Socialismo, mercado y capital
Teodoro Santana - Partido Revolucionario de loa Comunistas de Canarias - año 2010
El mercado, satanizado por unos y divinizado por otros, es un mecanismo social que se da, en mayor o menor medida, en todas las sociedades. Aquellas economías en que se produce principalmente para el mercado, se denominan economías mercantiles. El prototipo de economía no mercantil es el feudalismo primitivo. En el capitalismo se desarrolla el mercado a escala universal y a todos los niveles, convirtiéndose en la economía mercantil por excelencia.
Tal y como explicaba Marx cuando expuso la ley del valor, el valor de las mercancías se determina en el mercado. Y esto, que es verdad en el capitalismo, lo será también en el socialismo. Al igual que sería absurdo desechar la división social del trabajo (y que todos tuviéramos que hacer de todo: plantar nuestra comida, cosechar algodón, tejer nuestra propia ropa, etcétera), es absurdo desechar el mercado.
Si el valor de los productos no se determinase en el intercambio social, se determinará a voleo, de forma caprichosa y acientífica. Esto no quiere decir que el mercado no deba estar regulado, ni que no se deba planificar. Al contrario: al igual que ahora el mercado está regulado, evidentemente a favor de las grandes corporaciones capitalistas, y al igual que todas las empresas establecen sus propios planes a corto, medio y largo plazo, el socialismo habrá de trabajar con el mercado, regularlo a favor de las mayorías asalariadas y, contando con él, establecer sus propios planes.
Contraponer planificación y mercado es una solemne estupidez. Negar el mercado porque se dice ser “socialista”, es como afirmar que los cirujanos en el socialismo no deben usar bisturí porque es algo inventado en el capitalismo. No hay peor síntoma de haber sido abducido por la propaganda burguesa que establecer el paralelismo capitalismo igual a mercado y socialismo igual a planificación.
Al igual que no habrá socialismo sin fábricas (¡ese gran invento burgués!), es absurdo hablar de “socialismo sin mercado”. Y a la inversa, y tal y como señalaba en un reciente artículo nuestro camarada David Delgado, “socialismo de mercado” es una tautología. Al contrario, la experiencia práctica pone en evidencia que el uso conjunto de la economía planificada y de la economía de mercado libera las fuerzas productivas y acelera el desarrollo económico, condición sine qua non para el triunfo del socialismo.
De hecho, la existencia de la propiedad pública de los medios de producción, si no existe una dirección consciente de la economía, no es suficiente para asegurar el desarrollo socialista. Aunque un poderoso sector público es uno de los requisitos de la economía socialista, no es ésta la diferencia específica que define el socialismo. Tal y como explicaba Marx, la naturaleza del socialismo es, precisamente, la liberación y el desarrollo de las fuerzas productivas, la eliminación de la explotación y de la polarización entre ricos y pobres y la prosperidad común.
Con el objetivo de que el socialismo logre ser superior al capitalismo, es precisa la asimilación de todos los avances, no sólo en tecnología sino en los métodos operativos y administrativos más avanzados que reflejen las leyes de la moderna producción socializada, incluyendo los métodos desarrollados en los países capitalistas más industrializados. Y poner todo eso, mediante el poder político, al servicio de los trabajadores y del pueblo.
Una comprensión correcta del marxismo significa que la superioridad del socialismo debe quedar de manifiesto por el desarrollo más rápido y más intenso de las fuerzas productivas y por la mejora constante de las condiciones de vida del pueblo. Algo, claro está, lejos del “socialismo anacoreta” y sufrido de cierta iconografía izquierdista. Que, por cierto, también creen que la propiedad estatal es la única posible en el socialismo.
En ese sentido, la idea de que la propiedad pública es el pilar principal de la economía socialista, debe entenderse en el sentido del control de las empresas fundamentales por parte del Estado, y no como un mero predominio cuantitativo del sector estatal. Esta es la base de la separación de la gestión y la propiedad de las empresas estatales, que se aplica en China y Vietnam –un buen dirigente comunista puede no ser un buen gestor empresarial, y no servir para “cazar ratones”, por muy rojo que sea–.
Lo cierto es que la existencia de la función de la propiedad y la de la gestión como instancias separadas no es una novedad del socialismo de mercado, sino una relación afirmada por la partición de la ganancia en ganancia del empresario e interés del capital. Esta necesidad de separación entre la propiedad y la gestión es la misma en el socialismo que en el capitalismo, y viene dada por la escasez de capital.
La escasez de capital no debe entenderse como escasez de dinero o de recursos financieros, sino como la falta de procesos de producción y reproducción de la riqueza. Mientras que el dinero se puede imprimir, los procesos de producción y reproducción se establecen sólo siguiendo leyes objetivas inflexibles.
