El marxismo y la emancipación de la mujer
Ana Muñoz y Alan Woods - marzo 2012
▬ 5 mensajes
El origen del Día Internacional de la Mujer Trabajadora se remonta a principios del siglo XX, en el marco de la lucha por la igualdad de derechos para la mujer, y desde sus inicios siempre tuvo un marcado carácter de clase y socialista. La primera celebración que se recuerda fue la de los socialistas en Estados Unidos en 1908.
En 1909 se declaró la huelga general de mujeres obreras del textil en la que 30.000 obreras textileras en los Estados Unidos fueron a la huelga durante 13 largas semanas de un frío invierno, en lucha por mejores condiciones de trabajo.
En 1910, una conferencia internacional de mujeres socialistas decidió la declaración del día internacional de la mujer trabajadora. En la conferencia estaban representadas organizaciones de mujeres socialistas de 17 países diferentes. La primera celebración internacional se produjo en 1911 y tuvo particular fuerza en países como Austria, Dinamarca, Alemania y Suecia. Más de un millón de obreras y obreros participaron en actos públicos exigiendo el derecho de voto a la mujer, el derecho al trabajo y el fin de la discriminación en el empleo. Así la lucha por la emancipación de la mujer nacía como parte integral del movimientos socialista internacional.
Una semana después, más de 140 mujeres trabajadoras del textil morían en el Incendio del Triangulo en Nueva York, sin poder escapar de su lugar de trabajo. El respeto a la memoria de esas trabajadoras se incorporó al Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Uno de los 8 de marzo con más trascendencia fue el de 1917 en Petrogrado, cuando la celebración del día internacional de las obreras se convirtió en la chispa que hizo estallar la revolución de Febrero y el derrocamiento de la odiada autocracia zarista.
Aunque en tiempos recientes las instituciones burguesas han querido negarle el carácter de lucha a esta jornada, los socialistas debemos reivindicarla como jornada de combate por la emancipación de la mujer como parte de la emancipación de la clase trabajadora en su conjunto.
Por este motivo publicamos aquí el documento "El marxismo y la emancipación de la mujer¨.
******
"Cambiar de raíz la situación de la mujer no será posible hasta que no cambien todas las condiciones de la vida social y doméstica” - Trotsky, Escritos sobre la cuestión femenina
El capitalismo está en un callejón sin salida. La crisis mundial del capitalismo golpea con mayor dureza a las mujeres y a la juventud. En el siglo XIX Marx ya señaló la tendencia del capitalismo a conseguir grandes beneficios mediante la explotación de mujeres y niños. En el primer volumen de El Capital, Marx escribe lo siguiente:
“Por eso, el trabajo de las mujeres y los niños fue la primera palabra de la aplicación capitalista de la maquinaria. Este poderoso sustituto de trabajo y de obreros se transformó inmediatamente en un medio para aumentar el número de asalariados, colocando a todos los miembros de la familia obrera, sin distinción de sexo ni edad, bajo el dominio inmediato del capital. El trabajo forzado al servicio del capitalista usurpó no sólo el lugar de los juegos infantiles, sino también el trabajo libre dentro de la esfera doméstica, dentro de los límites morales, para la propia familia” (C. Marx, El Capital. Madrid, Akal Editor, 1976, Vol I, Tomo II, pág. 110).
En los países capitalistas desarrollados el cambio de los modos de producción y el constante intento de los capitalistas de aumentar la tasa de beneficios, ha llevado al incremento del empleo de mujeres y jóvenes, que trabajan a cambio de salarios bajos, en malas condiciones laborales y con pocos o ningún derecho. Sólo en Estados Unidos, durante los últimos 50 años se han incorporado al mundo laboral cuarenta millones de mujeres y en Europa treinta millones.
En 1950 aproximadamente un tercio de las mujeres estadounidenses en edad laboral tenían un trabajo remunerado; el año pasado esta proporción casi era de tres cuartas partes. Según las estadísticas, hoy en día el 99% de las mujeres estadounidenses ha trabajado en algún momento de su vida. El empleo de mujeres —por sí mismo un acontecimiento progresista—, es la condición previa para liberar a las mujeres de los estrechos límites del hogar y familia burgueses, y también el primer paso para su libre y pleno desarrollo como seres humanos y miembros de la sociedad.
