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    La leyenda de Lenin - Paul Mattick - diciembre 1935

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Vie Feb 01, 2019 8:08 pm

    La leyenda de Lenin

    Escrito por Paul Mattick, publicado en ‘Correspondencia Consejista Internacional’, diciembre 1935 y reimprimido en Western Socialist, enero de 1946. En 1978 fue incluido en el libro Comunismo Anti-bolchevique de Paul Mattick, año 1978

    Tomado de La Bataille socialiste, año 2009

    Fuente: Kurasje Archive. Traducido por el Círculo Internacional de Comunistas Anti-bolcheviques


    Cuanto más dura y amarillenta se torna la piel del Lenin momificado, y cuanto más crece el número de visitantes al Mausoleo Lenin, más disminuye el interés por el verdadero Lenin y su significancia histórica. Cada vez más monumentos son erigidos en su memoria, cada vez se filman más películas en donde él interpreta el papel central, cada vez más libros se escriben acerca suyo, y los reposteros rusos hacen confites con sus rasgos. Y sin embargo, la marchitez de las caras en los chocolates Lenin puede compararse con la falta de claridad y de probabilidad de las historias que se cuentan sobre él. Aunque el Instituto Lenin en Moscú publique sus obras conjuntas, éstas carecen de sentido sin las fantásticas leyendas que se han formado alrededor de su nombre. Tan pronto como la gente empezó a preocuparse por los botones del cuello de la camisa de Lenin, también dejó de interesarse por conocer sus ideas.

    Todos, entonces, diseñan a su propio Lenin, y si no lo hacen a su propia imagen, en cualquier caso, según sus propios deseos. Lo que la leyenda de Napoleón es a Francia y la leyenda de Fredricus Rex es a Alemania, la leyenda de Lenin es para la nueva Rusia. Así como alguna vez la gente se negaba absolutamente a creer en la muerte de Napoleón, y así como aguardaban la resurrección de Fredricus Rex, en Rusia aun hoy existen campesinos para los cuales el nuevo “padrecito Zar” no ha muerto sino que continúa indulgiendo su insaciable apetito exigiéndoles tributo. Otros encienden lámparas eternas bajo el retrato de Lenin: para ellos es un santo, un redentor al cual rezan por ayuda.

    Millones de ojos miran a millones de estos retratos, y ven en Lenin al Moisés ruso, a San Jorge, a Ulises, a Hércules, a Dios o al Diablo. El culto a Lenin se ha convertido en una nueva religión ante la cual incluso los comunistas ateos se arrodillan con gusto: hace la vida más fácil en todo sentido. Lenin aparece ante ellos como el padre de la República Soviética, el hombre que hizo posible la victoria de la revolución, el gran líder sin el cual ellos ni siquiera existirían. Pero no sólo en Rusia y no sólo en forma de leyenda popular, sino para una gran parte de la intelligentsia marxista a lo largo del mundo, la Revolución Rusa se ha convertido en un evento mundial tan enlazado con el genio de Lenin que uno tiene la impresión de que sin él esa revolución y por lo tanto también la historia mundial podría haber tomado un curso totalmente distinto. Sin embargo, un análisis verdaderamente objetivo de la Revolución Rusa revelará lo insostenible de esa idea.

