¿Herramientas, accesorios o prótesis?
Josep Cónsola - enero de 2021
Herramienta: Cualquier instrumento dispositivo o medio para realizar un trabajo o lograr determinado fin
Accesorio: dependiente de una cosa principal. No necesario, secundario.
Prótesis: Colocación de una pieza postiza en sustitución de una parte del cuerpo.
“Este modelo de mundo trae la obligación de que cada habitante del mismo sea un cyborg, como tal no tiene herramientas de comunicación: tiene prótesis adosadas al cuerpo. Pese a que el usuario cyborg todavía cree tener el control de las mismas, la desmentida reina cuando observamos el padecimiento que el teletrabajo o la teleducación producen en cada uno” (César Hazaki, Planeta cyborg recargado)
De la implantación de prótesis
El capitalismo, después de provocar cada crisis, sufre una mutación, es lo mismo pero reavivado en un contexto en el cual hay muchos perdedores pero al mismo tiempo grandes ganadores. La crisis desencadenada en 2008 fue la antesala de la del 2020, en la primera se realizó una limpieza del sistema financiero mediante la liquidación de miles de grandes, medianas y pequeñas empresas financieras que fueron fagocitadas por las que estaban mejor relacionadas con las esferas de poder. De paso evaporaron cientos de miles de millones de los fondos de pensiones en todo el mundo y los ahorros de trabajadores que habían depositado su confianza en los consejos de miles de funcionarios bancarios los cuales les endosaban las llamadas obligaciones preferentes sin explicar en qué consistía esta modalidad de ahorro.
En el 2020, corregida y aumentada, la crisis provocada se ha dirigido a los sectores productivos y manufactureros destruyendo una parte importante del comercio convencional, como también de los servicios personales en especial los dedicados al ocio y turismo que quebrarán y su espacio comercial será fagotizado por las grandes cadenas internacionales mediante franquicias, siendo un caso peculiar de concentración empresarial en el caso de las aerolíneas, y al mismo tiempo de estos procesos más segmentados se ponían en juego toda una batería de medidas en la perspectiva de cambios radicales en el trabajo asalariado, en el consumo, en la cultura, en la economía y en la dependencia de las nuevas tecnologías de la información.
Los algoritmos, los smartphones, las fibras ópticas, el comercio on line, la enseñanza on line, la consulta sanitaria on line, la persecución de los supuestos contagiados on line, el trabajo on line,… Han supuesto un cambio cultural brutal impuesto bajo el reinado del terror pandémico. A la par, se han establecido legislaciones “ad hoc” reguladoras del trabajo a domicilio y del teletrabajo, legislaciones en lo que respecta a España han tenido su plasmación en los Decretos 8/2020, 15/2020 y el 28/2020.
Randstad destaca que a diciembre de 2020, 3.015.200 ocupados de nuestro país teletrabajan de manera habitual, es decir, más de la mitad de los días que trabajan, lo hacen desde sus domicilios (1).
El smartphone ha dejado de ser una herramienta o un accesorio para facilitar la comunicación y se ha convertido en una prótesis biométrica sustitutiva que forma parte del cuerpo y que sin ella una mayoría se siente inválida e incapacitada para el nuevo trabajo. Pero además las plataformas denominadas “sociales” (Whatsapp, Facebook, Twitter, Instragram…) se ha convertido en un elemento de ruptura con los circuitos de cultura popular que primaban la relación corpórea, física, entre las personas.
Jóvenes y no tan jóvenes, caminando por la calle, en metro, tren o autobús, en la cafetería o restaurante, adosados al celular constantemente alerta del pitido emitido que anuncia un nuevo mensaje quién sabe de que, convierten dicho aparato en una prótesis de su cuerpo y a través del cual se indica cuantos pasos se han caminado, cual es el ritmo cardíaco, por donde andar para llegar a un determinado lugar, las ofertas de Amazón, las órdenes del jefe de personal sobre el horario flexible, el minivideo del gato del vecino, los chismes del grupo de whatsapp, los twits… los comentarios sobre que hemos comprado, que hemos comido insertado en el perfil de facebook. Todo al instante, pitido tras pitido, frase tras frase, emoticón tras emoticón y con la misma rapidez que se emite, se olvida o se reenvía sin constatar su veracidad. Un imparable bombardeo cibernético cuyos daños colaterales son ignorados por los usuarios pero de gran alegría para los que almacenan toda esta cantidad de datos. Daños colaterales que incluyen el registro de las conversaciones privadas que escuchan desde los propios smartphones diseñados para permitirlo.