Pero el sistema capitalista considera a las mujeres sólo una fuente conveniente de mano de obra barata y parte del “ejército de reserva de trabajadores”, las incorpora al mundo laboral cuando hay escasez de mano de obra en determinados sectores de la producción, y cuando estas necesidades desaparecen, las expulsa de nuevo del mundo laboral.
Presenciamos este proceso durante las dos guerras mundiales, entonces las mujeres entraron en las fábricas para sustituir a los hombres enviados al frente y después cuando terminó la guerra se las obligó a regresar al hogar. La mujer volvió a incorporarse al trabajo en el periodo de auge capitalista de la posguerra, durante los años 50 y 60, su papel fue similar al de los trabajadores inmigrantes —una reserva de mano de obra barata—. En el periodo más reciente, el número de trabajadoras ha aumentado para ocupar los huecos existentes en el proceso productivo. A pesar de todo lo que se dice sobre el “mundo de la mujer” y el “poder femenino”, a pesar de todas las leyes que supuestamente garantizan su igualdad, las trabajadoras todavía son uno de los sectores más explotados y oprimidos del proletariado.
En el pasado, la sociedad de clases condicionaba a las mujeres a que fuesen políticamente indiferentes, a no organizarse, y sobre todo, a ser pasivas y por lo tanto proporcionar una base social para la reacción. La burguesía utilizó los servicios de la Iglesia y la prensa burguesa (revistas femeninas, etc.,) para basarse en esta capa y mantenerse en el poder. Pero esta situación ha cambiado en la medida que se transforma el papel de las mujeres en la sociedad. Cada vez son menos las mujeres —al menos en los países capitalistas desarrollados—, que están dispuestas a mantenerse en la ignorancia y a someterse pasivamente al papel tradicional de kirche, kücher and kinder (iglesia, cocina y niños).
Este cambio es un fenómeno progresista que tendrá consecuencias importantes para el futuro. De la misma forma que la burguesía ha perdido su antigua reserva social de masas para la reacción entre el campesinado, en EEUU, Japón y Europa Occidental, las mujeres ya no constituyen esa reserva atrasada de la reacción como ocurría en el pasado. La crisis del capitalismo, sus constantes ataques a la mujer y a la familia, radicalizará aún más a amplias capas de las mujeres y las llevará en una dirección revolucionaria. Para los marxistas es importante comprender el gran potencial revolucionario que existe entre las mujeres.
Las mujeres potencialmente llegan a ser incluso más revolucionarias que los hombres, porque a menudo están más oprimidas que los hombres, están frescas y libres de la rutina conservadora que con frecuencia caracteriza la vida sindical “normal”. Cualquiera que haya presenciado una huelga de mujeres ha podido ver su tremenda determinación, coraje y empuje. Es un deber para los marxistas, tomar toda las medidas necesarias para animar a las mujeres a que entren y participen en los sindicatos, en igualdad de derechos y condiciones.
La cuestión de la mujer, teoría y práctica del marxismo
La cuestión de la mujer siempre ocupó un lugar central en la teoría y en la práctica del marxismo. En 1845 Engels había escrito La situación de la clase obrera en Inglaterra. Engels describe detalladamente las condiciones de vida y laborales completamente insoportables de los trabajadores británicos en aquella época. Según las fuentes citadas por Engels, muchos de los trabajadores industriales eran mujeres. En las hilanderías las mujeres constituían aproximadamente el 70% de la fuerza laboral total (F. Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra. Panther Books, 1974, pág. 171, en la edición inglesa).
Engels cita un discurso de Lord Ashley en la Cámara de los Comunes en 1844:
“De los 419.560 trabajadores industriales que en 1839 había en el imperio británico, 192.887 —casi la mitad—, tenían menos de dieciocho años de edad, y 242.296 eran mujeres...”.
Engels documenta sus vidas como trabajadoras, madres y esposas.
“El trabajo fabril deja su huella en el físico femenino. Las deformidades creadas por ocho horas largas de trabajo son bastante más serias entre las mujeres. Las largas horas de trabajo a menudo originan deformidades en la pelvis, en parte debido al desarrollo anormal de los huesos de la cadera, y en parte también por deformaciones en la parte inferior de la columna vertebral” (Op. Cit., pág. 188).