    “La afirmación de que la historia es hecha por grandes hombres parte de un punto de vista teórico totalmente infundado.” Tales son las palabras en las que el mismo Lenin se refiere a la leyenda que insiste en hacerlo responsable por los “éxitos” y por los “crímenes” de la Revolución Rusa. Él consideró como su determinante a la guerra mundial, tanto como causa directa de su estallido como por el momento en que éste tuvo lugar. Sí; sin la guerra, dice, “la revolución hubiera sido posiblemente retrasada varias décadas”. La idea de que el estallido y el curso de la Revolución Rusa dependían en gran medida de Lenin necesariamente implica una identificación completa de la revolución con la toma del poder por los Bolcheviques. Trotsky ha afirmado en este sentido que todo el crédito por el éxito de la insurrección de Octubre pertenece a Lenin; que la resolución de la insurrección fue llevada adelante por él solo contra la oposición de casi todos sus amigos del partido. Pero la toma del poder por los Bolcheviques no dio a la revolución el espíritu de Lenin; al contrario, Lenin se había adaptado tan completamente a las necesidades de la revolución que prácticamente llevó a cabo la tarea de la clase que tan ostensiblemente había combatido. Por supuesto, se afirma a menudo que con la toma del poder estatal por los Bolcheviques la originalmente revolución democrático-burguesa fue desde ese momento transformada en una revolución socialista-proletaria. ¿Pero es realmente posible que alguien crea seriamente que un solo acto político es capaz de reemplazar a toda una evolución histórica; que siete meses – desde Febrero a Octubre – fueron suficientes para formar las precondiciones económicas de una revolución socialista en un país que estaba luchando por eliminar sus trabas feudales y absolutistas para facilitar su entrada al capitalismo moderno?

    Hasta la época de la revolución, y en muy gran medida incluso hoy en día, el rol decisivo del desarrollo económico y social de Rusia fue jugado por la cuestión agraria. De los 174 millones de habitantes previos a la guerra, sólo 24 millones vivían en las ciudades. De cada 1000 personas empleadas en actividades lucrativas, 719 estaban relacionadas con la agricultura. A pesar de su enorme importancia económica, la mayoría de los campesinos todavía soportaban una existencia desdichada. La causa de su situación deplorable era la insuficiencia del suelo. El Estado, la nobleza y los grandes terratenientes se aseguraban a ellos mismos con una brutalidad asiática una exorbitante explotación de la población.

    Desde la abolición de la servidumbre (1861) la escasez de la tierra para las masas campesinas fue constantemente una cuestión alrededor de la cual giraban todas las demás cuestiones de la política doméstica rusa. Era el punto principal de todos los proyectos de reforma, que veían en ella la fuerza decisiva de la revolución que se aproximaba, que debía ser desactivada. La política financiera del régimen zarista, con sus siempre nuevas levas de impuestos indirectos, empeoraba aún más la situación de los campesinos. Los gastos para el ejército, la flota, y el aparato estatal llegaron a gigantes proporciones cuanto más grande era la parte del presupuesto estatal que iba dirigida a propósitos improductivos, que arruinaban totalmente los fundamentos económicos de la agricultura.

    “Tierra y Libertad” fue, por lo tanto, la necesaria demanda revolucionaria de los campesinos. Bajo esta consigna tuvo lugar una serie de levantamientos campesinos que pronto, en el periodo de 1902 a 1906, tomaron una escala significante. En combinación con las huelgas de masas de los obreros que tenían lugar al mismo tiempo, produjeron una conmoción tan violenta en el corazón del zarismo que ese periodo puede ser ciertamente denominado como un “ensayo” para la revolución de 1917. La manera en que el zarismo reaccionó a estas rebeliones es ilustrada mejor que en ninguna otra parte en la expresión del por entonces vicegobernador de Tambiovsk, Bogdanovitch: “Cuanto menos arrestados, más fusilados”. Y uno de los oficiales que había tomado parte en la supresión de las insurrecciones escribió: “Alrededor nuestro, derramamiento de sangre; todo en llamas; disparamos, derribamos, apuñalamos”. Fue en este mar de sangre y llamas que nació la revolución de 1917.

