Banderas rojas contra el virus del capitalismo
Geraldina Colotti - marzo de 2020
tomado de La haine
Detrás de los 9 médicos chinos, que aterrizaron en Roma en estos días para brindar apoyo a sus colegas italianos, destacaba su gran bandera roja
Rapidez, eficiencia, solidaridad. Este es el mensaje que viene de China y Cuba a una Europa en plena crisis sanitaria debido a la propagación del coronavirus. Una pandemia que se ha extendido a más de 110 países, afecta a más de 140.000 personas y ya ha causado más de 5.000 víctimas. Cifras que, en los países europeos, aumentan cada día, en comparación con los resultados obtenidos por China. Con más de 15.000 infectados y más de 1.000 muertos, Italia está ahora en primer lugar.
Detrás de los 9 médicos chinos, que aterrizaron en Roma en estos días para brindar apoyo a sus colegas italianos, destacaba su gran bandera roja: la bandera de un país que ha podido guiar a un pueblo hacia grandes ideales, y que, a pesar de las condiciones cambiantes, continúa a orientarlo para que se mueva con generosidad y disciplina.
Y desde la Cuba socialista, bloqueada por medio siglo de medidas coercitivas y unilaterales, llegó la oferta de un medicamento, ya probado con éxito en los enfermos, que en los países capitalistas cuesta un montón de dinero pero en Cuba es gratuito. Un reflejo que, en la tierra natal de Fidel, se produce frente a una catástrofe que ocurre en cualquier parte del mundo.
Desastres que, como en el caso de Haití o el huracán Katrina, o Puerto Rico, golpean a los sectores más débiles de la población y se convierten en una prueba más de esa gigantesca guerra contra los pobres en curso en la globalización capitalista, y que ya casi no encuentra barreras después de la caída de la Unión Soviética.
Ahorita, llega un mensaje evidente de lo que se podría hacer en una sociedad construida para el bien común. En una Europa de los poderosos, que ha impuesto feroces recortes en las políticas públicas para engordar a las multinacionales, a los bancos, al complejo militar-industrial, las personas mueren de trabajo incluso en tiempos de coronavirus.
Si las medidas drásticas para contener la pandemia se retrasaron, también se debió a la oposición de las grandes asociaciones de emprendedores y comerciantes. El brote del virus es, de hecho, precisamente en las regiones ricas del norte, gobernadas principalmente por la derecha xenófoba que en los últimos años ha clamado por políticas económicas de «apartheid» hacia las regiones pobres del sur. Y ahora se ven obligadas a buscar ayuda del gobierno central.
«Quédese en casa, nos dicen ahora, evite el transporte público y mantenga su distancia». Lástima que la mayoría de los trabajadores deben continuar ganando su pan y, a menudo, en ausencia de garantías adecuadas para la emergencia; que las enfermeras son pocas y mal pagadas; que faltan camas porque la salud pública ha sido desmantelada en beneficio del sector privado; que a graduarse en medicina son en su mayoría hijos de familias ricas; que por alquileres demasiado altos los pobres viven amontonados en la casa de sus abuelos; que las cárceles son superpobladas …
Frente a la anarquía del capitalismo, la necesidad de una planificación basada en una distribución efectiva de los recursos es el primer dato sobre el que debe reflexionar esta izquierda de Europa, que, con su desinversión, ha nutrido las fauces de esas 60 familias que poseen la riqueza del planeta y a la que nadie parece querer pedirle cuentas.
Las tímidas medidas de emergencia, adoptadas por el gobierno italiano después de la vacilación y la confusión, de hecho, muestran la dirección a seguir para los cambios estructurales necesarios: contra las jaulas impuestas por Europa, por los impresarios y por ese complejo militar-industrial liderado por la OTAN, listos para enviar las armas pero no medicinas.
Las maniobras masivas de la OTAN en Europa, las más importantes durante 25 años, no se detendrán. El virus solo redujo un poco el ejercicio Defender Europa 20, que involucra a 37.000 militares, pero la participación de Italia ya no será tan grande.
En este sentido, la explosión del coronavirus muestra la profunda debilidad que enfrentan los movimientos populares en Europa. Tanto es así que, paradójicamente, es precisamente la extrema derecha, una parte activa en la destrucción de los derechos de las clases populares, la que grita más fuerte, tratando de sortear la situación, colocando trampas y objetivos falsos.
