Necesaria y urgente lucha contra el poder adulto
texto de Iñaki Gil de San Vicente
publicado en Rebelión en abril de 2014
—en el foro en dos mensajes—
«Se sobreentiende que aún no hay claridad teórica ni firmeza en el órgano juvenil y quizá nunca la haya, precisamente porque es un órgano de la juventud impetuosa, burbujeante, indagadora. (…) Una cosa son los adultos que confunden al proletariado, que pretenden guiar y enseñar a los demás; contra ellos hay que luchar despiadadamente. Otra cosa son las organizaciones de la juventud, que declaran de forma abierta que aún están aprendiendo, que su tarea fundamental es preparar cuadros de los partidos socialistas. A esta gente hay que ayudarla por todos los medios, encarando con la mayor paciencia sus errores, tratando de corregirlos poco a poco, sobre todo con la persuasión y no con la lucha. No pocas veces sucede que los representantes de las generaciones maduras y viejas no saben acercarse como corresponde a la juventud que, necesariamente, está obligada a aproximarse al socialismo de una manera distinta, no por el mismo camino, ni en la misma forma, ni en las mismas circunstancias en que lo han hecho sus padres. Por lo tanto, entre otras cosas, debemos estar incondicionalmente a favor de la independencia orgánica de la unión juvenil, y no sólo porque esta independencia sea temida por los oportunistas, sino por la esencia misma del asunto. Porque sin una total independencia, la juventud no podrá formar de sí misma buenos socialistas ni prepararse para llevar el socialismo hacia delante» - Lenin: La Internacional de la juventud, diciembre 1916
Necesaria y urgente lucha contra el poder adulto
Contenido:
Presentación
Breve historia del poder adulto
Surgimiento del concepto de poder adulto
Qué es el poder adulto
Cómo funciona el poder adulto
Juventud revolucionaria e izquierda adulta
1. Presentación
Asistimos a una nueva oleada de luchas y movilizaciones de la juventud. Pero también asistimos a un endurecimiento del poder adulto, y lo que es un mal presagio, vemos cómo la izquierda revolucionaria apenas dedica esfuerzo alguno a su crítica radical, a su terrible eficacia en el control, vigilancia y represión de las ansias de libertad de la juventud en general y muy especialmente de la trabajadora. Movidos por esta situación recientemente se han celebrado debates en varios lugares, como en la Universidad de Filosofía de Valencia y en la Universidad Pública de Nafarroa, ambos organizados por la juventud independentista y socialista, así como también se ha recuperado esta reflexión en otros colectivos de debate teórico y político de Euskal Herria.
Hay que decir bien claro que si comparamos el esfuerzo teórico y político de la izquierda europea actual en relación a la explotación juvenil con el realizado por esta izquierda entre finales de la década de 1960-1970, si hacemos esta comparación, la actual queda ridiculizada en extremo, sobre todo considerando que la juventud trabajadora actual se enfrenta a un ataque capitalista más devastador que el de hace medio siglo.
Y la izquierda actual sale todavía peor parada si la comparamos con la de finales del siglo XIX y comienzos del XX, sobre todo durante la explosión de creatividad crítica en lo relacionado con la llamada vida privada, familiar y matrimonial, con la emancipación sexual de la mujer y de la juventud, con la crítica inmisericorde de la familia autoritaria, con el desarrollo de una pedagogía revolucionaria, etc., entre 1917 y 1933. Recordemos que fue este año en el que el nazismo tomó el poder y endureció al máximo la represión desencadenada una década antes por el fascismo, y aseguró definitivamente el posterior exterminio franquista de todas las conquistas sociales en estas cuestiones. De hecho, la izquierda de 1960-1970 se basó en los logros de este período anterior para sustentar los suyos.
Pero pasemos de la crítica a la izquierda en general en este aspecto tan decisivo, a la crítica de la izquierda independentista vasca. En efecto, si la izquierda en general ha sufrido un retroceso alarmante en la lucha contra el poder adulto, mayor ha sido el retroceso de la izquierda abertzale en esta cuestión. Aunque la juventud vasca está recuperándose rápidamente de los duros mazazos represivos sufridos durante los últimos años, demostrando una muy encomiable capacidad de reacción, debemos reconocer que globalmente se encuentra todavía lejos de desarrollar una implacable lucha de liberación contra el poder adulto.
2. Historia del poder adulto
El poder adulto es tan viejo como el poder en sí en toda sociedad basada en la explotación, opresión y dominación necesarias para mantener la propiedad privada de las fuerzas productivas. Dado que la primera y principal fuerza productiva es el ser humano, la formación de un ser humano dócil y obediente, que se deje explotar y que, a poder ser, facilite la explotación de otros seres humanos, crear semejante chollo para la minoría propietaria, es una necesidad imperiosa. Dos son las instituciones fundamentales precapitalistas que han cargado sobre sí la mayor parte de la tarea de producir docilidad: el poder patriarcal y el poder adulto.
Aunque el grueso de la investigación del libro coordinado por Ll. deMause (Historia de la infancia, Alianza Universal, Madrid 1991), trata sobre el duro, avasallador y violento trato dado a la infancia en la civilización occidental hasta el siglo XIX, también es cierto que los diez autores que exponen sus investigaciones ofrecen suficientes datos o indicios sólidos que muestran frecuentemente el insufrible trato adulto padecido por la juventud desde que existen fuentes históricas fiables. Las investigaciones muestran que, en contra de quienes sostienen la tesis del buen comportamiento de los adultos hacia la infancia, en realidad fue un comportamiento muy estricto, cruel y hasta asesino con frecuentes casos de infanticidio. Todo indica, además, que apenas había mejora sustancial en el trato cuando se pasaba de la infancia a la adolescencia y de aquí a la juventud.
