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    Los líderes están aterrorizados pero no del virus, sino de nosotros - artículo de Jonathan Cook - marzo de 2020

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Dom Mar 29, 2020 6:44 pm

    Los líderes están aterrorizados pero no del virus, sino de nosotros

    Jonathan Cook


    publicado en La Haine en marzo de 2020

    La historia que nos han estado contando durante 40 años o más sobre las duras realidades económicas está a punto de ser expuesta como un cuento de hadas interesado


    Casi se puede oler el sudor cargado de miedo que rezuma por los poros de las emisoras de televisión y los posteos en las redes sociales, a medida que finalmente el establishment político y mediático advierte lo que el coronavirus realmente significa. Y no estoy hablando de la amenaza que supone para nuestra salud.

    Una visión del mundo que durante casi dos generaciones ha desplazado a todas las otras se está derrumbando. No tiene respuestas para el actual atolladero. Hay una especie de karma trágico en el hecho de que tantos países "importantes", es decir, economías importantes, están hoy en día dirigidos por los hombres menos capacitados ideológica, emocional y espiritualmente para hacer frente al virus.

    Esto está quedando expuesto con claridad en todo Occidente, pero el Reino Unido es un caso de estudio particularmente revelador.

    Arrastrando los pies

    El fin de semana se supo que Dominic Cummings, el poder ideológico que está detrás de Boris Johnson, el primer ministro bufón, fue clave para retrasar la respuesta del gobierno británico al coronavirus, lo que llevó a Gran Bretaña por el camino italiano (malo) de contagio, en lugar del chino (bueno).

    Según los informes de los medios de comunicación de este fin de semana, Cummings inicialmente paralizó la acción del gobierno, argumentando sobre la plaga que se avecinaba que “si eso significa que algunos pensionistas mueran, mala suerte”. Ese enfoque explica el arrastre de pies durante muchos días, y los días posteriores de vacilación, que sólo ahora está llegando a una resolución.

    Cummings, por supuesto, niega haber hecho esa declaración, calificando la acusación de “difamatoria”. Pero prescindamos de las formalidades. ¿Alguien realmente −realmente− cree que ese no fue el primer pensamiento de Cummings y de la mitad del gabinete, al enfrentarse a un inminente contagio que −percibieron− estaba a punto de desenmascarar la teoría social y económica que durante toda su carrera política se han dedicado a convertir en un culto de masas? Una teoría económica de la cual −por feliz coincidencia− derivan su poder político y sus privilegios de clase.

    Y por supuesto, estos monetaristas duros ya se están convirtiendo en socialistas de mentira para enfrentar las primeras semanas de la crisis. Y hay muchos meses más por delante.

    Desechar la austeridad

    El gobierno del Reino Unido la semana pasada dejó de lado las políticas de austeridad, que fueron el punto de referencia de la ortodoxia del partido conservador durante más de una década, y anunció un derroche de gastos para salvar a las empresas paralizadas, y en lejano segundo lugar a las personas que ya no están en condiciones de ganarse la vida.

    Desde el colapso financiero de 2008, los conservadores han recortado hasta la médula los gastos sociales y de bienestar, creando una enorme clase marginada en Gran Bretaña, y han dejado a las autoridades locales sin dinero e incapaces de cubrir el déficit. Durante la última década, el gobierno conservador excusó su enfoque brutal con el mantra de que no había un “árbol mágico del dinero” para ayudar en tiempos de dificultades.

    El libre mercado, argumentaban, era el único camino fiscalmente responsable. Y en su infinita sabiduría, el mercado había decidido que el 1% −los millonarios y multimillonarios que habían hundido la economía en la crisis de 2008− se haría aún más rico de lo que ya era.

    Mientras tanto, el resto de nosotros/as veríamos cómo se desviaban nuestros salarios y expectativas para que el 1% pudiera acumular aún más riqueza en las islas de ultramar, donde nosotros y el gobierno nunca podríamos alcanzarla.

    El “neoliberalismo” se convirtió en un término mistificador, usado para reformular el insostenible capitalismo corporativo de la última etapa no sólo como un sistema racional y justo, sino como el único sistema que no implicaba gulags o colas por el pan (pero sí colas por el subsidio de desempleo).

    No sólo los políticos británicos (incluyendo la mayoría del partido laborista) lo suscribieron, sino que también lo hicieron todos los medios de comunicación corporativos, aun cuando el ‘liberal’ The Guardian se estrujara las manos muy ocasionalmente y de forma totalmente ineficaz respecto a si no sería el momento de hacer que este capitalismo exacerbado fuera un poco más cuidadoso.

    Sólo los ilusos y peligrosos devotos de Corbyn pensaban de otra manera.

    Un cuento de hadas interesado

    Pero de repente, parece que los conservadores han encontrado ese árbol mágico del dinero después de todo. Estuvo ahí todo el tiempo, y aparentemente tiene muchas frutas de baja altura a las que el resto de nosotros/as podemos acceder.

