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    La crisis del sistema. Treinta años de crítica del sovietismo (1960-1990) - Fragmentos - Samir Amin - año 1993

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    Mensaje por RioLena Vie Mar 13, 2020 8:10 pm

    La crisis del sistema. Treinta años de crítica del sovietismo (1960-1990)

    Samir Amin


    Fragmentos del capítulo VII del libro Itineraire Intellectuel. Regards sur le demi-siécle. 1945-90 de Samir Amin, publicado en 1993 por L'Harmattan, París.

    tomado en 2020 de la web del Colectivo Garibaldi

    (...)
    Porque, a lo largo de estos treinta años, el propio sistema soviético ha evolucionado y buscado dar respuestas a su crisis y ha pasado por diferentes fases:

    De la muerte de Stalin (1953), y sobre todo del XX congreso (1958) a la caída de la experiencia kruscheviana 81964), el periodo está marcado por una primera tentativa de superar el estalinismo y por el conflicto ideológico y político abierto en este terreno entre Moscú y Pekín;

    El periodo siguiente -denominado "glaciación brezneviana"- se prolonga hasta la llegada de Gorbachov (1985);

    La tentativa de "perestroika" de Gorbachov, iniciada a partir de 1985, se agota para acabar, en unos pocos años, en el hundimiento (1989-1991).

    (...)
    Estas evoluciones y fases sucesivas deben ser articuladas en base a las que se han sucedido a nivel mundial, tanto en el plano de la expansión capitalista (y principalmente en lo concerniente a la evolución de la construcción de la Europa de la CEE, la competencia entre Estados Unidos-Japón-Europa; las nuevas formas de mundialización económica, etc.), como en el de los equilibrios militares entre las dos superpotencias y las respuestas políticas asociadas a la carrera armamentista (y, principalmente en la época de Breznev, las iniciativas soviéticas hacia el Tercer Mundo o en el conflicto con China, así como las estrategias americanas de guerra fría- hasta la carrera de la "guerra de las galaxias" puesta en marcha en 1980 por Reagan). De hecho las opciones interiores y las políticas internacionales se entrelazan a lo largo de estos 30 años.
    (...)
    1.- Sin duda a partir de 1960, incluso desde 1957, dejé de considerar que la sociedad soviética pudiera ser calificada como socialista, y el poder como obrero, aunque estuviera "deformado por la burocracia" según la célebre expresión trotskista. De entrada califiqué a la clase (y digo bien, la clase) dirigente y explotadora como burguesía. Considero que esta clase (la "nomenklatura") se miraba, en todas sus aspiraciones, en el espejo de "Occidente" cuyo modelo ansiaba reproducir. Esto es lo que Mao formuló perfectamente en una frase pronunciada en 1963, al dirigirse a los cuadros del P.C. chino: "Vosotros (es decir, vosotros, cuadros del P.C. chino, como en la URSS) habéis construido una burguesía. No lo olvidéis; la burguesía no desea el socialismo, quiere el capitalismo."

    Saqué las conclusiones lógicas de este análisis, en lo relativo al partido y a la actitud de las clases populares en relación a ese poder. Para mí estaba claro que las clases populares no se reconocían en ese poder (a pesar de que continuara proclamándose socialista), al que consideraban, por el contrario, como su adversario social real, de una manera correcta. En estas condiciones, el partido era un "cadáver en descomposición desde hace mucho", convertido, de hecho, en instrumento de control social de las clases populares por las clases dirigentes explotadoras.

    (...)
    Para mí el socialismo implica más que la abolición de la propiedad privada (una definición en clave negativa), implica, de manera positiva, otras relaciones con respecto al trabajo que las que definen el estatuto de asalariado, otras relaciones sociales que permitan a la sociedad en su conjunto (y no a un aparato que opere en su nombre) dominar su devenir social, que a su vez implica una democracia avanzada, más avanzada que la mejor democracia burguesa. En ninguno de estos temas se diferenciaba la sociedad soviética de la sociedad burguesa industrializada, y cuando se diferenciaba era para peor, su práctica autocrática la aproximaba al modelo dominante en las regiones del capitalismo periférico.

