¿Mendigos de Internet?
Por Helen Hernández Hormilla
Publicado en Palabra Nueva.
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Estamos encantados y expectantes porque, a paso de hormiga, se extiende la posibilidad popular de acceder a Internet por Wi-Fi, en determinadas zonas de la isla cubana. Sin embargo, no deja de martirizarme la precariedad que implica esta oferta para las decenas de personas diariamente sentadas en aceras, bancos y jardineras, en posturas sumamente incómodas y perjudiciales para su salud, sin contar el deprimente espectáculo que ofrecen con su irregular dispersión por cuanto mínimo espacio esté disponible en el área privilegiada.
Aunque una hora en el ciberespacio implique casi un décimo del salario medio estatal cubano, muchas personas requieren ya de este servicio en un mundo cada vez más atado a la comunicación electrónica. Así es que eligen el sacrificio de pagarle a Nauta, pero el disfrute pleno de esta nueva posibilidad aún está sesgada y trasluce gran falta de atención hacia los clientes.
Las salas de navegación que ETECSA ubicó hace dos años en algunas de sus oficinas no son suficientes, y para sentarse en una de sus computadoras, la mayoría de las veces debe hacerse más de media hora de cola. Wi-Fi apareció entonces como antídoto, caro, pero más democrático, aunque la vía pública impida acceder con la intimidad y concentración requeridas para aprovecharlo.
Apena la descripción. Para usar Wi-Fi, un sinnúmero de cubanos deben pasar horas en condiciones de total incomodidad. En los sitios habilitados al efecto, se les puede ver aferrándose a las pequeñas pantallas de sus celulares inteligentes y martirizando los pulgares, sin tener, en la mayoría de los casos, ni siquiera un lugar donde apoyar la espalda.
¿Cuánto cuesta invertir en espacios confortables para que las personas puedan acceder a Internet? ¿Y si se utilizara en esto parte de los miles que a diario recauda ETECSA con las tarjetas Nauta? ¿Por qué no se permite a ciudadanos cubanos que cuenten con los ingresos suficientes comprar una cuenta de acceso conmutado o ADSL, hasta el momento una opción reservada a extranjeros o instituciones oficiales?
Con esto, la ciudadanía tendría un mejor aprovechamiento de la web y sus opciones. No solo para la comunicación interpersonal y grupal, quizás la opción más socorrida. El trabajo en línea, las cibercompras, la descarga de documentos, las consultas bibliográficas, son apenas algunos –entre muchos otros– recursos y posibilidades que ofrece la red de redes.
Presumo que lo que el Estado se ahorra en invertir para hacer cibercafés, ampliar sus salas de navegación o brindar ofertas de conexión desde casa, lo tendrá que erogar próximamente en las consultas de ortopedia, fisiatría y fisioterapia, cuando lleguen pacientes encorvados y adoloridos luego de apostarse por horas frente a sus dispositivos electrónicos. No tardarán en aparecer las secuelas de las malas posturas, inevitables si uno debe ubicarse en cualquier sitio comprendido en el pedazo de calle o parque utilizable para entrar en las redes sociales, acceder al correo electrónico o revisar la prensa.
Un sabor contradictorio me produce transitar en estos días por la Rampa y mirar los grupos humanos, variopintos, arracimados y dispersos. Como contradictorios mendigos modernos, armados de caros artilugios electrónicos, ocupan el piso o las aceras de cualquier trozo de ciudad disponible. Todos concentrados en Internet, pese a carecer del confort mínimo para sacar provecho a la hora de conexión por la cual pagan 2 CUC (50 pesos cubanos). Casi lo mismo que cuesta un kilogramo de pollo.
Una parte de mí celebra la noticia de que, por fin, un sector diverso de la población logre interactuar con la web de manera autónoma, sin pertenecer a sectores profesionales priorizados o confiables. Pero la otra zona de la conciencia no logra sonreír, porque advierte el simbolismo de un derecho alcanzado a cuentagotas.