También queda establecido de manera irrefutable que «en todas partes, en todo tiempo» han sido las niñas, las adolescentes y las jóvenes las que peores tratos han sufrido en comparación con los niños, los adolescentes y los jóvenes. Ello es debido a la fusión entre el poder patriarcal y el poder adulto, fusión de poderes que debemos descomponer analíticamente en cada situación concreta para proceder luego a su síntesis. De entre los miles de ejemplos que confirman lo revelado por este libro, podemos citar el de la radical denuncia que en 1879 hizo A. Bebel (La mujer y el socialismo, Akal, Madrid 1977) contra el sistema educativo burgués no sólo porque su objetivo es producir «trabajadores tontos» a partir de una juventud sometida a la ignorancia, sino también por los continuos abusos físicos en escuelas y colegios. Abusos físicos que no han desaparecido en modo alguno.
J. L. Murga (Rebeldes a la república, Ariel, Barcelona 1979) ha estudiado «las posturas rebeldes pacíficas y violentas» de la juventud en la Antigüedad greco-romana, rebeldías que se daban incluso en los períodos de florecimiento económico porque: «bajo el barniz brillante de la riqueza y del poder, el espíritu joven intuye el dolor y la injusticia». A pesar de las represiones que sufren los jóvenes temprano o tarde renacerá la semilla rebelde: «Morirán los jóvenes contestatarios, se aplastará quizá el descabellado movimiento rebelde, pero la semilla volverá a aparecer repentinamente - trasvasada en otra religión, en una escuela filosófica o, incluso, en una mera postura republicana arcaizante- como una esperanza que rebrota cuando menos se esperaba: en los poetas, en los sabios, en los espíritus elevados».
Uno de los episodios de rebelión juvenil más implacablemente reprimido fue el movimiento báquico en la Roma republicana el siglo –II, minuciosamente investigado por J. L. Murga. M. I. Finley (El nacimiento de la política, Crítica, Barcelona 1986), también ha estudiado este movimiento juvenil, que en sí es un impresionante y terrorífico ejemplo de lo que es el poder adulto en funcionamiento: la ejecución de varios miles de jóvenes del movimiento báquico en la Roma del -186, la mayor parte de ellos pertenecientes a las clases trabajadoras; las mujeres fueron asesinadas en el escondido secretismo de sus familias. M. L. Finley muestra cómo actuó al unísono el conjunto de poderes parciales romanos hasta descubrir y matar a miles de personas en defensa del orden establecido. Roma no disponía de un aparato policial en el sentido burgués, pero su sistema represivo era muy eficiente, sobre todo contra la mujer joven vigilada en todo momento.
Comenzando sus investigaciones desde la Edad Media, R. Muchembled (Una historia de la violencia, Paidós, Barcelona 2010) desmenuza el conjunto de métodos, sistemas, amenazas, castigos y recompensas mediante los cuales los poderes burgueses en ascenso fueron aplacando, desviando, reprimiendo e integrando las múltiples formas de violencia juvenil, de resistencia pasiva o activa, material o simbólica de la juventud hasta comienzos del siglo XXI en las barriadas empobrecidas. Sin recurrir al concepto de poder adulto, el autor muestra cómo en cada época el poder presionaba a las familias campesinas, artesanas, trabajadoras y obreras para que intervinieran activamente en la represión de las complejas resistencias juveniles y de sus formas violentas. El autor explica la desaparición casi total de los asesinatos cometidos por jóvenes desde 1945, pero sostiene que crecen las formas de resistencia mediante bandas juveniles: «constituyen la forma moderna de expresión de un poderoso descontento juvenil frente al mundo de los adultos y de la sociedad establecida».
Fue en este largo período cuando se generalizó el mito del «instinto maternal», mito básico de la familia autoritaria. Entre otras muchas investigadoras, Elizabeth. Badinter (¿Existe el amor maternal?, Paidós, Barcelona 1981) ha demostrado que el tal «instinto» es una construcción ideológica de la familia burguesa en ascenso y Norma Ferro (El instinto maternal o la necesidad de un mito, Siglo XXI, Madrid 1991) ha demostrado cómo fue creado durante la génesis de la dominación social y psicológica de la mujer por el hombre. El supuesto «instinto maternal» es inculcado en las mujeres desde su nacimiento y reforzado siempre mediante toda clase de triquiñuelas, artimañas y engaños. Que no exista ese «instinto» en cuanto tal no significa que no exista amor materno-filial, sino que este debe ser evaluado desde criterios no patriarco-burgueses sino socialistas. El poder adulto utiliza el «instinto maternal» para fusionar la dominación sexo-afectiva de las jóvenes con la reproducción del capitalismo. Del mismo modo que el lenguaje machista abusa de la palabra «Amor» que «encubre un conglomerado heteróclito» según Rosa María Rodríguez Magda (Femenino fin de siglo, Anthropos, Barcelona 1994), para manipular y confundir los sentimientos sexo-afectivos.