    A pesar de la derrota, la presión de los campesinos continuó siendo una creciente amenaza. Llevó a las reformas de Stolypin, las cuales, sin embargo, fueron sólo gestos vacíos, que se limitaron a promesas y que en realidad no hicieron avanzar ni un paso a la cuestión agraria. Pero una vez que el pequeño dedo tuviera que ser extendido, pronto se tomaría toda la tierra. El empeoramiento de la situación campesina que vino con la guerra, la derrota del ejército zarista en el frente, las revueltas en aumento en las ciudades, la caótica política zarista en donde todo razonamiento se echó por la borda, el dilema general resultante para todas las clases de la sociedad llevó a la revolución de Febrero, que primero que nada resolvió de manera final y violenta la cuestión agraria, que había estado ardiendo durante medio siglo. Su carácter político, sin embargo, no fue impreso sobre la revolución por el movimiento campesino; este movimiento meramente le dio su gran poder. En los primeros anuncios del comité ejecutivo central de los consejos de obreros y soldados de San Petersburgo la cuestión agraria ni siquiera fue mencionada. Pero los campesinos pronto obtuvieron la atención del nuevo gobierno. Hartos de esperar por ella para tomar acción directa en la cuestión agraria, en Abril y Mayo de 1917 las decepcionadas masas campesinas empezaron a apropiarse de la tierra por ellas mismas.

    Los soldados en el frente, temerosos de no obtener su parte en la nueva distribución, abandonaron las trincheras y volvieron apresuradamente a sus pueblos. Llevaron sus armas con ellos, sin embargo, y de esta manera no ofrecieron al gobierno ninguna posibilidad de detenerlos. Todos los apelos del gobierno al sentimiento de nacionalidad y a lo sagrado de los intereses rusos no tuvieron ningún efecto sobre la urgencia de las masas para satisfacer al fin de sus propias necesidades económicas. Y aquellas necesidades eran contenidas en paz y tierra. Se decía en esos tiempos que los campesinos impelidos a permanecer en el frente, con la excusa de que si no lo hacían los alemanes ocuparían Moscú, se veían bastante sorprendidos y respondían a los emisarios del gobierno: “¿Y a nosotros qué? Somos del gobierno de Tamboff.”

    Lenin y los Bolcheviques no inventaron la consigna victoriosa “la tierra para los campesinos”; más bien, aceptaron la revolución campesina real que tenía lugar independientemente de ellos. Tomando ventaja de la actitud vacilante del régimen de Kerensky, que todavía tenía esperanzas de poder resolver la cuestión agraria por medio de discusiones pacíficas; los Bolcheviques ganaron la buena voluntad de los campesinos y de esta manera pudieron quitar de en medio al gobierno de Kerensky y tomar el poder ellos mismos. Pero esto fue posible para ellos sólo como agentes de la voluntad de los campesinos, mediante la sanción de su apropiación de la tierra, y fue sólo a través de su apoyo que los Bolcheviques fueron capaces de mantenerse en el poder.

    El slogan “la tierra para los campesinos” no tiene nada que ver con los principios comunistas. El reparto de las grandes estancias en un gran número de pequeñas granjas independientes fue una medida directamente opuesta al socialismo, y que sólo podía ser justificada como una necesidad táctica. Los cambios subsecuentes en la política hacia los campesinos por parte de Lenin y los Bolcheviques fueron incapaces de efectuar cualquier cambio en las consecuencias necesarias de esta política oportunista original. A pesar de todas las colectivizaciones, que hasta ahora se limitan en gran medida al aspecto técnico de las fuerzas productivas, la agricultura rusa es, aun hoy, básicamente determinada por intereses y motivos económicos privados. Y esto involucra la imposibilidad, también en el campo industrial, de llegar a algo más que una economía capitalista de Estado. Aun si este capitalismo de Estado apunta a transformar completamente a la población granjera en trabajadores agricultores asalariados explotables, es improbable alcanzar esta meta en vista de los nuevos choques revolucionarios vinculados a tal aventura. La presente colectivización no puede ser vista como la realización del socialismo. Esto se ve claramente cuando uno considera que los observadores de la escena rusa como Maurice Hindus creen posible que “aun si los Soviets colapsaran, la agricultura rusa permanecería colectivizada, con un control quizás más por parte de los campesinos que por parte del gobierno”. Sin embargo, aun si la política agraria Bolchevique llevara al fin deseado, incluso a un capitalismo de Estado que dominara toda la economía nacional, la situación de los obreros sería la misma que antes. Tampoco podría considerarse tal consumación como una transición al socialismo real, ya que aquellos elementos de la población ahora privilegiados por el capitalismo de Estado defenderían sus privilegios contra todo cambio exactamente igual que hicieron los propietarios privados en la revolución de 1917.