“Ya no podemos decir que los ciborg “están entre nosotros”, sin más bien que “somos nosotros”. No han bajado de un platillo volante, sino que, como dice Donna Haraway, forman parte de nuestra postmoderna naturaleza. A la vista de que cada vez un mayor número de nuestras funciones mecánicas y cognoscitivas están siendo usurpadas por la tecnología, en algunos ámbitos empieza a hablarse del cuerpo post-humano como aquel que ha sido modificado en su corporeidad. Los emoticonos, por ejemplo, sirven para suplir el componente gestual visible en la comunicación cara a cara (llanto, risa, emoción, acercamiento, alejamiento, deseo, etc.). Por otra parte, es interesante comprobar cómo en el desarrollo actual de las modernas tecnologías de lo virtual se produce una progresiva “encarnación”, que consiste en un creciente acoplamiento del cuerpo a los sensores y expositores de la interfaz (2).
Es un trascendental cambio cultural que salvando el tiempo, podemos asemejarlo a lo ocurrido a finales del siglo XIX cuando deliberadamente se destruyeron los circuitos culturales para intentar eliminar las resistencias ante las siniestras consecuencias de los cambios de patrón tecnológico y disciplinar y domesticar culturalmente el proletariado.
“Hay una historia oculta del capitalismo industrial. Tiene dos partes relacionadas. Una es cómo las tradiciones precapitalistas, las formas no racionales de cultura, el juego, la fantasía y la imaginación proporcionaron fuentes de resistencia al intercambio y a la racionalidad formal. La otra implica la represión sistemática y la eliminación de estas tradiciones y culturas. Durante el último siglo más o menos, la asimilación de las personas con tradiciones no industriales en un mercado laboral individualizado, el trabajo duro y alienante, la separación del trabajo y el ocio, y un mundo cosificado de valores e ideas cuantificados, estuvo plagado de sufrimiento, angustia, dolor y conflicto” (3).
De los datos
Para poner en funcionamiento esta “nueva normalidad” se precisan una gran cantidad de “datos” y una gran velocidad en la transmisión de los mismos y el capitalismo del siglo XXI ha realizado el descubrimiento de los datos como materia prima y dicha materia prima se encuentra instalada en las denominadas plataformas cuya misión es la recolección y procesamiento de dichos datos. Las plataformas como Google o Facebook analizan los perfiles de consumo y comportamiento ya sea social, laboral o político de cientos de millones de personas y los datos resultantes una vez analizados son vendidos o alquilados a las grandes corporaciones ya sean estas de carácter comercial o político (4).
Los “datos” son el petróleo del siglo XXI al mismo tiempo que los minerales necesarios para la fabricación de los componentes de las prótesis digitales tales como computadoras, teléfonos celulares, cámaras de infrarrojos y otros aparatos tanto de procesamiento de datos y videovigilancia como de aplicaciones en robótica industrial y material militar. Dichos minerales comúnmente denominados “tierras raras” abarcan una diversa gama (actinio, plutonio, torio, protactinio, uranio, americio, berkelio, californio, einstenio, fermio, nobelio, lawrencio, escandio, itrio lantano, cerio, praseodimio, neodimio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio, lutecio,…) cuyas mayores reservas se encuentran en el continente asiático, siendo Afganistán un enorme reservorio de ellas.
Así como el tantalio del que se extrae el coltán, el estaño, el tungsteno del que se extrae el wolframio y el oro denominados 3TG (Tin, Tantalum, Tungsten, Gold) ha sumido la República Democrática del Congo en una guerra que se está cobrando cientos de miles de vidas financiada por las grandes corporaciones de la industria electrónica, el litio y los minerales procedentes de las tierras raras son los nuevos objetivos del capitalismo del siglo XXI. Sus aplicaciones son diversas: la industria del automóvil para los coches eléctricos, la militar para misiles teledirigidos y la industria nuclear para sus reactores y a medida que la dependencia de los combustibles fósiles disminuya, la necesidad de guardar energía recolectada de diversas fuentes alternativas se volverá más importante y, con ella, la necesidad de estas tierras raras (5).
En Afganistán los marines estadounidenses fuertemente armados se despliegan en helicópteros por toda su geografía pero con ellos viajan también geólogos ataviados con cascos, chalecos antibalas y equipo militar con el objetivo de dibujar un mapa lo más preciso posible de las reservas minerales afganas. «En cuanto desciendes, asumes tu función como geólogo, casi te olvidas de que estás rodeado por marines», dice Jack H. Medlin, director de las campañas del Servicio de Inspección Geológica de EE.UU. (USGS) en Afganistán (6).
