El nuevo latifundismo es consecuencia de las desastrosas políticas seudoecologistas
publicado en el blog Movimiento político de resistencia en marzo de 2020
Desde comienzos de la década de 2000 Alemania ha estado fomentando la industria del biogás a gran escala, lo mismo que otras políticas seudoecologistas. Dos décadas después las instalaciones industriales se han apoderado rápidamente del sector, ocupando cada vez más tierras agrícolas.
Las políticas verdes han cambiado el paisaje rural. Yo no hay cultivos ni ganado a la vista sino fábricas de biogás, como la de Güstrow, en el norte de Alemania. Cuando se inauguró en 2009 era la planta de biogás más grande del mundo, con docenas de biodigestores que acumulaban una capacidad de producción de 50 megavatios hora (MWh). Hoy en día, Güstrow, como la otra planta gigantesca de la región, abierta unos años antes en Penkun, se ha convertido en el símbolo de la deriva del biogás alemán.
“Tenemos muchas plantas de biogás muy grandes en la región. Originalmente la idea era que los agricultores convirtieran sus residuos agrícolas en energía in situ”, explica Sebastian von Schie, portavoz de Los Verdes. “Pero la economía de mercado capitalista está orientada hacia el máximo beneficio. Así que la buena idea del principio ha sido secuestrada para convertirse en una industria”, se lamenta.
El biogás es una de las “energías renovables” subvencionadas en Alemania por la ley aprobada en 2000. Al igual que la energía fotovoltaica o eólica, la electricidad producida por el biogás se beneficia de exenciones fiscales, garantizadas durante 20 años. Esa política dio sus frutos rápidamente: el número de instalaciones pasó de unas 1.000 en 2000 a más de 7.000 en 2011.
Actualmente hay alrededor de 9.500 instalaciones de biogás en Alemania, que representan el 5 por ciento del consumo de electricidad.
Los gigantescos parques de biogás de Güstrow y Penkun son propiedad de un monopolio llamado Nawaro. La empresa se fundó en 2005 con el objetivo de producir biogás a escala industrial. La empresa también administra parques en Croacia, Letonia y Ucrania. En otras palabras, el dinero público que se justifica con pretextos verdes cae en los bolsillos de grandes empresas monopolistas.
Otro monopolio que desempeñó un papel importante en la expansión del biogás alemán fue KTG Agrar, una empresa que salió a bolsa en 2007. Adquirió decenas de miles de hectáreas de tierra en Alemania oriental y también se instaló en Rumania y Lituania, hasta que quebró en 2016. Los especuladores aprovecharon la situación para comprar la mayoría de las tierras y las instalaciones.
“En lugar de utilizar los residuos para producir gas, que es el concepto original, estas instalaciones utilizan un recurso primario, las cosechas alimentarios, que se cultivan específicamente para la desmetanización”, explica Von Schie. Para producir biogás a escala industrial, las grandes plantas necesitan grandes cantidades de cultivos, principalmente maíz, que ofrece el mayor rendimiento de gas cuando se fermenta en biodigestores. Por lo tanto, necesitan grandes superficies de tierra que dedican a un monocultivo, lo que reduce la biodiversidad.
Como resultado de ello, la superficie de maíz en Alemania está creciendo rápidamente. Ya en 2011 se cultivaban 700.000 hectáreas de maíz para biogás en Alemania. En 2018 la cifra se elevó a casi un millón de hectáreas, más que la superficie de Córcega. Mientras que la superficie de colza para biodiésel ha disminuido: 713.000 hectáreas en 2017, en comparación con 910.000 en 2011.
A principios de 2010 el biogás fue muy controvertido en Alemania. Las pequeñas granjas ya no tenían acceso a la tierra, ya que el precio de las tierras de cultivo se disparó debido al interés de los grandes especuladores de la energía. Regiones enteras terminaron con monocultivos de maíz.
“En Baja Sajonia se está cultivando cada vez más maíz para producir biogás y cada vez más agricultores orgánicos están perdiendo sus tierras porque la electricidad procedente del maíz está más subvencionada por el Estado que los productos orgánicos”, dijo la asociación de agricultores orgánicos Bioland en 2015.
