La organización del partido y la literatura del partido (1)
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Vladimir Illich Lenin (1870-1924)
Las nuevas condiciones que para la labor socialdemócrata se han dado en Rusia después de la Revolución de Octubre, han puesto en la orden del día la cuestión de la literatura del partido. La diferencia entre prensa legal y prensa ilegal, esa triste herencia de la época de servidumbre en la Rusia autocrática, comienza a desaparecer. Pero aún está muy lejos de haber desaparecido. El hipócrita gobierno de nuestro Primer Ministro campea aún por sus cabales a tal punto que Izvestia Sovieta Rabochij Dieputátov se imprime “ilegalmente”, pero, fuera del baldón que ello significa para nuestro gobierno, fuera del nuevo golpe moral que con ello recibe, nada resulta de las estúpidas tentativas del gobierno de “prohibir” aquello que ni siquiera está en condiciones de impedir. Cuando existía la diferencia entre prensa ilegal y prensa legal, la cuestión de la prensa de partido y prensa no partidista se resolvía de manera muy simple, pero también muy falsa y deformada. Toda la prensa ilegal era de partido, su edición corría por cuenta de las organizaciones y su distribución la hacían los grupos ligados, de un modo u otro, a los grupos de militantes prácticos del partido. Toda la prensa legal era no partidista -dado que el partidismo estaba proscrito-, pero “tendía” hacia éste o aquel partido. Como resultado de ello se daban los casos inevitables de asociaciones deformadas, de “convivencias” anormales, de falsos rótulos; las obligadas reticencias a las que debían recurrir los hombres que deseaban expresar los puntos de vista partidistas, se mezclaban con la incapacidad de profundizar o la cobardía de pensamiento de aquellos que no habían llegado a la altura de esos puntos de vista, de aquellos que, en el fondo, no eran hombres de partido.
¡Maldito tiempo aquél de los discursos a lo Esopo, de la literatura lacayuna, del lenguaje servil, de la esclavitud ideológica! El proletariado ha puesto fin a esa ignominia que asfixiaba todo lo palpitante y fresco que había en Rusia. Pero el proletariado ha conquistado, por ahora, sólo la mitad de la libertad para Rusia.
La revolución no ha terminado aún. Si el zarismo ya no está en condiciones de vencer a la revolución, la revolución todavía no está en condiciones de vencer al zarismo. Y nosotros estamos viviendo en una época en que en todo y en todas partes se manifiesta esta conjunción antinatural de un partidismo franco, honrado, abierto, consecuente, con una “legalidad” clandestina, encubierta, “diplomática”, mañosa. Esta conjunción antinatural se manifiesta también en nuestro periódico: por mucho que ironice el señor Guchkov a propósito de la tiranía socialdemócrata, que prohíbe publicar los diarios liberal-burgueses moderados, un hecho permanece cierto y es que el Órgano Central del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, Proletari no puede franquear las fronteras de la Rusia autocrático-policiaca.
Sea como fuere, la mitad de la revolución nos obliga a todos nosotros a poner inmediatamente manos a la obra para encauzar las cosas de manera nueva. La literatura puede ser ahora hasta “legalmente” partidista en sus nueve décimas partes. La literatura debe transformarse en literatura de partido. En contraposición a los hábitos burgueses, en contraposición a la prensa burguesa empresaria, mercantilista, en contraposición a la literatura burguesa arribista e individualista, al “anarquismo señorial” y a la carrera tras el lucro, el proletariado socialdemócrata debe afirmar, realizar y desarrollar, en la forma más amplia y completa posible el principio de la literatura de partido.