El gobierno americano estima cerca de un billón de dólares en recursos y el Pentágono lo llama la “Arabia Saudita del litio y tierras raras” (7).
En el informe “Mineral Resources of Afghanistan. Driver for Regional Economic Development” de Afghanistan Geological Survey 2011 (8.) dice que se necesitan grandes cantidades de energía para explorar los recursos naturales en Afganistán. Para garantizar un suministro continuo de energía, se están construyendo plantas de energía a carbón en el centro de Afganistán y plantas de energía a gas en el norte de Afganistán. La infraestructura está creciendo rápidamente en todo el país. Se construyen autopistas, vías de acceso, líneas de ferrocarril, electricidad, suministro de agua, centros comerciales, etc. El gobierno de Kabul está promoviendo este proceso mediante la emisión de garantías de que la inversión extranjera no será nacionalizada. Las licencias para minas se otorgarán por un período de 30 años, con la posibilidad de extenderlas posteriormente cada 5 años (9).
Las negociaciones del gobierno títere de Kabul con las grandes corporaciones se basa en dos compromisos: la continuidad de producción de opio para satisfacer la demanda tanto de los consumidores particulares como de la industria químico-farmacéutica occidental y la venta a mejor postor de las riquezas del subsuelo.
Todo ello forma parte del gran cambio de patrón tecnológico controlado por un pequeño grupo de corporaciones transnacionales y junto a este cambio la modificación de los comportamientos humanos culturales, sociales, políticos e ideológicos cuyos primeros resultados podemos comprobar a través de la gran campaña pandémica iniciada en marzo de 2020.
Lo que se pone en juego no es otra cosa que la mercantilización integral de la vida y una organización algorítmica de la sociedad. De esta manera, bajo la promesa de hacer del mundo un lugar “mejor, sustentable e inteligente”, se constituye como el faro mundial de un nuevo tipo de negocios y el epicentro de una visión de mundo con rasgos totalitarios que erige a las tecnologías por encima del ser humano, presentándolas como la solución incuestionable para todos los problemas. “El espíritu de Silicon Valley, entonces, encarna la verdad económico-empresarial, interiorizada e integrada en todo lugar” (10).
Josep Cónsola - enero de 2021
Herramienta: Cualquier instrumento dispositivo o medio para realizar un trabajo o lograr determinado fin
Accesorio: dependiente de una cosa principal. No necesario, secundario.
Prótesis: Colocación de una pieza postiza en sustitución de una parte del cuerpo.
“Este modelo de mundo trae la obligación de que cada habitante del mismo sea un cyborg, como tal no tiene herramientas de comunicación: tiene prótesis adosadas al cuerpo. Pese a que el usuario cyborg todavía cree tener el control de las mismas, la desmentida reina cuando observamos el padecimiento que el teletrabajo o la teleducación producen en cada uno” (César Hazaki, Planeta cyborg recargado)
De la implantación de prótesis
El capitalismo, después de provocar cada crisis, sufre una mutación, es lo mismo pero reavivado en un contexto en el cual hay muchos perdedores pero al mismo tiempo grandes ganadores. La crisis desencadenada en 2008 fue la antesala de la del 2020, en la primera se realizó una limpieza del sistema financiero mediante la liquidación de miles de grandes, medianas y pequeñas empresas financieras que fueron fagocitadas por las que estaban mejor relacionadas con las esferas de poder. De paso evaporaron cientos de miles de millones de los fondos de pensiones en todo el mundo y los ahorros de trabajadores que habían depositado su confianza en los consejos de miles de funcionarios bancarios los cuales les endosaban las llamadas obligaciones preferentes sin explicar en qué consistía esta modalidad de ahorro.
En el 2020, corregida y aumentada, la crisis provocada se ha dirigido a los sectores productivos y manufactureros destruyendo una parte importante del comercio convencional, como también de los servicios personales en especial los dedicados al ocio y turismo que quebrarán y su espacio comercial será fagotizado por las grandes cadenas internacionales mediante franquicias, siendo un caso peculiar de concentración empresarial en el caso de las aerolíneas, y al mismo tiempo de estos procesos más segmentados se ponían en juego toda una batería de medidas en la perspectiva de cambios radicales en el trabajo asalariado, en el consumo, en la cultura, en la economía y en la dependencia de las nuevas tecnologías de la información.
