Un interesante artículo que describe muy bien lo planteado en el post inicial de este hilo.
El cuarto de SísifoPor Antonio López Sánchez[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]Mientras escribo, mi melómano vecino del fondo festeja el año nuevo, bolero y libación espirituosa mediante, con un gangoso Panchito Riset, disfrutado a todo volumen. Aunque el cantante, ni siquiera apagado por mis audífonos con heavy metal, me cuestiona inquisitivo por qué río así, no es ahora mi turno del festejo o la risa. Más bien aprieto los pedales, o las teclas, y me concentro en avanzar en mi trabajo.
Hace muy poco tiempo, “hallado en uno de tantos remates”, como diría Jorge Luis Borges (lo que en Cuba se traduce como comprado en una librería de uso, o “de viejo”, como la llaman), me encontré un libro singular.
Periodismo incómodo. La maldición del avestruz,1 reza el título de la obra, fruto de una alianza entre la Casa Editora Abril y el periódico Juventud Rebelde. Las páginas recogen diversos trabajos publicados en el rotativo mentado, de varios periodistas cubanos, que buscan “fustigar a los indolentes, indiferentes, cansados, arrogantes, oportunistas, trepadores, cautelosos, mediocres con poder, miopes políticos, exponentes de una fauna retardataria del progreso colectivo, y en esencia, consciente o inconscientemente, reaccionaria”, tal señala la nota de contratapa.
Ya desde las primeras cuartillas, una amarga sonrisa aflora a mi rostro. Bajo la firma del incombustible y más que persistente colega Pepe Alejandro Rodríguez, surge un trabajo donde, entre otros males, se describe cómo unos edificios recién pintados se descascaran, se desmaquillan, regresan a su condición anterior de descuido y fealdad a la vista, mientras las fachadas particulares alrededor de la obra lucen el mismo color, pero orgulloso y vivo, sin fallas. Casualmente, en los días finales del año, el Noticiero de la Televisión contaba en un reportaje deficiencias similares en varias obras constructivas, con el agravante de haber sido realizadas, de seguro bajo un buen pago, por contratistas y brigadas surgidos bajo alguna de las nuevas modalidades privadas.
Asimismo, el colega refería cómo, más de una vez, ante su insistencia en no callar, en revelar públicamente lo mal hecho, ha sido acusado con torvos calificativos, como falta de ética y de profesionalidad. Convertido en una suerte de enturbiador malévolo de nuestra prístina sociedad, justo por revelar sus imperfecciones, condición indispensable para remediarlas. El periodista describe algunos de esos posibles acusadores, empeñados en una defensa de principios desde el dogma, con orejeras y a ciegas, o peor, desde intencionales minusvalías cognitivas, los dispuestos a callar las manchas y llevarnos a vivir y divulgar una suerte de mitología de paradigmas. Son esos “que no quieren ver ni oír porque no les conviene; los que dicen que sí a todo porque les es más cómodo para ser aceptados por otros que también repiten que sí, aunque estén viendo que algo está mal […]”.
Por otro lado, Luis Sexto apuntaba a la mala hechura y funcionamiento de productos, servicios y labores; a la necesidad de imponer la calidad y la eficiencia en todos los ámbitos. A propósito, y esto no lo cuenta el libro sino la vivencia real, apenas recién nacido este año nuevo, una importante institución cultural fue reinaugurada luego de una larga y seguramente costosa remodelación. El vistoso frente quedó impecable y hasta las calles de acceso recibieron pinturas y afeites, para recibir a las personalidades y autoridades que debían acudir al acto. Sin embargo, a muy escasos metros, las aceras y asfaltos del fondo y los costados del lugar, casi supervivientes más que beneficiarios de la remodelación, exhibían la chapucería y descuido de lo hecho a trozos, sin cuidado ni preocupación alguna, para cumplir plazos y festejar efemérides hechas con espejismos.
Claro, hasta allí no llegaban los inauguradores. No nombro el lugar, que existe, para que cada persona imagine el suyo, porque de seguro, por infortunio, podrán pensar en más de uno.
Otro periodista, Ricardo Ronquillo Bello, retrata el “sociolismo”. Ese método de resolución de problemas que no apela a las vías existentes, sino que, por ineficaces, las obvia y acude a otras (eficaces, pero casi siempre ilegales o más caras) personificadas en un socio, o en ir “por la izquierda”, para “resolver”.
