El 'Pseudomodernismo' que encubre la proletarización del mundo
Said Bouamama
publicado en enero de 2020 por El Sudamericano
fuente: Bouamamas (Blog)
►en el Foro en 3 mensajes
El año 2019 ha estado marcado por unos movimientos populares sin precedentes desde hace décadas en muchos lugares del planeta. Desde Argelia a Sudán, pasando por Haití, estos movimientos movilizan a millones de personas. En ese mismo año se han multiplicado los golpes de Estado y las ofensivas reaccionarias, lo mismo que los intentos de instrumentalizar y desviar grandes movimientos populares. La percepción cronológica de estas luchas que difunden los medios de comunicación impide calibrar los retos comunes que significan estas movilizaciones. Del mismo modo, la preponderancia de un marco interpretativo eurocentrista oculta la entrada en una nueva secuencia histórica del sistema imperialista mundial y la recuperación de la iniciativa popular que la acompaña. ¿Cómo entender este nuevo ciclo de luchas? ¿Pueden estar unidas por una base material común? ¿Están desconectadas de los discursos dominantes?
Globalización capitalista y proletarización del mundo
Los discursos dominantes sobre la “globalización” presentan esta última como el resultado de los progresos de las ciencias y las técnicas que establecen interacciones inéditas entre los diferentes espacios del planeta. Según este relato ideológico internacional, las nuevas tecnologías de información y comunicación han dejado obsoletos los Estados–nación, han hecho que caduquen los “grandes relatos” de la emancipación (socialismo, anticolonialismo, antiimperialismo, etc.) y abolido la lucha de clases. Este discurso oculta la naturaleza de esta globalización y su origen. Lejos de ser una consecuencia lógica de los progresos técnicos, la llamada “globalización” es el resultado de las estrategias de las grandes potencias imperialistas de la tríada (Estados Unidos, Unión Europea y Japón) para el nuevo reparto del mundo.
No estamos ante una “globalización” sino ante una “ globalización capitalista” que reproduce y acentúa la división del mundo en centros dominantes y periferias dominadas a escala mundial, y la polarización de las clases sociales en cada país. De naturaleza política a causa de unas decisiones políticas y económicas precisas (por medio del G8, el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio, etc.), la “globalización” significa una ofensiva generalizada contra todos los logros sociales y políticos de los pueblos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que ha sido posible en el contexto de la desaparición de los equilibrios y las relaciones de fuerza surgidos de la Segunda Guerra Mundial y de la descolonización. Las clases dominantes han percibido y analizado la desaparición del mundo bipolar con el fin de la URSS como una oportunidad para liberar la lógica capitalista e imperialista de todas las concesiones arrancadas por las luchas populares del siglo XX. El proyecto de volver a una lógica capitalista e imperialista “pura” se ha convertido en el grito de guerra de estas clases dominantes y el ultraliberalismo es su traducción económica. Con independencia de su diversidad y de la especificidad de los desencadenantes nacionales, los movimientos populares que sacuden el planeta constituyen un intento de oponerse a esta contrarrevolución programada. Si los desencadenantes de cada revuelta son específicos, las causalidades, por su parte, son en su mayoría comunes: el rechazo de la pauperización masiva que suscita dicha “globalización”. Para comprender nuestra época es imprescindible tener en cuenta la base material de la revueltas actuales.
Lejos de ser solamente unos movimientos por la “democracia”, contra el “sistema” o por la “libertad”, en nuestra opinión estos movimientos populares masivos reflejan un movimiento sin precedentes de proletarización del mundo producido por esta “globalización”. En efecto, esta se despliega bajo la lógica de la desaparición de las trabas a la libre circulación de capitales, a la destrucción de los obstáculos para la libertad del comercio, a la erradicación de los frenos aduaneros y de las “trabas” legislativas a la “libre competencia”. Tras estas fórmulas reiteradas una y otra vez en nuestros medios de comunicación se oculta simplemente una desregularización generalizada cuyo motor es el descenso de los costes de mano de obra como mecanismo para aumentar la tasa de ganancia. Los planes de ajuste estructural impuestos por el FMI y el Banco Mundial durante las tres últimas décadas han “preparado” para este proceso a los países dominados de la periferia. Para acceder a los créditos se ha obligado a estas periferias a liquidar sus protecciones aduaneras, liberar los precios, privatizar los servicios públicos, facilitar la inversión extranjera, etc. Hoy las consecuencias son evidentes: una desindustrialización en los centros imperialistas debido a las deslocalizaciones masivas y una proletarización de las periferias dominadas que tienen en común una pauperización de las clases populares.
Solo el predominio de una visión eurocentrista de los medios de comunicación ha podido hacer que este vasto movimiento de redistribución de las fuerzas de trabajo parezca el signo del final de la clase obrera y de la lucha de clases, la prueba de la entrada en una sociedad postindustrial, el indicador de una mutación profunda del capitalismo. Ahora bien, a poco que la mirada no se centre solamente en los centros imperialistas sino que se extienda al conjunto del planeta, la clase obrera no solo no disminuye sino que aumenta. Algunas cifras bastan para demostrarlo: en 1950 la proporción de obreros de la industria que trabajaban en un país dominado de la periferia era del 34 %. En 1980 esta proporción era el 53 % y el 79 % en 2010 (esto es, en cifras absolutas 541 millones de obreros frente a 145 en los países del centro). La transferencia de mano de obra es aún más importante si se centra el análisis en el trabajo de manufactura: “El 83 % de la mano de obra de manufactura del mundo vive y trabaja en los países del Sur” (1), resume el economista John Smith. Y este aumento de la proporción de los países de la periferia se produce en el contexto de un importante aumento de la “mano de obra mundial efectiva” entre 1980 y 2006 según las propias cifras del FMI (2), que pasaron de 1.900 millones en 1980 a 3.100 millones en 2006.