A lo largo de la historia, los marxistas siempre han tratado de transformar guerras, crisis y pandemias en ocasiones revolucionarias. Lamentablemente, sin embargo, hace tiempo que falta una subjetividad revolucionaria organizada en Europa, capaz de guiar a las masas en esta ocasión. Una realidad aún más complicada por la necesidad de contener el virus aislándose de otros seres humanos.
Sin embargo, en una realidad cada vez más influenciada por las redes sociales, ha llegado el momento de dar forma a las energías latentes, también puestas en marcha por esta crisis, adaptándolas para nuevos planes de acción y nuevos escenarios. Mientras tanto, existe un plan de defensa inmediato, junto con aquellos pueblos que, como Venezuela y Cuba, sufren por causa del contagio y por las medidas coercitivas unilaterales impuestas por el imperialismo estadounidense.
Sanciones aún más criminales por las consecuencias que pueden resultar ahorita si al gobierno bolivariano se le impide comprar medicamentos, alimentos y productos de higiene, si el sabotaje y el robo realizado en Venezuela por la pandilla de Guaidó continúa siendo fomentado.
Incluso en Italia ya no hay desinfectantes y máscaras en los supermercados, o estos productos se venden a precios especulativos o en el mercado negro. Debido al proceso de desindustrialización creciente, solo hay una fábrica que produce la maquinaria necesaria para cuidados intensivos.
Mientras tanto, esta podría ser una oportunidad para comprender lo que el pueblo venezolano está experimentando también debido a aquellos países de Europa que han dado cuerda a un estafador como el autoproclamado «presidente interino», Juan Guaidó, a quien incluso le gustaría el «bloqueo naval» de su país por los Estados Unidos. Una oportunidad para decir No a las sanciones, sí a la lucha contra un enemigo común.
Para explicar el origen de Covit-19, los científicos dicen que algunos virus que residen en los organismos de algunas especies de animales salvajes, como en este caso los murciélagos, sin causarles ningún daño, comienzan a migrar a los humanos más rápido. Un fenómeno que ha existido desde los albores del tiempo, pero que, desde mediados del siglo pasado, se ha acelerado por varias razones: debido a la proximidad excesiva entre estos animales, cuyo hábitat ha sido destruido por los procesos de deforestación y cementación, y humana; debido al aumento gigantesco de la población, la velocidad a la cual las masas de personas se mueven de un continente a otro; debido al cambio climático y la agricultura intensiva.
En el caso del coronavirus, se habló de una sopa de murciélago ingerida en una remota región de China, Wuhan. A los murciélagos también se atribuyeron la infección por el virus del Ébola, que estalló en África occidental, y a la causada por la Sars, que se transmitió a la especie humana a través de la civeta, que se vende en China en los mercados. La venta ilegal o permitida de animales salvajes es, de hecho, otro factor en la propagación de estos patógenos.
Datos científicos para leer en términos de crítica estructural a un modelo de desarrollo, devastador y depredador, que explota todo el equilibrio en nombre de las ganancias y que ahora muestra toda su ingobernable criticidad.
Agregue a esto la queja expresada en los últimos días por el Ministerio de Relaciones Exteriores de China, que invitó al gobierno de Trump a revelar datos sobre la propagación del virus. «¿Dónde está el paciente cero en los Estados Unidos?», preguntó el ministerio, reforzando aún más el argumento de que los Estados Unidos e Israel (que anunció que estaba en un paso por vacuna) podrían haber producido Covit-19 en el laboratorio, y haberlo llevado a Wuhan durante los ejercicios militares de las tropas norteamericanas.
Y, por supuesto, no se puede esperar nada de los halcones del Pentágono, tanto con respecto al cambio climático como con las empresas, que tienen carta blanca para explotar a los trabajadores y al medio ambiente sin control. Trump también ha decidido reducir su contribución a la Organización Mundial de la Salud en más del 50%, prefiriendo asignar los fondos de prevención científica de USAID a la desestabilización de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Lo que llega ahora de China y Cuba (y también de Venezuela, que se organiza contra la llegada del virus, enfocándose en salvaguardar a los sectores más vulnerables, y que podría también enviar sus médicos en Italia) es una negación evidente para aquellos que quieren hacer creer que no hay alternativas al capitalismo.
Esa bandera roja que apareció detrás de los médicos chinos a su llegada a Fiumicino, indica que la solidaridad no es caridad, sino organizarse juntos para los mismos objetivos, para los mismos ideales.
