«Está cayendo la muga que nos ha impedido conocernos durante siglos»
El hombre que no agachaba la cabeza
Gabi MOUESCA
Fue militante clandestino del norte. Cayó preso, se fugó y volvió a ser detenido. Pasó 17 años en las cárceles francesas, donde todavía quedan más de 150 mujeres y hombres vascos. Estuvo tres años totalmente aislado. Se revolvía como un león enjaulado y llegó a hacer flexiones a las 3 de la madrugada para combatir el frío en la celda. Sintió odio pero no se dejó vencer. Ni doblegar. Salió y siguió trabajando por la dignidad de todas las personas encarceladas. Hoy trabaja en Emaús. Y por su país. Mantiene su conciencia abertzale intacta. Transmite energía y determinación. Sabe que va a ganar.
Su libro autobiográfico se titula «La nuque raide» (La nuca erguida) porque un director de prisiones dijo de usted que nunca agachaba la cabeza... ¿Qué hace un preso para no doblegarse?
Es difícil decirlo... La cárcel está diseñada para quebrar al preso, pero con algunos no lo consiguen. En mi casa aprendí de pequeño qué es la dignidad y, al entrar en la cárcel, como militante sabía por qué estaba allí y que el objetivo de la prisión es romperte. Por eso pronto fui consciente de que allí también debía seguir siendo yo el dueño de mi vida y no los carceleros. Ésa es la razón por la que resistí diecisiete años sin doblegarme.
¿Cómo le surgió su conciencia de izquierda y abertzale?
De niño aprendí el euskara en mi casa, pero lo perdí poco a poco en la escuela francesa. A los 15 años mis padres me dijeron que debía recuperarlo y asistí a unos cursos. Descubrí que el euskara era algo hermoso. En aquel momento, en Iparralde estaba bastante perdido y mucha gente lo despreciaba. Constatar aquello fue, tal vez, el origen de mi conciencia nacional.
Por otro lado, con 17 años entré a trabajar en una fábrica. Allá vi que no era respetado como trabajador y pronto me surgió la conciencia de clase. Por eso, desde joven he tenido la conciencia de abertzale y de izquierda.
¿Por qué se comprometió en la militancia en Iparretarrak (IK)?
Con lo que he explicado, el camino era sencillo. IK estaba ahí y se presentaba como una organización que luchaba por la liberación nacional y social. Por lo tanto, para mí, integrarme era una trayectoria natural. Analizaba las acciones de IK y pensaba que sus militantes tenían razón: En París no escuchan lo que los vascos de Iparralde decimos de manera legal en la calle, en las manifestaciones... No escuchan nada. Por lo tanto, es necesario fortalecer nuestra voz mediante pequeñas acciones para que en París se escuche. Pero una cosa es pensarlo y otra es preguntarse «qué hago yo». Y así entré en IK, como joven abertzale consciente que deseaba aportar su esfuerzo en la lucha.
Supongo que ésa es una decisión difícil: la lucha armada puede traer la cárcel, la muerte... Usted ha conocido los lados más amargos: varios compañeros suyos murieron -Didier Laffite, incluso, a su lado- y también ha pasado diecisiete años en la cárcel...
Pronto se es consciente de la gravedad de una decisión así. Eso lo sabemos, y como abertzales somos conscientes de que nuestro objetivo es vencer. Un día venceremos, pero sabemos que la lucha es larga y que hasta ese momento pueden suceder la muerte o la prisión. Teniendo en cuenta que varios de mis compañeros murieron o resultaron heridos graves, yo podría considerarme afortunado de haber conocido sólo la prisión. Y digo fortuna porque, como persona y militante, he aprendido muchas cosas en la cárcel.
¿IK demostró que el conflicto vasco no era una cosa sólo de Hego Euskal Herria?
Demostramos que una parte del pueblo vasco existe en el norte, que Euskal Herria no son sólo las comunidades del sur, sino también el norte, que no hay Euskal Herria sin Iparralde.
¿Perdura en Ipar Euskal Herria el legado político de IK?
Es difícil decir que gracias a nosotros ha ocurrido tal cosa... Lo que hoy vivimos es trabajo de todos. No me gusta dar más importancia a los militantes de IK que, por ejemplo, a los profesores de Seaska... Todos los abertzales tienen la misma importancia; y sabemos que juntando todas esas fuerzas es como conseguiremos vencer.
Como euskaldunes y como abertzales hemos conseguido enseñar al mundo que somos vascos y que queremos ser sólo vascos. Antes de IK mucha gente decía que los de Iparralde eran vascos pero franceses. Nosotros dijimos que debemos seguir nuestro camino y demostrar que somos sólo vascos. No podemos dejar nuestro porvenir en manos de políticos de París o de Madrid porque sabemos que quieren que desaparezca nuestro pueblo.
¿Cómo ve las relaciones entre abertzales del norte y del sur?
