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    La Economía de Guerra - artículo de Mitchell - publicado en Communisme, nº 25, abril de 1939

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    RioLena
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    Mensaje por RioLena Sáb Abr 04, 2020 7:29 pm

    La Economía de Guerra

    artículo de Mitchell (*)


    publicado en Communisme, nº 25, abril de 1939.


    Hoy la burguesía sufre la ansiedad del aprendiz de brujo: horrorizada ante los estragos que produce el armamento sobre un sistema de producción anacrónico y senil, quisiera alterar la evolución  económica, que se dirige a su salida catastrófica, para encauzarla en el lecho de no se sabe qué producción “pacífica”. Sin embargo, sus repetidas exhortaciones al desarme lo único que hacen es revelar su preocupación por levantar un grueso dique frente al inevitable ciclón social que tanto teme. La fórmula del desarme bebe de la misma fuente que aquella otra que pregona “el desarrollo del poder de compra de las masas”; es decir, que realmente ninguna de las dos pretende realmente lo que dice, pues sólo tratan de apuntalar un régimen condenado a pasar por colosales mistificaciones y sangrientos expedientes. Al Capitalismo fue tan incapaz de evitar la eclosión de las economías de guerra como incapaz es hoy para suprimirlas: la producción de guerra es un fenómeno que se deriva de la propia naturaleza violenta del sistema capitalista,que surge “por efecto de una fuerza motriz propia, interna, mecánica”, retomando la explicación de Rosa Luxemburg; de una fuerza, pues, que nadie sino la revolución proletaria puede quebrar, y su acción no debe limitarse a los Estados fascistas, sino que tiene que extenderse a toda la sociedad capitalista, tal y como demuestra con elocuencia la propia realidad. Por suparte, falsean y atenúan el significado histórico de la economía de guerra aquellos que lo reducen a la fabricación armas o quienes lo conciben como un mero apoyo para el expansionismo imperialista. Se trata más bien de una forma de vida del Capitalismo decadente, así como de un nuevo instrumento de opresión del Proletariado, dos aspectos que se corresponden con las necesidades de la propia evolución del Capitalismo, al igual que las etapas precedentes vinieron acompañadas de sus correspondientes formas, de otros modos de adaptación del mecanismo económico a la revuelta histórica de las fuerzas productivas.

    Primero había que adecuar el aparato económico a la capacidad de absorción del mercado; y esto se logró mediante una política generalizada de “malthusianismo” económico, que implicaba recurrir a la destrucción de los productos y de los medios de producción excedentes, a la limitación de productos industriales y agrícolas o a la eliminación de los ahorros “congelados” por la devaluación monetaria. Sin embargo, bajo la influencia de las tensiones sociales que suscitaban semejantes políticas (paro, quiebras, etc...), “se dio marcha atrás” y a la fase de contracción sucedió otra de “eufórico” aumento del poder de compra de los mercados nacionales, que se elevaba esta vez sí al nivel de las capacidades productivas; una fase que se abrió bajo el signo de los “grandes trabajos” y del “planismo” y que adquirió una apariencia de “prosperidad” con el surgimiento de la economía de guerra, que se nutría de la sangre y las vísceras del proletariado y también de la sustancia fundamental del Capitalismo*.( *No hace falta decir que esa fase “expansionista” no supuso una ruptura total con los periodos anteriores, sino que se trataba de un encadenamiento, una interpenetración y una combinación de varios métodos, de los que, no obstante, surgía una tendencia predominante).

