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    El camino del ejército rojo - artículo de León Trotski - año 1922

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    RioLena
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    El camino del ejército rojo - artículo de León Trotski - año 1922 Empty El camino del ejército rojo - artículo de León Trotski - año 1922

    Mensaje por RioLena Jue Abr 09, 2020 9:17 pm

    El camino del ejército rojo

    Leon Trotski


    Artículo escrito para el Anuario de la Komintern, del 21 de mayo de 1922. Previamente fue publicado en el nº 8 de la revista de la Dirección principal de las escuelas militares, también en mayo de 1922

    publicado en el Foro en 3 mensajes


    Las cuestiones relacionadas con la creación de las fuerzas armadas de la revolución tienen extraordinaria significación para los partidos comunistas de todos los países. La falta de atención y, con mayor razón, la actitud negativa respecto a dichas cuestiones, encubierta bajo una fraseología humanista-pacifista, son verdaderamente criminales. Argumentos como que toda violencia es un mal, incluida la violencia revolucionaria, y por consiguiente los comunistas no deben glorificar la lucha revolucionaria y el ejército revolucionario, implican una filosofía digna de los cuáqueros, evangelistas y solteronas del Ejército de Salvación. Autorizar semejante propaganda en el Partido Comunista es como permitir la propaganda Tolstoiana entre la guarnición de una fortaleza asediada.

    Quien se propone unos fines debe aceptar los medios. Y el medio que conduce a la liberación de los trabajadores es la violencia revolucionaria. Una vez tomado el poder, la violencia revolucionaria toma la forma de ejército organizado. El heroísmo del joven proletario que muere en la primera barricada de la revolución no se distingue en nada del heroísmo del soldado rojo que muere en uno de los frentes de la revolución, dueña ya del Estado. Sólo los tontos sentimentales pueden pensar que al proletariado de los países capitalistas le amenaza el peligro de una exageración del papel de la violencia revolucionaria, y de una excesiva inclinación por los métodos terroristas revolucionarios. Todo lo contrario: lo que falta al proletariado, precisamente, es la suficiente comprensión de la importancia del papel liberador de la violencia revolucionaria. Por eso sigue esclavo hasta hoy.

    La propaganda pacifista en la clase obrera no sirve más que para ablandar la voluntad del proletariado, y hace el juego de la violencia contrarrevolucionaria, armada hasta los dientes. Hasta la revolución, nuestro partido tenía su propia organización militar, cuyo objetivo era doble: hacer propaganda revolucionaria en las tropas y preparar las bases en el seno del ejército con vistas al golpe de Estado. Como la efervescencia revolucionaria se extendió a todo el ejército, el papel específicamente organizador de las células bolcheviques en unidades militares pasó un tanto desapercibido. Sin embargo, fue muy importante porque hizo posible la selección de elementos decididos, aunque poco numerosos, que en las horas más críticas de la revolución se revelaron de gran eficacia. En el momento del golpe de Octubre actuaron como comandantes, comisarios, etc. Más tarde hemos encontrado a muchos de ellos haciendo de organizadores de la Guardia roja y del Ejército Rojo.

    La revolución emergió directamente de la guerra, y una de sus principales consignas era poner fin a la guerra, que había engendrado el cansancio y la repulsa contra ella. Pero la misma revolución generó nuevos peligros bélicos, que fueron acentuándose cada vez más. De ahí la extrema debilidad exterior de la revolución en el primer período. Su indefensión casi total se puso de relieve durante las conversaciones de Brest-Litovsk. No se quería combatir, considerando que la guerra era cosa del pasado: los campesinos se lanzaron por la tierra, los obreros crearon sus organizaciones y tomaron la industria en sus manos.
    De ahí salió la colosal experiencia pacifista de la época de Brest-Litovsk. La república soviética declaró que no podía firmar el tratado opresivo, pero que tampoco combatiría, y decretó la disolución del ejército. Fue un paso muy arriesgado, pero derivado de la situación. Los alemanes reanudaron la ofensiva, y esto fue el inicio de un cambio profundo en la conciencia de las masas: comenzaron a comprender que había que defenderse con las armas en la mano. Por otra parte, nuestra declaración pacifista introdujo un fermento de descomposición en el ejército de los Hohenzollern.

