Algunas lecciones de la historia del P.C.E.
Ferran Fullá
publicado en 'El blog d'en Ferran Fullá'
en el Foro en 3 mensajes
Con la formación del Partido comunista en los años 20, los trabajadores españoles dieron un gran paso hacia su independencia política respecto a las restantes clases sociales. Así, por primera vez en sus 100 años de existencia, la clase obrera contó con una organización que le enseñó el camino para conquistar el poder, para convertirse en fuerza dirigente en la lucha por la independencia frente a las sucesivas potencias imperialistas que han intervenido en España, las libertades democráticas y la República, los derechos de las nacionalidades y la reforma agraria.
La labor del Partido comunista de España, desde los años 20 hasta los 60, debe ser para los trabajadores y marxistas de hoy una fuente básica de enseñanzas. Debe serlo por tratarse del primer partido que aplica en España la teoría marxista de manera integral, que traza una línea política acorde con los intereses históricos del proletariado.Por tratarse de un partido leninista, es decir que desarrolla el marxismo en la época del imperialismo —que es también la nuestra—, guiándose por las lecciones de valor universal de la Revolución rusa de 1917 y adoptando el tipo de organización más avanzado con que cuenta la clase obrera. Por haber dirigido el pueblo en las batallas políticas y militares más importantes de nuestra historia reciente y haber sintetizado la experiencia práctica de millones de trabajadores.
Los marxistas de hoy en día debemos al viejo PCE de José Díaz el aprendizaje de nuestros principios ideológicos, de las bases de nuestra línea general, de las reglas esenciales del trabajo político legal e ilegal, fruto de numerosas experiencias en los terrenos de la acción internacionalista, democrática y parlamentaria, militar, cultural, ideológica y económica. Y también le debemos el prestigio de que goza la palabra "comunista" entre un amplio sector de la población como equivalente a dirigente y organizador abnegado del pueblo.
FORMAR UN PARTIDO MARXISTA-LENINISTA
El PCE, nacido en 1920-21, es fruto del brusco viraje en la historia que representó el ascenso imparable del imperialismo como sistema mundial de opresión y explotación y que desembocó en la Primera guerra mundial. Los partidos socialistas, agrupados en la II Internacional, no sólo no hicieron nada para oponerse a la guerra sino que, en cada país europeo, apoyaron los planes de guerra de su propia burguesía. La orientación pro imperialista de los dirigentes socialistas arruinó el prestigio de la II Internacional entre los trabajadores más conscientes. Hubo, sin embargo, algunas excepciones; en primer lugar, el partido de Lenin, que convirtió la derrota de los imperialistas rusos en la guerra y la revolución democrática que ésta generó, en la primera revolución socialista victoriosa de la historia.
Previendo una extensión del movimiento revolucionario al resto de Europa, Lenin llamó a organizar una nueva internacional con todas las fuerzas opuestas a la traición de los socialistas. En 1919 tenía lugar en Moscú el primer congreso de esta tercera plataforma proletaria internacional, a la que se adherirían las corrientes revolucionarias de los partidos socialistas junto con otras fuerzas de distinto origen. Ante el hundimiento de la II Internacional, que tardaría un cierto tiempo en ser reconstruida, y las posiciones oportunistas de numerosos dirigentes socialistas que, empujados por las bases, se sumaron de palabra a la III Internacional para ganar tiempo y mantener su influencia, ésta última puso unas exigencias de admisión especialmente duras. Esto dio lugar a la escisión en cadena de los partidos socialistas y a la formación, en la mayoría de casos, de grupos comunistas reducidos, pero indispensables para actuar en un momento en que se sucedían movimientos revolucionarios de masas en gran parte de Europa.
La teoría del imperialismo de Lenin, la necesidad de un Estado de dictadura del proletariado para construir el socialismo, de la violencia revolucionaria de masas para tomar el poder, y de la defensa de la Unión Soviética ante la agresión militar y el bloqueo económico a que fue sometida, señalaron la línea divisoria entre comunistas y socialistas.
Tales fueron las condiciones internacionales en que tuvo lugar la fundación del PCE.
Pero, ¿qué ocurría mientras tanto en España, donde las dos organizaciones con más incidencia en la clase obrera eran el Partido socialista obrero (PSOE) y la Confederación nacional del trabajo (CNT)? El atraso del capitalismo español en relación a países como Francia, Gran Bretaña o Alemania se manifestaba también en la existencia de una clase obrera reducida en número, de la que una componente fundamental eran los jornaleros, y muy influida por ideas pequeño-burguesas, ya sea de tipo revolucionario libertario, ya sea de tipo reformista. La CNT y el PSOE encarnaban estas dos corrientes.
