Comprender el fascismo y la fascistización, para hacerles frente
Said Bouamama
publicado por El Sudamericano en abril de 2021
Traducción: Beatriz Morales Bastos
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El 24 de octubre de 2009 di una conferencia sobre el fascismo en el Centre International de Culture Populaire de París en el marco de un ciclo de formación marxista. Más de diez años después el medio antifascista on line ACTA me pidió que actualizara esta conferencia para su página web, que la publicó el 27 de marzo de 2021 con la siguiente introducción:
“Nos parece de tan candente actualidad en un contexto en el que el fascismo define una parte cada vez más importante de la política francesa que hemos querido transcribir su contenido. Esta formación nos parece esencial para las nuevas generaciones antifascistas que se comprometen en una secuencia en la que el fascismo va a ser un sujeto y un objeto de lucha fundamental (sobre todo en la perspectiva de las próximas elecciones presidenciales). El fascismo puede adoptar distintas formas y la teoría marxista proporciona unas herramientas indispensables para desenmascararlo, comprender su objetivo y luchar contra él de forma eficaz. Esta versión, actualizada y corregida por el propio autor, no incluye las muy interesantes digresiones que jalonaron la conferencia”.
Desde la década de 1930 se han realizado muchos análisis del fascismo y se han ofrecido multitud de definiciones de este régimen político. Aquí no se trata de exponerlas exhaustivamente, sino de destacar algunos debates clave esenciales en el contexto de la actual fascistización que acompaña a la ofensiva capitalista ultraliberal que caracteriza nuestro planeta desde hace varias décadas. En efecto, no habrá una práctica antifascista eficaz sin una teoría antifascista que clarifique las causas, retos y objetivos. Sin teoría antifascista no hay ni puede haber prácticas antifascistas eficaces.
LOS ENFOQUES FRAGMENTADOS DEL FASCISMO
Existen muchas definiciones “espontáneas” de fascismo. Son en apariencia “espontáneas” en el sentido de que las personas que hablan de ellas no las refieren a un corpus teórico preciso o a un análisis del fascismo identificado. Sin embargo, más allá de la apariencia estas definiciones son un reflejo de las luchas ideológicas entre clases sociales. En particular el discurso dominante sobre el fascismo transmitido por muchos canales que constituyen los “aparatos ideológicos del Estado” (discurso mediático, contenidos de las enseñanzas de las clases de historia, contenidos y formas de las conmemoraciones, etc.) contribuye a imponer “espontáneamente” ciertas definiciones y a eliminar otras. Así, por ejemplo, la ocultación de la relación entre capitalismo y fascismo resumida en la consigna de la burguesía de la década de 1930 “antes Hitler que el Frente Popular” contribuye a acostumbrarnos a separar el fascismo de su dimensión de clase. Por consiguiente, es fundamental volver a entroncar con un análisis sistémico del fascismo. Este último nunca es simplemente obra de un hombre y de su locura o de una organización fascista que accede sola al poder y pisotea la “democracia”, sino que es un resultado lógico de un sistema en un contexto preciso de relaciones de fuerza entre clases sociales. Es un modo de gestión de la relación de clases en un contexto de crisis económica y de crisis política que amenazan a las clases dominantes
Veamos las definiciones “espontáneas” del fascismo. La primera de estas definiciones consiste en reducirlo a su forma dictatorial o violenta y a oponerlo así a la “democracia”. Es una evidencia que el fascismo es dictatorial y violento, pero lo es mucho menos que sean estas dimensiones lo que le distinguen de otras formas de gobierno. ¿Hay que recordar que son los buenos “republicanos” quienes masacraron a gran escala y ferozmente a los “comuneros”? ¿Hay que recordar que la “República” es quien instauró durante décadas una violencia sistémica en las colonias? Así, reducir el fascismo a la violencia o a la dictadura es impedir comprender las relaciones que tiene con el sistema capitalista, es cercenar el fascismo como ideología y como modo de ejercicio del poder de su base material, es decir, de los intereses de clase.
Una segunda idea “espontánea” es definir el fascismo por medio de su dimensión racista. Se insiste entonces en la racialización que opera, en la división que mantiene en el seno de las clases populares, en su creación de “chivos expiatorios”. También es una evidencia que el fascismo es racista, pero lo es mucho menos que el racismo sea lo que le distingue de otras formas de gobierno. Testimonio de ello son las múltiples secuencias históricas de racismo de Estado antes y después de las victorias fascistas de la década de 1930. Desde el trato dado a los “gitanos” al dado a los indígenas coloniales, pasando por el antisemitismo, el racismo estuvo presente en los llamados periodos “democráticos” desde el nacimiento del capitalismo. De nuevo este enfoque del fascismo lleva a cercenarlo de su base material o de clase.