    Se puede decir que esa tendencia al “repliegue nacional” –que los espíritus más perezosos llamaban “autarquía”–no era sino el lógico resultado de una incesante reducción de los intercambios internacionales,es decir, ante todo de aquellos que anteriormente proveían a las necesidades de los nuevos compradores no-capitalistas y de la “capitalización” de los países “nuevos”. Hablando con  propiedad, podría hablarse de tendencia “autárquica” en la medida en que los impulsos de cada  capitalismo  nacional  hacia  el  exterior  se veían cada vez más contrarrestados por la saturación y por la contracción del mercado mundial, pero no se trataba de autarquía propiamente dicha, es   decir, de un fenómeno que permitiera una absoluta independencia económica de la nación  capitalista respecto al mercado mundial, algo inconcebible no sólo desde el punto de vista de la  división  internacional  del  trabajo  y  el  reparto  de  las  riquezas,  sino  también atendiendo a la   mínima cohesión de clase que necesita la sociedad capitalista para afrontar los antagonismos sociales. Así  se comprende perfectamente  que  este  impulso  centrípeto  en  cuestión  se  haya  manifestado en primer lugar, conduciendo a los métodos más radicales del Capitalismo de Estado,  en  el  seno  de aquellas economías  que  ofrecían  menos resistencia  que  otras  frente  a  los  violentos  contrastes  de  la  crisis  de decadencia,  ya se  tratara  de economías altamente  desarrolladas  pero sin colonias  (Alemania),  bien  fueran atrasadas y deficitarias, o incluso de carácter agrario más que industrial (Italia, España, los Balcanes, China). Pero lo que nos interesa es conocer a fondo este fenómeno de “ampliación del mercado nacional” que  en  Alemania,  en  Italia  y  en  Rusia  ha  contribuido  a  eliminar  el  peso muerto del “ejército  industrial  de reserva”, esos millones de parados que pesaban peligrosamente sobre el  armazón que  sostiene  el  edificio social, insuflando así a una producción moribunda el oxígeno que necesitaba. No hay duda de que realmente hubo  una  extensión  del  poder  adquisitivo,  pues  el  aumento  de  la producción industrial fue más  o  menos  considerable (según las  particularidades  de  cada  economía),  y además, cosa curiosa, esta producción era fácilmente asimilada por el mercado. Parecía pues que estábamos en presencia de un fenómeno que eliminaba los contrastes entre la producción y la venta,que la Burguesía por fin había hallado solución a la crisis endémica de su economía.

    Pero  desgraciadamente  su  política  económica  no  hacía  sino  llevarla  de  Caribdis  a  Escila;  de  una contradicción que desarticulaba su sistema a otra que minaba sus fundamentos. En efecto, cosa “extraña”, dicha expansión se realizaba en el interior de la esfera capitalista, es decir, en la esfera en  la  que  las  actividades  de  producción  y  distribución  se  rigen directamente  por  las  leyes  de producción  burguesas  (capitalistas-asalariados*); no  se trataba por  tanto de  un aporte exterior de  nuevos compradores, aún no integrados en la esfera capitalista. Esto significaba, además, que la plusvalía suplementaria procedente del excedente de la producción también  se  realizaba dentro  del  mercado  capitalista.  De  ahí  a  suponer  que  el  aumento  del  consumo  de  la clase  capitalista  y  de  los  obreros  podía  colmar  fácilmente  la  carencia  de  compradores  no  capitalistas,  no había más  que  un paso, que los profesores “marxistas” franquearon por  otra  parte  fácilmente: ¡necesitan hallar una salida “teórica” a los antagonismos sociales para poder asegurarse el “pan nuestro de cada día”! **** Para facilitar el examen, podemos perfectamente incluir en esta esfera a los productores que, aunque no dependen directamente del proceso de trabajo capitalista (campesinos independientes, artesanos), no escapan de las repercusiones del reparto capitalista.

    Pero examinemos más de cerca este “milagro” que parece hacer añicos la explicación marxista de la producción burguesa. La  génesis  del  movimiento  que  ha  reanimado  toda  la  máquina  económica en  la  práctica se  ha desarrollado como sigue: bajo el impulso de la fuerza irresistible que hemos mencionado antes, la Burguesía se ve obligada a formular y realizar un programa que, a la vez que le da esperanzas de que su sistema pueda funcionar con normalidad, le procura sobre todo los medios para crear un mecanismo capaz de ensamblar y triturar al Proletariado: la economía de guerra. Una  vez  más  se  podría objetar  que  la  producción  de  armamento,  ante  todo, sirve a la  política imperialista de “ataque” o “defensa”,y que  depende,  por  tanto,de  los  antagonismos  entre  los  distintos Estados.  Pero  así  lo único  que  se  hace  es confundir  el aspecto de  los  acontecimientos  con  su  significado histórico, y entonces es imposible entender que la guerra no es más que una solución capitalista extrema a los  contrastes  sociales, un  conflicto que  en  ciertas  condiciones  históricas,  al  generalizarse,  adquiere  la apariencia de un conflicto entre naciones capitalistas, cuando se trata fundamentalmente de una expresión más –la última–de la dictadura del  Capitalismo,  al  mismo  nivel  que  otras  manifestaciones  de  su  dominio. Además, la actitud de la Burguesía internacional ante la perspectiva de un conflicto mundial demuestra que el entramado imperialista no es más que un elemento accesorio. Ciertamente, lo repetimos, más que una supuesta “consciencia” burguesa, que fundamentalmente sigue siendo de carácter  empírico, los móviles que  presiden  el  desarrollo  de  las  economías  de  guerra nos revelan cuáles son las necesidades de la evolución capitalista. Es en la realidad económica y política en la que se elaboran progresivamente los “planes” que pretenden refundar el aparato estatal, la reorganización industrial, la gestión hegemónica del Estado, los fundamentos de la economía de guerra. Fue en  el  propio curso de  este  vasto  proceso  de  adaptación cuando el  Estado –expresión  suprema del  interés  de  clase  de  la  Burguesía, que  somete  a  los  intereses  particulares  de  los  capitalistas  privados–apareció como el comprador  de  una  importante  fracción  de  la  producción. Es  el  Estado  el  que,  aplicando unos programas previamente elaborados, “crea” el mercado de guerra(ya se produzca finalmente la guerra o  no),  equivalente a ese “consumo” capitalista suplementario del  que  hablábamos;  un  mercado  y  un consumo  que,  por  su  propia  naturaleza,  se  salen  en  realidad  de  las  normas  económicas,  al  igual  que  la producción de guerra a la cual se vincula.

