El camino del ejército rojo
Leon Trotski
Artículo escrito para el Anuario de la Komintern, del 21 de mayo de 1922. Previamente fue publicado en el nº 8 de la revista de la Dirección principal de las escuelas militares, también en mayo de 1922
publicado en el Foro en 3 mensajes
Las cuestiones relacionadas con la creación de las fuerzas armadas de la revolución tienen extraordinaria significación para los partidos comunistas de todos los países. La falta de atención y, con mayor razón, la actitud negativa respecto a dichas cuestiones, encubierta bajo una fraseología humanista-pacifista, son verdaderamente criminales. Argumentos como que toda violencia es un mal, incluida la violencia revolucionaria, y por consiguiente los comunistas no deben glorificar la lucha revolucionaria y el ejército revolucionario, implican una filosofía digna de los cuáqueros, evangelistas y solteronas del Ejército de Salvación. Autorizar semejante propaganda en el Partido Comunista es como permitir la propaganda Tolstoiana entre la guarnición de una fortaleza asediada.
Quien se propone unos fines debe aceptar los medios. Y el medio que conduce a la liberación de los trabajadores es la violencia revolucionaria. Una vez tomado el poder, la violencia revolucionaria toma la forma de ejército organizado. El heroísmo del joven proletario que muere en la primera barricada de la revolución no se distingue en nada del heroísmo del soldado rojo que muere en uno de los frentes de la revolución, dueña ya del Estado. Sólo los tontos sentimentales pueden pensar que al proletariado de los países capitalistas le amenaza el peligro de una exageración del papel de la violencia revolucionaria, y de una excesiva inclinación por los métodos terroristas revolucionarios. Todo lo contrario: lo que falta al proletariado, precisamente, es la suficiente comprensión de la importancia del papel liberador de la violencia revolucionaria. Por eso sigue esclavo hasta hoy.
La propaganda pacifista en la clase obrera no sirve más que para ablandar la voluntad del proletariado, y hace el juego de la violencia contrarrevolucionaria, armada hasta los dientes. Hasta la revolución, nuestro partido tenía su propia organización militar, cuyo objetivo era doble: hacer propaganda revolucionaria en las tropas y preparar las bases en el seno del ejército con vistas al golpe de Estado. Como la efervescencia revolucionaria se extendió a todo el ejército, el papel específicamente organizador de las células bolcheviques en unidades militares pasó un tanto desapercibido. Sin embargo, fue muy importante porque hizo posible la selección de elementos decididos, aunque poco numerosos, que en las horas más críticas de la revolución se revelaron de gran eficacia. En el momento del golpe de Octubre actuaron como comandantes, comisarios, etc. Más tarde hemos encontrado a muchos de ellos haciendo de organizadores de la Guardia roja y del Ejército Rojo.
La revolución emergió directamente de la guerra, y una de sus principales consignas era poner fin a la guerra, que había engendrado el cansancio y la repulsa contra ella. Pero la misma revolución generó nuevos peligros bélicos, que fueron acentuándose cada vez más. De ahí la extrema debilidad exterior de la revolución en el primer período. Su indefensión casi total se puso de relieve durante las conversaciones de Brest-Litovsk. No se quería combatir, considerando que la guerra era cosa del pasado: los campesinos se lanzaron por la tierra, los obreros crearon sus organizaciones y tomaron la industria en sus manos.
De ahí salió la colosal experiencia pacifista de la época de Brest-Litovsk. La república soviética declaró que no podía firmar el tratado opresivo, pero que tampoco combatiría, y decretó la disolución del ejército. Fue un paso muy arriesgado, pero derivado de la situación. Los alemanes reanudaron la ofensiva, y esto fue el inicio de un cambio profundo en la conciencia de las masas: comenzaron a comprender que había que defenderse con las armas en la mano. Por otra parte, nuestra declaración pacifista introdujo un fermento de descomposición en el ejército de los Hohenzollern.