    Sin embargo yo rehusaba calificar a la URSS de capitalista, a pesar del hecho de que su clase dirigente era -en mi opinión- burguesa. Mi argumento era que el capitalismo implica la parcelación de la propiedad del capital, fundamento de la concurrencia, y que la centralización estatal de esta propiedad ordena una lógica de la acumulación diferente. Además, en el terreno político, mi argumento era que la revolución de 1917 no fue una revolución burguesa, tanto por el carácter de las fuerzas sociales que fueron los actores, como por la ideología y el proyecto social de sus fuerzas dirigentes, realidad esta que no podía desdeñarse.
    (...)
    Las dos tesis que me parecían importantes en el análisis de la evolución soviética, y sigo compartiendo (con, es cierto, una minoría de la izquierda comunista) son las siguientes.

    Que la colectivización, tal y como fue puesta en marcha por Stalin a partir de 1930, rompió la alianza obrera y campesina surgida de 1917 y abrió la vía, a través del reforzamiento del aparato autocrático del Estado, a la formación de la "nueva clase" -la burguesía de Estado soviética.

    Que el mismo leninismo, por algunos de sus propios límites históricos, preparó (involuntariamente) el terreno para que esta opción fatal fuera tomada. Considero que el leninismo no rompió radicalmente con el economismo de la IIª Internacional (por tanto, del movimiento obrero occidental, todo sea dicho): entre otros asuntos, por ejemplo, sus concepciones relativas a la neutralidad social de las tecnologías lo demuestran.

    La sociedad de transición larga se vio confrontada a exigencias contradictorias: por un lado, le era preciso "alcanzar" en una cierta medida, en el sentido más sencillo y banal de que le era necesario desarrollar las fuerzas productivas; por otro lado se proponía -en su tendencia al socialismo- "hacer algo diferente", es decir, construir una sociedad liberada de la alienación economista que, por su propia naturaleza, sacrifica "las dos fuentes de riqueza": el ser humano (reducido a fuerza de trabajo) y la naturaleza (considerada como inagotable objeto de la explotación humana).
    (...)
    Siempre he rechazado (y lo sigo haciendo) los análisis del sistema propuesto por los aparatos de propaganda del capitalismo, popularizados por los medios de comunicación:

    La oposición propuesta entre la "economía de la penuria" (del socialismo) y la "economía de la abundancia" constituye un discurso ideológico hueco. Es evidente que la penuria (las colas, etc.) era el producto de la fijación (voluntaria) de precios que permitían un vasto acceso al consumo, una concesión a las presiones igualitaristas ejercidas tanto por las clases populares como por las capas medias. Es evidente que subiendo los precios masivamente deja de haber colas... pero la penuria, aparentemente desaparecida, sigue estando ahí, para todos aquellos que ya no pueden acceder al consumo. Las tiendas de México y Egipto están llenas de productos, y no hay colas en las carnicerías, aunque el consumo per capita de carne es muy inferior al que existía en la Europa del Este.
    (...)

    La "economía de la orden" opuesta al "mercado autorregulador" puesto de moda por los universitarios americanos es, de la misma manera, de una simpleza ideológica insultante. La economía soviética real estuvo siempre basada en una mezcla de ajustes por el mercado (operando ex post y/o previstos por el Plan, correctamente o no) y de órdenes administrativas (principalmente en materia de inversiones). El mercado, idealizado por la ideología dominante del liberalismo, nunca ha sido autorregulado, más allá de las limitaciones del sistema social en el que opera y de las políticas de Estado que definen su marco. El auténtico problema está en otro lado: la dinámica de acumulación que opera en el marco de la centralización estatal del capital (correspondiente a una clase-Estado integrada) es diferente a la de la acumulación capitalista que, en la época moderna, no surge de las leyes del mercado definidas in abstracto y de una manera ideal, sino de la concurrencia de los monopolios.

    La sumisión del conjunto del aparato económico a las exigencias de la prioridad dada a los sectores militares era, hasta cierto punto, un hecho, al menos desde 1935. ¿Quiere esto decir que el sistema soviético era "militar" y -como se ha sugerido- llevaba en sí el expansionismo exterior (mediante la conquista) "como la nube la tormenta"? He criticado estos despropósitos ideológicos que hacen juego con la simplificación según la cual el capitalismo es necesariamente y siempre "creador de guerras". El análisis de la importancia relativa -y del peso social- de los gastos militares no puede ser llevado al terreno de la lógica pura de los modos de producción, su auténtico terreno es el análisis de la estructura y de la coyuntura de los sistemas globales, nacionales (locales) e internacionales (regional). En esta óptica, es ciertamente evidente que la carrera armamentista fue impuesta a la URSS por sus auténticos enemigos (y falsos amigos) que eran las potencias occidentales, Estados Unidos en cabeza, que iniciaron la guerra fría.

