La nacionalización de los consorcios capitalistas
El capitalismo se distingue de los antiguos sistemas económicos precapitalistas en que ha creado el más íntimo enlace y la más estrecha interdependencia entre las distintas ramas de la economía nacional. Si no fuese así, sería técnicamente imposible -dicho sea de paso- el menor avance hacia el socialismo. Con su predominio de los bancos sobre la producción, el capitalismo moderno ha llevado a su punto culminante esa interdependencia entre las distintas ramas de la economía nacional. Los bancos se hallan indisolublemente entrelazados con las ramas más importantes de la industria y del comercio. Eso quiere decir, de una parte, que no es posible nacionalizar sólo los bancos, sin tomar medidas encaminadas a implantar el monopolio de Estado sobre los consorcios comerciales e industriales (el del azúcar, el del carbón, el del hierro, el del petróleo, etc.), sin nacionalizar estos consorcios. Eso quiere decir, de otra parte, que la regulación de la vida económica, si se lleva a cabo seriamente, exige a un mismo tiempo la nacionalización de los bancos y la nacionalización de los consorcios.
Tomemos, por ejemplo, el consorcio del azúcar. Este consorcio se creó ya bajo el zarismo y dio origen a una gran agrupación capitalista de fábricas magníficamente montadas; y esta asociación, empapada, como es lógico, del espíritu más reaccionario y burocrático, garantizaba a los capitalistas ganancias escandalosas, mientras que para los obreros y empleados significaba la absoluta privación de derechos y un régimen de humillación, opresión y esclavitud. Ya entonces, el Estado controlaba y regulaba la producción en interés de los magnates, de los ricachos.
En este caso, bastaría con transformar la regulación burocrática reaccionaria en revolucionaria democrática mediante simples decretos que convocasen un congreso de empleados, ingenieros, directores y accionistas, implantasen un sistema único de rendición de cuentas, el control de los sindicatos obreros, etc. Es la cosa más sencilla que puede concebirse, ¡¡y, sin embargo, no se hace!! La república democrática sigue respetando, de hecho, la regulación burocrática reaccionaria de la industria del azúcar, y todo sigue como antes: despilfarro de trabajo del pueblo, estancamiento y rutina, enriquecimiento de los Bóbrinski y los Teréschenko. Llamar a la democracia, y no a la burocracia, a los obreros y los empleados, y no a los "reyes del azúcar", a que desplieguen su iniciativa propia: eso es lo que hubiera podido y debido hacerse en unos cuantos días, de un solo golpe, si los eseristas y los mencheviques no hubiesen empañado la conciencia del pueblo con sus planes de "coalición" con esos mismos reyes del azúcar, de esa coalición con los ricachos por cuya causa y en virtud de la cual la "pasividad completa" del gobierno en cuanto a la reglamentación de la vida económica es completamente inevitable.
Fijémonos en la industria del petróleo. Esta industria ha sido ya "socializada" en escala gigantesca por el desarrollo anterior del capitalismo. Dos o tres reyes del petróleo manejan millones y cientos de millones, dedicándose a cortar cupones y a embolsarse ganancias fabulosas de un "negocio" que ya hoy está, de hecho, técnica y socialmente, organizado en escala nacional y es dirigido ya por cientos y miles de empleados, ingenieros, etc. La nacionalización de la industria del petróleo puede implantarse inmediatamente y es, además, una medida obligada para un Estado democrático-revolucionario, sobre todo si ese Estado atraviesa por una crisis gravísima, en la que urge ahorrar a todo trance trabajo del pueblo y aumentar la producción del combustible. Huelga decir que un control burocrático no serviría de nada ni haría cambiar nada, pues a los Teréschenko y a los Kerenski, a los Avxéntiev y a los Skóbelev, los "reyes del petróleo" los vencerán con la misma facilidad con que vencían a los ministros zaristas; y lo harán primero con largas, con excusas y promesas y luego con el soborno directo e indirecto de la prensa burguesa (la llamada "opinión pública" a la que tanto "tienen en cuenta" los Kerenski y los Avxéntiev) y de los funcionarios públicos (a quienes los Kerenski y los Avxéntiev dejan tranquilos en sus antiguos puestos en el aparato estatal, hasta ahora intacto, del viejo régimen). Para hacer algo serio, hay que pasar de la burocracia a la democracia, y hay que pasar por procedimientos verdaderamente revolucionarios, es decir, declarando la guerra a los reyes del petróleo y a los accionistas, decretando la confiscación de bienes y el encarcelamiento de todo el que dé largas a la nacionalización de la industria del petróleo, oculte los ingresos o falsee los balances, sabotee la producción o no adopte las medidas conducentes a elevarla. Hay que apelar a la iniciativa de los obreros y los empleados, convocarlos a ellos inmediatamente a conferencias y congresos y poner en sus manos una determinada parte de las ganancias, a condición de que se hagan cargo del control en todos sus aspectos y velen por el aumento de la producción. Si esos pasos democrático-revolucionarios se hubiesen dado sin dilación, inmediatamente, en abril de 1917, Rusia, uno de los países más ricos del mundo por sus reservas de combustible líquido, hubiese podido hacer mucho, muchísimo, durante el verano, para abastecer por vía acuática al pueblo del combustible necesario.