Una tercera idea “espontánea” del fascismo consiste en definirlo por medio de una o varias de sus formas históricas, generalmente sus formas nazi o mussoliniana. Este enfoque oculta que el fascismo como forma de poder está dotado de una dinámica histórica, es decir, que adapta sus formas a las necesidades del contexto. Es el caso tanto del fascismo como del racismo, cuya forma histórica puede variar para preservar el fondo. Así, el racismo adoptó históricamente una forma biológica, más tarde, tras la derrota del nazismo y las luchas anticoloniales, una forma “culturalista”, antes de adoptar hoy una forma “civilizacional” en sus versiones que son la islamofobia, la negrofobia, el racismo antigitano o antiasiático. Quienes adoptan este enfoque esperan los desfiles de camisas pardas. Olvidan que el fascismo contemporáneo puede muy bien amoldarse al traje y corbata o a los vaqueros.
Estas ideas “espontáneas”, lejos de ser neutras, llevan todas ellas a cercenar el fascismo de su base material. El enfoque fragmentado del fascismo impide percibir las relaciones entre estas diferentes dimensiones, es decir, oculta la dimensión sistémica del fascismo.
Un fondo de clase y unas formas nacionales e históricas
El fascismo, como todas las formas políticas, es un concepto que pone de relieve lo que tienen en común muchas realidades materiales. Así, el concepto de árbol describe lo que tienen en común un roble, un pino o un baobab. Aunque el roble es diferente del baobab, sin embargo ambos pertenecen a la categoría de árbol. El fascismo es, pues, un “fondo” que se puede traducir en una multitud de “formas”. Esta precisión es muy importante. Sin ella las formas contemporáneas del fascismo se vuelven imperceptibles. La mayoría de los fascistas contemporáneos procuran diferenciarse de las formas históricas anteriores deslegitimadas por la experiencia histórica de fascismo y los horrores que le acompañaron.
La variabilidad histórica del fascismo va acompañada de una variabilidad geográfica o nacional. Ni ayer ni hoy el fascismo puede ser indiferente a las herencias e historias. Había varios aspectos que distinguían el nazismo del mussolinismo o del pétainismo. Los argumentarios antisemitas, por ejemplo, no ocupaban el mismo lugar en estos diferentes regímenes fascistas. Lo mismo ocurre hoy en que el discurso fascista se adapta a los diferentes contextos nacionales. Así, el tema de una pseudo “defensa del laicismo” no tiene el mismo peso en los diferentes discursos fascistas nacionales. Conviene deshacerse de la idea de que existe una forma única y pura de fascismo. El fascismo nunca tiene una forma pura, siempre está situado histórica y nacionalmente.
Igualmente, no se puede diagnosticar el fascismo a partir del discurso que mantiene sobre sí mismo. Muy pocas personas fascistas se definen hoy en día pública y explícitamente como fascistas. Este es, además, uno de los rasgos que diferencian el periodo anterior a 1945 y el actual. Muchos militantes antifascistas subestiman la victoria popular que fue la derrota del nazismo o no calibran todas sus consecuencias. El movimiento obrero, el movimiento antifascista y el movimiento anticolonial impusieron de forma duradera una frontera de legitimidad que hace imposible o difícil reivindicarse partidario del fascismo hoy en día. De este modo el fascismo está obligado a presentarse de manera diferentes, a pasar su mercancía de contrabando, por así decirlo. La lucha esencial hoy no es cazar al fascista explícito, sino descubrir la ideología fascista en unos movimientos que no se declaran fascistas y que pueden adoptar muchas caras para neutralizar la frontera de legitimidad que plantean nuestras luchas: defensa de la República, defensa de la nación, defensa del laicismo e incluso del nacional-comunismo, nacionalismo socialista, etc.
Así pues, el fascismo contemporáneo se adapta al contexto actual y adopta una forma dominante diferente de los rostros que haya podido tener en el pasado. Por consiguiente, la lucha antifascista no se puede limitar a los grupos explícitamente fascistas.
Los enfoques idealistas del fascismo
El idealismo es una corriente filosófica que explica el mundo por medio de las ideas y sus evoluciones. Se opone a otra corriente, el materialismo, que explica la realidad por medio de los factores materiales y sus evoluciones. El primero explica la realidad social a partir de las ideas y el segundo explica las ideas y teorías a partir de sus bases materiales. En el enfoque idealista del fascismo este se explica por medio de la obra de un hombre (Hitler, Mussolini, Pétain, Jean-Marie Le Pen). Según esta idea, en el advenimiento del fascismo no hay ningún interés material en juego sino, simplemente, la acción nefasta de un hombre y sus ideas. Se comprende, por tanto, el interés que tiene la clase dominante en difundir los enfoques idealistas del fascismo.