    Los obreros industriales todavía eran una muy pequeña minoría de la población, y por lo tanto incapaces de imprimir a la Revolución Rusa un carácter acorde a sus propias necesidades. Los elementos burgueses que también combatían al zarismo pronto recularon ante la naturaleza de sus propias tareas. No podían acceder a una solución revolucionaria de la cuestión agraria, ya que una expropiación general de la tierra podría muy fácilmente terminar en una expropiación de la industria. Ni los campesinos ni los obreros les seguían, y el destino de la burguesía fue decidido por la alianza temporaria entre estos últimos grupos. No fue la burguesía sino los obreros quienes llevaron la revolución burguesa a su conclusión; el lugar de los capitalistas fue ocupado por el aparato estatal Bolchevique bajo el slogan leninista «si lo único que nos queda es el capitalismo, entonces hagámoslo». Por supuesto que los obreros habían derrocado al capitalismo en las ciudades, pero sólo para convertir al aparato del partido Bolchevique en sus nuevos amos. En las ciudades industriales la lucha obrera continuó bajo demandas socialistas, aparentemente en forma independiente de la revolución campesina que tenía lugar al mismo tiempo y, sin embargo, determinada decisivamente por aquella. Las demandas revolucionarias originales de los obreros eran objetivamente incapaces de llevarse a cabo. Los obreros fueron capaces, con la ayuda de los campesinos, de ganar el poder del Estado para su partido, pero este nuevo Estado pronto tomó una posición directamente opuesta a los intereses de los obreros. Una oposición que aun hoy asume formas que hacen posible que se pueda hablar de « zarismo rojo »: supresión de huelgas, deportaciones, ejecuciones en masa, y por lo tanto el surgimiento de nuevas organizaciones ilegales que están conduciendo una revuelta comunista contra el actual «socialismo». Las recientes conferencias sobre la extensión de la democracia en Rusia, la idea de introducir una especie de parlamentarismo, la resolución del último congreso de los soviets sobre desmantelar la dictadura, todo esto es meramente una maniobra táctica diseñada para compensar los últimos actos de violencia del gobierno contra la oposición. Estas promesas no deben ser tomadas en serio, pero son un resultado de la práctica leninista, que siempre fue bien calculada para funcionar a dos puntas al mismo tiempo en interés de su propia estabilidad y seguridad. El zigzag de la política leninista viene de la necesidad de adaptarse en todo momento al cambio en las relaciones de fuerza de las clases en Rusia de tal manera que el gobierno siempre permanezca como amo de la situación. Y así hoy se acepta lo que el día anterior fue rechazado, o viceversa: la carencia de principios ha sido elevada al nivel de principio, y al partido leninista sólo le importa una cosa, el ejercicio del poder estatal a cualquier precio.

    En este punto, sin embargo, sólo estamos interesados en demostrar que la Revolución Rusa no dependía de Lenin ni de los Bolcheviques, sino que el elemento decisivo fue la revuelta de los campesinos. El mismo Zinoviev, cuando todavía estaba en el poder y al lado de Lenin, había afirmado cerca del XI Congreso del partido Bolchevique (Marzo-Abril 1921): «No fue la vanguardia proletaria de nuestra parte, sino la venida hacia nosotros del ejército, debido a nuestra exigencia de paz, lo que constituyó el factor decisivo para nuestra victoria. El ejército, sin embargo, consistía en campesinos. Si no hubiéramos sido apoyados por los millones de campesinos soldados, nuestra victoria sobre la burguesía hubiera sido imposible.» El gran interés de los campesinos en la cuestión de la tierra y su leve interés en la cuestión del gobierno permitió a los Bolcheviques conducir una lucha victoriosa por el gobierno. Los campesinos no tenían problema en dejarle el Kremlin a los Bolcheviques, siempre y cuando su propia lucha contra los terratenientes no fuera obstaculizada.