No entenderlo dió lugar a otra práctica nociva: que las empresas públicas reciban capital del Estado de forma gratuita, sin pagar su precio. Esto no sólo no tiene nada de socialista, sino que va en contra del hecho de que el capital –es decir, trabajo acumulado– existe como una multiplicidad de procesos de producción separados.
Si se administra el capital como un todo, como un “dinero” ilimitado que viene del Estado, deja de ser una prioridad reproducir ese capital, por no hablar ya de generar acumulación. Entonces cada empresa operará a una tasa menor que la óptima, las que den pérdidas sobrevivirán y aquellas que logren reproducir el capital se deteriorarán. Al final se destruye capital en vez de acumularlo.
A diferencia de las condiciones de que disfrutan los países desarrollados, que les permitiría avanzar a gran velocidad al socialismo, en países atrasados, con gran escasez de capital, la inversión extranjera y la acumulación de capital son objetivamente necesarias.
Eso obliga a negociar y a hacer concesiones. Entre otras, permitir un cierto grado de circulación capitalista y no sólo la inversión centralizada del Estado como capitalista único. De lo contrario, el capital existente se dispersa, creando problemas extraordinarios para su reproducción, haciendo imposible el retorno de la inversión y la conservación del valor de los activos, por no hablar de su acumulación.
La meta es dar el poder al pueblo, convirtiéndolo en verdadero dueño del país, revolucionando las estructuras de la propiedad y de la distribución, para que estén a su servicio desarrollando las fuerzas productivas y elevando el nivel de vida.
Esta es la diferencia fundamental entre una política socialista y una política capitalista, porque una política capitalista asumirá como algo dado toda la estructura de propiedad existente, mientras que una política socialista destruirá cuando sea necesario esa estructura con el fin de crear una nueva y distribuir la propiedad para desarrollar la producción al máximo.
Dicho en términos sencillos: socialismo es igual a riqueza. Nuestro objetivo, por lo tanto, es acabar cuanto antes con el capitalismo y sus mecanismos inherentes de generación de pobreza. Los revolucionarios de cada país y de cada momento histórico son los que tienen que acertar con la forma más rápida, eficiente y con menor sufrimiento para hacerlo posible.
Teodoro Santana - Partido Revolucionario de loa Comunistas de Canarias - año 2010
El mercado, satanizado por unos y divinizado por otros, es un mecanismo social que se da, en mayor o menor medida, en todas las sociedades. Aquellas economías en que se produce principalmente para el mercado, se denominan economías mercantiles. El prototipo de economía no mercantil es el feudalismo primitivo. En el capitalismo se desarrolla el mercado a escala universal y a todos los niveles, convirtiéndose en la economía mercantil por excelencia.
Tal y como explicaba Marx cuando expuso la ley del valor, el valor de las mercancías se determina en el mercado. Y esto, que es verdad en el capitalismo, lo será también en el socialismo. Al igual que sería absurdo desechar la división social del trabajo (y que todos tuviéramos que hacer de todo: plantar nuestra comida, cosechar algodón, tejer nuestra propia ropa, etcétera), es absurdo desechar el mercado.
Si el valor de los productos no se determinase en el intercambio social, se determinará a voleo, de forma caprichosa y acientífica. Esto no quiere decir que el mercado no deba estar regulado, ni que no se deba planificar. Al contrario: al igual que ahora el mercado está regulado, evidentemente a favor de las grandes corporaciones capitalistas, y al igual que todas las empresas establecen sus propios planes a corto, medio y largo plazo, el socialismo habrá de trabajar con el mercado, regularlo a favor de las mayorías asalariadas y, contando con él, establecer sus propios planes.
Contraponer planificación y mercado es una solemne estupidez. Negar el mercado porque se dice ser “socialista”, es como afirmar que los cirujanos en el socialismo no deben usar bisturí porque es algo inventado en el capitalismo. No hay peor síntoma de haber sido abducido por la propaganda burguesa que establecer el paralelismo capitalismo igual a mercado y socialismo igual a planificación.
Al igual que no habrá socialismo sin fábricas (¡ese gran invento burgués!), es absurdo hablar de “socialismo sin mercado”. Y a la inversa, y tal y como señalaba en un reciente artículo nuestro camarada David Delgado, “socialismo de mercado” es una tautología. Al contrario, la experiencia práctica pone en evidencia que el uso conjunto de la economía planificada y de la economía de mercado libera las fuerzas productivas y acelera el desarrollo económico, condición sine qua non para el triunfo del socialismo.
