¿Sobrevivirá la Unión Europea al coronavirus?
artículo publicado en la web Nuevo Curso - marzo de 2020
La Unión Europea ha cerrado sus fronteras exteriores. Las interiores han ido cayendo una a una, desde Alemania a España. Ya solo viajan por Europa las mercancías y quienes las transportan. Aunque sean medidas temporales, el cierre de fronteras internas ha venido precedido y acompañado de un verdadero espectáculo de mezquindad de Alemania y Francia. A día de hoy la Unión Europea no puede ya ocultar su naturaleza y son cada vez más las voces que la presentan como la primera gran víctima política del coronavirus.
Cuando los gobiernos aceptan «cientos de miles» de muertes con tal de mantener el capital produciendo beneficios…
Thomas De Quincey advertía en un famoso ensayo satírico que si uno se permite un asesinato es posible que acabe «por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente». Y eso parece estar siendo la descripción más ajustada de lo que está ocurriendo en Europa. Gran Bretaña «descubre» ahora que su «estrategia» para la epidemia -dejar que se desarrolle- costará cientos de miles de muertes superando en más de ocho veces la capacidad del NHS para atender pacientes. Gran Bretaña no es parte ya de la UE, pero su estrategia es la misma que en realidad está siguiendo Alemania y siguió hasta ayer Francia.
El gobierno alemán está demorando mucho más allá de lo racional el confinamiento y el cierre de empresas. Las declaraciones de Merkel asegurando que entre el 60 y el 70% de la población alemana padecerá la epidemia son una confesión abierta de que con tal de no parar el aparato productivo acepta sin pestañear un mínimo de 150.000 muertes.
La pomposa brutalidad de la prensa alemana se aprestó a jalear a Altmaier, el ministro de Economía, cuando presentó su «bazooka» contra los efectos económicos del coronavirus acompañado de un llamamiento a reestructurar las cadenas de producción para reducir la dependencia de China sin reparar en nada y abriendo la puerta incluso a la nacionalización de sectores clave. Llovía sobre mojado, la prensa de todo signo venía exhibiendo una «sinofobia estratégica» desde el comienzo de la recesión industrial en el último cuatrimestre del año pasado. El famoso «bazooka» no era sino capitalismo de estado de guerra en estado puro. Una demostración de fuerza de la capacidad de centralización del capital nacional alemán. La burguesía alemana parece dispuesta a todo… Todo menos confinar a los trabajadores para evitar la propagación de contagios.
Macron estiró hasta ayer mismo la inacción, multiplicando los contagios con tal de celebrar las elecciones el domingo pasado. Y solo ayer, en cuanto acabó el recuento, sacó el discurso bélico -«estamos en guerra contra un enemigo invisible»-, echó las culpas a la población de haber confiado en la banalización de la epidemia que el propio gobierno y sus medios alentaban y decretó el confinamiento. Como Sánchez con el 8M… pero una semana después, lo que resulta doble delito.
…no cabe esperar ninguna «solidaridad» internacional
¿No habían hecho realmente nada Macron y Merkel? En realidad sí, y sus «medidas» son la clave de lo que viene. Su primera reacción fue aislar Italia y poco después cerrar fronteras. La segunda prohibir exportar materiales médicos y hasta mascarillas… a pesar de los llamamientos italianos de socorro. La famosa «solidaridad» entre países de la UE había quedado en nada.
Bruselas, amenazando con multas consiguió que tanto Merkel como Macron recapacitaran sobre su prohibición de exportar mascarillas. Pero el gesto original, por mucho que hubiera sido corregido, y las fronteras, que siguen cerradas, dejaban en evidencia que la UE no había intentado siquiera sentar las bases mínimas de una política conjunta contra la propagación de la epidemia.