A pesar de los considerables beneficios que España sacó manteniéndose neutral ante la guerra, su estabilidad era muy precaria. A las miserables condiciones de vida de jornaleros, campesinos y obreros industriales, hay que añadir el descontento de la burguesía catalana y el malestar dentro del ejército, que se incrementaron notablemente con el fin del conflicto europeo y de los grandes negocios, y con los constantes desastres en la guerra colonial contra Marruecos. En estas condiciones, la huelga general de agosto de 1917 generó una gran simpatía de masas con la primera revolución rusa que destronó al zar e impuso la República, y dio cuerpo dentro del PSOE a una corriente antirreformista. Esta se decantó rápidamente hacia las posiciones de los bolchevicues a raíz de la segunda revolución rusa en noviembre del mismo año. Sin embargo, lo que hizo estallar definitivamente las contradicciones en el seno del PSOE fue la fundación de la III Internacional en marzo de 1919. En los dos años siguientes, la lucha de líneas cuarteó el PSOE. En abril de 1920 se produce una primera escisión: el Comité nacional de las Juventudes socialistas decide constituir el Partido comunista español. Entre sus fundadores están Ramón Merino Gracia, que es nombrado secretario nacional, Juan Andrade, Vicente Arroyo, Rafael Milla,... En junio, el congreso del PSOE decide adherirse provisionalmente a la III Internacional y envía a Moscú a dos delegados, Fernando de los Ríos y Daniel Anguiano, con un mandato que choca con las estrictas condiciones de admisión acordadas por la Internacional. El ala vacilante del PSOE da marcha atrás, y en abril de 1921, en un nuevo congreso, se invierten los resultados del anterior: 8.808 votos para los que propugnan la reconstrucción de la II Internacional; 6.025 para los "terceristas", partidarios de la Internacional comunista; y 205 abstenciones. Acto seguido, Osear Pérez Solís lee una declaración de ruptura con el PSOE, y el mismo día, en Madrid, se reúnen los delegados "terceristas" para fundar el Partido comunista obrero español (PCOE). Esta segunda escisión agrupa sobre todo a cuadros y militantes del PSOE y la UGT: García Quejido, Daniel Anguiano, Núñez de Arenas, César Rodríguez González, Virginia González...
Durante unos meses se van a mantener estos dos grupos comunistas, PCE y PCOE, enfrentados entre sí. La participación de ambos en una gran campaña de oposición a la guerra de Marruecos en el verano de 1921, en la que lograron hacer cuajar una huelga general en Vizcaya contra el envío de tropas, y el trabajo de persuasión realizado por el delegado de la Internacional, Graziadei, hicieron posible la fusión. En noviembre de 1921 se forma un Comité provisional con nueve miembros del PCE y seis del PCOE, se elige a Rafael Milla corno secretario general, y se adopta el nombre de Partido comunista de España.
Paralelamente a estos hechos, se desarrollaban las tendencias comunistas en varias federaciones de la CNT. Incluso, como ocurrió con el PSOE, esta central llegó a estar adherida a la III Internacional durante un período. Al volver a quedar en minoría las posiciones marxistas dentro de la CNT, se fueron desgajando de ella varios núcleos comunistas que ingresaron en el PCE unificado: en 1924, el grupo de la revista La Batalla formó la Federación comunista catalano-balear, es decir la sección catalano-balear del PCE;en 1927, entraron un grupo de destacados cuadros de la CNT sevillana: José Díaz, Manuel Adame, Antonio Mije,...
En aquella situación (1), la separación de los comunistas respecto a los revisionistas y reformistas fue imprescindible para garantizar la independencia del movimiento obrero mundial frente a las burguesías imperialistas. Sin esta tajante división, encarnada en la formación de la III Internacional y en sus estrictas condiciones de admisión, el movimiento obrero hubiera quedado durante años a merced de los corrompidos dirigentes de los partidos y sindicatos de la II Internacional que fueron los causantes del desastre de 1914. Ahora bien, la escisión con los socialistas se hizo en unas condiciones marcadas, por un lado, por el desarrollo de corrientes revolucionarias de masas en toda Europa, de revoluciones democráticas en varios países centroeuropeos y, por otro, por la necesidad de cerrar filas alrededor de una Unión soviética débil, en peligro por la intervención militar de 14 países y la subsistencia de los restos del ejército blanco zarista. Pero, a partir de 1922 o 1923 hubo un importante reflujo de la corriente revolucionaria generada por la guerra y la inestabilidad política y social posterior, mientras la burguesía financiera y monopolista acrecentaba su poder político y económico en aguda competencia con las restantes fracciones burguesas. Entonces, al variar la situación internacional, el movimiento comunista europeo atravesó algunas dificultades que pusieron en evidencia sus limitaciones, derivadas de la premura con que se formaron los primeros partidos comunistas y de su inexperiencia.
En España en 1923, esta contraofensiva del capital financiero se hizo en alianza con la oligarquía terrateniente, incluyendo al ejército y la Corona, y con la neutralización de la burguesía industrial, especialmente la catalana, que apoyó el golpe de Estado del general Primo de Rivera. El PSOE, recuperado de sus escisiones de 1920 y 1921 y rehechos sus lazos internacionales, pasó a colaborar con la Dictadura y se convirtió en un pilar de ésta gracias a su control de amplias capas obreras en Asturias, Euskadi, Madrid, etc. Mientras, el PCE, duramente reprimido, con sus militantes obreros expulsados de la UGT, con su grupo dirigente desmantelado varias veces por la policía a lo largo de los años 20, perdió rápidamente influencia de masas y militantes, y fue incapaz de superar las posiciones izquierdistas predominantes en su nacimiento y que dificultaron la unidad del partido y su relación tanto con los trabajadores de la UGT y de la base del PSOE como con los sindicalistas revolucionarios de la CNT.
