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El Día D debió haber sido el comienzo del fin de la campaña de horrores de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Pero un libro de Anthony Beevor deja en claro que la “más grande generación” no estuvo exenta de unos cuantos crímenes de guerra 06.05.2010
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Fue el primer crimen que cometía William E. Jones, probablemente la razón de que lo haya recordado después por muchos años. Él y otros soldados de la 4ª División de Infantería habían capturado un pequeño cerro. “Fue bastante duro”, escribió Jones más tarde, describiendo la sangrienta batalla. En un momento, los soldados estadounidenses se descontrolaron completamente. “Los alemanes estaban enloquecidos. Algunos de ellos seguían en sus trincheras. No tomábamos prisioneros y sólo cabía matarlos. Lo hicimos, yo nunca había matado a alguien así. Hasta nuestro teniente lo hizo”. Lo más probable es que los muertos nunca sean identificados por sus nombres, pero una cosa es clara: las víctimas de este crimen de guerra fueron soldados alemanes muertos en Normandía en el verano europeo de 1944.
Al amanecer del 6 de junio, los estadounidenses, británicos y sus aliados lanzaron la Operación Overlord, el desembarco anfibio más grande de todos los tiempos. Durante la operación, las tropas aliadas y alemanas lucharon en una de las más feroces batallas de la Segunda Guerra Mundial, primero en las playas y luego en el campo de Normandía. Al terminar, habían muerto o resultado heridos más de 250 mil soldados y civiles y Normandía estaba devastada.
Alemán bueno, alemán muerto
No hay escasez de libros sobre la batalla de Normandía, conocida como Día D. Y lo mismo puede decirse de las películas, como el premiado filme de Steven Spielberg “Salvando al soldado Ryan”. Lo cierto es que pareciera que todo lo que pudiera decirse sobre la batalla ha sido dicho. Sin embargo, eso no le impidió al historiador y best seller británico Anthony Beevor darle otra pasada al tema. Mientras investigaba para su libro “Día D: la batalla por Normandía”, Beevor tropezó en algo que es actualmente un tema muy debatido entre los expertos.
Si algunos de estos eruditos están en lo correcto, soldados aliados cometieron crímenes de guerra en Normandía a un nivel muy superior al que se creía anteriormente. Beevor cita abundantes informes y recuerdos de quienes participaron en la invasión, muchos de los cuales declaran que tropas estadounidenses, británicas y canadienses mataron a prisioneros de guerra y soldados alemanes heridos. También habrían utilizado a soldados del Ejército alemán o de las Waffen SS como escudos humanos, obligándolos a caminar por campos minados.
Por ejemplo, un relato cuenta el caso de un soldado llamado Smith, que combatía con la 79ª División de Infantería de Estados Unidos. Smith habría descubierto una habitación llena de alemanes heridos en una fortificación mientras se encontraba borracho con calvados, el licor local normando. Según el informe oficial, “declarando ante todos que el único alemán bueno era un alemán muerto, Smith convirtió en buenos alemanes a varios de ellos antes de que lo detuvieran”.
En otro relato, el sargento Lester Zick encontró a un soldado montado en un caballo blanco y conduciendo a once prisioneros. Llamó a Zick y a sus hombres y les dijo que todos los prisioneros eran polacos, excepto dos alemanes. Entonces, según Zick, el soldado sacó su pistola “y mató a los dos con un balazo en la cabeza. Y nos quedamos allí sin hacer nada”. Beevor cita también a John Troy, soldado de la 8ª División de Infantería, quien escribe sobre el hallazgo del cuerpo de un oficial estadounidense al que los alemanes habían atado y muerto porque lo habían atrapado llevando una pistola alemana P-38. Troy describe su reacción de la siguiente manera: “Cuando vi eso, me dije ‘nada de recuerdos para mí’. Pero, por supuesto, nosotros también lo hacíamos cuando atrapábamos a alemanes con cigarrillos o relojes estadounidenses”.
Un nuevo enfoque
El tema de los crímenes de guerra es increíblemente sensible. Pero, en este caso, la evidencia es abrumadora. Dada la gran cantidad de bajas que sufrieron, los paracaidistas aliados estaban particularmente decididos a cobrarse una venganza sangrienta. Cerca de un pueblo, Audouville-la-Hubert, masacraron a 30 soldados alemanes cautivos de una vez. En las playas, soldados de una brigada de ingenieros tuvieron que proteger a prisioneros alemanes de airados paracaidistas de la 101ª División Aerotransportada que gritaban: “Entréguennos a esos prisioneros. Sabemos qué hacer con ellos”.