De modo que la ofensiva del general Hoffmann nos ayudo a emprender seriamente la organización del Ejercito Rojo. Sin embargo, no nos decidimos en los primeros tiempos a recurrir al reclutamiento obligatorio: no era posible, ni política ni organizacionalmente, movilizar a los campesinos recién desmovilizados. Hubo que organizar el ejército sobre el principio del voluntariado. Junto con la juventud obrera, plena de abnegación, en sus filas entraron elementos vagabundos, vacilantes, cuya calidad dejaba a menudo que desear. Fenómeno natural, puesto que tales elementos eran muy numerosos en aquel período. Así, creados en el momento de la disgregación espontánea de los antiguos regimientos, los nuevos resultaron inestables y poco seguros. Esta realidad quedó evidenciada ante amigos y enemigos a raíz del motín de las tropas checoslovacas en la región del Volga, provocado por los SR, y otros Blancos. La capacidad de resistencia de nuestras unidades fue insignificante: durante el verano de 1918 una ciudad tras otra cayeron en manos de los checoslovacos y de los rusos contrarrevolucionarios unidos a ellos. Su centro era Samara. Se apoderaron de Simbirsk y Kazán. Desde el Volga se preparaba el ataque a Moscú.
En este momento (agosto de 1918) la República soviética hace esfuerzos extraordinarios para desarrollar y fortalecer el ejército. Se recurre, por primera vez, al método de movilizar masivamente a los comunistas. Se crea un aparato centralizado de dirección política y de educación para las tropas del frente del Volga. Junto con esto se intenta, en Moscú y en la región del Volga, la movilización obligatoria de varias quintas de obreros y campesinos. Pequeños destacamentos de comunistas aseguran esta movilización. En las provincias de la región del Volga se instaura un régimen severo, en correspondencia con la dimensión y la agudeza del peligro. Y al mismo tiempo los grupos comunistas, yendo de aldea en aldea, realizan una agitación intensa, tanto oral como impresa. Tras las primeras vacilaciones, la movilización toma amplias proporciones y complementa la severa lucha que se lleva contra los desertores y contra los grupos sociales que alimentan e inspiran la deserción: los Kulaks, los restos de la vieja burocracia y, parcialmente, el clero. Se envía a las nuevas unidades obreros-comunistas de Petrogrado, Moscú, Ivanovo-Vosnesensk, etc.
A los comisarios se les reconoce en las unidades, por primera vez, la significación de jefes revolucionarios y representantes directos del poder soviético. Los tribunales revolucionarios, con el ejemplo de unas cuantas sentencias, previenen que la patria socialista, en peligro mortal, exige de todos y cada uno obediencia incondicional. Con la combinación de estas medidas de agitación, organización y represión pudo realizarse, en pocas semanas, el viraje que hacía falta. De una masa vacilante, inestable, atomizada, se creó un verdadero ejército. Los nuestros tomaron Kazán el 10 de septiembre de 1918; al día siguiente reconquistaron Simbirsk. Este momento representa una fecha memorable en la historia del Ejército Rojo. De pronto se tenía la sensación de pisar terreno firme. Ya no eran los primeros ensayos impotentes; ahora podíamos y sabíamos combatir y vencer. El aparato militar administrativo fue construido durante ese período en todo el país, en colaboración estrecha con los soviets locales, provinciales y regionales. El territorio de la República -de gran extensión todavía, pese a las zonas ocupadas por el enemigo- fue dividido en regiones, cada una de las cuales incluía varias provincias. Así se logró la necesaria centralización de la administración.
Las dificultades políticas y organizacionales eran enormes. El giro psicológico - de la destrucción del viejo ejército a la creación del nuevo- no pudo lograrse más que al precio de constantes conflictos y roces internos. En el viejo ejército se habían creado comités electos de soldados, y mandos electos, que de hecho estaban subordinados a los comités. Evidentemente, esta medida no tenía un carácter militar sino político revolucionario. Desde el punto de vista del mando de las fuerzas en el combate, y de su preparación para el combate, era inadmisible, monstruosa, suicida. No había posibilidad alguna de dirigir las fuerzas a través de comités elegidos, y de jefes elegidos, sometidos a los comités y susceptibles de ser cambiados en cualquier momento. Pero el propósito del ejército no era combatir. Había realizado en su seno la revolución social, expulsando al cuerpo de oficiales burgueses y terratenientes y creando órganos de autogestión revolucionaria: los soviets de diputados soldados. Estas medidas político organizacionales eran justas y necesarias desde el punto de vista de la descomposición del viejo ejército.