    El  “milagro”  consiste  únicamente,  pues,  en  asegurar  la  “venta”  de  los  productos  excedentes procedentes  de  la  reintegración  en  el  ciclo  productivo  de  las  máquinas,  mano  de  obra  y  capitales que estaban inmovilizados por la crisis. Y el “secreto” para financiarla economía de guerra consiste en recurrir a todos  los  expedientes  monetarios  y  presupuestarios  de  los  que  dispone  el  Capitalismo, primero  echando mano del excedente realmente disponible, que extrae de los ahorros, de la fiscalidad, de los préstamos, las confiscaciones  de  capital, y  luego empleando los recursos ficticios que saca de la nada: “letras” al futuro y deducciones anticipadas de todo tipo, entre las cuales los “bonos contributivos” que el Reich acaba de crear revelan toda la habilidad de un régimen acorralado. Hay un hecho que merece la pena destacar de nuevo: el armazón financiero de los Estados fascistas ha desmentido todas las predicciones catastrofistas que la chusma social-comunista se da el gusto de eructar periódicamente  desde  hace  años. La experiencia alemana demuestra, en efecto, que  los límites financieros dependen del valor intrínseco  y  de  la  capacidad  material  de  la  economía  y  no  de  las  reservas  de  oro  o  del valor de los signos monetarios.

    Volviendo  a  la  extensión  del  poder  de  compra  en  la  esfera  capitalista:  esta extensión sólo es concebible, evidentemente, porque la venta del producto suplementario (armamento) es puramente ficticia. Efectivamente, no se puede comparar este pseudo-consumo capitalista con el que implicaba la aparición de nuevos compradores no capitalistas, que en el pasado contribuyeron de manera tan importante al desarrollo prodigioso de la acumulación capitalista. Decimos bien: venta ficticia, porque en ningún momento se traduce concretamente en  una  realización  económica  que  asegure al  productor-vendedor  la  reconstitución  de  los elementos que componen el producto. Aquí  entramos  en  el  mecanismo  de  la  producción  de  guerra.  Y  la  naturaleza  y  el  alcance  social  de esta última exigen que comparemos este mecanismo con el de la producción ordinaria. Sabemos que un ciclo productivo termina con la venta del producto en el mercado. Sólo entonces se realiza la plusvalía incorporada en el producto, es decir, se intercambia por el oro o por lo que sea, y así se consuma verdaderamente la explotación del proletariado. Este es también el momento en el que se dan las condiciones  para empezar un  nuevo  ciclo  productivo.  Incluso  es  posible  llevar  a  cabo  una  reproducción ampliada,  pues  el  Capitalismo no  sólo encuentra  en  el  mercado todos  los  elementos  del  proceso  anterior, sino  también  los  que  le  permiten  desarrollar  la  producción  tras  convertir  en  capital  una  fracción  de  la plusvalía*. Quien dice  reproducción ampliada dice  acumulación capitalista, y esto es así porque la producción, en su conjunto, responde indirectamente (a través del mercado) a las necesidades sociales, y se solventa con unos  resultados positivos superiores  a  los  del  ciclo  anterior.  Para  que  exista  ampliación  (o  incluso  mera reproducción simple), basta con que el producto responda a una función económica real, que aparezca bajo unas  formas  que  se  puedan emplear de  nuevo en  la producción  (máquinas,materias  primas,  productos  de consumo),  unas  formas que  no  hacen  más  que  materializar  las  inversiones  de  capital  constante  y  capital variable. En cambio, si hay plétora de  tambores y trompetas a expensas de los objetos indispensables o simplemente útiles, entonces es que existen toda una serie de mórbidos fenómenos que están descomponiendo el organismo social.