¿En qué consiste, pues, este principio de la literatura de partido? No sólo en que para el proletariado socialdemócrata el quehacer literario no es un instrumento de lucro para personas o grupos, sino en que, generalmente, no puede ser una labor individual, independiente de la causa del proletariado. ¡Abajo los literatos sin partido! ¡Fuera los superhombres de la literatura! La labor literaria debe ser parte de la labor general del proletariado, debe ser la “ruedita y el tornillito” de un único y grandioso mecanismo socialdemócrata puesto en movimiento por el conjunto de la vanguardia consciente de toda la clase obrera. La labor literaria debe transformarse en una parte integrante de un trabajo partidista socialdemócrata organizado, planificado, cohesionado. “Toda comparación cojea”, dice un proverbio alemán. Por lo tanto, también cojea mi comparación entre la literatura y el tornillito, entre un movimiento vivo y un mecanismo. Habrá sin duda inclusive algunos intelectuales histéricos que pondrán el grito en el cielo ante semejante comparación que rebaja, esteriliza, “burocratiza” la libre lucha ideológica, la libertad de crítica, la libre creación literaria, etc., etc. En el fondo, tales gritos no serían más que la expresión del individualismo intelectual burgués. Está fuera de discusión que la labor literaria es la que menos se presta a una comparación mecánica, a la nivelación, al dominio de la mayoría sobre la minoría. Está fuera de discusión el hecho de que es absolutamente necesario asegurar el mayor campo posible a la iniciativa personal, a las inclinaciones individuales, una mayor amplitud al pensamiento y a la fantasía, a la forma y al contenido. Todo esto es indiscutible, pero todo esto sólo demuestra que el aspecto literario de la labor del partido del proletariado no puede ser mecánicamente identificado con otros aspectos de la labor partidista del proletariado. Todo esto en modo alguno refuta la tesis -tesis extraña y ajena a la burguesía y a la democracia burguesa- de que la labor literaria debe ser necesaria y obligatoriamente una parte ligada de manera indisoluble a las demás partes del trabajo del partido socialdemócrata. Los periódicos deben ser órganos de las distintas organizaciones del partido. Los literatos deben indefectiblemente estar encuadrados en las organizaciones del partido. Las editoriales y los depósitos, las librerías y salas de lectura, las bibliotecas y las diversas formas de comercio de libros todo eso debe ser del partido, debe estar contabilizado. El proletariado socialista organizado debe vigilar y controlar toda esta labor, y aportar a toda ella especialmente la corriente vivificante de la acción proletaria viva, eliminando de ese modo todo fundamento al tradicional principio ruso, semioblomovista2, semimercantilista: la función del escritor es escribir, la del lector, leer.
No vamos a sostener, naturalmente, que esta transformación de la labor partidista, mancillada por la censura asiática y por la burguesía europea, pueda producirse de golpe. Lejos de nosotros la idea de predicar algo así como un sistema único o de querer resolver el problema con algunas reglamentaciones. No, en este campo lo que menos cabe es el esquematismo. De lo que se trata, es que todo nuestro partido, el proletariado socialdemócrata consciente de toda Rusia, adquiera conciencia de este nuevo problema, lo plantee con toda claridad y se disponga en todas partes y en cada lugar a darle solución. Liberados del cautiverio de la censura feudal no queremos caer, y no caeremos, en el cautiverio de las relaciones burguesas mercantiles en el campo de la literatura. Queremos crear, y la crearemos, una prensa libre no sólo en el sentido policial, sino también libre del yugo del capital, exenta de arribismo; más aún, liberada del individualismo anárquico burgués.
Estas últimas palabras podrán parecer una paradoja o una burla al lector. ¡¿Cómo?! -exclamará probablemente algún intelectual, fogoso partidario de la libertad. ¡¿Cómo queréis someter al criterio colectivo un asunto tan delicado, tan individual, como lo es la creación literaria?! ¡¿Queréis que los obreros, por simple mayoría de votos, decidan los problemas de la ciencia, de la filosofía, de la estética?! ¡¿Negáis la libertad absoluta de algo tan absolutamente individual como la creación ideológica?!
¡Tranquilizaos, señores! En primer lugar, se trata de la literatura del partido y de su sometimiento al control del partido. Cada cual es libre de escribir y de decir todo aquello que le plazca sin la menor limitación. Pero toda asociación libre (inclusive el partido) es libre de expulsar de sus filas a todo aquel que, aprovechándose del nombre del partido, propaga puntos de vista antipartidistas. La libertad de palabra y de prensa debe ser completa. Pero también la libertad de las asociaciones debe ser completa. En nombre de la libertad de palabra, yo estoy obligado a concederte pleno derecho para gritar, mentir y escribir lo que le plazca. Pero en nombre de la libertad de las asociaciones, tú estás obligado a concederme el derecho de concertar o anular la alianza con personas que dicen tal y tal cosa. El partido es una asociación voluntaria que inevitablemente se disgregaría, primero ideológica y después materialmente, si no se desprendiera de los miembros que predican puntos de vista antipartidistas. Y para determinar el límite entre lo partidista y lo antipartidista, sirve el programa del partido, sirven las resoluciones tácticas del partido y sus estatutos; sirve, finalmente, toda la experiencia de la socialdemocracia internacional, las asociaciones voluntarias internacionales del proletariado, el que constantemente incorpora en sus partidos a elementos aislados y corrientes, no del todo consecuentes, no del todo puros desde el punto de vista marxista, no del todo justos; pero que también, periódicamente, procede siempre a “depurar” a sus partidos. Así se hará también entre nosotros, dentro del partido, señores partidarios de la “libertad de crítica” burguesa. En estos momentos nuestro partido se transforma de golpe en un partido de masas, en estos momentos estamos pasando bruscamente hacia la organización legal, en estos momentos, inevitablemente, se incorporarán a nuestras filas muchos hombres no consecuentes (desde el punto de vista marxista), quizás hasta algunos cristianos, quizás también algunos místicos. Nosotros tenemos el estómago fuerte, somos marxistas con firmeza de roca. Seremos capaces de digerir a esos hombres no consecuentes. La libertad de pensamiento y la libertad de crítica en el interior del partido no nos obligarán a olvidar jamás la libertad de agrupación de los hombres en asociaciones libres llamadas partidos.