    Pero aun en las ciudades, Lenin no fue el factor decisivo en los conflictos entre capital y trabajo. Al contrario, él fue arrastrado por los obreros, que en sus demandas y en sus acciones iban mucho más lejos que los Bolcheviques. No fue Lenin quien condujo la revolución, la revolución lo condujo a él. Aunque cerca del levantamiento de Octubre Lenin restringió sus demandas anteriores y más acabadas a la del control de la producción, y deseaba detenerse en la socialización de los bancos y las instalaciones de transporte, sin la abolición general de la propiedad privada, los obreros no prestaron atención a su opinión y expropiaron a todas las empresas. Es interesante recordar que el primer decreto del gobierno Bolchevique fue dirigido contra las expropiaciones salvajes y no autorizadas de fábricas a través de los consejos obreros. Pero estos soviets todavía eran más fuertes que el aparato partidario y obligaron a Lenin a promulgar el decreto para la nacionalización de todas las empresas industriales. Fue sólo bajo la presión de los obreros que los Bolcheviques consintieron este cambio en sus propios planes. Gradualmente, a través de la extensión del poder estatal, la influencia de los soviets se debilitó, hasta el punto en que hoy no sirven para otra cosa que para propósitos decorativos.

    Durante los primeros años de la revolución, hasta la introducción de la Nueva Economía Política (1921), hubo por supuesto se llevó adelante un “experimento comunista” en Rusia. Esto no es, sin embargo, un mérito de Lenin, sino de aquellas fuerzas que lo convirtieron en un camaleón político que cambiaba de colores reaccionarios a colores revolucionarios. Los nuevos levantamientos campesinos contra los Bolcheviques primero llevaron a Lenin a una política más radical, un énfasis más fuerte en los intereses de los obreros y de los campesinos pobres que habían llegado tarde a la primera distribución de tierras. Pero entonces esta política probó ser un fracaso, pues los campesinos pobres cuyos intereses eran de esta manera preferidos se negaron a apoyar a los Bolcheviques y Lenin “se volvió otra vez hacia los campesinos medios”. En tal caso Lenin no tuvo escrúpulos en fortalecer nuevamente a los elementos capitalistas-privados, y a los antiguos aliados, que ahora se han convertido en una incomodidad, se les dispara con cañones, como fue el caso en Kronstadt.

    El poder, y nada más que el poder: a esto se reduce finalmente la sabiduría política de Lenin. El hecho de que el camino por el cual es obtenido y los medios que llevan a él, determinan a su vez la manera en que ese poder es aplicado, fue un asunto por el cual tuvo poco interés. El socialismo, para él, era en última instancia un tipo de capitalismo de Estado, a imagen del “modelo del servicio postal alemán”. Y fue este capitalismo de Estado el que él encaró a su manera, porque de hecho no había nada más que encarar. Era meramente una cuestión de quién iba a ser el beneficiario del capitalismo de Estado, y aquí Lenin no cedía la precedencia a nadie. Y así George Bernard Shaw, a su vuelta de Rusia, estuvo bastante acertado cuando, en una lectura ante la Sociedad Fabiana1 en Londres, afirmó que “el comunismo ruso no es nada más que la puesta en práctica del programa Fabiano que hemos estado predicando los últimos 40 años.”

