Contagio y guerra imperialista: el caso de la ‘gripe española’ de 1918
artículo publicado en el blog 'Movimiento político de resistencia' en marzo de 2020
Una de las características de las ideologías no es que sean erróneas o falsas sino que consiguen que el mundo mire hacia otro lado. Por ejemplo, la religión consigue que pensemos en el “más allá” para evadirnos del “más acá”. Lo mismo ocurre con la industria del entretenimiento: logra que lo pasemos bien cuando lo estamos pasando mal.
Las teorías de los microbios también consiguen que los investigadores no miren el universo que les rodea. Para ellos la realidad se reduce a una minúscula placa de Petri en la que cultivan y observan toda suerte de microorganismos. Luego, en sus escritos, sólo hablan de eso: de una insignificante parte de la realidad que han visto encerrados entre cuatro paredes.
A un virólogo no le puedes preguntar hoy por lo más obvio: el papel que tuvo la Primera Guerra Mundial en la llamada “gripe española” de 1918 porque se encoje de hombros, a pesar de que las primeras noticias que hay sobre dicha gripe, el primer “foco infeccioso”, estuvo en las trincheras de Villers-sur-Coudun.
La burguesía escribe la historia a retazos, con pequeñas pinceladas. Un especialista te hablará del virus H1N1 pero se olvidará del imperialismo y de la guerra, mientras que otro hará un relato de las batallas, pero pasará por encima de que la mayor de ellas, la que más muertos causó, fue una enfermedad.
No hace falta ser un especialista en virología para darse cuenta de que la llamada “gripe española” es un caso único entre las gripes conocidas en el mundo moderno, aunque sólo sea por el enorme número de muertos que causó, donde hay un baile de cifras parecido al actual.
Un siglo después la epidemia de 1918 se sigue prestando a toda clase de manipulaciones, la más importante de las cuales es para meternos el miedo en el cuerpo: la presentan como norma cuando es una excepción. Se empeñan en ponerla como ejemplo de lo que puede ocurrir ahora, cuando no es una gripe canónica porque no tiene semejanzas con las posteriores.
Fue “la primera pandemia global”, dice National Geographic, lo cual es falso, pero con su típico amarillismo la revista tira por lo alto con otra falsedad: entre 50 y 100 millones de muertos. Otros hablan de diez veces menos, aunque los especialistas coinciden en ocultar que aquella “crisis sanitaria” estuvo directamente relacionada con la guerra imperialista. En eso consiste precisamente su carácter excepcional: no en la cepa del virus sino en la guerra.
La burguesía oculta la realidad tras éste o el otro virus mortífero, lo que a su vez oculta una segunda realidad, muy importante a efectos epidemiológicos: que la “gripe española” ha sido mucho más mortífera que cualquier otra del último siglo precisamente a causa de la guerra.
Si alguien necesita entender lo que está ocurriendo hoy, tiene que leer un poco sobre lo que ocurrió hace un siglo. Lo mismo que ahora, entonces la propaganda imperialista consiguió que el mundo levantara la vista de una guerra absolutamente impopular para hablar de una enfermedad.
No hace falta añadir que, exactamente igual que ahora, lo que la prensa decía de ella no era más que otro mito, es decir, que sustituyeron un mito (los ejércitos) por otro (los médicos), empezando por la calificación de la gripe como “española”, lo cual tiene también su pequeñas y grandes explicaciones.
España no formaba parte de la guerra imperialista, así que nada mejor que distraer la conexión de la enfermedad con ella que ponerle el nombre de un país ajeno a la misma. Además en Francia algunos periodistas se aferraron a la típica teoría de la conspiración: la enfermedad la estaban propagando los alemanes desde España a través de las conservas con las que abastecían de alimento a las tropas francesas. Lo que esos periodistas franceses ocultaban es que los soldados alemanes estaban tan enfermos como los franceses.
No obstante, lo fundamental de aquella paranoia mediática es que estaba propiciada por la típica censura militar que caracteriza a cualquier guerra y que, naturalmente, no alcanzaba a España. En plena guerra, una parte de la información que circulaba por Europa tenía su origen en España.