    El discurso sobre el "totalitarismo", en sus pretenciosas versiones académicas (como Arendt) o en las infantilizadas de los media (como intentar convertir al adversario en el "Imperio del mal" -término utilizado por un presidente americano y del que se han abstenido de establecer comparaciones con el discurso del Ayatollah Jomeini quien, al fin y al cabo, sólo se expresaba en términos parecidos), carece de consistencia. ¿Hemos olvidado que pretendía que la sociedad, convertida en algo amorfo, no sabría nunca liberarse de este tipo de despotismo?
    (...)
    Hasta los años 60 el sistema soviético ha estado relativamente aislado y en posiciones defensivas. El juicio que realizaba en aquella época me sigue pareciendo correcto -incluso con el paso del tiempo. En ese marco adelanté algunas tesis sobre las que no me extenderé aquí, pero que recuerdo brevemente:

    Las potencias occidentales -fascistas y demócratas- nunca renunciaron, desde 1917, a abatir a la URSS y ésta, a pesar de su papel decisivo en la victoria de 1945, salía agotada de la confrontación, además amenazada por el monopolio nuclear de los Estados Unidos. En estas condiciones los acuerdos de Yalta no constituyeron una división del mundo entre imperialismos victoriosos sino un mínimo de garantías que la Unión Soviética obtuvo para su propia seguridad.

    La Unión Soviética, como China, Vietnam o Cuba, nunca ha buscado exportar su revolución, al contrario, siempre ha practicado una diplomacia prudente en el fondo, asignándose como objetivo prioritario el proteger a su propio estado. Por eso todas las revoluciones se han llevado a cabo casi contra la voluntad del "hermano mayor": la china en contra de las recomendaciones de Moscú, de la misma manera que la de Vietnam y la de Cuba se autoimpusieron.
    (...)
    La iniciativa de la guerra fría fue decidida por Washington desde 1947. La URSS cumplía rigurosamente con la división de Yalta (de lo que da fe su actitud en la revolución griega) y en ningún momento de su historia acarició el proyecto de invadir el Occidente europeo. El discurso sobre el belicismo soviético no es más que propaganda atlantista.
    (...)
    3.- La bipolaridad que caracteriza los veinte años que preceden al hundimiento soviético de 1989-91 es asimétrica, dado que la URSS no era una superpotencia más que por su dimensión militar, sin que, en el plano de la capacidad de intervención económica, haya podido competir con los imperialismos occidentales.

    Por otro lado, nunca hubo simetría entre las acciones de las dos superpotencias y su alcance. Los Estados Unidos, y tras ellos Europa y Japón, desplegaron una diplomacia cuyo objetivo era claro y sus métodos conocidos: asegurarse el dominio de las periferias (el acceso a las materias primas, a los mercados, a las bases militares, etc.). A través de esta estrategia común, los Estados Unidos establecieron su hegemonía, posteriormente, cuando su ventaja, en el plano económico, sobre sus aliados comenzó a ser erosionada, la utilizaron para mantener esta hegemonía en declive. (La guerra del Golfo es el capítulo más reciente de esta estrategia).

    Los objetivos de la intervención soviética más allá de Yalta son más difíciles de definir.

    He mantenido que el objetivo principal de estas intervenciones era aflojar la tenaza occidental, esto es, en última instancia, romper la alianza atlantista, separando a los europeos de los Estados Unidos. El medio por excelencia para este fin era el apoyo a los movimientos de liberación del Tercer Mundo y a los gobiernos del nacionalismo radical (Palestina y mundo árabe, Cuerno de África, Angola y Mozambique, estados "socialistas" africanos). Al recordar a Europa su vulnerabilidad (amenaza potencial a su abastecimiento petrolífero, por ejemplo), la URSS le invitaba a separarse de Estados Unidos y negociar. Sin embargo el objetivo estratégico no era debilitar a Europa para invadirla a continuación, sino llevarla a una coexistencia pacífica activa, susceptible de apoyar el desarrollo económico de la URSS (un desarrollo basado en opciones de derecha).