“Esas trabajadoras tienen un parto más difícil que otras mujeres, y esto está confirmado por varias comadronas y obstetricias, también tienen más predisposición al aborto. Además, sufren el debilitamiento general que es común a todos los trabajadores, y cuando están embarazadas continúan trabajando en la fábrica hasta el momento del parto, de otra forma, perderían sus salarios y temen que se las sustituya si dejan de trabajar demasiado pronto. Con frecuenta ocurre que las mujeres están trabajando una noche y a la mañana siguiente, dan a luz en la fábrica entre la maquinaria... Si no se obliga a estas mujeres a regresar al trabajo en dos semanas, están agradecidas y se sienten afortunadas. Muchas regresan a la fábrica después de ocho e incluso después de tres o cuatro días... Naturalmente, el temor a ser despedidas, el miedo al hambre las lleva a la fábrica a pesar de su debilidad y desafiando al dolor” (Op. Cit., pág. 189).
“El empleo de mujeres con frecuencia rompe la familia, porque si la esposa trabaja doce o trece horas diarias en la fábrica y el marido trabaja el mismo tiempo aquí o en otra parte, ¿qué ocurre con los niños?”.
Engels también responde esta pregunta:
“Crecen como la maleza salvaje; son puestos al cuidado de una niñera a cambio de un chelín o dieciocho peniques semanales, cómo les tratan no es difícil de imaginar. Por eso es tan elevado el número de accidentes que sufren los niños pequeños en los barrios obreros” (Op. Cit., pág. 171).
Según el informe que cita Engels, más del 57% de los niños de Manchester morían antes de cumplir los cinco años de edad. Engels escribía sobre la vida familiar del trabajador, casi imposible bajo el sistema social existente, con problemas domésticos interminables y riñas familiares. Y culpaba de esta situación a las “condiciones sociales existentes”.
Engels también demuestra que los propietarios de las fábricas solían seducir a las trabajadoras bajo amenaza de despido y algunos convertían su fábrica en un harén privado. De este modo se extendía la prostitución.
Este libro —La situación de la clase obrera en Inglaterra— demuestra que Marx y Engels conocían perfectamente la situación en la que se encontraban las mujeres de la clase obrera, y por supuesto estaban preocupados por la difícil situación de estas mujeres, como también se preocupaban por la difícil situación de la clase obrera su conjunto. Engels, en el libro, acusa a la clase dominante de Inglaterra de ser la responsable de esta situación. En el mismo año —1845— Marx publicó La sagrada familia. Aquí parafrasea generosamente a Fourier y escribe:
“Los progresos sociales y los cambios de periodos se operan en razón directa del progreso de las mujeres hacia la libertad y las decadencias de orden social se operan en razón del decrecimiento de la libertad de las mujeres... porque aquí, en la relación de hombres y mujeres, del débil y el fuerte, la victoria de la naturaleza humana sobre la brutalidad, es más evidente. El grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general”(C. Marx y F. Engels, La sagrada familia. Madrid, Akal Editor, 1981, pág. 215).
Marx no estaba en contra de la participación de mujeres y niños en la producción. Pero sí se oponía a las terribles condiciones en las que tenían que trabajar y vivir. En la reunión del Consejo General de la Internacional dijo lo siguiente:
“No digo que sea un error que mujeres y niños participen en nuestra producción social”, sino “la forma en que tienen que trabajar” (Actas del Consejo General de la Internacional. Vol. II, pág. 232, en la edición inglesa).
Por esta razón la clase obrera tenía el deber de luchar por la protección de mujeres y niños, a través de la legislación, contra la peor clase de explotación. Y por supuesto para reducir la jornada laboral semanal.
Marx escribe en El Capital:
“Los obreros tienen que juntar sus cabezas y, como clase, forzar una ley estatal, una barrera social prepotente, que les impida a ellos mismos venderse y vender a su descendencia para la muerte y la esclavitud mediante un contrato voluntario con el capital” (C. Marx, El Capital. Madrid, Akal Editor, 1976. Tomo I, Vol. II, pág. 400).
Marx consideraba que por un lado, sacar a las mujeres y niños del aislamiento social y de la opresión patriarcal de la familia campesina para que “cooperasen en la producción social, es una tendencia legítima, correcta y progresista”. Pero por otro lado “bajo el Capital este proceso se convertía en una abominación” (C. Marx, La Primera Internacional, pág. 88, en la edición inglesa).
“La mujer se ha convertido en parte activa de nuestra producción social. Alguien que sepa algo de historia sabe que son imposibles las transformaciones sociales importantes sin la agitación entre las mujeres”, (C. Marx, Cartas a Kugelmann, en la edición inglesa).