    De modo que la ofensiva del general Hoffmann nos ayudo a emprender seriamente la organización del Ejercito Rojo. Sin embargo, no nos decidimos en los primeros tiempos a recurrir al reclutamiento obligatorio: no era posible, ni política ni organizacionalmente, movilizar a los campesinos recién desmovilizados. Hubo que organizar el ejército sobre el principio del voluntariado. Junto con la juventud obrera, plena de abnegación, en sus filas entraron elementos vagabundos, vacilantes, cuya calidad dejaba a menudo que desear. Fenómeno natural, puesto que tales elementos eran muy numerosos en aquel período. Así, creados en el momento de la disgregación espontánea de los antiguos regimientos, los nuevos resultaron inestables y poco seguros. Esta realidad quedó evidenciada ante amigos y enemigos a raíz del motín de las tropas checoslovacas en la región del Volga, provocado por los SR, y otros Blancos. La capacidad de resistencia de nuestras unidades fue insignificante: durante el verano de 1918 una ciudad tras otra cayeron en manos de los checoslovacos y de los rusos contrarrevolucionarios unidos a ellos. Su centro era Samara. Se apoderaron de Simbirsk y Kazán. Desde el Volga se preparaba el ataque a Moscú.

    En este momento (agosto de 1918) la República soviética hace esfuerzos extraordinarios para desarrollar y fortalecer el ejército. Se recurre, por primera vez, al método de movilizar masivamente a los comunistas. Se crea un aparato centralizado de dirección política y de educación para las tropas del frente del Volga. Junto con esto se intenta, en Moscú y en la región del Volga, la movilización obligatoria de varias quintas de obreros y campesinos. Pequeños destacamentos de comunistas aseguran esta movilización. En las provincias de la región del Volga se instaura un régimen severo, en correspondencia con la dimensión y la agudeza del peligro. Y al mismo tiempo los grupos comunistas, yendo de aldea en aldea, realizan una agitación intensa, tanto oral como impresa. Tras las primeras vacilaciones, la movilización toma amplias proporciones y complementa la severa lucha que se lleva contra los desertores y contra los grupos sociales que alimentan e inspiran la deserción: los Kulaks, los restos de la vieja burocracia y, parcialmente, el clero. Se envía a las nuevas unidades obreros-comunistas de Petrogrado, Moscú, Ivanovo-Vosnesensk, etc.

    A los comisarios se les reconoce en las unidades, por primera vez, la significación de jefes revolucionarios y representantes directos del poder soviético. Los tribunales revolucionarios, con el ejemplo de unas cuantas sentencias, previenen que la patria socialista, en peligro mortal, exige de todos y cada uno obediencia incondicional. Con la combinación de estas medidas de agitación, organización y represión pudo realizarse, en pocas semanas, el viraje que hacía falta. De una masa vacilante, inestable, atomizada, se creó un verdadero ejército. Los nuestros tomaron Kazán el 10 de septiembre de 1918; al día siguiente reconquistaron Simbirsk. Este momento representa una fecha memorable en la historia del Ejército Rojo. De pronto se tenía la sensación de pisar terreno firme. Ya no eran los primeros ensayos impotentes; ahora podíamos y sabíamos combatir y vencer. El aparato militar administrativo fue construido durante ese período en todo el país, en colaboración estrecha con los soviets locales, provinciales y regionales. El territorio de la República -de gran extensión todavía, pese a las zonas ocupadas por el enemigo- fue dividido en regiones, cada una de las cuales incluía varias provincias. Así se logró la necesaria centralización de la administración.