En el contexto de resistencia juvenil reciente, lo máximo a que llega la pedagogía «progresista» en lo que concierne al papel de la institución familiar «no autoritaria» en la educación de la juventud es a los consejos que ofrecía a finales de la década de 1960 A. S. Neill (Hijos en libertad, Altaya, Madrid 1999) a los atribulados padres y madres sobre los actos de «rebeldía de la adolescencia», consejos destinados a evitar que sus hijas e hijos no cayeran en la delincuencia y en las drogas, pero en absoluto para ayudarles a que desarrollaran una conciencia crítica y solidaria, libre, suficientemente formada para que tuviesen una visión político-juvenil de sus problemas y perspectivas de vida futura. La pedagogía mostrada en este texto puede inscribirse plenamente en la muy valiosa aportación realiza en aquellos mismos años por P. Brückner («Sobre la patología de la desobediencia», Psicología política, Barral Editores, Barcelona 1971) cuando se preguntó: «¿Qué es lo que realmente pretenden nuestros esfuerzos pedagógicos y políticos: tranquilidad o libertad?».
Constatamos con alarmada tristeza la capacidad de recuperación del poder adulto para contraatacar y vencer a la emancipación revolucionaria de la juventud releyendo ahora a R. Vaneigem en su clásico texto editado en 1967, justo antes de las barricadas del mayo francés (Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, Anagrama, Barcelona 1977), cuando al final del libro reproduce un trocito de la carta de los Sans-Coulottes a la Convención, del 9 de diciembre de 1892: «¿Os reís de nosotros? No os reiréis por mucho tiempo». Pues bien, el poder adulto pudo recuperarse de los ataques de la juventud revolucionaria de 1960-1970 y terminar riéndose de ella.
Recordemos que estos tres últimos textos fueron escritos a finales de los años 60 cuando aún no se había iniciado el sistemático ataque monetarista y neoliberal contra la juventud trabajadora y popular, ataque que se iniciaría en su globalidad en 1973, aunque con significativos adelantos parciales en algunos países. La recuperación del poder adulto, la derrota de la oleada de luchas juveniles a las que se refería R. Vaneigem fue facilitada por la nueva estrategia represora del neoliberalismo, uno de cuyos objetivos centrales era y sigue siendo el de generalizar la pasividad, la indiferencia y el desinterés político de las masas explotas y de su juventud. Fue en este mismo 1973 cuando D. Sibony («De la indiferencia en materia de política», Locura y sociedad segregativa, Anagrama, Barcelona 1976) recurrió a la expresión «figura del Amo» para mostrar cómo la negación de la dialéctica entre deseo y política sólo acarrea el desinterés pasivo de las masas. Dos décadas después la figura del Amo tomaba forma en Berlusconi, presidente electo de Italia gracias al apoyo adulto y en medio de una contestación juvenil muy fuerte.
La figura del Amo, la dependencia inconsciente hacia la autoridad protectora, es tanto más fuerte y está más arraigada en lo profundo de la estructura psíquica de masas, en la medida en que estas sufren una precarización creciente de su existencia. Precariedad y fragilidad emocional van unidas. Por esto, el neoliberalismo se lanzó a fragilizar los sujetos sociales para que no pudieran oponer resistencias coherentes y estratégicas, como demostraron Julia Varela y F. Álvarez-Uría (Sujetos frágiles, FCE, México 1989). El dilema entre tranquilidad o libertad se ha agudizado con la fragilidad creciente de la vida social. Un ser social frágil optará por la tranquilidad en detrimento de la libertad. La fragilidad es inseparable de la inseguridad existencial, del miedo, de la ansiedad y de la angustia cotidiana, y es por esto que amplias franjas sociales sacrifican sus libertades para disponer de mayor seguridad policial y judicial que tranquilice su vida y expulse de ella la inseguridad y todas las formas de temor.
G. Kessler (El sentimiento de inseguridad, Siglo XXI, Argentina 2009) ha estudiado el proceso de construcción desde el poder de la inseguridad colectiva en Argentina, aunque sus tesis son de aplicación general en lo básico, descubriendo que «los jóvenes aparecen en general como el grupo más victimizado y el que menos temor expresa, mientras que con los adultos mayores sucede lo contrario». El autor sostiene que el concepto de vulnerabilidad es decisivo para comprender la inseguridad adulta, y en especial la de las mujeres jóvenes ante el riesgo de violencia sexual en cualquiera de sus formas y ante el trato que recibirán si la denuncian. Fragilidad, inseguridad y vulnerabilidad presionan fuertemente para sacrificar la libertad a favor de la dura ley tranquilizadora. En la medida en que la juventud opta por la libertad es marginalizada, perseguida y criminalizada.
La fragilidad del sujeto juvenil obrero y popular es una necesidad imperiosa de todo capitalismo y en especial del contemporáneo. O. Jones (CHAVS. La demonización de la clase obrera, Capitán Swing, Madrid 2012) ha estudiado cómo la demonización del proletariado pasa inevitablemente por el ataque a su juventud, criminalizándola y marginalizándola lo más posible, condenándola al paro y al subempleo estructural en barriadas desindustrializadas podridas por el narcocapitalismo sospechosamente introducido en masa y apenas perseguido por la policía. Y en medio de este contexto, echándola de sus zonas de vida cotidiana, de donde ha crecido y en donde se ha formado colectivamente: es decir, desarraigándola interna y externamente, condenándola al nomadismo urbano a la búsqueda de un empresario que les explote en un trabajo-basura.
