Teoría y práctica del contagio y la vacunación a lo largo de la historia de la Medicina
artículo publicado en abril de 2020 en el blog Movimiento Político de Resistencia
El conocimiento es un hacer o, en expresión de Sócrates, lo que mejor conoce el hombre es aquello que sabe hacer. El “Homo sapiens” empieza y acaba en el “Homo faber”. Hoy los marxistas expresan el mismo principio cuando hablan de la “unidad de la teoría y la práctica”.
La medicina siempre fue una práctica o, si se quiere llamar de otra manera, un “arte”, algo que se hace con las manos. Palabras como “cirujano” o “quirófano” proceden del griego “khir” que significa mano.
Hasta hace muy pocos años en España aún existían “practicantes” que eran trabajadores sanitarios que ponían las inyecciones a domicilio. A los médicos se les llamaba “prácticos” e incluso “empíricos” porque eran personas que se movían sobre el terreno, en medios muy concretos, especialmente rurales.
Un enfermo no es un laboratorio; los seres humanos no somos iguales, ni cuando estamos sanos ni cuando estamos enfermos. No hay dos enfermos iguales. El remedio que vale para uno quizá valga para otro; pero quizá no.
Las crónicas del colonialismo cuentan las epidemias de “fiebre amarilla” que surgían en los barcos cargados de esclavos africanos y cómo afectaban a unos, los negreros, mientras los otros permanecían inmunes. Unos no contagiaban a otros a pesar de compartir durante la travesía un mismo espacio, muy reducido por lo demás.
Naturalmente que la medicina también tiene una teoría, e incluso varias y diferentes, algunas de las cuales son antiquísimas. Los tratados de medicina se cuentan entre los libros más antiguos, lo mismo que las facultades que enseñan la disciplina.
La medicina se apoya en la “experiencia” y las epidemias forman parte de ella, lo mismo que la inmunización y, lógicamente, la vacunación. Esa experiencia no ha surgido hoy sino que es secular y concierne a todo el mundo.
Los hechiceros de las tribus africanas, especialmente las mujeres, y los curanderos chinos e hindúes inmunizaban a la población hace ya muchísimos siglos, sobre todo a los pastores, los ganaderos y otras profesiones que tenían relación con la cría de animales.
Cuando los pueblos de África padecían viruela, envolvían las pústulas del brazo enfermo con un ligamento hasta que se quedaba adherida. Con él aplicaban una cataplasma en el brazo de los niños sanos para inmunizarles.
Los ganaderos ingleses también practicaban medios tradicionales de inmunización que en 1796 Edward Jenner puso por escrito, dando a conocer en occidente lo que en oriente ya sabían desde muchos siglos antes.
Pero ya saben lo que les ocurre a los occidentales; se creen el ombligo del mundo y han convertido a Jenner en el “padre de la inmunología”, como dice la Wikipedia (1) en una de sus tantas estupideces.
National Geographic tampoco se queda atrás al atribuir a Jenner la invención de las vacunas, calificándole como “el científico que más vidas ha salvado” (2).
Así podriamos seguir hasta aburrir a los lectores con miles de declaraciones absurdas del mismo estilo, o peores incluso. Algunos dicen que Jenner fue médico, pero vean un detalle: Jenner no pudo conseguir su título de medicina, que a finales del siglo XVIII sólo expedían las Universidades de Oxford y Cambridge en toda Inglaterra a cambio de una importante cantidad de dinero. En los Colegios de Médicos nunca le admitieron. Jenner era un “empírico” al que la medicina oficial no admitió en sus filas. Hoy le despreciarían, le calificarían de “curandero” o cosas peores, sobre todo esa banda de cretinos que despotrican contra los “magufos”.
Jenner ha subido a los altares de la ciencia después de ser un proscrito. En su época hizo algo que hoy los médicos no se atreven: experimentó por sí mismo, en su propio cuerpo, algo que echamos de menos en esos que están empeñados en hacer con los demás experimentos que jamás harían consigo mismos.
En los documentos más antiguos, a la vacunación la llamaban “variolización”. Los primeros aparecen en el siglo XVI en China. Sin embargo, la mención más antigua de esta práctica en los círculos intelectuales europeos no aparece hasta 1671, cuando el médico alemán Heinrich Voolgnad menciona el tratamiento con “viruelas de buena especie” que llevaba a cabo un “empírico” chino en las zonas rurales de Europa central.
Los médicos turcos aprendieron en India las prácticas populares de vacunación y tendieron un puente para que las terapias orientales se conocieran en occidente.
Hay, pues, una ingente experiencia práctica y teórica, tanto sobre epidemias como sobre vacunación, tanto sobre seres humanos como sobre ganado, que los manuales de medicina y veterinaria casi tienen olvidada porque están enfrascados en los laboratorios y los microscopios.
La vacunación es una parte consolidada de la ciencia y, ciertamente, ha salvado muchas vidas, tanto de seres humanos como de ganado, lo cual no puede hacer olvidar a nadie que, en definitiva, una vacuna es una intervención artificial sobre un cuerpo que está sano y que, en consecuencia, no necesita que le curen de nada.
Queda por contar la otra parte de la historia, que concierne a las vidas que han costado determinadas vacunas y los negocios organizados en torno a ellas. Esa parte negra de la medicina y la veterinaria forma parte de la ciencia exactamente igual que la otra.