Pero de ellas no emergió directamente un nuevo ejército capaz de combatir. Los regimientos zaristas, pasando por la kerensquiada, se disgregaron después de Octubre y terminaron por desaparecer. Los intentos de trasladar automáticamente nuestros anteriores procedimientos organizacionales a la construcción del Ejército Rojo amenazaban con socavarlo desde el primer momento. La electividad de los jefes en las tropas zaristas equivalía a depurarlas de los posibles agentes de la restauración. Pero el sistema electivo no podía, en manera alguna, proporcionar al ejército revolucionario un elenco de mandos competentes, idóneos y con autoridad. El Ejército Rojo se construyó desde arriba, según los principios de la dictadura de la clase obrera. El cuerpo de mando fue seleccionado y comprobado por los órganos del poder soviético y del Partido Comunista. La elección de los jefes por las propias fuerzas, formadas de jóvenes campesinos recién movilizados y de escasa preparación política, tenía que transformarse inevitablemente en un juego de azar, y de hecho dio lugar no pocas veces a que se crearan condiciones favorables para los manejos de algunos intrigantes y aventureros. De la misma manera, el ejército revolucionario -en tanto que ejército de acción y no arena de propaganda- era incompatible con el régimen de comités electos, el cual no podía por menos que destruir la dirección centralizada, dejando que cada unidad decidiese si estaba de acuerdo con la ofensiva o con la defensiva. Los [SR] de izquierda llevaron hasta el absurdo este pseudo-democratismo caótico, cuando se dirigieron a ciertas unidades militares llamándolas a decidir si respetaban las condiciones del armisticio con los alemanes o pasaban a la ofensiva. Al proceder así los SR de izquierda no se proponían otra cosa que sublevar al ejército contra el poder soviético que lo había creado.
Dejado a sí mismo, el campesinado no es capaz de crear un ejército centralizado. No va más allá de los destacamentos guerrilleros locales, cuya ―democracia‖ primitiva encubre frecuentemente la dictadura personal de los atamanes. Estas tendencias guerrilleristas, reflejo del espontaneísmo campesino en la revolución, encontraron su expresión más consumada en los SR de izquierda y en los anarquistas, pero incluyeron también una parte considerable de los comunistas, sobre todo entre los ex soldados y suboficiales de procedencia campesina. Al principio, la guerrilla fue un instrumento necesario y suficiente. La contrarrevolución no había logrado aún rehacerse, unirse y armarse, y podía lucharse contra ella con pequeños destacamentos autónomos. Este tipo de lucha exigía abnegación, iniciativa, independencia. Pero, cuanto más fue ampliándose el escenario de la guerra, tanto más necesaria se hacía la organización y la disciplina. El filo negativo de los hábitos guerrilleros se volvió contra la revolución. No fue nada fácil transformar los destacamentos guerrilleros en regimientos, integrar los regimientos en divisiones, subordinar los comandantes de división a los jefes de ejército y de frente. La realización de esta tarea no siempre pudo efectuarse sin víctimas. La indignación contra el centralismo burocrático de la Rusia zarista marco profundamente a la revolución. Regiones, provincias, distritos, ciudades, realizaban en la aspiración a ser independientes y a demostrarlo. En el primer período la idea de ―poder local‖ tomó características extremadamente caóticas. En los SR de izquierda y anarquistas iba unida al doctrinarismo reaccionario federalista; en las masas era la reacción inevitable, y saludable en sus motivaciones, contra la asfixia de toda iniciativa por el viejo régimen. No obstante, a partir del momento en que la unión de los contrarrevolucionarios se consolidó y aumentaron los peligros exteriores, las tendencias autonomistas primitivas en el terreno político y, más aún, en el militar se fueron haciendo más y más peligrosas. Sin duda alguna este problema va a representar un gran papel en Europa occidental, sobre todo en Francia, donde los prejuicios autonomistas y federalistas están más arraigados que en ninguna otra parte. Hacer triunfar el centralismo revolucionario-proletario lo antes posible es la premisa de la futura victoria sobre la burguesía.
