Comunismo y Hambre
publicado en el blog El camino de hierro en 2011
Interesantísimo artículo de José María Laso sobre el hambre bajo el comunismo, uno de los aspectos más explotados por los anticomunistas y que llega incluso hasta nuestros días como verdad indiscutible. De hecho los hay que hasta se ponen agresivos si tan siquiera te atreves a cuestionar sus tesis. Los anticomunistas son una secta peligrosa, tengan cuidado.
Distingue dos periodos puntuales en los que se sufrieron hambrunas por causas muy concretas, las cuales fueron superadas llegando incluso a consumirse más productos agrarios en la URSS que en los EEUU y Europa.
Tomado de la revista El Catoblepas, es una respuesta al artículo El comunismo genera hambre de Bernaldo de Quirós Arias.
Es un poco largo pero merece la pena. Este tipo de respuestas no son fáciles de encontrar teniendo en cuenta que incluso buena parte de los que se dicen de "izquierdas" aceptan sin dudar las tesis de la historiografía burguesa claramente enfocadas a la propaganda y con graves sesgos ideológicos, salvo honrosas excepciones.
Que lo disfruten.
publicado en el Foro en 2 mensajes
En el número 32 de la revista El Catoblepas, correspondiente al mes de octubre de 2004, se publicó el comentario titulado «El Comunismo genera hambre», del que es autor don Luis Bernaldo de Quirós Arias, y que lleva por subtítulo «De los agricultores soviéticos al judío Carlos Marx». En principio, me parece bien que el señor Bernaldo de Quirós aborde tal tema, ya que la historia soviética, a pesar de tantos libros publicados, es insuficientemente conocida en Occidente. Efectivamente, como una de las consecuencias de la Revolución Soviética, hubo dos grandes hambrunas en la URSS: la primera se produjo en la década del veinte como resultado de la guerra civil entre rojos y blancos y de la política denominada de «comunismo de guerra». Tal hambruna fue tan grave que suscitó un movimiento solidario internacional encabezado por la Comisión Nansen. Lenin puso fin a esta etapa, con la «Nueva Política Económica», y así se superó esa hambruna inicial. La segunda hambruna se produjo como consecuencia de la resistencia de los campesinos rusos individuales a la masiva colectivización de la agricultura soviética, al comienzo de los denominados Planes Quinquenales. La gravedad de la situación agrícola y alimenticia que ello originó, obligó a Stalin a realizar una autocrítica con la publicación de su artículo «La borrachera del éxito».
Sobre estos acontecimientos se han publicado innumerables libros, pero como es imposible citarlos a todos, me voy a limitar a citar a uno de los mejores especialistas en temas soviéticos, el historiador británico E. H. Carr, en su libro La Revolución Rusa de Lenin a Stalin, de 1917 a 1929, que es un breve resumen de más de media docena de extensos libros muy comentados suyos sobre el mismo tema. En el capítulo titulado «El comunismo de guerra», escribe E. H. Carr:
«La hostilidad del mundo externo fue tan sólo uno de los peligros a los que se enfrentaron los bolcheviques tras la toma del poder. En Petrogrado, la Revolución se realizó sin sangre, pero en Moscú hubo fuertes combates entre unidades bolcheviques y cadetes militares leales al Gobierno Provisional. Los partidos políticos desplazados, comenzaron a organizarse contra la autoridad de los soviéts, las comunicaciones quedaron interrumpidas por una huelga controlada por los mencheviques. Se desorganizaron los servicios administrativos, y las condiciones anárquicas fueron aprovechadas por individuos asociales para realizar motines y saqueos. Seis semanas después de la Revolución, un decreto del Gobierno creó la Comisión Extraordinaria Panrusa (Cheka) para combatir la contrarrevolución y el sabotaje; y se invitó a los soviéts locales a crear comisiones similares.
Pocos días más tarde, se creó un Tribunal revolucionario para juzgar 'a quienes organicen revueltas contra el Gobierno Obrero-Campesino, a quienes se le opongan activamente o no le obedezcan o a quienes inciten a otras personas a oponérsele o a desobedecerle'. Hasta junio de 1918, el tribunal revolucionario no dictó su primera sentencia de muerte. Pero en muchas partes del país se produjeron asesinatos indiscriminados de bolcheviques y de adversarios suyos, y la Cheka tuvo cada vez más trabajo en perseguir a los oponentes activos al régimen. En abril de 1918, fueron arrestados en Moscú varios cientos de anarquistas; en julio, la Cheka debió suprimir un intento de golpe de los socialistas revolucionarios, que asesinaron al embajador alemán, aparentemente como protesta contra el Tratado de Brest-Litovsk. Durante el verano de 1918, dos destacados dirigentes bolcheviques fueron asesinados, en Petrogrado, y Lenin fue tiroteado en Moscú. La ferocidad con la que se desarrolló la lucha durante la guerra civil, llevó la tensión a su clímax. Las atrocidades de un bando fueron igualadas por las represalias del otro. El 'terror rojo' y el 'terror blanco' pasaron a formar parte del vocabulario político.
Estas desesperadas condiciones, se reflejaban en el total desorden de la economía. Durante la guerra, la producción se había visto paralizada y distorsionada por las necesidades militares, y por la ausencia de los trabajadores industriales y agrícolas que se encontraban en el frente. La misma revolución y los estragos de la guerra civil, completaron el cuadro de la desintegración económica, social y financiera: el hambre y el frío sorprendieron a grandes sectores de la población... Los bolcheviques que tenían poco poder en el campo, habían adoptado para la agricultura el programa de los socialistas revolucionarios y proclamado la 'socialización de la tierra' y su distribución igualitaria entre quienes la cultivaban. Lo que sucedió, de hecho, es que los campesinos tomaron y distribuyeron entre ellos las fincas grandes y pequeñas, de la nobleza terrateniente, y las posesiones de los campesinos acomodados, llamados normalmente kulaks, que habían sido autorizados por las reformas de Stolipin. Ninguna de estas medidas detuvo la caída de la producción. » (E. H. Carr, La Revolución Rusa de Lenin a Stalin, Alianza Editorial, Madrid 1981. Páginas 34 y siguientes).
E. H. Carr continua su síntesis del proceso histórico soviético, precisando que:
«A comienzos de 1920, con la derrota de Denikin y Kolchak, la crisis militar quedó superada. Pero dejó paso al problema, igualmente grave, del colapso económico casi total; y parecía lógico enfrentarse a estos problemas con las mismas formas de disciplina que habían traído la victoria del Ejército Rojo en el campo de batalla... Trotsky, impresionado por los vastos problemas de la reconstrucción económica, e irritado por la resistencia sindical a sus planes, echó más leña al fuego al pedir una enérgica reorganización de los sindicatos. En este punto, Lenin no estuvo de acuerdo con Trotsky, y a todo lo largo del duro invierno, se produjo un acre debate que sólo se resolvió cuando la política del 'comunismo de guerra' fue abandonada por el Congreso del Partido en 1921... Durante la etapa del comunismo de guerra, el campesinado había retrocedido a una era de subsistencia, y no tenía incentivos para producir excedentes que las autoridades pudieran requisar. Durante el invierno de 1920-1921, tuvieron lugar en Rusia central disturbios campesinos generalizados. Pandillas de soldados desmovilizados, erraban por el campo en busca de alimentos viviendo del bandidaje. Para evitar que el resto del país muriera de hambre, era imperativo proporcionar al campesinado los incentivos que se le habían negado bajo el sistema de requisiciones impuesta por el comunismo de guerra...