En segundo lugar, señores individualistas burgueses, vuestros discursos acerca de la libertad absoluta no es más que pura hipocresía, y debemos decíroslo. En una sociedad basada en el poder del dinero, en una sociedad donde las masas trabajadoras padecen miseria, y donde un puñado de ricachos vive parasitariamente, no puede haber “libertad” real y verdadera. ¿Sois libres de vuestro editor burgués, señores escritores, o de vuestro público burgués que os exige pornografía en el cuadro y en el marco; prostitución bajo el aspecto de “complemento” al “sagrado” arte escénico? Porque esa libertad absoluta no es más que una frase burguesa o anarquista (puesto que como concepción del mundo el anarquismo es el espíritu burgués vuelto del revés). Vivir en una sociedad y no depender de ella es imposible. La libertad del escritor burgués, del pintor, de la actriz, es sólo una dependencia enmascarada (o que se trata hipócritamente de enmascarar) de la bolsa de dinero, un soborno, una forma de prostitución.
Nosotros, los socialistas, denunciamos esta hipocresía, arrancamos los falsos rótulos, no para obtener una literatura y un arte al margen de las clases (esto sólo será posible en la sociedad socialista sin clases) sino para oponer a esa literatura hipócritamente libre, pero que de hecho está ligada a la burguesía, una literatura verdaderamente libre, abiertamente ligada al proletariado.
Será una literatura verdaderamente libre, porque no ha de ser el interés material ni el deseo de hacer carrera, sino la idea del socialismo y la simpatía hacia los trabajadores las que atraerán nuevas y nuevas fuerzas a sus filas. Será una literatura libre porque no estará al servicio de una heroína ahíta, ni de los “diez mil de arriba” que sufren de aburrimiento y de exceso de gordura, sino al servicio de millones y millones de trabajadores que son los que constituyen la flor de la nación, su fuerza, su futuro. Será una literatura libre que fecundará la última palabra del pensamiento revolucionario de la humanidad con la experiencia y el trabajo vivo del proletariado socialista, establecerá una constante acción recíproca entre la experiencia del pasado (el socialismo científico, culminación del desarrollo del socialismo desde sus formas primitivas, utópicas) y la experiencia del presente (la lucha actual de los camaradas obreros).
¡Manos a la obra, pues, camaradas! Tenemos ante nosotros una tarea difícil y nueva, pero grande y generosa: organizar la amplia, múltiple y diversificada labor literaria en estrecha e indisoluble ligazón con el movimiento obrero socialdemócrata. Toda la literatura socialdemócrata debe ser partidista. Todos los periódicos, revistas, editoriales, etc., deben ponerse inmediatamente a la tarea de reorganizar su trabajo, de elaborar reglamentaciones que permitan encuadrarlas completamente en determinados principios, en éstas o aquellas organizaciones del partido. Sólo entonces la literatura “socialdemócrata” será tal en la realidad, sólo entonces sabrá cumplir su misión, sólo entonces sabrá, aun dentro de los marcos de la sociedad capitalista, escapar de la esclavitud burguesa y fundirse con el movimiento de la clase verdaderamente avanzada y revolucionaria hasta el fin.
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1Publicado en Navaja Zhisn, nº 12, 1/11/1905 (V. I. Lenin, Obras completas, Tomo X, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1960, pp. 37-42).
2Oblomovista, adjetivo derivado del nombre de Oblomov, protagonista de la novela homónima de I. Goncharov, personaje que se caracteriza por su permanente estado de apatía, de carencia de voluntad, inacción y pereza.