No hace mucho, y en repetidas ocasiones, he sido testigo de que en las consultas de diversos hospitales, antes de que entre el primer paciente de la cola, pasa una pléyade de supuestos amigos, personajes que, por misteriosas causas, acceden primero al reino añorado e ignoto que hay detrás de las puertas cerradas. Algunos, como salvoconducto incuestionable, van acompañados por distinguidos guías, con bata blanca y estetoscopio al cuello, no faltaría más, aunque las curvas y tacones de la supuesta enferma desmientan la gravedad que amerita que pase primero. Incluso, he visto nacer de los desesperados pacientes, ya impacientes, la salomónica propuesta de, “bueno, pasen uno de las amistades y uno de la cola”, en insólita adopción de un “plan jaba” hospitalario.
Pero este “sociolismo”, del cual hay plurales ejemplos en mostradores, ventanillas y burós, no solo causa estas molestias. También, como bien dice Ronquillo Bello, ocasiona que “muchos trapos sucios pueden lavarse o dirimirse fuera de los conductos oficiales, innumerables deficiencias y debilidades institucionales dejan de ser expuestas o denunciadas debidamente”.
Otro colega, Luis Raúl Vázquez Muñoz, se refiere a temas como ese que define como “la neblina de los porcentajes”. Apunta el redactor que algunos funcionarios, ante la prensa o en actos y asambleas, acuden al cantinfleo de los números para demostrar avances y resultados. “Y es que ciertos porcentajes, en determinadas ocasiones, parecen más diseñados para ocultar que para decir […]. El abuso de las cifras porcentuales trae consigo un hecho que, al menos en Cuba, es inadmisible. Y es el divorcio con la realidad”.4 De hecho, en los días finales del año, entre resúmenes y recuentos, algunas cifras revelaban crecimientos y logros notables en la esfera económica. En la realidad, o mejor dicho, en la calle, en insólita alza que sí traía crecimientos y logros, pero para algunos pocos bolsillos (y siempre en detrimento de otros mayoritarios), la libra de tomate llegó a cotizarse a veinte pesos.
Para no fatigar con los ejemplos, una variopinta y extensa lista de periodistas criticaban diversos tópicos y situaciones nacionales. Así, desfilaron las guaguas escritas, sucias y con los asientos rotos, y los teléfonos públicos inutilizados; la mala calidad o carencia de productos vendidos por las redes estatales, además del desconocimiento e inestabilidad de los proveedores y vendedores; la abulia e ineficiencia en los servicios; los baches y los salideros de aguas pútridas que subsisten a reparaciones y planes; la basura acumulada por días y sin recoger; los funcionarios aferrados a la orientación de arriba, por obsoleta o absurda que esta sea; las orientaciones absurdas que nadie ya cumple, pero que no se cambian y obstaculizan; el transporte, los revendedores, la violencia, en fin, el mal…
Por la mitad del ya ido 2013, más o menos, un encargo profesional me condujo a redactar una reseña. Después de algunos años de silencio, se publicaba una antología de ese cuarto bate del humor llamado Héctor Zumbado. En el trabajo de marras, me sorprendía yo de la vigencia de muchas de las “riflexiones” del Zumba, a pesar de haber sido publicadas entre los años setenta y noventa del pasado siglo. Ahora, este libro de periodismo incómodo me devolvió la sensación de sorpresa y, ya lo decía antes, de amargura, porque sus trabajos están todos fechados entre el 2003 y el 2007, pero bien podían haber sido escritos ayer.
El mitológico Sísifo estaba condenado por los dioses a empujar ladera arriba una piedra que indefectiblemente caía, sin nunca llegar a su destino en la cima. Los periodistas de ese libro, además de las críticas, incitaban a la resistencia, a no ceder en el imprescindible duelo contra tantas grietas y fallas, contra tantas piedras, empujadas cotidianidad arriba, que parecen no disminuir en el tiempo y que recomienzan cada día, sin que logremos deshacernos de ellas, sin que nos conviertan en su caída en apisonado y poético polvo enamorado, pero reincidentes.
“El cuartico está igualito”, grita desafinado mi vecino, a dúo con Panchito Riset, ajeno, al menos por hoy, a su destino de Sísifo. Ante la evidencia, punto y final en la página, abandono mis audífonos y salgo al balcón. Bolero mediante, brindo en la mente a la salud de mi vecino, de todo este pueblo. A ver con qué piedra nos toca lidiar mañana.
Notas
1José Alejandro Rodríguez Martínez (comp.): Periodismo incómodo. La maldición del avestruz. la Habana, Editora Abril, 2007.
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