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    El Manifiesto Comunista hoy - David Karvala - año 1998

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    RioLena
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    El Manifiesto Comunista hoy - David Karvala - año 1998 Empty El Manifiesto Comunista hoy - David Karvala - año 1998

    Mensaje por RioLena Mar Ene 07, 2020 7:54 pm

    El Manifiesto Comunista hoy

    David Karvala


    Este artículo se publicó por primera vez en la revista Socialismo Internacional en abril de 1998.

    Hace 150 años se escribió el Manifiesto Comunista, tal vez la obra política más importante jamás escrita. Pero hoy, en la era de Internet, ¿qué pueden aportarnos Marx y Engels? ¿Es cierto, como dicen casi todos los comentaristas, que el Manifiesto Comunista tiene como mucho interés histórico, pero ya no tiene ninguna relevancia política —si es que la tenía antes—?

    Aquí, el autor, sostiene que su mensaje está más vigente que nunca, y que los cambios del último siglo y medio tan sólo confirman lo que decían Karl Marx y Friedrich Engels en 1848.


    ¿Cómo es el capitalismo?

    El Manifiesto Comunista empieza, no con condenas morales a la clase capitalista, la burguesía, y a su sistema, sino con un análisis de qué son, y cómo funcionan. Explica que: “la burguesía ha desempeñado un papel verdaderamente revolucionario… En el corto siglo que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas más grandiosas y colosales que todas las anteriores generaciones juntas.”

    Así que los que dicen que el Manifiesto Comunista está caduco porque la industria ha avanzado tanto, sólo demuestran el acierto de los argumentos de Marx y Engels.

    “Al explotar el mercado mundial, [la burguesía] da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se hunden arrolladas por otras nuevas…”

    De ahí que la globalización, lejos de refutar el marxismo, lo confirma. En cambio, las respuestas nacionales al sistema mundial —el capitalismo de Estado de Stalin, o los intentos de autonomía económica del franquismo o del apartheid de Sudáfrica— debieron abrirse por la presión internacional.

    Igual de impresionante es la extensión de este argumento más allá de lo económico:

    “Y lo que acontece con la producción material, acontece también con la del espíritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo común. Las limitaciones y peculiaridades del carácter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una línea universal.”

    Todo lo que se ha dicho del efecto arrollador de los medios de comunicación internacionales, de Internet y del “imperialismo cultural” de Hollywood y McDonalds está aquí no sólo anticipado, sino contestado. Los defensores de las tradiciones nacionales, sea Esperanza Aguirre, con sus propuestas educo-propagandísticas, sea la derecha estadounidense, con su defensa del inglés frente al castellano de la población latina, quedan al desnudo, porque es el mismo capitalismo —que ellos defienden— el que allana las diferencias y lo mezcla todo.
    [*]

    Dicho esto, de nuestra parte, desde la izquierda, no celebramos la destrucción de las culturas de los pueblos oprimidos, pero sí el hecho que García Márquez y Salman Rushdie ahora escriban para todo el mundo, y no sólo cuenten sus historias en su país; que desde Australia a Zimbabwe se pueda bailar con música soul y rap de la gente negra norteamericana.

    Pero si el Manifiesto Comunista se hubiera limitado a halagar este sistema, no hubiera alcanzado su fama. El análisis del capitalismo llevó a sus autores a examinar sus crisis:

    “Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de toda la sociedad burguesa. Las crisis comerciales, además de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes. En esas crisis se destaca una epidemia social…”

    Después de los acontecimientos de los últimos meses en el sudeste asiático no hace falta decir que, otra vez, tenían razón. Pero lo que distinguía a Marx y Engels era que no sólo observaron las crisis —cualquiera hace eso— sino que mostraron que partían de la misma lógica del sistema, que eran su consecuencia inevitable.

    “La moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró… Las fuerzas productivas de que disponen no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir este régimen, que embaraza su desarrollo.”

    O sea que las “soluciones” a las crisis que esgrimen los economistas del sistema no pueden funcionar; la única solución a las crisis del capitalismo es acabar con el capitalismo.

    La lucha de clases

    Como consecuencia del análisis de las crisis del capitalismo, viene la conclusión política: “Las armas con que la burguesía derribó al feudalismo [los avances productivos] se vuelven ahora contra ella. Y la burguesía no sólo forja las armas que han de darle la muerte, sino que, además, pone de pie a los hombres llamados a manejarlas: estos hombres son los obreros, los proletarios.”

    Otra vez, lo importante aquí no es el reconocimiento de que la lucha de clases existe; cuando escribían ya era obvia, y hoy lo es para cualquiera que quiera verlo, desde los mineros asturianos hasta los huelguistas de UPS en EEUU. Con Marx y Engels se identifica esta lucha como la característica clave de toda sociedad de clases y, en el caso del capitalismo, es esta lucha de clases —y concretamente la de la clase trabajadora— la que podría acabar con todo el sistema de explotación. Hasta aquí nadie había llegado antes.

    Desde entonces, incluso muchos que se denominan marxistas parecen haber olvidado este punto central de su teoría. Se puede afirmar que la clase trabajadora ya no existe, que ya no lucha, o que sus luchas no tienen importancia. Se puede decir que una minoría tiene que cambiar el mundo para los demás, o, lo que es lo mismo, que el mundo nunca cambiará. Pero esto es dejar de ser marxista.