En su obra Modernité, religion et démocratie. Critique de l’eurocentrisme, critique des culturalismes (3) Samir Amin sintetizó la relación entre el desarrollo en un polo del planeta y el subdesarrollo en otro polo. Esta polarización mundial del pasado conoce hoy en día una nueva era que se traduce en una proletarización del mundo. Al tiempo que el capitalismo hace aumentar la clase obrera de los países periféricos destruye sus empleos agrícolas. De este modo la apertura de los mercados y la liberalización del comercio exterior impuestas por los planes de ajuste estructural hizo descender en 2007 de 73 % en 1960 a 48 % (4) la proporción de empleo agrícola en la población activa de los países periféricos. Las dos características de la proletarización de los países periféricos dominados son un aumento sin precedentes de la cantidad de personas trabajadoras industriales y un aumento igual de impresionante de las personas en paro que se hacinan en la periferia de las grandes aglomeraciones debido a la destrucción de la agricultura y al éxodo rural que se produce a consecuencia de ella. La situación no es mucho mejor en los países del centro imperialista. Contrariamente al mito de una “economía de servicio” que toma el relevo de una “economía industrial”, la disminución de los empleos industriales se traduce en un paro estructural cada vez mayor. También aquí estamos ante una proletarización. Esta proletarización se traduce en las cóleras populares masivas de 2019 desde Argel a París y de Jartún a Beirut, de los Chalecos Amarillos a los hiraks (5).
Los debates sobre la inmigración, las políticas represivas que los acompañan y los dramas humanos que se desprenden de ellas están al servicio de esta proletarización del mundo. Las barreras a la inmigración son de un rigor sin precedentes en la historia del capitalismo. La “superpoblación” de los países periféricos que no puede emigrar a los países del centro se acumula en unos gigantescos barrios de chabolas (6) que no dejan de recordar las descripciones de los alojamientos para la clase obrera inglesa que hacía Engels en 1845 (7). El objetivo de las restricciones a la emigración es mantener cautiva a esta “superpoblación” con el fin de que esté disponible para los empleos de la deslocalización masiva. Los cierres armados de fronteras no reflejan temor alguno a una “gran sustitución” sino que traducen un frío cálculo económico que transforma el Mediterráneo y la frontera mexicana en ataúdes gigantes. Se llega al colmo del cinismo con el discurso sobre “la inmigración escogida” que no es sino la elección de vaciar los países periféricos de sus personas trabajadoras cualificadas sin soportar los costes de formación de esta fuerza de trabajo compleja. Las cifras al respecto son elocuentes, como atestigua un estudio de 2013 sobre la “fuga de médicos africanos” a Estados Unidos: “La huida de médicos del África subsahariana empezó verdaderamente a mediados de la década de 1980 y se aceleró en la década de 1990 durante los años en los que se aplicaron los programas de ajuste estructural impuestos por […] el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial” [8]. Los médicos argelinos o de Oriente Próximo en los hospitales franceses son testimonio del mismo proceso en Europa.
La “huida de cerebros”, el aumento de la pauperización en el centro y aún más en la periferia, las políticas migratorias restrictivas y la multiplicación de los asesinatos institucionales masivos en el Mediterráneo y en la frontera mexicana son facetas indisociables de dicha globalización. Es lo que recordaba Fidel Castro en Durban en 1998:
“La libertad de movimiento que se proclama para el capital y las mercancías debe aplicarse también a lo que debe estar por encima de todo: los seres humanos. No más cruentos muros como el que se construye en la frontera entre Estados Unidos y México, que cuesta cada año cientos de vidas. Cese la persecución de los emigrados; muera la xenofobia y no la solidaridad”(9).
De la explotación a la superexplotación
La proletarización de la periferia dominada no le ha aportado mejora alguna. El descenso del poder adquisitivo de las personas trabajadoras de los centros imperialistas no se ha traducido en un aumento del de las personas trabajadoras de la periferia sino en un aumento de las ganancias. Significa el paso de una explotación de la fuerza de trabajo a una superexplotación o incluso el paso de la dominación de una forma de plusvalía a otra. Volvamos a esos conceptos de Marx que siguen siendo imprescindibles para comprender el bárbaro mundo contemporáneo.
Recordemos que Marx considera que bajo el capitalismo la fuerza de trabajo es una mercancía que como todas las demás tiene un valor que corresponde a la cantidad de trabajo necesario para producir los bienes que permitan su producción y reproducción (comida, vivienda, ropa, formación, etc.). Este valor tiene una expresión monetaria que es el salario real. Por medio de este salario el capitalista compra el derecho a utilizar esta fuerza de trabajo durante un periodo de tiempo determinado. Este periodo de tiempo permite a la vez producir el equivalente del salario del obrero y un plusvalor (la plusvalía) que se transformará en ganancia en el momento de la venta de las mercancías producidas. Por consiguiente, cada jornada de trabajo se divide en dos periodos de tiempo: el trabajo necesario (que corresponde al salario) y el plustrabajo (que corresponde a la plusvalía). Por tanto, el interés del capitalismo es maximizar el plustrabajo o minimizar el trabajo necesario. Para nuestro autor la explotación designa este plustrabajo o esta plusvalía. Por consiguiente, incluso cuando el salario se paga a su precio hay explotación. La segunda aportación de Marx es haber formalizado los medios por los que el capitalista trata de maximizar el plustrabajo o la plusvalía. Estudia en particular dos que denomina “plusvalía absoluta” y “plusvalía relativa”. La primera se maximiza alargando la jornada laboral y la segunda aumentando la productividad de las personas trabajadoras.