El privilegio de los pocos que pueden pagar por acceder a Internet en la vía pública, ni siquiera supone disfrutarlo de una manera privada y humanamente digna. La llegada de Wi-Fi es, sin dudas, un paso importante para mejorar la conectividad de nuestra población, algo ya imprescindible y urgente. Es un avance, pero todavía no basta.
Aunque una hora en el ciberespacio implique casi un décimo del salario medio estatal cubano, muchas personas requieren ya de este servicio en un mundo cada vez más atado a la comunicación electrónica. Así es que eligen el sacrificio de pagarle a Nauta, pero el disfrute pleno de esta nueva posibilidad aún está sesgada y trasluce gran falta de atención hacia los clientes.
Las salas de navegación que ETECSA ubicó hace dos años en algunas de sus oficinas no son suficientes, y para sentarse en una de sus computadoras, la mayoría de las veces debe hacerse más de media hora de cola. Wi-Fi apareció entonces como antídoto, caro, pero más democrático, aunque la vía pública impida acceder con la intimidad y concentración requeridas para aprovecharlo.
Apena la descripción. Para usar Wi-Fi, un sinnúmero de cubanos deben pasar horas en condiciones de total incomodidad. En los sitios habilitados al efecto, se les puede ver aferrándose a las pequeñas pantallas de sus celulares inteligentes y martirizando los pulgares, sin tener, en la mayoría de los casos, ni siquiera un lugar donde apoyar la espalda.
¿Cuánto cuesta invertir en espacios confortables para que las personas puedan acceder a Internet? ¿Y si se utilizara en esto parte de los miles que a diario recauda ETECSA con las tarjetas Nauta? ¿Por qué no se permite a ciudadanos cubanos que cuenten con los ingresos suficientes comprar una cuenta de acceso conmutado o ADSL, hasta el momento una opción reservada a extranjeros o instituciones oficiales?
Con esto, la ciudadanía tendría un mejor aprovechamiento de la web y sus opciones. No solo para la comunicación interpersonal y grupal, quizás la opción más socorrida. El trabajo en línea, las cibercompras, la descarga de documentos, las consultas bibliográficas, son apenas algunos –entre muchos otros– recursos y posibilidades que ofrece la red de redes.
Presumo que lo que el Estado se ahorra en invertir para hacer cibercafés, ampliar sus salas de navegación o brindar ofertas de conexión desde casa, lo tendrá que erogar próximamente en las consultas de ortopedia, fisiatría y fisioterapia, cuando lleguen pacientes encorvados y adoloridos luego de apostarse por horas frente a sus dispositivos electrónicos. No tardarán en aparecer las secuelas de las malas posturas, inevitables si uno debe ubicarse en cualquier sitio comprendido en el pedazo de calle o parque utilizable para entrar en las redes sociales, acceder al correo electrónico o revisar la prensa.
Un sabor contradictorio me produce transitar en estos días por la Rampa y mirar los grupos humanos, variopintos, arracimados y dispersos. Como contradictorios mendigos modernos, armados de caros artilugios electrónicos, ocupan el piso o las aceras de cualquier trozo de ciudad disponible. Todos concentrados en Internet, pese a carecer del confort mínimo para sacar provecho a la hora de conexión por la cual pagan 2 CUC (50 pesos cubanos). Casi lo mismo que cuesta un kilogramo de pollo.
Una parte de mí celebra la noticia de que, por fin, un sector diverso de la población logre interactuar con la web de manera autónoma, sin pertenecer a sectores profesionales priorizados o confiables. Pero la otra zona de la conciencia no logra sonreír, porque advierte el simbolismo de un derecho alcanzado a cuentagotas.
El privilegio de los pocos que pueden pagar por acceder a Internet en la vía pública, ni siquiera supone disfrutarlo de una manera privada y humanamente digna. La llegada de Wi-Fi es, sin dudas, un paso importante para mejorar la conectividad de nuestra población, algo ya imprescindible y urgente. Es un avance, pero todavía no basta.