Leon Trotski
Artículo escrito para el Anuario de la Komintern, del 21 de mayo de 1922. Previamente fue publicado en el nº 8 de la revista de la Dirección principal de las escuelas militares, también en mayo de 1922
publicado en el Foro en 3 mensajes
Las cuestiones relacionadas con la creación de las fuerzas armadas de la revolución tienen extraordinaria significación para los partidos comunistas de todos los países. La falta de atención y, con mayor razón, la actitud negativa respecto a dichas cuestiones, encubierta bajo una fraseología humanista-pacifista, son verdaderamente criminales. Argumentos como que toda violencia es un mal, incluida la violencia revolucionaria, y por consiguiente los comunistas no deben glorificar la lucha revolucionaria y el ejército revolucionario, implican una filosofía digna de los cuáqueros, evangelistas y solteronas del Ejército de Salvación. Autorizar semejante propaganda en el Partido Comunista es como permitir la propaganda Tolstoiana entre la guarnición de una fortaleza asediada.
Quien se propone unos fines debe aceptar los medios. Y el medio que conduce a la liberación de los trabajadores es la violencia revolucionaria. Una vez tomado el poder, la violencia revolucionaria toma la forma de ejército organizado. El heroísmo del joven proletario que muere en la primera barricada de la revolución no se distingue en nada del heroísmo del soldado rojo que muere en uno de los frentes de la revolución, dueña ya del Estado. Sólo los tontos sentimentales pueden pensar que al proletariado de los países capitalistas le amenaza el peligro de una exageración del papel de la violencia revolucionaria, y de una excesiva inclinación por los métodos terroristas revolucionarios. Todo lo contrario: lo que falta al proletariado, precisamente, es la suficiente comprensión de la importancia del papel liberador de la violencia revolucionaria. Por eso sigue esclavo hasta hoy.
La propaganda pacifista en la clase obrera no sirve más que para ablandar la voluntad del proletariado, y hace el juego de la violencia contrarrevolucionaria, armada hasta los dientes. Hasta la revolución, nuestro partido tenía su propia organización militar, cuyo objetivo era doble: hacer propaganda revolucionaria en las tropas y preparar las bases en el seno del ejército con vistas al golpe de Estado. Como la efervescencia revolucionaria se extendió a todo el ejército, el papel específicamente organizador de las células bolcheviques en unidades militares pasó un tanto desapercibido. Sin embargo, fue muy importante porque hizo posible la selección de elementos decididos, aunque poco numerosos, que en las horas más críticas de la revolución se revelaron de gran eficacia. En el momento del golpe de Octubre actuaron como comandantes, comisarios, etc. Más tarde hemos encontrado a muchos de ellos haciendo de organizadores de la Guardia roja y del Ejército Rojo.
La revolución emergió directamente de la guerra, y una de sus principales consignas era poner fin a la guerra, que había engendrado el cansancio y la repulsa contra ella. Pero la misma revolución generó nuevos peligros bélicos, que fueron acentuándose cada vez más. De ahí la extrema debilidad exterior de la revolución en el primer período. Su indefensión casi total se puso de relieve durante las conversaciones de Brest-Litovsk. No se quería combatir, considerando que la guerra era cosa del pasado: los campesinos se lanzaron por la tierra, los obreros crearon sus organizaciones y tomaron la industria en sus manos.
De ahí salió la colosal experiencia pacifista de la época de Brest-Litovsk. La república soviética declaró que no podía firmar el tratado opresivo, pero que tampoco combatiría, y decretó la disolución del ejército. Fue un paso muy arriesgado, pero derivado de la situación. Los alemanes reanudaron la ofensiva, y esto fue el inicio de un cambio profundo en la conciencia de las masas: comenzaron a comprender que había que defenderse con las armas en la mano. Por otra parte, nuestra declaración pacifista introdujo un fermento de descomposición en el ejército de los Hohenzollern.