Marx estaba a favor de la incorporación de las mujeres, como agentes activos, a la actividad política y en 1871 promovió una norma, y la Internacional la aprobó, en la que se recomendaba la creación de secciones de mujeres, sin excluir la posibilidad de que en ellas participasen ambos sexos. En esa época prevalecían unas condiciones de atraso donde se miraba con desprecio a las mujeres que participaban activamente en política o que asistían a las reuniones.
Después del colapso de la Primera Internacional, Marx y Engels participaron como consejeros en los partidos de la clase obrera recién creados y que más tarde conformarían la Segunda Internacional. Por ejemplo ayudaron a escribir el programa del Partido Francés de los Trabajadores para las elecciones de 1880. Marx escribió la introducción y en ella deja bien claro que “la emancipación de las clases productoras implica a todos los seres humanos sin distinción de sexo o raza” (C. Marx, La Primera Internacional, pág. 376, en la edición inglesa).
Además tenemos el libro de Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, publicado en 1884. El libro en conjunto es un trabajo pionero, incluso los antropólogos, arqueólogos e historiadores de hoy en día se ven obligados a mencionarlo.
Desde su publicación se han realizado muchos descubrimientos, pero Engels en el libro aborda la cuestión de la mujer desde el punto de vista del materialismo histórico. Y demuestra que el patriarcado no es algo eterno, sino todo lo contrario.
Lenin siguió los pasos Marx y Engels y también consideraba muy importante el trabajo de los socialistas entre la mujer (y los hombres). En el apéndice del libro de Lenin La emancipación de la mujer, podemos encontrar Mis recuerdos de Lenin, de Clara Zetkin. Y leemos lo siguiente:
“El camarada Lenin habló conmigo repetidas veces acerca de la cuestión femenina. Evidentemente, atribuía al movimiento femenino una gran importancia, como parte esencial del movimiento de masas, del que, en determinadas condiciones, puede ser una parte decisiva. De suyo se comprende que concebía la plena igualdad social de la mujer como un principio completamente indiscutible para un comunista” (Lenin, La emancipación de la mujer. Moscú, Editorial Progreso, 1979, pág. 105).
Ana Muñoz y Alan Woods - marzo 2012
▬ 5 mensajes
El origen del Día Internacional de la Mujer Trabajadora se remonta a principios del siglo XX, en el marco de la lucha por la igualdad de derechos para la mujer, y desde sus inicios siempre tuvo un marcado carácter de clase y socialista. La primera celebración que se recuerda fue la de los socialistas en Estados Unidos en 1908.
En 1909 se declaró la huelga general de mujeres obreras del textil en la que 30.000 obreras textileras en los Estados Unidos fueron a la huelga durante 13 largas semanas de un frío invierno, en lucha por mejores condiciones de trabajo.
En 1910, una conferencia internacional de mujeres socialistas decidió la declaración del día internacional de la mujer trabajadora. En la conferencia estaban representadas organizaciones de mujeres socialistas de 17 países diferentes. La primera celebración internacional se produjo en 1911 y tuvo particular fuerza en países como Austria, Dinamarca, Alemania y Suecia. Más de un millón de obreras y obreros participaron en actos públicos exigiendo el derecho de voto a la mujer, el derecho al trabajo y el fin de la discriminación en el empleo. Así la lucha por la emancipación de la mujer nacía como parte integral del movimientos socialista internacional.
Una semana después, más de 140 mujeres trabajadoras del textil morían en el Incendio del Triangulo en Nueva York, sin poder escapar de su lugar de trabajo. El respeto a la memoria de esas trabajadoras se incorporó al Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
Uno de los 8 de marzo con más trascendencia fue el de 1917 en Petrogrado, cuando la celebración del día internacional de las obreras se convirtió en la chispa que hizo estallar la revolución de Febrero y el derrocamiento de la odiada autocracia zarista.
Aunque en tiempos recientes las instituciones burguesas han querido negarle el carácter de lucha a esta jornada, los socialistas debemos reivindicarla como jornada de combate por la emancipación de la mujer como parte de la emancipación de la clase trabajadora en su conjunto.
Por este motivo publicamos aquí el documento "El marxismo y la emancipación de la mujer¨.