De hecho, la existencia de la propiedad pública de los medios de producción, si no existe una dirección consciente de la economía, no es suficiente para asegurar el desarrollo socialista. Aunque un poderoso sector público es uno de los requisitos de la economía socialista, no es ésta la diferencia específica que define el socialismo. Tal y como explicaba Marx, la naturaleza del socialismo es, precisamente, la liberación y el desarrollo de las fuerzas productivas, la eliminación de la explotación y de la polarización entre ricos y pobres y la prosperidad común.
Con el objetivo de que el socialismo logre ser superior al capitalismo, es precisa la asimilación de todos los avances, no sólo en tecnología sino en los métodos operativos y administrativos más avanzados que reflejen las leyes de la moderna producción socializada, incluyendo los métodos desarrollados en los países capitalistas más industrializados. Y poner todo eso, mediante el poder político, al servicio de los trabajadores y del pueblo.
Una comprensión correcta del marxismo significa que la superioridad del socialismo debe quedar de manifiesto por el desarrollo más rápido y más intenso de las fuerzas productivas y por la mejora constante de las condiciones de vida del pueblo. Algo, claro está, lejos del “socialismo anacoreta” y sufrido de cierta iconografía izquierdista. Que, por cierto, también creen que la propiedad estatal es la única posible en el socialismo.
En ese sentido, la idea de que la propiedad pública es el pilar principal de la economía socialista, debe entenderse en el sentido del control de las empresas fundamentales por parte del Estado, y no como un mero predominio cuantitativo del sector estatal. Esta es la base de la separación de la gestión y la propiedad de las empresas estatales, que se aplica en China y Vietnam –un buen dirigente comunista puede no ser un buen gestor empresarial, y no servir para “cazar ratones”, por muy rojo que sea–.
Lo cierto es que la existencia de la función de la propiedad y la de la gestión como instancias separadas no es una novedad del socialismo de mercado, sino una relación afirmada por la partición de la ganancia en ganancia del empresario e interés del capital. Esta necesidad de separación entre la propiedad y la gestión es la misma en el socialismo que en el capitalismo, y viene dada por la escasez de capital.
La escasez de capital no debe entenderse como escasez de dinero o de recursos financieros, sino como la falta de procesos de producción y reproducción de la riqueza. Mientras que el dinero se puede imprimir, los procesos de producción y reproducción se establecen sólo siguiendo leyes objetivas inflexibles.
No entenderlo dió lugar a otra práctica nociva: que las empresas públicas reciban capital del Estado de forma gratuita, sin pagar su precio. Esto no sólo no tiene nada de socialista, sino que va en contra del hecho de que el capital –es decir, trabajo acumulado– existe como una multiplicidad de procesos de producción separados.
Si se administra el capital como un todo, como un “dinero” ilimitado que viene del Estado, deja de ser una prioridad reproducir ese capital, por no hablar ya de generar acumulación. Entonces cada empresa operará a una tasa menor que la óptima, las que den pérdidas sobrevivirán y aquellas que logren reproducir el capital se deteriorarán. Al final se destruye capital en vez de acumularlo.
A diferencia de las condiciones de que disfrutan los países desarrollados, que les permitiría avanzar a gran velocidad al socialismo, en países atrasados, con gran escasez de capital, la inversión extranjera y la acumulación de capital son objetivamente necesarias.
Eso obliga a negociar y a hacer concesiones. Entre otras, permitir un cierto grado de circulación capitalista y no sólo la inversión centralizada del Estado como capitalista único. De lo contrario, el capital existente se dispersa, creando problemas extraordinarios para su reproducción, haciendo imposible el retorno de la inversión y la conservación del valor de los activos, por no hablar de su acumulación.
La meta es dar el poder al pueblo, convirtiéndolo en verdadero dueño del país, revolucionando las estructuras de la propiedad y de la distribución, para que estén a su servicio desarrollando las fuerzas productivas y elevando el nivel de vida.
Esta es la diferencia fundamental entre una política socialista y una política capitalista, porque una política capitalista asumirá como algo dado toda la estructura de propiedad existente, mientras que una política socialista destruirá cuando sea necesario esa estructura con el fin de crear una nueva y distribuir la propiedad para desarrollar la producción al máximo.
Dicho en términos sencillos: socialismo es igual a riqueza. Nuestro objetivo, por lo tanto, es acabar cuanto antes con el capitalismo y sus mecanismos inherentes de generación de pobreza. Los revolucionarios de cada país y de cada momento histórico son los que tienen que acertar con la forma más rápida, eficiente y con menor sufrimiento para hacerlo posible.