Neomalthisianismo
El neomalthusianismo es una idea nueva que choca abiertamente con la
moral y el interés de la sociedad presente. Se le oponen prejuicios albo-
rotados, protestas de ofuscación, reparos especiosos. Casi ni merecen
ser tenidos en cuenta para quien ha juzgado ante su conciencia a la
sociedad y la ha condenado a total subversión. Pero vamos a mencionar
los argumentos con que se le combate.
Impugnación. Se la tiene por idea inmoral de cabo a rabo. Porque exige
hacer la luz sobre la sexualidad, cosa obscena, que siempre se ha tenido
en tinieblas. Porque impone premeditación en un acto que siempre se
ha tenido por inmundo; por lo mismo se considera inmoral divulgar los
medios de preservación de las enfermedades venéreas. Y porque da al
hombre un poder antes reservado a la divinidad: el control sobre el
número de hijos. No hay que decir que en esta conceptuación de inmo-
ralidad anda de por medio la religión, siempre obscurantista y siempre
retardataria.
Se la tiene por idea antisocial. Se teme que si se divulgan los medios
de evitar el embarazo, nadie quiera tener hijos. Hacen al individuo la
ofensa de creerlo peor de lo que es. «Si no cinta ni roba, es por miedo a
caer en las mallas del Código y en la sanción de la Justicia, ante los
fusiles de los guardadores del orden.» «Si se reproduce todo cuanto pue-
de es porque desconoce los recursos para evitarlo.» Son las ideas sim-
plistas, y desacreditadas por la experiencia, que profesan las gentes que
dirigen la sociedad. La natalidad es cierto disminuiría notablemente,
pero no tanto que entrañaría un peligro para la conservación de la espe-
cie. Disminuiría, eso sí, la carne de cañón y el número de brazos, y a
causa de la organización social se perjudicaría el falso interés nacional.
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Pero no hay motivos para la alarma, porque la anticoncepción la practi-
can ya, con mayor o menor acierto, las clases cultas. Y este no debe ser
un privilegio más.
No faltan, incluso, hombres de espíritu abierto y de liberal prestigio
que combaten las prácticas neomalthusianas como ideas disolventes pro-
pias de cerebros exaltados, de seres desequilibrados que se encargan, con
sus propias ideas, de eliminarse a si mismos evadiéndose de la reproduc-
ción. Ni tampoco impugnadores meticulosos que lo combaten en nom-
bre de la divina ceguera y de la encantadora impulsividad del instinto, al
que debernos entregarnos con plena dejación de la actividad mental.
Defensa. En lugar de entretenernos en refutar esta argumentación en
contra, vamos a exponer las razones cine que nuestro concepto abonan
el neomalthusianismo.
Desde el punto de vista de la moral biológica, la única, a estas altu-
ras, digna de respetos, es bueno todo lo que contribuye al bienestar y a
la felicidad del individuo (el bienestar y la felicidad de la colectividad es
de muy difícil interpretación), y malo todo lo que es causa de desgracia
o de dolor humano. Es inmoral por lo tanto la familia numerosa, por-
que supone la esclavitud de la madre, el estrago de su organismo, la falta
de cuidados a los hijos, y hasta su defectuosa o mala crianza. Es tanto
más inmoral cuanto más baja sea la posición económica de la misma. Es
moral, en cambio, limitarse a tener solamente los hijos que bien se pue-
den criar y educar.
La cualidad de más rango zoológico, la más digna de la superioridad
humana, es el dominio sobre los propios actos, y, sobre todo, el control
sobre los instintos. Ser dueño del acto reproductor, en lugar de esclavo
de él, es una aspiración noble y muy digna de lo humano. Consecuen-
cia lógica de su afán de progreso y de perfeccionamiento. Aprovechar
las mejores condiciones para reproducirse, hurtarse al riesgo de perpe-
tuarse cuando las condiciones no son propicias, saber evitar el hijo en-
fermo, limitar la reproducción a las posibilidades y aspiraciones del in-
dividuo, son apetencias elementales que toca conquistar al individuo.
Si no hay acto de más gravedad y trascendencia que el reproductor,
ninguno debe merecer más seria meditación que él.
