LA TRANSICIÓN ESCLAVISMO-FEUDALISMO
Hablar de cómo el sistema esclavista evolucionó hacia el feudalismo en nuestra región es hablar de la historia del Imperio Romano entre los siglos II y V de nuestra era y de las características de su sistema económico. Por un lado, el sistema productivo romano dependía del trabajo de ingentes masas de esclavos proporcionados en abundancia por las guerras de conquista, particularmente durante el periodo que va desde el siglo II a.C. al II d.C. Por otro lado la economía romana fue siempre fuertemente deficitaria y dependió de la explotación intensiva de los territorios conquistados, tanto de sus recursos como de las poblaciones, que eran capturadas y trasladadas a Roma como parte del botín para su venta en los mercados de esclavos. Como veremos, estos dos factores estuvieron en la raíz de las sucesivas crisis y, particularmente, en la del siglo III d.C., que es considerada tradicionalmente como causa y comienzo de la decadencia y posterior caída del Imperio de Occidente –versión también muy discutible de la Historia–.
El esclavismo en Roma
La esclavitud es ante todo una condición jurídica y considerar a los esclavos como una clase social acarrea dificultades importantes a pesar del papel que desempeñaron en el sistema de relaciones de producción de la antigüedad. Esta dificultad se deriva, sobre todo, del carácter extremadamente heterogéneo que presentan en su conjunto. En la minería, por ejemplo, encontramos las condiciones de trabajo más duras, hasta el extremo de que hay evidencias de que se utilizó como una forma de aplicar la pena de muerte. En el extremo opuesto tenemos a los esclavos urbanos, tanto en el ámbito doméstico como al servicio del Estado: criados, maestros de los hijos de las elites, médicos, artesanos, administradores o funcionarios públicos. Entre estos últimos se daban casos de altos funcionarios poseedores de importantes fortunas y propiedades rurales, dueños a su vez de esclavos a su servicio.
La gran masa de esclavos trabajaba en las explotaciones agrícolas, en la industria y el comercio, y constituía la base productiva del Imperio. Sus condiciones de vida podían ser muy diferentes dependiendo de la actitud de propietarios y capataces o del trabajo concreto que realizaran. Las diferencias en las condiciones materiales de existencia y en el papel que desempeñaban en la producción hace muy complicado, en resumidas cuentas, considerarlos como una clase social.
El comercio de esclavos era también un importante motor económico por sí mismo. Durante la Guerra de las Galias, entre el 58 y el 61 a.C., Julio César subastó alrededor de un millón de prisioneros; ya en el siglo II d.C. el mercado de la isla de Delos, durante las fiestas anuales, subastaba por encima de los 2.000 esclavos diarios, alcanzándose en una ocasión la cifra de 10.000. Dado que los mercados de esclavos se celebraban por todo el imperio podemos hacernos una idea de su importancia económica. No podemos olvidar, sin embargo, que la productividad del sistema esclavista –su capacidad para producir bienes- es muy deficiente.
La economía romana
La extensa red de calzadas y de rutas marítimas permitía el desplazamiento a gran escala de las mercancías desde los centros de producción a los mercados donde podían alcanzar precios más favorables. Así, los productos de las provincias occidentales llegaban a los territorios de África y Asia y, a la inversa, artículos de alto precio de las provincias orientales se podían adquirir en Hispania o Britania, incluyendo las artesanías y las sedas procedentes de China. Sin embargo, tal como se ha indicado anteriormente, la economía de Roma siempre fue defici- taria y fuertemente dependiente de la expansión territorial. Al detenerse esta, era inevitable que los problemas llegaran.
La crisis del siglo III d.C.