    Sin embargo, hasta ahora nadie ha sospechado que los Fabianos contengan una fuerza revolucionaria mundial. Y Lenin es, antes que nada, aclamado como un revolucionario mundial, a pesar del hecho de que el actual gobierno ruso por el cual su “patrimonio” es administrado, proclama enfáticas desmentidas cuando la prensa publica reportes de brindis rusos por la revolución mundial. La leyenda de la significancia revolucionaria mundial de Lenin se nutre de su consistente posición internacional durante la guerra mundial. Fue bastante imposible para Lenin en ese momento concebir que una revolución en Rusia no tendría repercusiones adicionales y quedaría abandonada a sí misma.

    Habían dos razones para esta visión: primero, porque tal pensamiento estaba en contradicción con la situación objetiva resultante de la guerra mundial; y segundo, el asumió que el asalto de las naciones imperialistas contra los Bolcheviques rompería la espalda de la Revolución Rusa si el proletariado de Europa occidental no venía al rescate. El llamado de Lenin a la revolución mundial fue principalmente un llamado en apoyo del mantenimiento del poder Bolchevique. La prueba de que no era mucho más que esto es su inconstancia en esta cuestión: además de hacer sus demandas por la revolución mundial, al mismo tiempo salió a favor del “derecho de todos los pueblos oprimidos a la autodeterminación”, por su liberación nacional. Sin embargo, esta política dual de los Bolcheviques tenía su raíz en la necesidad jacobina de mantener el poder. Con ambos slogans las fuerzas de intervención de los países capitalistas en los asuntos de Rusia fueron debilitadas, ya que su atención fue desviada de esta manera a sus propios territorios y colonias. Eso significó un respiro para los Bolcheviques. Con la intención de hacerlo lo más largo posible, Lenin estableció su Internacional. Fijó para la misma dos tareas: por un lado, subordinar a los obreros de Europa occidental y América a la voluntad de Moscú; por el otro, fortalecer la influencia de Moscú en los pueblos de Asia Oriental. El trabajo en el campo internacional fue modelado siguiendo el curso de la Revolución Rusa. La meta fue combinar los intereses de los obreros y campesinos a escala mundial y el control de ellos a través de los Bolcheviques, por medio de la Internacional Comunista.

    De esta manera se aseguraba al menos el apoyo al poder estatal Bolchevique en Rusia; y en el caso de que la revolución mundial se extendiera, debía ganarse el poder sobre el mundo. Aunque el primer objetivo fue alcanzado con éxito, no pasó lo mismo con el segundo. La revolución mundial no podía hacerse a través de una imitación a escala global de la Revolución Rusa, y las limitaciones nacionales de la victoria en Rusia necesariamente hicieron de los Bolcheviques una fuerza contrarrevolucionaria en el plano internacional. De esta manera la demanda por la “revolución mundial” se convirtió en la “teoría del socialismo en un solo país”. Y esta no es una perversión del punto de vista leninista – como Trotsky, por ejemplo, afirma hoy – sino la consecuencia directa de la política mundial pseudo revolucionaria perseguida por el mismo Lenin.

    Estaba claro en ese momento, aun para muchos Bolcheviques, que la restricción de la revolución a Rusia haría de la misma Revolución Rusa un obstáculo para la revolución mundial. De esta manera, por ejemplo, Eugene Varga escribió en su libro ‘Problemas económicos de la dictadura del proletariado’, publicado por la Internacional Comunista (1921): “Existe el peligro que Rusia pueda ser excluida como la fuerza motriz de la revolución mundial… Hay comunistas en Rusia que se han cansado de esperar a la revolución europea y desean aprovechar para mejor su aislamiento nacional… Con una Rusia que miraría a la revolución social de otros países como algo que no la concerniera, los países capitalistas podrían vivir en una vecindad pacífica. Estoy lejos de creer que tal embotellamiento de la Rusia revolucionaria sería capaz de detener el progreso hacia la revolución mundial. Pero ese progreso será retardado.” Y con las hirientes crisis domésticas en Rusia en ese momento, no pasó mucho hasta que todos los comunistas, incluyendo a Varga, tuvieran el sentimiento del que Varga se queja aquí. De hecho, más temprano, aun en 1920, Lenin y Trotsky se esforzaron con ahínco en estimular las fuerzas revolucionarias de Europa. La paz a través del mundo era un requisito para asegurar la construcción del capitalismo de Estado en Rusia bajo los auspicios de los Bolcheviques. No era aconsejable perturbar esta paz, ya fuera por guerras o por nuevas revoluciones, porque en cualquier caso un país como Rusia seguramente sería arrastrado. Consecuentemente con esto, Lenin impuso, a través de la división y de la intriga, un curso neo reformista en el movimiento obrero de Europa occidental, un curso que llevó a su total disolución.