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Pero hay más. El hombre tiene una necesidad fisiológica, de cuyo
normal cumplimiento depende el equilibrio de la sexualidad y muchas
veces el del espíritu. El acto reproductor depende de él, pero no está de
acuerdo con sus necesidades. Es decir, que no todas las veces que se
siente la necesidad de cumplir lo imperioso del instinto sexual fuente la
–más pródiga de placer sensorial– se siente ni se puede satisfacer al mis-
mo tiempo el neto reproductor. Luego, si están en desacuerdo, y hay
veces, ¡muchas veces!, en las que el acto sexual no puede ser reproductor,
sino que hay que procurar que no lo sea, están ya justificadas las prácticas
anticoncepcionales. El espíritu moderno ha afirmado ya el derecho a la
cúpula no reproductora, el derecho a gozar del amor por el amor mismo.
Luego, hay razones concretas, de fría razón, como las de orden mé-
dico y las eugenésicas. Casos de mujeres que no pueden procrear por
enfermedad o mala conformación orgánica. Casos de individuos que
no deben reproducirse por padecer enfermedades hereditarias, o taras
morbosas transmisibles. La lista es numerosa y muchos de ellos, de fácil
apreciación por el médico, que está en la obligación de suministrar los
pormenores necesarios. Como, aun son muchos los médicos maniata-
dos por el prejuicio, cuando no incapacitados, por su ignorancia sobre
la cuestión, se da con frecuencia el caso de que el médico lo fía todo a la
«voluntad divina», y ésta suele permitir la muerte de la madre en el
parto imposible y el engendro de seres condenados al sufrimiento y a
servir de penoso lastre a la colectividad.
Génesis. No podemos omitir la sugestión que da nombre al sistema.
Malthus, pastor protestante inglés, demostró en libros magistrales y
documentados que aun son de actualidad, el desacuerdo existente entre
el incremento de la población y el del alimento. Al paso que aquél pro-
gresa en progresión geométrica (1, 2, 4, 8, etc.), el alimento lo hace en
progresión aritmética (1, 2, 3, etc.), de donde se deduce que llegará día
en que el alimento sea insuficiente a sostener la población del globo. El
aumento de población está detenido por las epidemias y las guerras,
tanto más propicias cuanto más exceso de población exista. La produc-
ción de la tierra está aumentada por los cultivos intensivos, pero tiene
un límite, tanto en la productividad del suelo como en las condiciones
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que el alimento ha de reunir para que no perjudique a la salud del
hombre. Hoy se nota ya el grave inconveniente de los cultivos intensi-
vos y del empleo de los abonos químicos, por el déficit mineral de los
alimentos. que es causa de variadas enfermedades. Para evitar este con-
flicto entre la sobrepoblación y la insuficiencia del alimento, Malthus
aconsejaba el restringir la reproducción, sin aconsejar otro procedimiento
que la castidad. Aunque el problema aún esté hoy planteado en los térmi-
nos universales en que lo quería Malthus, este conflicto existe con distin-
tos matices en las diversas naciones y a causa de su especial régimen eco-
nómico. Todo el rnundo sabe que el número de obreros sin trabajo aumenta
de día en día. De este modo, la sociedad capitalista proclama la sobra de
bocas, y el obrero con familia numerosa ve que el salario es manifiesta-
mente insuficiente para atender a la indispensable alimentación.
De este modo nace una nueva concepción de la idea de Malthus, el
neomalthusianismo, afirmando el derecho del obrero a mejorar su posi-
ción económica y el del proletariado a no aumentar el número de los sin
trabajo. Y este sistema que se ha ido enriqueciendo con aporte de argu-
mentos y de hechos científicos, ha proclamado la legitimidad de los
procedimientos anticoncepcionales como el más eficaz remedio para
limitar los nacimientos.
Las dos maternidades Pero desde ningún punto de vista es más defen-
dible el neomalthusianismo que desde el de la maternidad consciente.
Derecho de la madre a serlo plenamente y a dejarlo de ser. Emancipa-
ción de la mujer de la esclavitud de su sexo: el parir incesantemente.
