¿Cómo dar vida a una militancia colectiva?
web Nuevo Curso - Izquierda comunista española - enero 2019
Es muy significativo que uno de nuestros textos más traducidos a otros idiomas sea un artículo sobre la naturaleza colectiva del trabajo militante (*). Muchos lectores nos piden más concreción. ¿Cuáles son las claves para que un grupo de discusión o un grupo de militantes pueda cuajar en su trabajo?
1. Fundamentos
La relación contradictoria, dialéctica, que nuestra especie establece con la Naturaleza de la que es parte, se materializa como una relación dialéctica entre trabajo y conocimiento. Esta relación se ha resuelto históricamente en progreso cuando a través del ascenso, colapso y superación de los modos de producción, ha culminado en un desarrollo material de las fuerzas productivas que permiten a la especie resolver en distintos niveles su propia supervivencia.
Esa dialéctica está en el corazón de lo que nos configura como parte de cualquier sociedad o comunidad. Intuitivamente todos entendemos que una pertenencia real, sana, no mística ni mistificada, existe cuando los miembros sienten al mismo tiempo que aprenden y que aportan en un marco de trabajos y tareas colectivo. Por eso el sentimiento de pertenencia en el movimiento de clase no es una «identidad» construida alrededor de la adhesión a un dogma y un relato de los orígenes de los linajes. Cuando se toma ese camino el resultado se aboca a la parodia: el dogma acaba trocado en oportunismo y el relato histórico en sectarismo.
Lo esencial de la consciencia de clase es su carácter desalienante y eso debe verse con aun más claridad en cualquier organización centrada en su desarrollo. Como parte de un grupo de militantes el objetivo de cuanto hacemos es aprender y aportar, pero no aportar como hormiguitas inconscientes, sino aportar a lo que aprendemos y aprender de lo aportamos. Tanto las tareas como el aprendizaje militante y por tanto cada aporte por importante o pequeño que sea, solo existe como parte del hacer colectivo, del mismo modo que el trabajo, como fuerza transformadora de la Naturaleza -y de la Humanidad que es parte de ella- solo existe socialmente.
La consciencia de ese carácter colectivo, derivado de la naturaleza social del trabajo, es lo que vence la atomización que cada día es empujada con más fuerza por la precarización general. Un grupo en el que los miembros desfallecen porque se sienten solos, es un grupo que no está entendiendo o sabiendo articular el carácter colectivo y desalienante de la actividad militante.
Como la clase de la que somos parte, cualquier grupo militante tiene dos dimensiones: una comunitaria y una comunista. La primera ha existido en todas las clases trabajadoras explotadas, es la expresión en forma de solidaridad de su resistencia a la explotación y el carácter colectivo de su situación social. Por eso mira a los miembros como fines en sí mismos. La segunda es exclusiva del proletariado, la clase trabajadora moderna, la primera que puede aspirar al comunismo. Esa perspectiva comunista se expresa como futuro operando ya en el presente, en tanto que consciencia de clase… pero también como moral. Lo comunitario y lo comunista en la clase son parte pues de la contradicción dialéctica que la define: ser al tiempo clase explotada y revolucionaria. Esa contracción que en la lucha de clases se resuelve a través del desarrollo del partido como elemento dinámico de la consciencia, en las organizaciones militantes se resuelve entendiendo a cada miembro como un fin en sí mismo y a sus compromisos y aportes como medios, como instrumentos del fin para el que existen. Nada más lejos del discurso reaccionario, militaroide del militante como herramienta que renuncia a su voluntad y sus necesidades en pos de la organización sacralizada.
La «pertenencia» no es un fetiche sino el producto de una forma de trabajo y aprendizaje que hace que los militantes sientan al mismo tiempo que aprenden y que aportan en un marco de tareas colectivo.
2. Algunas ideas prácticas
1 La práctica común diaria y básica del movimiento comunista desde los tiempos de Cabet y Weitling es leer la prensa y compartir noticias significativas desde un punto de vista de clase. Así se integraron al trabajo de elaboración colectiva generaciones de militantes desde Marx y Engels hasta hoy. Nosotros las compartimos en un canal de Telegram, pero hay mil otras formas de hacerlo. Sirve para compartir una agenda diaria, para documentar análisis posteriores, pero sobre todo, para dar el primer paso del consumo atomizado de información a la elaboración colectiva de un marco de análisis.