Son cada vez mejores porque en estos últimos veinte años se han creado lazos no sólo en el ámbito político, sino también en el cultural, en el comercial... que hacen que nos conozcamos mejor. Durante mucho tiempo, para la gente de aquí, los del otro lado eran españoles, pero poco a poco hemos demostrado que somos iguales: vascos. Durante siglos hemos estado separados, pero hay algo que nos une por encima de todo: nuestra lengua y nuestra cultura. Ha caído un tabú porque nos hemos conocido mutuamente. Y pienso que nuestra lucha debe fortalecer esos vínculos en todos los niveles: entre los niños, entre los deportistas, entre los trabajadores...
Se dice que el racismo es el miedo a lo que no se conoce. Y vemos, en otro nivel, que nos ha ocurrido lo mismo: entre la gente de Iparralde y Hegoalde ha existido una muga que nos ha impedido conocernos durante siglos. Creo que esa muga ya está cayendo, también gracias al trabajo de los abertzales. Me siento satisfecho al ver que jóvenes de aquí van al otro lado a estudiar en la universidad o a trabajar... Así se construye la Euskal Herria del futuro.
Y políticamente, ¿debe estrecharse más la relación?
Es muy importante construir puentes, pero no debemos perder el tiempo. Como militantes abertzales y de izquierda de Iparralde queremos trabajar con la izquierda abertzale del sur, pero pedimos respeto. La lucha que hemos llevado aquí también ha sido difícil, con muchos sacrificios, y como abertzales hemos vivido muchas agresiones en Iparralde. Por eso pedimos a los abertzales de Hegoalde que consideren el trabajo que hemos hecho. Vemos el futuro trabajando mano a mano juntos, pero desde el respeto.
Tenía 22 años cuando le detuvieron. ¿Qué sintió al estar solo en la celda por primera vez?
Pensé que debía prepararme para pasar los siguientes diez años en aquel sitio. Me mentalicé: «Dejaré diez años entre estas paredes». A la vista está que era malo y fallé, porque luego he pasado 17...
Sin embargo, dos años más tarde [en 1986], sus compañeros de organización le liberaron de la cárcel de Pau junto a Maddi Hegi. Era volver a la libertad pero también a la vida clandestina...
Cuando entras en la clandestinidad sabes que es otra manera de luchar... Siempre ocultándote... No estás en prisión pero tampoco es una vida normal. Antes de escapar de la cárcel pensé que de nuevo tendría que volver a esa manera de vivir. Está claro que es difícil la decisión, pero también sabía que había muchas razones para huir de la cárcel. Para mí era duro física y mentalmente estar allí. Y también era consciente de que no aportaba nada a la lucha estando en la prisión. Como militante debía encontrar una salida para volver a la lucha.
Pero lo impresionante es lo que hizo Maddi Hegi. A ella le quedaban sólo unos meses en prisión. Iba a salir y podría llevar una vida normal, pero decidió fugarse también; como abertzale decidió que su lugar estaba siempre en la lucha.
Y, por supuesto, sin olvidar al famoso comando Didi de IK, autor de aquella acción. Durante un año, todos los fines de semana, quince hombres y mujeres abertzales de Iparralde prepararon aquella fuga desde el punto de vista militar y mental para entrar en una cárcel... Ése fue también un trabajo enorme.
Al ser detenido y encarcelado de nuevo, pasó un año aislado totalmente... ¿Podría explicar cómo es el aislamiento?
El aislamiento es... es estar como un león encerrado en una jaula. Da vueltas y vueltas. Es parecido. Mi celda tenía seis pasos de largo. Y vas y vienes esos seis pasos cientos de veces al día... porque llega un momento en el que ya no eres capaz de leer, de ver la televisión o de pensar... Lo vas perdiendo todo, ya no eres capaz de hacer nada... Sólo eres capaz de andar dentro de la celda: seis pasos, seis, seis, seis, seis... como un animal.
El aislamiento es tortura...
Sí. No es que lo digamos los militantes, es que lo han dicho incluso algunos jueces: es tortura blanca. En Bélgica, por ejemplo, lo han escrito explícitamente: el aislamiento es una forma de tortura. El aislamiento tiene como fin romper a las personas.
El preso político Mikel Antza, en su reciente novela «Ospitalekoak», escribe lo siguiente: «Desde el momento que perdemos la libertad ya no somos los de antes. Vemos en quienes tienen la responsabilidad de nuestra custodia que hemos dejado de ser personas para ellos». ¿Qué le parece?
[Silencio...] En el Estado francés se emplea un término -«le shock carcéral»- que expresa el choque que la persona recibe al entrar en prisión; en ese momento te das cuenta de que has perdido tu dignidad, el sistema penitenciario actúa inmediatamente para que dejes de ser una persona. Un ejemplo: ser obligado a desnudarse y a mostrar si escondes algo en el ano delante de un montón de uniformados... Ahí te das cuenta de que no eres nada, nada, nada... Y todo el tiempo en prisión hay un montón de situaciones así para demostrarte que no eres un hombre, que eres sólo un preso. Y para ellos un preso está por debajo de lo humano. Cuando entras en la cárcel recibes ese choque y enseguida te das cuenta de que has entrado en otro mundo, un mundo que tiene otras leyes. Y que hay dos categorías de seres: los humanos que trabajan allí, con o sin uniforme, y los otros, los infrahumanos, los presos...
