Otro discurso del método científico
artículo de Juan Manuel Olarieta – enero 2020
A lo largo de su evolución la ciencia siempre se ha enfrentado al saber establecido, que es como una foto que las generaciones pasadas legan a las nuevas y con el paso del tiempo se queda amarillenta y difuminada.
Pero la ciencia no es otra cosa que un desarrollo que no se puede detener nunca. En un futuro cualquiera de sus postulados será mejorado, perfeccionado y, en definitiva, superado por nuevos descubrimientos y nuevas formulaciones.
Sin embargo, en su avance, las innovaciones tropiezan a cada paso con quienes se aferran a los conocimientos aprendidos en la universidad y en los libros. Así ocurrió en el Renacimiento, cuando la iglesia católica dominaba la difusión científica a través de sus propios canales, donde aparecía entremezclada con otro tipo de conocimientos ideológicos, como los religiosos.
La iglesia convirtió el conocimiento, el científico y el que no lo era, en un dogma, que es el máximo ejemplo de saber establecido. El núcleo vertebrador del mismo era la escolástica, una cierta versión del pensamiento de Aristóteles acomodada por el cristianismo.
Las batallas de los científicos del Renacimiento, de las cuales la de Galileo es la más conocida, no era contra una iglesia, ni contra todas ellas; ni siquiera era una batalla contra el dogmatismo. Ante todo, fue una batalla contra el saber establecido, contra el contenido de las enseñanzas que se impartían en la época y que habían quedado obsoletas. Era la lucha de una minoría contra la mayoría o, en otros términos, contra la ideología dominante.
Cualquier ideología dominante no es falsa por el hecho de ser ideología, ni tampoco por el hecho de ser dominante. Es falsa porque sostiene concepciones caducas. Cuando Engels define la ideología como una “conciencia falsa” no se refiere a la falsedad de la lógica formal, metafísica, sino a la falsedad dialéctica, es decir, a la pretensión de sus defensores de convertir un conocimiento en una foto, en algo ahistórico, abstracto, absoluto, intemporal e independiente de las condiciones en las que surgió. “Aquí no hay nada absoluto y todo es relativo”, concluye Engels (1).
El ejemplo moderno más característico de esa ideología es el “dogma central de la genética” formulado por Francis Crick hace 60 años que, además de ser una formulación absurda, era falsa, lo cual no impide que se siga repitiendo hasta la actualidad de mil formas distintas, incluso incorporándose al habla corriente.
Por su propia naturaleza, la ideología dominante se repite en los mismos términos, a pesar de que haya quedado desfasada. Incluso aunque en su momento un determinando postulado haya tenido un carácter científico, ha sido mejorado por otros posteriores. Francis Bacon lo calificó como un “espejo infiel”. Una vez superado, quienes se aferran a él, lo convierten en un “ídolo”, en el sentido que le dio Bacon al término (2) y que es la esencia de la ideología.
Del mismo modo que la mayoría repite los postulados de la ideología dominante, también hay quien le tiene gusto a llevar la contraria por sistema. Pero si la ideología dominante no es falsa por sí misma, sus opositores no necesariamente expresan un avance del conocimiento por el hecho mismo de su marginalidad.
Hay muchos denominados “marxistas” para quienes la crítica de la ideología dominante lo es todo o que el marxismo es una crítica de la sociedad en la que vivimos o del pensamiento que legado por ella. Sin embargo, aunque la crítica es un momento fundamental del marxismo, no es lo más importante.
También es un error creer que cualquier ataque es una crítica. Por ejemplo, hay quien aprovecha los errores que cometen quienes formulan determinadas tesis científicas para repudiarlas en bloque. La crítica no se ejerce sólo contra determinados argumentos, ni contra determinadas exposiciones, ni contra determinados defensores de una concepción sino contra su núcleo fundamental. Para criticar el idealismo no basta con emprenderla contra los segundones sino contra sus baluartes más fuertes, como Platón, o Leibniz, o Hegel.
El escepticismo no es una crítica. Quien expone una duda sólo comienza una crítica, pero debe continuar. No se puede limitar a esa fase inicial. Sin embargo, los escépticos suelen permanecer “fuera de juego” por lo que nunca impulsan el conocimiento, no proponen nada diferente. Sólo siembran dudas, tanto de una determinada tesis como de su contraria.
Una moda no es una crítica. La pura innovación lingüística, la sustitución de un conocimiento por otro tampoco es una crítica. Un vino añejo no cambia al embotellarse; tampoco cambia al cambiar la etiqueta de la botella. Los que siguen las modas y las corrientes del momento hacen juegos de palabras. También forman parte de esos segundones que nunca mejoran el original. No aportan nada nuevo y, cuando lo hacen, lo empeoran, por lo que siempre es preferible recurrir a un autor clásico que a un epígono carente de verdadera originalidad.