    Fue con palabras afiladas que Trotsky, con la aprobación de Lenin, se volvió hacia la insurrecta Alemania central (1921): “Debemos decir llanamente a los obreros alemanes que vemos en esta filosofía de la ofensiva al peligro más grande y en su aplicación práctica al mayor crimen político.” Y en otra situación revolucionaria, en 1923, Trotsky declaró al corresponsal del Guardian de Manchester, de nuevo con la aprobación de Lenin: “Por supuesto que estamos interesados en la victoria de las clases trabajadoras, pero no es en absoluto de nuestro interés que estalle la revolución en una Europa ensangrentada y exhausta y que el proletariado reciba de manos de la burguesía nada más que ruinas.

    Estamos interesados en el mantenimiento de la paz.” Y diez años más tarde, cuando Hitler tomó el poder, la Internacional Comunista no movió un dedo para prevenirlo. Trotsky no sólo está equivocado, sino que revela una falla en su memoria que resulta indudablemente de la pérdida de su uniforme, cuando hoy caracteriza al fracaso de Stalin en ayudar a los comunistas alemanes como una traición a los principios del leninismo. Esta traición fue constantemente practicada por Lenin, y por el mismo Trotsky. Pero de acuerdo con el aforismo de Trotsky, lo importante no es lo que hay que hacer, sino quién debe hacerlo.

    Stalin es, de hecho, el mejor discípulo de Lenin, en lo concerniente a su actitud respecto al fascismo alemán. Los Bolcheviques por supuesto no se abstuvieron de entrar en una alianza con Turquía y prestar ayuda política y económica al gobierno de ese país aun en un momento donde se estaban tomando las más brutales medidas contra los comunistas – medidas que frecuentemente eclipsaron aun las acciones de Hitler.

    En vista del hecho de que la Internacional Comunista continúa funcionando meramente como una agencia para el turismo ruso, en vista del colapso en todos los países de los movimientos comunistas controlados por Moscú, la leyenda de Lenin como un revolucionario mundial, está sin duda lo suficientemente debilitada y puede contarse con su desaparición en un futuro cercano. Y por supuesto aun hoy los que se aferran a la Internacional Comunista ya no operan desde el concepto de la revolución mundial, sino que hablan de la “Patria de los Trabajadores” de la cual sacan su entusiasmo siempre y cuando no tengan que verse forzados a vivir allí como obreros. Aquellos que continúan aclamando a Lenin como el revolucionario mundial por excelencia están de hecho excitados acerca de nada más que los sueños políticos de Lenin de poder mundial, sueños que hoy se han desvanecido completamente.

    La contradicción que existe entre la significancia histórica real de Lenin y aquella que es generalmente asociada con él es más grande y al mismo tiempo más incrustada que en el caso de cualquier otro personaje de la historia moderna. Hemos demostrado que no puede hacérsele responsable por el éxito de la Revolución Rusa, y también que su teoría y su práctica no puede, como es tan hecho a menudo, ser aclamada como de importancia revolucionaria mundial. Tampoco, a pesar de todas las afirmaciones de lo contrario, puede dársele el mérito de haber extendido o complementado el marxismo. En la obra de Thomas B. Bram titulada ‘Una aproximación filosófica al comunismo’, recientemente publicada en la Universidad de Chicago, el comunismo todavía es definido como “una síntesis de las doctrinas de Marx, Engels y Lenin.” No sólo es en este libro, sino también en general, y particularmente en la prensa de los partidos comunistas, que Lenin es puesto en tal relación con Marx y Engels. Stalin ha denominado al leninismo como “el marxismo en el periodo del imperialismo.” Tal posición, sin embargo, deriva su única justificación de una infundada sobreestimación de Lenin. Lenin no ha añadido al marxismo ningún elemento que pueda ser calificado como nuevo e independiente. La concepción filosófica de Lenin es el materialismo dialéctico desarrollado por Marx, Engels y Plejanov.