******
"Cambiar de raíz la situación de la mujer no será posible hasta que no cambien todas las condiciones de la vida social y doméstica” - Trotsky, Escritos sobre la cuestión femenina
El capitalismo está en un callejón sin salida. La crisis mundial del capitalismo golpea con mayor dureza a las mujeres y a la juventud. En el siglo XIX Marx ya señaló la tendencia del capitalismo a conseguir grandes beneficios mediante la explotación de mujeres y niños. En el primer volumen de El Capital, Marx escribe lo siguiente:
“Por eso, el trabajo de las mujeres y los niños fue la primera palabra de la aplicación capitalista de la maquinaria. Este poderoso sustituto de trabajo y de obreros se transformó inmediatamente en un medio para aumentar el número de asalariados, colocando a todos los miembros de la familia obrera, sin distinción de sexo ni edad, bajo el dominio inmediato del capital. El trabajo forzado al servicio del capitalista usurpó no sólo el lugar de los juegos infantiles, sino también el trabajo libre dentro de la esfera doméstica, dentro de los límites morales, para la propia familia” (C. Marx, El Capital. Madrid, Akal Editor, 1976, Vol I, Tomo II, pág. 110).
En los países capitalistas desarrollados el cambio de los modos de producción y el constante intento de los capitalistas de aumentar la tasa de beneficios, ha llevado al incremento del empleo de mujeres y jóvenes, que trabajan a cambio de salarios bajos, en malas condiciones laborales y con pocos o ningún derecho. Sólo en Estados Unidos, durante los últimos 50 años se han incorporado al mundo laboral cuarenta millones de mujeres y en Europa treinta millones.
En 1950 aproximadamente un tercio de las mujeres estadounidenses en edad laboral tenían un trabajo remunerado; el año pasado esta proporción casi era de tres cuartas partes. Según las estadísticas, hoy en día el 99% de las mujeres estadounidenses ha trabajado en algún momento de su vida. El empleo de mujeres —por sí mismo un acontecimiento progresista—, es la condición previa para liberar a las mujeres de los estrechos límites del hogar y familia burgueses, y también el primer paso para su libre y pleno desarrollo como seres humanos y miembros de la sociedad.
Pero el sistema capitalista considera a las mujeres sólo una fuente conveniente de mano de obra barata y parte del “ejército de reserva de trabajadores”, las incorpora al mundo laboral cuando hay escasez de mano de obra en determinados sectores de la producción, y cuando estas necesidades desaparecen, las expulsa de nuevo del mundo laboral.
Presenciamos este proceso durante las dos guerras mundiales, entonces las mujeres entraron en las fábricas para sustituir a los hombres enviados al frente y después cuando terminó la guerra se las obligó a regresar al hogar. La mujer volvió a incorporarse al trabajo en el periodo de auge capitalista de la posguerra, durante los años 50 y 60, su papel fue similar al de los trabajadores inmigrantes —una reserva de mano de obra barata—. En el periodo más reciente, el número de trabajadoras ha aumentado para ocupar los huecos existentes en el proceso productivo. A pesar de todo lo que se dice sobre el “mundo de la mujer” y el “poder femenino”, a pesar de todas las leyes que supuestamente garantizan su igualdad, las trabajadoras todavía son uno de los sectores más explotados y oprimidos del proletariado.
En el pasado, la sociedad de clases condicionaba a las mujeres a que fuesen políticamente indiferentes, a no organizarse, y sobre todo, a ser pasivas y por lo tanto proporcionar una base social para la reacción. La burguesía utilizó los servicios de la Iglesia y la prensa burguesa (revistas femeninas, etc.,) para basarse en esta capa y mantenerse en el poder. Pero esta situación ha cambiado en la medida que se transforma el papel de las mujeres en la sociedad. Cada vez son menos las mujeres —al menos en los países capitalistas desarrollados—, que están dispuestas a mantenerse en la ignorancia y a someterse pasivamente al papel tradicional de kirche, kücher and kinder (iglesia, cocina y niños).
Este cambio es un fenómeno progresista que tendrá consecuencias importantes para el futuro. De la misma forma que la burguesía ha perdido su antigua reserva social de masas para la reacción entre el campesinado, en EEUU, Japón y Europa Occidental, las mujeres ya no constituyen esa reserva atrasada de la reacción como ocurría en el pasado. La crisis del capitalismo, sus constantes ataques a la mujer y a la familia, radicalizará aún más a amplias capas de las mujeres y las llevará en una dirección revolucionaria. Para los marxistas es importante comprender el gran potencial revolucionario que existe entre las mujeres.