Un cambio de frentes era entonces urgentemente necesario. La esencia de la nueva política elaborada durante el invierno 1920-1921, era permitir al campesinado, tras la entrega a los órganos del Estado de una proporción fija de su producción (un 'impuesto en especies'), vender el resto de la producción en el mercado. Para hacer esto posible, era necesario incitar a la industria, especialmente a la pequeña industria artesanal, a producir bienes que el campesino quisiera comprar, lo que suponía invertir el énfasis puesto durante el comunismo de guerra en la industria pesada a gran escala. Se debía permitir el renacimiento del comercio privado; en este punto se confiaba mucho en las cooperativas, una de las pocas instituciones anteriores a la revolución que conservaban cierto grado de popularidad y de vitalidad. Por último, todo eso implicaba –aunque no se advirtiera hasta algo más tarde– poner fin a la prolongada caída del rublo y establecer una moneda estable. El conjunto de medias, conocido como Nueva Política Económica (NEP) que insistía especialmente en las concesiones al campesinado, fue aprobado por el Comité Central, para su presentación por Lenin al histórico X Congreso del Partido celebrado en 1921. » (Ibidem 47 y siguientes)
Tras esta magnífica síntesis histórica de E. H. Carr, donde discierne la racionalidad de las causas que habían provocado la primera hambruna en Rusia durante el régimen soviético, y su superación, volvemos a citar al gran historiador británico para que nos explique las causas de la segunda hambruna: En su capítulo titulado «La Colectivización del Campesino», de la misma obra, se dice:
«La segunda ansiedad por la crisis del grano en la primavera de 1929 se vio velada por complacientes profesionales de fe en el futuro. Sobre la base de las siembras de primavera se predecía una buena cosecha. Los Koljozi y Sovjozi prometían un mayor rendimiento, y una mayor proporción de la cosecha podría ser comercializada. Se introdujo un nuevo procedimiento para la recaudación del grano. Se fijaron de nuevo altas cuotas para las entregas en las diferentes regiones a las agencias de recaudación. Se fijaron cuotas a los distritos y a los pueblos, y dentro de los pueblos se presionaba sobre los kulaks para que cargaran con el peso principal de la cuota. Cuando la cosecha de 1929 estuvo en marcha, desde Moscú y Leningrado y los centros provinciales, se enviaron brigadas de funcionarios y miembros del partido, obreros y sindicalistas, para que supervisaran y estimularan la recaudación. Sobre el número de personas envueltas en éstas operaciones sólo se puede hacer hipótesis. Pero el territorio era vasto y las estimaciones que oscilan entre 100.000 y 200.000 no carecen de plausibilidad. Los campesinos –no sólo los kulaks, sino cualquier campesino que pudiera ser considerado un excedente respecto a sus propias necesidades– reaccionaron frente a la campaña, con elaboradas medidas de ocultación y frenéticos esfuerzos por vender en el mercado negro.
La ocultación era un delito penal y la distinción entre 'comercio' legal y 'especulación' ilegal no estaba clara. Se aplicaron represalias con amplitud y de forma arbitraria. No cumplir la cuota era ya un delito castigable. Se multó, se condenó a prisión, o simplemente se expulsó de los pueblos a los kulaks y se produjeron escenas de violencia y brutalidad. Gracias a estos procedimientos se cumplieron las cuotas y, en ocasiones, se sobrepasaron. Pero estos resultados se obtuvieron en condiciones de abierta hostilidad entre las autoridades y los campesinos, entre la ciudad y el campo. Se decía que en ocasiones, los campesinos pobres aplaudían las medidas tomadas contra los kulaks. Pero, en general, prevaleció la solidaridad entre los campesinos, y los kulaks y los campesinos actuaron de acuerdo para frustrar recaudación. Las expectativas del partido de extender la guerra de clases al campo se vieron defraudas.
En estas condiciones poco propicias en las que se presionó insistentemente en favor de una organización colectiva de la agricultura, no ya como una perspectiva distante, sino como una solución a las dificultades del momento. Desde hacia mucho tiempo se había visto en el tractor la clave de la colectivización. En el otoño de 1927, el gran Sovjoz de Sevchenko en Ucrania, logró adquirir 70 tractores que fueron organizados en columnas de tractores para trabajar sus propios campos y los de los koljoses y propiedades campesinas de los alrededores. El ejemplo fue imitado en otras partes, y en 1928 se estableció en Shevchenko la primera estación de tractores, con un parque de tractores que podían ser alquilados por los Koljozi de la región. En junio de 1929, se creó en Moscú una oficina central, el Traaktorssentr, para organizar y controlar una red estatal de estaciones de tractores. Los prejuicios campesinos contra la innovación y quizás también contra el grado de intervención estatal que ésta implicaba, eran difíciles de superar. Los tractores eran denunciados en ocasiones como obra del Anticristo. Sin embargo, el éxito del experimento parece haberse visto limitado principalmente por el suministro de tractores; en el otoño de 1929, tan sólo se disponía en toda la URSS de 35.000, en su mayor parte de fabricación norteamericana. Allí donde llegó el tractor fue un poderoso agente de la colectivización... Un problema intensamente debatido en los círculos del partido era la cuestión de qué hacer con el kulak o con el campesino etiquetado por las autoridades, es decir, con el campesino que cultivaba normalmente las parcelas mejores y más extensas del pueblo, estaba mejor equipado de animales y máquinas, producía y retenía los mayores excedentes de grano y ofrecía la más fuerte resistencia a la política soviética. Incluyendo la política de colectivización... A lo largo del verano y del otoño de 1929, la campaña en el centro a favor de una creciente colectivización subió en intensidad. Pero incluso los más entusiastas promotores seguían aceptando dos premisas. La primera era, que con independencia de la presión que pudieran ejercer las autoridades locales sobre el campesinado, la colectivización será voluntaria. La segunda, era que, con independencia de la urgencia de la operación, ésta tardaría algunos años en completarse. Al final del año, los dirigentes habían prescindido de ambas premisas, y estaban repentinamente decididos a dar el paso decisivo hacia una colectivización inmediata y forzosa de la agricultura soviética en su conjunto. Al parecer, el cambio decisivo se vio impulsado por dos factores: el primero fue un clima de desesperación provocado por la pesadilla anual de la recaudación del grano; además de ofrecerse la perspectiva de una mayor producción, los Koljozi podían ser obligados más fácilmente que los campesinos individuales a entregar su grano a las agencias oficiales. El segundo, fue un clima de regocijo inspirado por los éxitos de la industrialización y por las perspectivas del Plan Quinquenal. La agricultura era, sobre todo, una forma de industria. Si el forzar el ritmo de la industrialización, había satisfecho las esperanzas, incluso de los más optimistas, sería falta de fe rechazar las expectativas de un ritmo forzado de la colectivización. La cualidad que se requería para tomar la posición por asalto era una impávida resolución.