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Vladimir Illich Lenin (1870-1924)
Las nuevas condiciones que para la labor socialdemócrata se han dado en Rusia después de la Revolución de Octubre, han puesto en la orden del día la cuestión de la literatura del partido. La diferencia entre prensa legal y prensa ilegal, esa triste herencia de la época de servidumbre en la Rusia autocrática, comienza a desaparecer. Pero aún está muy lejos de haber desaparecido. El hipócrita gobierno de nuestro Primer Ministro campea aún por sus cabales a tal punto que Izvestia Sovieta Rabochij Dieputátov se imprime “ilegalmente”, pero, fuera del baldón que ello significa para nuestro gobierno, fuera del nuevo golpe moral que con ello recibe, nada resulta de las estúpidas tentativas del gobierno de “prohibir” aquello que ni siquiera está en condiciones de impedir. Cuando existía la diferencia entre prensa ilegal y prensa legal, la cuestión de la prensa de partido y prensa no partidista se resolvía de manera muy simple, pero también muy falsa y deformada. Toda la prensa ilegal era de partido, su edición corría por cuenta de las organizaciones y su distribución la hacían los grupos ligados, de un modo u otro, a los grupos de militantes prácticos del partido. Toda la prensa legal era no partidista -dado que el partidismo estaba proscrito-, pero “tendía” hacia éste o aquel partido. Como resultado de ello se daban los casos inevitables de asociaciones deformadas, de “convivencias” anormales, de falsos rótulos; las obligadas reticencias a las que debían recurrir los hombres que deseaban expresar los puntos de vista partidistas, se mezclaban con la incapacidad de profundizar o la cobardía de pensamiento de aquellos que no habían llegado a la altura de esos puntos de vista, de aquellos que, en el fondo, no eran hombres de partido.
¡Maldito tiempo aquél de los discursos a lo Esopo, de la literatura lacayuna, del lenguaje servil, de la esclavitud ideológica! El proletariado ha puesto fin a esa ignominia que asfixiaba todo lo palpitante y fresco que había en Rusia. Pero el proletariado ha conquistado, por ahora, sólo la mitad de la libertad para Rusia.
La revolución no ha terminado aún. Si el zarismo ya no está en condiciones de vencer a la revolución, la revolución todavía no está en condiciones de vencer al zarismo. Y nosotros estamos viviendo en una época en que en todo y en todas partes se manifiesta esta conjunción antinatural de un partidismo franco, honrado, abierto, consecuente, con una “legalidad” clandestina, encubierta, “diplomática”, mañosa. Esta conjunción antinatural se manifiesta también en nuestro periódico: por mucho que ironice el señor Guchkov a propósito de la tiranía socialdemócrata, que prohíbe publicar los diarios liberal-burgueses moderados, un hecho permanece cierto y es que el Órgano Central del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, Proletari no puede franquear las fronteras de la Rusia autocrático-policiaca.
Sea como fuere, la mitad de la revolución nos obliga a todos nosotros a poner inmediatamente manos a la obra para encauzar las cosas de manera nueva. La literatura puede ser ahora hasta “legalmente” partidista en sus nueve décimas partes. La literatura debe transformarse en literatura de partido. En contraposición a los hábitos burgueses, en contraposición a la prensa burguesa empresaria, mercantilista, en contraposición a la literatura burguesa arribista e individualista, al “anarquismo señorial” y a la carrera tras el lucro, el proletariado socialdemócrata debe afirmar, realizar y desarrollar, en la forma más amplia y completa posible el principio de la literatura de partido.