Las mujeres potencialmente llegan a ser incluso más revolucionarias que los hombres, porque a menudo están más oprimidas que los hombres, están frescas y libres de la rutina conservadora que con frecuencia caracteriza la vida sindical “normal”. Cualquiera que haya presenciado una huelga de mujeres ha podido ver su tremenda determinación, coraje y empuje. Es un deber para los marxistas, tomar toda las medidas necesarias para animar a las mujeres a que entren y participen en los sindicatos, en igualdad de derechos y condiciones.
La cuestión de la mujer, teoría y práctica del marxismo
La cuestión de la mujer siempre ocupó un lugar central en la teoría y en la práctica del marxismo. En 1845 Engels había escrito La situación de la clase obrera en Inglaterra. Engels describe detalladamente las condiciones de vida y laborales completamente insoportables de los trabajadores británicos en aquella época. Según las fuentes citadas por Engels, muchos de los trabajadores industriales eran mujeres. En las hilanderías las mujeres constituían aproximadamente el 70% de la fuerza laboral total (F. Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra. Panther Books, 1974, pág. 171, en la edición inglesa).
Engels cita un discurso de Lord Ashley en la Cámara de los Comunes en 1844:
“De los 419.560 trabajadores industriales que en 1839 había en el imperio británico, 192.887 —casi la mitad—, tenían menos de dieciocho años de edad, y 242.296 eran mujeres...”.
Engels documenta sus vidas como trabajadoras, madres y esposas.
“El trabajo fabril deja su huella en el físico femenino. Las deformidades creadas por ocho horas largas de trabajo son bastante más serias entre las mujeres. Las largas horas de trabajo a menudo originan deformidades en la pelvis, en parte debido al desarrollo anormal de los huesos de la cadera, y en parte también por deformaciones en la parte inferior de la columna vertebral” (Op. Cit., pág. 188).
“Esas trabajadoras tienen un parto más difícil que otras mujeres, y esto está confirmado por varias comadronas y obstetricias, también tienen más predisposición al aborto. Además, sufren el debilitamiento general que es común a todos los trabajadores, y cuando están embarazadas continúan trabajando en la fábrica hasta el momento del parto, de otra forma, perderían sus salarios y temen que se las sustituya si dejan de trabajar demasiado pronto. Con frecuenta ocurre que las mujeres están trabajando una noche y a la mañana siguiente, dan a luz en la fábrica entre la maquinaria... Si no se obliga a estas mujeres a regresar al trabajo en dos semanas, están agradecidas y se sienten afortunadas. Muchas regresan a la fábrica después de ocho e incluso después de tres o cuatro días... Naturalmente, el temor a ser despedidas, el miedo al hambre las lleva a la fábrica a pesar de su debilidad y desafiando al dolor” (Op. Cit., pág. 189).
“El empleo de mujeres con frecuencia rompe la familia, porque si la esposa trabaja doce o trece horas diarias en la fábrica y el marido trabaja el mismo tiempo aquí o en otra parte, ¿qué ocurre con los niños?”.
Engels también responde esta pregunta:
“Crecen como la maleza salvaje; son puestos al cuidado de una niñera a cambio de un chelín o dieciocho peniques semanales, cómo les tratan no es difícil de imaginar. Por eso es tan elevado el número de accidentes que sufren los niños pequeños en los barrios obreros” (Op. Cit., pág. 171).
Según el informe que cita Engels, más del 57% de los niños de Manchester morían antes de cumplir los cinco años de edad. Engels escribía sobre la vida familiar del trabajador, casi imposible bajo el sistema social existente, con problemas domésticos interminables y riñas familiares. Y culpaba de esta situación a las “condiciones sociales existentes”.
Engels también demuestra que los propietarios de las fábricas solían seducir a las trabajadoras bajo amenaza de despido y algunos convertían su fábrica en un harén privado. De este modo se extendía la prostitución.