Stalin, como era usual en él, no quiso entrar en la discusión hasta que la cuestión quedó clarificada a través del debate y estuvo maduro para tomar una decisión. Entre abril y noviembre de 1929 permaneció silencioso. Después publicó en Pravda, el acostumbrado artículo sobre el aniversario de la revolución, bajo el título «El año del gran avance». Tras cantar los triunfos de la Revolución y el desarrollo de la industria pesada, Stalin se ocupaba de la agricultura, que había logrado un avance fundamental desde la pequeña economía individual y retrasada, hasta la agricultura colectiva en gran escala. El campesino medio, afirmaba, ha entrado en los koljozi. Apenas se mencionaba a los kulaks. Con respecto al futuro, Stalin señalaba: «Si el desarrollo de los Koljozi y Sovjozi se lleva a cabo a un ritmo acelerado, no hay lugar a duda que en tres años, más o menos, nuestro país se convertirá en un gran productor de grano, si no en el mayor del mundo. El artículo contenía una visión del futuro y un análisis del presente, pero no llamaba a una acción inmediata. Considerando su carácter de declaración celebratoria, era contenida y cauta. El partido seguía detenido al borde de una decisión que tardaba en tomar. En la sesión del Comité Central del partido, que tuvo lugar pocos días más tarde, el tono fue ya mucho más tajante. Reparó la omisión de su artículo, refiriéndose a «una ofensiva masiva de los campesinos pobres y medios contra el kulak». De los diversos oradores que trataron de forzar el ritmo de la colectivización, Mólotov fue el más intransigente.
Rechazó la estimación del plan quinquenal que preveía modestamente la colectivización del 20% del área sembrada en el periodo de cinco años, como una proyección a plazo demasiado largo. La mayoría de las regiones deberían estar totalmente colectivizadas para 1931. Se denunció al kulak «como un enemigo imbatido» al que no se debía permitir ingresar en los koljoses. Pero ninguno de los discursos se publicó hasta que la colectivización estuviera ya en marcha, de forma que su tono de creciente apremio no llegó a ser conocido por el partido ni por el público. Las resoluciones adoptadas al final de la sesión, eran menos precisas que en la fecha de la intervención de Mólotov, reflejando quizá el escepticismo de algunos miembros del Comité, pero llamaban «a una ofensiva decisiva contra el kulak, conteniendo y cortando de raíz los intentos de los kulaks de penetrar en los koljoses».
La resolución del 5 de enero, fue la decisión clave en el proceso de colectivización. En ella se proclamaba la sustitución de la gran producción de los kulaks, por la producción del Gran Koljos y la liquidación de los kulaks en cuanto clase. La colectivización de las principales regiones productoras de grano –el bajo y el medio Volga y el Cáucaso– debería haberse completado, en lo fundamental, en la primavera de 1931. Se tendría que acelerar el suministro de tractores y maquinaria, pero esto no debería considerarse una condición para la colectivización.
Lo que sucedió en el campo, en el invierno de 1929-1930, vino determinado no tanto por el texto de las resoluciones como por el carácter de la operación que se montó para llevarla a la práctica. Durante el invierno, fueron asignados al trabajo permanente en áreas rurales 25.000 obreros industriales seleccionados. Estos eran únicamente el núcleo de un gran ejército de militantes del partido, funcionarios, expertos agrícolas, tractoristas y hombres del Ejército Rojo, dispersados por todo el campo para conducir a los campesinos a los nuevos koljoses. Se prestó considerable atención a la organización; fueron de uso frecuente términos militares, como «brigada», «cuartel general» y «alto mando». Todos los involucrados recibieron elaboradas instrucciones y, en algunos lugares, se establecieron cursos de instrucción para los campesinos. Pero pocos de los responsables tenían alguna experiencia del campo o de la vida y la mentalidad campesina. La intención programada de no aplicar la compulsión a los campesinos pobres y medios se frustró pronto. Desde el momento en que no se podía mostrar ninguna piedad hacia el kulak, al que se trataba como a un enemigo del régimen, cualquier campesino que se resistiera a la colectivización podía ser etiquetado de kulak o quedar sujeto, por ser carne y uña con los kulaks, a la misma sanción que ellos. Decenas de millares de kulaks fueron expulsados de sus propiedades y viviendas y abandonados a su suerte o deportados a regiones remotas, sus animales, máquinas y herramientas transferidos al koljós. Pocos campesinos de cualquier categoría, se integraron voluntariamente en los Koljozi. Los campesinos se oponían, sobre todo, a las exigencias de entregar sus animales: muchos prefirieron matarlos antes que entregarlos. A lo largo de toda esta campaña, la divisoria entre persuasión y compulsión fue muy fina.
La extendida confusión resultante de estas actuaciones y los esporádicos disturbios entre los campesinos, amenazaban las siembras de primavera y asustaron las autoridades. Un artículo de Stalin, publicado el 2 de marzo de 1930, bajo el título de «Los éxitos se nos suben a la cabeza», llamó a poner alto a las nuevas colectivizaciones. La presión disminuyó y durante la primavera dejaron los Koljozi a muchos campesinos a los que se había obligado a entrar en ellos. Se volvió a tolerar la retención de pequeñas propiedades individuales. No obstante, a mediados de 1931, dos tercios de las propiedades de las principales regiones productoras de grano habían sido incorporadas a los koljoses y los restantes las seguirían en los pocos años siguientes.
Pero los costos completos de la transformación no tardarían en hacerse evidentes. La producción había quedado desorganizada. Los productores más eficientes habían resultado expulsados. Aunque el suministro de tractores y maquinaria aumentaba lentamente, los koljoses no estaban todavía ocupados para llenar el hueco. Lo más eficiente eran las recaudaciones de grano; de los koljoses se obtuvo una recaudación de cosecha mayor de las que se había obtenido de los campesinos individuales. Los campesinos comenzaron a pasar hambre. Se sacrificó un número cada vez mayor de animales porque ya no se les podía alimentar. Las cosechas de 1931 y 1932 coronaron la calamidad. Se siguió recaudando grano, incluso de forma implacable en las zonas más afectadas; y durante el invierno siguiente, las regiones que habían sido más ricas productoras de grano fueron presa de una hambruna peor que ninguna de las experimentadas once años antes, tras la guerra civil. No puede calcularse el número de muertos por hambre; las estimaciones varían entre uno y cinco millones.
Esta es la segunda gran hambruna que se produjo después de la toma del poder por los bolcheviques y que, en honor a la verdad, debe reconocerse plenamente. Hemos realizado esta amplia cita de los análisis de los textos del gran historiador británico Edward Hallet Carr, porque proporciona la necesaria racionalidad a la explicación del proceso de transformación de la agricultura soviética. Sin embargo, conviene completar el análisis del profesor Carr, con lo que fue la conclusión de su capítulo «La colectivización del campesino».
En esa conclusión, H. E. Carr, dice:
«La Colectivización, completó la revolución agraria, que había comenzado en 1917, con la toma por los campesinos de las fincas de los terratenientes, pero que había dejado incambiados los antiguos métodos de cultivo y modos de vivir campesinos. La etapa final, a diferencia de la primera, no debió nada a la revuelta espontánea de los campesinos. Stalin la calificó correctamente de «revolución desde arriba», pero añadió de forma errónea, que había estado «apoyada desde abajo». Durante los doce años anteriores, la agricultura había permanecido como un enclave casi independiente dentro de la economía; había funcionado dentro de sus propias pautas y resistido todos los intentos desde fuera por cambiarla. Esta fue la esencia de la NEP, un compromiso histórico que no duró. Una vez que una poderosa autoridad central en Moscú tomó en sus manos la planificación y reorganización de la economía emprendió el camino de la industrialización, una vez que se hizo evidente el fracaso de la agricultura bajo el régimen existente para satisfacer las necesidades de la población urbana y fabril en rápida expansión, se produjo lógicamente la ruptura. La batalla se libró, por ambas partes, con gran tenacidad y dureza.