Los algoritmos, los smartphones, las fibras ópticas, el comercio on line, la enseñanza on line, la consulta sanitaria on line, la persecución de los supuestos contagiados on line, el trabajo on line,… Han supuesto un cambio cultural brutal impuesto bajo el reinado del terror pandémico. A la par, se han establecido legislaciones “ad hoc” reguladoras del trabajo a domicilio y del teletrabajo, legislaciones en lo que respecta a España han tenido su plasmación en los Decretos 8/2020, 15/2020 y el 28/2020.
Randstad destaca que a diciembre de 2020, 3.015.200 ocupados de nuestro país teletrabajan de manera habitual, es decir, más de la mitad de los días que trabajan, lo hacen desde sus domicilios (1).
El smartphone ha dejado de ser una herramienta o un accesorio para facilitar la comunicación y se ha convertido en una prótesis biométrica sustitutiva que forma parte del cuerpo y que sin ella una mayoría se siente inválida e incapacitada para el nuevo trabajo. Pero además las plataformas denominadas “sociales” (Whatsapp, Facebook, Twitter, Instragram…) se ha convertido en un elemento de ruptura con los circuitos de cultura popular que primaban la relación corpórea, física, entre las personas.
Jóvenes y no tan jóvenes, caminando por la calle, en metro, tren o autobús, en la cafetería o restaurante, adosados al celular constantemente alerta del pitido emitido que anuncia un nuevo mensaje quién sabe de que, convierten dicho aparato en una prótesis de su cuerpo y a través del cual se indica cuantos pasos se han caminado, cual es el ritmo cardíaco, por donde andar para llegar a un determinado lugar, las ofertas de Amazón, las órdenes del jefe de personal sobre el horario flexible, el minivideo del gato del vecino, los chismes del grupo de whatsapp, los twits… los comentarios sobre que hemos comprado, que hemos comido insertado en el perfil de facebook. Todo al instante, pitido tras pitido, frase tras frase, emoticón tras emoticón y con la misma rapidez que se emite, se olvida o se reenvía sin constatar su veracidad. Un imparable bombardeo cibernético cuyos daños colaterales son ignorados por los usuarios pero de gran alegría para los que almacenan toda esta cantidad de datos. Daños colaterales que incluyen el registro de las conversaciones privadas que escuchan desde los propios smartphones diseñados para permitirlo.
“Ya no podemos decir que los ciborg “están entre nosotros”, sin más bien que “somos nosotros”. No han bajado de un platillo volante, sino que, como dice Donna Haraway, forman parte de nuestra postmoderna naturaleza. A la vista de que cada vez un mayor número de nuestras funciones mecánicas y cognoscitivas están siendo usurpadas por la tecnología, en algunos ámbitos empieza a hablarse del cuerpo post-humano como aquel que ha sido modificado en su corporeidad. Los emoticonos, por ejemplo, sirven para suplir el componente gestual visible en la comunicación cara a cara (llanto, risa, emoción, acercamiento, alejamiento, deseo, etc.). Por otra parte, es interesante comprobar cómo en el desarrollo actual de las modernas tecnologías de lo virtual se produce una progresiva “encarnación”, que consiste en un creciente acoplamiento del cuerpo a los sensores y expositores de la interfaz (2).
Es un trascendental cambio cultural que salvando el tiempo, podemos asemejarlo a lo ocurrido a finales del siglo XIX cuando deliberadamente se destruyeron los circuitos culturales para intentar eliminar las resistencias ante las siniestras consecuencias de los cambios de patrón tecnológico y disciplinar y domesticar culturalmente el proletariado.
“Hay una historia oculta del capitalismo industrial. Tiene dos partes relacionadas. Una es cómo las tradiciones precapitalistas, las formas no racionales de cultura, el juego, la fantasía y la imaginación proporcionaron fuentes de resistencia al intercambio y a la racionalidad formal. La otra implica la represión sistemática y la eliminación de estas tradiciones y culturas. Durante el último siglo más o menos, la asimilación de las personas con tradiciones no industriales en un mercado laboral individualizado, el trabajo duro y alienante, la separación del trabajo y el ocio, y un mundo cosificado de valores e ideas cuantificados, estuvo plagado de sufrimiento, angustia, dolor y conflicto” (3).
De los datos
Para poner en funcionamiento esta “nueva normalidad” se precisan una gran cantidad de “datos” y una gran velocidad en la transmisión de los mismos y el capitalismo del siglo XXI ha realizado el descubrimiento de los datos como materia prima y dicha materia prima se encuentra instalada en las denominadas plataformas cuya misión es la recolección y procesamiento de dichos datos. Las plataformas como Google o Facebook analizan los perfiles de consumo y comportamiento ya sea social, laboral o político de cientos de millones de personas y los datos resultantes una vez analizados son vendidos o alquilados a las grandes corporaciones ya sean estas de carácter comercial o político (4).