    Las dificultades políticas y organizacionales eran enormes. El giro psicológico - de la destrucción del viejo ejército a la creación del nuevo- no pudo lograrse más que al precio de constantes conflictos y roces internos. En el viejo ejército se habían creado comités electos de soldados, y mandos electos, que de hecho estaban subordinados a los comités. Evidentemente, esta medida no tenía un carácter militar sino político revolucionario. Desde el punto de vista del mando de las fuerzas en el combate, y de su preparación para el combate, era inadmisible, monstruosa, suicida. No había posibilidad alguna de dirigir las fuerzas a través de comités elegidos, y de jefes elegidos, sometidos a los comités y susceptibles de ser cambiados en cualquier momento. Pero el propósito del ejército no era combatir. Había realizado en su seno la revolución social, expulsando al cuerpo de oficiales burgueses y terratenientes y creando órganos de autogestión revolucionaria: los soviets de diputados soldados. Estas medidas político organizacionales eran justas y necesarias desde el punto de vista de la descomposición del viejo ejército.

    Pero de ellas no emergió directamente un nuevo ejército capaz de combatir. Los regimientos zaristas, pasando por la kerensquiada, se disgregaron después de Octubre y terminaron por desaparecer. Los intentos de trasladar automáticamente nuestros anteriores procedimientos organizacionales a la construcción del Ejército Rojo amenazaban con socavarlo desde el primer momento. La electividad de los jefes en las tropas zaristas equivalía a depurarlas de los posibles agentes de la restauración. Pero el sistema electivo no podía, en manera alguna, proporcionar al ejército revolucionario un elenco de mandos competentes, idóneos y con autoridad. El Ejército Rojo se construyó desde arriba, según los principios de la dictadura de la clase obrera. El cuerpo de mando fue seleccionado y comprobado por los órganos del poder soviético y del Partido Comunista. La elección de los jefes por las propias fuerzas, formadas de jóvenes campesinos recién movilizados y de escasa preparación política, tenía que transformarse inevitablemente en un juego de azar, y de hecho dio lugar no pocas veces a que se crearan condiciones favorables para los manejos de algunos intrigantes y aventureros. De la misma manera, el ejército revolucionario -en tanto que ejército de acción y no arena de propaganda- era incompatible con el régimen de comités electos, el cual no podía por menos que destruir la dirección centralizada, dejando que cada unidad decidiese si estaba de acuerdo con la ofensiva o con la defensiva. Los [SR] de izquierda llevaron hasta el absurdo este pseudo-democratismo caótico, cuando se dirigieron a ciertas unidades militares llamándolas a decidir si respetaban las condiciones del armisticio con los alemanes o pasaban a la ofensiva. Al proceder así los SR de izquierda no se proponían otra cosa que sublevar al ejército contra el poder soviético que lo había creado.

    Dejado a sí mismo, el campesinado no es capaz de crear un ejército centralizado. No va más allá de los destacamentos guerrilleros locales, cuya ―democracia‖ primitiva encubre frecuentemente la dictadura personal de los atamanes. Estas tendencias guerrilleristas, reflejo del espontaneísmo campesino en la revolución, encontraron su expresión más consumada en los SR de izquierda y en los anarquistas, pero incluyeron también una parte considerable de los comunistas, sobre todo entre los ex soldados y suboficiales de procedencia campesina. Al principio, la guerrilla fue un instrumento necesario y suficiente. La contrarrevolución no había logrado aún rehacerse, unirse y armarse, y podía lucharse contra ella con pequeños destacamentos autónomos. Este tipo de lucha exigía abnegación, iniciativa, independencia. Pero, cuanto más fue ampliándose el escenario de la guerra, tanto más necesaria se hacía la organización y la disciplina. El filo negativo de los hábitos guerrilleros se volvió contra la revolución. No fue nada fácil transformar los destacamentos guerrilleros en regimientos, integrar los regimientos en divisiones, subordinar los comandantes de división a los jefes de ejército y de frente. La realización de esta tarea no siempre pudo efectuarse sin víctimas. La indignación contra el centralismo burocrático de la Rusia zarista marco profundamente a la revolución. Regiones, provincias, distritos, ciudades, realizaban en la aspiración a ser independientes y a demostrarlo. En el primer período la idea de ―poder local‖ tomó características extremadamente caóticas. En los SR de izquierda y anarquistas iba unida al doctrinarismo reaccionario federalista; en las masas era la reacción inevitable, y saludable en sus motivaciones, contra la asfixia de toda iniciativa por el viejo régimen. No obstante, a partir del momento en que la unión de los contrarrevolucionarios se consolidó y aumentaron los peligros exteriores, las tendencias autonomistas primitivas en el terreno político y, más aún, en el militar se fueron haciendo más y más peligrosas. Sin duda alguna este problema va a representar un gran papel en Europa occidental, sobre todo en Francia, donde los prejuicios autonomistas y federalistas están más arraigados que en ninguna otra parte. Hacer triunfar el centralismo revolucionario-proletario lo antes posible es la premisa de la futura victoria sobre la burguesía.







