliminar. Por ejemplo, si se plantea una subida del salario mínimo y la patronal trata de tumbarla, debemos ser quienes más destaquen en la defensa de dicha subida salarial, tratando incluso de plantear objetivos más allá de ese.
La realidad es tozuda y nuestra labor es ineludible: debemos aprovechar este auge del reformismo sin caer en sus redes para entrenarnos en la lucha, para ganarnos el apoyo de la clase obrera como sus más fieles defensoras y defensores, para aprender junto a nuestra clase, de modo que cuando el reformismo caiga, y sabemos que caerá, estemos en posición de levantar las banderas de los derechos sociales y democráticos de la clase obrera y encauzarlos hacia la revolución.
Andrés Rosell
Andrés Rosell
Lunes, 22 de Junio de 2015 10:11
En las últimas elecciones municipales y autonómicas ha habido un claro vencedor. No fue Podemos, no fue el PSOE, tampoco nos referimos a la victoria pírrica del PP: el vencedor de las elecciones ha sido el reformismo.
Aviso a las y los entendidos en historia: no hacemos en este artículo referencia a aquellos viejos reformistas del siglo pasado que decían querer superar el capitalismo a base de conseguir reformas sociales con elecciones y lucha sindical.
carmena
¿Por qué afirmamos entonces que se trata de reformismo?
Porque, aunque el paso del tiempo haya cambiado las consignas que inspiraban a los reformistas, el fondo es el mismo: con una determinada fuerza (electoral, en la calle, o combinando ambas) creen que es posible presionar a los poderes económicos y sus servidores políticos para lograr reformas sociales para aquellos sectores más empobrecidos de la clase trabajadora y la pequeña burguesía (“los de abajo”).
Podemos afirmar que son los descendientes directos de aquel reformismo de la primera mitad del siglo XX porque, como ayer los socialdemócratas, hoy las fuerzas del cambio son la expresión de la inquietud por las cuestiones sociales desde la óptica propia de la parte más progresista del sistema, o dicho en terminología marxista, sus propuestas terminan siempre donde empiezan los intereses de la pequeña burguesía y la parte más acomodada de la clase trabajadora.
No es porque sean malvados, no es porque pretendan engañar a nadie, en muchos casos ni siquiera son pequeños empresarios quienes dirigen estos movimientos de cambio, sino que, fruto de la derrota política sufrida por el movimiento obrero en general y por el movimiento comunista en particular con la decadencia y caída de los países socialistas y la dejación de funciones por parte de muchos partidos comunistas, estas ideas son de lo poco progresista que el pensamiento dominante en nuestra sociedad tolera.
¿Y por qué decimos que el reformismo ha ganado las elecciones?
Porque, con distintas estrategias electorales, distintas agrupaciones políticas, distintos referentes, las fuerzas que se postulan como fuerzas del cambio han sido capaces de constituir gobiernos, ya sea en solitario, o ya sea aprovechando las contradicciones entre el electorado y la dirección del PSOE.
¿Y ahora qué podemos hacer las y los comunistas?
Pues, naturalmente, no podemos dedicarnos a aplaudir esta victoria.
Claro que, como personas de familias trabajadoras que somos nos alegró ver cómo verdaderos monstruos de nuestra infancia y adolescencia (Rita Barberá, Esperanza Aguirre...) eran barridos del mapa político y se quitaba de encima de nuestros bolsillos, al menos de momento, el sobrepeso de la corrupción política.
Pero como comunistas tenemos claro que la patronal solo deja caer algo de dinero para hacer reformas sociales cuando sobra, para tejer redes clientelares (que no es el caso) o cuando se siente presionada y no ve alternativa. Y aun así, solo es temporal; cuando puede, la patronal saca su capital del país, financia opciones alternativas o incluso puede llegar a la desestabilización (en caso de que la presión del reformismo tenga también apoyo en las calles y las fábricas).
Habrá que ver todavía cuánto presionan las fuerzas del cambio a las grandes empresas, pero en cualquier caso sí que es previsible que, combinando la lucha contra la corrupción, la eficiencia en la gestión y un leve incremento de la presión fiscal progresiva, logren ciertas mejoras en servicios públicos, o incluso realicen algunos recortes con la legitimidad que les da ser ahora mismo los representantes más progresistas del pueblo.
También es probable que después de las generales el reformismo logre revertir algunas medidas críticas en cuanto a derechos civiles, como la cuestión del aborto o la ley mordaza.
manifestante
La respuesta de las y los comunistas ante estas cuestiones no puede ir totalmente separada de la situación de conciencia de la clase obrera; como se suele decir: debemos ir un paso por delante del resto de la clase trabajadora, no diez.
Cuando el reformismo esté de moda, mientras consiga mejoras (algunas de las cuales incluso pueden convenirnos políticamente, como las referentes a los derechos civiles), la clase obrera en general va a estar ilusionada o, como mínimo, receptiva hacia los reformistas. Como suele ocurrir además, es muy probable que desde el reformismo, consciente o inconscientemente, se desactive la lucha de buena parte de la población por sus derechos económicos: aquellos movimientos en que convivan distintas capas de la población lo harán por interés de sus miembros menos empobrecidos, y aquellos movimientos como el obrero y el estudiantil de clase, por seguidismo del discurso dominante o expectación ante las posibles mejoras.
Como comunistas no podemos tolerar que el movimiento sindical obrero y el estudiantil de clase trabajadora se vean desactivados. Mientras el reformismo esté consiguiendo mejoras, debemos mantener alerta a los sindicatos, actuando en su entorno con normalidad y continuando con sus reivindicaciones, e incluso aprovechando la situación para exigir negociaciones y mejoras; se puede utilizar la ocasión como escuela de las limitaciones del reformismo y del “arte” de la negociación.
En cuanto a nuestra lucha como comunistas por extender nuestras ideas, debemos ser inteligentes: posicionarnos de entrada como el enemigo frontal de esos malvados reformistas probablemente nos granjee sin más la desafección de la clase obrera, y tampoco tenemos la hegemonía suficiente como para hacer esa oposición frontal y poder recordárselo a las y los trabajadores cuando el reformismo fracase, porque es más fácil que ese “os lo dijimos” lo aprovechen las fuerzas al servicio de la gran empresa.
Debemos estar ahí para señalar las insuficiencias y los incumplimientos del reformismo, para explicar sus causas a los miembros de la clase trabajadora más interesados en la política, pero también, y de manera muy importante, debemos ser los más aguerridos defensores de aquellas reformas que el reformismo plantee, sean beneficiosas para la clase obrera, y que la oligarquía trate de suprimir o de eliminar. Por ejemplo, si se plantea una subida del salario mínimo y la patronal trata de tumbarla, debemos ser quienes más destaquen en la defensa de dicha subida salarial, tratando incluso de plantear objetivos más allá de ese.
La realidad es tozuda y nuestra labor es ineludible: debemos aprovechar este auge del reformismo sin caer en sus redes para entrenarnos en la lucha, para ganarnos el apoyo de la clase obrera como sus más fieles defensoras y defensores, para aprender junto a nuestra clase, de modo que cuando el reformismo caiga, y sabemos que caerá, estemos en posición de levantar las banderas de los derechos sociales y democráticos de la clase obrera y encauzarlos hacia la revolución.
Andrés Rosell