Escritas estas líneas, leo en la prensa que el gobierno Kerenski implanta el monopolio del azúcar; ¡¡huelga decir que lo implanta de un modo burocrático reaccionario, sin reunir en congresos a los empleados y obreros, sin publicidad, sin meter en cintura a los capitalistas!!
Ni el gobierno burgués ni el gobierno de coalición
Eserista-menchevique-democonstitucionalista han hecho absolutamente nada; se han limitado a jugar burocráticamente a las reformas. No se han atrevido a dar un solo paso democrático-revolucionario. Los mismos reyes del petróleo y el mismo estancamiento, el mismo odio de los obreros y empleados contra los explotadores, la misma desorganización, fruto obligado de todo ello, el mismo despilfarro de trabajo del pueblo; todo sigue como bajo el zarismo; ¡lo único que ha cambiado ha sido el membrete de los papeles que salen y entran en las oficinas "republicanas"! En la industria del carbón, no menos "preparada", por su nivel técnico y cultural, para la nacionalización y administrada con la misma desvergüenza por los saqueadores del pueblo, por los reyes del carbón, podemos registrar numerosos y muy evidentes hechos de sabotaje descarado, de franco deterioro y paralización de la producción por los industriales. Hasta un órgano ministerial, la Rabóchaya Gazeta de los mencheviques, ha tenido que confesar esos casos. ¿Y qué se ha hecho? No se ha hecho absolutamente nada; no se ha hecho más que reunir los antiguos comités "paritarios" burocrático-reaccionarios, ¡¡formados, en partes iguales, por representantes de los obreros y de los bandidos del consorcio hullero!!
¡No se ha dado ni un solo paso democrático-revolucionario; no se ha hecho ni un asomo de tentativa para implantar el único control real, el control desde abajo, a través del sindicato de empleados, a través de los obreros, aterrorizando a esos industriales hulleros, que llevan al país a la ruina y paralizan la producción! ¿Cómo se puede hacer eso? ¡"Todos" somos partidarios de la "coalición", si no con los demócratas constitucionalistas, por lo menos con los círculos comerciales e industriales, y la coalición significa precisamente dejar el Poder en manos de los capitalistas, dejarles maniobrar impunemente, dejarles obstruccionar, dejarles inculpar de todo a los obreros, agudizar el desbarajuste y preparar de este modo una nueva korniloviada!
El capitalismo se distingue de los antiguos sistemas económicos precapitalistas en que ha creado el más íntimo enlace y la más estrecha interdependencia entre las distintas ramas de la economía nacional. Si no fuese así, sería técnicamente imposible -dicho sea de paso- el menor avance hacia el socialismo. Con su predominio de los bancos sobre la producción, el capitalismo moderno ha llevado a su punto culminante esa interdependencia entre las distintas ramas de la economía nacional. Los bancos se hallan indisolublemente entrelazados con las ramas más importantes de la industria y del comercio. Eso quiere decir, de una parte, que no es posible nacionalizar sólo los bancos, sin tomar medidas encaminadas a implantar el monopolio de Estado sobre los consorcios comerciales e industriales (el del azúcar, el del carbón, el del hierro, el del petróleo, etc.), sin nacionalizar estos consorcios. Eso quiere decir, de otra parte, que la regulación de la vida económica, si se lleva a cabo seriamente, exige a un mismo tiempo la nacionalización de los bancos y la nacionalización de los consorcios.
Tomemos, por ejemplo, el consorcio del azúcar. Este consorcio se creó ya bajo el zarismo y dio origen a una gran agrupación capitalista de fábricas magníficamente montadas; y esta asociación, empapada, como es lógico, del espíritu más reaccionario y burocrático, garantizaba a los capitalistas ganancias escandalosas, mientras que para los obreros y empleados significaba la absoluta privación de derechos y un régimen de humillación, opresión y esclavitud. Ya entonces, el Estado controlaba y regulaba la producción en interés de los magnates, de los ricachos.
En este caso, bastaría con transformar la regulación burocrática reaccionaria en revolucionaria democrática mediante simples decretos que convocasen un congreso de empleados, ingenieros, directores y accionistas, implantasen un sistema único de rendición de cuentas, el control de los sindicatos obreros, etc. Es la cosa más sencilla que puede concebirse, ¡¡y, sin embargo, no se hace!! La república democrática sigue respetando, de hecho, la regulación burocrática reaccionaria de la industria del azúcar, y todo sigue como antes: despilfarro de trabajo del pueblo, estancamiento y rutina, enriquecimiento de los Bóbrinski y los Teréschenko. Llamar a la democracia, y no a la burocracia, a los obreros y los empleados, y no a los "reyes del azúcar", a que desplieguen su iniciativa propia: eso es lo que hubiera podido y debido hacerse en unos cuantos días, de un solo golpe, si los eseristas y los mencheviques no hubiesen empañado la conciencia del pueblo con sus planes de "coalición" con esos mismos reyes del azúcar, de esa coalición con los ricachos por cuya causa y en virtud de la cual la "pasividad completa" del gobierno en cuanto a la reglamentación de la vida económica es completamente inevitable.