    Última edición por RioLena el Jue Abr 09, 2020 9:29 pm, editado 1 vez
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    El camino del ejército rojo - artículo de León Trotski - año 1922 Empty Re: El camino del ejército rojo - artículo de León Trotski - año 1922

    Mensaje por RioLena Jue Abr 09, 2020 9:26 pm

    El año 1918 y gran parte de 1919 transcurren en una lucha incesante y encarnizada por la creación de un ejército centralizado, disciplinado, aprovisionado y dirigido por un centro único. En el terreno militar esta lucha refleja, sólo que en forma más acusada, el proceso que se originaba en todos los dominios de la construcción de la República soviética. La elección y la creación de un personal de mando presentaban una serie de enormes dificultades. A nuestra disposición estaban los restos del antiguo cuerpo de oficiales, gran parte de los oficiales del tiempo de guerra y, por último, los jefes que la revolución misma había promovido en su primera etapa, la de las guerrillas. Entre los antiguos oficiales, los que permanecieron de nuestro lado fueron por una parte los hombres de convicción que comprendían o sentían el carácter de la nueva época; por otra, los funcionarios rutinarios, desprovistos de iniciativa y a los que les faltaba valor para seguir a los Blancos; y, por fin, los muchos contrarrevolucionarios activos tomados de sorpresa.

    Desde los primeros pasos de la construcción, el problema de los antiguos oficiales del ejército zarista se había planteado en forma aguda. Como representantes de su profesión, portadores de la rutina militar, nos eran indispensables y sin ellos habríamos estado obligados a comenzar desde cero. Es dudoso que en tales circunstancias el enemigo nos hubiera dado la posibilidad de alcanzar solos el nivel necesario. Sin reclutar representantes del antiguo cuerpo de oficiales no podíamos construir un organismo militar centralizado ni un ejército. En consecuencia, se los incorporó a la fuerza armada, no en su condición de agentes de las antiguas clases dirigentes, sino como subordinados de la nueva clase revolucionaria. Muchos de ellos, es cierto, nos traicionaron y se pasaron al enemigo; pero, aunque participaron en los levantamientos, en el fondo su espíritu de resistencia de clase estaba roto. Sin embargo, el odio que inspiraban a las tropas continuaba vivo y representó una de las fuentes del espíritu guerrillero, ya que en los cuadros de una pequeña unidad local no había necesidad de militares calificados. Fue necesario al mismo tiempo quebrar la resistencia de los elementos contrarrevolucionarios del antiguo cuerpo de oficiales, y garantizar, paso a paso, a los elementos leales la posibilidad de incorporarse a las filas del Ejército Rojo.

    Las tendencias opositoras de ―izquierda, en los hechos las de la intelligentsia campesina, trataban de hallar una fórmula teórica que expresara su manera de concebir el ejército. Según ella, el ejército centralizado era el ejército del Estado imperialista. Conforme a su carácter, la revolución debía hacer la cruz no sólo a la guerra de posiciones, sino también al ejército centralizado. La revolución se ha construido por entero sobre la movilidad, el ataque audaz y la facultad de maniobras. Su fuerza de combate reside en la pequeña unidad independiente que combina todas las armas y no está ligada a una base, que se apoya en la simpatía de la población y puede atacar libremente las retaguardias del enemigo, etc. En una palabra, la táctica de la ―pequeña guerra era proclamada la táctica de la revolución. La terrible prueba de la guerra civil dio muy pronto un desmentido a esos prejuicios. Las ventajas que una organización y una estrategia centralizadas representan con relación a la improvisación en el lugar, al separatismo y al federalismo militar se demostraron tan rápidamente y de manera tan clara, que hoy en día los principios fundamentales para la construcción del Ejército Rojo están fuera de discusión. La institución de los comisarios desempeñó un papel principal en la creación del aparato de mando. La constituían obreros revolucionarios, comunistas y, al comienzo, también en parte SR de izquierda (hasta julio de 1918). Por lo tanto, el comando estaba en cierto modo desdoblado. El comandante se reservaba la dirección puramente militar; el trabajo de educación política se concentraba en las manos de los comisarios. Pero el comisario era sobre todo el representante directo del poder soviético en el ejército.

