Iglesia y fe, individuo y razón, clase y teoría
«Battaglia Comunista», número 17 - setiembre de 1950
publicado en el Foro en 2 mensajes
Desde cátedras muy distintas y alejadas dos documentos - elaborados innegablemente con idéntica exigencia de procurar los argumentos doctrinales necesarios al trabajo político de dirección de los pueblos - se prestan a ser comparados.
Las revistas rusas del partido se han puesto a publicar escritos de Stalin - y en este caso como en el de la encíclica de la que hablaremos luego, poco importa que sean escritos personales o fruto del trabajo de una comisión de redactores - que responden a interrogantes de militantes del partido.
Uno de esos textos se refiere a cuestiones absolutamente fundamentales, como el ciclo histórico del Estado o la victoria del socialismo en uno o varios países; otros tocan cuestiones interesantes pero menos generales, como la lengua, los dialectos, la fonética. Su función común es la de clarificar las ideas de los militantes que pudieran haber percibido contradicciones entre los distintos textos del partido, con la tajante tesis de que la ciencia y la doctrina marxista elaboran soluciones continuamente cambiantes en las diversas situaciones históricas, puesto que el marxismo, como se dice en varias ocasiones en esos escritos,
«no conoce conclusiones y fórmulas inmutables, obligatorias para todas las épocas, para todos los períodos; es enemigo de todo dogmatismo, de todo talmudismo».
El otro texto al que aludimos es más reciente, es la encíclica «Humanis generis» del Pontífice romano, que procede a una rigurosísima actualización teórica de confrontación con las diferentes escuelas modernas contemporáneas; demostrando que la ortodoxia católica no excluye, en su sentido estricto, el empleo del razonamiento y el desarrollo de la investigación científica. Esta encíclica concluye con la reafirmación de la inmutabilidad de las verdades fundamentales y de los textos sagrados, con una intransigencia que ha molestado a los medios católicos más inclinados a las concesiones y los compromisos con este mundo moderno de agnósticos e indecisos.
«Ninguna verdad que la mente humana haya podido descubrir mediante una investigación sincera puede estar en contradicción con la verdad ya conocida, porque Dios, Suma Verdad, ha creado y tolerado la inteligencia humana no para que oponga cada día nuevas verdades a las verdades firmemente adquiridas (rectificamos un poco el texto de las agencias que han traducido mal el original latino, que no tenemos a nuestra disposición), sino para que una vez eliminados los errores surgidos, esa inteligencia añada verdades en el mismo orden y con la misma organicidad que constatamos en la naturaleza misma de las cosas de donde nace la verdad».
Naturaleza, humanidad e ideología han sido todas dadas unitariamente in principium y los textos revelados no son susceptibles de actualizaciones y rectificaciones; el dogma es obligatorio exactamente como lo formula el rito oficial; hasta el punto de que en esta época de incertidumbres generalizadas, de dudas, de conversiones y de abjuraciones, la Iglesia no vacila en promulgar un nuevo dogma: la ascensión al cielo del cuerpo de María, sobre el cual si no nos equivocamos hasta ahora se permitían opiniones diversas. Así ha hablado Roma.
En el otro caso, Moscú afirma exactamente lo contrario: que los textos son rectificables sin límite alguno a medida que se dispone de nuevos datos de la experiencia, de la historia y de la ciencia; y desde el vértice de la organización puede enunciarse a cada paso una nueva «verdad», distinta a la que la organización tenía la obligación de creer anteriormente. Decimos bien: estaba obligada, porque no se trataba de dejar a cada adepto la posibilidad de tener su propia doctrina del Estado, del socialismo o de la lingüística, y la facultad de cambiar a voluntad. Quienes no están de acuerdo con la teoría una vez rectificada son invitados a abandonar el partido. Pensarán de otra forma, pero lo harán fuera del partido. Uno puede abandonar el partido o puede ser expulsado, y entonces la obligación desaparece. Por otra parte, también puede abandonarse la Iglesia. No quisiéramos hablar de autos de fe, y tener que ocuparnos de esos textos repletos de pacata autoridad.
Ninguna de estas dos posiciones interesa al movimiento proletario marxista.