•Notas:
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artículo publicado en abril de 2020 en el blog Movimiento Político de Resistencia
El conocimiento es un hacer o, en expresión de Sócrates, lo que mejor conoce el hombre es aquello que sabe hacer. El “Homo sapiens” empieza y acaba en el “Homo faber”. Hoy los marxistas expresan el mismo principio cuando hablan de la “unidad de la teoría y la práctica”.
La medicina siempre fue una práctica o, si se quiere llamar de otra manera, un “arte”, algo que se hace con las manos. Palabras como “cirujano” o “quirófano” proceden del griego “khir” que significa mano.
Hasta hace muy pocos años en España aún existían “practicantes” que eran trabajadores sanitarios que ponían las inyecciones a domicilio. A los médicos se les llamaba “prácticos” e incluso “empíricos” porque eran personas que se movían sobre el terreno, en medios muy concretos, especialmente rurales.
Un enfermo no es un laboratorio; los seres humanos no somos iguales, ni cuando estamos sanos ni cuando estamos enfermos. No hay dos enfermos iguales. El remedio que vale para uno quizá valga para otro; pero quizá no.
Las crónicas del colonialismo cuentan las epidemias de “fiebre amarilla” que surgían en los barcos cargados de esclavos africanos y cómo afectaban a unos, los negreros, mientras los otros permanecían inmunes. Unos no contagiaban a otros a pesar de compartir durante la travesía un mismo espacio, muy reducido por lo demás.
Naturalmente que la medicina también tiene una teoría, e incluso varias y diferentes, algunas de las cuales son antiquísimas. Los tratados de medicina se cuentan entre los libros más antiguos, lo mismo que las facultades que enseñan la disciplina.
La medicina se apoya en la “experiencia” y las epidemias forman parte de ella, lo mismo que la inmunización y, lógicamente, la vacunación. Esa experiencia no ha surgido hoy sino que es secular y concierne a todo el mundo.
Los hechiceros de las tribus africanas, especialmente las mujeres, y los curanderos chinos e hindúes inmunizaban a la población hace ya muchísimos siglos, sobre todo a los pastores, los ganaderos y otras profesiones que tenían relación con la cría de animales.
Cuando los pueblos de África padecían viruela, envolvían las pústulas del brazo enfermo con un ligamento hasta que se quedaba adherida. Con él aplicaban una cataplasma en el brazo de los niños sanos para inmunizarles.
Los ganaderos ingleses también practicaban medios tradicionales de inmunización que en 1796 Edward Jenner puso por escrito, dando a conocer en occidente lo que en oriente ya sabían desde muchos siglos antes.
Pero ya saben lo que les ocurre a los occidentales; se creen el ombligo del mundo y han convertido a Jenner en el “padre de la inmunología”, como dice la Wikipedia (1) en una de sus tantas estupideces.
National Geographic tampoco se queda atrás al atribuir a Jenner la invención de las vacunas, calificándole como “el científico que más vidas ha salvado” (2).
Así podriamos seguir hasta aburrir a los lectores con miles de declaraciones absurdas del mismo estilo, o peores incluso. Algunos dicen que Jenner fue médico, pero vean un detalle: Jenner no pudo conseguir su título de medicina, que a finales del siglo XVIII sólo expedían las Universidades de Oxford y Cambridge en toda Inglaterra a cambio de una importante cantidad de dinero. En los Colegios de Médicos nunca le admitieron. Jenner era un “empírico” al que la medicina oficial no admitió en sus filas. Hoy le despreciarían, le calificarían de “curandero” o cosas peores, sobre todo esa banda de cretinos que despotrican contra los “magufos”.
Jenner ha subido a los altares de la ciencia después de ser un proscrito. En su época hizo algo que hoy los médicos no se atreven: experimentó por sí mismo, en su propio cuerpo, algo que echamos de menos en esos que están empeñados en hacer con los demás experimentos que jamás harían consigo mismos.
En los documentos más antiguos, a la vacunación la llamaban “variolización”. Los primeros aparecen en el siglo XVI en China. Sin embargo, la mención más antigua de esta práctica en los círculos intelectuales europeos no aparece hasta 1671, cuando el médico alemán Heinrich Voolgnad menciona el tratamiento con “viruelas de buena especie” que llevaba a cabo un “empírico” chino en las zonas rurales de Europa central.
Los médicos turcos aprendieron en India las prácticas populares de vacunación y tendieron un puente para que las terapias orientales se conocieran en occidente.
Hay, pues, una ingente experiencia práctica y teórica, tanto sobre epidemias como sobre vacunación, tanto sobre seres humanos como sobre ganado, que los manuales de medicina y veterinaria casi tienen olvidada porque están enfrascados en los laboratorios y los microscopios.
La vacunación es una parte consolidada de la ciencia y, ciertamente, ha salvado muchas vidas, tanto de seres humanos como de ganado, lo cual no puede hacer olvidar a nadie que, en definitiva, una vacuna es una intervención artificial sobre un cuerpo que está sano y que, en consecuencia, no necesita que le curen de nada.
Queda por contar la otra parte de la historia, que concierne a las vidas que han costado determinadas vacunas y los negocios organizados en torno a ellas. Esa parte negra de la medicina y la veterinaria forma parte de la ciencia exactamente igual que la otra.
•Notas:
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