    Sin entorpecer el trabajo meramente militar del comandante y sin disminuir en ningún caso su autoridad, el comisario debía crear condiciones tales como para que esa autoridad no se volviera contra los intereses de la revolución. La clase obrera sacrificó a esta labor sus mejores hijos; centenares y millares de ellos murieron en sus puestos de comisarios. Otros muchos llegaron a ser luego jefes revolucionarios. Desde un comienzo nos pusimos a crear una red de escuelas militares. En los primeros tiempos reflejaron la debilidad general de nuestra organización militar. Una formación acelerada dio algunos meses después en realidad, soldados rojos mediocres en lugar de jefes. Y así como en esa época muy a menudo las masas debían entrar en combate y manejar el fusil por primera vez, así también se confiaba el mando no sólo de grupos, sino de pelotones y aun de compañías a soldados rojos que solamente habían recibido cuatro meses de instrucción. Nos hemos esforzado sinceramente por reclutar antiguos suboficiales del ejército zarista, pero se debe tener en cuenta que gran de parte ellos procedían de las capas más acomodadas del campo y de la ciudad: eran, fundamentalmente, hijos de familias campesinas de tipo kulak, con instrucción primaria. Y, al mismo tiempo, se caracterizaban por su hostilidad a los oficiales procedentes de la intelligentsia noble. De ahí la división de ese grupo: nos proporcionó numerosos comandantes y jefes destacados, cuyo exponente más brillante es Budyonny.

    La tarea más difícil es la creación de la oficialidad revolucionaria. Si el mando superior pudo formarse ya en los 3-4 primeros años de existencia del Ejército Rojo, no puede decirse lo mismo de la oficialidad subalterna. Nuestro esfuerzo principal, ahora, está encaminado a proporcionar al ejército los suficientes jefes de sección, bien formados para cumplir su función. La enseñanza militar puede felicitarse de sus éxitos. Asistimos al perfeccionamiento continuo de la instrucción y educación de la oficialidad roja. Es bien conocido el papel de la propaganda en el Ejército Rojo. La labor política -que entre nosotros precedió a cada paso en la vía de la construcción del nuevo régimen, incluida la esfera militar- planteó, la necesidad de crear un extenso aparato político en el ejército. Sus órganos fundamentales son los comisarios. Pero la prensa burguesa de Europa falsea evidentemente las cosas cuando presenta la propaganda como una especie de invención diabólica, de los bolcheviques. La propaganda desempeña un gran papel en todos los ejércitos del mundo. El aparato político de la propaganda burguesa es mucho más poderoso y está mucho mejor equipado técnicamente que el nuestro. La superioridad del nuestro reside en su contenido. Nuestra propaganda cohesiono al Ejercito Rojo y descompuso al ejercito enemigo, no mediante recursos técnicos especiales, sino mediante las ideas comunistas que nutrían el contenido de esa propaganda.