Además de su debilidad política y teórica y de sus errores, los sucesivos grupos dirigentes del PCE quedaron a menudo cortados organizativamente de la base por la represión y su desconocimiento de las reglas del trabajo clandestino. Se ignoraba la situación real de las distintas zonas en que operaba el Partido; esto explica que pudieran suceder hechos como el siguiente: alrededor de 1929, la sección catalana recibió la directriz de organizar ¡comités de cortijo! Así, la inestabilidad y el aislamiento de la dirección durante esta época impidieron un funcionamiento real del Partido; las iniciativas que lanzó contra la Dictadura llegaron difícilmente a traducirse en acciones de masas de una cierta entidad.
CONSTRUIR UNA LINEA POLÍTICA: 14 AÑOS PARA SUPERAR EL IZQUIERDISMO
La crisis de la Dictadura que acabó con la dimisión de Primo y su recambio por el inestable gobierno del general Berenguer, debilitó la oligarquía financiera y terrateniente y agrietó sus instrumentos de poder. Con ello, se abría el camino a la conquista de reivindicaciones democráticas y sociales profundamente sentidas por el pueblo: amplias libertades, autodeterminación para las nacionalidades oprimidas, separación de la Iglesia y el Estado, legalización de las organizaciones obreras, reforma agraria y de la enseñanza,... Quince meses después, el 14 de abril de 1931, son suficientes unas elecciones municipales ganadas por republicanos, socialistas y nacionalistas, para hundir una monarquía que ya había perdido la confianza del mismo capital financiero, y proclamar la II República. Sin embargo, fueron la mediana y la pequeña burguesía las que dirigieron este cambio de régimen, aprovechando el malestar y las movilizaciones de obreros, campesinos y estudiantes, aliándose con el PSOE (Pacto de San Sebastián), y logrando un cierto apoyo de la CNT.
El PCE no pudo sacar provecho de una situación tan favorable ya que se guiaba por una línea izquierdista y sectaria. Reconocía la existencia de una etapa democrática en la revolución española y, en esto, analizaba bien lo que estaba ocurriendo ante sus ojos con la caída de la monarquía, pero, en cambio, se apartaba totalmente de la realidad al valorar que era posible transformar de inmediato esta revolución democrática en socialista, la república en república soviética, y las movilizaciones populares con objetivos democráticos en punto de partida para organizar soviets, o sea consejos de obreros y campesinos para hacerse con el poder. ¡Muera la República burguesa, viva los soviets! fue la consigna que sintetizaba la actitud del PCE alrededor del 14 de abril.
Su desviación aventurera, además de sobrevalorar la fuerza de los trabajadores, se inspiraba en una visión de la gran crisis económica de 1929 como principio del fin del capitalismo mundial. Esto representaba un error teórico de bulto, ya que la bancarrota económica no podía de por sí determinar la revolución si no iba acompañada de ciertas condiciones políticas o incluso militares. En el caso de España, estaba claro que estas condiciones no se daban: la clase obrera permanecía dividida y muy desorganizada, la oligarquía perdía posiciones pero no estaba en descomposición, y el ejército, a pesar de algunos brotes de rebelión, no estaba al borde del estallido.
Por otro lado, el PCE se negó a suscribir cualquier acuerdo con el resto de fuerzas políticas en los meses que precedieron la caída de la monarquía. Este sectarismo desaforado era la interpretación que el PCE daba a la necesaria independencia política del proletariado en la revolución democrática. En particular, se opuso a buscar la unidad de acción con los socialistas no sólo por arriba, con la dirección del PSOE, sino también por la base, ya que este partido pasaba a ser considerado el enemigo principal para el triunfo de la revolución.
El PCE hablaba de constituir un frente único proletario, es decir de unir a la clase obrera alrededor de los comunistas, prescindiendo del hecho que la mayoría de los trabajadores políticamente conscientes estaban en el PSOE o la UGT. Se consideraba que la misma agravación de la crisis política y económica rompería la influencia reformista y que las masas se moverían hacia posiciones revolucionarias a golpe de consigna.
Esta línea, aprobada en el 3er. Congreso de agosto de 1929 en Paris y revalidada en la Conferencia, llamada de Pamplona, de marzo de 1930, tuvo unas consecuencias nefastas: no condujo al aislamiento del PSOE sino al del propio PCE, que en 1931 contaba apenas con un millar de militantes, e impidió que el proletariado pudiera luchar realmente por la dirección del movimiento republicano.
La responsabilidad principal de este conjunto de errores izquierdistas y sectarios recaía sin duda en la dirección del PCE, pero su inspiración provino en buena parte de las mismas directrices de la Internacional. En mayo de 1931, ésta censuró al PCE su actitud sectaria en la proclamación de la República, su incomprensión del problema de las nacionalidades y su confusa política sindical. Sin embargo, desde mayo de 1927, el Comité ejecutivo de la Internacional (VIII Pleno) empezó a seguir una orientación izquierdista que tendría repercusiones funestas para todo el Movimiento obrero y para la lucha contra fascismo. En el VI Congreso de julio de 28 y en los plenos posteriores del Comité ejecutivo hasta 1933, se acentuaría más esta política llamada de "clase contra clase". Sus elementos esenciales eran:
1) La tesis sobre el socialfascismo, por la que se consideraba la socialdemocracia como el enemigo principal de la revolución, última trinchera del capitalismo en descomposición. El auge del fascismo, que tenía lugar en varios países europeos, aparecía como fruto de la labor de los socialistas o, incluso, se apuntaba que la misma socialdemocracia tendía a fascistizarse.