El término de nomadismo urbano juvenil también es empleado por G. Standing (El precariado, Pasado&Presente, Barcelona 2013), cuando analiza quienes son los colectivos concretos que sufren con mayor daño la precarización creciente. Sostiene con razón que en primer lugar son las mujeres y en general todas las personas que de un modo u otro ven profundamente cambiadas sus condiciones de existencia cotidiana, incluidas las sexuales y afectivas, la masculinidad en el caso de los hombres. Sobre la juventud dice que si bien siempre se ha incorporado al trabajo en una situación precaria, en la actual fase capitalista la precarización y la flexibilización son mucho más largas que lo requerido para formarse en el trabajo, yendo unidas a peores condiciones salariales y sociales: «los jóvenes se resienten de la inseguridad», de la fragilidad de sus condiciones de malvivencia.
3. Surgimiento del concepto de poder adulto
Una de las primeras veces en las que se utilizó de manera no sistemática el término de «poder adulto», que nosotros sepamos, fue justo a finales de los años 90 y comienzos del siglo XXI durante unas reflexiones en sectores de la izquierda independentista vasca, siendo a finales de febrero de 2001 cuando este concepto aparece ya explícitamente teorizado en un largo texto sobre Poder adulto, prensa de ocupación e independencia juvenil a libre disposición en internet. En esta época se debatía sobre un conjunto de problemas que afectaban cada vez más a la juventud vasca, como fue el ataque a la juventud gasteiztarra analizado en el texto Gaztetxe de Gasteiz y poder adulto, de agosto de 2001, también disponible en internet.
Al final de los años 90 se endureció aún más la represión, el Estado adaptó su doctrina represiva para «movilizar a la sociedad civil», a la «ciudadanía democrática» contra la izquierda independentista, reactivando grupos fascistas; eran tiempos en los que nuevas formas de drogadicción golpeaban a la juventud a la vez que la reciente implosión de la URSS y el auge económico espurio del ladrillazo, el dinero barato y la especulación financiera parecían haber acabado definitivamente con lo «peor» del capitalismo para quedar definitivamente sólo lo supuestamente «bueno» de este sistema explotador. Todo ello en un contexto ideológico de flatuidad intelectual, de banalidad y snobismo superficiales aupados sobre las modas post, sobre la fácil palabrería post-modernista, post-marxista, post-estructuralista.
Dentro de esta coyuntura que muchos creían que era el definitivo contexto de lo que se empezaba a denominar «post-capitalismo» basado en la «economía cognitiva» e «inmaterial», parecía de locura alucinada empezar a estudiar qué era el poder adulto y qué función clave jugaba en la explotación capitalista. Conviene recordar lo que sucedió después, a comienzos del siglo XXI, con la arremetida imperialista tras el 11-S de 2001 - diseñada con anterioridad a esta fecha, no hay que olvidarlo-, con las ilegalizaciones de los movimientos y partidos abertzales, con la prolongada euforia burguesa por las sobreganancias financieras, con la victoria de Zapatero en 2004, con la hecatombe definitivamente desencadenada en 2007, etcétera.
Mientras que en sectores del independentismo vasco se debilitaba la larga y fructífera tradición del debate organizado, fuerzas revolucionarias internacionales, algunas de ellas integradas en el Movimiento Continental Bolivariano bajo la influencia de pensadores como Narciso Isa Conde y otros, recuperaron este imprescindible concepto. También fue debatido en pueblos oprimidos por el Estado español como Galiza y Països Catalans, lo que hizo que en 2010 se redactase un resumen de lo reflexionado hasta entonces, Poder adulto y emancipación juvenil disponible en internet, texto que fue la base para otro encuentro en 2014. Por fin, después de trece años ha vuelto a debatirse en Iruñea, la capital de Euskal Herria, en marzo pasado, y sólo muy recientemente un prestigioso colectivo dedicado a la investigación y debate teórico-político, y a la divulgación pedagógica de sus conclusiones, ha decidido volver sobre la actualidad del poder adulto. Algo es algo.
Era necesario este rápido repaso porque no es lo mismo hablar del poder adulto en la Euskal Herria de 1998-2001 que en la actual, y menos aún es lo mismo hacerlo en las naciones y clases explotadas ahora por la burguesía española. Los tres lustros transcurridos se caracterizan por un empeoramiento brutal, inmisericorde, de las condiciones de vida de la juventud trabajadora y popular. Siendo el mismo poder adulto en su naturaleza, algunas de sus características internas y muchas de sus formas externas se están transformando rápidamente para realizar mejor su función.
Sin embargo, como hemos dicho arriba, la mayor parte de la izquierda abertzale, su gran mayoría, no es consciente del poder real controlador y represor del poder adulto-burgués. Hoy por hoy, la izquierda abertzale apenas lucha contra este instrumento de opresión porque desconoce no solo lo que es el poder adulto en sí mismo a lo largo de la historia, sino que ni siquiera tiene conciencia de que existe como tal. Solamente colectivos y movimientos muy localizados y relativamente pequeños mantienen la lucha teórica y práctica contra partes precisas del poder adulto, como la sexualidad patriarco-burguesa y su violencia terrorista, pero apenas contra la familia autoritaria, pieza clave del poder adulto; tampoco se mantiene una lucha radical contra el sistema educativo adulto, y menos aún contra la ideología patronal que, según veremos, en el componente decisivo del cemento ideológico del poder adulto.
