La estación de Finlandia
Sobre la historia del presente. Fernando Hernández Sánchez.
Publicado el 20 diciembre, 201320 diciembre, 2013 por FHS
 El 22 de octubre de 1983 la agencia Efe trasmitía la siguiente necrológica: “Valentín González, El Campesino, general del Ejército de la República durante la guerra civil, fallecido en la noche del jueves en su domicilio de Madrid, será enterrado hoy en el cementerio de Carabanchel. La comitiva fúnebre partirá de su domicilio de la calle de San Graciano, junto al Puente de Praga. Han anunciado su asistencia a la misma numerosos compañeros de armas del fallecido, que tenía 78 años de edad”. En la inhumación estuvieron presentes alrededor de un centenar de personas, en su mayoría compañeros de armas durante la guerra civil, entre quienes se encontraban Rosario Sánchez Mora, La Dinamitera, y Emilio Alvarez Canohas, El Pinocho, que entonaron el himno de su división, “entre vivas al fallecido y a la «lucha proletaria»”.
El texto contenía dos errores. Uno, venial, la edad a la que falleció El Campesino, puesto que habiendo nacido el 9 de noviembre de 1909 la muerte le alcanzó cuando estaba a punto de cumplir 74 años; el otro, de bulto, se refería a su graduación militar: Valentín González nunca alcanzó el generalato en el Ejército Popular Regular. Que en tan sucinto perfil aparecieran semejantes imprecisiones se corresponde paradigmáticamente con lo que fue el aura que envolvió el conjunto de la biografía de Valentín González ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de ficción en las andanzas de este minero, ex-legionario y contratista de obras, alzado a la fama por la guerra civil, paradigma de la brutalidad del siglo -la suya y la de quienes ahorcaron en la plaza de su pueblo a su padre y a su hermana por el solo hecho de serlo, dejando sus cuerpos expuestos durante varios días-; ejemplo de caudillo intuitivo pero inadaptado a la era de la guerra total; ídolo caído y postergado en la URSS, cazador de perros para el comercio de carne en el Caúcaso, contrabandista en Samarkanda y, por último, fugitivo a Occidente y altavoz de la Guerra Fría? Para dilucidarlo, será necesario diseccionar las narraciones que perfilan su trayectoria vital, en las que se aprecia la confluencia de tres niveles de invención: el que contribuyó a edificar la propaganda del Partido Comunista de España (PCE) durante los comienzos de la Guerra Civil; el que instrumentó Julián Gorkín al servicio del anticomunismo durante la Guerra Fría; y el que no cesó de alimentar el propio Valentín González durante toda su vida.
La fabricación de un mito (1936-1937).
El único dato objetivo que se conoce acerca de los primeros años de la vida de El Campesino se encuentra en un documento administrativo -una apelación del año 1961 ante la Comisión de Recursos de los Refugiados y Apátridas del Consejo de Estado de la República Francesa- que cita como su fecha de nacimiento el 9 de noviembre de 1909 en Malcocinado, provincia de Badajoz[1]. Todas las demás referencias al periodo anterior a la Guerra Civil proceden o bien de su propia narración o de la pluma de Julián Gorkín, fuentes difíciles de diferenciar a lo largo del tiempo que duró su fecunda relación. En el prólogo a uno de los libros supuestamente autobiográficos de Valentín González, Vida y muerte en la URSS[2], Gorkín bosquejó un perfil del personaje con los rasgos propios del rebelde primitivo: una naturaleza sanguínea, un carácter indomable y una prístina al tiempo que salvaje concepción de la justicia social. Curiosamente, quien pasaría a la posteridad como El Campesino nunca frecuentó en su juventud las faenas agrícolas. Como su padre, trabajó en las minas de Peñarroya, donde tuvo tempranamente su primer contacto con el activismo anarquista. A los quince años, durante una huelga, colocó una bomba de trilita en el puesto de la Guardia Civil causando cuatro muertos entre los agentes. Perseguido, se echó al monte con otro cómplice y allí permaneció meses llevando la vida de los antiguos bandoleros hasta que fue capturado, sometido a torturas y finalmente encerrado en la cárcel de Fuenteovejuna. Llegado a la edad militar, ingresó en la Legión, donde adoptaría el alias de Caín, “por considerarse muy malo y dispuesto a hacer todo el mal posible”. Pronto se convirtió en desertor, siendo detenido y enviado al penal de Ceuta, y después a Larache, donde entró en contacto con un soldado comunista que le convirtió a sus ideas. Se le supuso responsable del asesinato de un sargento que le había abofeteado durante una formación, incurso en el robo sistemático de víveres de la intendencia y nuevamente prófugo, viviendo entre los rifeños hasta que una amnistía le permitió trasladarse a Madrid en 1929. Concluye Gorkín que fue en este momento cuando ingresó en el PCE.