De estas formas básicas de compartir se deriva ya un cierto tipo de disciplina de trabajo abierta y flexible. Cada cual comparte lo que lee cuando lo lee, según sus posibilidades de tiempo, sus horarios, las lecturas y referencias de su entorno. El compromiso de un militante no es su conversión en «soldado», tampoco una elección banal en una carta menú: es un modo de vida, un modo de entender su situación social, un esfuerzo que da sentido a los días y que cada cual hace, como decía la fórmula icariana después recogida por Marx como «capacidades», «según sus propias fuerzas».
2 El trabajo colectivo es ante todo una herramienta para la constitución de nuestra clase en sujeto político y es cada vez más urgente. Como a toda herramienta de trabajo tenemos que darle objetivos. ¿Qué hemos de ser capaces de hacer en cierto periodo de tiempo? Es fundamental elaborar esos objetivos de desarrollo de las propias capacidades colectivamente. Y una vez claros, de la misma manera común, determinar medios para llegar a ellos que, finalmente, podamos asociar a fechas. De este modo el sentido del trabajo puede estar presente en términos concretos en cada cosa que hacemos, no como una nebulosa declaración de intenciones. Las cosas que hay que hacer y cómo hacerlas, estarán claras en cada momento en una perspectiva temporal y política y cada cual podrá comprometerse según sus capacidades y fuerzas en aquello a lo que pueda aportar.
Por supuesto, los objetivos organizativos y sobre todo los medios, no pueden estar escritos en piedra. El análisis de la realidad, sus cambios, la evolución de la lucha de clases, nuestra propia evolución… mil cosas nos llevarán casi inevitablemente a revisar y repetir el proceso antes de que acaben los plazos que originalmente les dimos. No solo no importa, es que es lo que se pretende.
3 La organización debe dotarse desde el primer día de formas en las que cuidar su dimensión comunitaria: socorrer a los compañeros en necesidad o crisis, facilitar el apoyo y la solidaridad mútua. Es necesario que haya espacios y tiempos para compartir. Desde los «picnics» de los icarianos a la organización de socorros en la Revolución española, de las cajas de resistencia y las cooperativas a las redes de apoyo entre revolucionarios incluso en los peores años de la contrarrevolución, la historia del movimiento de clase nunca olvido esa dimensión. Dimensión que está, por cierto tan lejana de la concepción del individuo militante como pieza fungible, como de la idea, típicamente anarquista, del grupo militante como grupo terapéutico.
Relacionado con ésto, afirmaciones como «los principios políticos están por encima de la amistad», herederas de reacciones en principio sanas al izquierdismo, no pueden resultar más que generadoras de confusión. No entra en la cabeza que la discusión de principios se sustituya o se deje malear por los afectos personales, pero tampoco que los afectos personales estén condicionados a la comunión de posiciones. Cada cual vive inserto en un tejido comunitario que es inevitablemente también afectivo -compañeros de trabajo, familia, amigos. Condicionarlo o incluso rasgarlo en nombre de los principios políticos hace escasísimo favor a nadie, y al desarrollo de la consciencia de clase como un todo menos que a nadie. Del mismo modo, cuando hay compañeros que desfallecen o evolucionan políticamente hacia otras posiciones, no pueden sentir que eso es causa de perder la relación inter-personal bajo una losa de desconfianza y resentimiento. La coacción afectiva, un clásico de la vida organizativa y la moral izquierdista, está en las antípodas de la consciencia política.
4 De todo lo anterior queda claro que el encuentro físico regular es tan importante como el contacto y la conversación virtual permanente. Sin él siempre se nos escaparán dimensiones en la discusión y no conseguiremos hacer tangible la fraternidad en el trabajo colectivo, con lo que no saldremos nunca del estadio de grupo de conversación. Hay que compaginar tanto las reuniones de trabajo, con orden del día y objetivos, como la conversación abierta en la que se ponen en común las cosas que en las preocupaciones, el trabajo y el entorno de cada cual empiezan a despuntar.
El desarrollo de rutinas de trabajos orientadas a objetivos y la determinación colectiva de estos en un marco de relaciones que no puede olvidarse que son también comunitarias, aportan sentido y fraternidad.