—continúa en el mensaje siguiente—
texto de Iñaki Gil de San Vicente
publicado en Rebelión en abril de 2014
—en el foro en dos mensajes—
«Se sobreentiende que aún no hay claridad teórica ni firmeza en el órgano juvenil y quizá nunca la haya, precisamente porque es un órgano de la juventud impetuosa, burbujeante, indagadora. (…) Una cosa son los adultos que confunden al proletariado, que pretenden guiar y enseñar a los demás; contra ellos hay que luchar despiadadamente. Otra cosa son las organizaciones de la juventud, que declaran de forma abierta que aún están aprendiendo, que su tarea fundamental es preparar cuadros de los partidos socialistas. A esta gente hay que ayudarla por todos los medios, encarando con la mayor paciencia sus errores, tratando de corregirlos poco a poco, sobre todo con la persuasión y no con la lucha. No pocas veces sucede que los representantes de las generaciones maduras y viejas no saben acercarse como corresponde a la juventud que, necesariamente, está obligada a aproximarse al socialismo de una manera distinta, no por el mismo camino, ni en la misma forma, ni en las mismas circunstancias en que lo han hecho sus padres. Por lo tanto, entre otras cosas, debemos estar incondicionalmente a favor de la independencia orgánica de la unión juvenil, y no sólo porque esta independencia sea temida por los oportunistas, sino por la esencia misma del asunto. Porque sin una total independencia, la juventud no podrá formar de sí misma buenos socialistas ni prepararse para llevar el socialismo hacia delante» - Lenin: La Internacional de la juventud, diciembre 1916
Necesaria y urgente lucha contra el poder adulto
Contenido:
Presentación
Breve historia del poder adulto
Surgimiento del concepto de poder adulto
Qué es el poder adulto
Cómo funciona el poder adulto
Juventud revolucionaria e izquierda adulta
1. Presentación
Asistimos a una nueva oleada de luchas y movilizaciones de la juventud. Pero también asistimos a un endurecimiento del poder adulto, y lo que es un mal presagio, vemos cómo la izquierda revolucionaria apenas dedica esfuerzo alguno a su crítica radical, a su terrible eficacia en el control, vigilancia y represión de las ansias de libertad de la juventud en general y muy especialmente de la trabajadora. Movidos por esta situación recientemente se han celebrado debates en varios lugares, como en la Universidad de Filosofía de Valencia y en la Universidad Pública de Nafarroa, ambos organizados por la juventud independentista y socialista, así como también se ha recuperado esta reflexión en otros colectivos de debate teórico y político de Euskal Herria.
Hay que decir bien claro que si comparamos el esfuerzo teórico y político de la izquierda europea actual en relación a la explotación juvenil con el realizado por esta izquierda entre finales de la década de 1960-1970, si hacemos esta comparación, la actual queda ridiculizada en extremo, sobre todo considerando que la juventud trabajadora actual se enfrenta a un ataque capitalista más devastador que el de hace medio siglo.
Y la izquierda actual sale todavía peor parada si la comparamos con la de finales del siglo XIX y comienzos del XX, sobre todo durante la explosión de creatividad crítica en lo relacionado con la llamada vida privada, familiar y matrimonial, con la emancipación sexual de la mujer y de la juventud, con la crítica inmisericorde de la familia autoritaria, con el desarrollo de una pedagogía revolucionaria, etc., entre 1917 y 1933. Recordemos que fue este año en el que el nazismo tomó el poder y endureció al máximo la represión desencadenada una década antes por el fascismo, y aseguró definitivamente el posterior exterminio franquista de todas las conquistas sociales en estas cuestiones. De hecho, la izquierda de 1960-1970 se basó en los logros de este período anterior para sustentar los suyos.
Pero pasemos de la crítica a la izquierda en general en este aspecto tan decisivo, a la crítica de la izquierda independentista vasca. En efecto, si la izquierda en general ha sufrido un retroceso alarmante en la lucha contra el poder adulto, mayor ha sido el retroceso de la izquierda abertzale en esta cuestión. Aunque la juventud vasca está recuperándose rápidamente de los duros mazazos represivos sufridos durante los últimos años, demostrando una muy encomiable capacidad de reacción, debemos reconocer que globalmente se encuentra todavía lejos de desarrollar una implacable lucha de liberación contra el poder adulto.
2. Historia del poder adulto
El poder adulto es tan viejo como el poder en sí en toda sociedad basada en la explotación, opresión y dominación necesarias para mantener la propiedad privada de las fuerzas productivas. Dado que la primera y principal fuerza productiva es el ser humano, la formación de un ser humano dócil y obediente, que se deje explotar y que, a poder ser, facilite la explotación de otros seres humanos, crear semejante chollo para la minoría propietaria, es una necesidad imperiosa. Dos son las instituciones fundamentales precapitalistas que han cargado sobre sí la mayor parte de la tarea de producir docilidad: el poder patriarcal y el poder adulto.
Aunque el grueso de la investigación del libro coordinado por Ll. deMause (Historia de la infancia, Alianza Universal, Madrid 1991), trata sobre el duro, avasallador y violento trato dado a la infancia en la civilización occidental hasta el siglo XIX, también es cierto que los diez autores que exponen sus investigaciones ofrecen suficientes datos o indicios sólidos que muestran frecuentemente el insufrible trato adulto padecido por la juventud desde que existen fuentes históricas fiables. Las investigaciones muestran que, en contra de quienes sostienen la tesis del buen comportamiento de los adultos hacia la infancia, en realidad fue un comportamiento muy estricto, cruel y hasta asesino con frecuentes casos de infanticidio. Todo indica, además, que apenas había mejora sustancial en el trato cuando se pasaba de la infancia a la adolescencia y de aquí a la juventud.