Los testimonios de quienes le conocieron antes de la guerra hablan, sin embargo, de una trayectoria menos épica y más modesta. Pedro Mateo Merino -quien compartiría con él responsabilidades de mando durante la guerra- le retrató agobiado por la precariedad laboral y por los afanes para proporcionar sustento a su familia mediante empleos ocasionales[3]. Sus actividades políticas le llevaron a la cárcel Modelo de Madrid en 1934, donde trabaron conocimiento con él personajes tan distintos como Santiago Carrillo -entonces joven dirigente socialista- y el anarcosindicalista Cipriano Mera. Tanto uno como otro recordaban a Valentín González como “un bullicioso y pequeño subcontratista de carreteras que se hacía notar por su facundia sin que nadie le tomase muy en serio”[4], que en aquella época “manifestaba viva simpatía por el trotskismo”[5].
Serían la Guerra Civil y la propaganda comunista para la movilización las que encumbraran a un Valentín González que se amoldaba a la perfección al mito del genio militar surgido del pueblo. Su fama de caudillo popular se acrisolaba en los mismos moldes que los de Pancho Villa o Emiliano Zapata en la revolución mexicana, y su liderazgo de los desposeídos en armas se equiparaba al del guerrillero Tchapaiev de las películas soviéticas de la época. A las formaciones milicianas encabezadas por Valentín, auspiciadas por el PCE bajo la forma de destacamentos, compañías, grupos móviles o brigadas que cristalizarían en la formación del 5º Regimiento, acudieron a alistarse luchadores campesinos de la Villa de Don Fadrique (Toledo), de Villarejo de Salvanés (Madrid)[6]… de tal forma que puede decirse que fueron ellos los que acuñaron el sobrenombre de El Campesino para su líder y comenzaron a esmaltar su leyenda al compás de los combates en el entorno de la capital de la República, empezando en el puerto de Somosierra, y continuando por Gascones y Villavieja, Majadahonda y Las Rozas, Garabitas, el Jarama y Guadalajara. De entonces data el cultivo de su imagen personal -masivamente difundida por la propaganda gráfica- , caracterizada por una impresionante barba negra cuyo origen se encontraba en una apuesta cruzada con el militar comunista Francisco Galán, consistente en no afeitarse hasta haber entrado en Burgos. También era reconocible por el abrigo de pieles atigrado con el que se cubría en sus recorridos invernales por el frente. Galán, el general Miaja y Juan Modesto le ayudaron a canalizar su facultad innata para el mando de hombres y le convirtieron, tras servir a las órdenes de Modesto y Lister, en líder de su propia división, la número 46, empleada frecuentemente en lo sucesivo como fuerza de choque en Belchite y Teruel.
Valentín formó parte del friso iconográfico de la propaganda comunista, junto a Lister, Gustavo Durán y Modesto –con quien tuvo en común su antigua pertenencia al Tercio-. Destacados intelectuales, como el cubano Pablo de la Torriente Brau, se agregaron a su división atraídos por su aureola mítica y, como a Lister con Machado, no le faltó a El Campesino la loa poética de Miguel Hernández, que también luchó en su unidad: “El Campesino, cabeza principal de la brigada, lleva en su vida una larga historia de hombre de combate. Varón de Extremadura, se levanta contra el cielo ensangrentado de la guerra como un bloque viril y puro. Lo veo como un herrero forjador de temples heroicos, victorias, verdades y justicias. Su presencia de fortaleza y su aliento austero derriban como un huracán las debilidades y los robles que se le ponen por delante (…) En los momentos difíciles surge El Campesino con una voz emocionada y rotunda, una bomba y una pistola y una cara de comerse el mundo sobre las trincheras, y los fusiles marchitos recobran su gallardía fiera, y los movimientos contra el enemigo tienen efectos mortales y victoriosos. Apenas duerme; come con una mano y dispara con la otra; truena y relampaguea contra los cobardes, los retrasados y los bribones. Tiene una palabra que quema, unos ojos que petrifican y una barba revuelta y negra, que mete para convencer en todas las bocas y que es el terror de moros y alemanes.”
Pero al mismo tiempo que se edificaba el mito, surgían las voces que revelaban sus excesos. Tres eran las principales líneas de recusación, las que denunciaban su brutalidad, destacaban su egolatría y manifestaban su incapacidad militar para la guerra moderna. Cipriano Mera, responsable de la 14 División, tuvo serios encontronazos con El Campesino, al que siempre acusó de no ser más que un bluff de la propaganda comunista. En el epílogo de la batalla de Guadalajara, sus hombres tirotearon la moto con sidecar en la que Valentín pretendía hacer una entrada triunfal en la localidad de Brihuega, recién reconquistada por la 14 División a las tropas italofranquistas y punto estratégico para la progresión sobre la Alcarria. Meses más tarde, encontrándose en posiciones de reserva en Guadalajara, doscientos cincuenta hombres de la 46 División solicitaron acogerse a la 14 de Mera lamentándose de la brutalidad con la que los mandos de El Campesino dirigían los entrenamientos de sus hombres (marchas a paso ligero con mochilas cargadas de arena y malos tratos a los que caían agotados)[7]. Mateo Merino relataba cómo, en un peculiar y personalísimo rasgo de humor, se gozaba en “foguear” a quienes le visitaban en el frente –personalidades extranjeras incluidas- haciendo que hombres convenientemente apostados lanzasen a su alrededor granadas de mano simulando que se estaba produciendo un ataque aéreo.
