23F Golpe de estado en mi memoria
Víctor Arrogante
publicado en febrero y marzo de 2013 en Diario Progresista en tres entregas
tomado de su blog en febrero de 2020
El 23 de febrero de 1981, los españoles y la democracia, recuperada tras cuarenta años, se enfrentaron a un golpe de estado. Franco había muerto, su espíritu seguía vivo y el aparato de la dictadura intacto. Los fieles al «régimen» no podían permitir que se otorgase la soberanía al pueblo, se legalizaran los partidos políticos, se desmontara el estado totalitario, y se reconociese el derecho al autogobierno de nacionalidades y regiones. Además había otros intereses, todo había que reconducirlo.
Después de las elecciones de 1979, que le dio la mayoría al partido inventado por Suárez, las políticas llevadas a cabo por sus gobiernos, agravadas por la situación internacional, provocaron una gravísima crisis social, económica y política: la inflación se disparó, se elevaron los precios y el desempleo aumentó vertiginosamente. Junto a esto, el terrorismo más cruento. Con cada atentado, la democracia se debilitaba, el Sistema perdía credibilidad y cundió el «desencanto». Para muchos la democracia tan anhelada, había dejado de ser la panacea de toda solución; con libertad, pero sin tener asegurado el bienestar. Suárez ya no era útil.
Todo estaba planeado para que fuera en marzo, «los almendros florecen en primavera» era una clave, pero la dimisión de Suárez y el pleno de investidura de Calvo Sotelo, lo aceleró todo. En este trance llegó el teniente coronel Tejero, con su tricornio y pistola en mano tomó el Congreso: "¡Quieto todo el mundo!" y dio la orden de todos al suelo. Para reafirmar su poder, efectuó un disparo al aire, seguido por ráfagas de fuego de los guardias asaltantes. Todos presentimos lo peor. El gobierno y el parlamento quedaban secuestrados, produciéndose el vacío de poder que pretendían los golpistas. Se acababa de producir el «Supuesto Anticonstitucional Máximo», que permitiría otra acción, para volver a la normalidad democrática, pero con cambios. Otro golpe.
¿Que querían los golpistas?: establecer un gobierno «militar por supuesto», recuperar los principios del «movimiento nacional» y el espíritu del 18 de julio. Si nos atenemos a las palabras que el rey Juan Carlos dedicó al embajador alemán Lothar Lahn, según la nota diplomática remitida a Bonn en marzo de1981 (revista Der Spiegel.), los sublevados sólo «habían querido lo mejor para España». Para el rey «los cabecillas sólo pretendían lo que todos deseábamos: el restablecimiento de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad». Además defensa de la unidad de España, la bandera y la corona. El monarca entendía que el responsable último del pronunciamiento era Adolfo Suárez, por no tener «en cuenta las peticiones de los militares, hasta que estos decidieron actuar por su cuenta». Si fue así, el rey habría estado al corriente de la trama golpista antes, durante y después del golpe.
El esperado «elefante blanco», la autoridad «militar por supuesto», que anunció el capitán Muñecas, no llegó a entrar en el hemiciclo, aunque llegó al Congreso. El plan que el general de división Armada presentó en nombre del rey a Tejero, no era de recibo para el guardia golpista. Había jugado demasiado fuerte, como para consentir, que en el futuro gobierno de España estuvieran socialistas y comunistas y sin Milans. Quería una junta militar. Tejero se sintió traicionado e impidió que el general Armada asumiera la presidencia del gobierno a las «órdenes del rey». El suyo era un golpe duro, de involución y terminante. Armada jugó tarde y mal sus cartas. No supo imponer la autoridad de sus estrellas. Tejero desmanteló la solución Armada; el golpe blando.
El rey apareció en televisión, después de haber dado la orden de interrumpir la operación, con el apoyo de los capitanes generales a sus órdenes, anunciando la continuidad democrática. Algunas teorías le implican en una operación para fortalecer a la monarquía, restaurar el prestigio de España y consolidar la democracia ¿es ahí donde entró Armada y el CESID? Si es así, fue una aventura peligrosa y un juego sucio para la joven democracia, pero eficaz para lo que se pretendía: la figura del rey se consolidó, los partidos reconvinieron sus políticas, el pueblo apoyó la democracia, quedando sometida por el miedo a la involución. El desarrollo del estado autonómico, que supuestamente hacía peligrar la unidad de España, se paralizó durante unos años y la situación se recondujo. La conducta del rey antes del golpe «no fue en absoluto ejemplar, cometió errores, frivolidades e irresponsabilidades», en palabras de Javier Cercas en su «Anatomía de un instante».