¿En sus 17 años de prisión sintió flaqueza en algún momento?
Pasé 17 años en prisión pero -lo digo ahora- pienso que no habría resistido mucho más. Salí bien física y mentalmente pero creo que llegué hasta donde podía aguantar. Creo que si hubiera estado uno o dos años más, como otros muchos, me habría derrumbado. Eso fue lo que sentí. En esos 17 años viví cosas duras... Recuerdo la muerte de mi padre, aislado en mi celda; también me casé y me divorcié; dos huelgas de hambre largas... En esos momentos te das cuenta de que, abertzale o no, eres solamente un hombre y estás solo en la celda. Sabes que fuera está la familia, y tienes amor, y eres de un pueblo, y tienes la solidaridad de una parte de ese pueblo, pero en esos momentos estás solo en tu celda. Y eso al- gunos no lo pueden soportar. Es cierto que he llorado; recuerdo sólo cuatro veces en 17 años y sé por qué y por quién. Nunca las olvidaré. Y tampoco que durante 17 años vi llorar a mi madre en todas las visitas, incluso la última semana antes de salir a la calle... Eso nunca lo olvidaré. No digo que no lo perdonaré; sé de quién es la responsabilidad. Y pienso que todos los abertzales que han pasado por la cárcel nunca olvidarán lo que hemos sufrido. Luego el perdón es otra cuestión. No me detengo en esas cosas; para mí lo importante es continuar la lucha y vencer. Punto.
¿Es posible sentirse libre dentro de la cárcel?
Sí. Yo mismo viví una cosa increíble: Debía ser liberado el 10 de mayo del 2001. Ese día recogí mis cosas, iba a salir... Pasé por una oficina donde debía firmar el papel y allá, de repente, un agente me dice: «Para salir debes pagar 50.000 francos» -era mucho, lo equivalente a un coche- para pagar los costes judiciales. ¿Cómo? ¿He pasado 17 años en la cárcel y debo pagar? Dije ¡no! Y se creó un problema: había periodistas fuera esperando mi salida, estaban la familia, los amigos, los abogados, la Cruz Roja... «No pagaré». Fuera se ofrecían para pagar, pero dije: «No, no pagaré». La ley dice que si no pagas debes cumplir dos meses más. Y decidí volver a la celda. Los otros presos me recibieron con aplausos.
No puedes imaginar lo que sentí: después de 17 años era capaz de decir «yo no saldré así, saldré sin pagar; ya he pagado suficiente». Entré de nuevo en la celda y me sentí libre porque era capaz de tomar una decisión, aunque fuera difícil -porque seguía preso-, pero ser libre es poder decidir sin imposiciones. Y lo hice: volví a entrar en la celda para pasar dos meses más después de 17 años. Eso es sentirse libre.
¿Ha sentido odio alguna vez?
Sólo una vez, cuando estaba totalmente aislado, sentí odio por primera vez en mi vida. Yo en la cárcel era como en mi vida normal, excepto cuando estuve en aislamiento total. Al principio estuve un año pero luego pasé otros dos más en aislamiento. Un día tuve una pesadilla: en sueños vi al juez que me juzgó muerto, lleno de sangre... ¿Qué había hecho aquel juez? Era el que había firmado la orden de mi aislamiento. Imagínate cómo debe ser el odio para tener aquella pesadilla. No era culpa mía, era culpa del sistema del juez: no aceptaban que yo era un hombre y que debía respetarse mi dignidad. Eso es el odio. Bueno, y a la vista está que perdí enseguida el odio. Al año me pasaron al régimen normal y allí cambió mi cabeza y me pude normalizar.
En las cárceles muchos presos sienten odio para mantenerse firmes, piensan que eso les salvará, pero no se dan cuenta de que el odio es como un cáncer, te mata por dentro... Mi fortuna ha sido sentir el odio pocas veces.
¿Cómo vivió la desaparición de un compañero de militancia tan cercano como Popo Larre?
Entré en el colectivo Jon Anza como abertzale pero también como antiguo militante de IK porque Jon Anza es también Popo Larre, como otros abertzales también desaparecidos. Son varios, no sabemos dónde están sus cuerpos ni qué ha ocurrido con ellos. Y para mí, Jon Anza y Popo Larre son lo mismo. Y como abertzale pregunto a los gobierno francés y español «qué habéis hecho con Jon Anza». Con Popo Larre esa pregunta quedó detenida. Cuando yo estaba preso no podía hacer nada y eso trajo a mi corazón un cierto sentimiento de culpabilidad. Popo era mi hermano de lucha, le conocí muy bien, y lo que no pude hacer con Popo lo quiero hacer ahora con Jon Anza.
¿Qué fin persigue la desaparición física de un militante?