La crisis del siglo III, que se extendió desde el año 235 al 284, supone un punto de inflexión en la historia del Imperio Romano, que llegó incluso a fragmentarse temporalmente en tres unidades políticas independientes. Generalmente se considera como el comienzo del declive y la posterior caída del Imperio, y entre sus causas se indican un periodo de incursiones bárbaras tanto en la frontera europea como en el este y la corrupción de las legiones y sus mandos; las fronteras fueron desguarnecidas y el ejército utilizado por sus generales para autoproclamarse emperadores, con la consecuente generalización de las guerras civiles. Esto se vio favorecido por el hecho de que Roma no desarrolló un derecho constitucional: nunca legisló ni la forma del Estado ni la sucesión de su jefatura.
Todo esto sucedió realmente, pero lo cierto es que los factores que desencadenaron la crisis venían incubándose desde mucho tiempo atrás.
En el siglo II d.C., bajo el reinado de Adriano, el imperio alcanza su máxima extensión. En el este los partos, pese a la pérdida de Mesopotamia, consiguen establecer la frontera en el río Tigris. En Europa Roma se ha retirado de la provincia de Germania Magna y ha fijado el límite en los ríos Rin y Danubio, y poco ha tenido que ver en ello la derrota del año 9 d.C. en Teutoburgo; de hecho, durante los años posteriores Roma castiga duramente a los rebeldes germanos y en el año 16 ha recuperado la totalidad del terreno perdido. Simplemente, las cuentas no salen: Germania Magna consume mucho más dinero del que produce, no hay perspectivas de que esto vaya a cambiar dadas las características del territorio y la población y, como toda empresa que no funciona, es abandonada.
Con el fin de la expansión territorial se interrumpen tanto lo que parecía una fuente inagotable de esclavos de los que dependía el modo de producción, como las riquezas procedentes del expolio de las regiones recién conquistadas y que servían para mantener tanto el aparato del Estado como el propio Imperio. Se inicia así un periodo caracterizado por importantes cambios en el tejido económico y por una serie ininterrumpida de devaluaciones de la moneda que pretenden financiar el déficit endémico del Imperio. El único resultado será una hiperinflación descontrolada.
Las consecuencias serán devastadoras y se prolongarán en el tiempo. Para cuando, cincuenta años más tarde, una serie de enérgicos emperadores procedentes del ejército –¡cómo no!– consiguen reunificar el Imperio y restaurar las fronteras, las extensas redes mercantiles, dependientes de una moneda con valor real fácilmente transportable y de la seguridad proporcionada por fuerzas militares y de policía, han saltado por los aires y no volverán a recuperarse por completo. El desabastecimiento en las ciudades, tanto por la escasez de suministros como por los altos precios, produce un movimiento en masa de todas las capas sociales al campo. A lo largo del siglo IV avanzará la ruralización y el despoblamiento de los núcleos urbanos, muchos de los cuales desaparecerán por completo. Los que sobreviven se ven obliga- dos a rodearse de murallas –algo que nunca habían necesitado– ante la incapacidad creciente del Imperio para garantizar su defensa. Hacia finales de siglo Roma había perdido definitivamente el control efectivo sobre la mayor parte de las provincias occidentales.
El colonato
Con todo, los cambios más significativos se estaban produciendo en el modo productivo. Los grandes propietarios siempre habían producido aquellas mercancías que les aseguraban mayores beneficios en el comercio de larga distancia, algo imposible ya con la desaparición de las extensas redes comerciales del pasado. La respuesta fue producir bienes para el propio consumo o, como mucho, para el comercio local, y el desarrollo de una economía autárquica.
La fuerza de trabajo acusó los cambios con especial intensidad. No sólo había desaparecido el suministro de esclavos, cuyo número descendía paulatinamente con el paso del tiempo, sino que además estos tenían que ser mantenidos independientemente de su productividad, y esta se había desplomado. El sistema del colonato vino a salvar la situación.