    “La competencia, cada vez más aguda, desatada entre la burguesía, y las crisis comerciales que desencadena, hacen cada vez más inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada día más veloces de la maquinaria aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia…”

    En una época en que nos llaman cada día a sacrificar nuestro nivel de vida por el bien de la economía nacional, en que millones de trabajadores en el Estado español sufren paro o precariedad laboral, estas palabras suenan como si se hubieran escrito hoy mismo. Lo mismo se podría decir de su observación: “La existencia y el predominio de la clase burguesa tiene por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos.” Un reciente informe de Naciones Unidas especifica que 1.300 millones de personas en el mundo viven con menos de 1 dólar diario, y que, en México, el hombre más rico tiene el equivalente a los ingresos combinados de 17 millones de mexicanos pobres, ¡6.600 millones de dólares!

    El Manifiesto Comunista explica como desde aquí los trabajadores empiezan a organizarse: “se unen para la defensa de sus salarios”. Pero la clave es que así abren el camino a la generalización: “El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera. Coadyuvan a ello los medios cada vez más fáciles de comunicación, creados por la gran industria y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades. Gracias a este contacto, las múltiples acciones locales… se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases. Y toda lucha de clases es una acción política.”

    Esto es muy importante: explica la relación entre las luchas aisladas, normalmente económicas, y la lucha general, política, incluso revolucionaria. Una lucha económica en sí no cambiará el mundo, pero ningún cambio revolucionario es posible sin tener en cuenta tales luchas espontáneas.

    Todo el análisis de la lucha de clases es más impresionante aún si se piensa lo que todavía no había acontecido. Dos décadas más tarde Marx y Engels vieron la Comuna de París —lo que les convenció a hacer un cambio importante en sus argumentos, viendo que la clase trabajadora no podía “tomar posesión” del Estado existente, sino que tenía que destrozarlo—. Pero no vivieron la revolución rusa de 1917 ni la ola revolucionaria que sacudió Europa después. Y faltaba mucho para la revolución española de 1936, la revolución de 1956 en Budapest, las luchas de 1968 en casi todo el mundo, la caída del Sha iraní en 1979 o del estalinismo en 1989…

    Todas estas revoluciones muestran las mismas características; la gradual acumulación de ira, por mil razones diferentes, que en un momento impredecible explota como una ola que arrasa todo aquello que encuentra a su paso. Como dice el Manifiesto Comunista: “la burguesía ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre la que produce y se apropia lo producido.”

    Pero, tarde o temprano, todas estas revoluciones han sido derrotadas. Peor aún, en muchos casos esta derrota ha sido culpa de muchos que incluso se llamaban seguidores del mismo Manifiesto Comunista.

    ¿Qué decían Marx y Engels de lo que debían hacer los comunistas?

    El Manifiesto y los comunistas

    “Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad…”

    Es esta “pequeña” diferencia la que hace toda la diferencia. Casi todos los partidos que se han denominado socialista o comunista han hecho precisamente lo opuesto. La lista de partidos “socialistas” que han apoyado a “su” burguesía en sus guerras es muy larga: el papel del “nuevo laborismo” británico como mascota de Clinton contra Irak es sólo el ejemplo más reciente. Pero el problema se da en casos menos espectaculares como, por ejemplo, Izquierda Unida y su defensa del “interés nacional” en lo que se refiere a pescado canadiense o exportaciones agrícolas.

    La cita de arriba prosigue: “…y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, [los comunistas] mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto.”

    “Enfocar el movimiento en su conjunto” implica el tener un análisis teórico que vaya más allá de la última moda, sea ésta “la muerte de la clase trabajadora”, o la muerte del socialismo mismo, después de 1989. ¿Teoría?, esto es lo que inventan los académicos, ¿no? En absoluto. Como dijeron Marx y Engels:

    “Las proposiciones teóricas de los comunistas no descansan ni mucho menos en las ideas, en los principios forjados o descubiertos por ningún redentor de la humanidad. Son todas expresión generalizada de las condiciones materiales de una lucha de clases real y vivida.”

    O sea, la teoría marxista es sólo la memoria histórica de luchas pasadas, una memoria que a veces se pierde entre la masa de los trabajadores, y que, durante una época, sólo se mantiene viva entre una minoría conscientemente revolucionaria. Pero el marxismo no viene de ellos, no es propiedad suya, sino es de toda la clase trabajadora del mundo entero. En los momentos de revolución, esto se ve claramente. En tiempos como ahora, cuando las luchas son más dispersas, menos profundas, la gente que quiere una revolución somos una minoría.

    Las personas que queremos cambiar el mundo tenemos que participar en las luchas de hoy, sin perder la visión del futuro. Por ello, leer no es un lujo opcional, algo que haces porque amas la lectura o tienes tiempo libre. Para ganar la próxima revolución, tenemos que analizar por qué se perdieron las anteriores: hace falta estudiar las luchas pasadas para aplicar sus lecciones en el futuro.

    Lo que Marx y Engels escribieron en 1848 es tan vigente hoy como entonces.

    Si realmente quieres cambiar el mundo, tienes que leer el Manifiesto Comunista.


    [*]De escribir hoy sobre el Manifiesto y los problemas provocados por el capitalismo, sería imprescindible incluir lo que decían Marx y Engels sobre la destrucción medioambiental. En 1998, no se tenía tan presente este aspecto.




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