Extender el miedo... Yo veo cómo en Iparralde el Estado francés ha pretendido extender el miedo en los últimos veinte años entre la gente y, en especial, entre los jóvenes. Pienso en el caso de Jon, pero hay otras cosas: detenciones, inculpaciones... Quieren atemorizar a la gente para que se quede en casa, ante la televisión, no en la calle ni en reuniones, ni pensando... Desgraciadamente, en esa lucha el poder ha dado un paso muy grande y en Euskal Herria -y en particular en Iparralde-, debemos luchar contra el miedo.
Sobre Jon Anza tengo un punto de vista también personal: Veinte años en la cárcel, la enfermedad, apresado, en manos del enemigo... Una vida así es un ejemplo de compromiso. Eso no quiere decir que hablo a favor de ETA, no... Digo que es un ejemplo como hombre. (...) Hay una frase muy conocida: «Todos debemos dar un poco para que unos pocos no tengan que darlo todo». Y creo que tiene más importancia decirlo en este momento que ayer. Mucha gente dice que va a haber un cambio, pero habrá un cambio si todos damos un poco.
¿Es optimista por el momento político que se vive en Euskal Herria?
Sí, sí... Creo que nunca he sido tan optimista como ahora. Hace unos días hablé en una radio de París que suelen oír los presos políticos vascos. Sé bien lo delicado que es decir ciertas cosas porque pueden crear sueños o expectativas falsas en los presos. No se debe jugar con los sueños de los presos. Pero sigo siendo abertzale y soy consciente de que se están moviendo muchas cosas, cosas importantes. Y creo que en breve van a tomar una buena dirección.
¿Lo veremos?
Sin duda, sin duda...
«Levanto mi txapela ante las familias de los presos de Iparralde; a menudo están solos y sufren mucho»
¿La cárcel descubre fuerzas desconocidas hasta entonces?
Gracias a la cárcel somos conscientes de nuestra debilidad, pero también de que podemos tener una fuerza tremenda. Las experiencias duras sacan de cada persona cosas importantes. Yo he tenido dos ejemplos: Jesucristo y el Che Guevara. En ellos he visto que los humanos somos capaces de llegar lejos con la cabeza y con el deseo. Tenemos una fuerza increíble y somos capaces de hacer muchas cosas, algunas malas, pero también otras hermosas...
¿Es usted creyente?
Soy cristiano, católico.
¿Eso le ayudó en la cárcel?
Sí, desde luego. Muchas veces me preguntan cómo conseguí resistir. Lo primero es que me sentía amado y yo amaba. Eso es lo más importante para no doblegarse en la cárcel.
Lo segundo es que he leído, he estudiado, he hecho deporte a diario, he seguido la información del mundo, he mantenido contacto con la gente de la calle... pero también todas las mañanas, a las 6:30, leía el texto del día de los Evangelios, porque muestran cuáles son las estrellas para un cristiano y cuál es el camino para alcanzarlas... Cada día alimentaba mi cabeza con ideas bellas que me fortalecían.
¿La dispersión y el alejamiento es un castigo específico para los familiares de los presos políticos?
Sin duda. Yo siempre subrayo eso y levanto mi txapela ante ellos. Cuando estás en la cárcel sabes el sacrificio que soporta la familia: a nivel económico, en los viajes largos para una visita brevísima... Sabes que en el pueblo algunas personas no quieren hablar con tu familia, especialmente en Iparralde... Y con eso tienes que convivir en la cárcel. En Hegoalde está extendida la solidaridad con los familiares de los presos, pero en Iparralde no es tan corriente. Por eso respeto tanto a las familias de los presos de Iparralde; a menudo están solos y sufren mucho.
¿Qué suponen la familia y los amigos en la vida de un preso político?
Son el amor... Lo decía antes: lo primero que da fuerza en la cárcel es el amor. Sé que no es muy político emplear estos términos, pero es así, es la gasolina que alimenta el motor.
Treinta años de militancia. ¿Ve los frutos de tanto esfuerzo?
Hay frutos buenos pero también algunos falsos... Lo explico: En Iparralde se ha avanzado mucho en el terreno de la conciencia. Hoy día decir “soy abertzale” no es como en los años ochenta, cuando te decían con desprecio “Enbata zikiña” [sucio Enbata]. Era difícil presentarse como abertzale, en particular en el interior; y ahora la gente se muestra como abertzale con naturalidad. Ése es un buen fruto.
Por otro lado, ha habido una lucha y se han conseguido algunas cosas gracias a ello, pero nos han concedido algunas cosas envenenadas, falsas... Algunos creen, por ejemplo, que estamos salvados en el terreno de la lengua... Hay cosas que se están fortaleciendo, sí; estábamos a punto de morir y nos hemos recuperado un poco, pero el camino sigue siendo más lento pero hacia la misma muerte... París ha entendido perfectamente qué es dar unas migajas para calmar a algunos. Pero se debe decir claro que hoy día, en 2010, el objetivo y el deseo de quienes tienen el poder en París es acabar con el pueblo vasco. Siempre trabajan en esa lógica. Por ello debe quedar claro para los abertzales que la lucha es el único camino.