Rechazar estos enfoques idealistas no significa que las ideas no tengan ningún papel y que sea inútil librar la batalla de las ideas. Simplemente, las ideas por sí solas no pueden explicar el advenimiento del fascismo. Estas explicaciones silencian preguntas tan importantes como “¿por qué estas ideas arraigan en algunas circunstancias históricas y no en otras?” o “¿a quién interesa que surjan teorizaciones fascistas en algunos contextos históricos precisos?”. En efecto, plantear estas preguntas lleva a preguntarse por el papel de la clase dominante en la emergencia de fuerzas fascistas y en el advenimiento de un régimen fascista.
Todas las explicaciones en términos de “manipuladores”, “gurús”, “carisma de un líder”, “estrategia de una organización política”, etc, llevan a una lucha inconsecuente contra el fascismo al centrarla en la eliminación o neutralización de los “perturbadores” (por medio de la prohibición de una organización, la condena de un líder, la priorización de un “Frente Republicano” para establecer una barrera, etc.) y dejar de lado el sistema económico y social que les hace nacer, que les anima en determinados momentos y que les llama al poder cuando está en grave peligro. Por lo tanto, para eliminar definitivamente el fascismo no bastará con erradicar a los fascistas o neutralizarlos (aunque haya que hacerlo, por supuesto). Un antifascista consecuente es únicamente quien no se contenta con luchar contra los fascistas explícitos, sino que amplía la lucha hasta el sistema social que lo engendra. Un antifascismo consecuente no puede no ser un anticapitalismo.
Por lo tanto, esta explicación idealista que niega la relación entre capitalismo y fascismo presenta el fascismo como un accidente de la historia vinculado a las circunstancias particulares de la Primera Guerra Mundial y al trauma que supuso. Según esta idea, unos “manipuladores” encontraron en este contexto de confusión social y de crisis moral el camino de acceso al poder apoyándose en la necesidad de un marco y de estabilidad que tenían las masas populares, a las que la pauperzación había afectado duramente. Así, según esta idea, tanto el fascismo como el bolchevismo son unos accidentes de la historia liberal. Ya en la década de 1920 se encuentra esta tesis en los escritos del dirigente radical italiano Francesco Nitti y también, después de la Segunda Guerra Mundial, en los análisis del líder del partido liberal italiano Benedetto Croce para quien tanto el fascismo como el comunismo son simples paréntesis históricos vinculados a unas circunstancias particulares. Por supuesto, estos análisis no se preguntan en ningún momento por las relaciones entre las clases sociales y el fascismo. El interés que tiene este enfoque para la clase dominante es que presenta el fascismo como un fenómeno del pasado que no se puede reproducir hoy en día.
Una segunda explicación idealista del fascismo consiste en analizarlo como una excepcionalidad nacional de algunos países. Según esta idea, el fascismo es el resultado lógico de la historia alemana y de la italiana, es obra de aquellos países que conocieron una unificación tardía y una industrialización rápida que se produjeron bajo la dirección de una clase feudal transformada en clase capitalista. Así, según esta idea, su herencia histórica diferente preservó a los demás países capitalistas del fascismo. Los investigadores ingleses Brian Jenkins y Chris Millington han documentado abundantemente el predominio de esta tesis “excepcionalista” en los análisis franceses del fascismo (el fascismo como característica específica y excepcional de determinadas historias nacionales) en su obra publicada en 2020 Le fascisme français : Le 6 février 1934 et le déclin de la République.
Un tercer análisis idealista del fascismo consiste precisamente en presentarlo como un anticapitalismo. Los propios grupos fascistas no dudan en presentarse como revolucionarios o anticapitalistas (o antiglobalización, anti-Europa del capital, etc.). El término “totalitarismo” se ha fomentado ideológicamente para meter en el mismo saco las teorías anticapitalistas y el fascismo. Así, en clase de historia el alumnado aprende que nazismo y comunismo pertenece a la misma categoría de régimen. Los grandes medios de comunicación también retoman regularmente esta amalgama y al hacerlo se deslegitiman todos los intentos de emancipación social y política. Se presentarán todos ellos como fascismos por ser precisamente, anticapitalistas.