También queda establecido de manera irrefutable que «en todas partes, en todo tiempo» han sido las niñas, las adolescentes y las jóvenes las que peores tratos han sufrido en comparación con los niños, los adolescentes y los jóvenes. Ello es debido a la fusión entre el poder patriarcal y el poder adulto, fusión de poderes que debemos descomponer analíticamente en cada situación concreta para proceder luego a su síntesis. De entre los miles de ejemplos que confirman lo revelado por este libro, podemos citar el de la radical denuncia que en 1879 hizo A. Bebel (La mujer y el socialismo, Akal, Madrid 1977) contra el sistema educativo burgués no sólo porque su objetivo es producir «trabajadores tontos» a partir de una juventud sometida a la ignorancia, sino también por los continuos abusos físicos en escuelas y colegios. Abusos físicos que no han desaparecido en modo alguno.
J. L. Murga (Rebeldes a la república, Ariel, Barcelona 1979) ha estudiado «las posturas rebeldes pacíficas y violentas» de la juventud en la Antigüedad greco-romana, rebeldías que se daban incluso en los períodos de florecimiento económico porque: «bajo el barniz brillante de la riqueza y del poder, el espíritu joven intuye el dolor y la injusticia». A pesar de las represiones que sufren los jóvenes temprano o tarde renacerá la semilla rebelde: «Morirán los jóvenes contestatarios, se aplastará quizá el descabellado movimiento rebelde, pero la semilla volverá a aparecer repentinamente - trasvasada en otra religión, en una escuela filosófica o, incluso, en una mera postura republicana arcaizante- como una esperanza que rebrota cuando menos se esperaba: en los poetas, en los sabios, en los espíritus elevados».
Uno de los episodios de rebelión juvenil más implacablemente reprimido fue el movimiento báquico en la Roma republicana el siglo –II, minuciosamente investigado por J. L. Murga. M. I. Finley (El nacimiento de la política, Crítica, Barcelona 1986), también ha estudiado este movimiento juvenil, que en sí es un impresionante y terrorífico ejemplo de lo que es el poder adulto en funcionamiento: la ejecución de varios miles de jóvenes del movimiento báquico en la Roma del -186, la mayor parte de ellos pertenecientes a las clases trabajadoras; las mujeres fueron asesinadas en el escondido secretismo de sus familias. M. L. Finley muestra cómo actuó al unísono el conjunto de poderes parciales romanos hasta descubrir y matar a miles de personas en defensa del orden establecido. Roma no disponía de un aparato policial en el sentido burgués, pero su sistema represivo era muy eficiente, sobre todo contra la mujer joven vigilada en todo momento.
Comenzando sus investigaciones desde la Edad Media, R. Muchembled (Una historia de la violencia, Paidós, Barcelona 2010) desmenuza el conjunto de métodos, sistemas, amenazas, castigos y recompensas mediante los cuales los poderes burgueses en ascenso fueron aplacando, desviando, reprimiendo e integrando las múltiples formas de violencia juvenil, de resistencia pasiva o activa, material o simbólica de la juventud hasta comienzos del siglo XXI en las barriadas empobrecidas. Sin recurrir al concepto de poder adulto, el autor muestra cómo en cada época el poder presionaba a las familias campesinas, artesanas, trabajadoras y obreras para que intervinieran activamente en la represión de las complejas resistencias juveniles y de sus formas violentas. El autor explica la desaparición casi total de los asesinatos cometidos por jóvenes desde 1945, pero sostiene que crecen las formas de resistencia mediante bandas juveniles: «constituyen la forma moderna de expresión de un poderoso descontento juvenil frente al mundo de los adultos y de la sociedad establecida».
Fue en este largo período cuando se generalizó el mito del «instinto maternal», mito básico de la familia autoritaria. Entre otras muchas investigadoras, Elizabeth. Badinter (¿Existe el amor maternal?, Paidós, Barcelona 1981) ha demostrado que el tal «instinto» es una construcción ideológica de la familia burguesa en ascenso y Norma Ferro (El instinto maternal o la necesidad de un mito, Siglo XXI, Madrid 1991) ha demostrado cómo fue creado durante la génesis de la dominación social y psicológica de la mujer por el hombre. El supuesto «instinto maternal» es inculcado en las mujeres desde su nacimiento y reforzado siempre mediante toda clase de triquiñuelas, artimañas y engaños. Que no exista ese «instinto» en cuanto tal no significa que no exista amor materno-filial, sino que este debe ser evaluado desde criterios no patriarco-burgueses sino socialistas. El poder adulto utiliza el «instinto maternal» para fusionar la dominación sexo-afectiva de las jóvenes con la reproducción del capitalismo. Del mismo modo que el lenguaje machista abusa de la palabra «Amor» que «encubre un conglomerado heteróclito» según Rosa María Rodríguez Magda (Femenino fin de siglo, Anthropos, Barcelona 1994), para manipular y confundir los sentimientos sexo-afectivos.