Aunque Marx solo estudia en profundidad estas dos formas, eso no significa que no haya otras. Lo explica en varias ocasiones precisando que plantea una hipótesis, la de que la fuerza de trabajo se paga a su valor. En otras palabras, su objetivo es analizar la lógica del sistema capitalista (independientemente de las formas concretas que adopte en tal o cual país o en tal o cual época) y no el capitalismo realmente existente. Cada vez que la relación de fuerzas se lo permite este último no duda en disminuir el salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo, es decir, por debajo del mínimo necesario para vivir dignamente. Marx destaca:
“La magnitud del plustrabajo se obtiene […] merced a la reducción del salario del obrero por debajo del valor de su fuerza de trabajo. […] A pesar del importante papel que desempeña este procedimiento en el movimiento real del salario, impide su consideración aquí el supuesto de que las mercancías y, por tanto, también la fuerza de trabajo, se compran y venden a su pleno valor” (10),
Todo este capítulo 8 del libro primero de El Capital se dedica a ejemplos concretos de situaciones en las que la fuerza de trabajo se remunera por debajo de su valor, lo que tiene como consecuencia el “agotamiento y muerte prematuros de esta fuerza” (11).
En estas situaciones ya no estamos simplemente ante una explotación sino ante una superexplotación.
Entre los ejemplos que ofrece Marx dos revisten de una actualidad importante en el contexto de la actual globalización capitalista. El primero es el de las fuerzas de trabajo inmigradas muy afectadas por la superxplotación y el segundo es el de las situaciones esclavistas, coloniales y semicoloniales en las que la superexplotación es la regla. El primer ejemplo llevará a Marx a insistir en la importancia de que los sindicatos “se ocupen con el mayor de los cuidados de los intereses de los oficios peor pagados” para contrarrestar la falta de unión de los obreros “engendrada y perpetuada por la inevitable competencia que se hacen unos a otros” (12). El segundo le llevará a una denuncia cada vez más virulenta del esclavismo y del colonialismo, el cual constituye en cierto modo una especie de tipo ideal del capitalismo en materia de fijación del precio de la fuerza de trabajo.. Marx recuerda:
“Por otra parte, en lo que respecta a los capitales invertidos en las colonias, etc., los mismos pueden arrojar tasas de ganancia más elevadas porque en esos lugares, en general, a causa de su bajo desarrollo, la tasa de ganancia es más elevada, y lo mismo, con el empleo de esclavos y coolíes, etc.”(13),
Estos dos ejemplos ponen de relieve la inanidad de una lucha anticapitalista que excluya de su programa por una parte la lucha contra las discriminaciones racistas que afectan a las personas trabajadoras inmigradas con o sin papeles y por otra el internacionalismo.
Cuando al analizar el imperialismo Lenin insiste en su carácter parasitario, retoma este análisis de Marx para un capitalismo que se ha vuelto monopolista. El autor explica que la exportación de capitales en busca de una tasa de ganancia máxima lleva a la emergencia de un comportamiento “rentista” y parasitario de los propietarios del capital:
“El monopolio de la posesión de colonias particularmente vastas, ricas o estratégicamente situadas opera en la misma dirección. Continuemos. El imperialismo es una inmensa acumulación de capital de dinero en un pequeño número de países, una acumulación que alcanza, como hemos visto, de 100 a 150 mil millones de francos en valores. De ahí el incremento extraordinario de una clase o, mejor dicho, de una capa rentista, es decir, los individuos que viven del “corte de cupón”, que no participan en ninguna empresa y cuya profesión es la ociosidad. La exportación de capital, una de las bases económicas más esenciales del imperialismo, acentúa todavía más la total separación entre la capa rentista y la producción, imprime un sello de parasitismo a todo el país, que vive de la explotación del trabajo de unos cuantos países y de las colonias de ultramar” (14).
Las reiteradas deslocalizaciones en función de las variaciones del coste del trabajo, los cierres de empresas rentables pero que tienen una tasa de ganancia que se considera no máxima, las presiones de los planes de ajuste estructural (para aligerar el coste del trabajo, disminuir el papel del Estado y hacer desaparecer los obstáculos a la libre circulación de capitales), etc., que caracterizan nuestra realidad contemporánea son una ilustración de este parasitismo que ahora se ha generalizado. Estas características de la globalización capitalista son el signo de un capitalismo que ya no se centra en la simple explotación sino en una tendencia a una sobreexplotación generalizada. No por estar generalizada esta sobreexplotación es menos desigual entre el centro imperialista y las periferias dominadas. Lenin subrayaba ya en su análisis del parasitismo del imperialismo que las sobreganancias obtenidas de las colonias daban a la clase dominante un importante margen de maniobra para comprar la paz social por medio de la redistribución de migajas cuando lo impone la relación de fuerzas. Es lo que recuerda Fidel Castro en los términos siguientes:
“…esa explotación tiene connotaciones mucho más terribles en un país del Tercer Mundo que en un país capitalista desarrollado, porque precisamente por temor a las revoluciones, por temor al socialismo, el capitalismo desarrollado elaboró algunos esquemas de distribución que, en cierta forma, evitan las hambrunas aquellas que conocieron las poblaciones de Europa, por ejemplo, en la época de Engels, en la época de Marx” (15).