Al revés, cada estado ha intentado «aguantar un poco más» que sus vecinos europeos y que sus rivales imperialistas globales (EEUU y China) para obtener «ventajas competitivas». Los tiempos de reacción han dependido tan solo de la fortaleza de los aparatos políticos. Conte y Sánchez, en la máxima precariedad parlamentaria, han sido los primeros en tomar -aunque tarde- medidas. Johnson, reforzado con un parlamento a su medida y un partido purgado, se encamina a una matanza masiva por inacción. Macron aguantó como pudo hasta las elecciones y Merkel intenta navegar como siempre: afirmando como una fatalidad sin alternativas la primacía del interés nacional, es decir, el interés del capital nacional, sobre la vida y la seguridad de la gran mayoría.
El nacionalismo mata
Pero aun hay algo más que destacar. Cuando EEUU cerró vuelos con Europa, Bruselas le afeó la «unilateralidad». Pero en realidad era lo mismo que había hecho con el tráfico aéreo y harían inmediatamente después con las fronteras terrestres Austria o Francia con Italia y lo que poco después haría Alemania con Francia y Austria.
Y conforme se extendía la epidemia y se hacían más y más perentorias las medidas que no acababan de llegar, más incentivos tenían, no solo los «erasmus», sino los jubilados residentes en países distintos al de su pasaporte y buena parte de los trabajadores desplazados, de «volver a casa». La tardanza deliberada en imponer el confinamiento reproducía así entre países lo que había pasado antes entre regiones dentro de cada país: al no restringirse la movilidad, las regiones con más infectados enviaban miles de personas a las que habían quedado relativamente a salvo… extendiendo aun más la epidemia.
Lo que no es menor, Argentina, Colombia, Perú, Bolivia… empezaron a recibir nacionales infectados desde España mientras el gobierno Sánchez retrasaba el confinamiento para poder celebrar el 8M y mantener las empresas abiertas hasta el último momento. Lo mismo pasaba al mismo tiempo en el Magreb y en media África desde Francia. La experiencia de pandemias anteriores lo hacía perfectamente predecible. Un virus aéreo tiende a reproducir en su contagio las relaciones familiares y personales, que a su vez reflejan flujos comerciales y migratorios anteriores, todo ese mapa de migraciones y exílios que ha dado forma histórica a la clase trabajadora por encima de las fronteras nacionales.
El tejido familiar y personal de millones de personas en España y Francia en Sudamérica y África hacía aun más importante parar la propagación cuanto antes. Pero ningún gobierno, ni el Elíseo, ni Moncloa ni menos aún los regionales de cada país, contabilizaban entre sus riesgos el impacto que la extensión en su territorio significaría para los que no viven en ellos. Los cierres de vuelos y fronteras, las repatriaciones en masa, alentadas o directamente organizadas por los estados y regiones, se hicieron bajo un implícito nacionalista: culpar de la propagación a los casos «importados» para presentar como «todavía innecesario» el confinamiento que ya empezaba a retrasarse demasiado. Así, el nacionalismo tapaba una vez más la supeditación de la vida de las personas a las ansias reproductivas del capital… y se convertía en justificación de medidas que aceleraban la propagación e internacionalización de la epidemia.
Los trabajadores, no los gobiernos, luchan internacionalmente
Es ya evidente para todos que de la UE y sus gobiernos poco cabe esperar ante esta epidemia. Su objetivo es minimizar el daño que los capitales nacionales sufran por las caídas de actividad y consumo, y aceptan de buena gana un cierto número de muertes entre los trabajadores, en algunos casos, como hemos visto en Gran Bretaña o Alemania, hasta de cientos de miles. Mantener las fábricas y los centros de trabajo abiertos aun durante el confinamiento es simplemente concentrar los riesgos en los trabajadores.