En el contexto de resistencia juvenil reciente, lo máximo a que llega la pedagogía «progresista» en lo que concierne al papel de la institución familiar «no autoritaria» en la educación de la juventud es a los consejos que ofrecía a finales de la década de 1960 A. S. Neill (Hijos en libertad, Altaya, Madrid 1999) a los atribulados padres y madres sobre los actos de «rebeldía de la adolescencia», consejos destinados a evitar que sus hijas e hijos no cayeran en la delincuencia y en las drogas, pero en absoluto para ayudarles a que desarrollaran una conciencia crítica y solidaria, libre, suficientemente formada para que tuviesen una visión político-juvenil de sus problemas y perspectivas de vida futura. La pedagogía mostrada en este texto puede inscribirse plenamente en la muy valiosa aportación realiza en aquellos mismos años por P. Brückner («Sobre la patología de la desobediencia», Psicología política, Barral Editores, Barcelona 1971) cuando se preguntó: «¿Qué es lo que realmente pretenden nuestros esfuerzos pedagógicos y políticos: tranquilidad o libertad?».
Constatamos con alarmada tristeza la capacidad de recuperación del poder adulto para contraatacar y vencer a la emancipación revolucionaria de la juventud releyendo ahora a R. Vaneigem en su clásico texto editado en 1967, justo antes de las barricadas del mayo francés (Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, Anagrama, Barcelona 1977), cuando al final del libro reproduce un trocito de la carta de los Sans-Coulottes a la Convención, del 9 de diciembre de 1892: «¿Os reís de nosotros? No os reiréis por mucho tiempo». Pues bien, el poder adulto pudo recuperarse de los ataques de la juventud revolucionaria de 1960-1970 y terminar riéndose de ella.
Recordemos que estos tres últimos textos fueron escritos a finales de los años 60 cuando aún no se había iniciado el sistemático ataque monetarista y neoliberal contra la juventud trabajadora y popular, ataque que se iniciaría en su globalidad en 1973, aunque con significativos adelantos parciales en algunos países. La recuperación del poder adulto, la derrota de la oleada de luchas juveniles a las que se refería R. Vaneigem fue facilitada por la nueva estrategia represora del neoliberalismo, uno de cuyos objetivos centrales era y sigue siendo el de generalizar la pasividad, la indiferencia y el desinterés político de las masas explotas y de su juventud. Fue en este mismo 1973 cuando D. Sibony («De la indiferencia en materia de política», Locura y sociedad segregativa, Anagrama, Barcelona 1976) recurrió a la expresión «figura del Amo» para mostrar cómo la negación de la dialéctica entre deseo y política sólo acarrea el desinterés pasivo de las masas. Dos décadas después la figura del Amo tomaba forma en Berlusconi, presidente electo de Italia gracias al apoyo adulto y en medio de una contestación juvenil muy fuerte.
La figura del Amo, la dependencia inconsciente hacia la autoridad protectora, es tanto más fuerte y está más arraigada en lo profundo de la estructura psíquica de masas, en la medida en que estas sufren una precarización creciente de su existencia. Precariedad y fragilidad emocional van unidas. Por esto, el neoliberalismo se lanzó a fragilizar los sujetos sociales para que no pudieran oponer resistencias coherentes y estratégicas, como demostraron Julia Varela y F. Álvarez-Uría (Sujetos frágiles, FCE, México 1989). El dilema entre tranquilidad o libertad se ha agudizado con la fragilidad creciente de la vida social. Un ser social frágil optará por la tranquilidad en detrimento de la libertad. La fragilidad es inseparable de la inseguridad existencial, del miedo, de la ansiedad y de la angustia cotidiana, y es por esto que amplias franjas sociales sacrifican sus libertades para disponer de mayor seguridad policial y judicial que tranquilice su vida y expulse de ella la inseguridad y todas las formas de temor.
G. Kessler (El sentimiento de inseguridad, Siglo XXI, Argentina 2009) ha estudiado el proceso de construcción desde el poder de la inseguridad colectiva en Argentina, aunque sus tesis son de aplicación general en lo básico, descubriendo que «los jóvenes aparecen en general como el grupo más victimizado y el que menos temor expresa, mientras que con los adultos mayores sucede lo contrario». El autor sostiene que el concepto de vulnerabilidad es decisivo para comprender la inseguridad adulta, y en especial la de las mujeres jóvenes ante el riesgo de violencia sexual en cualquiera de sus formas y ante el trato que recibirán si la denuncian. Fragilidad, inseguridad y vulnerabilidad presionan fuertemente para sacrificar la libertad a favor de la dura ley tranquilizadora. En la medida en que la juventud opta por la libertad es marginalizada, perseguida y criminalizada.
La fragilidad del sujeto juvenil obrero y popular es una necesidad imperiosa de todo capitalismo y en especial del contemporáneo. O. Jones (CHAVS. La demonización de la clase obrera, Capitán Swing, Madrid 2012) ha estudiado cómo la demonización del proletariado pasa inevitablemente por el ataque a su juventud, criminalizándola y marginalizándola lo más posible, condenándola al paro y al subempleo estructural en barriadas desindustrializadas podridas por el narcocapitalismo sospechosamente introducido en masa y apenas perseguido por la policía. Y en medio de este contexto, echándola de sus zonas de vida cotidiana, de donde ha crecido y en donde se ha formado colectivamente: es decir, desarraigándola interna y externamente, condenándola al nomadismo urbano a la búsqueda de un empresario que les explote en un trabajo-basura.