De las tres formas de plusvalías que aborda Marx, solo dos se designan con un nombre, a saber, la plusvalía absoluta para la obtenida alargando la duración del trabajo y plusvalía relativa para la proveniente de un aumento de la productividad. La tercera se menciona varias veces pero no forma parte del análisis por la razón antes mencionada. La llamaremos plusvalía de sobreexplotación obtenida por medio del pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. La globalización capitalista actual tiende a generalizarla en el caso de una cantidad cada vez mayor de personas trabajadoras en los países del centro imperialista y aún más intensamente en el de las personas trabajadoras de las periferias dominadas. A la dominación de la plusvalía absoluta de los inicios del capitalismo y a la de la plusvalía relativa de la madurez del capitalismo sucede así la plusvalía de sobreexplotación del “capitalismo senil”, por retomar la expresión de Samir Amin (16). El capitalismo parece así acabar un ciclo y volver al inicio de su emergencia, es decir, al periodo en el que se reunían las condiciones de su instalación por medio de la destrucción bárbara de las civilizaciones indígenas de las Américas y la esclavitud, por medio del trabajo infantil y la sobreexplotación de las primeras personas proletarias provenientes del campesinado desposeído. Parece recuperar una “forma pura”, la de que antes de que la organización de las personas trabajadoras impusiera el paso de la sobreexplotación a explotación, es decir, impusiera el pago de la fuerza de trabajo a su valor.
La importancia de la política de fronteras
El capitalismo globalizado centrado en la plusvalía de la sobreexplotación funciona sobre la base de cadenas de valor mundiales. Así, un mismo producto final puede ser el resultado del ensamblaje de elementos provenientes de varios lugares geográficos repartidos por varios continentes. Lo que distingue las producciones de la periferia dominada y del centro imperialista no es una diferencia de productividad sino una diferencia de salario. A una productividad tendencialmente equivalente, la misma fuerza de trabajo se pagará de forma diferente según esté empleada en el centro o en la periferia. Las tesis que explican las diferencias de salarios como resultado del diferencial de productividad son simplemente eurocéntricas u occidentalocéntricas, es decir, ocultan la dimensión mundial de las cadenas de valor de las principales industrias o incluso hacen desaparecer lo que caracteriza esencialmente al capitalismo globalizado: “el motor fundamental que delimita los contornos de la globalización de la producción [es] el arbitraje mundial del trabajo” (17), resume el economista John Smith.
A este nivel es donde interviene la cuestión de las fronteras y de la política de fronteras. En efecto, existen dos vías para acceder a esta mano de obra mal pagada: hacer emigrar la producción hacia la periferia dominada o hacer emigrar la mano de obra hacia los países del centro. “Las economías avanzadas pueden acceder a la reserva mundial de mano de obra gracias a las importaciones y a la inmigración” (18), resume el Fondo Monetario Internacional. Antes de la famosa “globalización” (es decir, antes de la nueva fase de la globalización que inaugura la desaparición del mundo bipolar y de sus relaciones de fuerzas) la inmigración era la vía principal y la externalización era la secundaria. A partir de entonces es lo contrario. Teniendo en cuenta esta inversión es como se puede comprender la lógica de la política de fronteras:
1) Apertura forzada de las fronteras para las mercancías y los capitales por parte del FMI, el Banco Mundial, la OMC y los países del centro dominante a golpe de Planes de Ajuste Estructural (PAE), de Acuerdos de Asociación Económica (los famosos AAE de la Unión Europea), de condiciones para acceder a la “ayuda”, etc.;
2) Apertura de las fronteras a los “cerebros” bajo la forma del discurso sobre “la emigración escogida” articulado a la imposición por parte de los PAE en los países de la periferia dominada de la condición de privatizar servicios públicos (hasta entonces principal empleador de estos “cerebros”);
3) Cierre brutal y militar de las fronteras legitimado por la leyenda de una “crisis migratoria” y que lleva a los crímenes institucionales masivos en el Mediterráneo y la frontera mexicana;
4) Gestión de los supervivientes del cierre de fronteras a beneficio de los sectores económicos que no se pueden deslocalizar o externalizar por medio de la producción de personas “sin papeles” obligadas a vender su fuerza de trabajo por debajo de su valor.
El significado de la nueva fase de la globalización capitalista activada por la mutación de las relaciones de fuerza que se desprende del fin del mundo bipolar hace volver al capitalismo a su forma “pura”, es decir, a la que había antes de los logros sociales vinculados a las luchas sociales y a las luchas de liberación (abolición de la esclavitud, lucha de liberación nacional, derechos sociales de las políticas nacionalistas de los países de la periferia dominada de las dos primeras décadas de la independencia) que impusieron tendencialmente una venta de la fuerza de trabajo a su valor. La globalización capitalista actual expresa la dominación de la plusvalía de sobreexplotación por medio de un arbitraje mundial del trabajo o del salario que ha hecho posible una política de fronteras idónea. Lo demás no es sino una consecuencia lógica: pauperización masiva tanto en el centro como en la periferia aunque de forma desigual, transformación del Mediterráneo y de México en cementerios de masas, creación de una masa de nuevos “errantes” bajo la forma de las figuras de las personas “sin papeles” o de las “refugiadas”. Este movimiento de conjunto es lo que constituye la base de las revueltas masivas del año 2019. Para que sea posible semejante regresión era preciso acompañarla de una ofensiva ideológica de gran magnitud. Esa fue la función d e la ideología postmoderna, que abordaremos en nuestro próximo artículo.