Por eso las huelgas espontáneas que empezaron en Italia exigiendo los cierres de los centros de trabajo son tan importantes. En primer lugar porque no son «nacionales»: ayer mismo una serie de estallidos en grandes fábricas españolas (Mercedes, FASA Renault, IVECO…) dieron la señal para que miles de trabajadores se unieran en España -hoy mismo en Balay– a la lucha de tantos otros que despunta en Italia, Francia, Bélgica y Gran Bretaña y que deja claro que es el momento de ir a la huelga en todos los centros de trabajo que no estén dedicados a la producción esencial para exigir:
1. El cierre de toda la producción no esencial y la puesta en marcha del confinamiento general
2. La reversión de todos los despidos, tanto definitivos como temporales, y remuneración como baja médica a los trabajadores de todo el tiempo de confinamiento
3. La extensión de las pruebas a toda la población con síntomas
4. El refuerzo urgente de equipos médicos y sanitarios, y la puesta en marcha de estructuras y hospitales de emergencia en número suficiente para permitir la monitorización y aislamiento de los pacientes de riesgo
Lo que no debemos olvidar
Lo que estamos viendo es que frente a un peligro global, la burguesía y sus gobiernos son incapaces de actuar no ya mundial sino incluso regionalmente.
La principal lección que nos tiene que dejar como trabajadores el desarrollo de la epidemia es que las amenazas a las que nos enfrentamos como clase son globales: el virus, como la crisis, no conoce de fronteras, y lo que ocurre en cada lugar afecta al resto. Simplemente, no hay soluciones nacionales. Ni siquiera cabe esperar una «coordinación», los intereses de cada capital nacional impiden que las clases dirigentes puedan aportar verdaderas soluciones mundiales. Siempre tendrán incentivos para «esperar un poco más», llamarnos a «seguir con la vida normal» primero y luego a la «responsabilidad individual»… con tal de no perder situación competitiva. - «Coronavirus: Salvar vidas, no inversiones», extracto del comunicado de Emancipación
Si alguien creyó alguna vez que la Unión Europea podía servir para templar las ansias de los capitales nacionales y poner por delante las necesidades humanas universales más básicas, puede ver refutadas sus esperanzas hoy, una vez más, con absoluta claridad. Por contra, los que dudaran de la capacidad de la clase trabajadora para plantar cara a la barbarie del capital por encima de las fronteras nacionales, tienen en estos días una demostración palpable de cómo la clase trabajadora no solo existe como clase universal sino que su lucha es la única capaz de afirmar la primacía de las necesidades humanas de un modo efectivo y por encima de las fronteras.
artículo publicado en la web Nuevo Curso - marzo de 2020
La Unión Europea ha cerrado sus fronteras exteriores. Las interiores han ido cayendo una a una, desde Alemania a España. Ya solo viajan por Europa las mercancías y quienes las transportan. Aunque sean medidas temporales, el cierre de fronteras internas ha venido precedido y acompañado de un verdadero espectáculo de mezquindad de Alemania y Francia. A día de hoy la Unión Europea no puede ya ocultar su naturaleza y son cada vez más las voces que la presentan como la primera gran víctima política del coronavirus.
Cuando los gobiernos aceptan «cientos de miles» de muertes con tal de mantener el capital produciendo beneficios…
Thomas De Quincey advertía en un famoso ensayo satírico que si uno se permite un asesinato es posible que acabe «por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente». Y eso parece estar siendo la descripción más ajustada de lo que está ocurriendo en Europa. Gran Bretaña «descubre» ahora que su «estrategia» para la epidemia -dejar que se desarrolle- costará cientos de miles de muertes superando en más de ocho veces la capacidad del NHS para atender pacientes. Gran Bretaña no es parte ya de la UE, pero su estrategia es la misma que en realidad está siguiendo Alemania y siguió hasta ayer Francia.
El gobierno alemán está demorando mucho más allá de lo racional el confinamiento y el cierre de empresas. Las declaraciones de Merkel asegurando que entre el 60 y el 70% de la población alemana padecerá la epidemia son una confesión abierta de que con tal de no parar el aparato productivo acepta sin pestañear un mínimo de 150.000 muertes.
La pomposa brutalidad de la prensa alemana se aprestó a jalear a Altmaier, el ministro de Economía, cuando presentó su «bazooka» contra los efectos económicos del coronavirus acompañado de un llamamiento a reestructurar las cadenas de producción para reducir la dependencia de China sin reparar en nada y abriendo la puerta incluso a la nacionalización de sectores clave. Llovía sobre mojado, la prensa de todo signo venía exhibiendo una «sinofobia estratégica» desde el comienzo de la recesión industrial en el último cuatrimestre del año pasado. El famoso «bazooka» no era sino capitalismo de estado de guerra en estado puro. Una demostración de fuerza de la capacidad de centralización del capital nacional alemán. La burguesía alemana parece dispuesta a todo… Todo menos confinar a los trabajadores para evitar la propagación de contagios.