Estados Unidos había seguido con mucha atención el proceso de la Transición a la democracia. La entrada de España en la OTAN, formaba parte de la estrategia de defensa del sur de Europa y el Mediterráneo. Razón suficiente para creer que conocía los preparativos del golpe de estado. Unos días antes, fui testigo de la presencia americana en suelo español. Paseando por el barrio chino de Valencia, marineros estadounidenses llenaban los garitos, bajo la mirada de la «MP». Barcos de la «VI flota» estaban atracados en el puerto. Tanto EEUU como el Vaticano eran prioridades en política exterior española, por lo que la Iglesia también tenía que conocer la ejecución del golpe. Tibia y tardía fueron las reacciones de ambas instancias. El día 23 de febrero, las bases militares americanas y los servicios de inteligencia, estaban en alerta por los acontecimientos que iban a ocurrir ese día.
Fue un golpe de estado en toda regla: perpetrado por mandos militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha reaccionaria sin identificar. Fue un golpe de estado promovido desde las instancias del poder para reconducir la situación política a la deriva. Varias conspiraciones y varios golpes coincidieron en el tiempo. El CESID recondujo las acciones, algunas inducidas, para llevar a Armada a la presidencia del gobierno.¿Qué papel jugaron los partidos políticos en la oposición de entonces? ¿Fue el general Armada el mayor traidor o fue el traicionado? Armada siempre había sido el hombre leal y disciplinado, muy valorado por todas las fuerzas políticas, que estuvo en todo momento a las órdenes del rey.
Como siempre preguntas, algunas respuestas y muchas incógnitas. El 23-F generó un cúmulo de interrogantes que sólo el tiempo nos va desvelando. Fue un episodio vergonzante, que se quiso cerrar con demasiada rapidez. No se investigó adecuadamente, y desaparecieron demasiadas pruebas. Los que algo sabían, lo ocultaron; demasiada gente importante supuestamente implicada. Seguiremos con el tema la semana que viene.
Decíamos que han pasado 32 años desde que fuerzas antidemocráticas, mandos militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha reaccionaria sin identificar, perpetraron el último golpe de estado en España. También fue un golpe de estado promovido desde las instancias del poder para reconducir la situación política a la «deriva». La mayoría de cuantos participaron no han pagado su culpa. Sigue habiendo algún «tapado», quizás irresponsable penalmente; y preguntas sin responder.
¿Se hizo todo en nombre del rey? ¿Es cierta la frase conocida, y que el rey repetía: «a mi dármelo hecho»? ¿Participaron destacados miembros de los partidos en la oposición y en el gobierno? ¿Cuál fue el papel que jugaron los servicios de información e inteligencia? El 23-F ha generado infinidad de libros y publicaciones, que han clarificado muchos extremos; pero siguen habiendo un cúmulo de interrogantes que sólo el tiempo va desvelando. Fue un episodio que se quiso cerrar demasiado deprisa y se hizo en falso. Quienes participaron, trataron de ocultar y desvirtuar la realidad; quienes algo conocían, por su interés lo taparon, y otros silencios por corporativismo y lealtades mal entendidas; demasiadas instituciones y gente importante implicada.
La instrucción de la causa fue irregular y el «Juicio de Campamento», ante el Consejo Supremo de Justicia Militar una componenda. No estaban sentados en el banquillo todos los que fueron, aunque algunos de los que estuvieron, fueron juzgados. La Casa de Campo de Madrid, fue un desfile de carnaval. Todos eran compañeros: de uniforme, de cuerpo, o de arma. Los que juzgaban, bien podrían haber sido inculpados, lo defensores acusadores y los procesados juzgadores. Desde «las instancias», se pretendió una férrea censura de la prensa durante el juicio, que no lo consiguieron; el propio Pedro J. de hoy, fue expulsado de la sala por sus artículos y comentarios y el entonces Diario16, controlado por sus investigaciones sobre la realidad de lo ocurrido.
La causa 2/81 nunca desentrañó la «trama» CESID, por lo que quedó sin conocerse la procedencia de las órdenes, si las hubo, si existieron acciones encubiertas o de inducción, y el papel que jugaron sus agentes implicados. Todos declararon su inocencia (salvo Pardo Zancada), declarando la creencia, de que la operación contaba con el apoyo real. No solamente invocaron al rey para su defensa, sino que alegaron obediencia debida y estado de necesidad, como eximentes. Todo fue un cúmulo de contradicciones.
Entre los acusados se formaron dos grupos irreconciliables: Armada, con los del CESID (Gómez Iglesias y Cortina) y los demás. No se conoció si Armada formaba parte del golpe principal o por el contrario del alternativo, o si participó para reconducir la situación; declaró que «antes, durante y después, actuó a las órdenes del rey». Milans se escudó tras las reuniones que dijo haber tenido con Armada, donde se le aseguró que el rey estaba de acuerdo; los demás tras Milans.
Tampoco el juicio conoció la autoría intelectual; si fue Milans, junto con los otros generales y militares de alta graduación procesados, o quien fue el tapado «elefante blanco». En el juicio si quedó probado que había habido una rebelión militar. También quedó probado, por grabado, el asalto de la guardia civil al Congreso. De no haber habido esas imágenes, posiblemente nos habrían ocultado hasta la propia acción.