2) La definición del ala izquierda de la socialdemocracia como más peligrosa que el ala derecha.
3) La concepción del frente único limitado a la colaboración con los obreros socialistas, el rechazo de principio de toda propuesta dirigida a los partidos socialistas y, sólo en casos excepcionales, la admisibilidad de acuerdos con sus organizaciones de base.
El error decisivo de esta táctica estaba en señalar a la socialdemocracia como enemigo principal y no a la fracción dirigente de la burguesía. A ese respecto, está claro que el PCE cometió la misma equivocación que la Internacional, aunque llevandola hasta sus últimas consecuencias. Subrayamos, no obstante, la mayor responsabilidad del PCE debido a que este partido tenía un conocimiento más directo de la realidad española y podía darse cuenta también del alcance de los errores cometidos. Por ejemplo, mientras, en países como Alemania, se dio el caso de que un dirigente socialista de la policía mandaba ametrallar a los trabajadores (1 de mayo de 1929 en Berlín), en España, el PSOE pasó de colaborar con la Dictadura a actuar, junto con los republicanos, contra la monarquía.
Así, para el PCE, el paso de la Monarquía a la República no significó apenas nada: la adopción de un nuevo disfraz por la oligarquía y sus agentes.
Desde abril de 1931 hasta noviembre de 1933, el gobierno de la II República quedó en manos de la alianza de republicanos burgueses y pequeño-burgueses y de socialistas, con el apoyo de los nacionalistas catalanes. A su alrededor, tanto los altos jefes militares y la jerarquía eclesiástica como buena parte del personal dirigente de los organismos de la Administración civil seguían siendo los mismos que había bajo el reinado de Alfonso XIII. En estos dos años y medio, la coalición gubernamental fue incapaz de realizar las reformas democráticas tan ansiadas. Catalunya obtuvo un Estatut recortado respecto al proyecto que había aprobado en plebiscito. Euskadi tuvo que esperar hasta la guerra. Galicia, rápidamente conquistada por los franquistas, refrendó el suyo un poco antes del Alzamiento. La reforma agraria se quedó en una ley timorata, aplicada con cuentagotas y con escasos medios. Marruecos siguió siendo una colonia. Hubo algunos cambios en el ejército, pero no los suficientes para aislar a los jefes antirrepublicanos,...
El PCE persistió en lo fundamental en la línea de su 3er. Congreso. En 1932 creó su propia central sindical, la Confederación general del trabajo unitaria (CGTU), que agruparía a unos 150.000 trabajadores frente a más de un millón de la UGT y otro tanto de la CNT. En las elecciones de noviembre de 1933, que dieron la victoria a los partidos de la oligarquía encabezados por la Confederación española de derechas autónomas (CEDA) de Gil Robles, el PCE mantuvo su programa de lucha por el gobierno obrero y campesino y por los soviets, así como el frente único revolucionario contra el gobierne republicano y los socialistas. Las candidaturas comunistas obtuvieron unos 340.000 votos frente al 1.700.000 del PSOE. Por estas fechas, el número de militantes alcanzaba la cifra de 20.000 (la mitad en Andalucía) (2).El aumento de votos y militantes en relación a 1931 se debió a la exasperación creciente de los trabajadores ante el deterioro de su situación económica y al inicio de un trabajo de implantación en el campo y las fábricas, realizado por primera vez en un marco democrático. Estas fueron las únicas ventajas que el PCE pudo sacar de los primeros años del cambio de régimen. Mientras, se había celebrado su Cuarto Congreso, en 1932, El grupo dirigente (Bullejos, Adame, Trilla, Vega) fue destituido y, más tarde, expulsado del Partido. A fines del mismo año, se nombró en su lugar a valiosos cuadros obreros —José Díaz, Antonio Mije, Dolores Ibarruri- sin experiencia en el trabajo de dirección política central. El recambio se hizo a instancias de la Internacional, pero sin una crítica a fondo de los errores cometidos por el grupo Bullejos, con lo cual la nueva dirección tardó un par de años más en sentar las bases para una completa rectificación de la línea.
Así, pues, el PCE necesitó 14 o 15 años, desde su fundación en 1920, para alcanzar su madurez política, o sea para empezar a dominar la teoría marxista en su aplicación a la realidad española. La culminación de este largo aprendizaje significó también el lograr la estabilidad de su grupo dirigente a partir del relevo de 1932, con José Díaz como secretario general.
LA BANDERA DE LA UNIDAD
El triunfo de las fuerzas oligárquicas en las elecciones de 1933 puso fin a las tímidas reformas con que nació la República. Durante los dos años siguientes, el llamado Bienio negro, la contrarrevolución se organizaría desde el mismo gobierno. Pero éste no fue el único hecho alarmante que tuvo lugar en 1933. La victoria de la reacción en España fue precedida por el asalto al poder del Partido nacionalsocialista alemán de Hitler. En este caso, un relativo triunfo electoral desencadenó una rápida liquidación de las instituciones democráticas y el inicio de una oleada de terror que aplastó en poco tiempo la resistencia desorganizada del pueblo alemán.