El pseudo “anticapitalismo” de los fascistas nunca es una crítica del capitalismo como sistema. Generalmente es una crítica del capitalismo de los demás países, es decir, de los competidores del capitalismo francés. Por eso es frecuente oír a fascistas criticar el capitalismo estadounidense o alemán, pero nunca se les oye criticar seriamente (puede ocurrir de manera coyuntural, táctica, momentánea) el capitalismo de su nación. En efecto, la crítica del capitalismo como sistema lleva a un análisis de clase, mientras que la crítica del capitalismo de los competidores lleva a la defensa de los intereses de mi burguesía contra los intereses de las demás burguesías. De este modo, el fascismo trata de recuperar por medio del nacionalismo burgués la ira y la revuelta anticapitalistas tratando de canalizarlas hacia unos objetivos compatibles con los intereses de la clase dominante nacional. En cada nación los fascistas se inscriben así en los intereses de su clase dominante enfrentada a los conflictos de interés con los demás capitalismos, es decir, a las contradicciones interimperialistas. Por esa razón, los mismos que se dicen anticapitalistas también se pueden proclamar contra la independencia de las colonias, porque está en contradicción con los intereses de la clase dominante.
El capitalismo es en primer lugar un sistema social y económico basado en la explotación, es decir, en la extorsión de la plusvalía. Ser anticapitalista es actuar para acabar con este sistema y sustituirlo por otro exento de explotación, es decir, sin propiedad privada de los medios de producción. Por eso los fascistas no pueden ser anticapitalistas. Por eso la lucha ideológica antifascista no puede ahorrarse la crítica del programa económico de los fascistas. Estos últimos defienden la propiedad privada, se oponen al aumento de los salarios y de las prestaciones sociales, se niegan a gravar el capital, condenan cualquier reducción de la jornada laboral, abogan por prolongar la duración de las cotizaciones para la jubilación o del subsidio de desempleo, etc.
Una cuarta explicación idealista del fascismo consiste en definirlo en primer lugar por su racismo y su discurso contra la inmigración. De nuevo, se oculta así la relación entre capitalismo y fascismo. Es una evidencia que el fascismo es racista, pero ¿todavía hay que plantearse la cuestión de la función social e ideológica de este racismo (que, por lo demás, está lejos de limitarse a la galaxia fascista)? Lo que pretenden los fascistas al presentar la inmigración como causa de las dificultades sociales es impedir que se tome conciencia de las verdaderas causas que van unidas al capitalismo como sistema que solo puede generar (debido a sus leyes de funcionamiento) las crisis, pauperizaciones y precarizaciones que le acompañan.
Como vemos, no todo es falso en las explicaciones idealistas del fascismo. Es cierto que el fascismo histórico (tal y como lo conocimos en la década de 1930) se caracteriza por la existencia de líderes carismáticos, que se desarrolla en las traumáticas circunstancias provocadas por la Primera Guerra Mundial, que ciertas historias nacionales han sido terreno fértil para el fascismo, que el racismo es un rasgo común a todos los fascismos, etc. Sin embargo, estas verdades descriptivas son cercenadas sistemáticamente de la cuestión de la base material, es decir, de los intereses de clase que defiende el fascismo
El pseudo “anticapitalismo” de los fascistas
El primer aspecto del discurso fascista es su pseudo “anticapitalismo”. Es cierto que en determinados periodos históricos unos fascistas pueden convertirse en portavoces de revueltas sociales, pero siempre es para desviarlas, o pervertirlas, de los verdaderos objetivos de las clases populares. Así, un Alain Soral no duda en proclamarse de la “izquierda del trabajo” al tiempo que simultáneamente se proclama a “la derecha de los valores”. Por eso debemos aprender a dirigirnos a las personas a las que los fascistas atraen con sus discursos sobre la “derecha de los valores”. Estas personas están en una revuelta que pervierten los fascistas. Estamos ante una “revuelta pervertida”. Aunque hay que luchar contra la perversión, la revuelta, por su parte, es sana.
El segundo aspecto del discurso de los fascistas se refiere a la naturaleza de las críticas que se hacen al capitalismo (a la globalización, a Europa, etc.). Lo que se le reprocha al gobierno en el poder es su “debilidad” en comparación con los países capitalistas competidores, se considera insuficiente la defensa de la “nación”, se le reprocha la supuesta ausencia de firmeza respecto a los sindicatos y las reivindicaciones sociales. En ningún momento se pone en tela de juicio el sistema capitalista como tal. Es posible que se critique tal o cual aspecto del capitalismo, pero nunca el capitalismo como sistema. Los aspectos del capitalismo criticados por los fascistas siempre son los que corresponden a las cóleras sociales más importantes del momento y se sigue la lógica de criticar una parte para preservar el todo, criticar un aspecto para proteger el sistema.
Última edición por lolagallego el Lun Abr 26, 2021 10:16 am, editado 1 vez