Fueron juzgados catorce militares, dieciocho guardias civiles y un ex dirigente del sindicato vertical franquista; pese a que muchos más, aparentemente, participaron, por acción u omisión, conocimiento o inducción. El general Milans y el teniente coronel Tejero, fueron condenados a 30 años de prisión, por un delito probado de rebelión militar. Posteriormente el Tribunal Supremo condenó a la misma pena, por el mismo delito, al general Armada. El resto de procesados fueron condenados a diferentes penas, que fueron desde los doce años a uno de prisión, o a la pérdida de empleo temporal, y tres absoluciones.
En la primera reunión del rey con las fuerzas políticas, el día 24 de febrero por la tarde, a petición del rey, hubo un pacto de conveniencia, para evitar la generalización de la culpa hacia las fuerzas armadas y de seguridad del Estado. Después ya nadie supo nada; tanto es así que en el juicio de campamento, Tejero llegó a decir: «espero que alguien me cuente algún día lo que fue el 23F». El presidente previsto, que surgió del golpe, Calvo Sotelo, intentó que se implicara al menor número posible de militares. En los papeles del embajador alemán, ya citados anteriormente, el monarca planeó interceder ante el gobierno y ante la justicia militar para que a Tejero y a los demás involucrados «no les sucediera nada demasiado grave, porque a fin de cuentas, los golpistas sólo querían lo mejor».
Pese a la versión de la Zarzuela que afirma que: «La participación y actuación del rey en defensa de la democracia y la Constitución aquel 23-F, está fuera de toda duda para los españoles y la comunidad internacional. Su papel ya está consolidado por la historia»; no todo está aclarado; y cuanto más transcurre el tiempo, más dudas se plantean de su proceder. La corona estima que el 23-F es más territorio de «historiadores» que de la actualidad, y que la historia ya sentenció. Pocos años han pasado para pretender que la historia se haga cargo de la situación. Muchos somos los que entonces vivimos la congoja de un golpe de estado, y si de verdad fue, como parece, una operación de rey y sus leales, para consolidar su situación ante la democracia, su culpa no ha prescrito.
Mientras unos defendían la unidad de España, la bandera y la corona; otros querían superar la política errática de Suárez y acabar con el terrorismo. Otros más querían el retorno a la política del 18 de julio y los principios del movimiento, por los que había luchado y ganado la guerra. Algunas otras teorías, como decíamos, implican al rey en una operación para fortalecer a la monarquía, con el fin de quitarse el «pelo del franquismo» y reconducir el proceso de Transición a la democracia. Todo pudo ser posible.
Si los golpistas estaban en ese juego -visionario, violento, peligroso y sucio para la joven democracia y los españoles-, sin triunfar, algo consiguieron: la figura del rey se consolidó ante la ciudadanía y las fuerzas políticas (renta de la que todavía sobrevive); la democracia se consolidó (a costa de quedar sometida al miedo de involución); el desarrollo del estado autonómico (que supuestamente hacía peligrar la unidad de España), se paralizó temporalmente, y la situación política e institucional (creada por los gobiernos de Suárez ya dimitido) se recondujo. ¡Todos felices! Quedan preguntas sin respuestas. La semana próxima las abordaremos.
El golpe de estado del 23-F de 1981, es un acto de la historia reciente española, que aun abierto en canal, no ha descubierto todavía el veneno de sus vísceras. Fue un acontecimiento, de una violencia política extrema para cuantos lo vivimos en la inocencia de la democracia. No se conocen las interioridades de la acción, pero si algunas de las consecuencias políticas e institucionales que todavía perviven. Algunos protagonistas todavía viven de sus réditos.
A lo largo de esta serie, que ha constado de tres partes, hemos hecho reflexiones sobre el antes, durante y después de la acción violenta contra la democracia, que representó el 23-F. Alguna cosa se ha traslucido, otras muchas imposible ver para quien esto escribe; pero con la lectura de muchos libros, el recuerdo y la intuición, han salido incógnitas y preguntas sin resolver, sobre el último golpe de estado sufrido en España y ejecutado por militares. El desaparecido Diario16, que entre otras cualidades, se caracterizó por la investigación de las tramas golpistas; sobre este caso, dejó 23 preguntas escritas, que junto con las que nos hemos hecho en este breve trabajo, siguen teniendo plena vigencia y en si mismas encierran respuestas sobre lo que ocurrió:
"1. ¿Qué quiso decir Suárez en su despedida televisiva, con: No quiero que la democracia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España?
2. ¿Por qué nadie investigó al diario ultraderechista El Alcázar, cuando el día antes publicaba una posible contraseña «Todo dispuesto para la sesión del lunes» «Antes de que suenen las 18.30 horas del próximo lunes»?
3. ¿Por qué nadie investigó lo aparecido en la revista «Spic» del mes de febrero, donde un tal Otis escribía en el penúltimo párrafo de su columna: «No es cierto que yo pretenda dar un golpe militar el lunes 23 de febrero por la tarde... ¡Además, no sé!»?