Ferran Fullá
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Con la formación del Partido comunista en los años 20, los trabajadores españoles dieron un gran paso hacia su independencia política respecto a las restantes clases sociales. Así, por primera vez en sus 100 años de existencia, la clase obrera contó con una organización que le enseñó el camino para conquistar el poder, para convertirse en fuerza dirigente en la lucha por la independencia frente a las sucesivas potencias imperialistas que han intervenido en España, las libertades democráticas y la República, los derechos de las nacionalidades y la reforma agraria.
La labor del Partido comunista de España, desde los años 20 hasta los 60, debe ser para los trabajadores y marxistas de hoy una fuente básica de enseñanzas. Debe serlo por tratarse del primer partido que aplica en España la teoría marxista de manera integral, que traza una línea política acorde con los intereses históricos del proletariado.Por tratarse de un partido leninista, es decir que desarrolla el marxismo en la época del imperialismo —que es también la nuestra—, guiándose por las lecciones de valor universal de la Revolución rusa de 1917 y adoptando el tipo de organización más avanzado con que cuenta la clase obrera. Por haber dirigido el pueblo en las batallas políticas y militares más importantes de nuestra historia reciente y haber sintetizado la experiencia práctica de millones de trabajadores.
Los marxistas de hoy en día debemos al viejo PCE de José Díaz el aprendizaje de nuestros principios ideológicos, de las bases de nuestra línea general, de las reglas esenciales del trabajo político legal e ilegal, fruto de numerosas experiencias en los terrenos de la acción internacionalista, democrática y parlamentaria, militar, cultural, ideológica y económica. Y también le debemos el prestigio de que goza la palabra "comunista" entre un amplio sector de la población como equivalente a dirigente y organizador abnegado del pueblo.
FORMAR UN PARTIDO MARXISTA-LENINISTA
El PCE, nacido en 1920-21, es fruto del brusco viraje en la historia que representó el ascenso imparable del imperialismo como sistema mundial de opresión y explotación y que desembocó en la Primera guerra mundial. Los partidos socialistas, agrupados en la II Internacional, no sólo no hicieron nada para oponerse a la guerra sino que, en cada país europeo, apoyaron los planes de guerra de su propia burguesía. La orientación pro imperialista de los dirigentes socialistas arruinó el prestigio de la II Internacional entre los trabajadores más conscientes. Hubo, sin embargo, algunas excepciones; en primer lugar, el partido de Lenin, que convirtió la derrota de los imperialistas rusos en la guerra y la revolución democrática que ésta generó, en la primera revolución socialista victoriosa de la historia.
Previendo una extensión del movimiento revolucionario al resto de Europa, Lenin llamó a organizar una nueva internacional con todas las fuerzas opuestas a la traición de los socialistas. En 1919 tenía lugar en Moscú el primer congreso de esta tercera plataforma proletaria internacional, a la que se adherirían las corrientes revolucionarias de los partidos socialistas junto con otras fuerzas de distinto origen. Ante el hundimiento de la II Internacional, que tardaría un cierto tiempo en ser reconstruida, y las posiciones oportunistas de numerosos dirigentes socialistas que, empujados por las bases, se sumaron de palabra a la III Internacional para ganar tiempo y mantener su influencia, ésta última puso unas exigencias de admisión especialmente duras. Esto dio lugar a la escisión en cadena de los partidos socialistas y a la formación, en la mayoría de casos, de grupos comunistas reducidos, pero indispensables para actuar en un momento en que se sucedían movimientos revolucionarios de masas en gran parte de Europa.
La teoría del imperialismo de Lenin, la necesidad de un Estado de dictadura del proletariado para construir el socialismo, de la violencia revolucionaria de masas para tomar el poder, y de la defensa de la Unión Soviética ante la agresión militar y el bloqueo económico a que fue sometida, señalaron la línea divisoria entre comunistas y socialistas.
Tales fueron las condiciones internacionales en que tuvo lugar la fundación del PCE.
Pero, ¿qué ocurría mientras tanto en España, donde las dos organizaciones con más incidencia en la clase obrera eran el Partido socialista obrero (PSOE) y la Confederación nacional del trabajo (CNT)? El atraso del capitalismo español en relación a países como Francia, Gran Bretaña o Alemania se manifestaba también en la existencia de una clase obrera reducida en número, de la que una componente fundamental eran los jornaleros, y muy influida por ideas pequeño-burguesas, ya sea de tipo revolucionario libertario, ya sea de tipo reformista. La CNT y el PSOE encarnaban estas dos corrientes.