Cuando se utilizó una misma lancha de desembarco para evacuar a prisioneros de guerra alemanes y a aliados heridos, estos últimos atacaron a los alemanes y sólo la intervención de un farmacéutico evitó que ocurriera algo más grave. Beevor cita con frecuencia recuerdos personales de soldados aliados que han estado disponibles por años para los historiadores. Pero ¿pudo ser que éstos los ignoraran hasta ahora porque no sustentaban la imagen de la “más grande generación”, el término que a los estadounidenses les ha gustado emplear para describir a sus soldados victoriosos desde 1945? Pareciera que no había que arrojar sombras sobre la guerra que dio a los estadounidenses, en particular, el derecho moral a tener una voz en la configuración del futuro europeo de pos-guerra y para la creación de las condiciones prácticas para hacerlo.
Sin embargo, ese enfoque ha sido recientemente revisado. En su libro de 2007, “El día de la batalla: La guerra en Sicilia e Italia, 1934-1944”, el Premio Pulitzer Rick Atkinson describió diversos crímenes de guerra cometidos por los aliados. Y ahora pasa lo mismo con Normandía, Beevor atribuye básicamente los crímenes aliados a la ferocidad épica de las batallas. Los mismos alemanes la llamaron una “guerra sucia”.
Lo cierto es que el terreno normando se presta idealmente a emboscadas y trampas camufladas. Por ejemplo, unidades alemanas tendían delgados cables de acero a través de los caminos a la altura de la cabeza, de manera que cuando un jeep estadounidense venía alta velocidad, su conductor y pasajeros quedaban decapitados. También adherían granadas de mano a las tarjetas de identificación de soldados estadounidenses muertos, para que cualquiera que intentara retirar las tarjetas volara en pedazos. Igualmente, es un hecho establecido que soldados alemanes y en especial los de las Waffen SS fusilaron prisioneros.
No excusa a los alemanes
El fuego de artillería proveniente de ambos bandos y los bombardeos aliados transformaron a Normandía en un paisaje lunar. Beevor escribe sobre soldados que se agazapaban en los cráteres gritando y llorando, mientras otros caminaban como en trance recogiendo flores en medio de las explosiones. De hecho, los médicos estadounidenses informaron sobre 30 mil casos de neurosis de combate sólo entre sus tropas. En una carta a su familia en Minnesota, un soldado estadounidense escribió que nunca había odiado tanto a algo, agregando: “Y no se debe a algún discurso tempestuoso de un oficial”.
Pero esos “discursos tempestuosos” existieron. Según los hallazgos del historiador alemán Peter Lieb, a muchas unidades canadienses y estadounidenses se les dieron órdenes el Día D de no tomar prisioneros. Si es verdad, ello podría ayudar a explicar el misterio de cómo sólo 66 de los 130 alemanes que los estadounidenses tomaron prisioneros en Omaha Beach llegaron a los puntos de concentración de capturados en la playa. También es notorio que los aliados rara vez capturaban a miembros de las Waffen SS.
¿Era porque los miembros de esta organización con su insignia Totenkopf (Cabeza de la Muerte) habían jurado lealtad hasta la muerte a Hitler y solían combatir hasta el último hombre? ¿O tuvo la propaganda aliada contra las SS su efecto deseado entre los soldados? “Muchos de ellos probablemente merecían en todo caso ser fusilados y lo saben”, declaró descaradamente un informe del Cuerpo XXX británico.
Por supuesto, para los apologistas alemanes, esta nueva información no debiera hacerles sentir mejor por la conducta de su propio bando. De hecho, aunque el alcance de los crímenes de guerra aliados puede haber sido mayor que lo previamente conocido, no se puede comparar con la magnitud de los crímenes alemanes en contra de los civiles. Por ejemplo, fusilar a rehenes inocentes era parte de la estrategia alemana en su lucha contra los guerrilleros franceses que atacaron tras el Día D.
Hasta 16 mil ciudadanos franceses (hombres, mujeres y niños) cayeron víctimas del terror del Ejército alemán y de las SS.
