La Europa transformada 1878-1919
Norman Stone - publicado en 1983
varios formatos
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Entre granadas, ametralladoras, trincheras y banderas, las convicciones decimonónicas de la modernidad se disolvieron en la historia. El mundo se tambaleó en 1914, cuando Europa se desangraba en la Primera Guerra Mundial, y se estremeció en 1917, cuando Rusia proclamaba el poder para los sóviets en la Revolución de octubre. Previamente, desde el final de la década de 1870, los europeos habían estado viviendo inmersos en una atmósfera de inaudita paz que preparaba al mundo para el mayor de todos los conflictos vistos hasta el momento. Cuarenta años de frágil optimismo en los que la atmósfera se fue enrareciendo hasta ser irrespirable. Cuarenta años en los que la red de alianzas entre las potencias de Occidente se afianzaba, el dominio colonial europeo se apropiaba de África y se endurecía la competición por ser el motor del mundo. Un periodo en el que las viejas estructuras sociales y políticas hubieron de replegarse ante la emergencia de los movimientos nacionalistas, la aparición de los partidos de izquierda y el portentoso desarrollo de la nueva maquinaria estatal. El mundo emergente después de la Primera Guerra Mundial ya no se reconocería en su versión previa, se había transformado. La vieja Europa había muerto, la nueva se asomaba temerosa al siglo XX.
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Entre granadas, ametralladoras, trincheras y banderas, las convicciones decimonónicas de la modernidad se disolvieron en la historia. El mundo se tambaleó en 1914, cuando Europa se desangraba en la Primera Guerra Mundial, y se estremeció en 1917, cuando Rusia proclamaba el poder para los sóviets en la Revolución de octubre. Previamente, desde el final de la década de 1870, los europeos habían estado viviendo inmersos en una atmósfera de inaudita paz que preparaba al mundo para el mayor de todos los conflictos vistos hasta el momento. Cuarenta años de frágil optimismo en los que la atmósfera se fue enrareciendo hasta ser irrespirable. Cuarenta años en los que la red de alianzas entre las potencias de Occidente se afianzaba, el dominio colonial europeo se apropiaba de África y se endurecía la competición por ser el motor del mundo. Un periodo en el que las viejas estructuras sociales y políticas hubieron de replegarse ante la emergencia de los movimientos nacionalistas, la aparición de los partidos de izquierda y el portentoso desarrollo de la nueva maquinaria estatal. El mundo emergente después de la Primera Guerra Mundial ya no se reconocería en su versión previa, se había transformado. La vieja Europa había muerto, la nueva se asomaba temerosa al siglo XX.