GARA
El hombre que no agachaba la cabeza
Gabi MOUESCA
Fue militante clandestino del norte. Cayó preso, se fugó y volvió a ser detenido. Pasó 17 años en las cárceles francesas, donde todavía quedan más de 150 mujeres y hombres vascos. Estuvo tres años totalmente aislado. Se revolvía como un león enjaulado y llegó a hacer flexiones a las 3 de la madrugada para combatir el frío en la celda. Sintió odio pero no se dejó vencer. Ni doblegar. Salió y siguió trabajando por la dignidad de todas las personas encarceladas. Hoy trabaja en Emaús. Y por su país. Mantiene su conciencia abertzale intacta. Transmite energía y determinación. Sabe que va a ganar.
Su libro autobiográfico se titula «La nuque raide» (La nuca erguida) porque un director de prisiones dijo de usted que nunca agachaba la cabeza... ¿Qué hace un preso para no doblegarse?
Es difícil decirlo... La cárcel está diseñada para quebrar al preso, pero con algunos no lo consiguen. En mi casa aprendí de pequeño qué es la dignidad y, al entrar en la cárcel, como militante sabía por qué estaba allí y que el objetivo de la prisión es romperte. Por eso pronto fui consciente de que allí también debía seguir siendo yo el dueño de mi vida y no los carceleros. Ésa es la razón por la que resistí diecisiete años sin doblegarme.
¿Cómo le surgió su conciencia de izquierda y abertzale?
De niño aprendí el euskara en mi casa, pero lo perdí poco a poco en la escuela francesa. A los 15 años mis padres me dijeron que debía recuperarlo y asistí a unos cursos. Descubrí que el euskara era algo hermoso. En aquel momento, en Iparralde estaba bastante perdido y mucha gente lo despreciaba. Constatar aquello fue, tal vez, el origen de mi conciencia nacional.
Por otro lado, con 17 años entré a trabajar en una fábrica. Allá vi que no era respetado como trabajador y pronto me surgió la conciencia de clase. Por eso, desde joven he tenido la conciencia de abertzale y de izquierda.
¿Por qué se comprometió en la militancia en Iparretarrak (IK)?
Con lo que he explicado, el camino era sencillo. IK estaba ahí y se presentaba como una organización que luchaba por la liberación nacional y social. Por lo tanto, para mí, integrarme era una trayectoria natural. Analizaba las acciones de IK y pensaba que sus militantes tenían razón: En París no escuchan lo que los vascos de Iparralde decimos de manera legal en la calle, en las manifestaciones... No escuchan nada. Por lo tanto, es necesario fortalecer nuestra voz mediante pequeñas acciones para que en París se escuche. Pero una cosa es pensarlo y otra es preguntarse «qué hago yo». Y así entré en IK, como joven abertzale consciente que deseaba aportar su esfuerzo en la lucha.
Supongo que ésa es una decisión difícil: la lucha armada puede traer la cárcel, la muerte... Usted ha conocido los lados más amargos: varios compañeros suyos murieron -Didier Laffite, incluso, a su lado- y también ha pasado diecisiete años en la cárcel...
Pronto se es consciente de la gravedad de una decisión así. Eso lo sabemos, y como abertzales somos conscientes de que nuestro objetivo es vencer. Un día venceremos, pero sabemos que la lucha es larga y que hasta ese momento pueden suceder la muerte o la prisión. Teniendo en cuenta que varios de mis compañeros murieron o resultaron heridos graves, yo podría considerarme afortunado de haber conocido sólo la prisión. Y digo fortuna porque, como persona y militante, he aprendido muchas cosas en la cárcel.
¿IK demostró que el conflicto vasco no era una cosa sólo de Hego Euskal Herria?
Demostramos que una parte del pueblo vasco existe en el norte, que Euskal Herria no son sólo las comunidades del sur, sino también el norte, que no hay Euskal Herria sin Iparralde.
¿Perdura en Ipar Euskal Herria el legado político de IK?
Es difícil decir que gracias a nosotros ha ocurrido tal cosa... Lo que hoy vivimos es trabajo de todos. No me gusta dar más importancia a los militantes de IK que, por ejemplo, a los profesores de Seaska... Todos los abertzales tienen la misma importancia; y sabemos que juntando todas esas fuerzas es como conseguiremos vencer.
Como euskaldunes y como abertzales hemos conseguido enseñar al mundo que somos vascos y que queremos ser sólo vascos. Antes de IK mucha gente decía que los de Iparralde eran vascos pero franceses. Nosotros dijimos que debemos seguir nuestro camino y demostrar que somos sólo vascos. No podemos dejar nuestro porvenir en manos de políticos de París o de Madrid porque sabemos que quieren que desaparezca nuestro pueblo.
¿Cómo ve las relaciones entre abertzales del norte y del sur?