La ambición de los planificadores era aplicar a la agricultura los dos grandes principios de la industrialización y la modernización. Los Sovjozi se conciben como fábricas mecanizadas de grano. La masa de los campesinos sería organizada en Koljozi constituidos según el mismo modelo. Pero las extravagantes esperanzas de asegurar un suministro de tractores y otras maquinarias, suficiente para hacer viable en términos prácticos al proyecto, se vieron defraudadas. El partido nunca había tenido una firme implantación en el campo. Ni los dirigentes que tomaban las decisiones en Moscú, ni el ejército de miembros y simpatizantes del partido que marchaban al campo a ponerlas en práctica, tenían ninguna impresión de la mentalidad campesina, o ninguna simpatía por las antiguas tradiciones y supersticiones que constituían el núcleo de la resistencia campesina. La incomprensión mutua era total. El campesino veía en los emisarios de Moscú como a invasores que habían venido a destruir no sólo su querido modo de vida, sino a restablecer las condiciones de esclavitud de las que se habían liberado en la primera etapa de la Revolución. La fuerza estaba del lado de las autoridades y se aplicaba brutal y despiadadamente. El campesino –no sólo el kulak– era víctima de lo que consideraba una abierta agresión. Lo que había sido planeado como una gran realización, terminó en una de las grandes tragedias que dejaron una mancha en la historia soviética. El cultivador de la tierra había sido colectivizado. Pero a la agricultura soviética le costaría muchos años recuperarse del desastre que conllevó el proceso. Hasta los últimos treinta años, la producción de grano no volvería a los niveles alcanzados antes de que comenzara la colectivización forzosa, y la caída del número de animales persistiría aún por más tiempo. » (E. H. Carr, «La colectivización del campesino», capítulo 16, del libro La Revolución Rusa de Lenin a Stalin: 1917-1929, Alianza Editorial. Páginas 185 a 209).
Aunque la colectivización de la agricultura fue una decisión adoptada por el Partido Bolchevique en su conjunto, no cabe duda de que en ello influyó mucho la opinión de Stalin. El máximo dirigente soviético era un gran admirador de los zares «Iván el Terrible» y Pedro el Grande. Ambos eran famosos, en la moderna Historia de Rusia, por haber introducido la civilización utilizando métodos bárbaros. Stalin llevó a cabo la misma tarea, pues, sin duda, fue bárbara la colectivización de la agricultura soviética dentro de un marco general que pretendía realizar la modernización del país soviético por medio de la industrialización generada por los planes quinquenales. Ello cambió la estructura social del país, elevando considerablemente la población urbana en detrimento de la rural. El aumento de tal población urbana requería, para ser debidamente alimentada, introducir cambios revolucionarios en los métodos agrarios. No cabe duda de que Stalin era consciente de la urgencia con la que debía desarrollarse tal tarea. Así lo dejó bien claro en un discurso que pronunció en 1931 en una reunión de cuadros industriales celebrada en el Kremlin. No tengo aquí el texto escrito a mano, por lo que voy a citar de memoria tal texto: Stalin comenzó sosteniendo que Rusia había sido vencida siempre. Primero, por los khanes mongoles de la «Horda Dorada», también por los «panis» polacos y por los aristócratas suecos. Igualmente por los «junkers» prusianos. Sin embargo, seguramente por el ascenso de los nazis al poder y por sus planes expansionistas contra los pueblos eslavos, Stalin argumentó que Rusia no podía consentir en ser de nuevo vencida.
Tal derrota podía suponer la desaparición de la URSS como Estado, y del propio pueblo ruso. En conclusión, Stalin manifestó que «cien años separaban a la URSS de los países más avanzados, y que tal retraso debía ser recuperado en diez años si la URSS quería sobrevivir. Los hechos dieron la razón a Stalin, ya que las nuevas industrias creadas por los planes quinquenales en las regiones de los Urales y Siberia fueron decisivas para lograr derrotar a los ejércitos nazis. En esta conclusión, coincidieron dos antistalinistas tan notorios como Gorbachov y Schevernaze, cuando en sendos discursos conmemorativos de la victoria de los ejércitos soviéticos contra los nazis reconocieron que a tal resultado contribuyó no sólo el sacrificio del pueblo soviético sino la dirección de Stalin, ya que a la victoria contribuyó mucho «la férrea voluntad de Stalin y su capacidad militar».
En esa misma dirección, se ha orientado ahora el historiador ruso Zinoviev que dando una gran viraje a su tradicional antisovietismo y antiestalinismo, sostiene actualmente, no sólo una valoración positiva de la URSS sino una todavía superior de Stalin. En una entrevista a Zinoviev, publicada en la revista El Viejo Topo, Zinoviev exalta a Stalin «como un dirigente político excepcional, al que en gran parte debemos el habernos librado de la ocupación y el terror nazi».
Estos nuevos datos e interpretaciones sobre los planes quinquenales de industrialización soviéticos, permiten situar en su debida perspectiva histórica los altos costos humanos y económicos de los procesos de colectivización de la agricultura rusa.
El desarrollo posterior de la economía soviética, incluyendo el de su agricultura
Los nuevos planes quinquenales soviéticos, permitieron la reconstrucción de la economía soviética que había experimentado graves retrocesos como consecuencia de la invasión nazi y de sus criminales destrucciones. Tal normalización de la actividad productiva y económica soviética, permitió a la URSS convertirse en la segunda gran potencia mundial, e incluso en la primera en algunas de sus ramas, como la cosmonáutica. La utilización de los rayos láser y la cirugía óptica e incluso haber situado en vanguardia en la investigación de la energía de fusión nuclear mediante el modelo del Tomavak que ahora utilizan los investigadores de otros países, incluyendo a los norteamericanos. Asimismo otros logros científicos y tecnológicos que requerirían mucho espacio detallar.
Respecto al desarrollo de la agricultura soviética después de su colectivización, fue lento el proceso de su recuperación del retroceso que había experimentado como consecuencia de la resistencia de los campesinos a las reformas impuestas por las directrices del Gobierno de la URSS. Durante décadas, la productividad agrícola fue muy inferior a la industrial e incluso tuvo que ser complementada por importaciones de grano de EEUU y la República Argentina. En uno de mis viajes a la URSS, Vladimir V. Pertsov, uno de los miembros del Comité Central del PCUS, atribuía tales importaciones al hecho de que el grano soviético era utilizado para fabricar combustible con el que propulsar los cohetes cósmicos y militares soviéticos. En todo caso, el dirigente soviético Nikita Jrushov fue uno de los más preocupados por el desarrollo de la agricultura soviética, incluso cayendo en un exceso de subjetivismo voluntarista. Por ejemplo, con los ambiciosos planes de cultivo de las denominadas «Tierras Vírgenes». Tales planes fracasaron estrepitosamente como consecuencia de factores propios de la naturaleza del clima allí imperante.
No obstante hay datos interesantes sobre el progreso logrado por la agricultura soviética antes de la inesperada desintegración de la URSS. Es interesante cómo aborda este tema el economista norteamericano Lester C. Thurov, del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Según la Editorial Ariel, que ha publicado su libro El futuro del capitalismo, Lester C. Thurow, es uno de los economistas más influyentes y conocidos de los EEUU y autor de las obras Head to Head, The Zero-Sum Society, y Dangerous Currents. El profesor Thurow, es profesor de Economía y antiguo decano de la Sloan School of Management del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) reconocido experto en temas económicos y ha colaborado en Newsweek y en The New York Times.