De modo que la ofensiva del general Hoffmann nos ayudo a emprender seriamente la organización del Ejercito Rojo. Sin embargo, no nos decidimos en los primeros tiempos a recurrir al reclutamiento obligatorio: no era posible, ni política ni organizacionalmente, movilizar a los campesinos recién desmovilizados. Hubo que organizar el ejército sobre el principio del voluntariado. Junto con la juventud obrera, plena de abnegación, en sus filas entraron elementos vagabundos, vacilantes, cuya calidad dejaba a menudo que desear. Fenómeno natural, puesto que tales elementos eran muy numerosos en aquel período. Así, creados en el momento de la disgregación espontánea de los antiguos regimientos, los nuevos resultaron inestables y poco seguros. Esta realidad quedó evidenciada ante amigos y enemigos a raíz del motín de las tropas checoslovacas en la región del Volga, provocado por los SR, y otros Blancos. La capacidad de resistencia de nuestras unidades fue insignificante: durante el verano de 1918 una ciudad tras otra cayeron en manos de los checoslovacos y de los rusos contrarrevolucionarios unidos a ellos. Su centro era Samara. Se apoderaron de Simbirsk y Kazán. Desde el Volga se preparaba el ataque a Moscú.
En este momento (agosto de 1918) la República soviética hace esfuerzos extraordinarios para desarrollar y fortalecer el ejército. Se recurre, por primera vez, al método de movilizar masivamente a los comunistas. Se crea un aparato centralizado de dirección política y de educación para las tropas del frente del Volga. Junto con esto se intenta, en Moscú y en la región del Volga, la movilización obligatoria de varias quintas de obreros y campesinos. Pequeños destacamentos de comunistas aseguran esta movilización. En las provincias de la región del Volga se instaura un régimen severo, en correspondencia con la dimensión y la agudeza del peligro. Y al mismo tiempo los grupos comunistas, yendo de aldea en aldea, realizan una agitación intensa, tanto oral como impresa. Tras las primeras vacilaciones, la movilización toma amplias proporciones y complementa la severa lucha que se lleva contra los desertores y contra los grupos sociales que alimentan e inspiran la deserción: los Kulaks, los restos de la vieja burocracia y, parcialmente, el clero. Se envía a las nuevas unidades obreros-comunistas de Petrogrado, Moscú, Ivanovo-Vosnesensk, etc.
A los comisarios se les reconoce en las unidades, por primera vez, la significación de jefes revolucionarios y representantes directos del poder soviético. Los tribunales revolucionarios, con el ejemplo de unas cuantas sentencias, previenen que la patria socialista, en peligro mortal, exige de todos y cada uno obediencia incondicional. Con la combinación de estas medidas de agitación, organización y represión pudo realizarse, en pocas semanas, el viraje que hacía falta. De una masa vacilante, inestable, atomizada, se creó un verdadero ejército. Los nuestros tomaron Kazán el 10 de septiembre de 1918; al día siguiente reconquistaron Simbirsk. Este momento representa una fecha memorable en la historia del Ejército Rojo. De pronto se tenía la sensación de pisar terreno firme. Ya no eran los primeros ensayos impotentes; ahora podíamos y sabíamos combatir y vencer. El aparato militar administrativo fue construido durante ese período en todo el país, en colaboración estrecha con los soviets locales, provinciales y regionales. El territorio de la República -de gran extensión todavía, pese a las zonas ocupadas por el enemigo- fue dividido en regiones, cada una de las cuales incluía varias provincias. Así se logró la necesaria centralización de la administración.
Las dificultades políticas y organizacionales eran enormes. El giro psicológico - de la destrucción del viejo ejército a la creación del nuevo- no pudo lograrse más que al precio de constantes conflictos y roces internos. En el viejo ejército se habían creado comités electos de soldados, y mandos electos, que de hecho estaban subordinados a los comités. Evidentemente, esta medida no tenía un carácter militar sino político revolucionario. Desde el punto de vista del mando de las fuerzas en el combate, y de su preparación para el combate, era inadmisible, monstruosa, suicida. No había posibilidad alguna de dirigir las fuerzas a través de comités elegidos, y de jefes elegidos, sometidos a los comités y susceptibles de ser cambiados en cualquier momento. Pero el propósito del ejército no era combatir. Había realizado en su seno la revolución social, expulsando al cuerpo de oficiales burgueses y terratenientes y creando órganos de autogestión revolucionaria: los soviets de diputados soldados. Estas medidas político organizacionales eran justas y necesarias desde el punto de vista de la descomposición del viejo ejército.