Said Bouamama
publicado en enero de 2020 por El Sudamericano
fuente: Bouamamas (Blog)
►en el Foro en 3 mensajes
El año 2019 ha estado marcado por unos movimientos populares sin precedentes desde hace décadas en muchos lugares del planeta. Desde Argelia a Sudán, pasando por Haití, estos movimientos movilizan a millones de personas. En ese mismo año se han multiplicado los golpes de Estado y las ofensivas reaccionarias, lo mismo que los intentos de instrumentalizar y desviar grandes movimientos populares. La percepción cronológica de estas luchas que difunden los medios de comunicación impide calibrar los retos comunes que significan estas movilizaciones. Del mismo modo, la preponderancia de un marco interpretativo eurocentrista oculta la entrada en una nueva secuencia histórica del sistema imperialista mundial y la recuperación de la iniciativa popular que la acompaña. ¿Cómo entender este nuevo ciclo de luchas? ¿Pueden estar unidas por una base material común? ¿Están desconectadas de los discursos dominantes?
Globalización capitalista y proletarización del mundo
Los discursos dominantes sobre la “globalización” presentan esta última como el resultado de los progresos de las ciencias y las técnicas que establecen interacciones inéditas entre los diferentes espacios del planeta. Según este relato ideológico internacional, las nuevas tecnologías de información y comunicación han dejado obsoletos los Estados–nación, han hecho que caduquen los “grandes relatos” de la emancipación (socialismo, anticolonialismo, antiimperialismo, etc.) y abolido la lucha de clases. Este discurso oculta la naturaleza de esta globalización y su origen. Lejos de ser una consecuencia lógica de los progresos técnicos, la llamada “globalización” es el resultado de las estrategias de las grandes potencias imperialistas de la tríada (Estados Unidos, Unión Europea y Japón) para el nuevo reparto del mundo.
No estamos ante una “globalización” sino ante una “ globalización capitalista” que reproduce y acentúa la división del mundo en centros dominantes y periferias dominadas a escala mundial, y la polarización de las clases sociales en cada país. De naturaleza política a causa de unas decisiones políticas y económicas precisas (por medio del G8, el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio, etc.), la “globalización” significa una ofensiva generalizada contra todos los logros sociales y políticos de los pueblos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que ha sido posible en el contexto de la desaparición de los equilibrios y las relaciones de fuerza surgidos de la Segunda Guerra Mundial y de la descolonización. Las clases dominantes han percibido y analizado la desaparición del mundo bipolar con el fin de la URSS como una oportunidad para liberar la lógica capitalista e imperialista de todas las concesiones arrancadas por las luchas populares del siglo XX. El proyecto de volver a una lógica capitalista e imperialista “pura” se ha convertido en el grito de guerra de estas clases dominantes y el ultraliberalismo es su traducción económica. Con independencia de su diversidad y de la especificidad de los desencadenantes nacionales, los movimientos populares que sacuden el planeta constituyen un intento de oponerse a esta contrarrevolución programada. Si los desencadenantes de cada revuelta son específicos, las causalidades, por su parte, son en su mayoría comunes: el rechazo de la pauperización masiva que suscita dicha “globalización”. Para comprender nuestra época es imprescindible tener en cuenta la base material de la revueltas actuales.
Lejos de ser solamente unos movimientos por la “democracia”, contra el “sistema” o por la “libertad”, en nuestra opinión estos movimientos populares masivos reflejan un movimiento sin precedentes de proletarización del mundo producido por esta “globalización”. En efecto, esta se despliega bajo la lógica de la desaparición de las trabas a la libre circulación de capitales, a la destrucción de los obstáculos para la libertad del comercio, a la erradicación de los frenos aduaneros y de las “trabas” legislativas a la “libre competencia”. Tras estas fórmulas reiteradas una y otra vez en nuestros medios de comunicación se oculta simplemente una desregularización generalizada cuyo motor es el descenso de los costes de mano de obra como mecanismo para aumentar la tasa de ganancia. Los planes de ajuste estructural impuestos por el FMI y el Banco Mundial durante las tres últimas décadas han “preparado” para este proceso a los países dominados de la periferia. Para acceder a los créditos se ha obligado a estas periferias a liquidar sus protecciones aduaneras, liberar los precios, privatizar los servicios públicos, facilitar la inversión extranjera, etc. Hoy las consecuencias son evidentes: una desindustrialización en los centros imperialistas debido a las deslocalizaciones masivas y una proletarización de las periferias dominadas que tienen en común una pauperización de las clases populares.
Solo el predominio de una visión eurocentrista de los medios de comunicación ha podido hacer que este vasto movimiento de redistribución de las fuerzas de trabajo parezca el signo del final de la clase obrera y de la lucha de clases, la prueba de la entrada en una sociedad postindustrial, el indicador de una mutación profunda del capitalismo. Ahora bien, a poco que la mirada no se centre solamente en los centros imperialistas sino que se extienda al conjunto del planeta, la clase obrera no solo no disminuye sino que aumenta. Algunas cifras bastan para demostrarlo: en 1950 la proporción de obreros de la industria que trabajaban en un país dominado de la periferia era del 34 %. En 1980 esta proporción era el 53 % y el 79 % en 2010 (esto es, en cifras absolutas 541 millones de obreros frente a 145 en los países del centro). La transferencia de mano de obra es aún más importante si se centra el análisis en el trabajo de manufactura: “El 83 % de la mano de obra de manufactura del mundo vive y trabaja en los países del Sur” (1), resume el economista John Smith. Y este aumento de la proporción de los países de la periferia se produce en el contexto de un importante aumento de la “mano de obra mundial efectiva” entre 1980 y 2006 según las propias cifras del FMI (2), que pasaron de 1.900 millones en 1980 a 3.100 millones en 2006.