(*) ¿Soledad? Los comunistas no conocemos eso.
web Nuevo Curso - Izquierda comunista española - enero 2019
Es muy significativo que uno de nuestros textos más traducidos a otros idiomas sea un artículo sobre la naturaleza colectiva del trabajo militante (*). Muchos lectores nos piden más concreción. ¿Cuáles son las claves para que un grupo de discusión o un grupo de militantes pueda cuajar en su trabajo?
1. Fundamentos
La relación contradictoria, dialéctica, que nuestra especie establece con la Naturaleza de la que es parte, se materializa como una relación dialéctica entre trabajo y conocimiento. Esta relación se ha resuelto históricamente en progreso cuando a través del ascenso, colapso y superación de los modos de producción, ha culminado en un desarrollo material de las fuerzas productivas que permiten a la especie resolver en distintos niveles su propia supervivencia.
Esa dialéctica está en el corazón de lo que nos configura como parte de cualquier sociedad o comunidad. Intuitivamente todos entendemos que una pertenencia real, sana, no mística ni mistificada, existe cuando los miembros sienten al mismo tiempo que aprenden y que aportan en un marco de trabajos y tareas colectivo. Por eso el sentimiento de pertenencia en el movimiento de clase no es una «identidad» construida alrededor de la adhesión a un dogma y un relato de los orígenes de los linajes. Cuando se toma ese camino el resultado se aboca a la parodia: el dogma acaba trocado en oportunismo y el relato histórico en sectarismo.
Lo esencial de la consciencia de clase es su carácter desalienante y eso debe verse con aun más claridad en cualquier organización centrada en su desarrollo. Como parte de un grupo de militantes el objetivo de cuanto hacemos es aprender y aportar, pero no aportar como hormiguitas inconscientes, sino aportar a lo que aprendemos y aprender de lo aportamos. Tanto las tareas como el aprendizaje militante y por tanto cada aporte por importante o pequeño que sea, solo existe como parte del hacer colectivo, del mismo modo que el trabajo, como fuerza transformadora de la Naturaleza -y de la Humanidad que es parte de ella- solo existe socialmente.
La consciencia de ese carácter colectivo, derivado de la naturaleza social del trabajo, es lo que vence la atomización que cada día es empujada con más fuerza por la precarización general. Un grupo en el que los miembros desfallecen porque se sienten solos, es un grupo que no está entendiendo o sabiendo articular el carácter colectivo y desalienante de la actividad militante.
Como la clase de la que somos parte, cualquier grupo militante tiene dos dimensiones: una comunitaria y una comunista. La primera ha existido en todas las clases trabajadoras explotadas, es la expresión en forma de solidaridad de su resistencia a la explotación y el carácter colectivo de su situación social. Por eso mira a los miembros como fines en sí mismos. La segunda es exclusiva del proletariado, la clase trabajadora moderna, la primera que puede aspirar al comunismo. Esa perspectiva comunista se expresa como futuro operando ya en el presente, en tanto que consciencia de clase… pero también como moral. Lo comunitario y lo comunista en la clase son parte pues de la contradicción dialéctica que la define: ser al tiempo clase explotada y revolucionaria. Esa contracción que en la lucha de clases se resuelve a través del desarrollo del partido como elemento dinámico de la consciencia, en las organizaciones militantes se resuelve entendiendo a cada miembro como un fin en sí mismo y a sus compromisos y aportes como medios, como instrumentos del fin para el que existen. Nada más lejos del discurso reaccionario, militaroide del militante como herramienta que renuncia a su voluntad y sus necesidades en pos de la organización sacralizada.
La «pertenencia» no es un fetiche sino el producto de una forma de trabajo y aprendizaje que hace que los militantes sientan al mismo tiempo que aprenden y que aportan en un marco de tareas colectivo.
2. Algunas ideas prácticas
1 La práctica común diaria y básica del movimiento comunista desde los tiempos de Cabet y Weitling es leer la prensa y compartir noticias significativas desde un punto de vista de clase. Así se integraron al trabajo de elaboración colectiva generaciones de militantes desde Marx y Engels hasta hoy. Nosotros las compartimos en un canal de Telegram, pero hay mil otras formas de hacerlo. Sirve para compartir una agenda diaria, para documentar análisis posteriores, pero sobre todo, para dar el primer paso del consumo atomizado de información a la elaboración colectiva de un marco de análisis.