Por lo demás, el tratamiento periodístico de la enfermedad fue, como hoy, el mismo que el de la guerra y no se expresaba en términos médicos sino bélicos: estaban en “lucha” contra una enfermedad y confiaban en poder “derrotarla”.
Al capitalismo la salud le importa un bledo, antes y ahora. Lo que preocupaba de la gripe de 1918 no era la población sino las bajas de efectivos en las trincheras, que debilitaban la capacidad de combate de los ejércitos imperialistas. No obstante, aquella gripe alcanzó tanto al frente como a la retaguardia, especialmente a los trabajadores militarizados, sobre-explotados y subalimentados como consecuencia del esfuerzo bélico.
Es más, en Francia la “gripe española” de 1918 estuvo precedida por lo que allí llamaron la “neumonía de los annamitas”, otra epidemia hoy olvidada que reúne las mismas características que todas las demás: la neumonía tenía su origen en los extranjeros que trabajaban en Marsella y otros puertos de la costa sur, es decir, mano de obra sobre-explotada procedente de las colonias, especialmente de Indochina, pero también del norte de África y Martinica.
Es imposible resumir la campaña racista que la prensa francesa llevó a cabo como consecuencia de aquella epidemia “extranjera”, aunque lo más característico es que los médicos tampoco fueron ajenos a la xenofobia y a todo tipo de tonterías, a cada cual más disparatada.
La “neumonía de los annamitas” la atribuyeron a una bacteria y lo mismo hicieron cuando poco después llegó la gripe española, algo que ahora sabemos que es una aberración. En aquella época no había antibióticos, por lo que el tratamiento que recibieron los enfermos, cuando no eran contraproducentes, eran poco más que paños calientes. Como consecuencia de ello, cuando llegó la gripe española, llovía sobre mojado. La guerra imperialista había puesto encima de la mesa todos los ingredientes para una gran matanza sin necesidad de que la artillería empezara a vomitar sus obuses.
Deslindar la gripe de 1918 de la guerra imperialista es, pues, una de tantas aberraciones de la microbiología moderna. Un cuento indo-chino.
artículo publicado en el blog 'Movimiento político de resistencia' en marzo de 2020
Una de las características de las ideologías no es que sean erróneas o falsas sino que consiguen que el mundo mire hacia otro lado. Por ejemplo, la religión consigue que pensemos en el “más allá” para evadirnos del “más acá”. Lo mismo ocurre con la industria del entretenimiento: logra que lo pasemos bien cuando lo estamos pasando mal.
Las teorías de los microbios también consiguen que los investigadores no miren el universo que les rodea. Para ellos la realidad se reduce a una minúscula placa de Petri en la que cultivan y observan toda suerte de microorganismos. Luego, en sus escritos, sólo hablan de eso: de una insignificante parte de la realidad que han visto encerrados entre cuatro paredes.
A un virólogo no le puedes preguntar hoy por lo más obvio: el papel que tuvo la Primera Guerra Mundial en la llamada “gripe española” de 1918 porque se encoje de hombros, a pesar de que las primeras noticias que hay sobre dicha gripe, el primer “foco infeccioso”, estuvo en las trincheras de Villers-sur-Coudun.
La burguesía escribe la historia a retazos, con pequeñas pinceladas. Un especialista te hablará del virus H1N1 pero se olvidará del imperialismo y de la guerra, mientras que otro hará un relato de las batallas, pero pasará por encima de que la mayor de ellas, la que más muertos causó, fue una enfermedad.
No hace falta ser un especialista en virología para darse cuenta de que la llamada “gripe española” es un caso único entre las gripes conocidas en el mundo moderno, aunque sólo sea por el enorme número de muertos que causó, donde hay un baile de cifras parecido al actual.
Un siglo después la epidemia de 1918 se sigue prestando a toda clase de manipulaciones, la más importante de las cuales es para meternos el miedo en el cuerpo: la presentan como norma cuando es una excepción. Se empeñan en ponerla como ejemplo de lo que puede ocurrir ahora, cuando no es una gripe canónica porque no tiene semejanzas con las posteriores.