AYER
La posición de los marxistas frente al problema religioso ha sido muy a menudo confundida con la de la naciente burguesía revolucionaria, y considerada como un simple subproducto del racionalismo y del ateísmo comunes, con ciertos corolarios anticlericales, que reunían a burgueses «progresistas» y proletarios socialistas bajo un mismo paraguas.
Según los esquemas del método «progresista» (cien veces más opuesto al marxismo que el peor de los «talmudismos») eso significaba esperar el feliz día en el que la inteligente y laica burguesía se hubiera deshecho de divinidad, Iglesia y curas; y «entre ateos» ya sólo quedaría por resolver una pequeña cuestión secundaria: ¿sociedad capitalista o sociedad socialista?
Uno de los primeros periódicos italianos, «La Plebe» de Bignami, tenía por subtítulo: diario republicano, racionalista, socialista.
Pese a que hoy se admita todo, una correcta utilización de la palabra socialista debería bastar para comprender que el diario no podía ser ni monárquico, ni católico.
No faltan textos marxistas que analizan el problema histórico del cristianismo y la religión en general, aunque desde la segunda mitad del último siglo la causa de la Iglesia y del cristianismo se considerase ya sentenciada y perdida en Europa.
Uno de esos textos, magnífico, se encuentra en el «Ludwig Feuerbach» de Engels (1886), que merecería ser citado por completo en relación con las no menos clásicas once tesis del joven Marx, y con otros pasajes de ambos autores en materia filosófica y religiosa.
Naturalmente tal orientación rechaza en su totalidad las verdades eternas sobre las que se ha fundado el cristianismo; y por otra parte las «verdades eternas» pueden hoy ser arrojadas de la ciencia de una forma más radical aún de lo que lo hizo Engels en el «Anti-Dühring», que dividía la verdad en tres grupos: ciencias físicas, biológicas y sociales. Engels demostró que las doctrinas en el tercer grupo cambiaban continuamente con los períodos históricos y no concedió la existencia de verdades indiscutibles más que para el primer grupo, citando complacido el ejemplo de dos más dos hacen cuatro. Sin embargo un crítico posterior de la ciencia, Henri Poincaré, ha podido demostrar que también en esta verdad se oculta una convención, o sea una arbitrariedad. Leibnitz ya había intentado demostrar el teorema 2 + 2 = 4. Pero sólo era una «verificación». Todas las nociones de aritmética elemental no pueden ser demostradas sin admitir la validez del principio de «recurrencia», es decir, que si se pueden hacer ciertas operaciones con n, también podrán hacerse con n + 1. Por otra parte es necesario haber definido ese famoso uno de forma que sea precisamente él quien esté al principio de los números que se añaden a n. A continuación cuando se haga corresponder todos esos unos a entes concretos, para determinados desarrollos y cálculos, debe admitirse que son todos idénticos en las condiciones reales circundantes... Quizá sea más fácil definir la Divinidad que la unidad que utilizamos mil veces al día; en el fondo es Pacelli (el Papa) quien camina sobre seguro y cómodamente.
Simplemente queríamos señalar que no hay verdades definitivas, ni siquiera en las «ciencias exactas», que se impongan a cultos e ignorantes.
La religión haya su lugar en la larga sucesión de modificaciones al enunciado de la «verdad» que se reemplazan unas a otras. Es pues una de las formas de conocimiento y de representación humanas, una etapa inicial, pero no por eso menos importante y necesaria. A la pomposa oposición metafísica burguesa entre ciencia y religión, nosotros sustituimos la noción de esta última como una etapa de un mismo proceso cognitivo (L. Tarsia, «Cristianismo y Marxismo», en «Prometeo» n. 12).
Tomemos ahora unos fragmentos de Engels:
«La religión nació, en una época muy lejana de vida arborícola, de las interpretaciones insuficientes, primitivas y repletas de errores que los hombres hicieron sobre su propia naturaleza y el mundo exterior que les rodeaba ». «Que las condiciones de existencia material de los hombres, en el cerebro de los cuales se produjo ese proceso mental, determinaron en última instancia la marcha de tal proceso, que permaneció para ellos necesariamente inconsciente, pues si no lo ignorasen hubiera terminado toda ideología».