    Proclamamos a los cuatro vientos este secreto militar, sin el más mínimo temor a que nos plagien nuestros enemigos. La [i]técnica del Ejército Rojo reflejaba y refleja la situación económica general del país. En el primer período de la revolución dispusimos del material heredado de la guerra imperialista. Dentro de su género era colosal pero extremadamente caótico. Había demasiado de unas cosas y muy poco de otras. No sabíamos, además, lo que teníamos. Las administraciones principales ocultaban hábilmente lo poco que sabían. El ―poder local‖ se apoderaba de lo que encontraba en su territorio. Los jefes guerrilleros revolucionarios se abastecían con todo lo que se ponía a su alcance. Los jefes ferroviarios enviaban los vagones con municiones y trenes enteros donde no hacían falta. Así, durante el primer período tuvo lugar un espantoso despilfarro de las reservas dejadas por la guerra imperialista. Determinados destacamentos, en particular regimientos, disponían de blindados y aviones, careciendo al mismo tiempo de bayonetas y a veces de municiones. La industria militar había sido paralizada a fines de 1917 y el trabajo para restaurarla no comenzó hasta 1919, cuando estaban a punto de agotarse las antiguas reservas. En 1920 casi toda la industria trabajaba ya para la guerra. Carecíamos totalmente de reservas. Apenas salidos de la máquina, del torno, cada fusil, cada bala, cada par de botas, eran inmediatamente enviados al frente. Hubo momentos, que duraban semanas, cuando los combatientes debían contar cada bala, y un retraso del tren enviado urgentemente con municiones provocaba la retirada, a decenas de verstas del frente, de divisiones enteras.

    Pese a que la prolongación de la guerra civil acarreaba la ruina de la economía, el abastecimiento del ejército fue resolviéndose cada vez mejor, gracias, por un lado, al esfuerzo intensivo de la industria, y, por otro -fundamentalmente-, gracias a la mejor organización de la economía de guerra. En el desarrollo del Ejército Rojo ocupa un lugar especial la caballería. Sin entrar ahora en consideraciones generales sobre el futuro papel de la caballería, puede constatarse que en el pasado fueron los países atrasados los poseedores de las mejores caballerías: Rusia, Polonia, Hungría, y, antes aún, Suecia. La caballería necesita estepas, grandes espacios libres. Como es natural, se crea en el Kubán y en el Don, no en las proximidades de Petersburgo y Moscú. En la guerra civil norteamericana, los plantadores del Sur tuvieron la superioridad absoluta en esta arma. Los norteños no pudieron asimilarla, más que en la segunda mitad de la guerra. Lo mismo se repite entre nosotros. La contrarrevolución se hizo fuerte en las regiones periféricas atrasadas, y avanzando desde allí intentó acorralarnos en la zona central moscovita. Los cosacos, la caballería en general, fueron el arma principal de Denikin y Wrangel. En los primeros tiempos sus audaces incursiones nos creaban, con frecuencia, enormes dificultades. Pero esta ventaja de la contrarrevolución -ventaja del atraso- se hizo accesible a la revolución cuando ésta comprendió la significación de la caballería en una guerra de maniobra como era la guerra civil, y se planteó crear su caballería costase lo que costase.

    La consigna del Ejército Rojo en 1919 era: ―¡Proletarios, a caballo!‖ En unos cuantos meses nuestra caballería comenzó a medirse con la del enemigo y después se apoderó totalmente de la iniciativa.
    La cohesión del ejército y su fe en sí mismo fueron fortaleciéndose continuamente. Al principio, sólo la reducidísima capa de proletarios abnegados procedió conscientemente a la creación de las fuerzas armadas de la República soviética. Durante aquel dificilísimo período inicial esta labor recayó sobre sus espaldas. La actitud del campesinado vacilaba constantemente. Regimientos campesinos enteros -verdad es que sin preparación alguna, ni política ni técnica- se rendían, a veces, sin combatir, y cuando los Blancos los alineaban bajo sus banderas se pasaban de nuevo a nuestras filas. A veces la masa campesina intentaba actuar independientemente, y rehuyendo a Blancos y Rojos formaba en los bosques sus destacamentos ―verdes. Pero su dispersión e impotencia política los condenaba ineluctiblemente a la derrota. De esta manera, la interrelación entre las diversas fuerzas de clase de la revolución se reflejaba en los frentes de la guerra civil con más nitidez que en parte alguna. La masa campesina, disputada a la clase obrera por la contrarrevolución terrateniente-burguesa-intelectual, oscilaba constantemente de un lado a otro, pero a fin de cuentas apoyaba a la clase obrera. En las más atrasadas provincias, como Kursk y Voronej, donde se contaban por miles los que huían del servicio militar, la aparición en las fronteras provinciales de los generales blancos provocaba un cambio radical de actitud, y masas de desertores acudían a las filas del Ejército Rojo.