El eclipse (1938-1943)
Más allá de las imputaciones sobre su carácter violento y atrabiliario, lo que iba a ser determinante para su declive fue la incapacidad de Valentín González para adaptarse a las exigencias de la guerra moderna. A medida que la conflagración proseguía y se perdía su originario carácter miliciano para convertirse en una guerra convencional necesitada de mandos capacitados y disciplinados, el genio militar de El Campesino declinó. Sus propios camaradas (Lister, Antonio Cordón, Mateo Merino) lo pusieron abiertamente en entredicho, no faltando también adversarios en el campo republicano (Cipriano Mera) que los secundaran. Quien fuera subsecretario de Defensa, el coronel Antonio Cordón, le afeó no saber siquiera leer un plano y situar en él la posición de sus tropas[8]. Ya en Brunete había adolecido de una deficiente capacidad de maniobra estancándose frente a Quijorna y teniendo que soportar una enorme cantidad de bajas. Pero sería en Teruel –cuya pérdida estando bajo su responsabilidad metabolizaría a posteriori como resultado de una perversa conspiración contra él y contra el Ministro de Defensa, Indalecio Prieto- donde mostraría todas sus limitaciones. Como señaló Mateo Merino, ya no bastaban los métodos guerrilleros basados en el coraje y la acción personal. Incapaz para organizar las reservas y proteger los flancos, Valentín no pudo impedir que la 46 División se viera cortada en tres sectores por la contraofensiva franquista, que los fue liquidando uno a uno, escapando dificultosamente El Campesino del cerco final. Presa de su propia leyenda, intentó compensar su inepcia con espasmódicas demostraciones de temeridad, como cuando en Teruel se alzó en dirección a las líneas enemigas desmintiendo a gritos su muerte, o como cuando en Lérida se le ocurrió caminar por tierra de nadie, en medio de un profuso tiroteo al atardecer, recortándose su perfil contra el sol poniente[9].
Entre el Ebro y Lérida perdió, en el verano del 38, los últimos jirones de su antaño dorada aureola. Encargado de cortar el paso de Yagüe hacia Lérida, en plena ofensiva franquista hacia el Mediterráneo y Cataluña, Valentín González dio tales muestras de incapacidad para sostener la posición que llevaron a Cordón a evacuarle a retaguardia: “Cuando me llegó la noticia, el día 4 [de abril] de la inminente caída de Lérida, me dirigí en busca de El Campesino (…) el cual, a pesar de las órdenes recibidas, hacía ya dos o tres días que había trasladado su puesto de mando al otro lado del río [Segre] desentendiéndose prácticamente de sus fuerzas (…) Era de noche cuando dimos con él en una casa de campo aislada. Estaba echado vestido en una cama, quejándose de fuertes dolores, no se sabía bien dónde, fingiéndose una vez más enfermo. Lo estaba indudablemente de terror irreprimible. Las personas que me acompañaban no ocultaron su indignación. Ordené que metieran a González en una ambulancia y le llevaran a un hospital de Barcelona. Recuerdo que alguien murmuró suficientemente alto para que El Campesino pudiera oírlo que adonde había que llevarlo era ante un tribunal militar. El ‘héroe’, con las orejas gachas, sin el menor ademán de protesta, se encaminó a la ambulancia”[10]. Fue sustituido interinamente por Pedro Mateo Merino quien, al conseguir fijar al enemigo en la línea del Segre, hizo acreedora a la 46 División a la condecoración distintiva al valor, recompensa de la que, paradójicamente, se benefició también El Campesino, que poco después se vería ascendido, junto a un grupo de mayores de milicias, al empleo de teniente coronel[11]. Sería su penúltimo episodio bélico antes de ser despojado definitivamente de mando sobre unidades en línea por Modesto, en pleno desarrollo de la batalla del Ebro. Para no asumir el fiasco que había supuesto su ensalzamiento propagandístico, el PCE procuró a Valentín un destino discreto, el mando de un Centro de Reclutamiento e Instrucción Militar (CRIM) en Levante, donde le sorprendería la sedición del Consejo Nacional de Defensa del 5 de marzo de 1939.
Pese a lo que sostuvo en sus memorias, no fue El Campesino el último dirigente comunista en salir del país, ni mucho menos. Si bien la mayor parte del Buró Político y de los mandos militares del PCE habían volado junto a Negrín desde Monóvar (Alicante) el mismo día del golpe del coronel Casado, una parte de la dirección (Jesús Hernández, Pedro Checa, Fernando Claudín, Palmiro Togliatti…) no lo haría hasta el 24 de marzo: El Campesino, junto a Domingo Ungría y otros dos cuadros más huyó el día 10 en una embarcación que partió del puerto de Adra (Almería). Por ello, fueron obligados a dar explicaciones a la dirección del partido y de la Komintern en las semanas inmediatamente siguientes a su llegada a territorio francés[12].