A pesar de los considerables beneficios que España sacó manteniéndose neutral ante la guerra, su estabilidad era muy precaria. A las miserables condiciones de vida de jornaleros, campesinos y obreros industriales, hay que añadir el descontento de la burguesía catalana y el malestar dentro del ejército, que se incrementaron notablemente con el fin del conflicto europeo y de los grandes negocios, y con los constantes desastres en la guerra colonial contra Marruecos. En estas condiciones, la huelga general de agosto de 1917 generó una gran simpatía de masas con la primera revolución rusa que destronó al zar e impuso la República, y dio cuerpo dentro del PSOE a una corriente antirreformista. Esta se decantó rápidamente hacia las posiciones de los bolchevicues a raíz de la segunda revolución rusa en noviembre del mismo año. Sin embargo, lo que hizo estallar definitivamente las contradicciones en el seno del PSOE fue la fundación de la III Internacional en marzo de 1919. En los dos años siguientes, la lucha de líneas cuarteó el PSOE. En abril de 1920 se produce una primera escisión: el Comité nacional de las Juventudes socialistas decide constituir el Partido comunista español. Entre sus fundadores están Ramón Merino Gracia, que es nombrado secretario nacional, Juan Andrade, Vicente Arroyo, Rafael Milla,... En junio, el congreso del PSOE decide adherirse provisionalmente a la III Internacional y envía a Moscú a dos delegados, Fernando de los Ríos y Daniel Anguiano, con un mandato que choca con las estrictas condiciones de admisión acordadas por la Internacional. El ala vacilante del PSOE da marcha atrás, y en abril de 1921, en un nuevo congreso, se invierten los resultados del anterior: 8.808 votos para los que propugnan la reconstrucción de la II Internacional; 6.025 para los "terceristas", partidarios de la Internacional comunista; y 205 abstenciones. Acto seguido, Osear Pérez Solís lee una declaración de ruptura con el PSOE, y el mismo día, en Madrid, se reúnen los delegados "terceristas" para fundar el Partido comunista obrero español (PCOE). Esta segunda escisión agrupa sobre todo a cuadros y militantes del PSOE y la UGT: García Quejido, Daniel Anguiano, Núñez de Arenas, César Rodríguez González, Virginia González...
Durante unos meses se van a mantener estos dos grupos comunistas, PCE y PCOE, enfrentados entre sí. La participación de ambos en una gran campaña de oposición a la guerra de Marruecos en el verano de 1921, en la que lograron hacer cuajar una huelga general en Vizcaya contra el envío de tropas, y el trabajo de persuasión realizado por el delegado de la Internacional, Graziadei, hicieron posible la fusión. En noviembre de 1921 se forma un Comité provisional con nueve miembros del PCE y seis del PCOE, se elige a Rafael Milla corno secretario general, y se adopta el nombre de Partido comunista de España.
Paralelamente a estos hechos, se desarrollaban las tendencias comunistas en varias federaciones de la CNT. Incluso, como ocurrió con el PSOE, esta central llegó a estar adherida a la III Internacional durante un período. Al volver a quedar en minoría las posiciones marxistas dentro de la CNT, se fueron desgajando de ella varios núcleos comunistas que ingresaron en el PCE unificado: en 1924, el grupo de la revista La Batalla formó la Federación comunista catalano-balear, es decir la sección catalano-balear del PCE;en 1927, entraron un grupo de destacados cuadros de la CNT sevillana: José Díaz, Manuel Adame, Antonio Mije,...
En aquella situación (1), la separación de los comunistas respecto a los revisionistas y reformistas fue imprescindible para garantizar la independencia del movimiento obrero mundial frente a las burguesías imperialistas. Sin esta tajante división, encarnada en la formación de la III Internacional y en sus estrictas condiciones de admisión, el movimiento obrero hubiera quedado durante años a merced de los corrompidos dirigentes de los partidos y sindicatos de la II Internacional que fueron los causantes del desastre de 1914. Ahora bien, la escisión con los socialistas se hizo en unas condiciones marcadas, por un lado, por el desarrollo de corrientes revolucionarias de masas en toda Europa, de revoluciones democráticas en varios países centroeuropeos y, por otro, por la necesidad de cerrar filas alrededor de una Unión soviética débil, en peligro por la intervención militar de 14 países y la subsistencia de los restos del ejército blanco zarista. Pero, a partir de 1922 o 1923 hubo un importante reflujo de la corriente revolucionaria generada por la guerra y la inestabilidad política y social posterior, mientras la burguesía financiera y monopolista acrecentaba su poder político y económico en aguda competencia con las restantes fracciones burguesas. Entonces, al variar la situación internacional, el movimiento comunista europeo atravesó algunas dificultades que pusieron en evidencia sus limitaciones, derivadas de la premura con que se formaron los primeros partidos comunistas y de su inexperiencia.
En España en 1923, esta contraofensiva del capital financiero se hizo en alianza con la oligarquía terrateniente, incluyendo al ejército y la Corona, y con la neutralización de la burguesía industrial, especialmente la catalana, que apoyó el golpe de Estado del general Primo de Rivera. El PSOE, recuperado de sus escisiones de 1920 y 1921 y rehechos sus lazos internacionales, pasó a colaborar con la Dictadura y se convirtió en un pilar de ésta gracias a su control de amplias capas obreras en Asturias, Euskadi, Madrid, etc. Mientras, el PCE, duramente reprimido, con sus militantes obreros expulsados de la UGT, con su grupo dirigente desmantelado varias veces por la policía a lo largo de los años 20, perdió rápidamente influencia de masas y militantes, y fue incapaz de superar las posiciones izquierdistas predominantes en su nacimiento y que dificultaron la unidad del partido y su relación tanto con los trabajadores de la UGT y de la base del PSOE como con los sindicalistas revolucionarios de la CNT.