►Fin del mensaje nº 1
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Interesantísimo artículo de José María Laso sobre el hambre bajo el comunismo, uno de los aspectos más explotados por los anticomunistas y que llega incluso hasta nuestros días como verdad indiscutible. De hecho los hay que hasta se ponen agresivos si tan siquiera te atreves a cuestionar sus tesis. Los anticomunistas son una secta peligrosa, tengan cuidado.
Distingue dos periodos puntuales en los que se sufrieron hambrunas por causas muy concretas, las cuales fueron superadas llegando incluso a consumirse más productos agrarios en la URSS que en los EEUU y Europa.
Tomado de la revista El Catoblepas, es una respuesta al artículo El comunismo genera hambre de Bernaldo de Quirós Arias.
Es un poco largo pero merece la pena. Este tipo de respuestas no son fáciles de encontrar teniendo en cuenta que incluso buena parte de los que se dicen de "izquierdas" aceptan sin dudar las tesis de la historiografía burguesa claramente enfocadas a la propaganda y con graves sesgos ideológicos, salvo honrosas excepciones.
Que lo disfruten.
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En el número 32 de la revista El Catoblepas, correspondiente al mes de octubre de 2004, se publicó el comentario titulado «El Comunismo genera hambre», del que es autor don Luis Bernaldo de Quirós Arias, y que lleva por subtítulo «De los agricultores soviéticos al judío Carlos Marx». En principio, me parece bien que el señor Bernaldo de Quirós aborde tal tema, ya que la historia soviética, a pesar de tantos libros publicados, es insuficientemente conocida en Occidente. Efectivamente, como una de las consecuencias de la Revolución Soviética, hubo dos grandes hambrunas en la URSS: la primera se produjo en la década del veinte como resultado de la guerra civil entre rojos y blancos y de la política denominada de «comunismo de guerra». Tal hambruna fue tan grave que suscitó un movimiento solidario internacional encabezado por la Comisión Nansen. Lenin puso fin a esta etapa, con la «Nueva Política Económica», y así se superó esa hambruna inicial. La segunda hambruna se produjo como consecuencia de la resistencia de los campesinos rusos individuales a la masiva colectivización de la agricultura soviética, al comienzo de los denominados Planes Quinquenales. La gravedad de la situación agrícola y alimenticia que ello originó, obligó a Stalin a realizar una autocrítica con la publicación de su artículo «La borrachera del éxito».
Sobre estos acontecimientos se han publicado innumerables libros, pero como es imposible citarlos a todos, me voy a limitar a citar a uno de los mejores especialistas en temas soviéticos, el historiador británico E. H. Carr, en su libro La Revolución Rusa de Lenin a Stalin, de 1917 a 1929, que es un breve resumen de más de media docena de extensos libros muy comentados suyos sobre el mismo tema. En el capítulo titulado «El comunismo de guerra», escribe E. H. Carr:
«La hostilidad del mundo externo fue tan sólo uno de los peligros a los que se enfrentaron los bolcheviques tras la toma del poder. En Petrogrado, la Revolución se realizó sin sangre, pero en Moscú hubo fuertes combates entre unidades bolcheviques y cadetes militares leales al Gobierno Provisional. Los partidos políticos desplazados, comenzaron a organizarse contra la autoridad de los soviéts, las comunicaciones quedaron interrumpidas por una huelga controlada por los mencheviques. Se desorganizaron los servicios administrativos, y las condiciones anárquicas fueron aprovechadas por individuos asociales para realizar motines y saqueos. Seis semanas después de la Revolución, un decreto del Gobierno creó la Comisión Extraordinaria Panrusa (Cheka) para combatir la contrarrevolución y el sabotaje; y se invitó a los soviéts locales a crear comisiones similares.
Pocos días más tarde, se creó un Tribunal revolucionario para juzgar 'a quienes organicen revueltas contra el Gobierno Obrero-Campesino, a quienes se le opongan activamente o no le obedezcan o a quienes inciten a otras personas a oponérsele o a desobedecerle'. Hasta junio de 1918, el tribunal revolucionario no dictó su primera sentencia de muerte. Pero en muchas partes del país se produjeron asesinatos indiscriminados de bolcheviques y de adversarios suyos, y la Cheka tuvo cada vez más trabajo en perseguir a los oponentes activos al régimen. En abril de 1918, fueron arrestados en Moscú varios cientos de anarquistas; en julio, la Cheka debió suprimir un intento de golpe de los socialistas revolucionarios, que asesinaron al embajador alemán, aparentemente como protesta contra el Tratado de Brest-Litovsk. Durante el verano de 1918, dos destacados dirigentes bolcheviques fueron asesinados, en Petrogrado, y Lenin fue tiroteado en Moscú. La ferocidad con la que se desarrolló la lucha durante la guerra civil, llevó la tensión a su clímax. Las atrocidades de un bando fueron igualadas por las represalias del otro. El 'terror rojo' y el 'terror blanco' pasaron a formar parte del vocabulario político.
Estas desesperadas condiciones, se reflejaban en el total desorden de la economía. Durante la guerra, la producción se había visto paralizada y distorsionada por las necesidades militares, y por la ausencia de los trabajadores industriales y agrícolas que se encontraban en el frente. La misma revolución y los estragos de la guerra civil, completaron el cuadro de la desintegración económica, social y financiera: el hambre y el frío sorprendieron a grandes sectores de la población... Los bolcheviques que tenían poco poder en el campo, habían adoptado para la agricultura el programa de los socialistas revolucionarios y proclamado la 'socialización de la tierra' y su distribución igualitaria entre quienes la cultivaban. Lo que sucedió, de hecho, es que los campesinos tomaron y distribuyeron entre ellos las fincas grandes y pequeñas, de la nobleza terrateniente, y las posesiones de los campesinos acomodados, llamados normalmente kulaks, que habían sido autorizados por las reformas de Stolipin. Ninguna de estas medidas detuvo la caída de la producción. » (E. H. Carr, La Revolución Rusa de Lenin a Stalin, Alianza Editorial, Madrid 1981. Páginas 34 y siguientes).
E. H. Carr continua su síntesis del proceso histórico soviético, precisando que:
«A comienzos de 1920, con la derrota de Denikin y Kolchak, la crisis militar quedó superada. Pero dejó paso al problema, igualmente grave, del colapso económico casi total; y parecía lógico enfrentarse a estos problemas con las mismas formas de disciplina que habían traído la victoria del Ejército Rojo en el campo de batalla... Trotsky, impresionado por los vastos problemas de la reconstrucción económica, e irritado por la resistencia sindical a sus planes, echó más leña al fuego al pedir una enérgica reorganización de los sindicatos. En este punto, Lenin no estuvo de acuerdo con Trotsky, y a todo lo largo del duro invierno, se produjo un acre debate que sólo se resolvió cuando la política del 'comunismo de guerra' fue abandonada por el Congreso del Partido en 1921... Durante la etapa del comunismo de guerra, el campesinado había retrocedido a una era de subsistencia, y no tenía incentivos para producir excedentes que las autoridades pudieran requisar. Durante el invierno de 1920-1921, tuvieron lugar en Rusia central disturbios campesinos generalizados. Pandillas de soldados desmovilizados, erraban por el campo en busca de alimentos viviendo del bandidaje. Para evitar que el resto del país muriera de hambre, era imperativo proporcionar al campesinado los incentivos que se le habían negado bajo el sistema de requisiciones impuesta por el comunismo de guerra...