El año pasado la Oficina Federal del Medio Ambiente señala con el dedo un nuevo peligro: los accidentes industriales. Desde 2005 al menos 17 trabajadores han muerto en las plantas de biogás y 74 han resultado heridos (5).
Ante los estragos de las políticas seudoecologistas, en 2014 se reformó la Ley de Energías Renovables, reduciendo las subvenciones públicas al biogás. También se redujeron los precios de compra de esta electricidad, se fijó un límite del volumen de maíz introducido en las instalaciones en un 60 por ciento y en 2017 se redujo al 50 por ciento. Para el 2022 debe caer al 44 por ciento. Desde entonces, el número de plantas nuevas ha disminuido drásticamente: sólo se iniciaron 122 en 2017, y 113 en 2018. Sin embargo, las instalaciones más antiguos siguen beneficiándose de las reducciones de impuestos que tuvieron al principio.
Los centros de investigación que viven de las subvenciones verdes están tratando de desarrollar la producción de biogás a partir de plantas silvestres para que no destruir la biodiversidad. “Queremos mostrar que esto es posible. Sembrar, cosechar, bio-digestores... Técnicamente, el proceso funciona a todos los niveles con las plantas silvestres”, dice Jochen Goedecke, quien dirigió el experimento de la asociación ambientalista Nabu en la región de Baden-Württemberg.
Sin embargo, el rendimiento de las plantas silvestres es muy inferior al del maíz en lo que respecta a la producción de gas. “Las plantas silvestres tienen muchas ventajas para el suelo y para la biodiversidad. Sin embargo, no pueden sustituir totalmente el maíz para el biogás”, admite el dirigente de la asociación. “Se podría alentar a los agricultores a utilizar más plantas silvestres en sus fábricas de biogás subvencionando el proceso, ya sea a través del componente ecológico de la Política Agraria Común o de las políticas de subvención agrícola de los estados regionales alemanes”.
“En Alemania hemos tenido esta experiencia con el desarrollo industrial del biogás. El error no debe repetirse en ningún otro lugar de Europa”, concluye Von Schie.
publicado en el blog Movimiento político de resistencia en marzo de 2020
Desde comienzos de la década de 2000 Alemania ha estado fomentando la industria del biogás a gran escala, lo mismo que otras políticas seudoecologistas. Dos décadas después las instalaciones industriales se han apoderado rápidamente del sector, ocupando cada vez más tierras agrícolas.
Las políticas verdes han cambiado el paisaje rural. Yo no hay cultivos ni ganado a la vista sino fábricas de biogás, como la de Güstrow, en el norte de Alemania. Cuando se inauguró en 2009 era la planta de biogás más grande del mundo, con docenas de biodigestores que acumulaban una capacidad de producción de 50 megavatios hora (MWh). Hoy en día, Güstrow, como la otra planta gigantesca de la región, abierta unos años antes en Penkun, se ha convertido en el símbolo de la deriva del biogás alemán.
“Tenemos muchas plantas de biogás muy grandes en la región. Originalmente la idea era que los agricultores convirtieran sus residuos agrícolas en energía in situ”, explica Sebastian von Schie, portavoz de Los Verdes. “Pero la economía de mercado capitalista está orientada hacia el máximo beneficio. Así que la buena idea del principio ha sido secuestrada para convertirse en una industria”, se lamenta.
El biogás es una de las “energías renovables” subvencionadas en Alemania por la ley aprobada en 2000. Al igual que la energía fotovoltaica o eólica, la electricidad producida por el biogás se beneficia de exenciones fiscales, garantizadas durante 20 años. Esa política dio sus frutos rápidamente: el número de instalaciones pasó de unas 1.000 en 2000 a más de 7.000 en 2011.
Actualmente hay alrededor de 9.500 instalaciones de biogás en Alemania, que representan el 5 por ciento del consumo de electricidad.
Los gigantescos parques de biogás de Güstrow y Penkun son propiedad de un monopolio llamado Nawaro. La empresa se fundó en 2005 con el objetivo de producir biogás a escala industrial. La empresa también administra parques en Croacia, Letonia y Ucrania. En otras palabras, el dinero público que se justifica con pretextos verdes cae en los bolsillos de grandes empresas monopolistas.
