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Mao Tse Tung llevó
el marxismo-leninismo hasta sus últimas consecuencias
por lo menos en un aspecto fundamental:
el de construir la alianza obrero-campesina
en el seno de la guerra del pueblo
y tomar así el poder.
Siguiendo a Lenin, definió el pueblo, ubicó
las clases y las capas sociales que formaban el pueblo
y localizó así al enemigo nacional interno, apoyo
de los imperialistas extranjeros.
Y en el seno del pueblo distinguió las dos fuerzas:
la fuerza principal y la fuerza dirigente.
La fuerza dirigente era la clase obrera
que se contaba por cientos de miles
y la fuerza principal el campesinado
que se contaba por centenas de millones.
La fuerza dirigente no era suficientemente poderosa
para tomar por sí sola el poder
y la fuerza principal
no podía dirigir por sí sola su poderío.
Algunos que querían tomar del leninismo sólo las apariencias
creían que bastaría con que la fuerza dirigente copara las ciudades,
los “centros nerviosos del país”,
con huelgas y demostraciones que progresaran paulatinamente
hacia la insurrección.
Eso significaba en los hechos mantener separada
a la fuerza dirigente de la fuerza principal,
tomando en cuenta la vasta extensión planetaria de China.
Hubo grandes matanzas a causa de esta concepción.
La clase obrera china fue masacrada y no sólo simbólicamente
en Shanghai y otras grandes ciudades.
Mao Tse Tung sacó al leninismo de la trampa de las ciudades
y en las cabezas y los pechos y los brazos de los obreros
y en las cabezas y la boca y las manos de los intelectuales
y en las organizaciones del partido:
se llevó la fuerza dirigente
hacia el corazón –fortaleza inexpugnable– de la fuerza principal,
las masas trabajadoras del campo.
Y nos enseñó, asimismo, que en la época del imperialismo agresor
esta tarea es desde el inicio una tarea
que en uno u otro sentido
necesita la garantía de las armas.
Así el Partido Comunista de China,
el partido de la clase obrera,
pudo unir a los trabajadores del campo
para la gran guerra del pueblo, la doble guerra del pueblo:
la guerra contra la invasión imperialista japonesa
y la guerra contra las clases dominantes chinas
y sus lacayos comunes,
los militaristas de la explotación encabezados
por el sangriento Chiang Kai Chek;
la guerra por la liberación nacional
y la guerra por la nueva democracia
que abrió el camino del socialismo.
Así entró el leninismo
al mundo de los países colonizados y neocolonizados:
atravesando ríos y desiertos en la Larga Marcha hacia el norte,
oliendo a sangre y pólvora,
sufriendo el hambre y la sed,
descalzo y harapiento pero con el fusil relumbrante
(“el poder nace del fusil pero el fusil es dirigido por el partido”)
dibujando a pincel en ideogramas bajo la luz de las lámparas de aceite:
bajo la lluvia y la nieve y el sol implacables,
como una antorcha obrera que levantó hasta el cielo
las llamaradas de la pradera campesina,
hasta volver rojo al sol.
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Roque Dalton (Poema a Mao Tse Tung, en "Un Libro Rojo para Lenin")
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