Un cambio de frentes era entonces urgentemente necesario. La esencia de la nueva política elaborada durante el invierno 1920-1921, era permitir al campesinado, tras la entrega a los órganos del Estado de una proporción fija de su producción (un 'impuesto en especies'), vender el resto de la producción en el mercado. Para hacer esto posible, era necesario incitar a la industria, especialmente a la pequeña industria artesanal, a producir bienes que el campesino quisiera comprar, lo que suponía invertir el énfasis puesto durante el comunismo de guerra en la industria pesada a gran escala. Se debía permitir el renacimiento del comercio privado; en este punto se confiaba mucho en las cooperativas, una de las pocas instituciones anteriores a la revolución que conservaban cierto grado de popularidad y de vitalidad. Por último, todo eso implicaba –aunque no se advirtiera hasta algo más tarde– poner fin a la prolongada caída del rublo y establecer una moneda estable. El conjunto de medias, conocido como Nueva Política Económica (NEP) que insistía especialmente en las concesiones al campesinado, fue aprobado por el Comité Central, para su presentación por Lenin al histórico X Congreso del Partido celebrado en 1921. » (Ibidem 47 y siguientes)
Tras esta magnífica síntesis histórica de E. H. Carr, donde discierne la racionalidad de las causas que habían provocado la primera hambruna en Rusia durante el régimen soviético, y su superación, volvemos a citar al gran historiador británico para que nos explique las causas de la segunda hambruna: En su capítulo titulado «La Colectivización del Campesino», de la misma obra, se dice:
«La segunda ansiedad por la crisis del grano en la primavera de 1929 se vio velada por complacientes profesionales de fe en el futuro. Sobre la base de las siembras de primavera se predecía una buena cosecha. Los Koljozi y Sovjozi prometían un mayor rendimiento, y una mayor proporción de la cosecha podría ser comercializada. Se introdujo un nuevo procedimiento para la recaudación del grano. Se fijaron de nuevo altas cuotas para las entregas en las diferentes regiones a las agencias de recaudación. Se fijaron cuotas a los distritos y a los pueblos, y dentro de los pueblos se presionaba sobre los kulaks para que cargaran con el peso principal de la cuota. Cuando la cosecha de 1929 estuvo en marcha, desde Moscú y Leningrado y los centros provinciales, se enviaron brigadas de funcionarios y miembros del partido, obreros y sindicalistas, para que supervisaran y estimularan la recaudación. Sobre el número de personas envueltas en éstas operaciones sólo se puede hacer hipótesis. Pero el territorio era vasto y las estimaciones que oscilan entre 100.000 y 200.000 no carecen de plausibilidad. Los campesinos –no sólo los kulaks, sino cualquier campesino que pudiera ser considerado un excedente respecto a sus propias necesidades– reaccionaron frente a la campaña, con elaboradas medidas de ocultación y frenéticos esfuerzos por vender en el mercado negro.
La ocultación era un delito penal y la distinción entre 'comercio' legal y 'especulación' ilegal no estaba clara. Se aplicaron represalias con amplitud y de forma arbitraria. No cumplir la cuota era ya un delito castigable. Se multó, se condenó a prisión, o simplemente se expulsó de los pueblos a los kulaks y se produjeron escenas de violencia y brutalidad. Gracias a estos procedimientos se cumplieron las cuotas y, en ocasiones, se sobrepasaron. Pero estos resultados se obtuvieron en condiciones de abierta hostilidad entre las autoridades y los campesinos, entre la ciudad y el campo. Se decía que en ocasiones, los campesinos pobres aplaudían las medidas tomadas contra los kulaks. Pero, en general, prevaleció la solidaridad entre los campesinos, y los kulaks y los campesinos actuaron de acuerdo para frustrar recaudación. Las expectativas del partido de extender la guerra de clases al campo se vieron defraudas.
En estas condiciones poco propicias en las que se presionó insistentemente en favor de una organización colectiva de la agricultura, no ya como una perspectiva distante, sino como una solución a las dificultades del momento. Desde hacia mucho tiempo se había visto en el tractor la clave de la colectivización. En el otoño de 1927, el gran Sovjoz de Sevchenko en Ucrania, logró adquirir 70 tractores que fueron organizados en columnas de tractores para trabajar sus propios campos y los de los koljoses y propiedades campesinas de los alrededores. El ejemplo fue imitado en otras partes, y en 1928 se estableció en Shevchenko la primera estación de tractores, con un parque de tractores que podían ser alquilados por los Koljozi de la región. En junio de 1929, se creó en Moscú una oficina central, el Traaktorssentr, para organizar y controlar una red estatal de estaciones de tractores. Los prejuicios campesinos contra la innovación y quizás también contra el grado de intervención estatal que ésta implicaba, eran difíciles de superar. Los tractores eran denunciados en ocasiones como obra del Anticristo. Sin embargo, el éxito del experimento parece haberse visto limitado principalmente por el suministro de tractores; en el otoño de 1929, tan sólo se disponía en toda la URSS de 35.000, en su mayor parte de fabricación norteamericana. Allí donde llegó el tractor fue un poderoso agente de la colectivización... Un problema intensamente debatido en los círculos del partido era la cuestión de qué hacer con el kulak o con el campesino etiquetado por las autoridades, es decir, con el campesino que cultivaba normalmente las parcelas mejores y más extensas del pueblo, estaba mejor equipado de animales y máquinas, producía y retenía los mayores excedentes de grano y ofrecía la más fuerte resistencia a la política soviética. Incluyendo la política de colectivización... A lo largo del verano y del otoño de 1929, la campaña en el centro a favor de una creciente colectivización subió en intensidad. Pero incluso los más entusiastas promotores seguían aceptando dos premisas. La primera era, que con independencia de la presión que pudieran ejercer las autoridades locales sobre el campesinado, la colectivización será voluntaria. La segunda, era que, con independencia de la urgencia de la operación, ésta tardaría algunos años en completarse. Al final del año, los dirigentes habían prescindido de ambas premisas, y estaban repentinamente decididos a dar el paso decisivo hacia una colectivización inmediata y forzosa de la agricultura soviética en su conjunto. Al parecer, el cambio decisivo se vio impulsado por dos factores: el primero fue un clima de desesperación provocado por la pesadilla anual de la recaudación del grano; además de ofrecerse la perspectiva de una mayor producción, los Koljozi podían ser obligados más fácilmente que los campesinos individuales a entregar su grano a las agencias oficiales. El segundo, fue un clima de regocijo inspirado por los éxitos de la industrialización y por las perspectivas del Plan Quinquenal. La agricultura era, sobre todo, una forma de industria. Si el forzar el ritmo de la industrialización, había satisfecho las esperanzas, incluso de los más optimistas, sería falta de fe rechazar las expectativas de un ritmo forzado de la colectivización. La cualidad que se requería para tomar la posición por asalto era una impávida resolución.