Poco después, se organizó la salida de los refugiados comunistas españoles en Francia hacia la URSS. La organización de la evacuación corrió a cargo de un comité, integrado por responsables del PCE y de la Komintern, encargado de seleccionar los militantes comunistas y los miembros de las Brigadas Internacionales que serían admitidos en la Unión Soviética en calidad de refugiados. El número de asilados en la URSS oscila, según los autores, entre los 3.500 y los casi 4.000. Un informe del Comité Central del PCE y la Cruz Roja soviética evaluó la emigración total de la siguiente manera: Emigración política, 891; estudiantes de las escuelas de aviación, 157; marineros, 69; total adultos: 1.239; niños que marcharon en expediciones, 2.895; niños que marcharon con sus padres, 87; total niños: 2.982; emigración total: 4.221[13]. El Campesino, junto a otra porción de dirigentes y militantes, partió desde El Havre en el barco ruso Kooperatzia, con rumbo a Leningrado. A su llegada a la URSS, los evacuados españoles fueron conducidos a distintos destinos, dependiendo de su puesto en el organigrama del partido y de su nivel de especialización. Los dirigentes se instalaron en Moscú. Tras pasar por un proceso de selección llevado a cabo por la Comisión de Cuadros, les fueron asignados distintos cometidos en el aparato de la Internacional. La mayoría se albergaron en el famoso “Hotel Lux”, residencia habitual de los representantes en la Komintern de las distintas secciones nacionales. Los más destacados recibieron alojamiento en Kunsevo, la finca donde se encontraban las dachas en que residían los principales líderes de la Komintern. Los cuadros intermedios fueron llevados a la Escuela Planiernaya, una antigua casa de reposo de los sindicatos, situada a 15 kilómetros de la capital soviética. Los mandos militares fueron divididos en dos grupos: los de carrera – como Francisco Galán y Antonio Cordón- se integraron en la Academia Superior Vorochilov; los procedentes de milicias Lister, Modesto, El Campesino, Tagüeña…- lo hicieron en la Academia Frunze. Sus retribuciones quedaban equiparadas a las que correspondieran a su rango en el Ejército Rojo. Los demás militantes fueron destinados al trabajo en fábricas de los alrededores de Moscú. Los niños fueron acogidos en escuelas, donde recibirían educación por parte de los maestros españoles que también llegaron en el grupo de emigrados. La entrada de la URSS en la guerra mundial produciría en 1941 una tremenda diáspora a lo largo y ancho de la inmensidad del territorio soviético: los dirigentes políticos seguirían a los organismos del poder soviético y de la Komintern hasta sus refugios de Kuibishev y Ufa, en Bashkiria; las academias militares se instalaron en Tashkent, en el Caúcaso; y fábricas y escuelas se desperdigaron , a lo largo de un arco que abarcaba desde las costas del Mar Negro y las montañas del Cáucaso hasta las estepas de la Siberia central.
El Campesino sobrevaloró en sus memorias la acogida que se le dispensó a su llegada a la Unión Soviética. Nunca se le reconoció el grado de general (lo que sí ocurriría con Lister y Modesto) y se le integró, como se dijo antes, en la academia Frunze (no en la Vorochilov, como a los militares profesionales). Su deficitaria formación y su escaso interés por los estudios dejaron huella en sus calificaciones, extremadamente bajas: ocupó el último lugar de la lista de 27 alumnos españoles de la Frunze, con una valoración de 17 puntos sobre 100, lo que trajo como consecuencia su expulsión del colectivo. Hacia 1942 se perdió su rastro en Azerbajan, adonde le había arrastrado la huida de la invasión nazi. Su ruptura con el partido tuvo más de comportamiento asocial que de disidencia política: por ejemplo, no aparece ninguna referencia a él en los debates habidos en los colectivos de exiliados españoles sobre la purga del grupo integrado por Jesús Hernández y Enrique Castro en 1944[14]. Tagüeña lo situaba en la capital azerí, Kokhan, donde se había convertido “en una figura del hampa local y del mercado negro”[15]. Puesto en el objetivo de la NKVD y ya sin la cobertura del partido, transitaría durante varios años por distintos centros de internamiento y trabajos forzados, tal como relata en sus dos textos autobiográficos. Tras un primer intento frustrado de fuga, consiguió evadirse a través de la frontera iraní en 1949. Su pista se difuminó hasta que lo rescatara Julián Gorkín en el contexto de la Guerra Fría.
El guerrero de la Guerra Fría (1949-1961).