Macron estiró hasta ayer mismo la inacción, multiplicando los contagios con tal de celebrar las elecciones el domingo pasado. Y solo ayer, en cuanto acabó el recuento, sacó el discurso bélico -«estamos en guerra contra un enemigo invisible»-, echó las culpas a la población de haber confiado en la banalización de la epidemia que el propio gobierno y sus medios alentaban y decretó el confinamiento. Como Sánchez con el 8M… pero una semana después, lo que resulta doble delito.
…no cabe esperar ninguna «solidaridad» internacional
¿No habían hecho realmente nada Macron y Merkel? En realidad sí, y sus «medidas» son la clave de lo que viene. Su primera reacción fue aislar Italia y poco después cerrar fronteras. La segunda prohibir exportar materiales médicos y hasta mascarillas… a pesar de los llamamientos italianos de socorro. La famosa «solidaridad» entre países de la UE había quedado en nada.
Bruselas, amenazando con multas consiguió que tanto Merkel como Macron recapacitaran sobre su prohibición de exportar mascarillas. Pero el gesto original, por mucho que hubiera sido corregido, y las fronteras, que siguen cerradas, dejaban en evidencia que la UE no había intentado siquiera sentar las bases mínimas de una política conjunta contra la propagación de la epidemia.
Al revés, cada estado ha intentado «aguantar un poco más» que sus vecinos europeos y que sus rivales imperialistas globales (EEUU y China) para obtener «ventajas competitivas». Los tiempos de reacción han dependido tan solo de la fortaleza de los aparatos políticos. Conte y Sánchez, en la máxima precariedad parlamentaria, han sido los primeros en tomar -aunque tarde- medidas. Johnson, reforzado con un parlamento a su medida y un partido purgado, se encamina a una matanza masiva por inacción. Macron aguantó como pudo hasta las elecciones y Merkel intenta navegar como siempre: afirmando como una fatalidad sin alternativas la primacía del interés nacional, es decir, el interés del capital nacional, sobre la vida y la seguridad de la gran mayoría.
El nacionalismo mata
Pero aun hay algo más que destacar. Cuando EEUU cerró vuelos con Europa, Bruselas le afeó la «unilateralidad». Pero en realidad era lo mismo que había hecho con el tráfico aéreo y harían inmediatamente después con las fronteras terrestres Austria o Francia con Italia y lo que poco después haría Alemania con Francia y Austria.
Y conforme se extendía la epidemia y se hacían más y más perentorias las medidas que no acababan de llegar, más incentivos tenían, no solo los «erasmus», sino los jubilados residentes en países distintos al de su pasaporte y buena parte de los trabajadores desplazados, de «volver a casa». La tardanza deliberada en imponer el confinamiento reproducía así entre países lo que había pasado antes entre regiones dentro de cada país: al no restringirse la movilidad, las regiones con más infectados enviaban miles de personas a las que habían quedado relativamente a salvo… extendiendo aun más la epidemia.
Lo que no es menor, Argentina, Colombia, Perú, Bolivia… empezaron a recibir nacionales infectados desde España mientras el gobierno Sánchez retrasaba el confinamiento para poder celebrar el 8M y mantener las empresas abiertas hasta el último momento. Lo mismo pasaba al mismo tiempo en el Magreb y en media África desde Francia. La experiencia de pandemias anteriores lo hacía perfectamente predecible. Un virus aéreo tiende a reproducir en su contagio las relaciones familiares y personales, que a su vez reflejan flujos comerciales y migratorios anteriores, todo ese mapa de migraciones y exílios que ha dado forma histórica a la clase trabajadora por encima de las fronteras nacionales.