En su obra Modernité, religion et démocratie. Critique de l’eurocentrisme, critique des culturalismes (3) Samir Amin sintetizó la relación entre el desarrollo en un polo del planeta y el subdesarrollo en otro polo. Esta polarización mundial del pasado conoce hoy en día una nueva era que se traduce en una proletarización del mundo. Al tiempo que el capitalismo hace aumentar la clase obrera de los países periféricos destruye sus empleos agrícolas. De este modo la apertura de los mercados y la liberalización del comercio exterior impuestas por los planes de ajuste estructural hizo descender en 2007 de 73 % en 1960 a 48 % (4) la proporción de empleo agrícola en la población activa de los países periféricos. Las dos características de la proletarización de los países periféricos dominados son un aumento sin precedentes de la cantidad de personas trabajadoras industriales y un aumento igual de impresionante de las personas en paro que se hacinan en la periferia de las grandes aglomeraciones debido a la destrucción de la agricultura y al éxodo rural que se produce a consecuencia de ella. La situación no es mucho mejor en los países del centro imperialista. Contrariamente al mito de una “economía de servicio” que toma el relevo de una “economía industrial”, la disminución de los empleos industriales se traduce en un paro estructural cada vez mayor. También aquí estamos ante una proletarización. Esta proletarización se traduce en las cóleras populares masivas de 2019 desde Argel a París y de Jartún a Beirut, de los Chalecos Amarillos a los hiraks (5).
Los debates sobre la inmigración, las políticas represivas que los acompañan y los dramas humanos que se desprenden de ellas están al servicio de esta proletarización del mundo. Las barreras a la inmigración son de un rigor sin precedentes en la historia del capitalismo. La “superpoblación” de los países periféricos que no puede emigrar a los países del centro se acumula en unos gigantescos barrios de chabolas (6) que no dejan de recordar las descripciones de los alojamientos para la clase obrera inglesa que hacía Engels en 1845 (7). El objetivo de las restricciones a la emigración es mantener cautiva a esta “superpoblación” con el fin de que esté disponible para los empleos de la deslocalización masiva. Los cierres armados de fronteras no reflejan temor alguno a una “gran sustitución” sino que traducen un frío cálculo económico que transforma el Mediterráneo y la frontera mexicana en ataúdes gigantes. Se llega al colmo del cinismo con el discurso sobre “la inmigración escogida” que no es sino la elección de vaciar los países periféricos de sus personas trabajadoras cualificadas sin soportar los costes de formación de esta fuerza de trabajo compleja. Las cifras al respecto son elocuentes, como atestigua un estudio de 2013 sobre la “fuga de médicos africanos” a Estados Unidos: “La huida de médicos del África subsahariana empezó verdaderamente a mediados de la década de 1980 y se aceleró en la década de 1990 durante los años en los que se aplicaron los programas de ajuste estructural impuestos por […] el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial” [8]. Los médicos argelinos o de Oriente Próximo en los hospitales franceses son testimonio del mismo proceso en Europa.
La “huida de cerebros”, el aumento de la pauperización en el centro y aún más en la periferia, las políticas migratorias restrictivas y la multiplicación de los asesinatos institucionales masivos en el Mediterráneo y en la frontera mexicana son facetas indisociables de dicha globalización. Es lo que recordaba Fidel Castro en Durban en 1998:
“La libertad de movimiento que se proclama para el capital y las mercancías debe aplicarse también a lo que debe estar por encima de todo: los seres humanos. No más cruentos muros como el que se construye en la frontera entre Estados Unidos y México, que cuesta cada año cientos de vidas. Cese la persecución de los emigrados; muera la xenofobia y no la solidaridad”(9).
De la explotación a la superexplotación
La proletarización de la periferia dominada no le ha aportado mejora alguna. El descenso del poder adquisitivo de las personas trabajadoras de los centros imperialistas no se ha traducido en un aumento del de las personas trabajadoras de la periferia sino en un aumento de las ganancias. Significa el paso de una explotación de la fuerza de trabajo a una superexplotación o incluso el paso de la dominación de una forma de plusvalía a otra. Volvamos a esos conceptos de Marx que siguen siendo imprescindibles para comprender el bárbaro mundo contemporáneo.
Recordemos que Marx considera que bajo el capitalismo la fuerza de trabajo es una mercancía que como todas las demás tiene un valor que corresponde a la cantidad de trabajo necesario para producir los bienes que permitan su producción y reproducción (comida, vivienda, ropa, formación, etc.). Este valor tiene una expresión monetaria que es el salario real. Por medio de este salario el capitalista compra el derecho a utilizar esta fuerza de trabajo durante un periodo de tiempo determinado. Este periodo de tiempo permite a la vez producir el equivalente del salario del obrero y un plusvalor (la plusvalía) que se transformará en ganancia en el momento de la venta de las mercancías producidas. Por consiguiente, cada jornada de trabajo se divide en dos periodos de tiempo: el trabajo necesario (que corresponde al salario) y el plustrabajo (que corresponde a la plusvalía). Por tanto, el interés del capitalismo es maximizar el plustrabajo o minimizar el trabajo necesario. Para nuestro autor la explotación designa este plustrabajo o esta plusvalía. Por consiguiente, incluso cuando el salario se paga a su precio hay explotación. La segunda aportación de Marx es haber formalizado los medios por los que el capitalista trata de maximizar el plustrabajo o la plusvalía. Estudia en particular dos que denomina “plusvalía absoluta” y “plusvalía relativa”. La primera se maximiza alargando la jornada laboral y la segunda aumentando la productividad de las personas trabajadoras.