Por Klaus Wiegrefe (*)
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Fue el primer crimen que cometía William E. Jones, probablemente la razón de que lo haya recordado después por muchos años. Él y otros soldados de la 4ª División de Infantería habían capturado un pequeño cerro. “Fue bastante duro”, escribió Jones más tarde, describiendo la sangrienta batalla. En un momento, los soldados estadounidenses se descontrolaron completamente. “Los alemanes estaban enloquecidos. Algunos de ellos seguían en sus trincheras. No tomábamos prisioneros y sólo cabía matarlos. Lo hicimos, yo nunca había matado a alguien así. Hasta nuestro teniente lo hizo”. Lo más probable es que los muertos nunca sean identificados por sus nombres, pero una cosa es clara: las víctimas de este crimen de guerra fueron soldados alemanes muertos en Normandía en el verano europeo de 1944.
Al amanecer del 6 de junio, los estadounidenses, británicos y sus aliados lanzaron la Operación Overlord, el desembarco anfibio más grande de todos los tiempos. Durante la operación, las tropas aliadas y alemanas lucharon en una de las más feroces batallas de la Segunda Guerra Mundial, primero en las playas y luego en el campo de Normandía. Al terminar, habían muerto o resultado heridos más de 250 mil soldados y civiles y Normandía estaba devastada.
Alemán bueno, alemán muerto
No hay escasez de libros sobre la batalla de Normandía, conocida como Día D. Y lo mismo puede decirse de las películas, como el premiado filme de Steven Spielberg “Salvando al soldado Ryan”. Lo cierto es que pareciera que todo lo que pudiera decirse sobre la batalla ha sido dicho. Sin embargo, eso no le impidió al historiador y best seller británico Anthony Beevor darle otra pasada al tema. Mientras investigaba para su libro “Día D: la batalla por Normandía”, Beevor tropezó en algo que es actualmente un tema muy debatido entre los expertos.
Si algunos de estos eruditos están en lo correcto, soldados aliados cometieron crímenes de guerra en Normandía a un nivel muy superior al que se creía anteriormente. Beevor cita abundantes informes y recuerdos de quienes participaron en la invasión, muchos de los cuales declaran que tropas estadounidenses, británicas y canadienses mataron a prisioneros de guerra y soldados alemanes heridos. También habrían utilizado a soldados del Ejército alemán o de las Waffen SS como escudos humanos, obligándolos a caminar por campos minados.
Por ejemplo, un relato cuenta el caso de un soldado llamado Smith, que combatía con la 79ª División de Infantería de Estados Unidos. Smith habría descubierto una habitación llena de alemanes heridos en una fortificación mientras se encontraba borracho con calvados, el licor local normando. Según el informe oficial, “declarando ante todos que el único alemán bueno era un alemán muerto, Smith convirtió en buenos alemanes a varios de ellos antes de que lo detuvieran”.
En otro relato, el sargento Lester Zick encontró a un soldado montado en un caballo blanco y conduciendo a once prisioneros. Llamó a Zick y a sus hombres y les dijo que todos los prisioneros eran polacos, excepto dos alemanes. Entonces, según Zick, el soldado sacó su pistola “y mató a los dos con un balazo en la cabeza. Y nos quedamos allí sin hacer nada”. Beevor cita también a John Troy, soldado de la 8ª División de Infantería, quien escribe sobre el hallazgo del cuerpo de un oficial estadounidense al que los alemanes habían atado y muerto porque lo habían atrapado llevando una pistola alemana P-38. Troy describe su reacción de la siguiente manera: “Cuando vi eso, me dije ‘nada de recuerdos para mí’. Pero, por supuesto, nosotros también lo hacíamos cuando atrapábamos a alemanes con cigarrillos o relojes estadounidenses”.
Un nuevo enfoque
El tema de los crímenes de guerra es increíblemente sensible. Pero, en este caso, la evidencia es abrumadora. Dada la gran cantidad de bajas que sufrieron, los paracaidistas aliados estaban particularmente decididos a cobrarse una venganza sangrienta. Cerca de un pueblo, Audouville-la-Hubert, masacraron a 30 soldados alemanes cautivos de una vez. En las playas, soldados de una brigada de ingenieros tuvieron que proteger a prisioneros alemanes de airados paracaidistas de la 101ª División Aerotransportada que gritaban: “Entréguennos a esos prisioneros. Sabemos qué hacer con ellos”.