Este libro —La situación de la clase obrera en Inglaterra— demuestra que Marx y Engels conocían perfectamente la situación en la que se encontraban las mujeres de la clase obrera, y por supuesto estaban preocupados por la difícil situación de estas mujeres, como también se preocupaban por la difícil situación de la clase obrera su conjunto. Engels, en el libro, acusa a la clase dominante de Inglaterra de ser la responsable de esta situación. En el mismo año —1845— Marx publicó La sagrada familia. Aquí parafrasea generosamente a Fourier y escribe:
“Los progresos sociales y los cambios de periodos se operan en razón directa del progreso de las mujeres hacia la libertad y las decadencias de orden social se operan en razón del decrecimiento de la libertad de las mujeres... porque aquí, en la relación de hombres y mujeres, del débil y el fuerte, la victoria de la naturaleza humana sobre la brutalidad, es más evidente. El grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general”(C. Marx y F. Engels, La sagrada familia. Madrid, Akal Editor, 1981, pág. 215).
Marx no estaba en contra de la participación de mujeres y niños en la producción. Pero sí se oponía a las terribles condiciones en las que tenían que trabajar y vivir. En la reunión del Consejo General de la Internacional dijo lo siguiente:
“No digo que sea un error que mujeres y niños participen en nuestra producción social”, sino “la forma en que tienen que trabajar” (Actas del Consejo General de la Internacional. Vol. II, pág. 232, en la edición inglesa).
Por esta razón la clase obrera tenía el deber de luchar por la protección de mujeres y niños, a través de la legislación, contra la peor clase de explotación. Y por supuesto para reducir la jornada laboral semanal.
Marx escribe en El Capital:
“Los obreros tienen que juntar sus cabezas y, como clase, forzar una ley estatal, una barrera social prepotente, que les impida a ellos mismos venderse y vender a su descendencia para la muerte y la esclavitud mediante un contrato voluntario con el capital” (C. Marx, El Capital. Madrid, Akal Editor, 1976. Tomo I, Vol. II, pág. 400).
Marx consideraba que por un lado, sacar a las mujeres y niños del aislamiento social y de la opresión patriarcal de la familia campesina para que “cooperasen en la producción social, es una tendencia legítima, correcta y progresista”. Pero por otro lado “bajo el Capital este proceso se convertía en una abominación” (C. Marx, La Primera Internacional, pág. 88, en la edición inglesa).
“La mujer se ha convertido en parte activa de nuestra producción social. Alguien que sepa algo de historia sabe que son imposibles las transformaciones sociales importantes sin la agitación entre las mujeres”, (C. Marx, Cartas a Kugelmann, en la edición inglesa).
Marx estaba a favor de la incorporación de las mujeres, como agentes activos, a la actividad política y en 1871 promovió una norma, y la Internacional la aprobó, en la que se recomendaba la creación de secciones de mujeres, sin excluir la posibilidad de que en ellas participasen ambos sexos. En esa época prevalecían unas condiciones de atraso donde se miraba con desprecio a las mujeres que participaban activamente en política o que asistían a las reuniones.
Después del colapso de la Primera Internacional, Marx y Engels participaron como consejeros en los partidos de la clase obrera recién creados y que más tarde conformarían la Segunda Internacional. Por ejemplo ayudaron a escribir el programa del Partido Francés de los Trabajadores para las elecciones de 1880. Marx escribió la introducción y en ella deja bien claro que “la emancipación de las clases productoras implica a todos los seres humanos sin distinción de sexo o raza” (C. Marx, La Primera Internacional, pág. 376, en la edición inglesa).
Además tenemos el libro de Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, publicado en 1884. El libro en conjunto es un trabajo pionero, incluso los antropólogos, arqueólogos e historiadores de hoy en día se ven obligados a mencionarlo.
Desde su publicación se han realizado muchos descubrimientos, pero Engels en el libro aborda la cuestión de la mujer desde el punto de vista del materialismo histórico. Y demuestra que el patriarcado no es algo eterno, sino todo lo contrario.
Lenin siguió los pasos Marx y Engels y también consideraba muy importante el trabajo de los socialistas entre la mujer (y los hombres). En el apéndice del libro de Lenin La emancipación de la mujer, podemos encontrar Mis recuerdos de Lenin, de Clara Zetkin. Y leemos lo siguiente:
“El camarada Lenin habló conmigo repetidas veces acerca de la cuestión femenina. Evidentemente, atribuía al movimiento femenino una gran importancia, como parte esencial del movimiento de masas, del que, en determinadas condiciones, puede ser una parte decisiva. De suyo se comprende que concebía la plena igualdad social de la mujer como un principio completamente indiscutible para un comunista” (Lenin, La emancipación de la mujer. Moscú, Editorial Progreso, 1979, pág. 105).
Última edición por lolagallego el Jue Ene 21, 2021 10:23 pm, editado 2 veces