4. ¿Por qué el capitán Sánchez Valiente, «el hombre del maletín», que se marchó al extranjero tras fracasar el 23-F y no volvió hasta varios años después, sólo fue juzgado por «abandono de destino» y no por colaborador del golpe?
5. ¿Por qué no se investigó la frase del coronel San Martín en el juicio de Campamento: «Por una confidencia supe que más gente estaba enterada e implicada... más de los que aquí comparecemos. ¡Allá ellos y sus conciencias!»?
6. ¿Por qué el Rey, en su telex a Milans del Bosch, dijo: «... después de este mensaje ya no puedo volverme atrás»?
7. ¿Por qué el Rey tuvo que decir aquello de: «Ni abdico, ni me voy. Tendréis que fusilarme»?
8. ¿Por qué de los numerosos militares a los que se les dijo que el Rey respaldaba el golpe, a ninguno se le ocurrió comprobarlo llamando a la Casa Real?
9. ¿Por qué no se reveló el nombre del «portavoz parlamentario» que iba a servir de interlocutor entre los golpistas y los diputados?
10. ¿Por qué el Gobierno de la UCD giró radicalmente a la derecha tras el fracaso del golpe?
11. ¿Por qué el golpe aceleró nuestra integración en la OTAN?
12. ¿Por qué no se quiso identificar, con lo fácil que era, a los tenientes y guardias que agredieron al vicepresidente del Gobierno Manuel Gutiérrez Mellado?
13. ¿Por qué dijo Armada a Aramburu (director de la Guardia Civil), nada más llegar al Hotel Palace en la medianoche del 23-F: «Vengo porque me has llamado tú»?
14. ¿Por qué se impidió a Armada revelar en el juicio el contenido de su audiencia con el Rey (que duró hora y media) en la Zarzuela, diez días antes del 23-F?
15. ¿Por qué el Consejo de Guerra que juzgó a los implicados en el golpe condenó al general Armada a seis años de prisión y luego el Supremo elevó la pena a 30 años, la misma pena que a Tejero y Milans?
16. ¿Por qué no se investigó debidamente el asalto al Gobierno Militar de Madrid con intervención de elementos ultraderechistas?
17. ¿Por qué no se investigó quién era la autoridad, «militar por supuesto», que anunció el capitán Muñecas desde la tribuna del Congreso que iba a llegar en breve para hacerse cargo de la situación?
18. ¿Por qué Quintana Lacaci, capitán general de la I Región, manifestó posteriormente que si el Rey le hubiese ordenado el 23-F sacar sus tropas a la calle y ocupar Madrid le hubiese obedecido? ¿Es que no sabía Quintana que ello era contrario a la Constitución? ¿Es que ignoraba que ésta confería al Rey la jefatura de las Fuerzas Armadas sólo a título representativo y no ejecutivo, pues ello es potestativo del poder civil?
19. ¿Por qué no se investigó y llamó al orden al teniente general Ignacio Alfaro, presidente de la JUJEM, quien, tras ver el mensaje del Rey por TVE, se fue a dormir («echar una cabezadita», según su ayudante)?
20. ¿Por qué no se detuvo a Torres Rojas en la propia Acorazada «Brunete» cuando, a pesar de ordenarle su capitán general, Manuel Fernández Posse, que regresara a A Coruña, continuó varias horas más en la División?
21. Si la RTVE estuvo controlada por una pequeña columna militar en las primeras horas, no fue así con las radios privadas, que siempre estuvieron libres. De ahí surge la pregunta: ¿Por qué el Rey no utilizó una de ellas, la SER por ejemplo, para dirigirse por sus ondas, aunque fuese brevemente, para dar tranquilidad al país?
22. ¿Por qué el Gobierno español no protestó ante el de EEUU por la frase despectiva de su secretario de Estado, Alexander Haig, al conocer la invasión del Congreso («Es un asunto interno de los españoles»), cuando lo normal hubiese sido solidarizarse con el mantenimiento de la democracia en España y el rechazo al militarismo golpista?
23. La diputada Carmen Echave, declaró a El Correo Español: «Cuando aquella noche me condujeron los guardias al despacho del vicepresidente del Congreso, Modesto Fraile, me prohibieron encender la luz. «Es por su seguridad. No le conviene ver quiénes están ahí», me dijeron. Allí dentro había civiles. Sugerí al ministro Rosón que mandase analizar una botella de coñac francés que se estaban bebiendo. Tenía que estar llena de huellas dactilares. Pero a nadie le interesó investigar». ¿Por qué?"
Habrá que esperar a la desclasificación de documentos secretos, para conocer algo más sobre el caso; aunque previsiblemente la mayoría de las pruebas documentales y cintas con imágenes y sonidos, hayan sido convenientemente destruidas, por quienes han tenido tiempo, interés para ello, o recibido órdenes de destrucción masiva.
