¿Y si la diversidad fuera un camelo del neoliberalismo?
mundoobrero
Cuando los independentistas catalanes convocaron una butifarrada festiva para reivindicar su lucha, un sector independentista vegano protestó al tratarse de una comida con carne que no contemplaba su dieta. Cuando la actriz Leticia Dolera calificó de “campo de nabos muy feminista” la gala de los Goya por la abrumadora presencia masculina, las mujeres transgénero protestaron al sentirse aludidas porque ellas tienen pene. Cuando el periodista Antonio Maestre usó el titular “Mierda animal sobre los restos de las víctimas” para denunciar que en un pueblo de Granada habían instalado un establo de ganado sobre las fosas que podrían albergar más de 2.000 represaliados por el franquismo, algunos lectores le acusaron de “especista”, es decir, de discriminación de los animales por considerarlos especies inferiores.
No se trata de no respetar a todos esos grupos, pero iba siendo hora de que alguien plantease si, quizás, la diversidad se está convirtiendo en una competición de protagonismo en detrimento de luchas y causas que deberían ser más unitarias. Y la persona lúcida y valiente que lo ha hecho es Daniel Bernabé en su libro recién publicado La trampa de la diversidad (Akal).
En inglés, unequal quiere decir desigual. Los hombres y mujeres que luchaban por una sociedad más justa combatían la desigualdad. El nuevo giro que denuncia Daniel Bernabé, es que unequal también significa diferente. Ahora se reafirma y reivindica la diferencia sin percibir que, tras ella, podemos estar defendiendo lo que siempre combatimos: la desigualdad, unequal.
El neoliberalismo ha estado décadas reivindicando el derecho a la diferencia y a la individualidad, frente a lo que ellos llamaban la uniformidad colectivista y socialista, que tanto rechazaban. En cambio, la izquierda entendía que frente a la individualidad, la desigualdad, la diferencia, había que esgrimir la lucha colectiva (o nos salvamos todos o no se salva ni Dios), que la unidad nos hace fuertes, que nadie se debe quedar atrás, que queremos derechos para todos, que los convenios laborales son colectivos y no contratos individuales.
Pero en los tiempos actuales parece que más que buscar tus iguales para sumar fuerzas, intentamos buscar nuestra diferencia para afirmarnos según lo que comemos, lo que deseamos sexualmente, a quien rezamos, con lo que nos divertimos, cómo nos vestimos. Somos veganos, budistas, pansexuales, naturistas, friganos, antinatalistas... No se trata de no respetar esos estilos de vida, bien claro lo deja Bernabé, sino de advertir de la simbiosis entre esas competencias en el mercado de la diversidad y el neoliberalismo. Todo ello a costa de abandonar nuestro sentimiento de clase y, por tanto, las luchas colectivas que pasan a un segundo plano para ser absorbidas por esas identidades.
Hoy, la clase media, en realidad la mayoría de las clases, ansía por diferenciarse del resto, reafirmándose en su identidad. Nada mejor para ello que una oportuna oferta de diversidades, inocuas para el capitalismo, individualistas y competitivas entre ellas buscando la presencia en los medios, el reconocimiento de los políticos y la significación social. Como señala Bernabé, los ciudadanos reniegan de participar en organizaciones de masas donde su exquisita especificidad se funde con miles para luchar por un programa electoral global, “temen perder su preciada identidad específica, que creen única”. El mercado de la diversidad y su aparato ideológico les ha hecho creer que son tan exclusivos, tan singulares que no pueden soportar la uniformidad de una disciplina unitaria de lucha social por un objetivo global.
Vale la pena pararse a pensar si la diversidad es una trampa que tiene como objeto desmovilizarnos, o mejor dicho, movilizarnos con humo, a la izquierda y la clase trabajadora. Mejor lean a Daniel Bernabé, él lo explica mejor que yo.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
mundoobrero
Cuando los independentistas catalanes convocaron una butifarrada festiva para reivindicar su lucha, un sector independentista vegano protestó al tratarse de una comida con carne que no contemplaba su dieta. Cuando la actriz Leticia Dolera calificó de “campo de nabos muy feminista” la gala de los Goya por la abrumadora presencia masculina, las mujeres transgénero protestaron al sentirse aludidas porque ellas tienen pene. Cuando el periodista Antonio Maestre usó el titular “Mierda animal sobre los restos de las víctimas” para denunciar que en un pueblo de Granada habían instalado un establo de ganado sobre las fosas que podrían albergar más de 2.000 represaliados por el franquismo, algunos lectores le acusaron de “especista”, es decir, de discriminación de los animales por considerarlos especies inferiores.
No se trata de no respetar a todos esos grupos, pero iba siendo hora de que alguien plantease si, quizás, la diversidad se está convirtiendo en una competición de protagonismo en detrimento de luchas y causas que deberían ser más unitarias. Y la persona lúcida y valiente que lo ha hecho es Daniel Bernabé en su libro recién publicado La trampa de la diversidad (Akal).
En inglés, unequal quiere decir desigual. Los hombres y mujeres que luchaban por una sociedad más justa combatían la desigualdad. El nuevo giro que denuncia Daniel Bernabé, es que unequal también significa diferente. Ahora se reafirma y reivindica la diferencia sin percibir que, tras ella, podemos estar defendiendo lo que siempre combatimos: la desigualdad, unequal.
El neoliberalismo ha estado décadas reivindicando el derecho a la diferencia y a la individualidad, frente a lo que ellos llamaban la uniformidad colectivista y socialista, que tanto rechazaban. En cambio, la izquierda entendía que frente a la individualidad, la desigualdad, la diferencia, había que esgrimir la lucha colectiva (o nos salvamos todos o no se salva ni Dios), que la unidad nos hace fuertes, que nadie se debe quedar atrás, que queremos derechos para todos, que los convenios laborales son colectivos y no contratos individuales.
Pero en los tiempos actuales parece que más que buscar tus iguales para sumar fuerzas, intentamos buscar nuestra diferencia para afirmarnos según lo que comemos, lo que deseamos sexualmente, a quien rezamos, con lo que nos divertimos, cómo nos vestimos. Somos veganos, budistas, pansexuales, naturistas, friganos, antinatalistas... No se trata de no respetar esos estilos de vida, bien claro lo deja Bernabé, sino de advertir de la simbiosis entre esas competencias en el mercado de la diversidad y el neoliberalismo. Todo ello a costa de abandonar nuestro sentimiento de clase y, por tanto, las luchas colectivas que pasan a un segundo plano para ser absorbidas por esas identidades.
Hoy, la clase media, en realidad la mayoría de las clases, ansía por diferenciarse del resto, reafirmándose en su identidad. Nada mejor para ello que una oportuna oferta de diversidades, inocuas para el capitalismo, individualistas y competitivas entre ellas buscando la presencia en los medios, el reconocimiento de los políticos y la significación social. Como señala Bernabé, los ciudadanos reniegan de participar en organizaciones de masas donde su exquisita especificidad se funde con miles para luchar por un programa electoral global, “temen perder su preciada identidad específica, que creen única”. El mercado de la diversidad y su aparato ideológico les ha hecho creer que son tan exclusivos, tan singulares que no pueden soportar la uniformidad de una disciplina unitaria de lucha social por un objetivo global.
Vale la pena pararse a pensar si la diversidad es una trampa que tiene como objeto desmovilizarnos, o mejor dicho, movilizarnos con humo, a la izquierda y la clase trabajadora. Mejor lean a Daniel Bernabé, él lo explica mejor que yo.
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]