Mujeres en vez de caballos (*)
Breve extracto de «El Capital» de Carlos Marx - tomo I - año 1867
[...] Considerada exclusivamente como medio de abaratamiento del producto, el límite de aplicación de la maquinaria reside allí donde su propia producción cuesta menos trabajo que el trabajo que su empleo viene a suplir. Sin embargo, para el capital, este limite es más estricto. Como el capital no paga el trabajo invertido, sino el valor de la fuerza de trabajo aplicada, para él el empleo de la maquinaria tiene su límite en la diferencia entre el valor de la máquina y el valor de la fuerza de trabajo suplida por ella.
Como la división de la jornada de trabajo en trabajo necesario y trabajo excedente varia en los distintos países y, dentro de cada país, en las distintas épocas o según las distintas ramas industriales, dentro de cada época; y como, además, el salario real del obrero oscila, siendo unas veces inferior y otras veces superior al valor de su fuerza de trabajo, la diferencia entre el precio de la maquinaría y el precio de la fuerza de trabajo suplida por ella pude variar considerablemente, aun cuando la diferencia entre la cantidad de trabajo necesaria para producir la máquina y la cantidad global de trabajo suplida por ésta, sea la misma. Ahora bien; es la primera diferencia, exclusivamente, la que determina el costo de producción de la mercancía para el propio capitalista y la que actúa sobre él, mediante las leyes coactivas de la concurrencia.
Así se explica que hoy se produzcan en Inglaterra máquinas que sólo se emplean en Norteamérica, del mismo modo que Alemania inventó, en los siglos XVI y XVII máquinas que sólo tenían salida en Holanda y que Francia, en el siglo XVIII, aportó ciertos inventos explotados solamente en Inglaterra. En países desarrollados ya de antiguo, la aplicación de las máquinas a ciertas ramas industriales provoca en otras ramas una superabundancia tal de trabajo (redundancy of labour, la llama Ricardo), que, al descender el salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo, impide el uso de maquinaria en estas industrias, llegando incluso, no pocas veces, a hacerlo imposible, desde el punto de vista del capital, ya que las ganancias de éste no provienen precisamente de la disminución del trabajo aplicado, sino de la del trabajo retribuido.
En ciertas ramas de la manufactura lanera inglesa se ha reducido bastante, durante estos últimos años, el trabajo infantil, llegando casi a desplazarse en algunos puntos. ¿Por qué? La ley fabril obligaba a implantar un doble turno de niños, unos con 6 y otro con 4 horas de trabajo, o ambos con 5. Pero los padres se resistían a vender los half–timers (obreros a media jornada) más baratos que antes los full–timers (obreros a jornada entera). He ahí por qué los half–timers hubieron de ser sustituidos por máquinas. Antes de que se prohibiese el trabajo de las mujeres y los niños (menores de 10 años) en las minas, el capital –fiel siempre a su decálogo de moral, y sobre todo a su Libro Mayor– se las arreglaba para hacer trabajar en el interior de las minas, principalmente las de bulla, revueltas no pocas veces con los hombres, a mujeres y muchachas desnudas, y no acudió a la maquinaria hasta que no se proclamó la prohibición de estos trabajos. Los yanquis han inventado máquinas para picar piedra. Los ingleses no las utilizan porque al "desdichado" ("wretch" es un término técnico de la economía política inglesa para designar al bracero agrícola) que ejecuta este trabajo se le paga una parte tan insignificante de su labor, que la maquinaria no haría más que encarecer la producción para el capitalista.
En Inglaterra se emplean todavía, de vez en cuando, por ejemplo, para sirgar los botes de los canales, mujeres en vez de caballos, porque el trabajo necesario para la producción de caballos y máquinas representa una cantidad matemáticamente dada y, en cambio, el sostenimiento de esas mujeres que forman parte de la población sobrante está por debajo de todos los cálculos. Por eso en ningún país del mundo se advierte un derroche más descarado de fuerza humana para trabajos ínfimos que en Inglaterra, que es el país de la maquinaria. [...]