Valentín González tuvo la fortuna de que su caso llegase a conocimiento de Julián Gómez García, más conocido como Julián Gorkín, antiguo dirigente del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y en los años 50 destacada figura del Congreso para la Libertad de Cultura, organización de marcado perfil anticomunista a la que Herbert R. Southworth, en un famoso artículo de controversia con Burnett Bolloten, acusó de estar financiada por la CIA[16]. Gorkín dirigía la revista Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura, en la que escribieron, entre otros, Salvador de Madariaga, Aranguren, Ferrater Mora, Américo Castro, Víctor Alba, Camilo José Cela y Dionisio Ridruejo, y tenía amplios contactos con editoriales europeas –particularmente francesas- especializadas en la difusión de lo que se conoció como “literatura del desengaño”, testimonios autobiográficos de antiguos comunistas pasados a Occidente. Toda una generación de antiguos revolucionarios y funcionarios kominterianos dieron a la imprenta sus reflexiones críticas sobre el sistema estalinista. Era el caso de Franz Borkenau o Arthur Koestler, miembros del Partido Comunista Alemán (KPD), destacados ambos en España durante la guerra civil, o de su compatriota Jan Valtin, veterano espartaquista infiltrado en la Gestapo; del croata Ante Ciliga, fundador del Partido Socialista Obrero Yugoslavo (comunista) y director del semanario Borba (“La Lucha”), que se adhirió al trotskismo y fue deportado a Siberia; del peruano Eudocio Ravines, delegado de la Komintern para Latinoamérica, y organizador del Frente Popular de Chile, que rompió con el estalinismo tras el pacto Molotov-Ribbentrop de 1939; o de los italianos Ignazio Silone, antiguo compañero de Toglliatti y Gramsci, y Ettore Vanni, pedagogo y director del diario comunista valenciano Verdad, que dejó un amargo retrato del mundo de la emigración española en la Unión Soviética[17]. En el ámbito español, los casos más destacados fueron los del exministro de Instrucción Pública y alto cargo de la dirección del PCE, Jesús Hernández, y el del antiguo fundador del 5º Regimiento Enrique Castro Delgado[18].
El afán de los excomunistas por dar testimonio estaba profundamente motivado por la naturaleza del compromiso que hasta entonces habían mantenido. Salir de las filas del partido tenía una connotación muy distinta para un comunista que para un liberal o un republicano: significaba apearse del vehículo que marchaba en el sentido de la Historia; era renunciar al futuro. La fe en la victoria futura, ineluctable, era la que atenuaba los rigores del presente y absolvía de los errores del pasado. Había en los comunistas una especie de nostalgia del futuro que les diferenciaba radicalmente de los conservadores -más preocupados porque el presente no se diferenciase en mucho del pasado- y los liberales -que gestionaban el presente para que no se volviese al pasado en el futuro-. Por todo ello, la desvinculación orgánica tenía para ellos un coste mucho mayor. Ahora bien, no todos los que se separaron de la ortodoxia soviética lo hicieron adoptando un mismo patrón. Isaac Deutscher estableció diferencias de perfil entre los herejes -los que, abominando del estalinismo, no renunciaban a buscar una alternativa al capitalismo- y los renegados -los que abandonando sus primitivas posiciones se integraban con armas y bagajes en el sistema occidental-[19]. Cabría añadir dos tipos más: los discrepantes, que disintiendo de la táctica, denunciaban una desviación en la línea ortodoxa; y los desengañados, que manteniendo en lo esencial sus ideas, se retrajeron a la esfera privada ante la frustración motivada por la praxis política. De acuerdo a esta taxonomía, Jesús Hernández sería un hereje; Enrique Castro y Valentín González serían renegados; Enrique Lister sería un discrepante; y Manuel Tagüeña, un desengañado. Ciertamente, antes de llegar a la condición de hereje o renegado, se habría pasado por la etapa de discrepante. Hernández y Castro lo fueron, antes de ser expulsados del PCE en 1944. Y también que se podía llegar al estadio de desengañado sin haber pasado por ninguna de las etapas intermedias, solamente por la erosión causada por las vivencias personales.
En cualquier caso, las plataformas occidentales no desperdiciaron oportunidad alguna para dar volumen a las disidencias de los antiguos comunistas desengañados del modelo vigente en la URSS. Gorkín, además, creyó ver en los recuerdos de El Campesino la corroboración de sus tesis sobre la naturaleza totalitaria de las democracias populares –meros trasuntos del modelo estalinista- de las que había apreciado un precedente en el contexto de la República española en guerra[20]. Por ello apoyó en cuanto pudo la salida de Irán y el viaje a Europa de Valentín González. Una vez en Francia, compareció como testigo en el “proceso Rousset”, para denunciar las condiciones de vida en el mundo concentracionario soviético (tal como se recoge al final de este libro). A continuación, Gorkín –que ya había hecho las gestiones para editar La vida y la muerte en la URSS– , le programó un extenso ciclo de conferencias por Alemania, incluidas intervenciones en la televisión y la radio para los países del Este. Viajó en los meses siguientes a Italia, Cuba y Bolivia, regresando por último a París, donde se estableció. De todos estos avatares quedó constancia en el archivo personal de Gorkin, que contiene diversas muestras de la correspondencia con Valentín González y también con Enrique Castro Delgado, cuyas obras autobiográficas se encargó de difundir en Europa. Las cartas remitidas por El Campesino permiten corroborar lo que hay de cierto en las maledicencias acerca de su incapacidad para escribir por sí mismo sus memorias y de ser un personaje reinventado por Gorkin: Como era de esperar en una persona con una casi nula formación cultural, sus misivas estaban redactadas con una escritura vacilante, plagadas de faltas de ortografía e incorrecciones sintácticas, escritas con las letras mayúsculas y separando las palabras con guiones. Sin la colaboración simbiótica con Gorkín, en la que con toda seguridad este hizo algo más que corregir el estilo de El Campesino, las memorias del Valentín no habrían tenido ninguna posibilidad de ser leídas por el gran público. Gorkín ejerció el papel de protector de El Campesino en la medida en que su figura emblemática constituía un eficaz ariete para la propaganda anticomunista, a pesar de ser consciente de los excesos imaginativos de su patrocinado, como cuando anotaba de su puño y letra: “Añadir una nota sobre la caída en la megalomanía de El Campesino en su nuevo libro: ¡Que Stalin fue a recibirle de Moscú a Leningrado y le nombró mariscal!”[21].