Geraldina Colotti - marzo de 2020
tomado de La haine
Detrás de los 9 médicos chinos, que aterrizaron en Roma en estos días para brindar apoyo a sus colegas italianos, destacaba su gran bandera roja
Rapidez, eficiencia, solidaridad. Este es el mensaje que viene de China y Cuba a una Europa en plena crisis sanitaria debido a la propagación del coronavirus. Una pandemia que se ha extendido a más de 110 países, afecta a más de 140.000 personas y ya ha causado más de 5.000 víctimas. Cifras que, en los países europeos, aumentan cada día, en comparación con los resultados obtenidos por China. Con más de 15.000 infectados y más de 1.000 muertos, Italia está ahora en primer lugar.
Detrás de los 9 médicos chinos, que aterrizaron en Roma en estos días para brindar apoyo a sus colegas italianos, destacaba su gran bandera roja: la bandera de un país que ha podido guiar a un pueblo hacia grandes ideales, y que, a pesar de las condiciones cambiantes, continúa a orientarlo para que se mueva con generosidad y disciplina.
Y desde la Cuba socialista, bloqueada por medio siglo de medidas coercitivas y unilaterales, llegó la oferta de un medicamento, ya probado con éxito en los enfermos, que en los países capitalistas cuesta un montón de dinero pero en Cuba es gratuito. Un reflejo que, en la tierra natal de Fidel, se produce frente a una catástrofe que ocurre en cualquier parte del mundo.
Desastres que, como en el caso de Haití o el huracán Katrina, o Puerto Rico, golpean a los sectores más débiles de la población y se convierten en una prueba más de esa gigantesca guerra contra los pobres en curso en la globalización capitalista, y que ya casi no encuentra barreras después de la caída de la Unión Soviética.
Ahorita, llega un mensaje evidente de lo que se podría hacer en una sociedad construida para el bien común. En una Europa de los poderosos, que ha impuesto feroces recortes en las políticas públicas para engordar a las multinacionales, a los bancos, al complejo militar-industrial, las personas mueren de trabajo incluso en tiempos de coronavirus.
Si las medidas drásticas para contener la pandemia se retrasaron, también se debió a la oposición de las grandes asociaciones de emprendedores y comerciantes. El brote del virus es, de hecho, precisamente en las regiones ricas del norte, gobernadas principalmente por la derecha xenófoba que en los últimos años ha clamado por políticas económicas de «apartheid» hacia las regiones pobres del sur. Y ahora se ven obligadas a buscar ayuda del gobierno central.
«Quédese en casa, nos dicen ahora, evite el transporte público y mantenga su distancia». Lástima que la mayoría de los trabajadores deben continuar ganando su pan y, a menudo, en ausencia de garantías adecuadas para la emergencia; que las enfermeras son pocas y mal pagadas; que faltan camas porque la salud pública ha sido desmantelada en beneficio del sector privado; que a graduarse en medicina son en su mayoría hijos de familias ricas; que por alquileres demasiado altos los pobres viven amontonados en la casa de sus abuelos; que las cárceles son superpobladas …
Frente a la anarquía del capitalismo, la necesidad de una planificación basada en una distribución efectiva de los recursos es el primer dato sobre el que debe reflexionar esta izquierda de Europa, que, con su desinversión, ha nutrido las fauces de esas 60 familias que poseen la riqueza del planeta y a la que nadie parece querer pedirle cuentas.
Las tímidas medidas de emergencia, adoptadas por el gobierno italiano después de la vacilación y la confusión, de hecho, muestran la dirección a seguir para los cambios estructurales necesarios: contra las jaulas impuestas por Europa, por los impresarios y por ese complejo militar-industrial liderado por la OTAN, listos para enviar las armas pero no medicinas.
Las maniobras masivas de la OTAN en Europa, las más importantes durante 25 años, no se detendrán. El virus solo redujo un poco el ejercicio Defender Europa 20, que involucra a 37.000 militares, pero la participación de Italia ya no será tan grande.
En este sentido, la explosión del coronavirus muestra la profunda debilidad que enfrentan los movimientos populares en Europa. Tanto es así que, paradójicamente, es precisamente la extrema derecha, una parte activa en la destrucción de los derechos de las clases populares, la que grita más fuerte, tratando de sortear la situación, colocando trampas y objetivos falsos.