(*) figura con este título en el libro «El Marxismo y la Cuestión femenina»
selección de textos realizada por Isabel Santamaría Aparicio - Editorial Cierzo Rojo, noviembre de 2019
Breve extracto de «El Capital» de Carlos Marx - tomo I - año 1867
[...] Considerada exclusivamente como medio de abaratamiento del producto, el límite de aplicación de la maquinaria reside allí donde su propia producción cuesta menos trabajo que el trabajo que su empleo viene a suplir. Sin embargo, para el capital, este limite es más estricto. Como el capital no paga el trabajo invertido, sino el valor de la fuerza de trabajo aplicada, para él el empleo de la maquinaria tiene su límite en la diferencia entre el valor de la máquina y el valor de la fuerza de trabajo suplida por ella.
Como la división de la jornada de trabajo en trabajo necesario y trabajo excedente varia en los distintos países y, dentro de cada país, en las distintas épocas o según las distintas ramas industriales, dentro de cada época; y como, además, el salario real del obrero oscila, siendo unas veces inferior y otras veces superior al valor de su fuerza de trabajo, la diferencia entre el precio de la maquinaría y el precio de la fuerza de trabajo suplida por ella pude variar considerablemente, aun cuando la diferencia entre la cantidad de trabajo necesaria para producir la máquina y la cantidad global de trabajo suplida por ésta, sea la misma. Ahora bien; es la primera diferencia, exclusivamente, la que determina el costo de producción de la mercancía para el propio capitalista y la que actúa sobre él, mediante las leyes coactivas de la concurrencia.
Así se explica que hoy se produzcan en Inglaterra máquinas que sólo se emplean en Norteamérica, del mismo modo que Alemania inventó, en los siglos XVI y XVII máquinas que sólo tenían salida en Holanda y que Francia, en el siglo XVIII, aportó ciertos inventos explotados solamente en Inglaterra. En países desarrollados ya de antiguo, la aplicación de las máquinas a ciertas ramas industriales provoca en otras ramas una superabundancia tal de trabajo (redundancy of labour, la llama Ricardo), que, al descender el salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo, impide el uso de maquinaria en estas industrias, llegando incluso, no pocas veces, a hacerlo imposible, desde el punto de vista del capital, ya que las ganancias de éste no provienen precisamente de la disminución del trabajo aplicado, sino de la del trabajo retribuido.
En ciertas ramas de la manufactura lanera inglesa se ha reducido bastante, durante estos últimos años, el trabajo infantil, llegando casi a desplazarse en algunos puntos. ¿Por qué? La ley fabril obligaba a implantar un doble turno de niños, unos con 6 y otro con 4 horas de trabajo, o ambos con 5. Pero los padres se resistían a vender los half–timers (obreros a media jornada) más baratos que antes los full–timers (obreros a jornada entera). He ahí por qué los half–timers hubieron de ser sustituidos por máquinas. Antes de que se prohibiese el trabajo de las mujeres y los niños (menores de 10 años) en las minas, el capital –fiel siempre a su decálogo de moral, y sobre todo a su Libro Mayor– se las arreglaba para hacer trabajar en el interior de las minas, principalmente las de bulla, revueltas no pocas veces con los hombres, a mujeres y muchachas desnudas, y no acudió a la maquinaria hasta que no se proclamó la prohibición de estos trabajos. Los yanquis han inventado máquinas para picar piedra. Los ingleses no las utilizan porque al "desdichado" ("wretch" es un término técnico de la economía política inglesa para designar al bracero agrícola) que ejecuta este trabajo se le paga una parte tan insignificante de su labor, que la maquinaria no haría más que encarecer la producción para el capitalista.
En Inglaterra se emplean todavía, de vez en cuando, por ejemplo, para sirgar los botes de los canales, mujeres en vez de caballos, porque el trabajo necesario para la producción de caballos y máquinas representa una cantidad matemáticamente dada y, en cambio, el sostenimiento de esas mujeres que forman parte de la población sobrante está por debajo de todos los cálculos. Por eso en ningún país del mundo se advierte un derroche más descarado de fuerza humana para trabajos ínfimos que en Inglaterra, que es el país de la maquinaria. [...]
(*) figura con este título en el libro «El Marxismo y la Cuestión femenina»
selección de textos realizada por Isabel Santamaría Aparicio - Editorial Cierzo Rojo, noviembre de 2019