Son cada vez mejores porque en estos últimos veinte años se han creado lazos no sólo en el ámbito político, sino también en el cultural, en el comercial... que hacen que nos conozcamos mejor. Durante mucho tiempo, para la gente de aquí, los del otro lado eran españoles, pero poco a poco hemos demostrado que somos iguales: vascos. Durante siglos hemos estado separados, pero hay algo que nos une por encima de todo: nuestra lengua y nuestra cultura. Ha caído un tabú porque nos hemos conocido mutuamente. Y pienso que nuestra lucha debe fortalecer esos vínculos en todos los niveles: entre los niños, entre los deportistas, entre los trabajadores...
Se dice que el racismo es el miedo a lo que no se conoce. Y vemos, en otro nivel, que nos ha ocurrido lo mismo: entre la gente de Iparralde y Hegoalde ha existido una muga que nos ha impedido conocernos durante siglos. Creo que esa muga ya está cayendo, también gracias al trabajo de los abertzales. Me siento satisfecho al ver que jóvenes de aquí van al otro lado a estudiar en la universidad o a trabajar... Así se construye la Euskal Herria del futuro.
Y políticamente, ¿debe estrecharse más la relación?
Es muy importante construir puentes, pero no debemos perder el tiempo. Como militantes abertzales y de izquierda de Iparralde queremos trabajar con la izquierda abertzale del sur, pero pedimos respeto. La lucha que hemos llevado aquí también ha sido difícil, con muchos sacrificios, y como abertzales hemos vivido muchas agresiones en Iparralde. Por eso pedimos a los abertzales de Hegoalde que consideren el trabajo que hemos hecho. Vemos el futuro trabajando mano a mano juntos, pero desde el respeto.
Tenía 22 años cuando le detuvieron. ¿Qué sintió al estar solo en la celda por primera vez?
Pensé que debía prepararme para pasar los siguientes diez años en aquel sitio. Me mentalicé: «Dejaré diez años entre estas paredes». A la vista está que era malo y fallé, porque luego he pasado 17...
Sin embargo, dos años más tarde [en 1986], sus compañeros de organización le liberaron de la cárcel de Pau junto a Maddi Hegi. Era volver a la libertad pero también a la vida clandestina...
Cuando entras en la clandestinidad sabes que es otra manera de luchar... Siempre ocultándote... No estás en prisión pero tampoco es una vida normal. Antes de escapar de la cárcel pensé que de nuevo tendría que volver a esa manera de vivir. Está claro que es difícil la decisión, pero también sabía que había muchas razones para huir de la cárcel. Para mí era duro física y mentalmente estar allí. Y también era consciente de que no aportaba nada a la lucha estando en la prisión. Como militante debía encontrar una salida para volver a la lucha.
Pero lo impresionante es lo que hizo Maddi Hegi. A ella le quedaban sólo unos meses en prisión. Iba a salir y podría llevar una vida normal, pero decidió fugarse también; como abertzale decidió que su lugar estaba siempre en la lucha.
Y, por supuesto, sin olvidar al famoso comando Didi de IK, autor de aquella acción. Durante un año, todos los fines de semana, quince hombres y mujeres abertzales de Iparralde prepararon aquella fuga desde el punto de vista militar y mental para entrar en una cárcel... Ése fue también un trabajo enorme.
Al ser detenido y encarcelado de nuevo, pasó un año aislado totalmente... ¿Podría explicar cómo es el aislamiento?
El aislamiento es... es estar como un león encerrado en una jaula. Da vueltas y vueltas. Es parecido. Mi celda tenía seis pasos de largo. Y vas y vienes esos seis pasos cientos de veces al día... porque llega un momento en el que ya no eres capaz de leer, de ver la televisión o de pensar... Lo vas perdiendo todo, ya no eres capaz de hacer nada... Sólo eres capaz de andar dentro de la celda: seis pasos, seis, seis, seis, seis... como un animal.
El aislamiento es tortura...
Sí. No es que lo digamos los militantes, es que lo han dicho incluso algunos jueces: es tortura blanca. En Bélgica, por ejemplo, lo han escrito explícitamente: el aislamiento es una forma de tortura. El aislamiento tiene como fin romper a las personas.
El preso político Mikel Antza, en su reciente novela «Ospitalekoak», escribe lo siguiente: «Desde el momento que perdemos la libertad ya no somos los de antes. Vemos en quienes tienen la responsabilidad de nuestra custodia que hemos dejado de ser personas para ellos». ¿Qué le parece?
[Silencio...] En el Estado francés se emplea un término -«le shock carcéral»- que expresa el choque que la persona recibe al entrar en prisión; en ese momento te das cuenta de que has perdido tu dignidad, el sistema penitenciario actúa inmediatamente para que dejes de ser una persona. Un ejemplo: ser obligado a desnudarse y a mostrar si escondes algo en el ano delante de un montón de uniformados... Ahí te das cuenta de que no eres nada, nada, nada... Y todo el tiempo en prisión hay un montón de situaciones así para demostrarte que no eres un hombre, que eres sólo un preso. Y para ellos un preso está por debajo de lo humano. Cuando entras en la cárcel recibes ese choque y enseguida te das cuenta de que has entrado en otro mundo, un mundo que tiene otras leyes. Y que hay dos categorías de seres: los humanos que trabajan allí, con o sin uniforme, y los otros, los infrahumanos, los presos...