El ocaso del mito (1961-1983)
La colaboración entre El Campesino y Gorkín se prolongó durante la década de los 60, aunque paulatinamente fuera apreciándose una pérdida de interés por los temas de la Guerra Civil española entre el público de Europa y América. Como consecuencia, aquellos que en la década precedente habían visto difundirse masivamente sus testimonios asistían ahora a una progresiva pérdida de los apoyos editoriales, entre ellos los autores que habían pertenecido a la escudería de Gorkin, como el propio Valentín González o como Enrique Castro Delgado. El caso de este último constituía un ejemplo palmario del nuevo contexto: Su segundo libro, Hombres made in Moscú, no tuvo tanto éxito como el primero (Mi fe se perdió en Moscú). Castro, que comenzaba a padecer graves problemas económicos, intentó que Gorkín intercediera ante varias editoriales francesas, como Hachette y Gallimard, para que aceptaran el original, pero Gorkín se encargó de desengañarle: ni por adecuación temática –juzgaba que el libro giraba excesivamente en torno a Castro y al PCE, que además, a su juicio, salía demasiado favorecido- ni por oportunidad – los testimonios de la guerra de España ya no importaban tanto en Francia como, por ejemplo, los aspectos candentes de la guerra fría- era previsible que algún editor galo se arriesgase a publicarlo[22].
En un afán de no perder notoriedad, Valentín González comenzó a desarrollar actividades que terminaron por acarrearle problemas con las autoridades francesas. En la primavera de 1961, bajo el pretexto del rodaje de una película sobre su vida a cargo de una productora italiana en la región de Pau, realizó una incursión en territorio español –incidente en el que, al parecer, resultaron muertos dos guardias civiles-, ocasionando la protesta de las autoridades franquistas y la consiguiente actuación de la prefectura gala, que con fecha de 28 de marzo decidió su confinamiento en la isla bretona de Bréhat. A pesar de la apelación de un abogado proporcionado por Gorkín, la orden se ejecutó en octubre de ese año. Se intentó sacarle del confinamiento mediante campañas de prensa, que solo tuvieron eco en pequeños medios de ámbito regional. El 20 de febrero de 1962 el diario francés de provincias Le Télegramme publicaba un artículo titulado: “El Campesino no se da por vencido. Trabajando duramente para subsistir, rechaza los 10 francos diarios que le ofrece el gobierno”. En él, el periodista relataba las condiciones en que trascurría la vida de Valentín González durante su deportación. Cinco fotografías ilustraban la crónica: En la primera, El Campesino, con un cubo en cada mano, recorre diariamente casi un kilómetro para surtirse de agua de un pozo; en la segunda, carga a cuestas con un haz de leña seca para calentarse; en la tercera, inclinado sobre una máquina de escribir “que tabletea como una ametralladora”, escribe día y noche a razón de mil palabras por jornada la historia de su vida. Las dos últimas estaban cargadas de significado simbólico: El Campesino, haciendo honor a su mítico sobrenombre, se inclina sobre la tierra – “ingrata”, en palabras del periodista- del exilio forzoso para arrancarle con su azada la mísera subsistencia; y vuelto de espaldas al mar clama por su libertad mientras continua luchando por el establecimiento de la Tercera República española[23]. A la postre, las autoridades galas permitieron su salida de la isla y se le adjudicó residencia en la ciudad de Metz, donde sobrevivió hasta comienzos de los 70 con escasos recursos económicos. No renunció, en cualquier caso, a su dosis de notoriedad cuando la ocasión se la proporcionaba. En 1969 recibió la solicitud de una cadena alemana de televisión para realizar un documental. Esta vez obró con mayor prudencia, y se limitó a proponer la celebración de una fiesta, con actuaciones musicales a cargo de rondallas asturianas y gallegas, cuyo principal problema logístico sería “dar de comer y sobre todo de beber” a los participantes, corriendo con los gastos la propia televisión. Para el rodaje de exteriores en los Pirineos, pensaba que no sería difícil conseguir autorización de la policía bajo compromiso de inmediato retorno a Metz y la garantía personal de Gorkín[24].