    (...)
    En mi opinión, las intervenciones de la URSS no expresaban una voluntad agresiva de "exportar la revolución" e imponer de esa forma su dominio, sino más bien una estrategia defensiva en una posición de relativa debilidad, a pesar del empate alcanzado en materia de disuasión nuclear.

    (...)
    El hundimiento del sistema soviético -aunque era previsible desde hacía mucho- es ciertamente un acontecimiento principal de nuestra época. Todos los razonamientos y esquemas en torno al futuro deben, sin duda, ser repensados en las nuevas condiciones surgidas de este acontecimiento. (...)

    Este hundimiento, ¿significa el "fin del socialismo y del marxismo" como les gusta repetir a los media dominantes, "el fin de la historia", el triunfo de un consenso monolítico que asegura la perennidad del espíritu capitalista? Creo que todo esto son despropósitos incluso si, como es evidente, una época se cierra.

    La época del Socialismo I, constituido en el siglo XIX, se cerró en 1914 por la quiebra de los partidos social-demócratas de la II Internacional, convertidos en cómplices sin tapujos de los imperialismos nacionales. Correctamente Lenin declaró en ese momento que el Socialismo I había muerto.

    El Socialismo II, que le sucedió, el de la III Internacional y el leninismo, a su vez ha muerto en la actualidad, después de una larga enfermedad. Desde 1963 escribí que el progreso del socialismo exigía una ruptura con el sovietismo tan radical como la que Lenin llevó a cabo en 1914. Es, por otra parte, significativo que en la actualidad el sistema soviético, en su abierta unión con el capitalismo, se incorpore a las posiciones "anti-Tercer Mundo" (es decir, ¡anti el 75% de la humanidad!) dominantes en la cultura occidental.

    La muerte del hijo no resucita al padre. Le toca al nieto seguir la obra de sus antepasados. Viva, pues, el futuro Socialismo III.

    ¿Cómo se dibujan las líneas directrices de este Socialismo III que hay que construir ya? Creo y me atrevo a adelantar sobre este terreno las tres lecciones que he sacado en el curso de los últimos treinta años de mi doble crítica al sistema soviético y a la mundialización capitalista:

    Poner delante de todo la dimensión "hacer otra cosa" en vez de la prioridad "alcanzar a cualquier precio".
    Aceptar que la polarización mundial implica que la "desconexión" es inevitable, incluso si, evidentemente, sus modalidades deben ser revisadas sin parar a las luces de las presiones de la evolución general.
    Desarrollar una acción sistemática en dirección hacia la reconstrucción de un mundo policéntrico que abra espacios de autonomía al progreso de los pueblos.

    Estas tres condiciones obligan a un renacimiento posible y necesario de un internacionalismo de los pueblos del planeta entero, capaz de combatir el "internacionalismo del capital", abriendo de esa manera la perspectiva -aunque sea lejana- de un socialismo que no puede ser más que mundial -a la altura del desafío de la mundialización- so pena de degenerar rápidamente y perecer.
    (...)
    La construcción de un sistema mundial unificado, que vaya más allá de la polarización capitalista, pasa por la desagregación del sistema de centralización capitalista del excedente (surplus?) (la "desconexión").

    ¿Dominará la humanidad (aunque sea, en el mejor de los casos, de una manera relativa) esta transición? No puede hacerlo más que a través del renacimiento de un movimiento del Socialismo III, mundial y consecuente. En caso contrario, las presiones objetivas se abrirán paso (se fraieront la voie?) a través de una larga decadencia de la sociedad, mediante la redoblada violencia de conflictos insensatos, es decir, por la barbarie. En una época como la nuestra, en la que la potencia de los armamentos puede destruir el planeta entero, donde los medios de comunicación pueden domesticar a las masas con una eficacia sobrecogedora, en la que el egoísmo a corto plazo -el individualismo anti-humanista- erigido en valor fundamental amenaza a la supervivencia ecológica de la Tierra, la barbarie puede ser fatal.

    Más que nunca la opción no es: capitalismo o socialismo, sino socialismo o barbarie.

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    Mensaje por RioLena Vie Mar 13, 2020 8:11 pm

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