Meditemos esta fórmula que nos invita a usar en el campo del partido el término de teoría con preferencia al de ideología. No sólo los sistemas ideológicos no tienen un origen eterno, sino que como sistemas «autónomos» desaparecerán en cuanto sea posible operar con el dato de que las ideas nacen en la «cabeza» a causa de procesos materiales exteriores.
Los pueblos empiezan a organizarse, se dividen en grupos nacionales; elaboran «dioses nacionales» y territoriales.
El imperio mundial romano vio el fin de esa antigua nacionalidad. Roma albergó al principio todos esos dioses locales, pero surgió la exigencia de un dios mundial. Pero la nueva religión mundial, el cristianismo, ya había surgido de una mezcla de teología oriental, esencialmente judía, universalizada y de filosofía griega, especialmente histórica, vulgarizada. Pasados 250 años se convirtió en la religión del Estado. Naturalmente esto ocurrió tras una lucha religiosa, derivada de la lucha social contra la esclavitud y la economía esclavista.
En la Edad Media el cristianismo adopta la forma que responde al feudalismo y su jerarquía.
La burguesía inicia su ascenso y se desarrolla la herejía protestante en contraposición al catolicismo feudal. En Alemania Lutero expresa la lucha de la burguesía y de los campesinos contra la nobleza; batidos los segundos y sometidos los primeros, Alemania desaparece durante tres siglos de la escena histórica. Sin embargo con Calvino la reforma vence en Suiza, en Holanda, y en Inglaterra con la primera revolución burguesa.
Los albigenses y la minoría calvinista son dispersados en Francia.
«¿Pero de qué sirve? Ya entonces estaba trabajando el librepensador Pedro Bayle, y en 1694 nacía Voltaire».
En lugar de heréticos tenemos librepensadores e incrédulos.
«De este modo el cristianismo había entrado en su recta final. Ahora era ya incapaz de cubrir ideológicamente los esfuerzos de cualquier clase en ascenso. Se convirtió cada vez más en posesión exclusiva de las clases dominantes, y éstas lo adoptarán como simple medio de gobierno, con el que se reduce a determinados límites a las clases inferiores».
«Vemos pues que la religión una vez formada tiene siempre un contenido tradicional, y además en todos los campos ideológicos la tradición es una gran fuerza conservadora. Pero los cambios que tienen lugar en este campo (herejía, reforma religiosa, cisma de la Iglesia, racionalismo burgués) son consecuencia de las relaciones de clase, y por lo tanto de las relaciones económicas entre los hombres que realizan estos cambios».
De momento esto nos basta, nos dice Engels, sin querer entrar en un análisis histórico. Y es suficiente para demostrar una vez más que el marxismo y la religión, o el marxismo y el cristianismo, son inconciliables. Del mismo modo que es suficiente para justificar que el Papa, al proponer a los católicos alemanes un dique contra el marxismo, se apoye sólidamente en las fortificaciones doctrinales tradicionales, y que aún siendo ahora histórica, social y políticamente aliado de la burguesía mundial dominante, insista en las objeciones a todas las herejías. Algunos comentaristas han comparado justamente la condena del romanticismo, forma mental de la burguesía heroica, con la del existencialismo, forma mental de la burguesía degenerada y decadente.
El texto clásico que hemos comentado concluye con la confrontación entre la crítica racionalista y materialista francesa, con la filosofía crítica alemana. La primera es ingenua y metafísica, pero tremendamente destructiva respecto a las ideas y regímenes medievales. La segunda es más completa desde el punto de vista teórico, pero cae en el conformismo a causa del bastardo y temeroso desarrollo de la burguesía en Alemania. El burgués depone horrorizado el arma tajante de la crítica teórica, sólo la clase obrera podrá empuñarla. Por eso (Engels) escribió que
«el movimiento obrero es el heredero de la filosofía clásica alemana».
La teoría religiosa cristiana y medieval apoya la verdad en la autoridad y dicta a los hombres los límites con rigurosas fórmulas.
La crítica burguesa negó esas fórmulas y esos dogmas, a causa de la necesidad económica, social y política de romper los límites de esa autoridad.
En Francia llamó a cada hombre, individuo o ciudadano a pensar con su propia cabeza, pero inmovilizó y fosilizó a ese individuo «liberado» en el presunto derecho y facultad de intentar encontrar en todo momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia las vías «naturales» de una justicia y una civilización abstractas. No por azar hizo de la Razón y la Libertad una diosa.