El término de nomadismo urbano juvenil también es empleado por G. Standing (El precariado, Pasado&Presente, Barcelona 2013), cuando analiza quienes son los colectivos concretos que sufren con mayor daño la precarización creciente. Sostiene con razón que en primer lugar son las mujeres y en general todas las personas que de un modo u otro ven profundamente cambiadas sus condiciones de existencia cotidiana, incluidas las sexuales y afectivas, la masculinidad en el caso de los hombres. Sobre la juventud dice que si bien siempre se ha incorporado al trabajo en una situación precaria, en la actual fase capitalista la precarización y la flexibilización son mucho más largas que lo requerido para formarse en el trabajo, yendo unidas a peores condiciones salariales y sociales: «los jóvenes se resienten de la inseguridad», de la fragilidad de sus condiciones de malvivencia.
3. Surgimiento del concepto de poder adulto
Una de las primeras veces en las que se utilizó de manera no sistemática el término de «poder adulto», que nosotros sepamos, fue justo a finales de los años 90 y comienzos del siglo XXI durante unas reflexiones en sectores de la izquierda independentista vasca, siendo a finales de febrero de 2001 cuando este concepto aparece ya explícitamente teorizado en un largo texto sobre Poder adulto, prensa de ocupación e independencia juvenil a libre disposición en internet. En esta época se debatía sobre un conjunto de problemas que afectaban cada vez más a la juventud vasca, como fue el ataque a la juventud gasteiztarra analizado en el texto Gaztetxe de Gasteiz y poder adulto, de agosto de 2001, también disponible en internet.
Al final de los años 90 se endureció aún más la represión, el Estado adaptó su doctrina represiva para «movilizar a la sociedad civil», a la «ciudadanía democrática» contra la izquierda independentista, reactivando grupos fascistas; eran tiempos en los que nuevas formas de drogadicción golpeaban a la juventud a la vez que la reciente implosión de la URSS y el auge económico espurio del ladrillazo, el dinero barato y la especulación financiera parecían haber acabado definitivamente con lo «peor» del capitalismo para quedar definitivamente sólo lo supuestamente «bueno» de este sistema explotador. Todo ello en un contexto ideológico de flatuidad intelectual, de banalidad y snobismo superficiales aupados sobre las modas post, sobre la fácil palabrería post-modernista, post-marxista, post-estructuralista.
Dentro de esta coyuntura que muchos creían que era el definitivo contexto de lo que se empezaba a denominar «post-capitalismo» basado en la «economía cognitiva» e «inmaterial», parecía de locura alucinada empezar a estudiar qué era el poder adulto y qué función clave jugaba en la explotación capitalista. Conviene recordar lo que sucedió después, a comienzos del siglo XXI, con la arremetida imperialista tras el 11-S de 2001 - diseñada con anterioridad a esta fecha, no hay que olvidarlo-, con las ilegalizaciones de los movimientos y partidos abertzales, con la prolongada euforia burguesa por las sobreganancias financieras, con la victoria de Zapatero en 2004, con la hecatombe definitivamente desencadenada en 2007, etcétera.
Mientras que en sectores del independentismo vasco se debilitaba la larga y fructífera tradición del debate organizado, fuerzas revolucionarias internacionales, algunas de ellas integradas en el Movimiento Continental Bolivariano bajo la influencia de pensadores como Narciso Isa Conde y otros, recuperaron este imprescindible concepto. También fue debatido en pueblos oprimidos por el Estado español como Galiza y Països Catalans, lo que hizo que en 2010 se redactase un resumen de lo reflexionado hasta entonces, Poder adulto y emancipación juvenil disponible en internet, texto que fue la base para otro encuentro en 2014. Por fin, después de trece años ha vuelto a debatirse en Iruñea, la capital de Euskal Herria, en marzo pasado, y sólo muy recientemente un prestigioso colectivo dedicado a la investigación y debate teórico-político, y a la divulgación pedagógica de sus conclusiones, ha decidido volver sobre la actualidad del poder adulto. Algo es algo.
Era necesario este rápido repaso porque no es lo mismo hablar del poder adulto en la Euskal Herria de 1998-2001 que en la actual, y menos aún es lo mismo hacerlo en las naciones y clases explotadas ahora por la burguesía española. Los tres lustros transcurridos se caracterizan por un empeoramiento brutal, inmisericorde, de las condiciones de vida de la juventud trabajadora y popular. Siendo el mismo poder adulto en su naturaleza, algunas de sus características internas y muchas de sus formas externas se están transformando rápidamente para realizar mejor su función.
Sin embargo, como hemos dicho arriba, la mayor parte de la izquierda abertzale, su gran mayoría, no es consciente del poder real controlador y represor del poder adulto-burgués. Hoy por hoy, la izquierda abertzale apenas lucha contra este instrumento de opresión porque desconoce no solo lo que es el poder adulto en sí mismo a lo largo de la historia, sino que ni siquiera tiene conciencia de que existe como tal. Solamente colectivos y movimientos muy localizados y relativamente pequeños mantienen la lucha teórica y práctica contra partes precisas del poder adulto, como la sexualidad patriarco-burguesa y su violencia terrorista, pero apenas contra la familia autoritaria, pieza clave del poder adulto; tampoco se mantiene una lucha radical contra el sistema educativo adulto, y menos aún contra la ideología patronal que, según veremos, en el componente decisivo del cemento ideológico del poder adulto.
—continúa en el mensaje siguiente—