Otro monopolio que desempeñó un papel importante en la expansión del biogás alemán fue KTG Agrar, una empresa que salió a bolsa en 2007. Adquirió decenas de miles de hectáreas de tierra en Alemania oriental y también se instaló en Rumania y Lituania, hasta que quebró en 2016. Los especuladores aprovecharon la situación para comprar la mayoría de las tierras y las instalaciones.
“En lugar de utilizar los residuos para producir gas, que es el concepto original, estas instalaciones utilizan un recurso primario, las cosechas alimentarios, que se cultivan específicamente para la desmetanización”, explica Von Schie. Para producir biogás a escala industrial, las grandes plantas necesitan grandes cantidades de cultivos, principalmente maíz, que ofrece el mayor rendimiento de gas cuando se fermenta en biodigestores. Por lo tanto, necesitan grandes superficies de tierra que dedican a un monocultivo, lo que reduce la biodiversidad.
Como resultado de ello, la superficie de maíz en Alemania está creciendo rápidamente. Ya en 2011 se cultivaban 700.000 hectáreas de maíz para biogás en Alemania. En 2018 la cifra se elevó a casi un millón de hectáreas, más que la superficie de Córcega. Mientras que la superficie de colza para biodiésel ha disminuido: 713.000 hectáreas en 2017, en comparación con 910.000 en 2011.
A principios de 2010 el biogás fue muy controvertido en Alemania. Las pequeñas granjas ya no tenían acceso a la tierra, ya que el precio de las tierras de cultivo se disparó debido al interés de los grandes especuladores de la energía. Regiones enteras terminaron con monocultivos de maíz.
“En Baja Sajonia se está cultivando cada vez más maíz para producir biogás y cada vez más agricultores orgánicos están perdiendo sus tierras porque la electricidad procedente del maíz está más subvencionada por el Estado que los productos orgánicos”, dijo la asociación de agricultores orgánicos Bioland en 2015.
El año pasado la Oficina Federal del Medio Ambiente señala con el dedo un nuevo peligro: los accidentes industriales. Desde 2005 al menos 17 trabajadores han muerto en las plantas de biogás y 74 han resultado heridos (5).
Ante los estragos de las políticas seudoecologistas, en 2014 se reformó la Ley de Energías Renovables, reduciendo las subvenciones públicas al biogás. También se redujeron los precios de compra de esta electricidad, se fijó un límite del volumen de maíz introducido en las instalaciones en un 60 por ciento y en 2017 se redujo al 50 por ciento. Para el 2022 debe caer al 44 por ciento. Desde entonces, el número de plantas nuevas ha disminuido drásticamente: sólo se iniciaron 122 en 2017, y 113 en 2018. Sin embargo, las instalaciones más antiguos siguen beneficiándose de las reducciones de impuestos que tuvieron al principio.
Los centros de investigación que viven de las subvenciones verdes están tratando de desarrollar la producción de biogás a partir de plantas silvestres para que no destruir la biodiversidad. “Queremos mostrar que esto es posible. Sembrar, cosechar, bio-digestores... Técnicamente, el proceso funciona a todos los niveles con las plantas silvestres”, dice Jochen Goedecke, quien dirigió el experimento de la asociación ambientalista Nabu en la región de Baden-Württemberg.
Sin embargo, el rendimiento de las plantas silvestres es muy inferior al del maíz en lo que respecta a la producción de gas. “Las plantas silvestres tienen muchas ventajas para el suelo y para la biodiversidad. Sin embargo, no pueden sustituir totalmente el maíz para el biogás”, admite el dirigente de la asociación. “Se podría alentar a los agricultores a utilizar más plantas silvestres en sus fábricas de biogás subvencionando el proceso, ya sea a través del componente ecológico de la Política Agraria Común o de las políticas de subvención agrícola de los estados regionales alemanes”.
“En Alemania hemos tenido esta experiencia con el desarrollo industrial del biogás. El error no debe repetirse en ningún otro lugar de Europa”, concluye Von Schie.