Stalin, como era usual en él, no quiso entrar en la discusión hasta que la cuestión quedó clarificada a través del debate y estuvo maduro para tomar una decisión. Entre abril y noviembre de 1929 permaneció silencioso. Después publicó en Pravda, el acostumbrado artículo sobre el aniversario de la revolución, bajo el título «El año del gran avance». Tras cantar los triunfos de la Revolución y el desarrollo de la industria pesada, Stalin se ocupaba de la agricultura, que había logrado un avance fundamental desde la pequeña economía individual y retrasada, hasta la agricultura colectiva en gran escala. El campesino medio, afirmaba, ha entrado en los koljozi. Apenas se mencionaba a los kulaks. Con respecto al futuro, Stalin señalaba: «Si el desarrollo de los Koljozi y Sovjozi se lleva a cabo a un ritmo acelerado, no hay lugar a duda que en tres años, más o menos, nuestro país se convertirá en un gran productor de grano, si no en el mayor del mundo. El artículo contenía una visión del futuro y un análisis del presente, pero no llamaba a una acción inmediata. Considerando su carácter de declaración celebratoria, era contenida y cauta. El partido seguía detenido al borde de una decisión que tardaba en tomar. En la sesión del Comité Central del partido, que tuvo lugar pocos días más tarde, el tono fue ya mucho más tajante. Reparó la omisión de su artículo, refiriéndose a «una ofensiva masiva de los campesinos pobres y medios contra el kulak». De los diversos oradores que trataron de forzar el ritmo de la colectivización, Mólotov fue el más intransigente.
Rechazó la estimación del plan quinquenal que preveía modestamente la colectivización del 20% del área sembrada en el periodo de cinco años, como una proyección a plazo demasiado largo. La mayoría de las regiones deberían estar totalmente colectivizadas para 1931. Se denunció al kulak «como un enemigo imbatido» al que no se debía permitir ingresar en los koljoses. Pero ninguno de los discursos se publicó hasta que la colectivización estuviera ya en marcha, de forma que su tono de creciente apremio no llegó a ser conocido por el partido ni por el público. Las resoluciones adoptadas al final de la sesión, eran menos precisas que en la fecha de la intervención de Mólotov, reflejando quizá el escepticismo de algunos miembros del Comité, pero llamaban «a una ofensiva decisiva contra el kulak, conteniendo y cortando de raíz los intentos de los kulaks de penetrar en los koljoses».
La resolución del 5 de enero, fue la decisión clave en el proceso de colectivización. En ella se proclamaba la sustitución de la gran producción de los kulaks, por la producción del Gran Koljos y la liquidación de los kulaks en cuanto clase. La colectivización de las principales regiones productoras de grano –el bajo y el medio Volga y el Cáucaso– debería haberse completado, en lo fundamental, en la primavera de 1931. Se tendría que acelerar el suministro de tractores y maquinaria, pero esto no debería considerarse una condición para la colectivización.
Lo que sucedió en el campo, en el invierno de 1929-1930, vino determinado no tanto por el texto de las resoluciones como por el carácter de la operación que se montó para llevarla a la práctica. Durante el invierno, fueron asignados al trabajo permanente en áreas rurales 25.000 obreros industriales seleccionados. Estos eran únicamente el núcleo de un gran ejército de militantes del partido, funcionarios, expertos agrícolas, tractoristas y hombres del Ejército Rojo, dispersados por todo el campo para conducir a los campesinos a los nuevos koljoses. Se prestó considerable atención a la organización; fueron de uso frecuente términos militares, como «brigada», «cuartel general» y «alto mando». Todos los involucrados recibieron elaboradas instrucciones y, en algunos lugares, se establecieron cursos de instrucción para los campesinos. Pero pocos de los responsables tenían alguna experiencia del campo o de la vida y la mentalidad campesina. La intención programada de no aplicar la compulsión a los campesinos pobres y medios se frustró pronto. Desde el momento en que no se podía mostrar ninguna piedad hacia el kulak, al que se trataba como a un enemigo del régimen, cualquier campesino que se resistiera a la colectivización podía ser etiquetado de kulak o quedar sujeto, por ser carne y uña con los kulaks, a la misma sanción que ellos. Decenas de millares de kulaks fueron expulsados de sus propiedades y viviendas y abandonados a su suerte o deportados a regiones remotas, sus animales, máquinas y herramientas transferidos al koljós. Pocos campesinos de cualquier categoría, se integraron voluntariamente en los Koljozi. Los campesinos se oponían, sobre todo, a las exigencias de entregar sus animales: muchos prefirieron matarlos antes que entregarlos. A lo largo de toda esta campaña, la divisoria entre persuasión y compulsión fue muy fina.
La extendida confusión resultante de estas actuaciones y los esporádicos disturbios entre los campesinos, amenazaban las siembras de primavera y asustaron las autoridades. Un artículo de Stalin, publicado el 2 de marzo de 1930, bajo el título de «Los éxitos se nos suben a la cabeza», llamó a poner alto a las nuevas colectivizaciones. La presión disminuyó y durante la primavera dejaron los Koljozi a muchos campesinos a los que se había obligado a entrar en ellos. Se volvió a tolerar la retención de pequeñas propiedades individuales. No obstante, a mediados de 1931, dos tercios de las propiedades de las principales regiones productoras de grano habían sido incorporadas a los koljoses y los restantes las seguirían en los pocos años siguientes.
Pero los costos completos de la transformación no tardarían en hacerse evidentes. La producción había quedado desorganizada. Los productores más eficientes habían resultado expulsados. Aunque el suministro de tractores y maquinaria aumentaba lentamente, los koljoses no estaban todavía ocupados para llenar el hueco. Lo más eficiente eran las recaudaciones de grano; de los koljoses se obtuvo una recaudación de cosecha mayor de las que se había obtenido de los campesinos individuales. Los campesinos comenzaron a pasar hambre. Se sacrificó un número cada vez mayor de animales porque ya no se les podía alimentar. Las cosechas de 1931 y 1932 coronaron la calamidad. Se siguió recaudando grano, incluso de forma implacable en las zonas más afectadas; y durante el invierno siguiente, las regiones que habían sido más ricas productoras de grano fueron presa de una hambruna peor que ninguna de las experimentadas once años antes, tras la guerra civil. No puede calcularse el número de muertos por hambre; las estimaciones varían entre uno y cinco millones.
Esta es la segunda gran hambruna que se produjo después de la toma del poder por los bolcheviques y que, en honor a la verdad, debe reconocerse plenamente. Hemos realizado esta amplia cita de los análisis de los textos del gran historiador británico Edward Hallet Carr, porque proporciona la necesaria racionalidad a la explicación del proceso de transformación de la agricultura soviética. Sin embargo, conviene completar el análisis del profesor Carr, con lo que fue la conclusión de su capítulo «La colectivización del campesino».
En esa conclusión, H. E. Carr, dice:
«La Colectivización, completó la revolución agraria, que había comenzado en 1917, con la toma por los campesinos de las fincas de los terratenientes, pero que había dejado incambiados los antiguos métodos de cultivo y modos de vivir campesinos. La etapa final, a diferencia de la primera, no debió nada a la revuelta espontánea de los campesinos. Stalin la calificó correctamente de «revolución desde arriba», pero añadió de forma errónea, que había estado «apoyada desde abajo». Durante los doce años anteriores, la agricultura había permanecido como un enclave casi independiente dentro de la economía; había funcionado dentro de sus propias pautas y resistido todos los intentos desde fuera por cambiarla. Esta fue la esencia de la NEP, un compromiso histórico que no duró. Una vez que una poderosa autoridad central en Moscú tomó en sus manos la planificación y reorganización de la economía emprendió el camino de la industrialización, una vez que se hizo evidente el fracaso de la agricultura bajo el régimen existente para satisfacer las necesidades de la población urbana y fabril en rápida expansión, se produjo lógicamente la ruptura. La batalla se libró, por ambas partes, con gran tenacidad y dureza.