Cuando se utilizó una misma lancha de desembarco para evacuar a prisioneros de guerra alemanes y a aliados heridos, estos últimos atacaron a los alemanes y sólo la intervención de un farmacéutico evitó que ocurriera algo más grave. Beevor cita con frecuencia recuerdos personales de soldados aliados que han estado disponibles por años para los historiadores. Pero ¿pudo ser que éstos los ignoraran hasta ahora porque no sustentaban la imagen de la “más grande generación”, el término que a los estadounidenses les ha gustado emplear para describir a sus soldados victoriosos desde 1945? Pareciera que no había que arrojar sombras sobre la guerra que dio a los estadounidenses, en particular, el derecho moral a tener una voz en la configuración del futuro europeo de pos-guerra y para la creación de las condiciones prácticas para hacerlo.
Sin embargo, ese enfoque ha sido recientemente revisado. En su libro de 2007, “El día de la batalla: La guerra en Sicilia e Italia, 1934-1944”, el Premio Pulitzer Rick Atkinson describió diversos crímenes de guerra cometidos por los aliados. Y ahora pasa lo mismo con Normandía, Beevor atribuye básicamente los crímenes aliados a la ferocidad épica de las batallas. Los mismos alemanes la llamaron una “guerra sucia”.
Lo cierto es que el terreno normando se presta idealmente a emboscadas y trampas camufladas. Por ejemplo, unidades alemanas tendían delgados cables de acero a través de los caminos a la altura de la cabeza, de manera que cuando un jeep estadounidense venía alta velocidad, su conductor y pasajeros quedaban decapitados. También adherían granadas de mano a las tarjetas de identificación de soldados estadounidenses muertos, para que cualquiera que intentara retirar las tarjetas volara en pedazos. Igualmente, es un hecho establecido que soldados alemanes y en especial los de las Waffen SS fusilaron prisioneros.
No excusa a los alemanes
El fuego de artillería proveniente de ambos bandos y los bombardeos aliados transformaron a Normandía en un paisaje lunar. Beevor escribe sobre soldados que se agazapaban en los cráteres gritando y llorando, mientras otros caminaban como en trance recogiendo flores en medio de las explosiones. De hecho, los médicos estadounidenses informaron sobre 30 mil casos de neurosis de combate sólo entre sus tropas. En una carta a su familia en Minnesota, un soldado estadounidense escribió que nunca había odiado tanto a algo, agregando: “Y no se debe a algún discurso tempestuoso de un oficial”.
Pero esos “discursos tempestuosos” existieron. Según los hallazgos del historiador alemán Peter Lieb, a muchas unidades canadienses y estadounidenses se les dieron órdenes el Día D de no tomar prisioneros. Si es verdad, ello podría ayudar a explicar el misterio de cómo sólo 66 de los 130 alemanes que los estadounidenses tomaron prisioneros en Omaha Beach llegaron a los puntos de concentración de capturados en la playa. También es notorio que los aliados rara vez capturaban a miembros de las Waffen SS.
¿Era porque los miembros de esta organización con su insignia Totenkopf (Cabeza de la Muerte) habían jurado lealtad hasta la muerte a Hitler y solían combatir hasta el último hombre? ¿O tuvo la propaganda aliada contra las SS su efecto deseado entre los soldados? “Muchos de ellos probablemente merecían en todo caso ser fusilados y lo saben”, declaró descaradamente un informe del Cuerpo XXX británico.
Por supuesto, para los apologistas alemanes, esta nueva información no debiera hacerles sentir mejor por la conducta de su propio bando. De hecho, aunque el alcance de los crímenes de guerra aliados puede haber sido mayor que lo previamente conocido, no se puede comparar con la magnitud de los crímenes alemanes en contra de los civiles. Por ejemplo, fusilar a rehenes inocentes era parte de la estrategia alemana en su lucha contra los guerrilleros franceses que atacaron tras el Día D.
Hasta 16 mil ciudadanos franceses (hombres, mujeres y niños) cayeron víctimas del terror del Ejército alemán y de las SS.
Por Klaus Wiegrefe (*)
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