A lo largo de la historia, los marxistas siempre han tratado de transformar guerras, crisis y pandemias en ocasiones revolucionarias. Lamentablemente, sin embargo, hace tiempo que falta una subjetividad revolucionaria organizada en Europa, capaz de guiar a las masas en esta ocasión. Una realidad aún más complicada por la necesidad de contener el virus aislándose de otros seres humanos.
Sin embargo, en una realidad cada vez más influenciada por las redes sociales, ha llegado el momento de dar forma a las energías latentes, también puestas en marcha por esta crisis, adaptándolas para nuevos planes de acción y nuevos escenarios. Mientras tanto, existe un plan de defensa inmediato, junto con aquellos pueblos que, como Venezuela y Cuba, sufren por causa del contagio y por las medidas coercitivas unilaterales impuestas por el imperialismo estadounidense.
Sanciones aún más criminales por las consecuencias que pueden resultar ahorita si al gobierno bolivariano se le impide comprar medicamentos, alimentos y productos de higiene, si el sabotaje y el robo realizado en Venezuela por la pandilla de Guaidó continúa siendo fomentado.
Incluso en Italia ya no hay desinfectantes y máscaras en los supermercados, o estos productos se venden a precios especulativos o en el mercado negro. Debido al proceso de desindustrialización creciente, solo hay una fábrica que produce la maquinaria necesaria para cuidados intensivos.
Mientras tanto, esta podría ser una oportunidad para comprender lo que el pueblo venezolano está experimentando también debido a aquellos países de Europa que han dado cuerda a un estafador como el autoproclamado «presidente interino», Juan Guaidó, a quien incluso le gustaría el «bloqueo naval» de su país por los Estados Unidos. Una oportunidad para decir No a las sanciones, sí a la lucha contra un enemigo común.
Para explicar el origen de Covit-19, los científicos dicen que algunos virus que residen en los organismos de algunas especies de animales salvajes, como en este caso los murciélagos, sin causarles ningún daño, comienzan a migrar a los humanos más rápido. Un fenómeno que ha existido desde los albores del tiempo, pero que, desde mediados del siglo pasado, se ha acelerado por varias razones: debido a la proximidad excesiva entre estos animales, cuyo hábitat ha sido destruido por los procesos de deforestación y cementación, y humana; debido al aumento gigantesco de la población, la velocidad a la cual las masas de personas se mueven de un continente a otro; debido al cambio climático y la agricultura intensiva.
En el caso del coronavirus, se habló de una sopa de murciélago ingerida en una remota región de China, Wuhan. A los murciélagos también se atribuyeron la infección por el virus del Ébola, que estalló en África occidental, y a la causada por la Sars, que se transmitió a la especie humana a través de la civeta, que se vende en China en los mercados. La venta ilegal o permitida de animales salvajes es, de hecho, otro factor en la propagación de estos patógenos.
Datos científicos para leer en términos de crítica estructural a un modelo de desarrollo, devastador y depredador, que explota todo el equilibrio en nombre de las ganancias y que ahora muestra toda su ingobernable criticidad.
Agregue a esto la queja expresada en los últimos días por el Ministerio de Relaciones Exteriores de China, que invitó al gobierno de Trump a revelar datos sobre la propagación del virus. «¿Dónde está el paciente cero en los Estados Unidos?», preguntó el ministerio, reforzando aún más el argumento de que los Estados Unidos e Israel (que anunció que estaba en un paso por vacuna) podrían haber producido Covit-19 en el laboratorio, y haberlo llevado a Wuhan durante los ejercicios militares de las tropas norteamericanas.
Y, por supuesto, no se puede esperar nada de los halcones del Pentágono, tanto con respecto al cambio climático como con las empresas, que tienen carta blanca para explotar a los trabajadores y al medio ambiente sin control. Trump también ha decidido reducir su contribución a la Organización Mundial de la Salud en más del 50%, prefiriendo asignar los fondos de prevención científica de USAID a la desestabilización de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Lo que llega ahora de China y Cuba (y también de Venezuela, que se organiza contra la llegada del virus, enfocándose en salvaguardar a los sectores más vulnerables, y que podría también enviar sus médicos en Italia) es una negación evidente para aquellos que quieren hacer creer que no hay alternativas al capitalismo.
Esa bandera roja que apareció detrás de los médicos chinos a su llegada a Fiumicino, indica que la solidaridad no es caridad, sino organizarse juntos para los mismos objetivos, para los mismos ideales.