Consumo, luego existo. Poder, mercado y publicidad.
Joan Torres i Prat
Icaria editorial – julio de 2005
Comienza el texto: Aquí, en el denominado Primer Mundo, el aire que respiramos está compuesto por oxígeno,nitrógeno y... publicidad. La práctica totalidad de los medios de comunicación (prensa, radio y televisión), están financiados por el complejo comercial-publicitario. De hecho, todas las cadenas de televisión emiten el mismo programa: un encadenado sin fin de anuncios idénticos interrumpidos por breves pausas, que incorporan pequeñas variaciones con el entretenimiento imprescindible para mantener a los televidentes disponibles para los anunciantes. Si cruzamos el umbral de nuestras casas paseamos entre publicidad -escaparates, vallas, carteles luminosos, etc.- y, al volver a nuestro hogar, la publicidad pasea entre nosotros. De hecho es prácticamente la única forma comunicativa de la que no hay manera de escapar. Si suprimiéramos de golpe todos los iconos, mensajes y masajes publicitarios, el paisaje urbano sería irreconocible: nuestros buzones quedarían huérfanos de propaganda, las excitantes grandes superficies y los idílicos centros comerciales se revelarían como lúgubres hangares.
Se puede leer y descargar desde el enlace: (83 páginas en formato pdf de muy buena calidad)
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Joan Torres i Prat
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Comienza el texto: Aquí, en el denominado Primer Mundo, el aire que respiramos está compuesto por oxígeno,nitrógeno y... publicidad. La práctica totalidad de los medios de comunicación (prensa, radio y televisión), están financiados por el complejo comercial-publicitario. De hecho, todas las cadenas de televisión emiten el mismo programa: un encadenado sin fin de anuncios idénticos interrumpidos por breves pausas, que incorporan pequeñas variaciones con el entretenimiento imprescindible para mantener a los televidentes disponibles para los anunciantes. Si cruzamos el umbral de nuestras casas paseamos entre publicidad -escaparates, vallas, carteles luminosos, etc.- y, al volver a nuestro hogar, la publicidad pasea entre nosotros. De hecho es prácticamente la única forma comunicativa de la que no hay manera de escapar. Si suprimiéramos de golpe todos los iconos, mensajes y masajes publicitarios, el paisaje urbano sería irreconocible: nuestros buzones quedarían huérfanos de propaganda, las excitantes grandes superficies y los idílicos centros comerciales se revelarían como lúgubres hangares.
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