«Battaglia Comunista», número 17 - setiembre de 1950
publicado en el Foro en 2 mensajes
Desde cátedras muy distintas y alejadas dos documentos - elaborados innegablemente con idéntica exigencia de procurar los argumentos doctrinales necesarios al trabajo político de dirección de los pueblos - se prestan a ser comparados.
Las revistas rusas del partido se han puesto a publicar escritos de Stalin - y en este caso como en el de la encíclica de la que hablaremos luego, poco importa que sean escritos personales o fruto del trabajo de una comisión de redactores - que responden a interrogantes de militantes del partido.
Uno de esos textos se refiere a cuestiones absolutamente fundamentales, como el ciclo histórico del Estado o la victoria del socialismo en uno o varios países; otros tocan cuestiones interesantes pero menos generales, como la lengua, los dialectos, la fonética. Su función común es la de clarificar las ideas de los militantes que pudieran haber percibido contradicciones entre los distintos textos del partido, con la tajante tesis de que la ciencia y la doctrina marxista elaboran soluciones continuamente cambiantes en las diversas situaciones históricas, puesto que el marxismo, como se dice en varias ocasiones en esos escritos,
«no conoce conclusiones y fórmulas inmutables, obligatorias para todas las épocas, para todos los períodos; es enemigo de todo dogmatismo, de todo talmudismo».
El otro texto al que aludimos es más reciente, es la encíclica «Humanis generis» del Pontífice romano, que procede a una rigurosísima actualización teórica de confrontación con las diferentes escuelas modernas contemporáneas; demostrando que la ortodoxia católica no excluye, en su sentido estricto, el empleo del razonamiento y el desarrollo de la investigación científica. Esta encíclica concluye con la reafirmación de la inmutabilidad de las verdades fundamentales y de los textos sagrados, con una intransigencia que ha molestado a los medios católicos más inclinados a las concesiones y los compromisos con este mundo moderno de agnósticos e indecisos.
«Ninguna verdad que la mente humana haya podido descubrir mediante una investigación sincera puede estar en contradicción con la verdad ya conocida, porque Dios, Suma Verdad, ha creado y tolerado la inteligencia humana no para que oponga cada día nuevas verdades a las verdades firmemente adquiridas (rectificamos un poco el texto de las agencias que han traducido mal el original latino, que no tenemos a nuestra disposición), sino para que una vez eliminados los errores surgidos, esa inteligencia añada verdades en el mismo orden y con la misma organicidad que constatamos en la naturaleza misma de las cosas de donde nace la verdad».
Naturaleza, humanidad e ideología han sido todas dadas unitariamente in principium y los textos revelados no son susceptibles de actualizaciones y rectificaciones; el dogma es obligatorio exactamente como lo formula el rito oficial; hasta el punto de que en esta época de incertidumbres generalizadas, de dudas, de conversiones y de abjuraciones, la Iglesia no vacila en promulgar un nuevo dogma: la ascensión al cielo del cuerpo de María, sobre el cual si no nos equivocamos hasta ahora se permitían opiniones diversas. Así ha hablado Roma.
En el otro caso, Moscú afirma exactamente lo contrario: que los textos son rectificables sin límite alguno a medida que se dispone de nuevos datos de la experiencia, de la historia y de la ciencia; y desde el vértice de la organización puede enunciarse a cada paso una nueva «verdad», distinta a la que la organización tenía la obligación de creer anteriormente. Decimos bien: estaba obligada, porque no se trataba de dejar a cada adepto la posibilidad de tener su propia doctrina del Estado, del socialismo o de la lingüística, y la facultad de cambiar a voluntad. Quienes no están de acuerdo con la teoría una vez rectificada son invitados a abandonar el partido. Pensarán de otra forma, pero lo harán fuera del partido. Uno puede abandonar el partido o puede ser expulsado, y entonces la obligación desaparece. Por otra parte, también puede abandonarse la Iglesia. No quisiéramos hablar de autos de fe, y tener que ocuparnos de esos textos repletos de pacata autoridad.
Ninguna de estas dos posiciones interesa al movimiento proletario marxista.