La ambición de los planificadores era aplicar a la agricultura los dos grandes principios de la industrialización y la modernización. Los Sovjozi se conciben como fábricas mecanizadas de grano. La masa de los campesinos sería organizada en Koljozi constituidos según el mismo modelo. Pero las extravagantes esperanzas de asegurar un suministro de tractores y otras maquinarias, suficiente para hacer viable en términos prácticos al proyecto, se vieron defraudadas. El partido nunca había tenido una firme implantación en el campo. Ni los dirigentes que tomaban las decisiones en Moscú, ni el ejército de miembros y simpatizantes del partido que marchaban al campo a ponerlas en práctica, tenían ninguna impresión de la mentalidad campesina, o ninguna simpatía por las antiguas tradiciones y supersticiones que constituían el núcleo de la resistencia campesina. La incomprensión mutua era total. El campesino veía en los emisarios de Moscú como a invasores que habían venido a destruir no sólo su querido modo de vida, sino a restablecer las condiciones de esclavitud de las que se habían liberado en la primera etapa de la Revolución. La fuerza estaba del lado de las autoridades y se aplicaba brutal y despiadadamente. El campesino –no sólo el kulak– era víctima de lo que consideraba una abierta agresión. Lo que había sido planeado como una gran realización, terminó en una de las grandes tragedias que dejaron una mancha en la historia soviética. El cultivador de la tierra había sido colectivizado. Pero a la agricultura soviética le costaría muchos años recuperarse del desastre que conllevó el proceso. Hasta los últimos treinta años, la producción de grano no volvería a los niveles alcanzados antes de que comenzara la colectivización forzosa, y la caída del número de animales persistiría aún por más tiempo. » (E. H. Carr, «La colectivización del campesino», capítulo 16, del libro La Revolución Rusa de Lenin a Stalin: 1917-1929, Alianza Editorial. Páginas 185 a 209).
Aunque la colectivización de la agricultura fue una decisión adoptada por el Partido Bolchevique en su conjunto, no cabe duda de que en ello influyó mucho la opinión de Stalin. El máximo dirigente soviético era un gran admirador de los zares «Iván el Terrible» y Pedro el Grande. Ambos eran famosos, en la moderna Historia de Rusia, por haber introducido la civilización utilizando métodos bárbaros. Stalin llevó a cabo la misma tarea, pues, sin duda, fue bárbara la colectivización de la agricultura soviética dentro de un marco general que pretendía realizar la modernización del país soviético por medio de la industrialización generada por los planes quinquenales. Ello cambió la estructura social del país, elevando considerablemente la población urbana en detrimento de la rural. El aumento de tal población urbana requería, para ser debidamente alimentada, introducir cambios revolucionarios en los métodos agrarios. No cabe duda de que Stalin era consciente de la urgencia con la que debía desarrollarse tal tarea. Así lo dejó bien claro en un discurso que pronunció en 1931 en una reunión de cuadros industriales celebrada en el Kremlin. No tengo aquí el texto escrito a mano, por lo que voy a citar de memoria tal texto: Stalin comenzó sosteniendo que Rusia había sido vencida siempre. Primero, por los khanes mongoles de la «Horda Dorada», también por los «panis» polacos y por los aristócratas suecos. Igualmente por los «junkers» prusianos. Sin embargo, seguramente por el ascenso de los nazis al poder y por sus planes expansionistas contra los pueblos eslavos, Stalin argumentó que Rusia no podía consentir en ser de nuevo vencida.
Tal derrota podía suponer la desaparición de la URSS como Estado, y del propio pueblo ruso. En conclusión, Stalin manifestó que «cien años separaban a la URSS de los países más avanzados, y que tal retraso debía ser recuperado en diez años si la URSS quería sobrevivir. Los hechos dieron la razón a Stalin, ya que las nuevas industrias creadas por los planes quinquenales en las regiones de los Urales y Siberia fueron decisivas para lograr derrotar a los ejércitos nazis. En esta conclusión, coincidieron dos antistalinistas tan notorios como Gorbachov y Schevernaze, cuando en sendos discursos conmemorativos de la victoria de los ejércitos soviéticos contra los nazis reconocieron que a tal resultado contribuyó no sólo el sacrificio del pueblo soviético sino la dirección de Stalin, ya que a la victoria contribuyó mucho «la férrea voluntad de Stalin y su capacidad militar».
En esa misma dirección, se ha orientado ahora el historiador ruso Zinoviev que dando una gran viraje a su tradicional antisovietismo y antiestalinismo, sostiene actualmente, no sólo una valoración positiva de la URSS sino una todavía superior de Stalin. En una entrevista a Zinoviev, publicada en la revista El Viejo Topo, Zinoviev exalta a Stalin «como un dirigente político excepcional, al que en gran parte debemos el habernos librado de la ocupación y el terror nazi».
Estos nuevos datos e interpretaciones sobre los planes quinquenales de industrialización soviéticos, permiten situar en su debida perspectiva histórica los altos costos humanos y económicos de los procesos de colectivización de la agricultura rusa.
El desarrollo posterior de la economía soviética, incluyendo el de su agricultura
Los nuevos planes quinquenales soviéticos, permitieron la reconstrucción de la economía soviética que había experimentado graves retrocesos como consecuencia de la invasión nazi y de sus criminales destrucciones. Tal normalización de la actividad productiva y económica soviética, permitió a la URSS convertirse en la segunda gran potencia mundial, e incluso en la primera en algunas de sus ramas, como la cosmonáutica. La utilización de los rayos láser y la cirugía óptica e incluso haber situado en vanguardia en la investigación de la energía de fusión nuclear mediante el modelo del Tomavak que ahora utilizan los investigadores de otros países, incluyendo a los norteamericanos. Asimismo otros logros científicos y tecnológicos que requerirían mucho espacio detallar.
Respecto al desarrollo de la agricultura soviética después de su colectivización, fue lento el proceso de su recuperación del retroceso que había experimentado como consecuencia de la resistencia de los campesinos a las reformas impuestas por las directrices del Gobierno de la URSS. Durante décadas, la productividad agrícola fue muy inferior a la industrial e incluso tuvo que ser complementada por importaciones de grano de EEUU y la República Argentina. En uno de mis viajes a la URSS, Vladimir V. Pertsov, uno de los miembros del Comité Central del PCUS, atribuía tales importaciones al hecho de que el grano soviético era utilizado para fabricar combustible con el que propulsar los cohetes cósmicos y militares soviéticos. En todo caso, el dirigente soviético Nikita Jrushov fue uno de los más preocupados por el desarrollo de la agricultura soviética, incluso cayendo en un exceso de subjetivismo voluntarista. Por ejemplo, con los ambiciosos planes de cultivo de las denominadas «Tierras Vírgenes». Tales planes fracasaron estrepitosamente como consecuencia de factores propios de la naturaleza del clima allí imperante.
No obstante hay datos interesantes sobre el progreso logrado por la agricultura soviética antes de la inesperada desintegración de la URSS. Es interesante cómo aborda este tema el economista norteamericano Lester C. Thurov, del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Según la Editorial Ariel, que ha publicado su libro El futuro del capitalismo, Lester C. Thurow, es uno de los economistas más influyentes y conocidos de los EEUU y autor de las obras Head to Head, The Zero-Sum Society, y Dangerous Currents. El profesor Thurow, es profesor de Economía y antiguo decano de la Sloan School of Management del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) reconocido experto en temas económicos y ha colaborado en Newsweek y en The New York Times.
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