    El campesino apoyaba al obrero contra el terrateniente y el capitalista. En este hecho social se enraíza la causa más profunda de nuestras victorias. La organización del Ejército Rojo se llevó a cabo en medio del combate, y de ahí qué frecuentemente no respondía ni de lejos, a un plan establecido, e incluso resultaba de improvisaciones bastante desordenadas. Su aparato era extraordinariamente voluminoso y pesado. Cada respiro lo utilizábamos para comprimir, simplificar y afinar nuestra organización militar. Y en los dos últimos años hemos hecho, a este respecto, indudables progresos.
    En 1920, durante la lucha contra Wrangel y Polonia, el Ejército Rojo contaba 5.000.000 de hombres. Hoy día (mayo de 1922) cuenta, incluyendo la flota, cerca de millón y medio. Y la reducción continúa aunque se ha realizado, y se realiza, más lentamente de lo deseable, debido a que va paralela al mejoramiento de la calidad. La comprensión de los servicios y aparatos de retaguardia es incomparablemente más importante que la de las unidades combatientes. El ejército no se debilita, al reducirse; al contrario, se fortalece. Crece continuamente su capacidad para desarrollarse en caso de guerra. Y su fidelidad a la causa de la revolución social no ofrece dudas.


    ►Final del texto►FIN


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    El camino del ejército rojo - artículo de León Trotski - año 1922 Empty Re: El camino del ejército rojo - artículo de León Trotski - año 1922

    Mensaje por RioLena Jue Abr 09, 2020 9:29 pm

    Algunos términos empleados en el texto:

    •Propaganda Tolstoiana. Expresión que alude a la propaganda pacifista y humanista entre las tropas [N de C].

    •La organización militar de nuestro partido nació en 1905 y cumplió una función importante en el desenvolvimiento del movimiento revolucionario en el ejército. A fines de marzo de 1906 se hizo una primera tentativa de coordinar el trabajo de las células del partido en el ejército y se convocó en Moscú una conferencia de las ―Organizaciones Militares‖. Después de la detención de los participantes previstos, la conferencia se reunió en Tammerfors en el invierno de 1906. En 1917, después de la Revolución de Febrero, la Organización militar extiende su influencia, primero en Petrogrado y luego en el frente (sobre todo en el frente norte y en la flota del Báltico). El 15 de abril aparece el primer número de La verdad del Soldado, órgano central de la organización. En el Congreso de las Organizaciones Militares celebrado el 16 de julio en Petrogrado estuvieron representadas 500 unidades, con efectivos totales de 30.000 bolcheviques. La organización militar llevó a cabo directamente la preparación de la insurrección y designó de su seno camaradas destacados para el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado y a continuación para el departamento militar (Podvoiski, Mejonochin, Krilenko, Dzevaltovski, Raskolnikov, y muchos otros) [N de E R].

    •Hohenzollern. Familia imperial alemana de origen suabo [N de C].

    •Hoffman, Max (1869-1927). Militar austríaco, destacado oficial del ejército alemán, reconocido estratega militar durante la Primera Guerra Mundial. Al iniciarse las negociaciones de Brest- Litovsk, Hoffman era el comandante de los ejércitos alemanes en el Este [N de C].

    •Budyonny, Semyon M. (1883-1973). Antiguo suboficial de caballería que luego de la Revolución de Octubre tuvo un rol fundamental en la creación y dirección de la caballería roja. En 1919 era el comandante en jefe del cuerpo de caballería roja en el frente sur, formado a través de combates incesantes, primero contra Krasnov y después contra Denikin. Los combates del cuerpo de ejército de caballería de Budyonny ante Voronej, en octubre de 1919, tuvieron una importancia considerable en el desarrollo de las operaciones contra los generales de caballería blanca de Mamontov y Chkuro, en el frente sur [N de C].



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