Aunque Marx solo estudia en profundidad estas dos formas, eso no significa que no haya otras. Lo explica en varias ocasiones precisando que plantea una hipótesis, la de que la fuerza de trabajo se paga a su valor. En otras palabras, su objetivo es analizar la lógica del sistema capitalista (independientemente de las formas concretas que adopte en tal o cual país o en tal o cual época) y no el capitalismo realmente existente. Cada vez que la relación de fuerzas se lo permite este último no duda en disminuir el salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo, es decir, por debajo del mínimo necesario para vivir dignamente. Marx destaca:
“La magnitud del plustrabajo se obtiene […] merced a la reducción del salario del obrero por debajo del valor de su fuerza de trabajo. […] A pesar del importante papel que desempeña este procedimiento en el movimiento real del salario, impide su consideración aquí el supuesto de que las mercancías y, por tanto, también la fuerza de trabajo, se compran y venden a su pleno valor” (10),
Todo este capítulo 8 del libro primero de El Capital se dedica a ejemplos concretos de situaciones en las que la fuerza de trabajo se remunera por debajo de su valor, lo que tiene como consecuencia el “agotamiento y muerte prematuros de esta fuerza” (11).
En estas situaciones ya no estamos simplemente ante una explotación sino ante una superexplotación.
Entre los ejemplos que ofrece Marx dos revisten de una actualidad importante en el contexto de la actual globalización capitalista. El primero es el de las fuerzas de trabajo inmigradas muy afectadas por la superxplotación y el segundo es el de las situaciones esclavistas, coloniales y semicoloniales en las que la superexplotación es la regla. El primer ejemplo llevará a Marx a insistir en la importancia de que los sindicatos “se ocupen con el mayor de los cuidados de los intereses de los oficios peor pagados” para contrarrestar la falta de unión de los obreros “engendrada y perpetuada por la inevitable competencia que se hacen unos a otros” (12). El segundo le llevará a una denuncia cada vez más virulenta del esclavismo y del colonialismo, el cual constituye en cierto modo una especie de tipo ideal del capitalismo en materia de fijación del precio de la fuerza de trabajo.. Marx recuerda:
“Por otra parte, en lo que respecta a los capitales invertidos en las colonias, etc., los mismos pueden arrojar tasas de ganancia más elevadas porque en esos lugares, en general, a causa de su bajo desarrollo, la tasa de ganancia es más elevada, y lo mismo, con el empleo de esclavos y coolíes, etc.”(13),
Estos dos ejemplos ponen de relieve la inanidad de una lucha anticapitalista que excluya de su programa por una parte la lucha contra las discriminaciones racistas que afectan a las personas trabajadoras inmigradas con o sin papeles y por otra el internacionalismo.
Cuando al analizar el imperialismo Lenin insiste en su carácter parasitario, retoma este análisis de Marx para un capitalismo que se ha vuelto monopolista. El autor explica que la exportación de capitales en busca de una tasa de ganancia máxima lleva a la emergencia de un comportamiento “rentista” y parasitario de los propietarios del capital:
“El monopolio de la posesión de colonias particularmente vastas, ricas o estratégicamente situadas opera en la misma dirección. Continuemos. El imperialismo es una inmensa acumulación de capital de dinero en un pequeño número de países, una acumulación que alcanza, como hemos visto, de 100 a 150 mil millones de francos en valores. De ahí el incremento extraordinario de una clase o, mejor dicho, de una capa rentista, es decir, los individuos que viven del “corte de cupón”, que no participan en ninguna empresa y cuya profesión es la ociosidad. La exportación de capital, una de las bases económicas más esenciales del imperialismo, acentúa todavía más la total separación entre la capa rentista y la producción, imprime un sello de parasitismo a todo el país, que vive de la explotación del trabajo de unos cuantos países y de las colonias de ultramar” (14).
Las reiteradas deslocalizaciones en función de las variaciones del coste del trabajo, los cierres de empresas rentables pero que tienen una tasa de ganancia que se considera no máxima, las presiones de los planes de ajuste estructural (para aligerar el coste del trabajo, disminuir el papel del Estado y hacer desaparecer los obstáculos a la libre circulación de capitales), etc., que caracterizan nuestra realidad contemporánea son una ilustración de este parasitismo que ahora se ha generalizado. Estas características de la globalización capitalista son el signo de un capitalismo que ya no se centra en la simple explotación sino en una tendencia a una sobreexplotación generalizada. No por estar generalizada esta sobreexplotación es menos desigual entre el centro imperialista y las periferias dominadas. Lenin subrayaba ya en su análisis del parasitismo del imperialismo que las sobreganancias obtenidas de las colonias daban a la clase dominante un importante margen de maniobra para comprar la paz social por medio de la redistribución de migajas cuando lo impone la relación de fuerzas. Es lo que recuerda Fidel Castro en los términos siguientes:
“…esa explotación tiene connotaciones mucho más terribles en un país del Tercer Mundo que en un país capitalista desarrollado, porque precisamente por temor a las revoluciones, por temor al socialismo, el capitalismo desarrollado elaboró algunos esquemas de distribución que, en cierta forma, evitan las hambrunas aquellas que conocieron las poblaciones de Europa, por ejemplo, en la época de Engels, en la época de Marx” (15).