    Con  la  economía  de  guerra nos  encontramos  precisamente  ante  una  de  esas  manifestaciones orgánicas y fisiológicas que  engendran la descomposición y la consunción. Estamos ante un proceso que se encamina  hacia el hundimiento  bajo  el  impulso  de  la  velocidad  adquirida, y  que por  tanto no  se puede detener o hacer retroceder. El Capitalismo está atrapado por un engranaje del que no puede escapar. Desde  luego  que si la  economía  de  guerra puede escapara  los  azares  del  mercado es porque  se vende por anticipado al Estado, por lo que podemos considerar que se “consume” incluso antes de existir. La organización  que  la  condiciona, además, coordina en una medida enorme los factores inestables del funcionamiento  capitalista:  precios,  salarios,  beneficios,  inversiones;  resumiendo,  engloba  una  producción “socialista” cuya plena expansión ya hemos constatado en Alemania y en la URSS. Por eso la contradicción específica y mortal de la economía de guerra no se encuentra en el terreno de  su financiación u organización, sino en el propio centro del mecanismo productivo y en el desarrollo de las fases sucesivas de su reproducción.* Para simplificar el análisis, suponemos que toda la producción se vende a un precio que se corresponde con su valor y que existe un equilibrio entre la esfera productiva de medios de producción y la de medios de consumo.

    Al  principio,  parecía  que eran  los nuevos  mercados los  que llamaban  a  desarrollar  la  producción. Todo  el  aparato  se  puso  en  movimiento,  las  fuerzas  paradas  se  reintegraron en la  esfera  productiva  y, durante un tiempo, en cifras absolutas,  hubo un aumento de  rentas (fondos salariales y ganancia), pues  se habían  movilizado  más  capitales,  había más  mano  de  obra trabajando,  una  mayor masa  de  plusvalía  y,  por tanto, más productos. La vida económica no empieza a sufrir graves modificaciones hasta que se opera la sacudida en cada renovación  del  ciclo, por la  propia naturaleza de  la  producción; y  este progreso también  depende  de  la capacidad  de  resistencia  del  organismo  capitalista que  se  ve obligado  a  alimentarse  de  las  reservas acumuladas  por  un  siglo  de  prosperidad; y  es  que si  estas  reservas  no  existiesen,  el  ritmo  de  degradación sería  verdaderamente  vertiginoso.  En  efecto,  considerando  solamente  la  producción  de  guerra,  hay  que admitir  que,  aunque  no  se  “venda” íntegramente,  desaparece  virtual  y  definitivamente  de  la  esfera económica propiamente dicha, dado que no contiene ningún elemento llamado a reaparecer en el siguiente ciclo:  cañones,  tanques,  aviones,  refugios  fortificados,  rutas  estratégicas o máscaras  de gas,  no  pueden evidentemente mutarse en capital constante ni capital variable. Cada ciclo de producción de guerra equivale, por tanto, a una destrucción pura y simple del trabajo pasado  y  del  trabajo  vivo  que requiere.  Y  no  se  puede  abrir  un  nuevo  ciclo  sin extraer sus  elementos necesarios  bien de  la  esfera  de  la  producción positiva,  bien de  los  stocks  disponibles,que  se  pueden movilizar mediante cualquier expediente financiero. En  el encadenamiento  de  los  ciclos es  donde se producen los  fenómenos  propios  de  la  decadencia capitalista: la “des-acumulación” o la reproducción reducida adquiere  entonces  tal  envergadura  que  las últimas briznas de optimismo de la Burguesía vuelan como paja y los más clarividentes de sus representantes se ven obligados a constatar, como Flandin, que “desde hace algunos años, Europa ha creado menos riqueza de  la  que  ha  consumido.  