Víctor Arrogante
publicado en febrero y marzo de 2013 en Diario Progresista en tres entregas
tomado de su blog en febrero de 2020
El 23 de febrero de 1981, los españoles y la democracia, recuperada tras cuarenta años, se enfrentaron a un golpe de estado. Franco había muerto, su espíritu seguía vivo y el aparato de la dictadura intacto. Los fieles al «régimen» no podían permitir que se otorgase la soberanía al pueblo, se legalizaran los partidos políticos, se desmontara el estado totalitario, y se reconociese el derecho al autogobierno de nacionalidades y regiones. Además había otros intereses, todo había que reconducirlo.
Después de las elecciones de 1979, que le dio la mayoría al partido inventado por Suárez, las políticas llevadas a cabo por sus gobiernos, agravadas por la situación internacional, provocaron una gravísima crisis social, económica y política: la inflación se disparó, se elevaron los precios y el desempleo aumentó vertiginosamente. Junto a esto, el terrorismo más cruento. Con cada atentado, la democracia se debilitaba, el Sistema perdía credibilidad y cundió el «desencanto». Para muchos la democracia tan anhelada, había dejado de ser la panacea de toda solución; con libertad, pero sin tener asegurado el bienestar. Suárez ya no era útil.
Todo estaba planeado para que fuera en marzo, «los almendros florecen en primavera» era una clave, pero la dimisión de Suárez y el pleno de investidura de Calvo Sotelo, lo aceleró todo. En este trance llegó el teniente coronel Tejero, con su tricornio y pistola en mano tomó el Congreso: "¡Quieto todo el mundo!" y dio la orden de todos al suelo. Para reafirmar su poder, efectuó un disparo al aire, seguido por ráfagas de fuego de los guardias asaltantes. Todos presentimos lo peor. El gobierno y el parlamento quedaban secuestrados, produciéndose el vacío de poder que pretendían los golpistas. Se acababa de producir el «Supuesto Anticonstitucional Máximo», que permitiría otra acción, para volver a la normalidad democrática, pero con cambios. Otro golpe.
¿Que querían los golpistas?: establecer un gobierno «militar por supuesto», recuperar los principios del «movimiento nacional» y el espíritu del 18 de julio. Si nos atenemos a las palabras que el rey Juan Carlos dedicó al embajador alemán Lothar Lahn, según la nota diplomática remitida a Bonn en marzo de1981 (revista Der Spiegel.), los sublevados sólo «habían querido lo mejor para España». Para el rey «los cabecillas sólo pretendían lo que todos deseábamos: el restablecimiento de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad». Además defensa de la unidad de España, la bandera y la corona. El monarca entendía que el responsable último del pronunciamiento era Adolfo Suárez, por no tener «en cuenta las peticiones de los militares, hasta que estos decidieron actuar por su cuenta». Si fue así, el rey habría estado al corriente de la trama golpista antes, durante y después del golpe.
El esperado «elefante blanco», la autoridad «militar por supuesto», que anunció el capitán Muñecas, no llegó a entrar en el hemiciclo, aunque llegó al Congreso. El plan que el general de división Armada presentó en nombre del rey a Tejero, no era de recibo para el guardia golpista. Había jugado demasiado fuerte, como para consentir, que en el futuro gobierno de España estuvieran socialistas y comunistas y sin Milans. Quería una junta militar. Tejero se sintió traicionado e impidió que el general Armada asumiera la presidencia del gobierno a las «órdenes del rey». El suyo era un golpe duro, de involución y terminante. Armada jugó tarde y mal sus cartas. No supo imponer la autoridad de sus estrellas. Tejero desmanteló la solución Armada; el golpe blando.
El rey apareció en televisión, después de haber dado la orden de interrumpir la operación, con el apoyo de los capitanes generales a sus órdenes, anunciando la continuidad democrática. Algunas teorías le implican en una operación para fortalecer a la monarquía, restaurar el prestigio de España y consolidar la democracia ¿es ahí donde entró Armada y el CESID? Si es así, fue una aventura peligrosa y un juego sucio para la joven democracia, pero eficaz para lo que se pretendía: la figura del rey se consolidó, los partidos reconvinieron sus políticas, el pueblo apoyó la democracia, quedando sometida por el miedo a la involución. El desarrollo del estado autonómico, que supuestamente hacía peligrar la unidad de España, se paralizó durante unos años y la situación se recondujo. La conducta del rey antes del golpe «no fue en absoluto ejemplar, cometió errores, frivolidades e irresponsabilidades», en palabras de Javier Cercas en su «Anatomía de un instante».