¿En sus 17 años de prisión sintió flaqueza en algún momento?
Pasé 17 años en prisión pero -lo digo ahora- pienso que no habría resistido mucho más. Salí bien física y mentalmente pero creo que llegué hasta donde podía aguantar. Creo que si hubiera estado uno o dos años más, como otros muchos, me habría derrumbado. Eso fue lo que sentí. En esos 17 años viví cosas duras... Recuerdo la muerte de mi padre, aislado en mi celda; también me casé y me divorcié; dos huelgas de hambre largas... En esos momentos te das cuenta de que, abertzale o no, eres solamente un hombre y estás solo en la celda. Sabes que fuera está la familia, y tienes amor, y eres de un pueblo, y tienes la solidaridad de una parte de ese pueblo, pero en esos momentos estás solo en tu celda. Y eso al- gunos no lo pueden soportar. Es cierto que he llorado; recuerdo sólo cuatro veces en 17 años y sé por qué y por quién. Nunca las olvidaré. Y tampoco que durante 17 años vi llorar a mi madre en todas las visitas, incluso la última semana antes de salir a la calle... Eso nunca lo olvidaré. No digo que no lo perdonaré; sé de quién es la responsabilidad. Y pienso que todos los abertzales que han pasado por la cárcel nunca olvidarán lo que hemos sufrido. Luego el perdón es otra cuestión. No me detengo en esas cosas; para mí lo importante es continuar la lucha y vencer. Punto.
¿Es posible sentirse libre dentro de la cárcel?
Sí. Yo mismo viví una cosa increíble: Debía ser liberado el 10 de mayo del 2001. Ese día recogí mis cosas, iba a salir... Pasé por una oficina donde debía firmar el papel y allá, de repente, un agente me dice: «Para salir debes pagar 50.000 francos» -era mucho, lo equivalente a un coche- para pagar los costes judiciales. ¿Cómo? ¿He pasado 17 años en la cárcel y debo pagar? Dije ¡no! Y se creó un problema: había periodistas fuera esperando mi salida, estaban la familia, los amigos, los abogados, la Cruz Roja... «No pagaré». Fuera se ofrecían para pagar, pero dije: «No, no pagaré». La ley dice que si no pagas debes cumplir dos meses más. Y decidí volver a la celda. Los otros presos me recibieron con aplausos.
No puedes imaginar lo que sentí: después de 17 años era capaz de decir «yo no saldré así, saldré sin pagar; ya he pagado suficiente». Entré de nuevo en la celda y me sentí libre porque era capaz de tomar una decisión, aunque fuera difícil -porque seguía preso-, pero ser libre es poder decidir sin imposiciones. Y lo hice: volví a entrar en la celda para pasar dos meses más después de 17 años. Eso es sentirse libre.
¿Ha sentido odio alguna vez?
Sólo una vez, cuando estaba totalmente aislado, sentí odio por primera vez en mi vida. Yo en la cárcel era como en mi vida normal, excepto cuando estuve en aislamiento total. Al principio estuve un año pero luego pasé otros dos más en aislamiento. Un día tuve una pesadilla: en sueños vi al juez que me juzgó muerto, lleno de sangre... ¿Qué había hecho aquel juez? Era el que había firmado la orden de mi aislamiento. Imagínate cómo debe ser el odio para tener aquella pesadilla. No era culpa mía, era culpa del sistema del juez: no aceptaban que yo era un hombre y que debía respetarse mi dignidad. Eso es el odio. Bueno, y a la vista está que perdí enseguida el odio. Al año me pasaron al régimen normal y allí cambió mi cabeza y me pude normalizar.
En las cárceles muchos presos sienten odio para mantenerse firmes, piensan que eso les salvará, pero no se dan cuenta de que el odio es como un cáncer, te mata por dentro... Mi fortuna ha sido sentir el odio pocas veces.
¿Cómo vivió la desaparición de un compañero de militancia tan cercano como Popo Larre?
Entré en el colectivo Jon Anza como abertzale pero también como antiguo militante de IK porque Jon Anza es también Popo Larre, como otros abertzales también desaparecidos. Son varios, no sabemos dónde están sus cuerpos ni qué ha ocurrido con ellos. Y para mí, Jon Anza y Popo Larre son lo mismo. Y como abertzale pregunto a los gobierno francés y español «qué habéis hecho con Jon Anza». Con Popo Larre esa pregunta quedó detenida. Cuando yo estaba preso no podía hacer nada y eso trajo a mi corazón un cierto sentimiento de culpabilidad. Popo era mi hermano de lucha, le conocí muy bien, y lo que no pude hacer con Popo lo quiero hacer ahora con Jon Anza.
¿Qué fin persigue la desaparición física de un militante?