    No hace falta ser un genio como Dominic Cummings para ver lo políticamente aterrador que es este momento para el sistema. La historia que nos han estado contando durante 40 años o más sobre las duras realidades económicas está a punto de ser expuesta como un cuento de hadas interesado. Nos han mentido, y pronto vamos a entender eso muy claramente.

    Prepárense. En las próximas semanas, más y más periodistas van a sonar como el cuerpo de prensa de la Casa Blanca, con himnos al “querido líder” y exigencias de que confiemos en que él sabe mejor lo que debe hacerse en esta hora de necesidad.

    Salvados por los rescates

    La actual desesperación de la clase política y de los medios de comunicación tiene una causa sustancial −y una que debería preocuparnos tanto como el propio virus−.

    Hace doce años el capitalismo se tambaleó al borde del abismo, exponiendo sus fallas estructurales ante cualquiera que se preocupara por mirar. El colapso de 2008 casi rompió el sistema financiero mundial. Fue salvado (en contra de nuestra voluntad) por nosotros, la gente. El gobierno metió la mano a fondo en nuestros bolsillos y transfirió nuestro dinero a los bancos. O más bien a los banqueros.

    Salvamos a los banqueros −y a los políticos− de su incompetencia económica a través de rescates que fueron de nuevo mistificados llamándoles “alivio cuantitativo”.

    Pero nosotros no fuimos los recompensados. No éramos dueños de los bancos ni teníamos una participación significativa en ellos. Ni siquiera obtuvimos supervisión a cambio de nuestra enorme inversión pública. Una vez que los salvamos, los banqueros volvieron a enriquecerse y a enriquecer a sus amigos de la misma manera que estancó la economía en 2008.

    Al contrario, esos rescates produjeron más desempleo y más recortes socialers. Los rescates no arreglaron el capitalismo; simplemente retrasaron un poco más su inevitable colapso.

    El capitalismo sigue siendo estructuralmente defectuoso. Su dependencia de un consumo en constante expansión no puede responder a las crisis ambientales que necesariamente conlleva dicho consumo. Y las economías que están “creciendo” artificialmente, al mismo tiempo que se agotan los recursos, crean en última instancia burbujas infladas de nada; burbujas que pronto volverán a estallar.

    En modo supervivencia

    En efecto, el virus es ilustrativo de uno de esos fallos estructurales: una alerta temprana de la emergencia ambiental más general, y un recordatorio de que el capitalismo, al entrelazar la codicia económica con la codicia ambiental, ha asegurado el colapso en tándem de las dos esferas.

    Pandemias como ésta son el resultado de nuestra destrucción de los hábitats naturales −por criar ganado para hamburguesas, por plantar palmas para pasteles y galletas, por talar bosques para hacer muebles empaquetados, por meter 20 pollos en un metro cuadrado. Los animales son forzados a una proximidad cada vez mayor, haciendo que las enfermedades crucen la barrera de las especies. Y luego, en un mundo de vuelos de bajo costo y alta contaminación, la enfermedad encuentra un fácil y rápido tránsito hacia cada rincón del planeta.

    La verdad es que en una época de colapso como la actual, al capitalismo sólo le quedan “árboles mágicos del dinero”. El primero, después del 2008, estuvo reservado para los bancos y las grandes corporaciones: la élite rica que ahora gestiona a los gobiernos como plutocracias.

    El segundo “árbol mágico del dinero”, necesario para hacer frente a lo que se convertirá en la crisis económica aún más desastrosa causada por el virus, ha tenido que ampliarse para incluirnos a nosotros. Pero no se equivoquen. El círculo de la beneficencia se ha ampliado no porque el capitalismo de repente se preocupe por los sin techo y los que dependen de los bancos de alimentos. El capitalismo es un sistema económico amoral impulsado por la acumulación de beneficios para los dueños del capital. Y esos no somos ni tú ni yo.

    No, el capitalismo está ahora en modo de supervivencia. Es por eso que los gobiernos occidentales, por un tiempo, tratarán de “rescatar” también a algunos sectores de su sociedad, devolviéndoles parte de la riqueza común que ha sido extraída durante muchas décadas. Estos gobiernos tratarán de ocultar por un tiempo más el hecho de que el capitalismo es totalmente incapaz de resolver las mismas crisis que ha creado. Tratarán de comprar nuestra continua deferencia hacia un sistema que ha destruido nuestro planeta y el futuro de nuestros hijos.

    No funcionará indefinidamente, como Dominic Cummings sabe muy bien. Por eso el gobierno de Johnson, así como la administración Trump y sus calcos de Brasil, Hungría, Israel, India y otros lugares, están en proceso de redactar una legislación de emergencia draconiana que tendrá un objetivo de más largo plazo que el inmediato de prevenir el contagio.

    Los gobiernos occidentales llegarán a la conclusión de que ha llegado el momento de reforzar el sistema inmunológico del capitalismo contra su propia gente. El riesgo es que, cuando tengan la oportunidad, empezarán a tratarnos a nosotros, no al virus, como la verdadera plaga.



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