Además de su debilidad política y teórica y de sus errores, los sucesivos grupos dirigentes del PCE quedaron a menudo cortados organizativamente de la base por la represión y su desconocimiento de las reglas del trabajo clandestino. Se ignoraba la situación real de las distintas zonas en que operaba el Partido; esto explica que pudieran suceder hechos como el siguiente: alrededor de 1929, la sección catalana recibió la directriz de organizar ¡comités de cortijo! Así, la inestabilidad y el aislamiento de la dirección durante esta época impidieron un funcionamiento real del Partido; las iniciativas que lanzó contra la Dictadura llegaron difícilmente a traducirse en acciones de masas de una cierta entidad.
CONSTRUIR UNA LINEA POLÍTICA: 14 AÑOS PARA SUPERAR EL IZQUIERDISMO
La crisis de la Dictadura que acabó con la dimisión de Primo y su recambio por el inestable gobierno del general Berenguer, debilitó la oligarquía financiera y terrateniente y agrietó sus instrumentos de poder. Con ello, se abría el camino a la conquista de reivindicaciones democráticas y sociales profundamente sentidas por el pueblo: amplias libertades, autodeterminación para las nacionalidades oprimidas, separación de la Iglesia y el Estado, legalización de las organizaciones obreras, reforma agraria y de la enseñanza,... Quince meses después, el 14 de abril de 1931, son suficientes unas elecciones municipales ganadas por republicanos, socialistas y nacionalistas, para hundir una monarquía que ya había perdido la confianza del mismo capital financiero, y proclamar la II República. Sin embargo, fueron la mediana y la pequeña burguesía las que dirigieron este cambio de régimen, aprovechando el malestar y las movilizaciones de obreros, campesinos y estudiantes, aliándose con el PSOE (Pacto de San Sebastián), y logrando un cierto apoyo de la CNT.
El PCE no pudo sacar provecho de una situación tan favorable ya que se guiaba por una línea izquierdista y sectaria. Reconocía la existencia de una etapa democrática en la revolución española y, en esto, analizaba bien lo que estaba ocurriendo ante sus ojos con la caída de la monarquía, pero, en cambio, se apartaba totalmente de la realidad al valorar que era posible transformar de inmediato esta revolución democrática en socialista, la república en república soviética, y las movilizaciones populares con objetivos democráticos en punto de partida para organizar soviets, o sea consejos de obreros y campesinos para hacerse con el poder. ¡Muera la República burguesa, viva los soviets! fue la consigna que sintetizaba la actitud del PCE alrededor del 14 de abril.
Su desviación aventurera, además de sobrevalorar la fuerza de los trabajadores, se inspiraba en una visión de la gran crisis económica de 1929 como principio del fin del capitalismo mundial. Esto representaba un error teórico de bulto, ya que la bancarrota económica no podía de por sí determinar la revolución si no iba acompañada de ciertas condiciones políticas o incluso militares. En el caso de España, estaba claro que estas condiciones no se daban: la clase obrera permanecía dividida y muy desorganizada, la oligarquía perdía posiciones pero no estaba en descomposición, y el ejército, a pesar de algunos brotes de rebelión, no estaba al borde del estallido.
Por otro lado, el PCE se negó a suscribir cualquier acuerdo con el resto de fuerzas políticas en los meses que precedieron la caída de la monarquía. Este sectarismo desaforado era la interpretación que el PCE daba a la necesaria independencia política del proletariado en la revolución democrática. En particular, se opuso a buscar la unidad de acción con los socialistas no sólo por arriba, con la dirección del PSOE, sino también por la base, ya que este partido pasaba a ser considerado el enemigo principal para el triunfo de la revolución.
El PCE hablaba de constituir un frente único proletario, es decir de unir a la clase obrera alrededor de los comunistas, prescindiendo del hecho que la mayoría de los trabajadores políticamente conscientes estaban en el PSOE o la UGT. Se consideraba que la misma agravación de la crisis política y económica rompería la influencia reformista y que las masas se moverían hacia posiciones revolucionarias a golpe de consigna.
Esta línea, aprobada en el 3er. Congreso de agosto de 1929 en Paris y revalidada en la Conferencia, llamada de Pamplona, de marzo de 1930, tuvo unas consecuencias nefastas: no condujo al aislamiento del PSOE sino al del propio PCE, que en 1931 contaba apenas con un millar de militantes, e impidió que el proletariado pudiera luchar realmente por la dirección del movimiento republicano.
La responsabilidad principal de este conjunto de errores izquierdistas y sectarios recaía sin duda en la dirección del PCE, pero su inspiración provino en buena parte de las mismas directrices de la Internacional. En mayo de 1931, ésta censuró al PCE su actitud sectaria en la proclamación de la República, su incomprensión del problema de las nacionalidades y su confusa política sindical. Sin embargo, desde mayo de 1927, el Comité ejecutivo de la Internacional (VIII Pleno) empezó a seguir una orientación izquierdista que tendría repercusiones funestas para todo el Movimiento obrero y para la lucha contra fascismo. En el VI Congreso de julio de 28 y en los plenos posteriores del Comité ejecutivo hasta 1933, se acentuaría más esta política llamada de "clase contra clase". Sus elementos esenciales eran:
1) La tesis sobre el socialfascismo, por la que se consideraba la socialdemocracia como el enemigo principal de la revolución, última trinchera del capitalismo en descomposición. El auge del fascismo, que tenía lugar en varios países europeos, aparecía como fruto de la labor de los socialistas o, incluso, se apuntaba que la misma socialdemocracia tendía a fascistizarse.