AYER
La posición de los marxistas frente al problema religioso ha sido muy a menudo confundida con la de la naciente burguesía revolucionaria, y considerada como un simple subproducto del racionalismo y del ateísmo comunes, con ciertos corolarios anticlericales, que reunían a burgueses «progresistas» y proletarios socialistas bajo un mismo paraguas.
Según los esquemas del método «progresista» (cien veces más opuesto al marxismo que el peor de los «talmudismos») eso significaba esperar el feliz día en el que la inteligente y laica burguesía se hubiera deshecho de divinidad, Iglesia y curas; y «entre ateos» ya sólo quedaría por resolver una pequeña cuestión secundaria: ¿sociedad capitalista o sociedad socialista?
Uno de los primeros periódicos italianos, «La Plebe» de Bignami, tenía por subtítulo: diario republicano, racionalista, socialista.
Pese a que hoy se admita todo, una correcta utilización de la palabra socialista debería bastar para comprender que el diario no podía ser ni monárquico, ni católico.
No faltan textos marxistas que analizan el problema histórico del cristianismo y la religión en general, aunque desde la segunda mitad del último siglo la causa de la Iglesia y del cristianismo se considerase ya sentenciada y perdida en Europa.
Uno de esos textos, magnífico, se encuentra en el «Ludwig Feuerbach» de Engels (1886), que merecería ser citado por completo en relación con las no menos clásicas once tesis del joven Marx, y con otros pasajes de ambos autores en materia filosófica y religiosa.
Naturalmente tal orientación rechaza en su totalidad las verdades eternas sobre las que se ha fundado el cristianismo; y por otra parte las «verdades eternas» pueden hoy ser arrojadas de la ciencia de una forma más radical aún de lo que lo hizo Engels en el «Anti-Dühring», que dividía la verdad en tres grupos: ciencias físicas, biológicas y sociales. Engels demostró que las doctrinas en el tercer grupo cambiaban continuamente con los períodos históricos y no concedió la existencia de verdades indiscutibles más que para el primer grupo, citando complacido el ejemplo de dos más dos hacen cuatro. Sin embargo un crítico posterior de la ciencia, Henri Poincaré, ha podido demostrar que también en esta verdad se oculta una convención, o sea una arbitrariedad. Leibnitz ya había intentado demostrar el teorema 2 + 2 = 4. Pero sólo era una «verificación». Todas las nociones de aritmética elemental no pueden ser demostradas sin admitir la validez del principio de «recurrencia», es decir, que si se pueden hacer ciertas operaciones con n, también podrán hacerse con n + 1. Por otra parte es necesario haber definido ese famoso uno de forma que sea precisamente él quien esté al principio de los números que se añaden a n. A continuación cuando se haga corresponder todos esos unos a entes concretos, para determinados desarrollos y cálculos, debe admitirse que son todos idénticos en las condiciones reales circundantes... Quizá sea más fácil definir la Divinidad que la unidad que utilizamos mil veces al día; en el fondo es Pacelli (el Papa) quien camina sobre seguro y cómodamente.
Simplemente queríamos señalar que no hay verdades definitivas, ni siquiera en las «ciencias exactas», que se impongan a cultos e ignorantes.
La religión haya su lugar en la larga sucesión de modificaciones al enunciado de la «verdad» que se reemplazan unas a otras. Es pues una de las formas de conocimiento y de representación humanas, una etapa inicial, pero no por eso menos importante y necesaria. A la pomposa oposición metafísica burguesa entre ciencia y religión, nosotros sustituimos la noción de esta última como una etapa de un mismo proceso cognitivo (L. Tarsia, «Cristianismo y Marxismo», en «Prometeo» n. 12).
Tomemos ahora unos fragmentos de Engels:
«La religión nació, en una época muy lejana de vida arborícola, de las interpretaciones insuficientes, primitivas y repletas de errores que los hombres hicieron sobre su propia naturaleza y el mundo exterior que les rodeaba ». «Que las condiciones de existencia material de los hombres, en el cerebro de los cuales se produjo ese proceso mental, determinaron en última instancia la marcha de tal proceso, que permaneció para ellos necesariamente inconsciente, pues si no lo ignorasen hubiera terminado toda ideología».
Meditemos esta fórmula que nos invita a usar en el campo del partido el término de teoría con preferencia al de ideología. No sólo los sistemas ideológicos no tienen un origen eterno, sino que como sistemas «autónomos» desaparecerán en cuanto sea posible operar con el dato de que las ideas nacen en la «cabeza» a causa de procesos materiales exteriores.