    Y  eso  es  tan  cierto  como que el crédito internacional prácticamente ha dejado de existir... Las riquezas acumuladas por Europa en el trascurso de los siglos son inmensas, pero están en su fase de consumo”. El Capitalismo se  arranca su  propia  carne,  pero  no para alimentar a sus “crías”, como  el pelícano, sino para destruirlas. Por tanto la producción de guerra no se desarrolla bajo el impulso de la acumulación (pues se traga incluso  la  plusvalía),  sino  a  través  de  las  sangrías  que se efectúan en  la  riqueza  material  y en el  trabajo, mediante la constricción constante de los fondos de consumo, la no-renovación del aparato productivo y la intensificación del rendimiento de la fuerza de trabajo, empujada hasta sus límites fisiológicos y sociales. Por eso el centro de gravedad de la economía de guerra gira en torno a un régimen de trabajo que al mismo  tiempo que “esteriliza” el salario dentro de los límites que imponen las exigencias  económicas (racionamiento), permite aumentarla tasa y la masa de plusvalía, pues, en último término, es al proletariado al que le  corresponde “pagar”, con una explotación refinada y colosal, el trabajo y el plustrabajo destruido por el armamento. Lógicamente, se puede constatar que el intervencionismo estatal y el “planismo”, basados en una disciplina nacional “obligatoria para todos”, están directamente ligados a esta explotación. Esto explica por qué actualmente se  manifiesta una  tendencia  fuertísima  a  la  nivelación relativa de las condiciones de trabajo, una tendencia que se desarrolla tanto en los países “ricos” como en los países “pobres”: duración de la jornada, precio, incorporación obligada a la fábrica, prohibición de huelga o de cualquier gesto mínimamente reivindicativo; unas condiciones que reúnen, por tanto, todas las características propias de un verdadero clima de guerra,semejante al que ahogó toda vida proletaria durante el conflicto de 1914-1918. Y al  igual  que  éste cesó  por  agotamiento  material, así  como por  el empuje irresistible  de  los  antagonismos sociales, la economía de guerra que predomina actualmente en el mundo capitalista, en un momento dado –haya“paz” o haya guerra–, entrará en crisis, aunque hoy por hoy es imposible fechar este suceso, que depende de un conjunto de factores complejo. No conviene, basándonos en la ralentización económica que se ha producido a finales de 1937 y que ha durado hasta mediados de 1938, deducir que ya se ha abierto dicha crisis. La conclusión que se  debe sacar es, más bien, que aún existe una considerable actividad potencial, pues  países como Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Bélgica, a falta de un mecanismo adecuado, aún no han logrado poner en funcionamiento la totalidad de sus fuerzas productivas. Desde luego no sucede lo mismo en los Estados llamados “totalitarios”, en los que todos los recursos están movilizados –o poco les queda–, pero tampoco aquí podemos decir que la economía de guerra esté en crisis,  a  menos  que  supongamos  que las “Democracias”, que son las que pueden suministrarle la ayuda indispensable,  han  abandonado al  Fascismo  a  su  suerte.

    Ahora  bien,  hasta  el  momento los  hechos desmienten claramente tal eventualidad. Por otra parte, todo indica que la crisis de la economía de guerra será profundamente diferente a las antiguas crisis de “crecimiento”. Ésta será  el  resultado  de  una  sobreacumulación  y  de  un  excedente  de producción  no  realizable. Aquella surge  de una  des-acumulación  y  de  una  sub-producción  de  bienes productivos  y  de  bienes de consumo, que  están en  retroceso  ante  un mercado  de  productos  estériles  que, lejos de atestar el mercado capitalista, se producen y se realizan fuera, digámoslo así, de la esfera mercantil y de la circulación. Los  límites  de  la  producción  de  guerra,  más  allá  de  los  cuales  estallará la  crisis,  dependen evidentemente  de  las  facultades  físicas  de  cada  economía,  es  decir,  del  consumo  de  fuerzas  productivas  y del margen de explotación del Proletariado, del empeoramiento último de nivel de vida de la sociedad. La contradicción entre la producción positiva y la producción negativa hallará entonces su salida, bien en el estallido del antagonismo de clases –abriendo una situación revolucionaria–, o bien en una guerra localizada o generalizada. Como decía Blum al presentar su plan, en abril de 1938, “el  carácter  artificial  de  la economía de guerra terminará saliendo a la luz... pero esta  fatal eventualidad quizá  aún esté lejos: la experiencia nos demuestra más  bien que una economía cuya actividad está esencialmente orientada al rearme es viable durante un periodo de tiempo bastante largo. La liquidación a la que está finalmente destinada ciertamente plantea algunos problemas terribles... pero la lucha por la vida prevalece frente a la lucha contra el tiempo.” Esta “lucha contra el tiempo” a la que se enfrenta la Burguesía internacional se traduce en una lucha feroz contra los trabajadores. Sólo el proletariado puede quebrar esta espiral infernal de armamento. A la violencia capitalista debe suceder, sin más tardanza, la violencia proletaria, una guerra de clases que rompa definitivamente el curso de la guerra imperialista. Sólo después podremos hablar de desarme.


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    Mensaje por RioLena Sáb Abr 04, 2020 7:37 pm

    (*) también utilizó los nombres de Michel, La Barre o Jehan Labarre, Jean Mélis (también Baptiste o Albert o Léonard o Jehan Mélis) y otros. Fue uno de los dirigentes y teóricos de la Izquierda comunista belga, separándose del trotskismo y fluctuando entre el comunismo de consejos y los bordiguistas. Fallecido en 1945, probablemente enfermo de tifus, en el campo de concentración nazi de Bergen-Belsen.


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