Estados Unidos había seguido con mucha atención el proceso de la Transición a la democracia. La entrada de España en la OTAN, formaba parte de la estrategia de defensa del sur de Europa y el Mediterráneo. Razón suficiente para creer que conocía los preparativos del golpe de estado. Unos días antes, fui testigo de la presencia americana en suelo español. Paseando por el barrio chino de Valencia, marineros estadounidenses llenaban los garitos, bajo la mirada de la «MP». Barcos de la «VI flota» estaban atracados en el puerto. Tanto EEUU como el Vaticano eran prioridades en política exterior española, por lo que la Iglesia también tenía que conocer la ejecución del golpe. Tibia y tardía fueron las reacciones de ambas instancias. El día 23 de febrero, las bases militares americanas y los servicios de inteligencia, estaban en alerta por los acontecimientos que iban a ocurrir ese día.
Fue un golpe de estado en toda regla: perpetrado por mandos militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha reaccionaria sin identificar. Fue un golpe de estado promovido desde las instancias del poder para reconducir la situación política a la deriva. Varias conspiraciones y varios golpes coincidieron en el tiempo. El CESID recondujo las acciones, algunas inducidas, para llevar a Armada a la presidencia del gobierno.¿Qué papel jugaron los partidos políticos en la oposición de entonces? ¿Fue el general Armada el mayor traidor o fue el traicionado? Armada siempre había sido el hombre leal y disciplinado, muy valorado por todas las fuerzas políticas, que estuvo en todo momento a las órdenes del rey.
Como siempre preguntas, algunas respuestas y muchas incógnitas. El 23-F generó un cúmulo de interrogantes que sólo el tiempo nos va desvelando. Fue un episodio vergonzante, que se quiso cerrar con demasiada rapidez. No se investigó adecuadamente, y desaparecieron demasiadas pruebas. Los que algo sabían, lo ocultaron; demasiada gente importante supuestamente implicada. Seguiremos con el tema la semana que viene.
Decíamos que han pasado 32 años desde que fuerzas antidemocráticas, mandos militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha reaccionaria sin identificar, perpetraron el último golpe de estado en España. También fue un golpe de estado promovido desde las instancias del poder para reconducir la situación política a la «deriva». La mayoría de cuantos participaron no han pagado su culpa. Sigue habiendo algún «tapado», quizás irresponsable penalmente; y preguntas sin responder.
¿Se hizo todo en nombre del rey? ¿Es cierta la frase conocida, y que el rey repetía: «a mi dármelo hecho»? ¿Participaron destacados miembros de los partidos en la oposición y en el gobierno? ¿Cuál fue el papel que jugaron los servicios de información e inteligencia? El 23-F ha generado infinidad de libros y publicaciones, que han clarificado muchos extremos; pero siguen habiendo un cúmulo de interrogantes que sólo el tiempo va desvelando. Fue un episodio que se quiso cerrar demasiado deprisa y se hizo en falso. Quienes participaron, trataron de ocultar y desvirtuar la realidad; quienes algo conocían, por su interés lo taparon, y otros silencios por corporativismo y lealtades mal entendidas; demasiadas instituciones y gente importante implicada.
La instrucción de la causa fue irregular y el «Juicio de Campamento», ante el Consejo Supremo de Justicia Militar una componenda. No estaban sentados en el banquillo todos los que fueron, aunque algunos de los que estuvieron, fueron juzgados. La Casa de Campo de Madrid, fue un desfile de carnaval. Todos eran compañeros: de uniforme, de cuerpo, o de arma. Los que juzgaban, bien podrían haber sido inculpados, lo defensores acusadores y los procesados juzgadores. Desde «las instancias», se pretendió una férrea censura de la prensa durante el juicio, que no lo consiguieron; el propio Pedro J. de hoy, fue expulsado de la sala por sus artículos y comentarios y el entonces Diario16, controlado por sus investigaciones sobre la realidad de lo ocurrido.
La causa 2/81 nunca desentrañó la «trama» CESID, por lo que quedó sin conocerse la procedencia de las órdenes, si las hubo, si existieron acciones encubiertas o de inducción, y el papel que jugaron sus agentes implicados. Todos declararon su inocencia (salvo Pardo Zancada), declarando la creencia, de que la operación contaba con el apoyo real. No solamente invocaron al rey para su defensa, sino que alegaron obediencia debida y estado de necesidad, como eximentes. Todo fue un cúmulo de contradicciones.
Entre los acusados se formaron dos grupos irreconciliables: Armada, con los del CESID (Gómez Iglesias y Cortina) y los demás. No se conoció si Armada formaba parte del golpe principal o por el contrario del alternativo, o si participó para reconducir la situación; declaró que «antes, durante y después, actuó a las órdenes del rey». Milans se escudó tras las reuniones que dijo haber tenido con Armada, donde se le aseguró que el rey estaba de acuerdo; los demás tras Milans.
Tampoco el juicio conoció la autoría intelectual; si fue Milans, junto con los otros generales y militares de alta graduación procesados, o quien fue el tapado «elefante blanco». En el juicio si quedó probado que había habido una rebelión militar. También quedó probado, por grabado, el asalto de la guardia civil al Congreso. De no haber habido esas imágenes, posiblemente nos habrían ocultado hasta la propia acción.