Quien niega de forma sistemática tampoco es un crítico sino un nihilista. Una crítica no es sólo un rechazo, por argumentado que esté. No persigue provocar un vacío. Los críticos musicales, deportivos, cinematográficos y similares entran en esta categoría porque jamás pueden sustituir a quien ha compuesto la canción, jugado el partido o rodado la película. Están fuera de la práctica: un crítico así no es un compositor, ni un deportista, ni un cineasta.
El relativismo no es una crítica porque pone al conocimiento (la tesis) y a sus críticos (la antítesis) en el mismo plano, es decir, convierte a un movimiento en otra foto fija. El conocimiento y su crítica no ocupan el mismo espacio, sino que se suceden en el tiempo. La una sigue inmediatamente al otro. Es su consecuencia.
El crítico hace suyo el conocimiento que critica. La ciencia no es nada diferente de su crítica. De hecho, no es más que una autocrítica o, en palabras de Descartes, la reforma “de mis propios pensamientos” (3). De ahí se desprende la crítica de Bacon a la “policía de la ciencia”, que tiene dos vicios comunes: el de los científicos que repudian la crítica y el de los críticos que repudian la ciencia.
Hace cien años la teoría de la relatividad no acabó con la mecánica de Newton, sino que la incorporó en un sistema más amplio y más general, poniendo de manifiesto su carácter limitado y parcial. A pesar de ello, la mecánica sigue siendo una ciencia válida y las universidades siguen impartiendo lecciones basadas en los viejos postulados de Newton.
No obstante, en Einstein no aparece una crítica explícita de la mecánica clásica y mucho menos un rechazo. Por el contrario, lo que logra es una asimilación que descubre los límites de validez de su precedente.
En su sentido dialéctico, el método científico no es otra cosa que el recorrido que sigue el conocimiento. No es nada diferente de él sino la ciencia en marcha y como el desarrollo del saber sigue siempre los mismos caminos, en todas y cada una de las disciplinas científicas, se puede hablar de método y, por decirlo de manera redundante, de “método dialéctico”.
•Notas:
(1) Engels, Carta a Schmidt, Obras Escogidas, tomo II, pgs.527 y stes.
(2) Francis Bacon, Novum Organum, Barcelona, 2002, pgs.31 y stes.
(3) Descartes, Discurso del método, Madrid, 1980, pg.82.
artículo de Juan Manuel Olarieta – enero 2020
A lo largo de su evolución la ciencia siempre se ha enfrentado al saber establecido, que es como una foto que las generaciones pasadas legan a las nuevas y con el paso del tiempo se queda amarillenta y difuminada.
Pero la ciencia no es otra cosa que un desarrollo que no se puede detener nunca. En un futuro cualquiera de sus postulados será mejorado, perfeccionado y, en definitiva, superado por nuevos descubrimientos y nuevas formulaciones.
Sin embargo, en su avance, las innovaciones tropiezan a cada paso con quienes se aferran a los conocimientos aprendidos en la universidad y en los libros. Así ocurrió en el Renacimiento, cuando la iglesia católica dominaba la difusión científica a través de sus propios canales, donde aparecía entremezclada con otro tipo de conocimientos ideológicos, como los religiosos.
La iglesia convirtió el conocimiento, el científico y el que no lo era, en un dogma, que es el máximo ejemplo de saber establecido. El núcleo vertebrador del mismo era la escolástica, una cierta versión del pensamiento de Aristóteles acomodada por el cristianismo.
Las batallas de los científicos del Renacimiento, de las cuales la de Galileo es la más conocida, no era contra una iglesia, ni contra todas ellas; ni siquiera era una batalla contra el dogmatismo. Ante todo, fue una batalla contra el saber establecido, contra el contenido de las enseñanzas que se impartían en la época y que habían quedado obsoletas. Era la lucha de una minoría contra la mayoría o, en otros términos, contra la ideología dominante.
Cualquier ideología dominante no es falsa por el hecho de ser ideología, ni tampoco por el hecho de ser dominante. Es falsa porque sostiene concepciones caducas. Cuando Engels define la ideología como una “conciencia falsa” no se refiere a la falsedad de la lógica formal, metafísica, sino a la falsedad dialéctica, es decir, a la pretensión de sus defensores de convertir un conocimiento en una foto, en algo ahistórico, abstracto, absoluto, intemporal e independiente de las condiciones en las que surgió. “Aquí no hay nada absoluto y todo es relativo”, concluye Engels (1).
El ejemplo moderno más característico de esa ideología es el “dogma central de la genética” formulado por Francis Crick hace 60 años que, además de ser una formulación absurda, era falsa, lo cual no impide que se siga repitiendo hasta la actualidad de mil formas distintas, incluso incorporándose al habla corriente.