2) La definición del ala izquierda de la socialdemocracia como más peligrosa que el ala derecha.
3) La concepción del frente único limitado a la colaboración con los obreros socialistas, el rechazo de principio de toda propuesta dirigida a los partidos socialistas y, sólo en casos excepcionales, la admisibilidad de acuerdos con sus organizaciones de base.
El error decisivo de esta táctica estaba en señalar a la socialdemocracia como enemigo principal y no a la fracción dirigente de la burguesía. A ese respecto, está claro que el PCE cometió la misma equivocación que la Internacional, aunque llevandola hasta sus últimas consecuencias. Subrayamos, no obstante, la mayor responsabilidad del PCE debido a que este partido tenía un conocimiento más directo de la realidad española y podía darse cuenta también del alcance de los errores cometidos. Por ejemplo, mientras, en países como Alemania, se dio el caso de que un dirigente socialista de la policía mandaba ametrallar a los trabajadores (1 de mayo de 1929 en Berlín), en España, el PSOE pasó de colaborar con la Dictadura a actuar, junto con los republicanos, contra la monarquía.
Así, para el PCE, el paso de la Monarquía a la República no significó apenas nada: la adopción de un nuevo disfraz por la oligarquía y sus agentes.
Desde abril de 1931 hasta noviembre de 1933, el gobierno de la II República quedó en manos de la alianza de republicanos burgueses y pequeño-burgueses y de socialistas, con el apoyo de los nacionalistas catalanes. A su alrededor, tanto los altos jefes militares y la jerarquía eclesiástica como buena parte del personal dirigente de los organismos de la Administración civil seguían siendo los mismos que había bajo el reinado de Alfonso XIII. En estos dos años y medio, la coalición gubernamental fue incapaz de realizar las reformas democráticas tan ansiadas. Catalunya obtuvo un Estatut recortado respecto al proyecto que había aprobado en plebiscito. Euskadi tuvo que esperar hasta la guerra. Galicia, rápidamente conquistada por los franquistas, refrendó el suyo un poco antes del Alzamiento. La reforma agraria se quedó en una ley timorata, aplicada con cuentagotas y con escasos medios. Marruecos siguió siendo una colonia. Hubo algunos cambios en el ejército, pero no los suficientes para aislar a los jefes antirrepublicanos,...
El PCE persistió en lo fundamental en la línea de su 3er. Congreso. En 1932 creó su propia central sindical, la Confederación general del trabajo unitaria (CGTU), que agruparía a unos 150.000 trabajadores frente a más de un millón de la UGT y otro tanto de la CNT. En las elecciones de noviembre de 1933, que dieron la victoria a los partidos de la oligarquía encabezados por la Confederación española de derechas autónomas (CEDA) de Gil Robles, el PCE mantuvo su programa de lucha por el gobierno obrero y campesino y por los soviets, así como el frente único revolucionario contra el gobierne republicano y los socialistas. Las candidaturas comunistas obtuvieron unos 340.000 votos frente al 1.700.000 del PSOE. Por estas fechas, el número de militantes alcanzaba la cifra de 20.000 (la mitad en Andalucía) (2).El aumento de votos y militantes en relación a 1931 se debió a la exasperación creciente de los trabajadores ante el deterioro de su situación económica y al inicio de un trabajo de implantación en el campo y las fábricas, realizado por primera vez en un marco democrático. Estas fueron las únicas ventajas que el PCE pudo sacar de los primeros años del cambio de régimen. Mientras, se había celebrado su Cuarto Congreso, en 1932, El grupo dirigente (Bullejos, Adame, Trilla, Vega) fue destituido y, más tarde, expulsado del Partido. A fines del mismo año, se nombró en su lugar a valiosos cuadros obreros —José Díaz, Antonio Mije, Dolores Ibarruri- sin experiencia en el trabajo de dirección política central. El recambio se hizo a instancias de la Internacional, pero sin una crítica a fondo de los errores cometidos por el grupo Bullejos, con lo cual la nueva dirección tardó un par de años más en sentar las bases para una completa rectificación de la línea.
Así, pues, el PCE necesitó 14 o 15 años, desde su fundación en 1920, para alcanzar su madurez política, o sea para empezar a dominar la teoría marxista en su aplicación a la realidad española. La culminación de este largo aprendizaje significó también el lograr la estabilidad de su grupo dirigente a partir del relevo de 1932, con José Díaz como secretario general.
LA BANDERA DE LA UNIDAD
El triunfo de las fuerzas oligárquicas en las elecciones de 1933 puso fin a las tímidas reformas con que nació la República. Durante los dos años siguientes, el llamado Bienio negro, la contrarrevolución se organizaría desde el mismo gobierno. Pero éste no fue el único hecho alarmante que tuvo lugar en 1933. La victoria de la reacción en España fue precedida por el asalto al poder del Partido nacionalsocialista alemán de Hitler. En este caso, un relativo triunfo electoral desencadenó una rápida liquidación de las instituciones democráticas y el inicio de una oleada de terror que aplastó en poco tiempo la resistencia desorganizada del pueblo alemán.
Última edición por RioLena el Dom Abr 05, 2020 8:44 pm, editado 1 vez