Fue “la primera pandemia global”, dice National Geographic, lo cual es falso, pero con su típico amarillismo la revista tira por lo alto con otra falsedad: entre 50 y 100 millones de muertos. Otros hablan de diez veces menos, aunque los especialistas coinciden en ocultar que aquella “crisis sanitaria” estuvo directamente relacionada con la guerra imperialista. En eso consiste precisamente su carácter excepcional: no en la cepa del virus sino en la guerra.
La burguesía oculta la realidad tras éste o el otro virus mortífero, lo que a su vez oculta una segunda realidad, muy importante a efectos epidemiológicos: que la “gripe española” ha sido mucho más mortífera que cualquier otra del último siglo precisamente a causa de la guerra.
Si alguien necesita entender lo que está ocurriendo hoy, tiene que leer un poco sobre lo que ocurrió hace un siglo. Lo mismo que ahora, entonces la propaganda imperialista consiguió que el mundo levantara la vista de una guerra absolutamente impopular para hablar de una enfermedad.
No hace falta añadir que, exactamente igual que ahora, lo que la prensa decía de ella no era más que otro mito, es decir, que sustituyeron un mito (los ejércitos) por otro (los médicos), empezando por la calificación de la gripe como “española”, lo cual tiene también su pequeñas y grandes explicaciones.
España no formaba parte de la guerra imperialista, así que nada mejor que distraer la conexión de la enfermedad con ella que ponerle el nombre de un país ajeno a la misma. Además en Francia algunos periodistas se aferraron a la típica teoría de la conspiración: la enfermedad la estaban propagando los alemanes desde España a través de las conservas con las que abastecían de alimento a las tropas francesas. Lo que esos periodistas franceses ocultaban es que los soldados alemanes estaban tan enfermos como los franceses.
No obstante, lo fundamental de aquella paranoia mediática es que estaba propiciada por la típica censura militar que caracteriza a cualquier guerra y que, naturalmente, no alcanzaba a España. En plena guerra, una parte de la información que circulaba por Europa tenía su origen en España.
Por lo demás, el tratamiento periodístico de la enfermedad fue, como hoy, el mismo que el de la guerra y no se expresaba en términos médicos sino bélicos: estaban en “lucha” contra una enfermedad y confiaban en poder “derrotarla”.
Al capitalismo la salud le importa un bledo, antes y ahora. Lo que preocupaba de la gripe de 1918 no era la población sino las bajas de efectivos en las trincheras, que debilitaban la capacidad de combate de los ejércitos imperialistas. No obstante, aquella gripe alcanzó tanto al frente como a la retaguardia, especialmente a los trabajadores militarizados, sobre-explotados y subalimentados como consecuencia del esfuerzo bélico.
Es más, en Francia la “gripe española” de 1918 estuvo precedida por lo que allí llamaron la “neumonía de los annamitas”, otra epidemia hoy olvidada que reúne las mismas características que todas las demás: la neumonía tenía su origen en los extranjeros que trabajaban en Marsella y otros puertos de la costa sur, es decir, mano de obra sobre-explotada procedente de las colonias, especialmente de Indochina, pero también del norte de África y Martinica.
Es imposible resumir la campaña racista que la prensa francesa llevó a cabo como consecuencia de aquella epidemia “extranjera”, aunque lo más característico es que los médicos tampoco fueron ajenos a la xenofobia y a todo tipo de tonterías, a cada cual más disparatada.
La “neumonía de los annamitas” la atribuyeron a una bacteria y lo mismo hicieron cuando poco después llegó la gripe española, algo que ahora sabemos que es una aberración. En aquella época no había antibióticos, por lo que el tratamiento que recibieron los enfermos, cuando no eran contraproducentes, eran poco más que paños calientes. Como consecuencia de ello, cuando llegó la gripe española, llovía sobre mojado. La guerra imperialista había puesto encima de la mesa todos los ingredientes para una gran matanza sin necesidad de que la artillería empezara a vomitar sus obuses.
Deslindar la gripe de 1918 de la guerra imperialista es, pues, una de tantas aberraciones de la microbiología moderna. Un cuento indo-chino.