Fijémonos en la industria del petróleo. Esta industria ha sido ya "socializada" en escala gigantesca por el desarrollo anterior del capitalismo. Dos o tres reyes del petróleo manejan millones y cientos de millones, dedicándose a cortar cupones y a embolsarse ganancias fabulosas de un "negocio" que ya hoy está, de hecho, técnica y socialmente, organizado en escala nacional y es dirigido ya por cientos y miles de empleados, ingenieros, etc. La nacionalización de la industria del petróleo puede implantarse inmediatamente y es, además, una medida obligada para un Estado democrático-revolucionario, sobre todo si ese Estado atraviesa por una crisis gravísima, en la que urge ahorrar a todo trance trabajo del pueblo y aumentar la producción del combustible. Huelga decir que un control burocrático no serviría de nada ni haría cambiar nada, pues a los Teréschenko y a los Kerenski, a los Avxéntiev y a los Skóbelev, los "reyes del petróleo" los vencerán con la misma facilidad con que vencían a los ministros zaristas; y lo harán primero con largas, con excusas y promesas y luego con el soborno directo e indirecto de la prensa burguesa (la llamada "opinión pública" a la que tanto "tienen en cuenta" los Kerenski y los Avxéntiev) y de los funcionarios públicos (a quienes los Kerenski y los Avxéntiev dejan tranquilos en sus antiguos puestos en el aparato estatal, hasta ahora intacto, del viejo régimen). Para hacer algo serio, hay que pasar de la burocracia a la democracia, y hay que pasar por procedimientos verdaderamente revolucionarios, es decir, declarando la guerra a los reyes del petróleo y a los accionistas, decretando la confiscación de bienes y el encarcelamiento de todo el que dé largas a la nacionalización de la industria del petróleo, oculte los ingresos o falsee los balances, sabotee la producción o no adopte las medidas conducentes a elevarla. Hay que apelar a la iniciativa de los obreros y los empleados, convocarlos a ellos inmediatamente a conferencias y congresos y poner en sus manos una determinada parte de las ganancias, a condición de que se hagan cargo del control en todos sus aspectos y velen por el aumento de la producción. Si esos pasos democrático-revolucionarios se hubiesen dado sin dilación, inmediatamente, en abril de 1917, Rusia, uno de los países más ricos del mundo por sus reservas de combustible líquido, hubiese podido hacer mucho, muchísimo, durante el verano, para abastecer por vía acuática al pueblo del combustible necesario.
Escritas estas líneas, leo en la prensa que el gobierno Kerenski implanta el monopolio del azúcar; ¡¡huelga decir que lo implanta de un modo burocrático reaccionario, sin reunir en congresos a los empleados y obreros, sin publicidad, sin meter en cintura a los capitalistas!!
Ni el gobierno burgués ni el gobierno de coalición
Eserista-menchevique-democonstitucionalista han hecho absolutamente nada; se han limitado a jugar burocráticamente a las reformas. No se han atrevido a dar un solo paso democrático-revolucionario. Los mismos reyes del petróleo y el mismo estancamiento, el mismo odio de los obreros y empleados contra los explotadores, la misma desorganización, fruto obligado de todo ello, el mismo despilfarro de trabajo del pueblo; todo sigue como bajo el zarismo; ¡lo único que ha cambiado ha sido el membrete de los papeles que salen y entran en las oficinas "republicanas"! En la industria del carbón, no menos "preparada", por su nivel técnico y cultural, para la nacionalización y administrada con la misma desvergüenza por los saqueadores del pueblo, por los reyes del carbón, podemos registrar numerosos y muy evidentes hechos de sabotaje descarado, de franco deterioro y paralización de la producción por los industriales. Hasta un órgano ministerial, la Rabóchaya Gazeta de los mencheviques, ha tenido que confesar esos casos. ¿Y qué se ha hecho? No se ha hecho absolutamente nada; no se ha hecho más que reunir los antiguos comités "paritarios" burocrático-reaccionarios, ¡¡formados, en partes iguales, por representantes de los obreros y de los bandidos del consorcio hullero!!
¡No se ha dado ni un solo paso democrático-revolucionario; no se ha hecho ni un asomo de tentativa para implantar el único control real, el control desde abajo, a través del sindicato de empleados, a través de los obreros, aterrorizando a esos industriales hulleros, que llevan al país a la ruina y paralizan la producción! ¿Cómo se puede hacer eso? ¡"Todos" somos partidarios de la "coalición", si no con los demócratas constitucionalistas, por lo menos con los círculos comerciales e industriales, y la coalición significa precisamente dejar el Poder en manos de los capitalistas, dejarles maniobrar impunemente, dejarles obstruccionar, dejarles inculpar de todo a los obreros, agudizar el desbarajuste y preparar de este modo una nueva korniloviada!