Pero de ellas no emergió directamente un nuevo ejército capaz de combatir. Los regimientos zaristas, pasando por la kerensquiada, se disgregaron después de Octubre y terminaron por desaparecer. Los intentos de trasladar automáticamente nuestros anteriores procedimientos organizacionales a la construcción del Ejército Rojo amenazaban con socavarlo desde el primer momento. La electividad de los jefes en las tropas zaristas equivalía a depurarlas de los posibles agentes de la restauración. Pero el sistema electivo no podía, en manera alguna, proporcionar al ejército revolucionario un elenco de mandos competentes, idóneos y con autoridad. El Ejército Rojo se construyó desde arriba, según los principios de la dictadura de la clase obrera. El cuerpo de mando fue seleccionado y comprobado por los órganos del poder soviético y del Partido Comunista. La elección de los jefes por las propias fuerzas, formadas de jóvenes campesinos recién movilizados y de escasa preparación política, tenía que transformarse inevitablemente en un juego de azar, y de hecho dio lugar no pocas veces a que se crearan condiciones favorables para los manejos de algunos intrigantes y aventureros. De la misma manera, el ejército revolucionario -en tanto que ejército de acción y no arena de propaganda- era incompatible con el régimen de comités electos, el cual no podía por menos que destruir la dirección centralizada, dejando que cada unidad decidiese si estaba de acuerdo con la ofensiva o con la defensiva. Los [SR] de izquierda llevaron hasta el absurdo este pseudo-democratismo caótico, cuando se dirigieron a ciertas unidades militares llamándolas a decidir si respetaban las condiciones del armisticio con los alemanes o pasaban a la ofensiva. Al proceder así los SR de izquierda no se proponían otra cosa que sublevar al ejército contra el poder soviético que lo había creado.
Dejado a sí mismo, el campesinado no es capaz de crear un ejército centralizado. No va más allá de los destacamentos guerrilleros locales, cuya ―democracia‖ primitiva encubre frecuentemente la dictadura personal de los atamanes. Estas tendencias guerrilleristas, reflejo del espontaneísmo campesino en la revolución, encontraron su expresión más consumada en los SR de izquierda y en los anarquistas, pero incluyeron también una parte considerable de los comunistas, sobre todo entre los ex soldados y suboficiales de procedencia campesina. Al principio, la guerrilla fue un instrumento necesario y suficiente. La contrarrevolución no había logrado aún rehacerse, unirse y armarse, y podía lucharse contra ella con pequeños destacamentos autónomos. Este tipo de lucha exigía abnegación, iniciativa, independencia. Pero, cuanto más fue ampliándose el escenario de la guerra, tanto más necesaria se hacía la organización y la disciplina. El filo negativo de los hábitos guerrilleros se volvió contra la revolución. No fue nada fácil transformar los destacamentos guerrilleros en regimientos, integrar los regimientos en divisiones, subordinar los comandantes de división a los jefes de ejército y de frente. La realización de esta tarea no siempre pudo efectuarse sin víctimas. La indignación contra el centralismo burocrático de la Rusia zarista marco profundamente a la revolución. Regiones, provincias, distritos, ciudades, realizaban en la aspiración a ser independientes y a demostrarlo. En el primer período la idea de ―poder local‖ tomó características extremadamente caóticas. En los SR de izquierda y anarquistas iba unida al doctrinarismo reaccionario federalista; en las masas era la reacción inevitable, y saludable en sus motivaciones, contra la asfixia de toda iniciativa por el viejo régimen. No obstante, a partir del momento en que la unión de los contrarrevolucionarios se consolidó y aumentaron los peligros exteriores, las tendencias autonomistas primitivas en el terreno político y, más aún, en el militar se fueron haciendo más y más peligrosas. Sin duda alguna este problema va a representar un gran papel en Europa occidental, sobre todo en Francia, donde los prejuicios autonomistas y federalistas están más arraigados que en ninguna otra parte. Hacer triunfar el centralismo revolucionario-proletario lo antes posible es la premisa de la futura victoria sobre la burguesía.
Última edición por RioLena el Jue Abr 09, 2020 9:29 pm, editado 1 vez