Fueron juzgados catorce militares, dieciocho guardias civiles y un ex dirigente del sindicato vertical franquista; pese a que muchos más, aparentemente, participaron, por acción u omisión, conocimiento o inducción. El general Milans y el teniente coronel Tejero, fueron condenados a 30 años de prisión, por un delito probado de rebelión militar. Posteriormente el Tribunal Supremo condenó a la misma pena, por el mismo delito, al general Armada. El resto de procesados fueron condenados a diferentes penas, que fueron desde los doce años a uno de prisión, o a la pérdida de empleo temporal, y tres absoluciones.
En la primera reunión del rey con las fuerzas políticas, el día 24 de febrero por la tarde, a petición del rey, hubo un pacto de conveniencia, para evitar la generalización de la culpa hacia las fuerzas armadas y de seguridad del Estado. Después ya nadie supo nada; tanto es así que en el juicio de campamento, Tejero llegó a decir: «espero que alguien me cuente algún día lo que fue el 23F». El presidente previsto, que surgió del golpe, Calvo Sotelo, intentó que se implicara al menor número posible de militares. En los papeles del embajador alemán, ya citados anteriormente, el monarca planeó interceder ante el gobierno y ante la justicia militar para que a Tejero y a los demás involucrados «no les sucediera nada demasiado grave, porque a fin de cuentas, los golpistas sólo querían lo mejor».
Pese a la versión de la Zarzuela que afirma que: «La participación y actuación del rey en defensa de la democracia y la Constitución aquel 23-F, está fuera de toda duda para los españoles y la comunidad internacional. Su papel ya está consolidado por la historia»; no todo está aclarado; y cuanto más transcurre el tiempo, más dudas se plantean de su proceder. La corona estima que el 23-F es más territorio de «historiadores» que de la actualidad, y que la historia ya sentenció. Pocos años han pasado para pretender que la historia se haga cargo de la situación. Muchos somos los que entonces vivimos la congoja de un golpe de estado, y si de verdad fue, como parece, una operación de rey y sus leales, para consolidar su situación ante la democracia, su culpa no ha prescrito.
Mientras unos defendían la unidad de España, la bandera y la corona; otros querían superar la política errática de Suárez y acabar con el terrorismo. Otros más querían el retorno a la política del 18 de julio y los principios del movimiento, por los que había luchado y ganado la guerra. Algunas otras teorías, como decíamos, implican al rey en una operación para fortalecer a la monarquía, con el fin de quitarse el «pelo del franquismo» y reconducir el proceso de Transición a la democracia. Todo pudo ser posible.
Si los golpistas estaban en ese juego -visionario, violento, peligroso y sucio para la joven democracia y los españoles-, sin triunfar, algo consiguieron: la figura del rey se consolidó ante la ciudadanía y las fuerzas políticas (renta de la que todavía sobrevive); la democracia se consolidó (a costa de quedar sometida al miedo de involución); el desarrollo del estado autonómico (que supuestamente hacía peligrar la unidad de España), se paralizó temporalmente, y la situación política e institucional (creada por los gobiernos de Suárez ya dimitido) se recondujo. ¡Todos felices! Quedan preguntas sin respuestas. La semana próxima las abordaremos.
El golpe de estado del 23-F de 1981, es un acto de la historia reciente española, que aun abierto en canal, no ha descubierto todavía el veneno de sus vísceras. Fue un acontecimiento, de una violencia política extrema para cuantos lo vivimos en la inocencia de la democracia. No se conocen las interioridades de la acción, pero si algunas de las consecuencias políticas e institucionales que todavía perviven. Algunos protagonistas todavía viven de sus réditos.
A lo largo de esta serie, que ha constado de tres partes, hemos hecho reflexiones sobre el antes, durante y después de la acción violenta contra la democracia, que representó el 23-F. Alguna cosa se ha traslucido, otras muchas imposible ver para quien esto escribe; pero con la lectura de muchos libros, el recuerdo y la intuición, han salido incógnitas y preguntas sin resolver, sobre el último golpe de estado sufrido en España y ejecutado por militares. El desaparecido Diario16, que entre otras cualidades, se caracterizó por la investigación de las tramas golpistas; sobre este caso, dejó 23 preguntas escritas, que junto con las que nos hemos hecho en este breve trabajo, siguen teniendo plena vigencia y en si mismas encierran respuestas sobre lo que ocurrió:
"1. ¿Qué quiso decir Suárez en su despedida televisiva, con: No quiero que la democracia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España?
2. ¿Por qué nadie investigó al diario ultraderechista El Alcázar, cuando el día antes publicaba una posible contraseña «Todo dispuesto para la sesión del lunes» «Antes de que suenen las 18.30 horas del próximo lunes»?
3. ¿Por qué nadie investigó lo aparecido en la revista «Spic» del mes de febrero, donde un tal Otis escribía en el penúltimo párrafo de su columna: «No es cierto que yo pretenda dar un golpe militar el lunes 23 de febrero por la tarde... ¡Además, no sé!»?