¿En qué consiste, pues, este principio de la literatura de partido? No sólo en que para el proletariado socialdemócrata el quehacer literario no es un instrumento de lucro para personas o grupos, sino en que, generalmente, no puede ser una labor individual, independiente de la causa del proletariado. ¡Abajo los literatos sin partido! ¡Fuera los superhombres de la literatura! La labor literaria debe ser parte de la labor general del proletariado, debe ser la “ruedita y el tornillito” de un único y grandioso mecanismo socialdemócrata puesto en movimiento por el conjunto de la vanguardia consciente de toda la clase obrera. La labor literaria debe transformarse en una parte integrante de un trabajo partidista socialdemócrata organizado, planificado, cohesionado. “Toda comparación cojea”, dice un proverbio alemán. Por lo tanto, también cojea mi comparación entre la literatura y el tornillito, entre un movimiento vivo y un mecanismo. Habrá sin duda inclusive algunos intelectuales histéricos que pondrán el grito en el cielo ante semejante comparación que rebaja, esteriliza, “burocratiza” la libre lucha ideológica, la libertad de crítica, la libre creación literaria, etc., etc. En el fondo, tales gritos no serían más que la expresión del individualismo intelectual burgués. Está fuera de discusión que la labor literaria es la que menos se presta a una comparación mecánica, a la nivelación, al dominio de la mayoría sobre la minoría. Está fuera de discusión el hecho de que es absolutamente necesario asegurar el mayor campo posible a la iniciativa personal, a las inclinaciones individuales, una mayor amplitud al pensamiento y a la fantasía, a la forma y al contenido. Todo esto es indiscutible, pero todo esto sólo demuestra que el aspecto literario de la labor del partido del proletariado no puede ser mecánicamente identificado con otros aspectos de la labor partidista del proletariado. Todo esto en modo alguno refuta la tesis -tesis extraña y ajena a la burguesía y a la democracia burguesa- de que la labor literaria debe ser necesaria y obligatoriamente una parte ligada de manera indisoluble a las demás partes del trabajo del partido socialdemócrata. Los periódicos deben ser órganos de las distintas organizaciones del partido. Los literatos deben indefectiblemente estar encuadrados en las organizaciones del partido. Las editoriales y los depósitos, las librerías y salas de lectura, las bibliotecas y las diversas formas de comercio de libros todo eso debe ser del partido, debe estar contabilizado. El proletariado socialista organizado debe vigilar y controlar toda esta labor, y aportar a toda ella especialmente la corriente vivificante de la acción proletaria viva, eliminando de ese modo todo fundamento al tradicional principio ruso, semioblomovista2, semimercantilista: la función del escritor es escribir, la del lector, leer.
No vamos a sostener, naturalmente, que esta transformación de la labor partidista, mancillada por la censura asiática y por la burguesía europea, pueda producirse de golpe. Lejos de nosotros la idea de predicar algo así como un sistema único o de querer resolver el problema con algunas reglamentaciones. No, en este campo lo que menos cabe es el esquematismo. De lo que se trata, es que todo nuestro partido, el proletariado socialdemócrata consciente de toda Rusia, adquiera conciencia de este nuevo problema, lo plantee con toda claridad y se disponga en todas partes y en cada lugar a darle solución. Liberados del cautiverio de la censura feudal no queremos caer, y no caeremos, en el cautiverio de las relaciones burguesas mercantiles en el campo de la literatura. Queremos crear, y la crearemos, una prensa libre no sólo en el sentido policial, sino también libre del yugo del capital, exenta de arribismo; más aún, liberada del individualismo anárquico burgués.
Estas últimas palabras podrán parecer una paradoja o una burla al lector. ¡¿Cómo?! -exclamará probablemente algún intelectual, fogoso partidario de la libertad. ¡¿Cómo queréis someter al criterio colectivo un asunto tan delicado, tan individual, como lo es la creación literaria?! ¡¿Queréis que los obreros, por simple mayoría de votos, decidan los problemas de la ciencia, de la filosofía, de la estética?! ¡¿Negáis la libertad absoluta de algo tan absolutamente individual como la creación ideológica?!
¡Tranquilizaos, señores! En primer lugar, se trata de la literatura del partido y de su sometimiento al control del partido. Cada cual es libre de escribir y de decir todo aquello que le plazca sin la menor limitación. Pero toda asociación libre (inclusive el partido) es libre de expulsar de sus filas a todo aquel que, aprovechándose del nombre del partido, propaga puntos de vista antipartidistas. La libertad de palabra y de prensa debe ser completa. Pero también la libertad de las asociaciones debe ser completa. En nombre de la libertad de palabra, yo estoy obligado a concederte pleno derecho para gritar, mentir y escribir lo que le plazca. Pero en nombre de la libertad de las asociaciones, tú estás obligado a concederme el derecho de concertar o anular la alianza con personas que dicen tal y tal cosa. El partido es una asociación voluntaria que inevitablemente se disgregaría, primero ideológica y después materialmente, si no se desprendiera de los miembros que predican puntos de vista antipartidistas. Y para determinar el límite entre lo partidista y lo antipartidista, sirve el programa del partido, sirven las resoluciones tácticas del partido y sus estatutos; sirve, finalmente, toda la experiencia de la socialdemocracia internacional, las asociaciones voluntarias internacionales del proletariado, el que constantemente incorpora en sus partidos a elementos aislados y corrientes, no del todo consecuentes, no del todo puros desde el punto de vista marxista, no del todo justos; pero que también, periódicamente, procede siempre a “depurar” a sus partidos. Así se hará también entre nosotros, dentro del partido, señores partidarios de la “libertad de crítica” burguesa. En estos momentos nuestro partido se transforma de golpe en un partido de masas, en estos momentos estamos pasando bruscamente hacia la organización legal, en estos momentos, inevitablemente, se incorporarán a nuestras filas muchos hombres no consecuentes (desde el punto de vista marxista), quizás hasta algunos cristianos, quizás también algunos místicos. Nosotros tenemos el estómago fuerte, somos marxistas con firmeza de roca. Seremos capaces de digerir a esos hombres no consecuentes. La libertad de pensamiento y la libertad de crítica en el interior del partido no nos obligarán a olvidar jamás la libertad de agrupación de los hombres en asociaciones libres llamadas partidos.