Por su propia naturaleza, la ideología dominante se repite en los mismos términos, a pesar de que haya quedado desfasada. Incluso aunque en su momento un determinando postulado haya tenido un carácter científico, ha sido mejorado por otros posteriores. Francis Bacon lo calificó como un “espejo infiel”. Una vez superado, quienes se aferran a él, lo convierten en un “ídolo”, en el sentido que le dio Bacon al término (2) y que es la esencia de la ideología.
Del mismo modo que la mayoría repite los postulados de la ideología dominante, también hay quien le tiene gusto a llevar la contraria por sistema. Pero si la ideología dominante no es falsa por sí misma, sus opositores no necesariamente expresan un avance del conocimiento por el hecho mismo de su marginalidad.
Hay muchos denominados “marxistas” para quienes la crítica de la ideología dominante lo es todo o que el marxismo es una crítica de la sociedad en la que vivimos o del pensamiento que legado por ella. Sin embargo, aunque la crítica es un momento fundamental del marxismo, no es lo más importante.
También es un error creer que cualquier ataque es una crítica. Por ejemplo, hay quien aprovecha los errores que cometen quienes formulan determinadas tesis científicas para repudiarlas en bloque. La crítica no se ejerce sólo contra determinados argumentos, ni contra determinadas exposiciones, ni contra determinados defensores de una concepción sino contra su núcleo fundamental. Para criticar el idealismo no basta con emprenderla contra los segundones sino contra sus baluartes más fuertes, como Platón, o Leibniz, o Hegel.
El escepticismo no es una crítica. Quien expone una duda sólo comienza una crítica, pero debe continuar. No se puede limitar a esa fase inicial. Sin embargo, los escépticos suelen permanecer “fuera de juego” por lo que nunca impulsan el conocimiento, no proponen nada diferente. Sólo siembran dudas, tanto de una determinada tesis como de su contraria.
Una moda no es una crítica. La pura innovación lingüística, la sustitución de un conocimiento por otro tampoco es una crítica. Un vino añejo no cambia al embotellarse; tampoco cambia al cambiar la etiqueta de la botella. Los que siguen las modas y las corrientes del momento hacen juegos de palabras. También forman parte de esos segundones que nunca mejoran el original. No aportan nada nuevo y, cuando lo hacen, lo empeoran, por lo que siempre es preferible recurrir a un autor clásico que a un epígono carente de verdadera originalidad.
Quien niega de forma sistemática tampoco es un crítico sino un nihilista. Una crítica no es sólo un rechazo, por argumentado que esté. No persigue provocar un vacío. Los críticos musicales, deportivos, cinematográficos y similares entran en esta categoría porque jamás pueden sustituir a quien ha compuesto la canción, jugado el partido o rodado la película. Están fuera de la práctica: un crítico así no es un compositor, ni un deportista, ni un cineasta.
El relativismo no es una crítica porque pone al conocimiento (la tesis) y a sus críticos (la antítesis) en el mismo plano, es decir, convierte a un movimiento en otra foto fija. El conocimiento y su crítica no ocupan el mismo espacio, sino que se suceden en el tiempo. La una sigue inmediatamente al otro. Es su consecuencia.
El crítico hace suyo el conocimiento que critica. La ciencia no es nada diferente de su crítica. De hecho, no es más que una autocrítica o, en palabras de Descartes, la reforma “de mis propios pensamientos” (3). De ahí se desprende la crítica de Bacon a la “policía de la ciencia”, que tiene dos vicios comunes: el de los científicos que repudian la crítica y el de los críticos que repudian la ciencia.
Hace cien años la teoría de la relatividad no acabó con la mecánica de Newton, sino que la incorporó en un sistema más amplio y más general, poniendo de manifiesto su carácter limitado y parcial. A pesar de ello, la mecánica sigue siendo una ciencia válida y las universidades siguen impartiendo lecciones basadas en los viejos postulados de Newton.
No obstante, en Einstein no aparece una crítica explícita de la mecánica clásica y mucho menos un rechazo. Por el contrario, lo que logra es una asimilación que descubre los límites de validez de su precedente.
En su sentido dialéctico, el método científico no es otra cosa que el recorrido que sigue el conocimiento. No es nada diferente de él sino la ciencia en marcha y como el desarrollo del saber sigue siempre los mismos caminos, en todas y cada una de las disciplinas científicas, se puede hablar de método y, por decirlo de manera redundante, de “método dialéctico”.
•Notas:
(1) Engels, Carta a Schmidt, Obras Escogidas, tomo II, pgs.527 y stes.
(2) Francis Bacon, Novum Organum, Barcelona, 2002, pgs.31 y stes.
(3) Descartes, Discurso del método, Madrid, 1980, pg.82.