Cuando los poetas y moralistas cantan la excelsitud de la materni-
dad convendría saber a qué clase de maternidad se refieren: si a la de
parir y criar los hijos con la inconsciencia del animal, que más se mide
por el número que por la clase, o la de concebirlos en la mente antes que
en la matriz y consagrarse a su educación y cultivo con el fervor y el
entusiasmo de un ideal cumbre. Esta última se revela en la calidad selec-
ta del hijo único, o a lo sumo, de la parejita modelo. Si se refieren a la
primera las loas pueden, con la misma o mayor justeza, dirigirse a cual-
quier animal. Los insectos suelen ser modelos de esta clase. Las ratas y
los conejos merecerían también toda suerte de elogios. Pero si se refie-
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ren a la maternidad de rango humano, espiritual tanto corno corporal,
y trascendiendo más allá de la lactancia y aun de la niñez tienen por
fuerza que estar a nuestra lado. Por su misma intensidad y por la absor-
ción que implica, no puede prodigarse. Un nuevo hijo obliga a descui-
dar y a veces a abandonar a los anteriores. La madre que lo es de modo
múltiple no puede, aunque lo quiera, ejercer plenamente su solicitud
maternal sobre los hijos, velar su sueño vigilar su salud, cuidar de su
educación primera y fundamental.
Esta maternidad que quiere prolongarse más allá de la lactancia
rodeando de ternura y mimo la infancia del hijo, es la que necesita y
exige el control sobre el acto generador: el poder evitar la concepción
no deseada.
Pero la maternidad tiene también su prosa, sus aspectos lamenta-
bles, que no suelen alcanzar a ver ni los poetas, ni los moralistas. Hay la
madre reseca de afectividad, irascible y sin ternura; hasta la madre em-
brutecida por la miseria o por el alcoholismo. Y existe, con sus tonos
apagados de desilusión y de disgusto, !a madre que lo es a su pesar por
ignorancia o por impremeditación; que recibe al hijo con animadver-
sión contenida, la que no suele desaparecer ni a través de las suaves
incitaciones afectivas que supone la lactancia al pecho.
Nada se adelanta con acusar a estas madres de descastadas y obligar-
les a tener un amor que no sienten. Si ninguna virtud es buena a la
fuerza, ésta de la maternidad no puede acarrear más que estragos.
A la mujer se la ha educado en esta esclavitud reproductora. Al ha-
cerse madre, la mujer renunciaba a disfrutar de la vida y se consagraba
de lleno a la misión de parir. Así el marido esclavista era más libre de
andar solo y hasta tenia más pretextos para sustituir a la mujer. La mujer
ponía su ilusión de felicidad en la otra vida, malograda su esperanza de
disfrutar en ésta, y se constitiuría en núcleo de religiosidad en el hogar.
La influencia de la religión hay que verla en esto, como en todos los
aspectos sociales, ya que ha ejercido su dominación durante muchos
siglos. Del despertar emancipador de la mujer de su condición de paria,
reproductor, como del despertar emancipador del obrero de su servi-
dumbre económica, ningún enemigo es más celoso ni tiene menos fun-
damento aparente que la religión.
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Los privilegiados cantan las excelencias del trabajo, pero han carga-
do su peso sobre el proletariado. Del mismo modo cantan las virtudes
de la maternidad, pero cuidan de confiarles la misión a los deshereda-
dos. Para que aquellos descansen o se reproduzcan parsimoniosiamen-
te, estos han de trabajar y reproducirse sin limitación.
Realización. Aceptada la idea, reconocida su importancia y bondad,
sólo queda salvar el escollo de la eficacia de los procedimientos que
permiten su realización. La medicina necesita contar con recursos de
empleo fácil y seguro, para evitar la transmisión de enfermedades y el
riesgo grave de muchos embarazos y partos y lactancias. La eugenesia
precisa también del recurso eficaz para evitar la generación de defecti-
vos y anormales. El proletariado que lo tiene por táctica de lucha indi-
vidual para atemperar su indigencia económica e insurgirse contra el
Estado, precisa contar con medios asequibles por su baratura y sencií-
llez. La mujer necesita la garantía del control si ha de esplender en la
exaltación cerebral de la supermaternidad
Dada su clandestinidad, obligada de más a menos en todas las na-
ciones, los remedios anticoncepcionales no han alcanzado aún la per-
fección que sería de desear, pero no obstante ofrecen ya garantías de
inocuidad y de seguridad, que es de esperar vayan en creciente aumento
y en progresiva superación.
Estudios, Valencia, nº 86 octubre de 1930.
Fuente de donde saqué el texto:
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