El colonato era un sistema que estaba presente en África desde tiempos prerromanos, y Roma lo conservó precisamente porque en aquellas provincias el esclavismo planteaba problemas importantes. Un colono era simplemente un hombre libre que explotaba una parcela por la que pagaba un arriendo a su propietario; el colono podía ser más o menos rentable en función de los términos establecidos entre él y el terrateniente, pero no suponía una carga para este, por lo que la nueva situación económica facilitó su extensión fuera de su ámbito de origen.
Los aristócratas romanos que habían abandonado las ciudades y se habían refugiado en sus extensas propiedades tenían a su disposición no sólo sus propios esclavos, sino también grandes masas de hombres libres que, al igual que ellos, se habían trasladado al campo, así como a los pequeños agricultores independientes a los que la prolongada crisis había arruinado. Tal exceso de oferta no podía sino empeorar las condiciones del arrendamiento; los nuevos colonos tuvieron que renunciar a muchos de sus derechos de ciudadanía. A menudo el precio del arriendo suponía entregar al propietario la mayor parte del producto de su trabajo, reteniendo sólo lo necesario para su subsistencia, así como trabajar gratuitamente un determinado número de días en las tierras que el señor había conservado para explotarlas directamente.
En el año 284 sube al poder el emperador Diocleciano, que puso en marcha una serie de extensas reformas políticas y económicas. La recaudación de impuestos era un problema que tenía que ser abordado con urgencia debido a que, al déficit endémico, se sumó la pérdida de control sobre amplios territorios. Una de las soluciones adoptadas fue cobrar los impuestos directamente a los colonos en lugar de a los grandes propietarios. Para asegurar la recaudación tomó una serie de medidas que supusieron la liquidación prácticamente definitiva del viejo modo de producción esclavista.
Por un lado protegió a los colonos, impidiendo que los propietarios pudieran expulsarlos de las tierras que trabajaban. Por el otro prohibió que los colonos abandonaran la tierra sin el permiso de los propietarios, y además hizo su condición hereditaria; sus hijos también serían colonos, pero no solo dependientes de un señor, sino también de la propia tierra que trabajaban: siervos de la gleba.
Se había llegado al final de un largo proceso iniciado en los siglos I y II con el fin de la expansión territorial romana. A partir del siglo IV el Imperio Romano, sostenido por las reformas de Diocleciano, aún se mantendrá en pie durante otros 1.200 años, ahora con su capital en Constatinopla y reducido a sus provincial orientales. Sin embargo, los elementos más importantes del próximo periodo histórico, la Edad Media, ya han aparecido y no harán más que consolidarse: ciudades mucho más pequeñas fuertemente amuralladas, señores que tienen que establecer con sus vecinos un nuevo sistema de relaciones basado en el vasallaje, una economía autárquica y con unas relaciones comerciales reducidas a su mínima expresión y, sobre todo, un modo de producción nuevo basado en la explotación de la tierra por personas ligadas a ellas de manera indisoluble.
Conclusiones
El relato nos permite entrever algunos elementos de la mayor importancia, indicios de las fuerzas que impulsan los grandes cambios históricos y la construcción de formas sociales nuevas.
En primer lugar no estamos ante un proceso desencadenado por una invasión extranjera, como sucediera en el caso de las civilizaciones americanas ante la llegada de los europeos a aquel continente; incas y aztecas no evolucionaron hacia formas socioeconómicas y políticas nuevas, sino que sus estructuras sociales fueron arrasadas violentamente por un sistema que se había desarrollado muy lejos de sus fronteras. En el caso de Roma fueron factores endógenos, internos, derivados de la propia naturaleza del modo de producción esclavista y del desarrollo histórico del Imperio Romano.
En segundo lugar, estos factores iniciales fueron de carácter fundamentalmente económico y sus consecuencias se encadenaron en el tiempo dando forma a un proceso en el que cada etapa estaba fuertemente condicionada por los acontecimientos precedentes y había pocas opciones entre las que elegir. Podemos ver esto con claridad, por ejemplo, tanto en las sucesivas devaluaciones monetarias como en la sustitución de los esclavos por colonos en el proceso productivo.