En segundo lugar, señores individualistas burgueses, vuestros discursos acerca de la libertad absoluta no es más que pura hipocresía, y debemos decíroslo. En una sociedad basada en el poder del dinero, en una sociedad donde las masas trabajadoras padecen miseria, y donde un puñado de ricachos vive parasitariamente, no puede haber “libertad” real y verdadera. ¿Sois libres de vuestro editor burgués, señores escritores, o de vuestro público burgués que os exige pornografía en el cuadro y en el marco; prostitución bajo el aspecto de “complemento” al “sagrado” arte escénico? Porque esa libertad absoluta no es más que una frase burguesa o anarquista (puesto que como concepción del mundo el anarquismo es el espíritu burgués vuelto del revés). Vivir en una sociedad y no depender de ella es imposible. La libertad del escritor burgués, del pintor, de la actriz, es sólo una dependencia enmascarada (o que se trata hipócritamente de enmascarar) de la bolsa de dinero, un soborno, una forma de prostitución.
Nosotros, los socialistas, denunciamos esta hipocresía, arrancamos los falsos rótulos, no para obtener una literatura y un arte al margen de las clases (esto sólo será posible en la sociedad socialista sin clases) sino para oponer a esa literatura hipócritamente libre, pero que de hecho está ligada a la burguesía, una literatura verdaderamente libre, abiertamente ligada al proletariado.
Será una literatura verdaderamente libre, porque no ha de ser el interés material ni el deseo de hacer carrera, sino la idea del socialismo y la simpatía hacia los trabajadores las que atraerán nuevas y nuevas fuerzas a sus filas. Será una literatura libre porque no estará al servicio de una heroína ahíta, ni de los “diez mil de arriba” que sufren de aburrimiento y de exceso de gordura, sino al servicio de millones y millones de trabajadores que son los que constituyen la flor de la nación, su fuerza, su futuro. Será una literatura libre que fecundará la última palabra del pensamiento revolucionario de la humanidad con la experiencia y el trabajo vivo del proletariado socialista, establecerá una constante acción recíproca entre la experiencia del pasado (el socialismo científico, culminación del desarrollo del socialismo desde sus formas primitivas, utópicas) y la experiencia del presente (la lucha actual de los camaradas obreros).
¡Manos a la obra, pues, camaradas! Tenemos ante nosotros una tarea difícil y nueva, pero grande y generosa: organizar la amplia, múltiple y diversificada labor literaria en estrecha e indisoluble ligazón con el movimiento obrero socialdemócrata. Toda la literatura socialdemócrata debe ser partidista. Todos los periódicos, revistas, editoriales, etc., deben ponerse inmediatamente a la tarea de reorganizar su trabajo, de elaborar reglamentaciones que permitan encuadrarlas completamente en determinados principios, en éstas o aquellas organizaciones del partido. Sólo entonces la literatura “socialdemócrata” será tal en la realidad, sólo entonces sabrá cumplir su misión, sólo entonces sabrá, aun dentro de los marcos de la sociedad capitalista, escapar de la esclavitud burguesa y fundirse con el movimiento de la clase verdaderamente avanzada y revolucionaria hasta el fin.
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1Publicado en Navaja Zhisn, nº 12, 1/11/1905 (V. I. Lenin, Obras completas, Tomo X, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1960, pp. 37-42).
2Oblomovista, adjetivo derivado del nombre de Oblomov, protagonista de la novela homónima de I. Goncharov, personaje que se caracteriza por su permanente estado de apatía, de carencia de voluntad, inacción y pereza.
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