    Es a ésta que él se refiere en conexión con todos los problemas importantes: es su criterio en todo y la última corte de apelación. En su principal obra filosófica, ‘Materialismo y empiriocriticismo’, él meramente repite a Engels en trazar las oposiciones de los diferentes puntos de vista filosóficos hacia la gran contradicción primaria: Materialismo versus Idealismo. Mientras en la primera posición, la Naturaleza es lo primario y la Mente es lo secundario, la otra posición sostiene exactamente lo contrario. Esta formulación previamente conocida es documentada por Lenin con material adicional de diversos campos del conocimiento. De esta manera que no puede afirmarse que Lenin haya aportado algún enriquecimiento esencial a la dialéctica marxiana. En el campo de la filosofía, hablar de una escuela leninista es un despropósito.

    En el campo de la teoría económica, tampoco puede ameritársele a Lenin una significancia independiente. Los escritos económicos de Lenin son más marxistas que aquellos de sus contemporáneos, pero son solamente aplicaciones brillantes de las ya existentes doctrinas económicas asociadas al marxismo. Lenin no tuvo ninguna intención de ser un teórico independiente en materia de economía; para él, Marx ya había dicho todo lo fundamental en este campo. Ya que, en su mente, era imposible ir más allá de Marx, se preocupó nada más que por comprobar que los postulados marxistas estaban en concordancia con el desarrollo real. Su principal obra económica, ‘El desarrollo del capitalismo en Rusia’, es un testimonio elocuente en este sentido. Lenin nunca quiso ser más que el discípulo de Marx, y por lo tanto es sólo en leyenda que puede hablarse de una teoría del ‘leninismo’.

    Lenin quería sobre todo ser un político práctico. Sus trabajos teóricos son casi exclusivamente de naturaleza polémica. Combaten los enemigos (teóricos o no) del marxismo, el cual Lenin identifica con su propia trayectoria política y la de los Bolcheviques en general. Para el marxismo, la práctica decide la veracidad de una teoría. En cuanto al esfuerzo práctico por actualizar las doctrinas de Marx, es posible que Lenin haya prestado un gran servicio al marxismo. Sin embargo, en lo que concierne al marxismo, toda práctica es social, que puede ser modificada e influenciada por individuos sólo de manera muy limitada, nunca decisivamente. No hay duda de que la unión de teoría y práctica, del objetivo final y de las cuestiones concretas del momento, por las cuales Lenin estaba constantemente interesado, puede ser aclamada como un gran logro. Pero la medida de este logro es de nuevo el éxito que alcanza, y ese éxito, como ya hemos dicho, fue negado para Lenin. Su obra no sólo fracasó en hacer avanzar al movimiento revolucionario mundial; también fracasó en formar las precondiciones para una verdadera sociedad socialista en Rusia. El éxito (tal como fue) no lo llevó más cerca de su objetivo, sino que lo alejó del mismo.

    Las condiciones actuales en Rusia y la presente situación de los obreros a través del mundo deberían ser suficiente prueba para cualquier observador comunista que la actual política “leninista” es justamente lo opuesto de su fraseología. Y a largo plazo tal condición debe sin duda destruir la artificialmente construida leyenda de Lenin, de manera que la misma historia finalmente le dará a Lenin el lugar histórico que le corresponde.
     

      Fecha y hora actual: Dom Abr 28, 2024 4:17 pm