De estas formas básicas de compartir se deriva ya un cierto tipo de disciplina de trabajo abierta y flexible. Cada cual comparte lo que lee cuando lo lee, según sus posibilidades de tiempo, sus horarios, las lecturas y referencias de su entorno. El compromiso de un militante no es su conversión en «soldado», tampoco una elección banal en una carta menú: es un modo de vida, un modo de entender su situación social, un esfuerzo que da sentido a los días y que cada cual hace, como decía la fórmula icariana después recogida por Marx como «capacidades», «según sus propias fuerzas».
2 El trabajo colectivo es ante todo una herramienta para la constitución de nuestra clase en sujeto político y es cada vez más urgente. Como a toda herramienta de trabajo tenemos que darle objetivos. ¿Qué hemos de ser capaces de hacer en cierto periodo de tiempo? Es fundamental elaborar esos objetivos de desarrollo de las propias capacidades colectivamente. Y una vez claros, de la misma manera común, determinar medios para llegar a ellos que, finalmente, podamos asociar a fechas. De este modo el sentido del trabajo puede estar presente en términos concretos en cada cosa que hacemos, no como una nebulosa declaración de intenciones. Las cosas que hay que hacer y cómo hacerlas, estarán claras en cada momento en una perspectiva temporal y política y cada cual podrá comprometerse según sus capacidades y fuerzas en aquello a lo que pueda aportar.
Por supuesto, los objetivos organizativos y sobre todo los medios, no pueden estar escritos en piedra. El análisis de la realidad, sus cambios, la evolución de la lucha de clases, nuestra propia evolución… mil cosas nos llevarán casi inevitablemente a revisar y repetir el proceso antes de que acaben los plazos que originalmente les dimos. No solo no importa, es que es lo que se pretende.
3 La organización debe dotarse desde el primer día de formas en las que cuidar su dimensión comunitaria: socorrer a los compañeros en necesidad o crisis, facilitar el apoyo y la solidaridad mútua. Es necesario que haya espacios y tiempos para compartir. Desde los «picnics» de los icarianos a la organización de socorros en la Revolución española, de las cajas de resistencia y las cooperativas a las redes de apoyo entre revolucionarios incluso en los peores años de la contrarrevolución, la historia del movimiento de clase nunca olvido esa dimensión. Dimensión que está, por cierto tan lejana de la concepción del individuo militante como pieza fungible, como de la idea, típicamente anarquista, del grupo militante como grupo terapéutico.
Relacionado con ésto, afirmaciones como «los principios políticos están por encima de la amistad», herederas de reacciones en principio sanas al izquierdismo, no pueden resultar más que generadoras de confusión. No entra en la cabeza que la discusión de principios se sustituya o se deje malear por los afectos personales, pero tampoco que los afectos personales estén condicionados a la comunión de posiciones. Cada cual vive inserto en un tejido comunitario que es inevitablemente también afectivo -compañeros de trabajo, familia, amigos. Condicionarlo o incluso rasgarlo en nombre de los principios políticos hace escasísimo favor a nadie, y al desarrollo de la consciencia de clase como un todo menos que a nadie. Del mismo modo, cuando hay compañeros que desfallecen o evolucionan políticamente hacia otras posiciones, no pueden sentir que eso es causa de perder la relación inter-personal bajo una losa de desconfianza y resentimiento. La coacción afectiva, un clásico de la vida organizativa y la moral izquierdista, está en las antípodas de la consciencia política.
4 De todo lo anterior queda claro que el encuentro físico regular es tan importante como el contacto y la conversación virtual permanente. Sin él siempre se nos escaparán dimensiones en la discusión y no conseguiremos hacer tangible la fraternidad en el trabajo colectivo, con lo que no saldremos nunca del estadio de grupo de conversación. Hay que compaginar tanto las reuniones de trabajo, con orden del día y objetivos, como la conversación abierta en la que se ponen en común las cosas que en las preocupaciones, el trabajo y el entorno de cada cual empiezan a despuntar.
El desarrollo de rutinas de trabajos orientadas a objetivos y la determinación colectiva de estos en un marco de relaciones que no puede olvidarse que son también comunitarias, aportan sentido y fraternidad.
(*) ¿Soledad? Los comunistas no conocemos eso.
Última edición por RioLena el Lun Ene 21, 2019 9:00 pm, editado 1 vez