Mientras su estrella declinaba en el exterior, en la España franquista la publicación de la “literatura del desengaño” perduró tanto como la propia dictadura, siendo empleada como un arma más en la lucha ideológica contra el comunismo. La publicación de las memorias de Hernández, Castro, El Campesino fue facilitada por el Estado a través de editoriales institucionales. La mayoría de estos libelos fue publicada por la editorial EPESA, dirigida por Alfredo Sánchez Bella, entonces miembro del Instituto de Cultura Hispánica; años después, en 1969, Franco le designaría Ministro de Información y Turismo en sustitución de Manuel Fraga Iribarne. El régimen impulsó la difusión de este tipo de textos sin reparar en ninguna convención al uso sobre el respeto a la propiedad intelectual. Con la excepción de Mi fe se perdió en Moscú, de Castro Delgado (cuya cesión de derechos fue objeto de negociación entre la editorial francesa que los poseía para Europa, y la española)-[25], la impresión de los testimonios de Jesús Hernández y de El Campesino en la España franquista constituyó un caso de piratería editorial a gran escala llevada a cabo por la propia administración. En el caso de El Campesino, por ejemplo, el anuncio del libro Yo escogí la esclavitud, (edición pirateada de Vida y muerte en la URSS) publicitado en el ABC de 24 de noviembre de 1953, incluía la advertencia de que “de los derechos de autor en España de este libro no se lucrará El Campesino. Serán entregados a ‘Huérfanos de Asesinados’ y ‘Ex cautivos’. Como la moral y la jurisprudencia dictan, no se beneficiará el verdugo y sí sus víctimas”[26]. La edición, como en otros casos, fue encomendada a Mauricio Carlavilla – o Mauricio Karl, como gustaba firmar sus obras- un polizonte con veleidades literarias entre cuyas indescriptibles producciones se encuentran títulos como Asesinos de España (Marxismo, Anarquismo y Masonería) y una Biografía política y psico-sexual de Malenkov. Algunas de sus teorías más pintorescas aunaban en la fundación del Frente Popular a Churchill y Cambó, o explicaban que el interés internacional suscitado por el asesinato de Andreu Nin se debía a que no era español, sino judío (sic). Como otros autores de su misma corriente empleaba la divulgación histórica como un arma en el combate contra la subversión.
La vida pública de El Campesino fue entrando en un periodo final de penumbra, del que solo le rescató esporádicamente el movimiento de aproximación curiosa a las viejas figuras de la Guerra Civil que se produjo con la muerte de Franco y la transición, momento en que Valentín González se trasladó a España y protagonizó fugaces apariciones en prensa y televisión[27], en las que persistiría en su denuncia del comunismo y manifestaría su adhesión al PSOE. Murió prácticamente en el olvido en 1983 y, de todos los posibles obituarios, el más preciso –quizás por ser también de los menos interesados- fue el que le dedicó Pedro Mateo Merino: “Era una fuerza ciega de la naturaleza humana, sin leyes ni normas, incontrolable. De una espontaneidad irreflexiva hasta lo demencial, que se guiaba por una cierta intuición del subconsciente. De una rebeldía individualizada rayana en la exacerbación, templada en las infinitas adversidades del español desheredado hijo del terruño, dueño de su primaria animalidad sin fronteras como única fortuna y sin derecho alguno, a no ser el de servir a los poderosos. Tuvo atisbos de conciencia en la lucha social de sus años mozos contra la dictadura primorriverista, y sobre todo en la magna gesta popular republicana de 1931-1939, singularmente en el primer año de la guerra contra el fascismo y la intervención armada extranjera, cuando halló eco entre los jornaleros agrícolas y los campesinos pobres -atraídos por el sobrenombre de Campesino-, iletrados, escarnecidos y primarios como él; iluminados por su indescifrable, violenta y extraña personalidad, su inmenso odio alimentado con sonrisas y su congénita indocilidad de viento huracanado, junto a su desnuda picardía, o quizás ingenio secular, milenario, de los siervos eternamente hambrientos y humillados. Era un nihilista contra todo y contra todos, sin norte ni brújula. Jamás fue un revolucionario consciente de sus fines ni de la necesidad de continuado sacrificio individual y colectivo para conseguirlas. Una asombrosa riada popular le sacó a flote y ella misma le hundió de nuevo con sus grávidas impurezas antes de que empezaran a retirarse las aguas; su ascenso, trayectoria brillante y descenso fueron meteóricos (…) En resumen, una rebeldía primaria vapuleada por todos los vientos y tempestades que se convierten en presa de los mismos que las despiertan, y acaba siendo instrumento de las peores causas, incapaz de trasponer las limitaciones y secuelas de su propia condición, prisionero de sí mismo. ¡Descansa en paz, amigo y jefe de ayer y ‘adversario inconsciente de siempre’! ‘Valentín el Volcán’ te llamaba el inolvidable Miguel Hernández”[28].