Los pueblos empiezan a organizarse, se dividen en grupos nacionales; elaboran «dioses nacionales» y territoriales.
El imperio mundial romano vio el fin de esa antigua nacionalidad. Roma albergó al principio todos esos dioses locales, pero surgió la exigencia de un dios mundial. Pero la nueva religión mundial, el cristianismo, ya había surgido de una mezcla de teología oriental, esencialmente judía, universalizada y de filosofía griega, especialmente histórica, vulgarizada. Pasados 250 años se convirtió en la religión del Estado. Naturalmente esto ocurrió tras una lucha religiosa, derivada de la lucha social contra la esclavitud y la economía esclavista.
En la Edad Media el cristianismo adopta la forma que responde al feudalismo y su jerarquía.
La burguesía inicia su ascenso y se desarrolla la herejía protestante en contraposición al catolicismo feudal. En Alemania Lutero expresa la lucha de la burguesía y de los campesinos contra la nobleza; batidos los segundos y sometidos los primeros, Alemania desaparece durante tres siglos de la escena histórica. Sin embargo con Calvino la reforma vence en Suiza, en Holanda, y en Inglaterra con la primera revolución burguesa.
Los albigenses y la minoría calvinista son dispersados en Francia.
«¿Pero de qué sirve? Ya entonces estaba trabajando el librepensador Pedro Bayle, y en 1694 nacía Voltaire».
En lugar de heréticos tenemos librepensadores e incrédulos.
«De este modo el cristianismo había entrado en su recta final. Ahora era ya incapaz de cubrir ideológicamente los esfuerzos de cualquier clase en ascenso. Se convirtió cada vez más en posesión exclusiva de las clases dominantes, y éstas lo adoptarán como simple medio de gobierno, con el que se reduce a determinados límites a las clases inferiores».
«Vemos pues que la religión una vez formada tiene siempre un contenido tradicional, y además en todos los campos ideológicos la tradición es una gran fuerza conservadora. Pero los cambios que tienen lugar en este campo (herejía, reforma religiosa, cisma de la Iglesia, racionalismo burgués) son consecuencia de las relaciones de clase, y por lo tanto de las relaciones económicas entre los hombres que realizan estos cambios».
De momento esto nos basta, nos dice Engels, sin querer entrar en un análisis histórico. Y es suficiente para demostrar una vez más que el marxismo y la religión, o el marxismo y el cristianismo, son inconciliables. Del mismo modo que es suficiente para justificar que el Papa, al proponer a los católicos alemanes un dique contra el marxismo, se apoye sólidamente en las fortificaciones doctrinales tradicionales, y que aún siendo ahora histórica, social y políticamente aliado de la burguesía mundial dominante, insista en las objeciones a todas las herejías. Algunos comentaristas han comparado justamente la condena del romanticismo, forma mental de la burguesía heroica, con la del existencialismo, forma mental de la burguesía degenerada y decadente.
El texto clásico que hemos comentado concluye con la confrontación entre la crítica racionalista y materialista francesa, con la filosofía crítica alemana. La primera es ingenua y metafísica, pero tremendamente destructiva respecto a las ideas y regímenes medievales. La segunda es más completa desde el punto de vista teórico, pero cae en el conformismo a causa del bastardo y temeroso desarrollo de la burguesía en Alemania. El burgués depone horrorizado el arma tajante de la crítica teórica, sólo la clase obrera podrá empuñarla. Por eso (Engels) escribió que
«el movimiento obrero es el heredero de la filosofía clásica alemana».
La teoría religiosa cristiana y medieval apoya la verdad en la autoridad y dicta a los hombres los límites con rigurosas fórmulas.
La crítica burguesa negó esas fórmulas y esos dogmas, a causa de la necesidad económica, social y política de romper los límites de esa autoridad.
En Francia llamó a cada hombre, individuo o ciudadano a pensar con su propia cabeza, pero inmovilizó y fosilizó a ese individuo «liberado» en el presunto derecho y facultad de intentar encontrar en todo momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia las vías «naturales» de una justicia y una civilización abstractas. No por azar hizo de la Razón y la Libertad una diosa.