4. ¿Por qué el capitán Sánchez Valiente, «el hombre del maletín», que se marchó al extranjero tras fracasar el 23-F y no volvió hasta varios años después, sólo fue juzgado por «abandono de destino» y no por colaborador del golpe?
5. ¿Por qué no se investigó la frase del coronel San Martín en el juicio de Campamento: «Por una confidencia supe que más gente estaba enterada e implicada... más de los que aquí comparecemos. ¡Allá ellos y sus conciencias!»?
6. ¿Por qué el Rey, en su telex a Milans del Bosch, dijo: «... después de este mensaje ya no puedo volverme atrás»?
7. ¿Por qué el Rey tuvo que decir aquello de: «Ni abdico, ni me voy. Tendréis que fusilarme»?
8. ¿Por qué de los numerosos militares a los que se les dijo que el Rey respaldaba el golpe, a ninguno se le ocurrió comprobarlo llamando a la Casa Real?
9. ¿Por qué no se reveló el nombre del «portavoz parlamentario» que iba a servir de interlocutor entre los golpistas y los diputados?
10. ¿Por qué el Gobierno de la UCD giró radicalmente a la derecha tras el fracaso del golpe?
11. ¿Por qué el golpe aceleró nuestra integración en la OTAN?
12. ¿Por qué no se quiso identificar, con lo fácil que era, a los tenientes y guardias que agredieron al vicepresidente del Gobierno Manuel Gutiérrez Mellado?
13. ¿Por qué dijo Armada a Aramburu (director de la Guardia Civil), nada más llegar al Hotel Palace en la medianoche del 23-F: «Vengo porque me has llamado tú»?
14. ¿Por qué se impidió a Armada revelar en el juicio el contenido de su audiencia con el Rey (que duró hora y media) en la Zarzuela, diez días antes del 23-F?
15. ¿Por qué el Consejo de Guerra que juzgó a los implicados en el golpe condenó al general Armada a seis años de prisión y luego el Supremo elevó la pena a 30 años, la misma pena que a Tejero y Milans?
16. ¿Por qué no se investigó debidamente el asalto al Gobierno Militar de Madrid con intervención de elementos ultraderechistas?
17. ¿Por qué no se investigó quién era la autoridad, «militar por supuesto», que anunció el capitán Muñecas desde la tribuna del Congreso que iba a llegar en breve para hacerse cargo de la situación?
18. ¿Por qué Quintana Lacaci, capitán general de la I Región, manifestó posteriormente que si el Rey le hubiese ordenado el 23-F sacar sus tropas a la calle y ocupar Madrid le hubiese obedecido? ¿Es que no sabía Quintana que ello era contrario a la Constitución? ¿Es que ignoraba que ésta confería al Rey la jefatura de las Fuerzas Armadas sólo a título representativo y no ejecutivo, pues ello es potestativo del poder civil?
19. ¿Por qué no se investigó y llamó al orden al teniente general Ignacio Alfaro, presidente de la JUJEM, quien, tras ver el mensaje del Rey por TVE, se fue a dormir («echar una cabezadita», según su ayudante)?
20. ¿Por qué no se detuvo a Torres Rojas en la propia Acorazada «Brunete» cuando, a pesar de ordenarle su capitán general, Manuel Fernández Posse, que regresara a A Coruña, continuó varias horas más en la División?
21. Si la RTVE estuvo controlada por una pequeña columna militar en las primeras horas, no fue así con las radios privadas, que siempre estuvieron libres. De ahí surge la pregunta: ¿Por qué el Rey no utilizó una de ellas, la SER por ejemplo, para dirigirse por sus ondas, aunque fuese brevemente, para dar tranquilidad al país?
22. ¿Por qué el Gobierno español no protestó ante el de EEUU por la frase despectiva de su secretario de Estado, Alexander Haig, al conocer la invasión del Congreso («Es un asunto interno de los españoles»), cuando lo normal hubiese sido solidarizarse con el mantenimiento de la democracia en España y el rechazo al militarismo golpista?
23. La diputada Carmen Echave, declaró a El Correo Español: «Cuando aquella noche me condujeron los guardias al despacho del vicepresidente del Congreso, Modesto Fraile, me prohibieron encender la luz. «Es por su seguridad. No le conviene ver quiénes están ahí», me dijeron. Allí dentro había civiles. Sugerí al ministro Rosón que mandase analizar una botella de coñac francés que se estaban bebiendo. Tenía que estar llena de huellas dactilares. Pero a nadie le interesó investigar». ¿Por qué?"
Habrá que esperar a la desclasificación de documentos secretos, para conocer algo más sobre el caso; aunque previsiblemente la mayoría de las pruebas documentales y cintas con imágenes y sonidos, hayan sido convenientemente destruidas, por quienes han tenido tiempo, interés para ello, o recibido órdenes de destrucción masiva.