Extender el miedo... Yo veo cómo en Iparralde el Estado francés ha pretendido extender el miedo en los últimos veinte años entre la gente y, en especial, entre los jóvenes. Pienso en el caso de Jon, pero hay otras cosas: detenciones, inculpaciones... Quieren atemorizar a la gente para que se quede en casa, ante la televisión, no en la calle ni en reuniones, ni pensando... Desgraciadamente, en esa lucha el poder ha dado un paso muy grande y en Euskal Herria -y en particular en Iparralde-, debemos luchar contra el miedo.
Sobre Jon Anza tengo un punto de vista también personal: Veinte años en la cárcel, la enfermedad, apresado, en manos del enemigo... Una vida así es un ejemplo de compromiso. Eso no quiere decir que hablo a favor de ETA, no... Digo que es un ejemplo como hombre. (...) Hay una frase muy conocida: «Todos debemos dar un poco para que unos pocos no tengan que darlo todo». Y creo que tiene más importancia decirlo en este momento que ayer. Mucha gente dice que va a haber un cambio, pero habrá un cambio si todos damos un poco.
¿Es optimista por el momento político que se vive en Euskal Herria?
Sí, sí... Creo que nunca he sido tan optimista como ahora. Hace unos días hablé en una radio de París que suelen oír los presos políticos vascos. Sé bien lo delicado que es decir ciertas cosas porque pueden crear sueños o expectativas falsas en los presos. No se debe jugar con los sueños de los presos. Pero sigo siendo abertzale y soy consciente de que se están moviendo muchas cosas, cosas importantes. Y creo que en breve van a tomar una buena dirección.
¿Lo veremos?
Sin duda, sin duda...
«Levanto mi txapela ante las familias de los presos de Iparralde; a menudo están solos y sufren mucho»
¿La cárcel descubre fuerzas desconocidas hasta entonces?
Gracias a la cárcel somos conscientes de nuestra debilidad, pero también de que podemos tener una fuerza tremenda. Las experiencias duras sacan de cada persona cosas importantes. Yo he tenido dos ejemplos: Jesucristo y el Che Guevara. En ellos he visto que los humanos somos capaces de llegar lejos con la cabeza y con el deseo. Tenemos una fuerza increíble y somos capaces de hacer muchas cosas, algunas malas, pero también otras hermosas...
¿Es usted creyente?
Soy cristiano, católico.
¿Eso le ayudó en la cárcel?
Sí, desde luego. Muchas veces me preguntan cómo conseguí resistir. Lo primero es que me sentía amado y yo amaba. Eso es lo más importante para no doblegarse en la cárcel.
Lo segundo es que he leído, he estudiado, he hecho deporte a diario, he seguido la información del mundo, he mantenido contacto con la gente de la calle... pero también todas las mañanas, a las 6:30, leía el texto del día de los Evangelios, porque muestran cuáles son las estrellas para un cristiano y cuál es el camino para alcanzarlas... Cada día alimentaba mi cabeza con ideas bellas que me fortalecían.
¿La dispersión y el alejamiento es un castigo específico para los familiares de los presos políticos?
Sin duda. Yo siempre subrayo eso y levanto mi txapela ante ellos. Cuando estás en la cárcel sabes el sacrificio que soporta la familia: a nivel económico, en los viajes largos para una visita brevísima... Sabes que en el pueblo algunas personas no quieren hablar con tu familia, especialmente en Iparralde... Y con eso tienes que convivir en la cárcel. En Hegoalde está extendida la solidaridad con los familiares de los presos, pero en Iparralde no es tan corriente. Por eso respeto tanto a las familias de los presos de Iparralde; a menudo están solos y sufren mucho.
¿Qué suponen la familia y los amigos en la vida de un preso político?
Son el amor... Lo decía antes: lo primero que da fuerza en la cárcel es el amor. Sé que no es muy político emplear estos términos, pero es así, es la gasolina que alimenta el motor.
Treinta años de militancia. ¿Ve los frutos de tanto esfuerzo?
Hay frutos buenos pero también algunos falsos... Lo explico: En Iparralde se ha avanzado mucho en el terreno de la conciencia. Hoy día decir “soy abertzale” no es como en los años ochenta, cuando te decían con desprecio “Enbata zikiña” [sucio Enbata]. Era difícil presentarse como abertzale, en particular en el interior; y ahora la gente se muestra como abertzale con naturalidad. Ése es un buen fruto.
Por otro lado, ha habido una lucha y se han conseguido algunas cosas gracias a ello, pero nos han concedido algunas cosas envenenadas, falsas... Algunos creen, por ejemplo, que estamos salvados en el terreno de la lengua... Hay cosas que se están fortaleciendo, sí; estábamos a punto de morir y nos hemos recuperado un poco, pero el camino sigue siendo más lento pero hacia la misma muerte... París ha entendido perfectamente qué es dar unas migajas para calmar a algunos. Pero se debe decir claro que hoy día, en 2010, el objetivo y el deseo de quienes tienen el poder en París es acabar con el pueblo vasco. Siempre trabajan en esa lógica. Por ello debe quedar claro para los abertzales que la lucha es el único camino.
GARA