Los “datos” son el petróleo del siglo XXI al mismo tiempo que los minerales necesarios para la fabricación de los componentes de las prótesis digitales tales como computadoras, teléfonos celulares, cámaras de infrarrojos y otros aparatos tanto de procesamiento de datos y videovigilancia como de aplicaciones en robótica industrial y material militar. Dichos minerales comúnmente denominados “tierras raras” abarcan una diversa gama (actinio, plutonio, torio, protactinio, uranio, americio, berkelio, californio, einstenio, fermio, nobelio, lawrencio, escandio, itrio lantano, cerio, praseodimio, neodimio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio, lutecio,…) cuyas mayores reservas se encuentran en el continente asiático, siendo Afganistán un enorme reservorio de ellas.
Así como el tantalio del que se extrae el coltán, el estaño, el tungsteno del que se extrae el wolframio y el oro denominados 3TG (Tin, Tantalum, Tungsten, Gold) ha sumido la República Democrática del Congo en una guerra que se está cobrando cientos de miles de vidas financiada por las grandes corporaciones de la industria electrónica, el litio y los minerales procedentes de las tierras raras son los nuevos objetivos del capitalismo del siglo XXI. Sus aplicaciones son diversas: la industria del automóvil para los coches eléctricos, la militar para misiles teledirigidos y la industria nuclear para sus reactores y a medida que la dependencia de los combustibles fósiles disminuya, la necesidad de guardar energía recolectada de diversas fuentes alternativas se volverá más importante y, con ella, la necesidad de estas tierras raras (5).
En Afganistán los marines estadounidenses fuertemente armados se despliegan en helicópteros por toda su geografía pero con ellos viajan también geólogos ataviados con cascos, chalecos antibalas y equipo militar con el objetivo de dibujar un mapa lo más preciso posible de las reservas minerales afganas. «En cuanto desciendes, asumes tu función como geólogo, casi te olvidas de que estás rodeado por marines», dice Jack H. Medlin, director de las campañas del Servicio de Inspección Geológica de EE.UU. (USGS) en Afganistán (6).
El gobierno americano estima cerca de un billón de dólares en recursos y el Pentágono lo llama la “Arabia Saudita del litio y tierras raras” (7).
En el informe “Mineral Resources of Afghanistan. Driver for Regional Economic Development” de Afghanistan Geological Survey 2011 (8.) dice que se necesitan grandes cantidades de energía para explorar los recursos naturales en Afganistán. Para garantizar un suministro continuo de energía, se están construyendo plantas de energía a carbón en el centro de Afganistán y plantas de energía a gas en el norte de Afganistán. La infraestructura está creciendo rápidamente en todo el país. Se construyen autopistas, vías de acceso, líneas de ferrocarril, electricidad, suministro de agua, centros comerciales, etc. El gobierno de Kabul está promoviendo este proceso mediante la emisión de garantías de que la inversión extranjera no será nacionalizada. Las licencias para minas se otorgarán por un período de 30 años, con la posibilidad de extenderlas posteriormente cada 5 años (9).
Las negociaciones del gobierno títere de Kabul con las grandes corporaciones se basa en dos compromisos: la continuidad de producción de opio para satisfacer la demanda tanto de los consumidores particulares como de la industria químico-farmacéutica occidental y la venta a mejor postor de las riquezas del subsuelo.
Todo ello forma parte del gran cambio de patrón tecnológico controlado por un pequeño grupo de corporaciones transnacionales y junto a este cambio la modificación de los comportamientos humanos culturales, sociales, políticos e ideológicos cuyos primeros resultados podemos comprobar a través de la gran campaña pandémica iniciada en marzo de 2020.
Lo que se pone en juego no es otra cosa que la mercantilización integral de la vida y una organización algorítmica de la sociedad. De esta manera, bajo la promesa de hacer del mundo un lugar “mejor, sustentable e inteligente”, se constituye como el faro mundial de un nuevo tipo de negocios y el epicentro de una visión de mundo con rasgos totalitarios que erige a las tecnologías por encima del ser humano, presentándolas como la solución incuestionable para todos los problemas. “El espíritu de Silicon Valley, entonces, encarna la verdad económico-empresarial, interiorizada e integrada en todo lugar” (10).