El tejido familiar y personal de millones de personas en España y Francia en Sudamérica y África hacía aun más importante parar la propagación cuanto antes. Pero ningún gobierno, ni el Elíseo, ni Moncloa ni menos aún los regionales de cada país, contabilizaban entre sus riesgos el impacto que la extensión en su territorio significaría para los que no viven en ellos. Los cierres de vuelos y fronteras, las repatriaciones en masa, alentadas o directamente organizadas por los estados y regiones, se hicieron bajo un implícito nacionalista: culpar de la propagación a los casos «importados» para presentar como «todavía innecesario» el confinamiento que ya empezaba a retrasarse demasiado. Así, el nacionalismo tapaba una vez más la supeditación de la vida de las personas a las ansias reproductivas del capital… y se convertía en justificación de medidas que aceleraban la propagación e internacionalización de la epidemia.
Los trabajadores, no los gobiernos, luchan internacionalmente
Es ya evidente para todos que de la UE y sus gobiernos poco cabe esperar ante esta epidemia. Su objetivo es minimizar el daño que los capitales nacionales sufran por las caídas de actividad y consumo, y aceptan de buena gana un cierto número de muertes entre los trabajadores, en algunos casos, como hemos visto en Gran Bretaña o Alemania, hasta de cientos de miles. Mantener las fábricas y los centros de trabajo abiertos aun durante el confinamiento es simplemente concentrar los riesgos en los trabajadores.
Por eso las huelgas espontáneas que empezaron en Italia exigiendo los cierres de los centros de trabajo son tan importantes. En primer lugar porque no son «nacionales»: ayer mismo una serie de estallidos en grandes fábricas españolas (Mercedes, FASA Renault, IVECO…) dieron la señal para que miles de trabajadores se unieran en España -hoy mismo en Balay– a la lucha de tantos otros que despunta en Italia, Francia, Bélgica y Gran Bretaña y que deja claro que es el momento de ir a la huelga en todos los centros de trabajo que no estén dedicados a la producción esencial para exigir:
1. El cierre de toda la producción no esencial y la puesta en marcha del confinamiento general
2. La reversión de todos los despidos, tanto definitivos como temporales, y remuneración como baja médica a los trabajadores de todo el tiempo de confinamiento
3. La extensión de las pruebas a toda la población con síntomas
4. El refuerzo urgente de equipos médicos y sanitarios, y la puesta en marcha de estructuras y hospitales de emergencia en número suficiente para permitir la monitorización y aislamiento de los pacientes de riesgo
Lo que no debemos olvidar
Lo que estamos viendo es que frente a un peligro global, la burguesía y sus gobiernos son incapaces de actuar no ya mundial sino incluso regionalmente.
La principal lección que nos tiene que dejar como trabajadores el desarrollo de la epidemia es que las amenazas a las que nos enfrentamos como clase son globales: el virus, como la crisis, no conoce de fronteras, y lo que ocurre en cada lugar afecta al resto. Simplemente, no hay soluciones nacionales. Ni siquiera cabe esperar una «coordinación», los intereses de cada capital nacional impiden que las clases dirigentes puedan aportar verdaderas soluciones mundiales. Siempre tendrán incentivos para «esperar un poco más», llamarnos a «seguir con la vida normal» primero y luego a la «responsabilidad individual»… con tal de no perder situación competitiva. - «Coronavirus: Salvar vidas, no inversiones», extracto del comunicado de Emancipación
Si alguien creyó alguna vez que la Unión Europea podía servir para templar las ansias de los capitales nacionales y poner por delante las necesidades humanas universales más básicas, puede ver refutadas sus esperanzas hoy, una vez más, con absoluta claridad. Por contra, los que dudaran de la capacidad de la clase trabajadora para plantar cara a la barbarie del capital por encima de las fronteras nacionales, tienen en estos días una demostración palpable de cómo la clase trabajadora no solo existe como clase universal sino que su lucha es la única capaz de afirmar la primacía de las necesidades humanas de un modo efectivo y por encima de las fronteras.
Última edición por RioLena el Mar Mar 17, 2020 7:09 pm, editado 1 vez