Bajo el talón de hierro
August Bebel (breve fragmento de «La mujer y el socialismo») - año 1879
En las clases inferiores, por así decirlo, no suele haber matrimonios por cuestiones de dinero. Por regla general, el trabajador se casa por amor; sin embargo, no faltan motivos que obstaculicen la felicidad del matrimonio del obrero.
La incertidumbre es la característica de su existencia. Estos golpes de suerte amargan los caracteres, y es sobre la vida doméstica que influyen ante todo, cuando cada día, a cada hora, mujer y niños reclaman al padre lo estrictamente necesario, sin que él pueda darles satisfacción. Estallan las disputas y la discordia.
Todo ello arruina el matrimonio y la vida en familia. O bien el hombre y la mujer van los dos al trabajo. Entonces, los niños quedan abandonados a su suerte o a la vigilancia de hermanos y hermanas mayores, que a su vez tienen necesidad de cuidados y educación. Lo que se llama desayuno, la miserable comida del mediodía, es devorada a toda velocidad, en caso de que los padres tengan la oportunidad de regresar al hogar, cosa que en el mejor de los casos es imposible vista la distancia existente entre el taller y el domicilio y la corta duración del descanso.
A la tarde, los dos vuelven a casa, extenuados de cansancio. En lugar de un interior agradable y apacible, encuentran una vivienda pequeña, insalubre, a la que le falta aire, luz, y normalmente las comodidades más indispensables. La miserable manera de alojar a los obreros, con todos los inconvenientes que de ello se derivan, es uno de los aspectos más oscuros de nuestra sociedad y deriva en grandes males y bastantes crímenes. A pesar de todos los intentos que en torno a esto se han hecho en las ciudades y barrios obreros, la situación se vuelve peor cada año.
Golpea a medios cada vez más extensos: pequeños industriales, empleados, profesores, pequeños comerciantes, etc. La mujer del obrero, que vuelve extenuada a la tarde, tiene entonces trabajo añadido; a toda prisa, debe hacer el trabajo más indispensable. Los niños, gritando y montando jaleo, son acostados; la mujer se sienta, cose y zurce hasta bien entrada la noche.
Las distracciones intelectuales, los consuelos más indispensables del espíritu brillan por su ausencia. El marido carece de instrucción, no sabe gran cosa, la mujer menos todavía; lo poco que hay para decirse no da mucho de sí. El hombre va al cabaret a buscar la conversación que le falta en casa; bebe, y a poco que gaste, ya es mucho para sus medios. A veces se abandona también al juego, vicio que genera más particularmente víctimas entre las clases elevadas, y pierde diez veces más de lo que se gasta en beber.
Durante este tiempo, la mujer atada a su trabajo, se deja llevar por el rencor hacia su marido: trabaja como un animal de carga, no hay para ella ni un instante de reposo ni un minuto de distracción. El hombre hace uso de la libertad que debe al azar de haber nacido hombre. El desencuentro es completo.
Si la mujer es menos fiel a sus deberes, si, al regresar a la tarde cansada del trabajo busca las distracciones a las que tiene derecho, entonces el hogar marcha de pena, y la miseria se vuelve doblemente mayor. Sí, en realidad vivimos en el "mejor de los mundos ".
August Bebel (breve fragmento de «La mujer y el socialismo») - año 1879
En las clases inferiores, por así decirlo, no suele haber matrimonios por cuestiones de dinero. Por regla general, el trabajador se casa por amor; sin embargo, no faltan motivos que obstaculicen la felicidad del matrimonio del obrero.
La incertidumbre es la característica de su existencia. Estos golpes de suerte amargan los caracteres, y es sobre la vida doméstica que influyen ante todo, cuando cada día, a cada hora, mujer y niños reclaman al padre lo estrictamente necesario, sin que él pueda darles satisfacción. Estallan las disputas y la discordia.
Todo ello arruina el matrimonio y la vida en familia. O bien el hombre y la mujer van los dos al trabajo. Entonces, los niños quedan abandonados a su suerte o a la vigilancia de hermanos y hermanas mayores, que a su vez tienen necesidad de cuidados y educación. Lo que se llama desayuno, la miserable comida del mediodía, es devorada a toda velocidad, en caso de que los padres tengan la oportunidad de regresar al hogar, cosa que en el mejor de los casos es imposible vista la distancia existente entre el taller y el domicilio y la corta duración del descanso.
A la tarde, los dos vuelven a casa, extenuados de cansancio. En lugar de un interior agradable y apacible, encuentran una vivienda pequeña, insalubre, a la que le falta aire, luz, y normalmente las comodidades más indispensables. La miserable manera de alojar a los obreros, con todos los inconvenientes que de ello se derivan, es uno de los aspectos más oscuros de nuestra sociedad y deriva en grandes males y bastantes crímenes. A pesar de todos los intentos que en torno a esto se han hecho en las ciudades y barrios obreros, la situación se vuelve peor cada año.
Golpea a medios cada vez más extensos: pequeños industriales, empleados, profesores, pequeños comerciantes, etc. La mujer del obrero, que vuelve extenuada a la tarde, tiene entonces trabajo añadido; a toda prisa, debe hacer el trabajo más indispensable. Los niños, gritando y montando jaleo, son acostados; la mujer se sienta, cose y zurce hasta bien entrada la noche.
Las distracciones intelectuales, los consuelos más indispensables del espíritu brillan por su ausencia. El marido carece de instrucción, no sabe gran cosa, la mujer menos todavía; lo poco que hay para decirse no da mucho de sí. El hombre va al cabaret a buscar la conversación que le falta en casa; bebe, y a poco que gaste, ya es mucho para sus medios. A veces se abandona también al juego, vicio que genera más particularmente víctimas entre las clases elevadas, y pierde diez veces más de lo que se gasta en beber.
Durante este tiempo, la mujer atada a su trabajo, se deja llevar por el rencor hacia su marido: trabaja como un animal de carga, no hay para ella ni un instante de reposo ni un minuto de distracción. El hombre hace uso de la libertad que debe al azar de haber nacido hombre. El desencuentro es completo.
Si la mujer es menos fiel a sus deberes, si, al regresar a la tarde cansada del trabajo busca las distracciones a las que tiene derecho, entonces el hogar marcha de pena, y la miseria se vuelve doblemente mayor. Sí, en realidad vivimos en el "mejor de los mundos ".