[1] Recurso presentado por el abogado Pierre Bensimon, el 12 de abril de 1961. ARCHIVO DE LA FUNDACIÓN PABLO IGLESIAS (AFPI), Correspondencia entre Julián Gorkín y El Campesino, AJGG-559-27.
[2]GONZÁLEZ, Valentín: Vida y muerte en la URSS. Editorial Bell, Buenos Aires (1951).
[3] MATEO MERINO, Pedro: Por vuestra libertad y la nuestra. Editorial Disenso, Madrid (1986), p. 261.
[4]CARRILLO, Santiago: Memorias. Editorial Planeta, Barcelona (2006), p. 149.
[5]MERA, Cipriano: Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista. Edición de CGT et alt. (2006), p. 229.
[6] MATEO MERINO, op. cit., p. 259.
[7] MERA, op. cit. p. 215-216.
[8] CORDÓN, Antonio: Trayectoria. Recuerdos de un artillero. Editorial Renacimiento, Sevilla (2008), p. 575.
[9] MATEO MERINO, Por vuestra libertad…, p. 263.
[10] CORDÓN, op. cit. p. 578.
[11] MATEO MERINO, op. cit. p. 254.
[12] Archivo Histórico del PCE (AHPCE), Manuscritos, tesis y memorias, Por qué y cómo salimos de España los guerrilleros y el SIEP, carpeta 60/4. SIEP era el acrónimo de Servicio de Información Especial Periférico. Este Servicio tenía como objetivo realizar acciones de espionaje y sabotaje en la zona franquista.
[13] ALTED. A. et alt: “Una biografía colectiva de los niños de la guerra”, en Los niños de la guerra de España en la Unión Soviética. De la evacuación al retorno (1937-1999), Fundación Largo Caballero, Madrid, 1999, p. 73.
[14] Para este episodio, HERNÁNDEZ SÁNCHEZ, Fernando: Comunistas sin partido. Jesús Hernández, ministro en la guerra civil, disidente en el exilio. Editorial Raíces, Madrid (2007).
[15] TAGÜEÑA, Manuel: Testimonio de dos guerras. Editorial Planeta, Barcelona (2005), p. 453.
[16] SOUTHWORTH, Herberth.R: “«El gran camuflaje»: Julián Gorkin, Burnett Bolloten y la Guerra Civil española”. En PRESTON, Paul(ed): La República asediada, Península, Barcelona (2001), p. 460.
[17]Las reflexiones de Borkenau quedaron recogidas en El reñidero español (1937), y en World Communism; Koestler reflejaría su revelador viaje e la URSS en el tercer volumen de su autobiografía, Euforia y utopía; Valtin publicó en 1941 Sans patrie ni frontières, obra autobiográfica donde acababa denunciando las falsificaciones del estalinismo; Ciliga escribió un libro testimonial de sus vivencias en la URSS de Stalin titulado Au pays du grand mensonge (En el país de la gran mentira), publicado en París en 1938;Ravines publicó La gran estafa,en 1953; la traducción castellana del libro de Vanni vio la luz en 1950, con el título de Yo, comunista en Rusia.
[18] HERNÁNDEZ TOMÁS, Jesús: Yo fui un ministro de Stalin. Editorial América, México DF, (1953) CASTRO DELGADO, Enrique, La vida interna de la Komintern: Cómo perdí la fe en Moscú, Epesa,Madrid, (1950) ; y Hombres made in Moscú, Editorial Caralt, Barcelona (1963).
[19] DEUTSCHER, Isaac: Herejes y renegados. Ariel, Barcelona (1970).
[20] GORKIN, Julián: España, primer ensayo de democracia popular, Asociación argentina por la libertad de la cultura, Buenos Aires (1961).
[21] AFPI, Correspondencia entre Julián Gorkín y El Campesino, AJGG-559-27, fol. 4.
[22]AFPI, Archivo particular Julian Gorkín, AJGG-558-35, Correspondencia entre Julian Gorkín y Enrique Castro Delgado, París, 15 de septiembre de 196
[23] AFPI, Correspondencia entre Julián Gorkin y El Campesino, AJGG-559-27, fols. 9 y 10.
[24] AFPI, Correspondencia entre Julián Gorkin y El Campesino, AJGG-559-27, fols. 5 y 6.
[25]La editorial francesa que tenía los derechos exclusivos para Europa del libro de Castro era Gallimard, que lo publicó en 1950 con el título J´ai perdu la foi a Moscou. Ese mismo año apareció en España, publicado por Ediciones y Publicaciones Españolas (EPESA). Las fuentes comunistas en México hicieron correr el bulo de que la editorial gala pertenecía al movimiento ultraderechista Croix de Feu. AHPCE , Divergencias, Informe sobre el grupo H.C.D ,107, 1/1,. n. 120 México, 1951.
[26]AFPI, Correspondencia entre Julián Gorkin y El Campesino, AJGG-559-27, fol. 4.
[27] En internet se puede ver la entrevista que le realizó Mónica Randall para el programa Rasgos (1982): https://www.youtube.com/watch?v=GQQ-v2MvhU4
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[28] MATEO MERINO, Por vuestra libertad… p. 266-267.
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