De las tres formas de plusvalías que aborda Marx, solo dos se designan con un nombre, a saber, la plusvalía absoluta para la obtenida alargando la duración del trabajo y plusvalía relativa para la proveniente de un aumento de la productividad. La tercera se menciona varias veces pero no forma parte del análisis por la razón antes mencionada. La llamaremos plusvalía de sobreexplotación obtenida por medio del pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor. La globalización capitalista actual tiende a generalizarla en el caso de una cantidad cada vez mayor de personas trabajadoras en los países del centro imperialista y aún más intensamente en el de las personas trabajadoras de las periferias dominadas. A la dominación de la plusvalía absoluta de los inicios del capitalismo y a la de la plusvalía relativa de la madurez del capitalismo sucede así la plusvalía de sobreexplotación del “capitalismo senil”, por retomar la expresión de Samir Amin (16). El capitalismo parece así acabar un ciclo y volver al inicio de su emergencia, es decir, al periodo en el que se reunían las condiciones de su instalación por medio de la destrucción bárbara de las civilizaciones indígenas de las Américas y la esclavitud, por medio del trabajo infantil y la sobreexplotación de las primeras personas proletarias provenientes del campesinado desposeído. Parece recuperar una “forma pura”, la de que antes de que la organización de las personas trabajadoras impusiera el paso de la sobreexplotación a explotación, es decir, impusiera el pago de la fuerza de trabajo a su valor.
La importancia de la política de fronteras
El capitalismo globalizado centrado en la plusvalía de la sobreexplotación funciona sobre la base de cadenas de valor mundiales. Así, un mismo producto final puede ser el resultado del ensamblaje de elementos provenientes de varios lugares geográficos repartidos por varios continentes. Lo que distingue las producciones de la periferia dominada y del centro imperialista no es una diferencia de productividad sino una diferencia de salario. A una productividad tendencialmente equivalente, la misma fuerza de trabajo se pagará de forma diferente según esté empleada en el centro o en la periferia. Las tesis que explican las diferencias de salarios como resultado del diferencial de productividad son simplemente eurocéntricas u occidentalocéntricas, es decir, ocultan la dimensión mundial de las cadenas de valor de las principales industrias o incluso hacen desaparecer lo que caracteriza esencialmente al capitalismo globalizado: “el motor fundamental que delimita los contornos de la globalización de la producción [es] el arbitraje mundial del trabajo” (17), resume el economista John Smith.
A este nivel es donde interviene la cuestión de las fronteras y de la política de fronteras. En efecto, existen dos vías para acceder a esta mano de obra mal pagada: hacer emigrar la producción hacia la periferia dominada o hacer emigrar la mano de obra hacia los países del centro. “Las economías avanzadas pueden acceder a la reserva mundial de mano de obra gracias a las importaciones y a la inmigración” (18), resume el Fondo Monetario Internacional. Antes de la famosa “globalización” (es decir, antes de la nueva fase de la globalización que inaugura la desaparición del mundo bipolar y de sus relaciones de fuerzas) la inmigración era la vía principal y la externalización era la secundaria. A partir de entonces es lo contrario. Teniendo en cuenta esta inversión es como se puede comprender la lógica de la política de fronteras:
1) Apertura forzada de las fronteras para las mercancías y los capitales por parte del FMI, el Banco Mundial, la OMC y los países del centro dominante a golpe de Planes de Ajuste Estructural (PAE), de Acuerdos de Asociación Económica (los famosos AAE de la Unión Europea), de condiciones para acceder a la “ayuda”, etc.;
2) Apertura de las fronteras a los “cerebros” bajo la forma del discurso sobre “la emigración escogida” articulado a la imposición por parte de los PAE en los países de la periferia dominada de la condición de privatizar servicios públicos (hasta entonces principal empleador de estos “cerebros”);
3) Cierre brutal y militar de las fronteras legitimado por la leyenda de una “crisis migratoria” y que lleva a los crímenes institucionales masivos en el Mediterráneo y la frontera mexicana;
4) Gestión de los supervivientes del cierre de fronteras a beneficio de los sectores económicos que no se pueden deslocalizar o externalizar por medio de la producción de personas “sin papeles” obligadas a vender su fuerza de trabajo por debajo de su valor.
El significado de la nueva fase de la globalización capitalista activada por la mutación de las relaciones de fuerza que se desprende del fin del mundo bipolar hace volver al capitalismo a su forma “pura”, es decir, a la que había antes de los logros sociales vinculados a las luchas sociales y a las luchas de liberación (abolición de la esclavitud, lucha de liberación nacional, derechos sociales de las políticas nacionalistas de los países de la periferia dominada de las dos primeras décadas de la independencia) que impusieron tendencialmente una venta de la fuerza de trabajo a su valor. La globalización capitalista actual expresa la dominación de la plusvalía de sobreexplotación por medio de un arbitraje mundial del trabajo o del salario que ha hecho posible una política de fronteras idónea. Lo demás no es sino una consecuencia lógica: pauperización masiva tanto en el centro como en la periferia aunque de forma desigual, transformación del Mediterráneo y de México en cementerios de masas, creación de una masa de nuevos “errantes” bajo la forma de las figuras de las personas “sin papeles” o de las “refugiadas”. Este movimiento de conjunto es lo que constituye la base de las revueltas masivas del año 2019. Para que sea posible semejante regresión era preciso acompañarla de una ofensiva ideológica de gran magnitud. Esa fue la función d e la ideología postmoderna, que abordaremos en nuestro próximo artículo.
Última edición por RioLena el Lun Feb 03, 2020 3:29 pm, editado 1 vez